RESEÑAS
Gabriel Carrizo1
El libro de Natalia Milanesio trata acerca de cómo el peronismo, a diferencia
de gobiernos precedentes, intervino en la esfera del consumo popular y,
de ese modo, contribuyó a consolidar el mercado de consumo moderno en la
Argentina. Esta novedosa intervención del Estado peronista se hizo en el marco
de la ampliación del derecho al bienestar, colocándolo como un ejemplo
concreto de la justicia social y de los efectos democratizadores de sus políticas
salariales.
El capítulo 1 analiza las condiciones estructurales que generó el peronismo
para asegurar la creciente accesibilidad de bienes de consumo de los
trabajadores, demostrando que este proceso no dependió solamente de aumentos
salariales y de precios fijos. El mismo se favoreció, en primer lugar, del
triunfo de la visión nacionalista e industrialista que proponía el Grupo de Oficiales
Unidos –GOU– (por sobre el denominado “Plan Pinedo” que promovía
una reactivación económica basada en las industrias “naturales”), sustentado
en un plan de crecimiento apoyado en la industrialización orientada al mercado
interno y en el aumento del poder de consumo de los sectores trabajadores.
En segundo lugar, a partir de la extensión de una nueva forma de entender
el derecho del consumidor a acceder a productos confiables e información
honesta sobre éstos. En el rubro alimentos, por ejemplo, esto implicó la activa
participación del Estado en el control tanto de la producción como de su
venta, suministrándole al consumidor información confiable acerca del peso,
valor nutricional y calidad de los mismos. De allí que articuló una extensa red
institucional que controló los productos desde la fábrica hasta el mercado y
creó nuevos organismos, tales como la Dirección Nacional de Alimentación o
la Policía Alimentaria.
El capítulo 2 está destinado al análisis de la publicidad y los desafíos que
le generó a dicha industria el surgimiento del consumidor obrero. En efecto, las
mejores condiciones de vida creadas por el peronismo suscitaron que el consumo
de la clase trabajadora sea objeto de estudio y blanco privilegiado de las
campañas educativas. Si antes del peronismo el bajo poder adquisitivo de los
salarios no permitía concebir a los trabajadores como consumidores significativos
(y por ende el bajo interés de los publicitarios en interpelarlos), la nueva
capacidad de compra alentó a los publicitarios a conocer a estos consumidores
con mayor detalle. Al mismo tiempo, la extensión a nivel nacional de las mejores
condiciones de vida, también ameritó conocer los gustos de los consumidores
del interior del país, identificar idiosincrasias a nivel local y expandir
de manera inédita la publicidad más allá de Buenos Aires. Por último, tanto los
publicitarios como el gobierno acordaron en que las mujeres de clase trabajadora
debían ser educadas como nuevas consumidoras, para transformarlas en
celosas guardianas de lealtad comercial en defensa del poder adquisitivo del
salario, convirtiendo al consumo en una actividad de contenido ético.
El capítulo 3 está dedicado a mostrar de qué manera la cultura comercial
se volvió popular a partir de las condiciones de consumo que el peronismo
generó en las clases trabajadoras. Con nuevas fórmulas puestas en práctica
para persuadir a los nuevos consumidores (entre las cuales el humor pasaría
a ser una estrategia novedosa de venta, y la publicidad en la vía pública experimentó un inédito desarrollo), los redactores publicitarios apelaron a tres
consignas para amoldarse a las necesidades de los trabajadores: el énfasis en
que los artefactos habían sido fabricados en el país, los bajos costos y planes
de financiación que los hacían accesibles y la durabilidad de los mismos. Pero
hubo un cambio más importante: si el trabajador fabril era ahora el protagonista
de la etapa de justicia social, los redactores publicitarios lo adoptaron
como el portavoz privilegiado de sus avisos y le otorgaron un rol protagónico
al reemplazar a personajes de clase media o alta. También apelaron a mujeres
trabajadoras reales, desplazando en los avisos a las mujeres de alta sociedad o
estrellas de cine y radio.
En el capítulo 4 se analiza la esfera del consumo como un ámbito de
conflicto por la distribución y apropiación de objetos y espacios, y de sus significados.
Las tensiones que se generaron en dicha esfera se debe, según Milanesio,
a que fue uno de los ámbitos que eligió el gobierno para exhibir la
democratización de los bienes y del disfrute del tiempo libre. Además, en este
apartado se examina de qué manera afectó a los sectores medios y altos la
nueva visibilidad que adquirieron los trabajadores en la esfera del consumo,
a partir del acceso a determinados bienes y espacios antes vedados. La autora
muestra que fundamentalmente fue un sentimiento de pérdida lo que invadió a dichos sectores: del monopolio físico y simbólico de las prácticas de consumo,
del trato deferencial y atento que anteriormente le destinaba la clase
trabajadora, del acceso exclusivo a determinados espacios considerados hasta
ese momento como socialmente homogéneos, y de un orden social en el que
los sectores de menores ingresos solo se cruzaba con las clases media y alta
para servirlas. De allí que culpabilizó al gobierno de la pérdida de un símbolo
tradicional de prestigio que los había distinguido, y por haber provocado una
“confusión entre clases”. También no dudaron en catalogar de “irracional”,
“desmedido”, “insaciable” y “superficial” a las prácticas de consumo efectuadas
por los trabajadores, calificaciones condensadas en la cita que extrae la
autora de una entrevista para titular el capítulo: “¿cómo un basurero va a estar
a nuestra altura?”.
En el capítulo 5 la investigadora muestra de qué manera la participación
en un mercado de consumo en expansión creó nuevos estereotipos culturales,
que desafiaron los roles de género tradicionales. Las mujeres solteras, que a
partir de las mejores condiciones laborales pudieron disfrutar de nuevos derechos
como trabajadoras y consumidoras, estuvieron poco interesadas en contraer
matrimonio, contradiciendo la idea extendida de que la vida marital era la única fuente de felicidad. Esta concepción no solamente desafió al catolicismo
(que se oponía férreamente a la participación de la mujer en el mercado de
trabajo sin importar su estado civil) sino también al propio peronismo, porque
entendía que las mujeres pertenecían por naturaleza al ámbito doméstico y
debían anteponer los intereses de la familia a los suyos.
En el capítulo 6, a partir de los estudios de la memoria, se estudia al consumo
como una arena de creación de representaciones y de construcción del
sujeto. La autora reconoce tres “estilos mnemotécnicos” en los entrevistados,
a partir de los cuales organizaron los recuerdos del pasado. Allí se muestra,
como una de las estrategias al momento de elaborar los guiones culturales
por parte de los entrevistados, el cambio en la narrativa de un plano a otro.
Es decir, si bien los entrevistados no rechazaron la versión idílica del peronismo,
nunca dejaron de posicionarse como agentes de cambio. En términos
concretos, si bien reconocieron que hubo mejores condiciones de acceso a los
bienes durante el peronismo, no dejaron de resaltar el esfuerzo propio para
obtenerlos. Otra conclusión que señala Milanesio en esta sección es que los
trabajadores a partir del consumo reafirmaron su propia identidad de clase, lo
cual desestima la hipótesis que determinaba que a partir de dicho acceso la
finalidad era la imitación de conductas de la clase media.
El libro muestra muy bien el carácter inédito de la incorporación de
los trabajadores a la esfera del consumo: no solamente por la masividad de
dicha inclusión sino por la capacidad de disfrute que pasarían a experimentar
amplios sectores sociales. Por ello, bien vale retomar la aclaración que expone
la autora en la introducción, esto es, que lo que se analiza es una historia del
consumo que coloca a los trabajadores en el centro de la interpretación, en
vez de una historia del trabajo que examina prácticas de consumo. Este cambio
de enfoque permite comprender el impacto a nivel subjetivo que provocó el
peronismo en los sectores populares.
Por último, Milanesio califica de “curioso” el silencio que ha mantenido
la historiografía argentina en torno a esta temática, ignorando que el trabajador
es también un consumidor. Es probable que la razón de esto lo constituya que
un sector de la misma haya asumido que el consumo implica una racionalidad
que el trabajador no tendría.
Notas
1 Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco/Universidad Nacional de la Patagonia Austral/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Correo electrónico: gabo.carrizo@gmail.com.