ARTÍCULOS
Gabriela Gomes1
Resumen: En este artículo se analizan las políticas sociales destinadas a la búsqueda del consenso que llevaron adelante la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia a la Comunidad del Ministerio de Bienestar Social durante la “Revolución Argentina” (1966-1973) y la Dirección de Organizaciones Civiles y el Ministerio del Interior durante la dictadura chilena (1973-1988). El abordaje propuesto apunta a complejizar la noción de Estado burocrático autoritario, puesto que se considera como hipótesis que ambos regímenes no solo se dedicaron a reprimir las actividades políticas de los sectores populares, sino que buscaron reorganizarlos bajo nuevas coordenadas sociales.
Palabras clave: Políticas sociales; Dictaduras; Consenso; Onganía; Pinochet.
The social issue and military regimes. Argentina and Chile during the seventies
Abstract: This article analyzes social policies implemented by Secretary of Community Promotion and Assistance of Social Welfare Ministry during “Argentine Revolution” and the Direction of Civil Organizations and the Ministry of the Interior during the Chilean dictatorship (1973-1988) aimed to obtain social consensus. This work expects to make a complex analysis on the concept of “Authoritarian-bureaucratic State”, applied to the study of Southern Cone dictatorships. The hypothesis to be tested is that Ongania and Pinochet’s regimes sought to organize popular sectors under new social frames and not just to repress them.
Key words: Social policy; Dictatorships; Consensus; Onganía; Pinochet.
En este artículo se abordan las políticas sociales que la autodenominada
Revolución Argentina (1966-1973) y la dictadura chilena (1973-1988) dirigieron
a los sectores populares. Se intentará mostrar que ambos regímenes no
se agotaron en la dimensión represiva, sino que tuvieron pretensiones fundacionales
basadas en diversas tradiciones ideológicas. Creemos posible demostrar
que la dictadura argentina y la chilena tuvieron una agenda pública preocupada
por reeducar y resocializar a los sectores populares, principalmente a
los marginales. En el caso argentino, esa función fue asumida por funcionarios
de la Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia a la Comunidad (SEPAC),
dependiente del Ministerio de Bienestar Social, la cual se creó mediante la Ley
17271 en octubre de 1966.2 En Chile, la Dirección de Organizaciones Civiles,
dependiente de la Secretaría de Gobierno, fue la institución que en una primera
instancia se abocó a los sectores populares. Posteriormente, esta tarea fue
asumida por los municipios. En tal sentido, en este texto nos preguntamos cuál
fue la finalidad de las políticas sociales de esas dos dictaduras, cuáles fueron
los principios ideológicos que las sustentaron y quiénes las diseñaron. Dejamos
planteada para futuras investigaciones la cuestión de los resultados efectivos
de las políticas sociales, así como su recepción por parte de los destinatarios.
Este artículo se divide en tres partes. En la primera, se aborda el quiebre
del sistema de partidos en Argentina y Chile en el período previo al golpe.
En la segunda, se estudia la dimensión proyectual del onganiato expresada
en la propuesta comunitarista, entendida como la “cara social” del régimen.
Allí se muestra que mediante el sistema de participación comunitaria se buscó
integrar a sectores de bajos recursos, marginales urbanos e indígenas con el
propósito de crear una “nueva” democracia basada en la representación de los
cuerpos intermedios, opuesta y superadora de la “vieja” democracia liberal y
de partidos políticos. En la tercera, se analiza la búsqueda de apoyo popular que impulsó la dictadura chilena con la Dirección de Organizaciones Civiles.
Su política social, de corte asistencialista y de escala municipal, pretendía
reforzar la idea de que el Estado no se “olvidaba” de los pobres, puesto que
ofrecía medidas paliativas contra los efectos del shock económico desplegado
desde 1973.
En 1963, la fórmula presidencial de Arturo Illia y Carlos Perette de la
Unión Cívica Radical del Pueblo llegó a la Casa Rosada con el 25,8% de los
votos; el 19,2% de sufragios en blanco mostraba el carácter irresuelto de la
cuestión peronista. La nueva presidencia se lanzó de lleno a imponer una agenda
activa en materia legal y económica. Los índices macro-económicos evidenciaron
un lento proceso de recuperación durante su gestión. Aumentaron el
Producto Bruto Interno (PBI), las exportaciones, la tasa de empleo y el salario
real bajo una política económica de creciente intervención estatal, aliento del
mercado interno y la protección del capital nacional. El gobierno decretó la
Ley de Abastecimiento e impuso el control de precios para los productos de
primera necesidad de la canasta familiar. En 1964 se sancionó la Ley de salario
mínimo, vital y móvil y se fijaron los montos mínimos de las jubilaciones. Illia
anuló los contratos petroleros firmados en mayo de 1958 por el gobierno de
Arturo Frondizi. En 1964 el gobierno presentó en el Parlamento un proyecto de
ley en el que el Estado controlaba los precios de los medicamentos concebidos
como “bienes sociales”, lo que generó una fuerte preocupación de los grandes
laboratorios. Estas medidas desalentaron las inversiones extranjeras por la “excesiva” intervención del Estado y dispararon las críticas de las corporaciones
empresariales agrupadas en la Asociación Coordinadora de Instituciones Empresarias
Libres (ACIEL), que promovió una campaña golpista.3
Pese a la recuperación del empleo y del salario real, el sindicalismo
peronista se mantuvo hostil hacia la gestión de Illia. La relación entre ambas
partes empeoró cuando se intentó reglamentar la Ley de Asociaciones Profesionales,
medida interpretada como un ataque directo a los trabajadores. Como
respuesta, en enero de 1964 los gremios anunciaron un plan de lucha que
consistió en tomas de fábricas, huelgas de brazos caídos y proliferación de protestas.
Esto endureció las críticas de los empresarios que acusaron a Illia de no
garantizar el derecho a la propiedad ni la libertad del trabajo y de ser renuente
a declarar el estado de sitio. Esta percepción de “amenaza” se agravó cuando en las elecciones legislativas de 1965, el gobierno levantó la prohibición del
Partido Comunista y la proscripción del peronismo. Esto alertó a las Fuerzas
Armadas sobre la posibilidad de que Perón retomara las riendas de la política
y en marzo de 1966 comenzaron a circular los rumores del golpe de Estado,
que se efectuó el 28 de junio de ese año. A diferencia del quiebre institucional
de 1955, el de 1966 no fue dirigido contra un hombre o partido en particular,
sino contra un régimen: la democracia representativa y de partidos políticos.
En 1970, Salvador Allende llegó al gobierno como candidato de la Unidad
Popular (UP) y puso en marcha una serie de transformaciones económicas
que tenían por objetivo abrir el camino para la implementación del socialismo
dentro de los marcos democráticos. Su “Programa Básico” contempló una economía
con tres sectores: a) el área de la propiedad social, que comprendía las
compañías estatales; b) el área mixta, que abarcaba las firmas en las que el Estado
era el principal accionista y c) el área privada, que incluía a los pequeños
negocios. Entre las principales transformaciones que implementó la Unidad
Popular se destacaron la ampliación de la reforma agraria -que provocó la ira
de los latifundistas- y la nacionalización de la minería del cobre y de las grandes
corporaciones industriales (cerca de noventa empresas fueron transferidas
al área social). Empresas norteamericanas como Ford, International Telephone
and Telegraph y Ralston Purina fueron el blanco favorito de las nacionalizaciones,
lo cual generó una enorme repercusión internacional. El gobierno intentó comprar el 51% del holding de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones,
llamada “La Papelera”, dirigida por el ex presidente Jorge Alessandri, que
era la principal fuente de papel para imprimir diarios. Este conjunto de políticas
generaron una reacción en cadena de manifestaciones, cacerolazos, paro de
camioneros y gremios profesionales, enfrentamientos protagonizados por sectores
de extrema derecha como Patria y Libertad, “tomas” organizadas por la
extrema izquierda y conspiraciones golpistas como el Tancazo, que terminaron
por colapsar al gobierno allendista. El descontento social se evidenciaba en
las concentraciones públicas como las “marchas de las ollas vacías” (Power,
2008), las manifestaciones de los estudiantes de la Universidad Católica, el
Partido Nacional y la Democracia Cristiana.
En agosto de 1973, la Cámara de Diputados declaró inconstitucional al
gobierno por el traspaso de “La Papelera” al Estado.4 La alianza que surgió entre
las fuerzas golpistas y el sindicalismo antiallendista estuvo motorizada por un
enemigo común que fue el comunismo. El denominado “Poder Gremial” estuvo
constituido por un conjunto de organizaciones no partidarias que conformaron una alianza social multiclasista, decidida a enfrentar la política de la UP por
fuera del Parlamento, sirviéndose de ideas de Jaime Guzmán (Valdivia Ortiz de
Zárate, 2008, pp. 325-384).5
En ambos países, los golpes de Estado contaron con el beneplácito de
las corporaciones empresariales, la extrema derecha nacionalista, algunos gremios
y católicos integristas. Los medios de comunicación hegemónicos como
los diarios La Nación, La Prensa, El Mercurio y las revistas Primera Plana, Confirmado,
Portada y Qué Pasa, emprendieron una cruzada contra los gobiernos
de Illia y Allende, propiciando el vacío de autoridad al mostrarlos como desbordados
por el caos social y las pujas corporativas. En ese contexto, la pérdida
de confianza de la sociedad civil en los gobiernos fue gestando un clima de
radicalización política hacia la derecha, que se expresó en el reclamo por la
urgencia de una figura “fuerte” capaz de restaurar el orden social.6
Bajo el paradigma de la seguridad nacional destinada a prevenir el
avance del comunismo y restablecer el principio de autoridad, los gobiernos
dictatoriales de Argentina y Chile implementaron un conjunto de prácticas represivas
y medidas de excepción, dirigidas hacia los actores que representaban
alguna “amenaza” para la seguridad interna. Principalmente se aplicaron para
reprimir a los sectores sindicales, artistas, intelectuales, militantes políticos y
organizaciones estudiantiles. En los dos países se clausuró el Parlamento, se
declararon vacantes los cargos parlamentarios, se suspendieron las garantías
individuales, se estableció la censura de prensa, se decretó el estado de sitio y
las universidades fueron intervenidas. En ese sentido, ambas dictaduras irrumpieron
en la escena con la intención de refundar el país. Juan Carlos Onganía
y Augusto Pinochet sostuvieron que sus gobiernos no tenía plazos sino metas.
Asimismo, subordinaron bajo su mando a las Fuerzas Armadas y concentraron
el Poder Ejecutivo y Legislativo. Onganía estableció una planificación organizada
en tres tiempos: el económico, el social y el político (O´Donnell, 2009).
Resulta evidente que la “Revolución Argentina” y la dictadura chilena emprendieron rumbos económicos opuestos. Mientras que en la primera predominó
el desarrollismo, en la segunda se implementó el neoliberalismo. Si
bien esto no es objeto de atención en este trabajo, cabe señalar que la cuestión
económica representó un campo de disputas al interior de la cúpula militar.
En ambas dictaduras, lo que mantuvo unida a la corporación castrense al momento
del golpe de Estado fue su orientación anticomunista, la necesidad de
modernizar la estructura económica y de reorganizar a la sociedad y al Estado
mediante una “nueva institucionalidad”.
En Argentina hubo dos grandes familias ideológicas -una nacionalistacorporativa
y otra liberal-tecnocrática-, que se disputaron el control del aparato
estatal (Altamirano, 2001). La cuestión de la modernización económica fue la
principal arena de disputa al interior de la “Revolución Argentina”. La versión
liberal de la “Revolución” insistía en que la modernización del aparato productivo
requería combatir la inflación, domesticar los sindicatos y “corregir” la indisciplina de la clase obrera, considerada el factor principal del estancamiento
económico. Para ello se promovió la atomización de los sindicatos,
el congelamiento de los salarios y la prohibición del accionar político de las
organizaciones sindicales. En cambio, los nacional-corporativistas ponderaron
un sindicalismo unificado y subordinado al aparato estatal. Eran partidarios de
un nivel salarial que reflejara algún tipo de distribución de la riqueza y cierto
bienestar social, que permitiera integrar a los trabajadores a la comunidad nacional.
Si bien los liberales no eran antiestatistas, sostuvieron que para superar
el estancamiento económico, la “Revolución” debía favorecer el rol subsidiario
del Estado ante la actividad privada, incentivar la participación del capital
extranjero y adoptar medidas de ajuste y estabilidad macroeconómica. En esa
propuesta confluían los intereses de las grandes corporaciones empresariales y
el sector liberal del Ejército, cuyos principales voceros eran los generales Julio
Alsogaray y Alejandro Lanusse. La postura de Alsogaray era respaldada por la
Unión Industrial Argentina, la ACIEL, la Bolsa de Comercio y el Instituto de Economía
Social de Mercado que criticaron duramente al gobierno por sus ataques
al liberalismo y el fomento del “comunitarismo”. En cuanto al orden político,
nacional-corporativistas y liberales diferían respecto del modelo político a implantar
después de completar la etapa de ordenamiento político-institucional.
Para los liberales, había que volver al sistema político liberal, por lo que la “Revolución
Argentina” era vista como un momento de “pausa”. En cambio, para
los nacional-corporativistas los partidos no representaban los intereses de la sociedad
y había que remplazarlos por otras formas de representación. Esta cuestión
preocupaba a los liberales, quienes temían que la “Revolución” se desviara
de su rumbo y que bajo la consigna de fomentar la participación evolucionara bajo la forma de un Estado corporativista (Rouquié, 1982; O’Donnell, 2009).
En Chile coexistían también al menos dos tendencias. Los “estatistas”
estaban representados por el comandante en jefe de la Fuerza Aérea, el general
Gustavo Leigh, y por el general Oscar Bonilla, quienes para neutralizar al
marxismo privilegiaban la justicia social antes que la represión.7 Promovían un
nuevo tipo de organización política sin partidos y con representación funcional
a través de cuerpos intermedios que conciliaran los intereses de los trabajadores
y los empresarios y que evitara la lucha de clases. Eran partidarios de un
Estado capaz de controlar las áreas estratégicas de la economía. Para Verónica
Valdivia Ortiz de Zárate (2003) los “estatistas” no eran menos anticomunistas
por sus reticencias a la economía de mercado: simplemente la lectura que
tenían de la Doctrina de la Seguridad Nacional implicaba buscar simultáneamente
el desarrollo económico, la armonía social y la estabilidad política. Los
“antiestatistas” eran visceralmente anticomunistas y su prioridad era ponerle
fin al gobierno marxista. El general Pinochet y el almirante José Toribio Merino
se mostraron afines a las recetas neoliberales y a que el Estado asumiera
un rol subsidiario. Según la autora, las diferencias al interior de la oficialidad
no emergieron al momento del golpe, sino que es posible rastrearlas desde
el gobierno de Eduardo Frei. Lo cierto es que a lo largo de 1973-1978 ambas
tendencias pugnaron por imponerse. Por tanto, entre la oficialidad que preparó
el golpe persistieron concepciones “ibañistas” con tendencias keynesianas y
corporativas. Si bien su derrota no pudo impedir la consolidación del modelo
neoliberal y del pinochetismo, su actuación resultó clave para obstaculizar los
ritmos de implementación de las reformas estructurales.
Durante el onganiato, los nacional-corporativistas preconizaron una
nueva democracia que sustituyera a la “vieja” democracia liberal por un
sistema de participación comunitaria basado en la representación de los
cuerpos intermedios (Gomes, 2013, pp. 55-65). Así se promovió el poder
social para sustituir las formas de participación y representación a través de
los partidos por una teoría corporativa de la sociedad, que enfatizaba el cauce
orgánico de la “auténtica” expresión ciudadana mediante la organización y
la participación social en las asociaciones intermedias despolitizadas. Entre sus simpatizantes se destacaron los funcionarios Guillermo Borda, Mario Díaz
Colodrero, Roberto Gorostiaga, el coronel retirado Juan Francisco Guevara,
Enrique Martínez Paz y Raúl Puigbó. El desarrollo comunitario fue concebido
como el punto de partida para una verdadera integración, reordenamiento
y transformación social. Los nacional-corporativistas coincidieron en que el bienestar social como política de Estado no suponía “paliar” los problemas,
sino “atacar” sus causas mediante el accionar de instituciones públicas. El “bienestar social” y la “promoción comunitaria” como pilares fundamentales de
la programática “revolucionaria” implicaban no solo la vigencia del principio
de subsidiaridad, sino además que el individuo tenía responsabilidad en la
participación y el autodesarrollo. Esa transformación social permitiría romper
con el paternalismo estatal, el electoralismo, el asistencialismo y la demagogia: “Bienestar social implica caducidad del paternalismo estatal; y del divorcio
pueblo-gobierno e institucionaliza la participación, creciente y ampliada,
haciendo a todos partícipes del destino común.”8
Los nacional-corporativistas promovieron la propuesta comunitarista
mediante dos políticas públicas. Por un lado, la Directiva de Participación de la
Secretaría de Gobierno a cargo de Mario Díaz Colodrero, dependiente del Ministerio
de Interior. Fue diseñada por José Luis de Ímaz a pedido de Colodrero
en abril de 1967 (Giorgi, 2014, pp. 121-139).9 Por el otro, el plan comunitarista
que impulsó la SEPAC. Esta última fue concebida como una institución que
asumiría la “promoción social” de los sectores y regiones postergadas. Entre los
objetivos propuestos se destacó la creación de escuelas primarias y centros culturales,
elevación del nivel sanitario, perfeccionamiento y regulación del mercado
de trabajo, mejoramiento de la distribución del ingreso y de las viviendas.
La SEPAC tuvo dos funciones principales. La primera consistía en brindar
asesoramiento técnico y financiero para cooperativas, mutuales, uniones
vecinales y promover actividades recreativas en las escuelas. Los proyectos de“inclusión social” que aquí se desarrollaban incluían el diseño de obras de
infraestructura, servicios asistenciales a menores y mujeres, construcción de
hogares para ancianos y niños y programas destinados a los sectores más vulnerables.
La segunda función corresponde al apoyo económico y financiero, mediante subsidio o crédito para obras de interés comunitario (guarderías infantiles,
escuelas, dispensarios, servicios de agua potable, entre otras). Asimismo,
promovió el desarrollo comunitario y el fortalecimiento de los municipios
mediante el proyecto de la conocida como “Ley de Desarrollo Comunitario” de 1966. Con el objetivo de contribuir a solucionar problemas de ocupación,
producción, servicios, consumo, comercialización y crédito, la SEPAC difundió el mutualismo y el cooperativismo como pilares de la economía comunitaria desde los primeros años de la educación inicial (Gomes, 2011, pp. 292-293).
Dicha Secretaría buscó la reeducación y readaptación social de los marginales
a través de un plan de erradicación de las villas de emergencia en
la Capital Federal y en el Gran Buenos Aires, que en 1967 elaboró la Comisión
Nacional de Erradicación de Villas de Emergencia. El Plan contemplaba la
construcción de viviendas “baratas” destinadas a los sectores de bajos recursos.
Ese fue el primer proyecto gubernamental que planteó construir complejos habitacionales
para sustituir las villas de la ciudad de Buenos Aires. El programa
se basó en una prueba piloto en la Capital Federal que se concretaría en dos
etapas. La primera, fue un espacio de “adaptación” para la nueva vivienda
por lo que las familias fueron trasladadas a pequeños conjuntos habitacionales,
llamados Núcleos Habitacionales Transitorios (NHT). La segunda etapa,
contemplaba el traslado a las viviendas definitivas. Sin embargo, éstas últimas
no se construyeron y las familias quedaron alojadas en forma definitiva en los
precarios NHT (Gazzoli, 2007). El Servicio Nacional de Asuntos Indígenas,
dependiente de la Dirección General de Promoción Comunitaria de la SEPAC,
tenía como misión proteger e integrar a los grupos “aborígenes” para mejorar
su nivel de vida y promover su participación activa en su bienestar social.10 Asimismo, el Servicio Nacional de la Familia y la Mujer tuvo por objetivo promover
la educación familiar en escuelas y colegios, preparar a las parejas para
el matrimonio mediante cursos, crear procedimientos de reconciliación para
preservar la estructura familiar y ofrecer asistencia financiera directa a las madres
solteras sin sustento para prevenir la prostitución.11
El “plan comunitarista” comenzó a extenderse al ámbito provincial y
municipal en 1967. La SEPAC actuaba en coordinación con los municipios, las
provincias y otros organismos públicos y privados, lo que derivó en la conformación
de un entramado burocrático nacional que iba desde el Departamento
de Desarrollo de Comunidades dependiente de dicha Secretaría, hasta el nivel municipal. Onganía y el secretario de la SEPAC, Raúl Puigbó, recorrieron las
regiones marginales del país promoviendo el desarrollo comunitario y la creación
de Consejos Comunitarios para facilitar la comunicación entre el gobierno
militar y sus gobernados. Por ejemplo, en Tucumán Puigbó alentó la formación
de un Centro de Promotores Comunitarios, y para paliar el hambre de los cañeros
distribuyó leche en polvo con camiones.12
En la provincia de Buenos Aires, el gobernador Francisco Imaz, promovió la implementación del “comunitarismo” y el “fomentismo” en algunas
intendencias. Imaz convocó la conformación de Consejos de la Comunidad en
la provincia con el propósito de crear un sistema de participación comunitaria
que contribuyera al bienestar social. En enero de 1967 creó la Dirección General
de Asuntos Municipales de la Provincia de Buenos Aires para asesorar y
controlar a los municipios, instruir a los jefes de las comunas para que buscaran
el consenso de la comunidad y propusieran al Poder Ejecutivo la designación
o destitución de intendentes (Rodríguez y Barbarito, 2011). Como expresó el
gobernador en 1968:
“El Gobierno ha abierto las puertas al diálogo y a la cooperación de todos aquellos cuya vocación determinante se enderece al bien público. Esa colaboración ha comenzado a realizarse a nivel de los Municipios…. entendemos según lo expresado por el Señor Presidente “que las comunas son la célula institucional del país”. Si ellas se fortalecen, si dejan de ser solo entes burocráticos para convertirse en verdaderos foros de la comunidad, estaremos construyendo una democracia sana y auténtica, rica en contenido”13
El “fomentismo” se puso en marcha en varios partidos. En 1967 los partidos
de Vicente López y Berisso crearon los Consejos de la Comunidad y los
Consejos de Sector.14 El intendente de San Martín, coronel (R) César C. Fragni,
dividió su territorio en 12 sectores, cada uno con un delegado proveniente de
núcleos de fomentos, encargados de canalizar las peticiones de los vecinos. El alcalde de Moreno, comandante (R) de Gendarmería Augusto Dodero, delegó la facultad de recaudación de impuestos en las sociedades de fomento mediante
el pago de un 10% de la tasa que las entidades reinvertirían en obras de bien
público. En la ciudad de La Plata, se crearon dos instituciones con características
comunitaristas: el Consejo Vecinal de la Zona Sud, cuyo principal objetivo
era coordinar la acción de las sociedades de fomento15 y el Centro de Estudios
Municipales integrado por expertos en servicios sociales, psicólogos, economistas,
arquitectos y abogados, a cargo del doctor José Luis Pollola, un discípulo
del coronel Guevara.16 Según Pollola los Concejos Deliberantes debían
representar al conjunto de las asociaciones locales y prescindir de los partidos
políticos.17 En la ciudad de Pergamino, la gestión del intendente nacionalista
Alberto Federico de Nápoli (1967-1973), apoyado por Ciudad Católica, puso
en marcha el “comunitarismo” (Barbarito, 2012). El gobernador Imaz celebró la
creación del Consejo de Promoción de la Comunidad -de carácter consultivopresidido
por el intendente.18 En noviembre de 1969 se organizó allí el primer
Consejo de la Juventud de toda la provincia (Rodríguez y Barbarito, 2011, pp.
7-15).
En la provincia de Córdoba, el ensayo corporativo comenzó a gestarse
durante el gobierno de Miguel Ángel Ferrer Deheza y terminó de configurarse
con la gestión de Carlos Caballero (1967-1969). Deheza impulsó la revitalización
de los municipios con una nueva estructura político-administrativa que se
plasmó en la Ley Orgánica de Municipalidades (Pons, 2005). Esta ley institucionalizó
los Consejos Consultivos Vecinales, integrados por representantes de
distintos sectores de cada municipio, y la creación de Tribunales de Cuentas
elegidos por los Consejos de vecinos. La puesta en marcha del proyecto corporativista
en Córdoba comenzó en agosto de 1968 con la creación de las
comisiones asesoras municipales y zonales, que luego se convirtieron en los
Consejos Comunales y los Consejos Regionales Intercomunales (Pons, 2009).19 Carlos Caballero, de acuerdo a sus convicciones corporativistas y católicas, promovió la participación de los sectores intermedios en asuntos del Estado y
favoreció la formación de organizaciones comunitarias. Durante su gestión se
impulsó la creación de los Consejos Económicos Sociales, compuestos por los
“sectores representativos” de las distintas regiones de la provincia. Caballero
promovió el “participacionismo” como forma de despolitizar a las organizaciones
intermedias.20 Tanto la propuesta “comunitarista” de Caballero en Córdoba
como la de De Nápoli en Pergamino, generaron tensiones con los sectores más
movilizados, principalmente con los actores obreros y estudiantiles combativos.
El rechazo a ambas gestiones se basaba principalmente en el intento de
suplantar la representación partidaria por una corporativa-autoritaria.21
A medida que se implementaban las políticas de shock económico neoliberal
en 1974, la dictadura chilena diseñó un conjunto de políticas destinadas
a paliar algunos de sus efectos y a obtener apoyos sociales. La movilización de
los sectores populares se convirtió en una necesidad política de la dinámica
dictatorial, en un contexto de repliegue del Estado. La principal organización
dedicada a movilizar los apoyos políticos a la dictadura fue el Ministerio Secretaría
General de Gobierno, lanzado en 1976.22 Junto con ello se creó la Dirección
de Organizaciones Civiles (DOC), destinada a “impulsar la adhesión de la
civilidad a los planes y programas del gobierno, ofreciendo vías de participación
activa de la ciudadanía en las tareas nacionales”.23 La DOC se estructuró a partir de cuatro Secretarías: de la Mujer, de los Gremios, de la Juventud y de
Cultura, las cuales apuntaban a crear una “nueva conciencia cívica”. Según
Valdivia Ortiz de Zárate (2010), entre 1975 y 1978, las Secretarías de la Mujer
y de la Juventud fueron los instrumentos institucionales más importantes para
movilizar apoyos civiles, promover la lógica asistencialista en el mundo popular
y cubrir el desmantelamiento del aparato estatal en materia social. Estas
cuatro Secretarías operarían como intermediarias entre el gobierno y la comunidad
hasta que se institucionalizaran los Consejos Regionales de Desarrollo y
los Consejos de Desarrollo Comunales (CODECOS).
La Secretaría Nacional de la Mujer estuvo liderada por Lucía Hiriart (esposa
de Pinochet), quien también tuvo a su cargo la Fundación Centros de Madres
Chile (CEMA) que dependía de la Secretaría General de Gobierno aunque
conservaba autonomía de gestión.24 En los locales de CEMA se organizaban
bazares, galerías artesanales y tiendas donde las socias vendían sus productos
elaborados en los talleres. La Secretaría asumió la tarea de colaborar con el
Plan Nacional Social que coordinaba el Ministerio del Interior. Según Pinochet,
la mujer cumplía un rol determinante en la “Reconstrucción Nacional” y en la
lucha contra el marxismo.25 El principal objetivo de la Secretaría era promover
la participación de las “pobladoras” en el “nuevo Chile”26 y legitimaba un orden
social conservador y apuntaba al disciplinamiento moral y cívico del mundo
popular.27 En coordinación con el Instituto Nacional de Capacitación, la
Secretaría dictó cerca de 60 cursos sobre corte y confección, huertas familiares
y escolares, talleres laborales, educación cívica y del consumidor, asistencia al
párvulo, alfabetización, salud y nutrición.28 Asimismo, la Secretaría elaboraba
las cartillas “Doña Juanita”, de perfil pedagógico, que inculcaban valores patrios
y familiares y enseñaban a ahorrar y a elaborar recetas de fácil preparación
y máximo aprovechamiento de los alimentos. En cuanto a lo habitacional, la
Secretaría enseñaba cómo cuidar, limpiar y decorar una casa y prevenir accidentes
domésticos.29 Asimismo, participaba en los Programas de Alimentación
Escolar entregando almuerzos y organizaba los Centros Abiertos y Cerrados,
destinados al cuidado de niños en estado de desnutrición grave.
La Secretaría tenía un convenio con el Ministerio de Educación que se
plasmó en un programa denominado Atención a Escuelas Rurales, por el que
se enviaba a cada escuela el Cuaderno del Profesor Rural con pautas de enseñanza
y material didáctico sobre historia, geografía, recursos naturales, educación
para el hogar, trabajos manuales, entre otros temas. También se elaboraron guías sobre Educación Familiar que se incorporaron a los programas de estudio
de la enseñanza básica y media. Bajo ese convenio, las voluntarias colaboraban
en los jardines infantiles, se encargaban de la alfabetización de adultos y
la atención y organización de bibliotecas en zonas rurales.30 La Secretaría de la
Mujer también desarrollaba actividades culturales, como proyecciones de material
fílmico (donado por las embajadas de Francia, Estados Unidos, Alemania
y España), presentaciones de conciertos, ballet, coros y teatro en los Centros
Abiertos, hogares de menores, asilos de ancianos y otros sitios.
La Secretaría de la Juventud fue una iniciativa de Jaime Guzmán31 y de los gremialistas, con el fin de movilizar a las nuevas generaciones.
Dicha cartera operó como un instrumento de reeducación cívica que buscó
reorientar y encauzar la acción de los jóvenes en tareas de voluntariado y
actividades deportivas, aunque no adquirió la masividad de las experiencias
fascistas (Valdivia Ortiz de Zárate, 2010). Si bien tuvo proyección nacional,
su principal acción estuvo orientada a las comunas y municipios a través
de los Centros de la Juventud, que establecían un contacto directo con los
jóvenes.32 Entre las actividades del voluntariado se destaca la organización de
los festivales “Primavera”, concursos literarios, creación de casas culturales,
bibliotecas, campamentos de verano y actividades recreativas. Los voluntarios
visitaban asilos de ancianos y hogares de menores, entregaban alimentos,
ropas, medicamentos, juguetes y espectáculos. Los estudiantes de medicina y
enfermería brindaban atención médica gratuita en centros médicos y hospitales
de barrios carenciados. El área privilegiada era la deportiva: se organizaban
competencias interescolares de vóley, básquetbol, ajedrez, atletismo, entre otros (Donoso Fritz, 2012). El deporte permitía sumar adeptos y aportar recursos
propagandísticos, ya que era un área que se suponía “despolitizada”. Según
la lógica dictatorial, esto contribuía a mantener a los jóvenes unidos por el
deporte y alejados de la política partidaria.
Por su parte, la Secretaría Nacional de la Cultura se encargó de proyectar
la propaganda del régimen en el exterior, difundiendo la imagen de un
Chile modernizado, civilizado y desarrollado. Al interior del país, promovió
el arte popular mediante una serie de actividades del campo literario, teatral,
musical y plástico (Donoso Fritz, 2008). La Secretaría encabezó una campaña
de difusión del folklore a través de su transmisión en las radioemisoras y la grabación
de discos de compositores nacionales y concedió premios a periodistas
y universidades chilenas por su labor en la divulgación cultural. La Secretaría
Nacional de los Gremios, creada en abril de 1974, tuvo por objetivo servir de
nexo entre las organizaciones gremiales, las entidades empresariales y el gobierno.
Los militares creyeron que era posible integrar en una misma entidad
los intereses de los pequeños y medianos empresarios con los de los sindicatos,
idea tomada del corporativismo español (Huneeus, 2005). Sin embargo, en
comparación con las Secretarías de la Mujer y de la Juventud, los resultados
de la Secretaría de Gremios fueron limitados. Según Álvarez Vallejos (2010, p.
326-327), entre 1973 y 1979 el régimen buscó acercarse a la Central Única
de Trabajadores y a los organismos gremiales con tradición corporativa que
habían “luchado” contra el gobierno de la Unidad Popular. Sin embargo, la
escasa duración de la alianza inicial entre las fuerzas golpistas y el sindicalismo
antiallendista, se debió al fracaso de las políticas sindicales del gobierno militar:
“ni los esfuerzos del Ministerio del Trabajo en tiempos del general Nicanor
Díaz Estrada, ni la corriente corporativista-estatista que se alojó en la Secretaría
General de los Gremios lograron cooptar al movimiento sindical a favor del
gobierno”. En 1979, la actividad de esta última repartición se orientó a difundir
el Plan Laboral, que impuso las reglas del libre mercado en las relaciones laborales
y atentó contra los intereses del sindicalismo, lo cual obstaculizó la penetración
de la Secretaría en el movimiento sindical antiallendista. Dado que el
movimiento sindical no se dejó seducir, los militares optaron por la represión.
En 1974, el Ministerio del Interior, bajo la gestión del general de
división César Raúl Benavides Escolar (1975-1978), puso en marcha el Plan
Nacional Social para atenuar los efectos negativos del Plan de Recuperación
Económica. Se implementaron programas focalizados en los sectores de
menores ingresos. Paralelamente, se estableció una Política General de Acción
Social para “combatir” la marginalidad mediante el fomento de la organización
comunitaria. Se apuntó a incorporar a los afectados por la extrema pobreza a través de sus propias organizaciones y con el aporte del Estado y organismos
privados. En 1974, el gobierno buscó disminuir el índice de desnutrición infantil
y creó el Consejo Nacional para la Alimentación y Nutrición dependiente
del Ministerio de Salud Pública.33 Allí se inscribió el Programa Nacional de
Alimentación Complementaria que apuntaba a la recuperación integral de los
niños que padecían desnutrición a través de la distribución de leche en polvo.
Por su parte, se creó el Programa de Alimentación Escolar, que buscaba reducir
la deserción escolar e institucionalizar los comedores escolares que otorgaban
una ración alimenticia “complementaria” para los niños que vivían lejos de los
centros de enseñanza.34 El Programa de Educación y atención parvularia tenía
por objetivo brindar alimentación, atención y educación a los infantes para que
las madres pudieran ocupar su tiempo en actividades laborales remuneradas.
El Programa de Viviendas Sociales instauró los Comités Habitacionales
Comunales para enfrentar el problema del acceso a la vivienda de los sectores
de bajos ingresos. Se apuntó a solucionar la deficiencia habitacional mediante
la participación de la comunidad, los organismos del Estado y el sector privado.
Asimismo, para afrontar el problema del abastecimiento de productos básicos
en barrios carenciados, se implementó el Programa de Abastecimiento y
Distribución mediante el cual se puso en práctica la construcción de locales de
Autoservicios Comunitarios.
Por su parte, la Dirección de Asistencia Social (DAS), dependiente del
Ministerio del Interior, asumió diversas funciones. Por un lado, realizaba investigaciones
y diagnósticos técnicos para determinar los problemas de las familias
y las comunas. Por el otro, dictaba cursos de capacitación laboral (corte
y confección, repostería, diseño, uso de máquina de tejer, mecánica básica
de automóviles, tapicería, colchonería, técnicas de nutrición y otros). Además,
brindaba atención social en casos de incendios, derrumbes y ayuda material
transitoria a indigentes mediante la entrega de elementos básicos para la subsistencia.
En 1976, se puso en marcha un programa para detectar situaciones
de “vagancia y mendicidad” de menores y enviarlos a un Hogar de Tránsito.
Por otra parte, se establecieron los Programas Especiales para los barrios marginales,
destinados a la instalación de teléfonos públicos, abastecimiento de
parafina, higiene ambiental, servicios de agua potable y comercialización de
productos. La DAS implementó el Programa de Desarrollo Comunal, que promovió
la despolitización de las organizaciones comunitarias, el asesoramiento técnico a organismos locales y la capacitación a juntas vecinales, centros de
madres y consejos de desarrollo comunales. Según Pinochet, la DAS era un
servicio abocado a la “readaptación de personas o familiares asistidas con el
objeto de que a corto plazo lleguen a desenvolverse normalmente, sin el auxilio
del Estado”.35 La promoción del desarrollo comunitario tenía como finalidad
permitir que el Estado se desentendiera de la atención de los marginales en el
corto plazo. Como se puede observar, en la órbita del Ministerio del Interior
funcionaron un conjunto de programas que afirmaban la precariedad y generaban
una situación de dependencia y vulnerabilidad de los sectores sometidos
a la extrema pobreza.
En 1980, se evidenció el momento de mayor tensión social como consecuencia
de los efectos ocasionados por las políticas neoliberales. La crisis
económica se extendió desde 1981 hasta 1986: a finales de 1982 se registraba
una tasa de desempleo del 28.2% y el PBI cayó en 15.7% (Ramos, 1989, p. 29).
En este contexto, se desarrolló una amplia economía de subsistencia simbolizada
en la aparición de ollas comunes, la Polla Chilena de Beneficencia, bingos
y rifas de alimentos. Con el estallido de las Jornadas de Protestas Nacionales
de 1983, la situación se volvió dramática, lo que obligó al régimen a ampliar
sus políticas sociales para paliar la extrema pobreza. Como respuesta al problema
de la desocupación estructural y el incremento sustantivo de la pobreza,
se crearon los Programas de Empleo Mínimo y de Jefes de Hogar. En el Gran
Santiago, durante 1975 y 1981, se registró un promedio de más de 450.000
desocupados y de 154.000 incorporados a los programas de empleo de emergencia.
En 1983, el desempleo afectó a 700.000 personas mientras que los
programas de emergencia absorbieron aproximadamente a 250.000 individuos
(Riveros, 1985, p. 332). Ambos programas permitieron, por un lado, desactivar
las potencialidades conflictivas provocadas por el desempleo y la pobreza, lo
que hizo que los militares retomaran sus postulados desarrollistas e impulsaran
políticas de empleo como parte de su “rostro social”. Por ejemplo, el Programa
de Empleo Mínimo fue concebido como un plan de emergencia transitorio,
pero se transformó en una realidad permanente que el régimen defendió como
muestra de su “sentido social”. Por el otro, la concentración de ayudas sociales
a nivel comunal favoreció el asistencialismo y generó redes clientelares y
bases de apoyo político al régimen, personificadas en sus alcaldes. En efecto,
la implementación de políticas neoliberales generó una amplia “franja social
de “mendigos” que dependían del Estado (Valdivia Ortiz de Zárate y Álvarez
Vallejos, 2012, p. 52). Ambos programas reconfirmaron la desprotección social y la miseria, disciplinaron la fuerza de trabajo, instalaron la precariedad laboral
y abarataron la contratación de mano de obra.
Por otra parte, se aumentó el gasto en vivienda con lo que el régimen
pudo sortear su peor momento político. Según Álvarez Vallejos (2012), Pinochet
se autoproclamó el “General de los pobres” y supo ganar beneficios políticos
del asistencialismo, utilizando como propaganda la entrega de “soluciones
habitacionales” a los más necesitados, para mostrar la vocación social de su
gobierno. Hacia 1985, con el estado de sitio, las protestas habían disminuido,
pero la violencia continuó expresándose a través de la delincuencia.
Resulta necesario complejizar las tesis que sostienen que las últimas
dictaduras del Cono Sur tuvieron como único propósito despolitizar, desmovilizar
y excluir política y económicamente a los sectores populares, a través
de la represión y el control. Todo régimen autoritario enfrenta el desafío de la
reproducción de la legitimidad. Según los términos weberianos, la legitimidad
social guarda estrecha relación con la autoridad, lo que implica no solo la capacidad
de imponer la voluntad mediante el uso de la fuerza, sino la obtención
de cierto consenso (Weber, 2002, pp. 170-199). Inicialmente, tanto la “Revolución
Argentina” como la dictadura chilena lograron un amplio conjunto de
adhesiones provenientes de diferentes sectores sociales. Sin embargo, la represión
y censura fueron erosionando esa legitimidad inicial. Hemos visto que
ambas dictaduras buscaron una transformación profunda del país, que no era
posible de obtener exclusivamente mediante el uso del terror, porque requería
resocializar a una parte de la población bajo nuevos parámetros de creencias y
valores. Solo ello impediría el resurgimiento de las anteriores lógicas políticas
y sentaría las bases de una “nueva” sociedad. En ambos países, la insistencia
en la “participación” demuestra que ambos regímenes buscaron obtener
consenso y formas de legitimarse frente a los sectores populares y marginales,
concebidos como “caldo de cultivo” para la subversión. Para evitar que fueran
cooptados por prácticas demagógicas y electoralistas, se buscó reeducarlos y
resocializarlos a través de valores como la solidaridad, el cooperativismo y la
mejora de sus habilidades como consumidores.
Los generales Onganía y Pinochet insistieron en la “vocación social” de
sus gobiernos. En ese sentido, promovieron la “participación social” porque
creían que era un instrumento para fortalecer la “verdadera” democracia desde
las bases. Dicha redefinición implicó que el tránsito hacia la nueva democracia
no descansara en los partidos políticos como intermediarios entre la sociedad civil y el Estado, sino en las “fuerzas vivas” de la comunidad. Esto determinó
una división dicotómica entre el poder político y el poder social. Así se promovieron
la creación de los CODECOS y los Consejos de la Comunidad en Chile,
y las Sociedades de Fomento y las Juntas de Vecinos en la “Revolución Argentina”.
Ambas dictaduras postularon a la “comunidad” como el sujeto destinatario
de las intervenciones del Estado y apostaron a fortalecer el ámbito local. El
principio de subsidiariedad del Estado, la descentralización, la regionalización,
la municipalización y la autoorganización (por ejemplo a través del cooperativismo),
apuntaron a crear un nuevo orden centrado en los municipios. La
pertenencia de los sujetos a espacios acotados (municipios, regiones) los habilitaría
a opinar sobre qué obras y servicios se necesitaban: su financiación y
su realización ya no dependían exclusivamente de la voluntad del Estado sino
del esfuerzo comunitario. Ese proceso de municipalización resultó clave, ya
que debilitó el poder de los partidos tradicionales y facilitó la re-politización
controlada y selectiva de los sectores populares chilenos.
El plan comunitarista de la SEPAC fue el resultado de la mixtura entre
el corporativismo de cuño católico y el credo desarrollista. Ello se expresó en un intento de organizar a los sectores populares a través del fomentismo
y la creación de asociaciones vecinales y consejos comunales. Esto tuvo un
propósito claramente definido: romper con el asistencialismo, terminar con la
“vagancia”, la demagogia y el paternalismo y motivar la participación para el
autodesarrollo. Para ello se planteó la enseñanza de los beneficios del mutualismo
y del cooperativismo desde los primeros años de la educación inicial. En
Chile, pese a su alianza con los tecnócratas neoliberales, las Fuerzas Armadas
no abandonaron del todo su preocupación por la cuestión social, pues el combate
contra la pobreza era visto como un problema de seguridad nacional. Si
bien la Junta Militar consideró que tenía legitimidad de origen por haber “salvado”
a Chile del “cáncer marxista”, sostuvo que la “Reconstrucción Nacional”
requería del sacrificio de todos los chilenos. En ese sentido, la dictadura hizo
notables esfuerzos por sumar apoyos políticos provenientes no solo del movimiento
antiallendista, sino también de los trabajadores. Para eso se creó la
Secretaría Nacional de los Gremios, cuyos éxitos fueron limitados. Insistiendo
en su vocación social, el gobierno militar utilizó múltiples recursos institucionales,
como la Dirección de Organizaciones Civiles, para convencer a los
chilenos de la bondad de su régimen y lo mucho que se estaba haciendo por el
país y estimular la participación de las mujeres, los jóvenes y los niños en distintas
actividades organizadas por la Secretaría General de Gobierno. Pinochet
aspiró a convertir su política social en la máxima expresión de “justicia social”
y en el elemento central de su propaganda. Mediante las políticas sociales se buscó “ordenar” la pobreza con miras a mitigar -no erradicar- sus efectos, en un
contexto de pauperización y desempleo generado por el repliegue del Estado.
Para derrotar al marxismo en su base social y su presencia en la cultura
política popular, ambas dictaduras intentaron penetrar en la vida cotidiana de
los sectores populares: la dictadura chilena cosechó allí algunos éxitos, mientras
que la “Revolución Argentina” no lo consiguió. En parte, eso obedece al
despliegue territorial de instituciones y recursos que la dictadura chilena destinó
para acercarse al mundo popular a partir de una pluralidad de actividades
culturales, educativas, asistenciales y deportivas, desarrolladas en los Centros
de Madres y en las Secretarías Nacionales de la Mujer y de la Juventud. El
esquema autoritario de incorporación de la comunidad a través de entidades
de carácter participativo, como las Juntas de Vecinos y Centros de Madres “sin
política”, permitió despolitizar las demandas sociales, institucionalizar el asistencialismo
y darle vida al Estado subsidiario. En ese sentido, el municipio
adquirió un rol protagónico en la reproducción y estabilización del modelo
neoliberal, así como en la ejecución de programas destinados a “erradicar” la
pobreza -Programas de Empleo Mínimo y para Jefes de Hogar-.
En la búsqueda del consenso social, el gobierno militar trató de acercarse
al mundo popular, porque históricamente el municipio y las estructuras
comunitarias estuvieron asociados al centro político y a la izquierda. En ese
sentido, el régimen intentó resocializar a los sectores populares y reformular sus
formas de hacer política, lo que derivó en aquello que Valdivia Ortiz de Zárate
(2012) denominó la “alcaldización de la política”. Esto formó parte central de
un proceso de resocialización política que trascendió el período dictatorial.
Resulta pertinente señalar que en ambos casos existió una importante
brecha entre el plano discursivo y la práctica política. Así, aunque Onganía le
otorgaba especial importancia al fomento de la participación social, al ordenamiento
de la vida comunitaria y a la SEPAC, en la práctica el presupuesto
destinado a dicha Secretaría resultó escaso y buena parte de sus objetivos no
pasaron del nivel de proyectos. Los militares chilenos, desde 1974 proyectaron
un orden centrado en los municipios, sin embargo, los CODECOS, constituidos
sobre la base de las Juntas de Vecinos y los Centros de Madres, tuvieron limitada
participación en la planificación del desarrollo a nivel comunal.
En cuanto a los alcances de la política social, los de la “Revolución
Argentina” fueron limitados en comparación a la dictadura chilena. Por un
lado, recordemos que Onganía estableció una planificación organizada en tres
tiempos en el siguiente orden: el económico, el social y el político. Durante
su gestión, se abocó a organizar el “tiempo económico”, que apuntaba a la
modernización de estos sectores, y lo anunció como una etapa de crecimiento y sacrificio para los asalariados. Esto último limitó los recursos disponibles para
concretar buena parte de los proyectos de la SEPAC. Asimismo, las pujas entre
los elencos nacional-corporativistas del Ministerio de Bienestar Social y los
liberales-tecnocráticos de la cartera de Economía, obstaculizaron los ritmos de
implementación del “tiempo social”. Por el otro, la reestructuración del aparato
estatal, a partir de la creación del sistema de planeamiento del que dependían
los ministerios, y por ende la SEPAC, favoreció la concentración de los mecanismos
de decisión estatal en manos de Onganía, en una estructura piramidal.
De ese modo, la extrema centralización institucional junto a la compleja red
burocrática que se tejió desde el Departamento de Desarrollo de Comunidades
de la SEPAC hasta las municipalidades, dificultó la concreción y el control de
los proyectos comunitarios.
Por otra parte, si bien ambos regímenes preconizaron la descentralización
y la municipalización como claves de la modernización económica,
resultó un proceso “exitoso” en Chile, mientras que en Argentina ni siquiera
se completó. Los elencos liberales de la “Revolución Argentina” sostenían que
para superar el estancamiento económico, la “Revolución” debería favorecer
el rol subsidiario del Estado, promover la actividad privada, incentivar la participación
del capital extranjero y adoptar medidas antiinflacionarias de ajuste y
estabilidad macroeconómica, al igual que sugerían los Chicago Boys en Chile.
Sin embargo, mientras los argentinos veían en las políticas comunitaristas una
“amenaza” a la futura democracia, en Chile los gremialistas y las líneas internas
de las Fuerzas Armadas encontraban allí un elemento que fortalecería la “verdadera”
democracia a construir. Estas diferencias parecen haber jugado un rol
determinante a la hora de favorecer la municipalización. De todos modos, vale
la pena señalar que en Chile existía una organización institucional que apuntaba
a la centralidad del municipio y al desarrollo comunitario que venía de los
tiempos de la “Revolución en Libertad” y que el régimen apuntó a reordenar
y re-politizar. Las estructuras comunitarias previas a la dictadura favorecieron
el alcance de las políticas sociales chilenas centradas en el ámbito local. En
cambio, en la “Revolución Argentina” el fomentismo y el comunitarismo eran
fenómenos relativamente recientes.
Por último, para analizar los alcances y las limitaciones de las políticas
sociales y la descentralización, se debe tener en cuenta que la duración de
ambas dictaduras en el poder resultó un factor decisivo para su concreción. Al
mismo tiempo, es importante recordar que pese a los altos niveles represivos
y la censura desplegados por la dictadura chilena, ésta logró mayor consenso
social y ello se evidencia en su larga permanencia. En cambio, los militares argentinos
no lo consiguieron, aún cuando la “Revolución Argentina” fuera más “blanda” en términos represivos; esta situación da cuenta de la capacidad de
autoorganización de la sociedad civil y del enorme peso que los actores corporativos
tuvieron para quebrar el consenso inicial que sustentó al onganiato.
Notas
1 Universidad Nacional de General Sarmiento/Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Correo electrónico: ggomes@ungs.edu.ar.
2 La Ley Orgánica de Ministerios Nacionales -16956- de 1966 redujo los ministerios de ocho a cinco. Junto con ello se creó el Ministerio de Bienestar Social con sus respectivas Secretarías de Estado: de Promoción y Asistencia a la Comunidad, de Seguridad Social, de Salud Pública y de Vivienda (Rouquié, 1982, p. 268). Entre 1966 y 1970 se sucedieron cuatro ministros de Bienestar Social: Roberto Petracca (junio de 1966-enero 1967), Julio E. Álvarez (enero-marzo de 1967); Conrado Bauer (abril de 1967-junio 1969) y Carlos Consigli (junio de 1969-junio 1970). La SEPAC estuvo ocupada por Roberto Gorostiaga (1966-1967), Raúl Puigbó (1967-1969), Pedro J. Martínez Segovia (1969) y Santiago de Estrada (1969-1970). La Secretaría de Seguridad Social fue ocupada por Samuel Medrano. Santiago de Estrada se desempeñó como subsecretario de dicha Secretaría (1967-1970). La estructura orgánica de la SEPAC se dividió en dos direcciones generales: Promoción Comunitaria y Asistencia Comunitaria. De la primera dependían cinco departamentos, denominados Servicios Nacionales: de Desarrollo de Comunidades, de Cooperativas, de Deporte, Recreación y Turismo Social y de Asuntos Indígenas. La segunda comprendía los Servicios Nacionales: de la Minoridad, de la Familia y la Mujer, de Asistencia Social, de Mutualidades y Obras Sociales (Gomes, 2014, p. 115).
3 Sobre el gobierno de Arturo Illia y la campaña golpista, véanse Portantiero (1977); Lewis (2001); O´Donnell (2009); Mazzei (1997, 2012).
4 Acuerdo adoptado por la Honorable Cámara de Diputados dirigido al S.E el Presidente de la República, 23 de agosto de 1973. Ver Consejo General del Colegio de Abogados de Chile (1980, pp. 143-148.).
5 Entre las principales organizaciones que participaron de los paros gremiales que desestabilizaron al gobierno de Allende, se encuentra la Confederación de Trabajadores del Cobre, que aunque en el pasado estuvo vinculada a tradiciones de izquierda, se unió a la derecha en 1972; la Asociación de Empleados Fiscales y la Confederación de Empleados Particulares de Chile. Entre los sectores que manifestaron públicamente su adhesión al gobierno militar, una vez caído Allende, se destacan: la Confederación Única de Trabajo presidida por el dirigente de los camioneros León Vilarín, el Comando de Trabajadores de la Empresa Nacional del Petróleo, la Confederación de Profesionales de Chile liderada por Julio Bazán, sectores demócratas cristianos que formaban parte de la Central Única de Trabajadores de Chile, sectores empresariales integrantes del Poder Gremial, industriales metalúrgicos, la Sociedad Nacional de Agricultura, la Asociación Nacional de Chacareros, entre otros (Álvarez Vallejos, 2010, pp. 328-331).
6 Sobre el clima de radicalización política hacia la derecha propiciado por los medios hegemónicos de comunicación en Argentina y Chile, véanse Ruiz (1983,1992); Mazzei (1994, 1997); Correa Sutil (2005); Valdivia Ortiz de Zárate (2008); Franco (2012).
7 Junto con ellos estaban los generales del aire Nicanor Díaz Estrada, Francisco Herrera Latoja, los almirantes Patricio Carvajal e Ismael Huerta y oficiales como Javier Palacios, Sergio Arellano Stark, Ernesto Baeza y el general de brigada Sergio Nuño. Ellos preconizaban el “proyecto social” que se materializó posteriormente en el Estatuto Social de la Empresa, el anteproyecto del Código de Trabajo y el Estatuto de Capacitación y Empleo.
8 Discurso pronunciado por Juan Carlos Onganía en la clausura de la I Reunión Nacional de Promoción y Asistencia de la Comunidad, 31 de marzo de 1967, p. 52. Ministerio de Bienestar Social, Secretaría de Promoción y Asistencia a la Comunidad, Buenos Aires.
9 De Ímaz se afilió al Partido Demócrata Cristiano (DC) a fines de octubre de 1964 tras el triunfo de Eduardo Frei en Chile. Viajó varias veces a Santiago para conocer los proyectos de reforma agraria y la experiencia de la Consejería Nacional de Promoción Popular. Allí se contactó con dirigentes de la DC y se reunió varias veces con Jacques Chonchol. Según su testimonio, la Directiva de Participación estuvo inspirada en la experiencia de desarrollo comunitario chileno y en la Francia del general De Gaulle (De Ímaz, 1977).
10 En 1969 el Servicio Nacional de Asuntos Indígenas se convirtió en el Departamento de Asuntos Indígenas, dependiente de la misma Secretaría. En 1970 pasó a depender de la Dirección General de Protección Comunitaria.
11 Boletín Oficial de la República Argentina. 21 de junio de 1968, nº 21.461, p. 9. Archivo del Centro de Documentación e Información, Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, Buenos Aires.
12 La SEPAC impulsó un convenio para la creación de un sistema de desarrollo comunitario con el gobernador de Santiago del Estero, el general de Brigada (R) Carlos Alberto Uriondo y otro similar con el mandatario salteño, general (R) Héctor D´Andrea. En San Luis, el gobernador socialcristiano Luis Garzo reunió un congreso de municipios que reformó la ley comunal de la provincia para otorgar a cada intendencia mayor autonomía y posibilidades de pactar con sus vecinas la realización de programas comunes. En Santa Fe, Eladio Vásquez inauguró un cónclave similar en el que se creó un Plan de Acción Comunal destinado a emprender una serie de obras de impacto directo en las comunidades, como la construcción de edificios públicos y la pavimentación (Gomes, 2013, p. 90).
13 Conferencia de prensa de Francisco Imaz, abril de 1968, p. 27. La participación social en el proceso de desarrollo de la comunidad. Ministerio de Bienestar Social. Archivo del Centro de Documentación e Información, Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, Buenos Aires.
14 Ministerio de Bienestar Social, Intendencias de la Provincia de Buenos Aires. Criterios de normalización en materia de planeamiento del desarrollo de la comunidad (1968), La Plata.
15 Ministerio de Bienestar Social, Secretaría de Estado de Promoción y Asistencia a la Comunidad. Digesto de Promoción y Asistencia de la Comunidad (1969), Buenos Aires.
16 Véase el artículo de Herrán Avila en este mismo dossier.
17 Revista Primera Plana. (1967), nº 210, p. 18. Hemeroteca, Biblioteca Nacional (HBN), Buenos Aires. Pollola se hallaba vinculado a los “planes comunitarios” del gobierno a través de su amigo Ángel Iribarne, funcionario de la SEPAC.
18 Revista Primera Plana. (1967), nº 256, pp. 15-16. HBN, Buenos Aires.
19 Las políticas comunitaristas de Caballero fueron ampliamente criticadas por favorecer la conformación de corporaciones fascistas, entre los principales opositores a su gestión se destacan funcionarios cordobeses como Jorge Orgaz y Adelmo Montenegro, el filósofo y jurista Mario Luque, la Confederación General del Trabajo vandorista y Raimundo Ongaro. Revista Primera Plana. (1968), nº 295, pp. 13-14. HBN, Buenos Aires.
20 Revista Primera Plana. (1967), nº 256, pp. 18-19. HBN, Buenos Aires.
21 Revista Primera Plana. (1968), nº 323, pp. 80-83 y (1969), nº 320, pp. 8-10. HBN, Buenos Aires.
22 La Secretaría de Gobierno obtuvo el rango de Ministerio con el Decreto-ley 1385 del 22 de marzo de 1976. A partir de ese momento adquirió nuevas competencias y mayores recursos económicos que los que poseía en la etapa democrática.
23 Mensaje presidencial de Augusto Pinochet Ugarte, 11 de septiembre de 1976, p. 89. Biblioteca Nacional de Chile (BNCH), Santiago.
24 La actividad de confección de ropas se orientó a un nivel industrial que montó CEMA Chile con una donación de maquinarias por parte del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia -UNICEF-. Las socias podían trabajar para colaborar con los ingresos del hogar. Revista Qué Pasa. (1973), nº 127. Hemeroteca, BNCH, Santiago.
25 Discurso del Presidente de la Junta de Gobierno Augusto Pinochet Ugarte. Mensaje a la mujer chilena. Acto organizado por la Secretaría Nacional de la Mujer. 24 de abril de 1974, p. 10. BNCH, Santiago.
26 Revista Qué Pasa. (1974), nº 151, p. 16. Hemeroteca, BNCH, Santiago.
27 Revista Qué Pasa. (1973), nº 134. Hemeroteca, BNCH, Santiago.
28 Secretaría Nacional de la Mujer. Programa de educación al consumidor (1982), BNCH, Santiago.
29 Secretaría Nacional de la Mujer. Cartilla Doña Juanita. Los remedios más económicos (1974). Secretos caseros de Doña Juanita (1974); Recetas de verdura (1975); Huertas caseras (1975). Derechos del niño (1980); Accidentes en el hogar (1977); Programa de Educación familiar (1980); La Asignación familiar y sus beneficios (1980); Valores patrios y valores familiares (1982). BNCH, Santiago.
30 Secretaría Nacional de la Mujer. Manual del método psico-social para la enseñanza de adultos (1976). BNCH, Santiago.
31 Jaime Guzmán fue el principal asesor y consejero de la Junta Militar, participó en la Comisión de Estudios de la Constitución Política de 1980 y en la Comisión de Estudios de Leyes Orgánicas Constitucionales que le brindaron sustento jurídico a la dictadura. Su actividad política empezó en la Universidad Católica (UC) como estudiante de derecho. Allí ejerció como profesor de Derecho Constitucional y creó el Movimiento Gremialista que llegó a controlar los principales centros de alumnos de la UC y la Federación de Estudiantes que habían estado en manos de los demócratas cristianos. Se desempeñó como miembro del consejo editorial de las revistas Qué Pasa, Ercilla y Realidad, columnista de los diarios El Mercurio, La Tercera, La Segunda y miembro del Directorio de la Corporación de Televisión de la Universidad Católica. Posteriormente, en 1983 formó un nuevo partido político de derecha, la Unión Democrática Independiente al que se sumaron varios de los miembros del gremialismo.La formación intelectual de Jaime Guzmán se basó en tres referentes del corporativismo católico, el sacerdote Osvaldo Lira, Julio Philippi y Jaime Eyzaguirre. Partidario del conservadurismo, fue crítico de la democracia liberal, opositor al Partido DC y miembro de Tradición, Familia y Propiedad. Inicialmente asumió un pensamiento corporativista conservador, vinculado al integrismo español y a Carl Schmitt. A principios de los setenta, Guzmán, influenciado por Von Hayek, manifestó una concepción restringida de la democracia, concebida como un método de carácter instrumental para generar la representación política, contemplando el sufragio universal y aceptó una lógica liberal basada en el principio de subsidiariedad del Estado, ideas que quedarían plasmadas en la Constitución de 1980 (Cristi, 2000, pp. 7-21 y 161-175).
32 Revista Qué Pasa. (1973), nº 133. Hemeroteca, BNCH, Santiago.
33 Discurso presidencial de Augusto Pinochet Ugarte. A seis meses de la Liberación Nacional. 13 de marzo de 1974. Ver República de Chile (1974).
34 Revista Qué Pasa. (1974), nº 159. Hemeroteca, BNCH, Santiago.
35 Mensaje presidencial de Augusto Pinochet Ugarte. 11 de septiembre de 1976. p. 12. BNCH, Santiago.
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Fecha de recepción de originales: 01/08/2014.
Fecha de aceptación para publicación: 28/11/2014.