http://dx.doi.org/10.19137/qs. v27i1.6661
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RESEÑAS
Jorge Cernadas y Laura Lenci (Coord.) Futuros en pugna. Protagonismos, dinámicas y sentidos durante el tercer gobierno peronista (1973-1976). FaHCE, Universidad Nacional de La Plata (Colección Pasados Presentes, 2), 2021, 546 páginas.
Tomás Viera
Universidad de Buenos Aires
Argentina
Correo electrónico: tomasvierauba@gmail.com
Fruto de discusiones e investigaciones llevadas a cabo por un grupo de docentes-investigadores de distintas universidades nacionales de Argentina, “Futuros en Pugna” se propone analizar una serie de actores que suelen quedar relegados a lugares secundarios cuando se evoca la dinámica política de los exaltados años que precedieron a la última dictadura militar. Por ese motivo, muchos de los estudios aquí reunidos se presentan como indagaciones “exploratorias”, cuya función es mapear las prácticas y sentidos que se entrecruzaron en esa coyuntura, recuperando la voz de los protagonistas e intentando reconstruir los futuros posibles que se desprendían de sus acciones. Tras ese objetivo convergen artículos compilados y redactados con la intención de evitar excluir al público no especializado de la discusión y que, a su vez, aspiran a intervenir en los debates académicos actuales. En particular, esta obra emerge del descontento contra aquellos relatos historiográficos que reducen bajo el tópico del “autoritarismo” y el “déficit democrático” a una heterogeneidad de prácticas y sujetos. En contraste, aquí se propone tratar la coyuntura 1973-1976 en términos de su propia lógica política, cuyas reglas de juego y concepciones de legitimidad no necesariamente coincidían con las de nuestra propia democracia representativa y consensual. De ahí que la apuesta metodológica del libro consista en analizar las fuentes respetando las peculiaridades de los discursos producidos por cada sujeto histórico, para así evitar la homogeneización de aquello que fue múltiple y la teleología de aquello que estuvo en disputa.
Estas pretensiones analíticas y políticas son explicitadas en la introducción y en un primer capítulo a cargo de Ana María Barletta, Ana Julia Ramírez y Laura Lenci que, a pesar de haber sido escritos en ocasión de los treinta años del retorno de la democracia representativa, prefieren recordar aquellas otras formas democráticas que el año 1973 prometía augurar. Luego, Ana María Barletta y Jorge Cernadas ofrecen un panorama general de los acontecimientos que serán trabajados a lo largo del libro, señalando los “desfasajes” entre los horizontes de expectativas de los distintos actores que intervinieron durante el tercer gobierno peronista y delineando la evolución de un “clima político” cada vez más enrarecido. Si ese clima había permitido que hasta entonces tanto la izquierda como la derecha reivindicaran la necesidad de una “revolución” para transformar las estructuras de la sociedad (tal como dan a entender las auto-tituladas “Revolución Libertadora” y “Revolución Argentina”), la victoria final del “Proceso de Reorganización Nacional” indicaba una voluntad de frenar esa aceleración de los cambios sociales
La siguiente sección de la obra intenta reconstruir de forma preliminar las trayectorias de dos actores poco estudiados en este período. En primer lugar, el Partido Comunista Argentino (PCA) es examinado por Jorge Cernadas a partir de sus declaraciones oficiales para analizar la sinuosa serie de posicionamientos que fue adoptando en función de los acontecimientos nacionales. Así, por ejemplo, el año 1976 halló al PCA en la curiosa situación de reivindicar tanto el proyecto derrotado del 73 como el golpe de Estado a Isabel, pues aún albergaba la esperanza de que de allí pudiera emerger un “gobierno cívico militar de amplia coalición democrática” capaz de restituir el vínculo perdido entre Estado y pueblo. Por su parte, Juan Luis Carnagui analiza el recorrido de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) desde sus modestos orígenes como un espacio de militancia juvenil de La Plata, hasta su integración plena en el aparato represivo paraestatal, desde donde se dedicaría a perseguir a la izquierda peronista. Más allá de sus filiaciones ideológicas, la irrupción de nuevos actores como la CNU en la escena nacional es entendida como un factor fundamental para explicar la emergencia de aquellas formas alternativas de “hacer política” que pusieron en discusión los límites de la democracia representativa durante el trienio 73-76.
En esta línea, la tercera sección del libro comienza analizando las tomas de edificios públicos en la ciudad de La Plata tras el triunfo presidencial de Héctor José Cámpora, que forzaron a debatir si este tipo de intervenciones descentralizadas podían ser consideradas como legítimas bajo el nuevo contexto nacional. Los ecos de los argumentos a favor y en contra son recogidos por Ana Julia Ramírez y María Lucía Abbattista, quienes rescatan no solo la originalidad de esas iniciativas, sino también la multiplicidad de opiniones al interior del Estado acerca de cómo encauzarlas por vías legales. El estudio de caso sobre la Universidad de La Plata realizado por Magdalena Lanteri y Talia Meschiany permite observar en mayor detalle qué significaban estos proyectos para sus protagonistas. Aquí, el intento de construir una universidad más inclusiva y menos aislada de la realidad nacional fracasó por los ataques violentos perpetrados por la CNU y las medidas “normalizadoras” de un gobierno cada vez más preocupado por revertir la politización de la juventud.
Aun así, para Horacio Bustingorry, esas políticas “antipopulares” que el tercer gobierno peronista terminaría adoptando no estaban inscriptas en su programa desde el comienzo, sino que merecen ser explicadas atendiendo al desarrollo de la coyuntura. Esta hipótesis es puesta a prueba al examinar qué tan progresiva fue la ley de Inversiones Extranjeras discutida y sancionada en 1973 en comparación con otros proyectos similares. Los argumentos que el autor desarrolla permiten repensar ese momento histórico como uno de encrucijada, donde la posibilidad de consagrar la revolución por vías institucionales no estaba de ningún modo condenada de antemano. Asimismo, Fernanda Tocho explora este proyecto perdido a través de las experiencias de militancia legal de algunos miembros de la Tendencia Revolucionaria. Para ello, propone pensar esta agrupación como un espacio heterogéneo, cuya identidad no se subsumía a la de Montoneros y cuyas estrategias revolucionarias no se limitaban a la lucha armada. Incluso, para ciertos sectores de la Tendencia acostumbrados al trabajo social territorializado, la participación en el Ministerio de Bienestar Social bonaerense se presentaba como un medio ideal para llevar su experiencia de militancia horizontal al ámbito estatal. Sin embargo, a esa “primavera camporista” del 73 le siguió el “verano caliente” del 74, momento en que, para justificar la persecución de sus rivales políticos, la derecha sindical construyó la tan duradera asociación narrativa entre izquierda y terrorismo, presentando a la Tendencia como un actor homogéneo que había desafiado soberbiamente la autoridad de Juan Domingo Perón. Contra esa visión canónica de los hechos, María Lucía Abbattista y Fernanda Tocho recuperan la diversidad de opiniones expresadas por distintos sectores de la Tendencia, que ya por entonces advertían que la ruptura del peronismo no había sido causada por los atentados de actores externos sino por la incompatibilidad de los proyectos políticos que convivían al interior del movimiento. En conjunto, estos estudios sugieren que, tan relevante como el espiral de violencia impuesto por la lucha armada y su represión, existió también una pugna de sentidos acerca de cómo debía ser la democracia, sin la cual no es posible explicar la aceleración del tiempo político durante el trienio 73-76.
Por último, el cuarto apartado de la obra es presidido por un estudio comparativo de Laura Lenci sobre los códigos normativos producidos por Montoneros en 1972 y 1975. Su objetivo es restituir también a los protagonistas de la lucha armada dentro de una “dimensión cultural de la política”, desde la cual sea posible recuperar las nociones de justicia que daban sentido a sus acciones. Como resultado, tras las prácticas revolucionarias de esta organización se revelan rupturas y similitudes respecto a las formas burguesas de hacer política. El ejercicio analítico emprendido por la autora no solo conduce a recomponer la agencialidad de esa juventud armada, frecuentemente acusada de “falta de política”, sino que también posibilita dimensionar el impacto que tuvo su empresa de construir al “hombre nuevo” sobre los procesos de subjetivación de otros sectores del campo revolucionario. Con este propósito, en su examen de las narrativas discursivas y visuales que rodearon a la creación de la Agrupación Evita –la rama femenina del peronismo promovida por Montoneros–, Alejandra Oberti sostiene que las integrantes de esta organización quedaban bajo la imagen de una versión estereotipada y subalterna del rol femenino que compatibilizaba la noción tradicional de la mujer-esposa con la imagen de militantes “jóvenes y bellas”. En el fondo, el objetivo que Montoneros perseguía al articular estas representaciones habría sido domesticar, más que estimular el ingreso de las mujeres a la esfera pública, lo cual explica la incomodidad de quienes debieron militar bajo esas condiciones. Esa incongruencia entre las identidades políticas disponibles y los procesos de politización que realmente experimentaron los actores populares es teorizada por Roberto Pittaluga a partir de los testimonios que dejaron los protagonistas del “Cordobazo”. Las interpretaciones que ellos dieron de los hechos son analizadas como parte del acontecimiento en sí mismo, en tanto sirvieron para dar un significado a sus acciones y ayudaron a los sujetos a reconocerse en ellas. Pero, a su vez, se señala que esos relatos omitieron una instancia de “des-subjetivación” presente en las prácticas horizontales que caracterizaron a esas jornadas, ya que allí los espacios sociales y partidarios preexistentes quedaron suspendidos por la emergencia de una subjetividad emancipatoria “nómade”, que entrañaba un modo diferente de relacionarse con la política.
Ese hallazgo por sí solo ya justificaría la apuesta del libro por revisitar este período, y hacerlo a través de una mirada fragmentaria atenta a las huellas de lo político. Al tratar cada subjetividad en sus propios términos, se logra escapar a la narrativa clásica que subsume toda la dinámica de la etapa bajo la lucha entre guerrilla y represión. De este modo, el enfoque adoptado en “Futuros en pugna” elude tanto la glorificación como la demonización de quienes tomaron las armas para defender su visión del futuro. Si tal disposición analítica tiene la ventaja de habilitarnos a reconstruir caminos olvidados, restituyendo los sentidos inmanentes a ciertas acciones relegadas y silenciadas por las narrativas hegemónicas, también existe el peligro de imprimir una sensibilidad actual por encima de las intenciones de aquellos sujetos subordinados a los que se busca dar voz. Se trata, en todo caso, de un movimiento metodológico necesario para repensar y complejizar un panorama que los relatos y memorias políticas han presentado de manera demasiado simplista en función de aquellas representaciones que terminaron cristalizándose tras la polarización y la violencia. Por lo tanto, tal vez el aporte más interesante de esta obra sea haber rescatado una dimensión “revolucionaria” de la política de los setentas que no dependía del nivel de violencia desplegado o de la ideología de los actores, sino de su potencial performativo para alimentar una forma de democracia muy distinta de aquella que terminaría instalándose tras la dictadura. La intención historiográfica de revigorizar los estudios políticos sobre los setentas converge de este modo con la aspiración de producir una obra relevante para el presente, la cual nos invita a pensar que otra forma de vivir la democracia fue y sigue siendo posible.