Notas y comunicaciones
Nuevamente, “las ideas organizando mundos”
Mónica B. Gordillo
IDH-UNC/CONICET
Muchas veces se ha señalado que toda historia es historia contemporánea,
para subrayar la idea de que siempre surge de las preocupaciones del
presente. En el mismo sentido se podría afirmar que cualquier texto es no sólo
un palimpsesto donde se encuentran diferentes escrituras superpuestas, sino
también una obra abierta susceptible de sucesivas lecturas que llevan las marcas
de su tiempo. ¿Cuáles eran las preocupaciones de Terán a comienzo de los
'90 cuando apareció el libro y las nuestras cuando lo leímos por primera vez?
Sin duda avanzar en esas respuestas implicaría adentrarnos en las trayectorias
personales, en las de los propios campos académicos y en las constricciones y
demandas de esa época. No es esa la intención en esta breve reseña sino, más
bien, la de señalar algunos aportes pioneros para la comprensión de una etapa
que recién comenzaba a ser investigada sistemáticamente y, también, la de
acercar algunas reflexiones en torno a la lectura que hoy, a más de veinte años
de su edición, podemos hacer del libro para preguntarnos acerca de lo que él
sigue alumbrando y sobre la vigencia de sus señalamientos.
En efecto, si algo queda claro, y no sólo como enunciado sino demostrado
empíricamente a través de una minuciosa reconstrucción histórica, es el
peso de las ideologías en las disputas políticas, como conjuntos de ideas que
se apoderan de los hombres, y al hacerlo creer lo que creyeron los hicieron
ser lo que fueron (Terán, 1991: 13). Esto aparece referido a un conjunto de
intelectuales que conformaría la nueva izquierda y recortado en una etapa especialmente
densa desde el punto de vista de las oposiciones políticas, como
lo fue el período comprendido entre 1956-1966, en el marco de la destitución
de Perón, la proscripción del peronismo, la Revolución Cubana, la Guerra Fría
y un nuevo golpe militar con pretensiones hegemónicas. Sin embargo, más allá
de ese recorte, el libro permite reflexionar acerca de la existencia de épocas
donde lo ideológico es más determinante que en otras en la construcción de
sentidos sobre lo público-político; pero también muestra, a partir de indicios
claros, los procesos de enmascaramiento de lo ideológico llevados a cabo -entre
otros- por empresas culturales que se posicionaban ya sea desde la figura
del intelectual profesional distante de la política -como Imago mundi y otras
producciones de los intelectuales liberales- o desde un profesionalismo modernizante
-como era el caso de Primera Plana-, donde lo político o las ideologías
aparecían como obstáculos para los cambios que se querían promover. Este es
un señalamiento importante para el análisis histórico que trasciende la etapa
estudiada, ya que advierte acerca de la necesidad de indagar esas estrategias
como parte de la lucha política, en especial en momentos donde la fuerza de
las ideas aparece desdibujada por la preeminencia de discursos provenientes
de otros campos de la realidad social -por ejemplo del económico- o teñidos
de una supuesta neutralidad.
Otra cuestión general que también se desprende del libro es el énfasis
puesto en la interacción social y política como base explicativa de los procesos
históricos y, en especial, de las transformaciones culturales y de la posición de
los intelectuales críticos en ellas. Es decir, si bien por momentos las ideas parecen
circular con independencia de los sujetos portadores, el autor se niega a
considerar su desarrollo de manera autónoma, siguiendo un sentido trágico ya
prefigurado o autocontenido. Por el contrario, serán el funcionamiento de los
regímenes políticos y las decisiones que éstos tomen los que incidirán marcadamente
en el recorrido de las mismas y, con ello, en los cambios culturales e
ideológicos. La atención prestada a las relaciones entre distintos actores y a los
cruces de recorridos, permite matizar el peso inexorable de los antecedentes en
los consecuentes y ponderar las diferentes alternativas contenidas en los primeros.
Esto es importante para sopesar también la incidencia de condicionantes
de otro tipo, materiales, estructurales, de posiciones de clase, entre otros.
Considerando específicamente sus aportes para el conocimiento de la
compleja etapa estudiada, el libro ofreció un mapa completo de los núcleos
temáticos y de los sitios desde donde fueron producidos los principales componentes
ideológicos que nutrieron la cultura política de los sesenta y la nueva
relación entre el trabajo intelectual y la política por parte del sector crítico de
izquierda, precisando la tensión permanente que debió afrontar entre el compromiso
con ella y su subordinación orgánica. Pero fue también una hoja de
ruta para reconstruir los itinerarios seguidos por los intelectuales críticos, desde
sus primeros años formativos buscando maestros y figuras de relevo, rompiendo
luego con ellos o reconociendo su ausencia, y la necesidad de encontrar
otros soportes en el afán de encauzar las contradicciones surgidas frente a la
cuestión peronista. En ese sentido fue también pionero en los estudios sobre el
antiperonismo como fenómeno cultural, ya que desde los núcleos temáticos en
disputa fue posible penetrar en la dinámica de esa democracia imposible. Por
eso el libro no fue estrictamente una historia de los intelectuales sino mucho
más que eso, sus señalamientos sirvieron como punto de partida para otros
estudios que permitieron mostrar cómo esas ideas trascendieron el campo intelectual
para nutrir culturas contestatarias, de resistencia, de confrontación, a
partir del interés deliberado de esos intelectuales por dirigirse a los sujetos que
consideraban debían encarnar las transformaciones sociales –el trabajador, la
clase obrera, el pueblo- como figuras incontaminadas frente a lo vivenciado
como una crisis de la hegemonía cultural de la burguesía.
De allí que resultó un aporte muy fecundo para analizar contextos locales
específicos, como el de Córdoba durante el período, donde fue posible
observar la fértil confluencia de ideas y sujetos comprometidos con la transformación
social así como el éxito de esa empresa en consolidar marcos movilizadores
y en construir una nueva hegemonía cultural basada en el movimiento
obrero. Alertó así sobre considerar cómo un conjunto de ideas se “apoderaron”
de otros sujetos, difuminándose fuera del campo intelectual. Por ejemplo, la
crítica a la democracia burguesa y al liberalismo en general, acompañada de
fuertes certezas y un creciente optimismo en la posibilidad de construir mundos
mejores, que reforzó el voluntarismo y a su vez el maniqueísmo en las intervenciones
teóricas; ideas que desde la universidad, el movimiento estudiantil, las
parroquias con curas obreros y sus principales sindicatos, parecieron hacia el
final de la década dar inicio a un nuevo tiempo.
El libro dio también pistas sugerentes para entender cómo lo que denomina “bloqueo tradicionalista”, fue creciendo desde distintas posiciones y
sectores para terminar no sólo cercenando el libre funcionamiento del campo
intelectual sino, lo más determinante, abriendo el camino para la pérdida de
autonomía de ese campo y para pasar a su subordinación política. Y nuevamente
Córdoba apareció como un microescenario donde observar claramente
ese proceso: la radicalización de las posiciones y el pasaje, en muchos casos,
del intelectual comprometido al orgánico, cuya tensión sin embargo ya
es señalada para el período previo entre algunos de los principales referentes
cordobeses analizados.
Ello lleva a preguntarnos por qué fue posible ese éxito en cuanto a la
incidencia social de esas ideas, e incluso, ese pasaje en la autoidentidad como
intelectual. Esa pregunta remite a otra cuestión señalada por el autor, a la de la
relación de ese grupo crítico con el “Príncipe”. El libro señala su débil inserción
en los espacios institucionalizados y en el Estado, indicando que crecieron
más bien como efecto de un cierto desorden, necesario para la creación
intelectual, que los tornó relativamente disponibles para comunicar su práctica
a la sociedad. Podría pensarse hasta qué punto esa situación intermedia entre la
institución y los márgenes hizo posible que, a pesar del bloqueo tradicionalista,
pudieran seguir circulando las ideas a través de una serie de resquicios que no
fueron cercenados, siendo posible sobre ese fondo la radicalización operada.
Esto diferencia -entre muchas otras cosas- la irrupción militar de 1966 de la
ocurrida diez años después cuando no sólo se produjo un bloqueo sino, esa
vez, un exterminio de las ideas y de sus portadores.
Hoy, a más de veinte años de la primera edición, la relectura del libro
desde un escenario muy diferente al de los '90, nos sirve para reinstalar cuestiones
que esos años sesenta priorizaban “la fecundidad de la crítica hacia
el poder, la apuesta por un mundo más justo, la solidaridad entre los seres
humanos […] la esperanza” (Terán, 1991: 191), para observar también cómo
fueron diluyéndose esas cuestiones en las décadas posteriores; en los '80 durante
la reconstrucción democrática cuando las ideologías tendieron sin éxito
a ser desdibujadas en aras de superar antagonismos del pasado y de una civilidad
potente que buscaba anular los conflictos; en los '90 cuando lo técnico y
lo pragmático debía imponerse sobre lo ideológico enmascarando con ello la
ideología del mercado. Sirve también para repensar el peso de las ideologías
en la sociedad de hoy, las ideas organizando mundos -como dice Terán- así como los propios procesos de enmascaramiento actuales y para reflexionar sobre
el funcionamiento del campo intelectual que, en muchos sentidos, parece
reeditar las viejas disputas ahora en torno a un populismo de nuevo signo que
vuelve a plantear la discusión en torno a la figura del intelectual y su relación
con la política y con el “Príncipe”.