RESEÑA

Paula Laguarda y Flavia Fiorucci (Eds.). Intelectuales, cultura y política en espacios regionales de Argentina (siglo XX). Rosario: Prohistoria-EdUNLPam, 2012, 223 páginas.

Andrés Bisso
IDIHCS/UNLP/CONICET

El libro editado por Paula Laguarda y Flavia Fiorucci, cuya función general -más allá del interés de los aportes puntuales de cada uno de los artículos que lo conforman-, parece residir en ofrecer un primer bálsamo al recurrente lamento acerca de la deflación de estudios de historia intelectual con respecto del espacio “interior” de nuestro país.
Una de las cosas más interesantes para un platense como el que hace esta reseña (y que vive como tensa identidad su propio encuadre problemático en la dicotomía centro-periferia, ante la que se percibe siempre difusamente), es que tanto la presentación de las editoras –que ponen en esas breves palabras iniciales lo medular del espíritu de la empresa que llevaron a cabo- como el muy eficaz prólogo de Ricardo Pasolini, evitan quedarse encerrados en cierto reclamo de enjundia federalista acerca de las “realidades ignoradas” del interior o de la importancia del rescate de los “intelectuales regionales condenados al olvido”, que llevaría a encallarlos en una certidumbre cuya evidencia –por otro lado- es tan palmaria, que dudaríamos que necesitase el indudable esfuerzo que requiere convocar expertos y realizar una publicación para demostrarla.
Situados por fuera de ese espíritu de alegato provincianista puntualizan –con referencias no sólo nacionales- la necesidad de interpelar la relación centro-periferia de una manera lo más lejanamente posible de su identificación a través de la segmentación en dos polos antagónicos e inevitablemente jerarquizados desigualmente. La circulación, interacción y reelaboración mismas de las ideas a través de los distintos ámbitos regionales y grupos intelectuales que pueden certificarse a través de cada uno de los estudios empíricos aquí presentados, previene cualquier imagen de verticalismo tajante y permite rastrear –sin desdeñar la existencia de desigualdades entre las regiones en relación a la circulación de capital (nunca tan esclarecedora la palabra) cultural- que la construcción de la imagen centro-periferia proviene de la dinámica de interacción producida por parte de diferentes y plurales ámbitos de emisión de sentido.
El libro divide en tres partes desiguales la cantidad de nueve artículos que lo conforman. Esquivaremos, sin embargo, ese anclaje para presentar los textos de manera sucesiva, en lo que consideramos que tienen en común: la fidelidad a la propuesta arriba presentada.
Ya desde el primer artículo, escrito por Soledad Martínez Zuccardi acerca de los primeros años de la Universidad de Tucumán, se logra ver la dinámica de ida y vuelta existente entre centro-periferia. En él, se muestra a dos tucumanos, Juan B. Terán y Ricardo Rojas, que aunque con muy diferentes grados de inserción local por un lado, y de participación y visibilidad en la vida intelectual porteña por el otro, logran recrear mancomunadamente un discurso de valoración de la universidad tucumana, al ubicarla como referente regional y al encomendarle una particular misión espiritual en el plano nacional, como salvaguarda de valores puestos en peligro ante el avance del cosmopolitismo.
Esa misma interconectividad se puede ver en el trabajo siguiente de Marisa Moroni, acerca de la percepción que desde la ciudad de Buenos Aires (en especial a través de dos revistas académicas porteñas dirigidas por Estanislao Zeballos, un rosarino) se podía dar sobre los territorios nacionales. A diferencia de la anterior comunidad de pares, expuesta por Martínez Zuccardi, lo que podemos ver aquí es la participación secundaria de los territorianos (como en el prototípico caso del pampeano Cristóbal Rollino en la Revista de Derecho, Historia y Letras), incluidos como forma de reforzamiento del discurso de Zeballos acerca del descuido del gobierno central sobre esas regiones de la república. Sin dejar de tener en cuenta esa cierta subalternidad, Moroni nos demuestra –de manera muy lúcida- cómo a partir del caso de Rollino puede verse el uso de la condición de residente (informado y notable) como forma política de presión y de acceso a los estratos de capital social y cultural superiores. Asimismo, Rollino le servía a Zeballos para demostrar que –a diferencia de lo que se suponía de la política centralizada y burocratizada-, el sí poseía acceso directo (a través de la consulta con sus pobladores más capaces) a la contemplación de la problemática territoriana.
Frente a estas dos dinámicas, el artículo de Ana Clarisa Agüero logra situarse en otra perspectiva diferente al analizar cómo, desde una periferia no del todo reconocida como tal por los propios notables locales (como Córdoba), se configuran las posibilidades y límites de su capacidad de dirección nacional. Para ello, estudia el período 1880-1920 transitado por la élite cordobesa, a través de dos de sus puntos más emblemáticos: la experiencia del fracaso de la presidencia de Juárez Celman y las derivas de la reforma universitaria.
El siguiente artículo, el de María Gabriela Quiñonez, también analiza la ubicación que se atribuyen las élites locales en el armado nacional y la desilusión que ellas (en este caso en especial, la correntina a través de la labor historiográfica) expresan por no encontrarse rankeadas a la altura de lo que consideran sus propios méritos. A diferencia de la élite cordobesa, autoprefigurada a regir los destinos del país, Quiñonez nos muestra en los notables correntinos más bien la sensación de haber quedado marginados de cualquier posibilidad de participación en el progreso social, económico y cultural que el desarrollo nacional le había reservado a sus hermanas pampeanas. Su respuesta simbólica ante esa marginación residirá en resaltar de modo especial el carácter de episodio nacional de algunos de los sucesos históricos ocurridos dentro de los confines provinciales.
Frente a este intento de los correntinos de imbricación con el pasado nacional; el texto siguiente de Claudia Salomón Tarquini y Paula Laguarda, pone el acento –a través de un recorrido descriptivista- en las estrategias de particularización provincial, encabezadas por las instituciones estatales de Cultura de La Pampa, en sus intentos por definir una pampeanidad artística y cultural, que a pesar de estar inspirada por cierta pretensión identitaria esencializadora, no podrá escabullirse a los embates de las sucesivas transformaciones políticas dadas a nivel nacional.
Posteriormente, dos trabajos, el de Flavia Fiorucci de manera más amplia y el de María de los Ángeles Lanzillotta (centrado específicamente en La Pampa), analizan la dinámica de las Escuelas Normales y los Colegios Nacionales en el interior, destacando su importancia en la vida cultural de las ciudades menos populosas (esas “periferias de las periferias” que señala una de las autoras). Realizando un indispensable trabajo de reconstrucción empírica (cuya importancia Fiorucci resalta en su contribución, ya desde el epígrafe de Darnton que la inicializa), las autoras logran demostrar los múltiples vínculos nacionales, provinciales y locales que circulan y se entremezclan en la realidad de esos espacios educativos y culturales, y que operan mucho más allá de su especificidad formativa o pedagógica.
Seguidamente, encontraremos en el interesante texto de Diego Escolar el más particular de los aportes, en tanto analiza la cuestión del repartimiento de prisioneros indígenas en Mendoza durante la “Campaña del Desierto”. Aunque con más dificultad que en el resto de los textos, podemos establecer cierta fidelidad a la idea agrupadora del volumen, a través de la reconstrucción que se ofrece de la trayectoria de Carlos Rusconi, un porteño trasplantado al ámbito académico mendocino, que por su nueva condición periférica al no formar más parte del centro (lo que nos recuerda algunos personajes de las novelas de Manuel Gálvez), puede indagar sobre ciertas áreas del conocimiento que parecían vedadas hasta entonces en el circuito académico local, permitiéndose reconocer desde los años de entreguerras, la viva presencia de una cultura indígena invisibilizada en la provincia de Mendoza.
Y, por último, en una misma línea de atención sobre trayectorias intelectuales individuales, Laura Ehrlich, recorriendo el camino inverso a Escolar, encuentra desde el pormenorizado análisis de la actividad de los provincianos Alejandro Olmos y Hernán Benítez, convertidos en referentes de dos emblemáticos diarios de la resistencia peronista producidos desde Buenos Aires, la manera en que desde ese espacio político “lo periférico se asoció a lo popular como marca de identidad intelectual” (p. 218). De esta manera, Ehrlich incorpora un factor más decididamente analítico a la importancia –ya señalada por otros autores como deuda historiográfica sólo parcialmente condonada- de la necesidad de analizar las filas intermedias de dicha corriente de pensamiento.
Al finalizar la lectura del libro, puede advertirse –a pesar de los saltos temáticos y cronológicos- el carácter fructífero de la pregunta presentada por las editoras, involucrada con la necesidad de complejizar nuestra percepción acerca de las relaciones posibles entre los centros y las periferias en la historia intelectual, rompiendo con ideas esencialistas acerca de esos polos que son, en todo caso, construcciones culturales e históricas, sometidas a constante transformación y de ninguna manera cristalizadas por siempre. Esta apuesta nos ha permitido repensar -sobre todo- el lugar de lo periférico, ya que si nos resultan comunes los verbos “descentrar” y “descentralizar”, hasta ahora el concepto de “desperiferizar” (que en un sentido amplio alienta una gran parte de los textos aquí invocados) no deja de ser, todavía hoy, un neologismo de uso restringido y específico de cierta literatura académica.