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pulverizaciones con biocidas (Villata & Ayassa,
1994; Aragón & Imwinkelried, 1995).
En los últimos años se han presentado serios
problemas para controlar las poblaciones de
estos insectos plagas, ocasionando pérdidas
directas por deficiencias de control y/o pérdidas
indirectas por un mayor uso de insecticidas y
consecuentemente un aumento en los costos de
producción del cultivo. Se estima que una larva,
durante su desarrollo, puede destruir 10 plantas
de girasol como mínimo, dependiendo del
estado del cultivo y la densidad de malezas
(Aragón, 1999). Se recomienda el control
químico cuando se comprueba que existe del 3
al 5 % de plántulas cortadas y la presencia de 3
orugas cada 100 plantas (Aragón, 1985).
Una herramienta disponible al alcance de los
productores son los cultivos transgénicos, tal es
el caso de los “maíces Bt” que incorporan por
medio de ingeniería genética proteínas
insecticidas de la bacteria Bacillius thuringiensis
(Gram positiva). La susceptibilidad y el rechazo
de las plagas al maíz Bt son dos factores
significativos a considerar en el manejo de estas
plantas (Binning, 2013). Los maíces Bt
disponibles en el mercado presentan efectos de
control sobre Diatraea saccharalis (barrenador
del tallo), pero se diferencian en el
comportamiento frente a otras plagas. En la
actualidad, el uso de estos eventos debe
apoyarse en el monitoreo del lote y,
eventualmente, el control químico (Guarino &
Satorre, 2015). Cabe destacar que, como
tecnología de control per se, el Bt no es una
herramienta que cumpla con esta función,
debido al inevitable daño que ocasionan en el
cultivo.
La característica principal de B. thuringiensis
es que durante el proceso de esporulación
produce una inclusión parasporal formada por
uno o más cuerpos cristalinos de naturaleza
proteica que son tóxicos para distintos
invertebrados, especialmente larvas de insectos.
Estas proteínas se llaman “Cry” (del inglés
Crystal) y constituyen la base del insecticida
biológico más difundido a nivel mundial. Otro
tipo de proteínas Bt descubiertas son las
llamadas “Vip” (del inglés, Vegetative
insecticidal proteins) que forman parte de las
Pirchio, B. A., Fernández Madrid, S., Corró Molas, A., y Baudino, E. M.
un rendimiento promedio de 76 qq.ha
1
. En
nuestro país, los rendimientos promedio han
crecido en los últimos 30 años a una tasa del 2,9
% anual (Eyhérabide, 2015) gracias a logros
alcanzados en mejoramiento genético,
complementaciones biotecnológicas y una
rápida adopción de tecnologías de insumos y
procesos.
Actualmente, sobre la Región Semiárida
Pampeana se vienen reportando importantes
daños en cultivos de verano ocasionados por el
complejo de orugas cortadoras. Este complejo
comprende especies que se alimentan de raíces
o brotes de plantas herbáceas y normalmente
cortan los tallos tiernos a ras del suelo (Baudino,
2006). Este complejo está integrado por: Agrotis
malefída, Feltia gypaetina (ex Agrotis
gypaetina), F. deprivata (ex Pseudoleucania
bilitura) y Peridroma saucia (Baudino, 2004).
Aunque recientemente San Blas & Barrionuevo
(2013) encontraron que la especie Agrotis
malefida presenta baja frecuencia en las regiones
agrícolas, y es confundida en muchos trabajos
con la especie Agrotis robusta, conocida como
“oruga cortadora áspera”, de gran importancia
económica en América del Sur.
El aumento poblacional de estas orugas se
explica por el aumento de la superficie bajo
sistema de siembra directa (Aragón, 2000). Los
escapes en el control de malezas durante el
invierno seguramente han colaborado para que
se evidenciaran problemas que años atrás eran
escasos (Aragón, 1997). Por otra parte, se sabe
que el cultivo antecesor influye sobre la
densidad de orugas cortadoras. Lotes con
rastrojo de soja presentan mayor densidad de
orugas cortadoras que rastrojos de girasol y maíz
(Corró Molas et al., 2017). El aumento de la
incidencia de estas plagas está obligando a las
instituciones y productores a profundizar el
manejo integrado de plagas (MIP), ya sea
atrasando fechas de siembra, implementando el
control biológico y/o utilizando cultivos
genéticamente modificados. Con éstas y otras
tácticas se busca maximizar la acción de los
factores de mortalidad natural y minimizar el
uso de biocidas químicos. El control principal
que se realiza contra orugas cortadoras es
químico, mediante cebos tóxicos o