Quinto Sol, vol. 29, nº 1, enero-abril 2025, ISSN 1851-2879, pp. 1-4

http://dx.doi.org/10.19137/qs.v29i1.8717


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Reseñas

María Esperanza Casullo y Harry Brown Araúz (Coord.) El populismo en América Central: la pieza que falta para comprender un fenómeno global. Siglo XXI, 2023, 288 páginas

Alan Marcelo Henríquez Chávez

Department of History. Princeton University

Estados Unidos

Correo electrónico: ah1122@princeton.edu

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8652-3694

En el año 2013 un político nuevo, desconocido para muchos, ofreció una charla a jóvenes estudiantes de la Universidad de El Salvador, con lenguaje sencillo y casual abordó el tema de los “paradigmas” relacionados a la base de los problemas del país. Señaló que su favorito era el del populismo y les preguntó a los presentes “¿alguien quiere un presidente populista?, ¿nadie? Yo sí. Nos han vendido que el populismo es malo”, continuó, y agregó que las únicas opciones a esto eran el elitismo y el individualismo, por lo tanto, él se quedaba con el populismo.  Ese político desconocido era Nayib Bukele y hacía referencias a fórmulas cerradas y respuestas sencillas para problemas complejos. Así, Bukele eventualmente convenció a la joven audiencia de ese día de las bondades del populismo para buena parte del país. Sin embargo, pocos años después lo sumiría en un régimen autoritario.

Desde entonces, Bukele se ha incorporado a una nueva ola de populismos latinoamericanos que germinan sobre los restos de la casi extinta credibilidad en los partidos ubicados en el binomio izquierda-derecha. Las particularidades geopolíticas, culturales, económicas y sociales de la región han sido el contexto que facilitó las experiencias que desafían las definiciones tradicionales del populismo y del autoritarismo.

El libro coordinado por María Esperanza Casullo y Harry Brown Araúz se enfoca en el fenómeno en América Central y analiza precisamente los elementos históricos constituyentes de esos contextos y las posibilidades de ampliar teóricamente las definiciones de populismo. El volumen reúne nueve capítulos dedicados al historial de liderazgos populistas en Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala, dos excursus en el Caribe –Cuba y República Dominicana– y la pertinencia del concepto en los liderazgos políticos contemporáneos.

En la introducción, los coordinadores ofrecen una sólida argumentación sobre la necesidad de un análisis del populismo en Centroamérica, así como un balance teórico en el cual explican cinco enfoques para entenderlo y estudiarlo. Los autores parten de las premisas de que no hay una definición normativa de populismo y que estas expresiones latinoamericanas no son un fenómeno único, aunque sí se caracterizan por no tener a los partidos políticos como vehículo prioritario, y por la definición de pueblo que presentan como elemento movilizador.

Son quince autoras y autores quienes presentan balances de procesos y liderazgos recientes. Entre los hallazgos y propuestas se pueden destacar los de Brown y Nevache sobre Panamá (capítulo 1), quienes explican que el general Omar Torrijos es un caso especial, en tanto que el líder populista nunca ejerció la presidencia de su país, pero tampoco dejó el mando de las fuerzas armadas panameñas hasta su muerte en 1981. Por otra parte, la situación particular de Panamá como país con un enclave canalero controlado por Estados Unidos en aquel momento, complejiza la construcción de narrativas populistas.

Honduras (capítulo 4) se perfila como otro caso excepcional, marcado por el reordenamiento de fuerzas políticas causado por el golpe a Manuel Zelaya en 2009, quien retomó la dirección del país después de la elección de Xiomara Castro de Zelaya como presidenta e impulsó un “populismo refundador” de acuerdo con los autores Vásquez y Brunet-Bélanger. Sin embargo, en la práctica, los Zelaya-Castro establecieron un pacto de impunidad que benefició a sus colaboradores y conformaron “un nuevo poder dinástico que repite los esquemas tradicionales de compadrazgo, los mecanismos de corrupción y de concentración de poderes” (p. 143).

Quizás los dos casos en los cuales el balance histórico, la caracterización de las trayectorias y el comportamiento de los liderazgos políticos recientes ofrecen más que las conclusiones que se pueden derivar de ellas, son los de Nicaragua (capítulo 3), presentado por Buben y Kouba, y Costa Rica (capítulo 2), examinado por Cascante y Muñoz. En el primer caso, el análisis de la trayectoria política de Nicaragua, a partir del ascenso y la deriva autoritaria de Daniel Ortega, nos lleva a una conclusión un tanto anticlimática respecto al orteguismo: la etiqueta de “populismo de izquierda” no funciona, porque ni es populismo ni es de izquierda.

Costa Rica, por su parte, al igual que otros países de la región, ha pasado por un proceso de ruptura de su sistema de partidos dominado por un binomio de izquierda-derecha moderadas hasta principios del presente siglo. Esta ruptura dio lugar a expresiones recientes de populismos de derecha con tendencias religiosas que perfilaron como nuevos enemigos a la población en el sistema penitenciario, a las disidencias sexuales y a los movimientos pro derechos sexuales y reproductivos.

En el capítulo 5, desarrollado por Aguilar, Rodríguez y Santos, se hace un recuento similar sobre el proceso de desgaste de los partidos tradicionales en El Salvador, que dio pie al ascenso de la carrera política de Nayib Bukele desde una narrativa populista que capitalizó el descontento de la población con el bipartidismo. Este recuento permite entender cómo la partidocracia, que se consolidó durante los veinte años de gobiernos de derecha de Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y los diez de la ex guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), desgastó la credibilidad del sistema de partidos al establecer una democracia incompleta que convirtió la alternancia en el poder en un ejercicio de disputas entre élites.

De acuerdo con los autores, Bukele tiene la particularidad entre los populistas de la región de “pegar hacia arriba”, es decir, no solo perfilar a las pandillas como enemigos del pueblo sino también a las élites políticas que permitieron y participaron en sus múltiples afrontas a la sociedad salvadoreña.

En el caso de Guatemala (capítulo 6), del Cid y Padilla afirman que el sistema de partidos nunca ha terminado de consolidarse, lo cual abre las puertas a nuevos populismos influenciados por actores como las iglesias evangélicas y el crimen organizado. Esta influencia se manifiesta en el perfilamiento de la “cultura de la muerte”, un significante vacío manifiesto en la violencia física y la ideología de género como el principal enemigo que amenaza a los “buenos ciudadanos” defensores de “la vida” y “la familia”.

Los casos excursus de República Dominicana (capítulo 7), escrito por Marsteintredet, y de Cuba (capítulo 8), de Colalongo, ofrecen un contrapunto interesante a los países centroamericanos. En República Dominicana, la escasa industrialización que experimentó el país no ha generado las condiciones necesarias para que surgieran movimientos populistas clásicos. Sin embargo, sí surgió algo muy cercano conceptualmente: el neopatrimonialismo, que comparte elementos clave con el populismo, como ser: “el personalismo, el enfoque en el líder y la relación vertical entre el líder y las masas”.

Finalmente, el estudio del liderazgo de Fidel Castro permite identificar múltiples rasgos populistas en sus discursos y entrevistas, pero su figura difícilmente puede reducirse a un populista derivado en dictador o a uno perpetuado en el poder por una élite. Para Colalongo, la continua validación y ratificación del poder de Castro a través de reuniones periódicas con el pueblo, mediante una Asamblea General Nacional, hace de ese liderazgo un caso valioso para la discusión respecto al populismo y su relación con la democracia y el autoritarismo.

El libro cierra con los resultados de una encuesta realizada en los países estudiados y algunas pautas para una agenda de investigación. De acuerdo con los autores y autoras, los rasgos más importantes del istmo son la tendencia a una baja intensidad de la noción de la necesidad de librarse de los responsables de causar un daño a la población (con la excepción de Honduras), la preferencia por los mitos populistas sobre la construcción de un mejor futuro, el perfilamiento de “los políticos” como los grandes traidores internos y la percepción de los enemigos externos como poco influyentes comparativamente.

La realización de un ejercicio colectivo como este presenta retos y limitaciones para el desarrollo y la profundidad de análisis de una región con las complejidades de Centroamérica. Uno de estos retos es cómo generar un libro que no se limite a dedicar un apartado a cada país, y que logre captar las sinergias y la interconectividad entre ellos. Por ejemplo, en algunos capítulos se sugieren, pero no se amplían, preguntas como: ¿es replicable el fenómeno Bukele en Honduras, Guatemala o Costa Rica? (países donde se sabe que hay proyectos para fundar partidos homólogos al partido Nuevas Ideas, el instituto político que abandera el “bukelismo”), y ¿cómo afectó –si acaso– el golpe de Estado de Honduras en 2009 al resto de países de la región?

También, hay poca referencia al populismo como fenómeno global y falta interconectividad en los trabajos a nivel regional. Tampoco se logra ofrecer al lector elementos de análisis que le permitan ubicar a Centroamérica y a los populistas centroamericanos como problema y objeto de estudio en un escenario global.

No obstante, El populismo en América Central es un libro necesario, pertinente y, como se mencionó anteriormente, consistente y bien integrado en su discusión y estructura. La agenda de investigación que se ofrece al cierre de la publicación convoca a futuros investigadores a considerar variables como las redes sociales, el evangelismo como fuerza electoral y las relaciones entre las élites locales y Estados Unidos. Estos factores marcan líneas claras para darle continuidad a la tarea de comprender un fenómeno que no dejará de ser importante en los años venideros.