RESEÑA
Andrés Bisso
IDIHCS/UNLP/CONICET
El libro editado por Paula Laguarda y Flavia Fiorucci, cuya función general
-más allá del interés de los aportes puntuales de cada uno de los artículos
que lo conforman-, parece residir en ofrecer un primer bálsamo al recurrente
lamento acerca de la deflación de estudios de historia intelectual con respecto
del espacio “interior” de nuestro país.
Una de las cosas más interesantes para un platense como el que hace
esta reseña (y que vive como tensa identidad su propio encuadre problemático
en la dicotomía centro-periferia, ante la que se percibe siempre difusamente),
es que tanto la presentación de las editoras –que ponen en esas breves palabras
iniciales lo medular del espíritu de la empresa que llevaron a cabo- como el
muy eficaz prólogo de Ricardo Pasolini, evitan quedarse encerrados en cierto
reclamo de enjundia federalista acerca de las “realidades ignoradas” del interior
o de la importancia del rescate de los “intelectuales regionales condenados
al olvido”, que llevaría a encallarlos en una certidumbre cuya evidencia –por
otro lado- es tan palmaria, que dudaríamos que necesitase el indudable esfuerzo
que requiere convocar expertos y realizar una publicación para demostrarla.
Situados por fuera de ese espíritu de alegato provincianista puntualizan
–con referencias no sólo nacionales- la necesidad de interpelar la relación centro-periferia de una manera lo más lejanamente posible de su identificación
a través de la segmentación en dos polos antagónicos e inevitablemente jerarquizados
desigualmente. La circulación, interacción y reelaboración mismas
de las ideas a través de los distintos ámbitos regionales y grupos intelectuales
que pueden certificarse a través de cada uno de los estudios empíricos aquí
presentados, previene cualquier imagen de verticalismo tajante y permite rastrear
–sin desdeñar la existencia de desigualdades entre las regiones en relación
a la circulación de capital (nunca tan esclarecedora la palabra) cultural- que
la construcción de la imagen centro-periferia proviene de la dinámica de interacción
producida por parte de diferentes y plurales ámbitos de emisión de
sentido.
El libro divide en tres partes desiguales la cantidad de nueve artículos
que lo conforman. Esquivaremos, sin embargo, ese anclaje para presentar los
textos de manera sucesiva, en lo que consideramos que tienen en común: la
fidelidad a la propuesta arriba presentada.
Ya desde el primer artículo, escrito por Soledad Martínez Zuccardi acerca
de los primeros años de la Universidad de Tucumán, se logra ver la dinámica
de ida y vuelta existente entre centro-periferia. En él, se muestra a dos
tucumanos, Juan B. Terán y Ricardo Rojas, que aunque con muy diferentes
grados de inserción local por un lado, y de participación y visibilidad en la vida
intelectual porteña por el otro, logran recrear mancomunadamente un discurso
de valoración de la universidad tucumana, al ubicarla como referente regional
y al encomendarle una particular misión espiritual en el plano nacional, como
salvaguarda de valores puestos en peligro ante el avance del cosmopolitismo.
Esa misma interconectividad se puede ver en el trabajo siguiente de Marisa
Moroni, acerca de la percepción que desde la ciudad de Buenos Aires (en
especial a través de dos revistas académicas porteñas dirigidas por Estanislao
Zeballos, un rosarino) se podía dar sobre los territorios nacionales. A diferencia
de la anterior comunidad de pares, expuesta por Martínez Zuccardi, lo que
podemos ver aquí es la participación secundaria de los territorianos (como
en el prototípico caso del pampeano Cristóbal Rollino en la Revista de Derecho,
Historia y Letras), incluidos como forma de reforzamiento del discurso de
Zeballos acerca del descuido del gobierno central sobre esas regiones de la
república. Sin dejar de tener en cuenta esa cierta subalternidad, Moroni nos
demuestra –de manera muy lúcida- cómo a partir del caso de Rollino puede
verse el uso de la condición de residente (informado y notable) como forma
política de presión y de acceso a los estratos de capital social y cultural superiores.
Asimismo, Rollino le servía a Zeballos para demostrar que –a diferencia
de lo que se suponía de la política centralizada y burocratizada-, el sí poseía
acceso directo (a través de la consulta con sus pobladores más capaces) a la
contemplación de la problemática territoriana.
Frente a estas dos dinámicas, el artículo de Ana Clarisa Agüero logra
situarse en otra perspectiva diferente al analizar cómo, desde una periferia no
del todo reconocida como tal por los propios notables locales (como Córdoba),
se configuran las posibilidades y límites de su capacidad de dirección nacional.
Para ello, estudia el período 1880-1920 transitado por la élite cordobesa, a
través de dos de sus puntos más emblemáticos: la experiencia del fracaso de la
presidencia de Juárez Celman y las derivas de la reforma universitaria.
El siguiente artículo, el de María Gabriela Quiñonez, también analiza
la ubicación que se atribuyen las élites locales en el armado nacional y
la desilusión que ellas (en este caso en especial, la correntina a través de la
labor historiográfica) expresan por no encontrarse rankeadas a la altura de lo
que consideran sus propios méritos. A diferencia de la élite cordobesa, autoprefigurada
a regir los destinos del país, Quiñonez nos muestra en los notables correntinos más bien la sensación de haber quedado marginados de cualquier
posibilidad de participación en el progreso social, económico y cultural que
el desarrollo nacional le había reservado a sus hermanas pampeanas. Su respuesta
simbólica ante esa marginación residirá en resaltar de modo especial el
carácter de episodio nacional de algunos de los sucesos históricos ocurridos
dentro de los confines provinciales.
Frente a este intento de los correntinos de imbricación con el pasado nacional;
el texto siguiente de Claudia Salomón Tarquini y Paula Laguarda, pone
el acento –a través de un recorrido descriptivista- en las estrategias de particularización
provincial, encabezadas por las instituciones estatales de Cultura
de La Pampa, en sus intentos por definir una pampeanidad artística y cultural,
que a pesar de estar inspirada por cierta pretensión identitaria esencializadora,
no podrá escabullirse a los embates de las sucesivas transformaciones políticas
dadas a nivel nacional.
Posteriormente, dos trabajos, el de Flavia Fiorucci de manera más amplia
y el de María de los Ángeles Lanzillotta (centrado específicamente en La
Pampa), analizan la dinámica de las Escuelas Normales y los Colegios Nacionales
en el interior, destacando su importancia en la vida cultural de las
ciudades menos populosas (esas “periferias de las periferias” que señala una de
las autoras). Realizando un indispensable trabajo de reconstrucción empírica
(cuya importancia Fiorucci resalta en su contribución, ya desde el epígrafe de
Darnton que la inicializa), las autoras logran demostrar los múltiples vínculos
nacionales, provinciales y locales que circulan y se entremezclan en la realidad
de esos espacios educativos y culturales, y que operan mucho más allá de
su especificidad formativa o pedagógica.
Seguidamente, encontraremos en el interesante texto de Diego Escolar
el más particular de los aportes, en tanto analiza la cuestión del repartimiento
de prisioneros indígenas en Mendoza durante la “Campaña del Desierto”. Aunque
con más dificultad que en el resto de los textos, podemos establecer cierta
fidelidad a la idea agrupadora del volumen, a través de la reconstrucción que
se ofrece de la trayectoria de Carlos Rusconi, un porteño trasplantado al ámbito
académico mendocino, que por su nueva condición periférica al no formar
más parte del centro (lo que nos recuerda algunos personajes de las novelas
de Manuel Gálvez), puede indagar sobre ciertas áreas del conocimiento que
parecían vedadas hasta entonces en el circuito académico local, permitiéndose
reconocer desde los años de entreguerras, la viva presencia de una cultura
indígena invisibilizada en la provincia de Mendoza.
Y, por último, en una misma línea de atención sobre trayectorias intelectuales
individuales, Laura Ehrlich, recorriendo el camino inverso a Escolar,
encuentra desde el pormenorizado análisis de la actividad de los provincianos Alejandro Olmos y Hernán Benítez, convertidos en referentes de dos emblemáticos
diarios de la resistencia peronista producidos desde Buenos Aires, la
manera en que desde ese espacio político “lo periférico se asoció a lo popular
como marca de identidad intelectual” (p. 218). De esta manera, Ehrlich incorpora
un factor más decididamente analítico a la importancia –ya señalada por
otros autores como deuda historiográfica sólo parcialmente condonada- de la
necesidad de analizar las filas intermedias de dicha corriente de pensamiento.
Al finalizar la lectura del libro, puede advertirse –a pesar de los saltos
temáticos y cronológicos- el carácter fructífero de la pregunta presentada por
las editoras, involucrada con la necesidad de complejizar nuestra percepción
acerca de las relaciones posibles entre los centros y las periferias en la historia
intelectual, rompiendo con ideas esencialistas acerca de esos polos que son, en
todo caso, construcciones culturales e históricas, sometidas a constante transformación
y de ninguna manera cristalizadas por siempre. Esta apuesta nos ha
permitido repensar -sobre todo- el lugar de lo periférico, ya que si nos resultan
comunes los verbos “descentrar” y “descentralizar”, hasta ahora el concepto de “desperiferizar” (que en un sentido amplio alienta una gran parte de los textos
aquí invocados) no deja de ser, todavía hoy, un neologismo de uso restringido
y específico de cierta literatura académica.