http://dx.doi.org/10.19137/qs.v26i1.6352

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DEBATES, ENSAYOS Y COMUNICACIONES

“Fue un ‘no basta’ de lo que venía siendo”. Una reflexión a 20 años del “Argentinazo” desde la óptica de la historiadora Mónica Gordillo  

Gabriel Gerbaldo

Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades.

Instituto de Humanidades/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas

Argentina

Correo electrónico: gabrielgerbaldo1@gmail.com

Juan Carlos Gerbaldo

Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades.

Instituto de Humanidades/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas

Argentina

Correo electrónico: gerbaldo.juan@gmail.com

Introducción

Diciembre del año 2001 fue testigo de una crisis política, económica, social e institucional sin precedentes en nuestra historia argentina. La revuelta popular, bajo el lema “¡Que se vayan todos!”, causó la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa, quien había sido electo por una coalición entre la Unión Cívica Radical –UCR– y el Frente País Solidario –FREPASO–. Ese suceso dio lugar a un período de inestabilidad política durante el cual cinco funcionarios ejercieron el Poder Ejecutivo Nacional en apenas unos días. El estallido de diciembre expresó la crisis de la matriz neoliberal sustentada en la convertibilidad financiera (Salvia, 2015). Al mismo tiempo, significó el comienzo de un nuevo modelo postconvertible de carácter “productor-exportador” que se conjugó con un modo de gestión gubernamental que revalorizó el rol del Estado (Varesi, 2016). En efecto, aquello que se definió como “la crisis del 2001” puede interpretarse como una intersección histórica, que representó tanto el agotamiento de una lógica económica y política que tendió a acentuar las diferencias sociales, como la emergencia de un proyecto anclado en una narrativa “nacional y popular”.

Lo notable de esa crisis estuvo en la diversidad de sus lecturas. Los primeros estudios, elaborados al calor de la coyuntura, focalizaron su mirada en el carácter novedoso y disruptivo que jugaron los distintos actores sociales que confluyeron en las jornadas de diciembre y manifestaron distintas modalidades de lucha. En este sentido, los denominados sectores medios, ahorristas, caceroleros,1 trabajadores desocupados y piqueteros, evidenciaron la emergencia de nuevas formas organizativas como también una modificación en el repertorio de la protesta que acompañó a sus demandas (Shuster y Pereyra, 2001; Svampa y Pereyra, 2003; Palomino, 2005). En una lectura similar, algunos autores indagaron aspectos que convinieron en llamar crisis de representación política, reflejada en el exponencial crecimiento del “voto bronca” (Torre, 2003; Pousadela, 2004). Luego, con el paso de los años, las investigaciones tendieron a observar los factores causales así como la forma en que su legado acompañó la recuperación económica y política posterior. En esta línea se hallan los libros compilados por Sebastián Pereyra, Gabriel Vommaro y Germán Pérez (2013); Alfredo Pucciarelli y Ana Castellani (2014; 2017); Cara Levey, Daniel Ozarow y Christopher Wylde (2014).

Lo particular de estos estudios radica en que el foco está puesto solamente en los hechos acaecidos en Buenos Aires, desplazando de la agenda las diversas particularidades provinciales y regionales. No obstante, la historiadora Mónica Gordillo (2010) ha convenido en señalar que lo distintivo de ese recordado diciembre se halla en la variedad de su intensidad, demandas y actores movilizados a partir de las especificidades propias de cada contexto sociohistórico. En este sentido, esta investigadora examinó la dinámica de la protesta del 2001 desde una óptica que privilegió los diferentes espacios subnacionales. De esta manera, el análisis revisitó los casos de Rosario, Córdoba, Jujuy, Mar del Plata y Neuquén, advirtiendo las distintas peculiaridades territoriales que los diferenciaron de lo ocurrido en la ciudad porteña.

En este marco, nos interesa compartir la entrevista realizada a la Dra. Mónica Gordillo en tanto nos posibilita reflexionar acerca de las continuidades y rupturas que caracterizan al acontecimiento. En este sentido, se advierten dos potencialidades producto del encuentro. Por un lado, la historiadora ofrece una relectura sobre algunos postulados sostenidos en ocasión de los veinte años del suceso. Gordillo piensa al 2001 en un juego de duraciones y diferentes escalas que parte desde los albores de la transición democrática hasta el devenir posterior de ese evento. Este ejercicio le posibilita realizar un examen descentrado de lo acontecimental, para complejizar y tejer una trama sobre aquello que, a priori, pareció signado por lo novedoso y disruptivo. Por otro lado, el examen del diálogo sostenido con la investigadora habilita una serie de nuevos interrogantes y dimensiones para explorar en el multifacético 2001. De esta manera, Gordillo vuelve sobre el pasado a la luz del complejo presente histórico, movilizando nuevas preguntas e hipótesis. Para aquellos/as jóvenes investigadores, su relato comporta un estímulo creciente hacia nuevas temáticas que permitan complejizar la historia argentina en clave regional y subnacional.

Mónica Gordillo es Doctora en Historia, egresada de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Se desempeña como investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (CONICET) y es vicedirectora del Instituto de Humanidades (CONICET-UNC). Al mismo tiempo, es Profesora Titular en la asignatura “Historia Argentina II'' en la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Dirigió numerosas tesis de grado y posgrado, integró comités editoriales, de evaluación de instituciones y recursos humanos en ciencia y tecnología, consejos directivos, consultivos y académicos de diversas instituciones. El resultado de sus investigaciones se materializa en numerosas publicaciones, entre las que se destacan: Córdoba en los ´60. La experiencia del sindicalismo combativo (1996); Actores, prácticas, discursos en la Córdoba combativa. Una aproximación a la cultura política de los ´70 (2001); en coautoría con James Brennan Córdoba rebelde: el cordobazo, el clasismo y la movilización social (2008); Piquetes y cacerolas… El “argentinazo” del 2001 (2010). A su vez, ha sido Visiting Scholar en el David Rockefeller Center for Latin American Studies de la Universidad de Harvard.

Las respuestas ofrecidas denotan no solo la amplitud de su conocimiento, sino también su capacidad para volver reflexivamente sobre la propia producción y el presente histórico que nos convoca.

Entrevista

Pregunta: Según su consideración, ¿Cómo puede insertarse el 2001 dentro del proceso de democratización abierto desde 1983?

En cierta forma cierra una serie de expectativas que se habían ido construyendo desde la recuperación democrática en el sentido de instaurar formas de gobiernos mucho más representativas que efectivamente, tomando como concepto el marco teórico de Tilly,  ampliara derechos, aumentara la participación y disminuyera la desigualdad. Cuestiones que durante la década de los ‘80 quedaron claramente instaladas en la agenda pública por determinados actores, pero que, a partir del menemismo y básicamente de las reformas del Estado que se implementaron, fueron cercenando todas esas expectativas que se habían ido generando. Por supuesto que el menemismo también fue resultado de una crisis previa como lo fue la de finales de los ‘80, con el saldo de la hiperinflación y que puso además en el tapete cómo la democracia no había podido avanzar sobre esas demandas iniciales. No obstante, a partir del ‘89 la demanda de estabilidad pasó a ser el factor que pareció aglutinar a todas las otras, y recién desde la segunda mitad de la década del ‘90 hubo posibilidad de volver a mostrar todos esos saldos negativos que había dejado el Estado durante esa primera década y sus reformas. Con todo eso, el 2001 fue como un acontecimiento –como muchos lo nombran–, pero también como la culminación de un proceso. Tuvo esa doble cara, es decir, fue un acontecimiento disruptivo que marcó un “no, basta” de lo que venía siendo y a su vez puso en evidencia las cuestiones pendientes de la democracia. En ese sentido creo que fue la culminación. Aunque también fue la inauguración de nuevas demandas que luego serían retomadas por el gobierno posterior, principalmente por el kirchnerismo. En ese aspecto fue un verdadero parteaguas al instalar demandas que luego debieron ser retomadas. Fue un claro ejemplo de lo que debían hacerse cargo los gobiernos democráticos para hacer efectiva una democratización.

En el libro Piquetes y cacerolas… El “argentinazo” del 2001 ofrece una dimensión federal de la crisis que usted conviene en llamar “Argentinazo”. ¿Existió una decisión analítica de insertar conceptualmente los estallidos sociales de 2001 con aquellos de 1969 como el Cordobazo, Viborazo, entre otros? ¿Por qué?

Sí, en realidad me interesaba ver cómo se insertaba el 2001 –que todavía no lo llamaba así cuando me hacía esa pregunta– dentro del ciclo de los azos por ese fuerte componente disruptivo, por el fuerte componente de pueblada. Cada una de estas cosas que menciono no quiere decir que se hayan conjugado todas juntas en cada lugar, porque el Cordobazo, el Tucumanazo y el Rosariazo tenían denominaciones que otorgaban una connotación de lugar anclado en un territorio específico.  La pregunta que estaba detrás de todo era ver si había algo así como un “Argentinazo” que pudiera inscribirse en una escalada de azos con este mismo carácter disruptivo en todos los lugares, territorios y formatos de acción colectiva. Obviamente si uno lo piensa así, no hay algo tal como un “Argentinazo” en ese sentido. No lo hay bajo dos cuestiones. Una, en el sentido de que en todos los lugares tuviera el componente de insurrección popular, insurrección urbana, como lo tuvieron los otros azos. Y segundo tampoco si uno lo piensa desde la tradición insurreccional de los que la llamaron como tal, es decir, la tradición del Partido Comunista Revolucionario –PCR–.  Yo era consciente de que tenía esa connotación. Entonces, un poco la idea era jugar con ese término sin creer que efectivamente tenían ese contenido revolucionario, absolutamente destituyente que planteaban los que venían de esa tradición más clasista. Pero, por otro lado, se daba esa ambigüedad de que no tenía ese contenido, no fue igual en todos los territorios. Sin embargo, fue un fenómeno que tuvo expresiones en casi todas las ciudades, por lo menos en las más importantes. Yo jugaba con eso, que fue además un claro movimiento de demandas hacia todas las autoridades tanto nacionales como provinciales y, en algunos casos, municipales. Esto no lo habían tenido los otros azos, que fueron más localizados. Por ende, si bien el componente o formato de acción colectiva aparecía como mucho más divergente, con expresiones mucho más diversas que los contenidos más insurreccionales que tuvieron el Cordobazo, Tucumanazo, Rosariazo, entre otros, me parecía que podía otorgarle esa denominación.

En el campo de los estudios sociales existe una abundante producción en torno al 2001. Pero estas investigaciones, en su mayoría, se centraron en Buenos Aires. ¿Tiene alguna reflexión respecto de esto? ¿Existe alguna potencialidad en descentrar los análisis hacia contextos locales?

Bueno, que se hayan centrado específicamente en Buenos Aires (Bs As) tiene que ver, en primer lugar, con el importantísimo papel que tienen los medios televisivos y periodísticos de Capital Federal (CF). Cuando uno dice “medios nacionales” en realidad se está refiriendo a los de CF. En segundo lugar, obedece a la pérdida de protagonismo de los medios locales, regionales, que en otros contextos históricos eran muchos más exhaustivos y prolijos en detallar la información más regional y local. Ahora lo que hacen generalmente es reproducir gran parte de la información que se da sobre todo en Bs As, y esto es un fenómeno que viene desde hace varias décadas. Eso no quiere decir que los medios locales o regionales no hayan levantado información local, porque eso es lo que a mí me permitió poder ver como se dio en otros lugares. Lo que quiero expresar es que lo que pasó en Bs As se estandarizó o generalizó creyendo que solamente eso había sido lo más importante. Y esto tiene que ver además con la relevancia de la CF, dónde están asentados los poderes del gobierno nacional, tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo y el Judicial, porque contra la Corte Suprema de Justicia también se accionó. Sin duda, eso tuvo un impacto muy importante, porque nunca se había dado esta situación, que yo llamo destituyente, aunque inmediatamente también tuvo un componente instituyente. Esta destitución civil que se manifestó con la gente en la Plaza de los Dos Congresos hasta no conseguir la renuncia de De la Rúa  y que no se iban a mover hasta que no le dieran una respuesta. Ese hecho destituyente civil nunca había ocurrido en la historia argentina y, verdaderamente, fue una forma de acción colectiva novedosa que tuvo un altísimo impacto. Pero esa particularidad llevó también a ciertas interpretaciones que obnubilaron todas las cosas que estaban detrás. Y se tendió a ver (en los primeros análisis que se hicieron) que eran destituciones o movimientos de clases medias. Se decía que los sectores medios no hacían revoluciones y que los vecinos peleaban por sus ahorros; en esas expresiones predominaba el componente civil de clase media y no permitía ver esos otros más de un corte plebeyo o popular que estaba manifestado en los saqueos. O que se pensara solamente que eran los saqueos de los conurbanos, entonces, se aludía que eran los sectores clientelares del Partido Justicialista –PJ– los que se habían movilizado, desacreditando de ese modo el contenido popular y plebeyo de hambre que tuvo el 2001. Eso a mí me hacía un poco de ruido y al comienzo, cuando inicié mi trabajo, me interesaba esta preocupación por observar qué tenían de generalizable las acciones colectivas del 2001. Más allá de lo específico, quería tratar de examinar esos formatos de acción colectiva que tenían que ver con los saqueos, las acciones sindicales que fueron muy importantes y habían sido desconocidas. En ningún análisis del 2001, cuando empecé a leer sobre las primeras interpretaciones, se hacía mención a la conflictividad sindical. Esta última había sido importante por la conflictividad que se padecía en las provincias y los sectores gremiales estatales que estaban movilizados en todas partes. Eso, por ejemplo, no aparecía y era un elemento común en casi todas las provincias. De ahí la relevancia de ver con una mayor amplitud algunas ciudades. El criterio que me pareció significativo para escoger las ciudades fue buscar en qué lugares había existido un mayor porcentaje de “voto bronca”. Ese factor me llevó a concentrarme en Rosario, Mar del Plata, Neuquén, donde hubo un alto porcentaje. También Jujuy, que si bien no fue tan alto, sí fue un porcentaje significativo. Esta provincia norteña me interesaba particularmente por la incidencia de los gremios estatales, por el predicamento que había tenido allí el “Perro” Santillán y porque fue  uno de los pocos lugares donde no hubo saqueos, o fueron de menor cantidad, en virtud de que esas estructuras movilizadoras actuaron como contención para que no los hubiera. Por esas circunstancias fue que escogí esos sitios; si bien hubo movilizaciones y particularidades en casi todas las localidades del país. Este aspecto debiéramos seguir trabajándolo a partir de estudios más específicos.

Pensando en un juego de diferentes temporalidades ¿de qué manera impactó la larga, mediana y corta duración en el estallido del “Argentinazo”?

Es interesante esta pregunta. Yo algo de eso intento pensar, porque como historiadores siempre tenemos que pensar de esa manera. Creo que la larga duración incide, básicamente, en la conformación de una cultura dentro de los sectores populares, pero que los trasciende a su vez. Me refiero a la impronta del peronismo histórico, en lo que significa a la idea de la concepción de derechos sociales. Esto lo trasciende un poco a los sectores estrictamente populares, o bueno… una idea de lo popular bastante más amplia. La idea de derechos, por ejemplo a la salud, a la educación, además de los específicamente laborales, por supuesto a un salario digno, a una vivienda. Los excede porque abarca a sectores de pequeños propietarios esa idea de derechos que el Estado debe satisfacer, de un Estado de bienestar que, sin duda, arraigaron muy fuerte en la sociedad argentina. Algunos investigadores/as, como Maristella Svampa, recuerdo que señalaba que para explicar por qué en Argentina hubo coordinadora de desocupados o movimientos de trabajadores desocupados, ella decía que en todos lados de América Latina había trabajadores desocupados pero no en todos lados había existido un peronismo que inculcara la idea de derechos. Por una parte, la idea de derecho y, por otra, la práctica de demandar al Estado el cumplimiento de los mismos. Justamente, yo considero que para pensar en una duración más larga uno tendría que pensar en el peronismo histórico; aunque, incluso puede antecederse un poco más en el tiempo. Pienso en esta idea de la progresiva construcción de derechos sociales y laborales que deben ser garantizados por el Estado y que, a pesar de los gobiernos dictatoriales (o salvo esos períodos), fueron pocos los momentos en donde los derechos fueron desoídos. Es decir, incluso la “Revolución Libertadora” no pudo modificar la reglamentación laboral, la idea de una educación y salud pública. Entonces, esa idea de derechos que el Estado debe garantizar y que es justo que se garantice, tuvo una incidencia muy determinante en configurar esos sentidos de injusticia que creo que se fueron construyendo hacia el 2001.

Una duración más corta, se podría pensar en esto que decíamos antes, ó sea, la recuperación democrática a partir del ‘83 abrió una serie de expectativas que debían ser satisfechas después de los terribles años de la dictadura. Además, se alentó la idea de que la democracia solucionaba todos los problemas, el discurso alfonsinista2 sostenía que “con la democracia se come, se cura, se educa”. Entonces, la insatisfacción por esos objetivos que no se cumplían empezó a calar cuando sobrevino lo que dijimos antes: esa idea de limitación de derechos que significó el menemismo. En ese caso no solo de derechos laborales, sino también con los proyectos de ley de educación superior que, si bien no impusieron una educación privada, empezó a establecerse la idea de la posibilidad de terminar con la educación pública universitaria gratuita. En ese contexto, se empezaron a discutir una serie de cuestiones.

Y tal vez la temporalidad más corta tenga que ver con esa decepción que significó el gobierno de De la Rúa, porque la Alianza UCR-FREPASO había tomado las principales banderas: era la Alianza por la Justicia, la Educación y el Trabajo, demostrando saber cuáles eran las principales demandas, dado que en ese momento esas demandas se estaban instalando en la esfera pública. Fue una movida muy inteligente y muy perceptiva de la coalición, por eso la gente se volcó con mucha expectativa a esa construcción política. Sin embargo, apenas se inició el gobierno se mostró que el rumbo no era para nada aquel que se había proclamado sostener. Entonces, creo que eso claramente fue el “se acabó”. En octubre del 2000, cuando renunció el vicepresidente Carlos Alberto “Chacho” Álvarez, para mí fue un punto de inflexión claro. A partir de ahí hubo un rumbo evidentemente más ortodoxo, más neoliberal, que acentuó el ciclo de protesta.

¿Cuáles crees que fueron las derivaciones que tuvo el “Argentinazo” en el corto y mediano plazo? Una lectura que proponemos es acerca del cacerolazo como forma de expresión que acompañó a la movilización de los sectores medios durante diciembre de 2001 y continuó a lo largo de las décadas. Lo significativo de este repertorio fue la apropiación del mismo que hicieron sectores vinculados a la derecha (política, económica y social). ¿Considera que puede hallarse un vínculo allí?

En el corto plazo yo creo que marcó un hito muy claro en el sentido de que los gobiernos posteriores tuvieron que hacerse cargo de parte de las demandas que se habían planteadas como tales. Ya el mismo gobierno que uno podría pensar de transición, el de Eduardo Duhalde, lo hizo. Terminar con la convertibilidad, más allá de que eso fue muy costoso, sobre todo para los sectores asalariados, aparecía como una demanda necesaria para hacer un cambio de rumbo económico con el fin de fortalecer el mercado interno y subvencionar o promover la industria nacional, aspectos que había sido descuidado por el gobierno menemista. Los nuevos liderazgos surgidos en las elecciones de 2003 tomaron nota de ello. En particular Néstor Kirchner en su programa y en el planteo que hizo en el discurso de asunción como presidente, cuando dio cuenta de los puntos que el 2001 había instalado, aunque no sé si eran los que se habían instalado en su totalidad porque el 2001 tuvo en realidad muchas voces. Pero por lo menos quiso hacer una lectura de lo que la gente no había convalidado, hizo una articulación política interesante que me parece marcó una política destinada a hacerse cargo de esas banderas que la Alianza había levantado, como eran: la justicia, el trabajo, la educación, la salud y orientar hacia ahí. Básicamente, era atacar la pobreza, el hambre y la situación de exclusión que vivía gran parte de los sectores populares. Y también dentro de eso era fundamental volver a confiar en el trabajo, en el trabajo asalariado. La idea de revitalizar el consumo a través de la revitalización salarial, de los convenios colectivos, cuestiones que habían sido suspendidas durante la década menemista. Por ende, creo que en el corto plazo tuvo un efecto muy importante.

En un más largo plazo, es difícil. Cuando hablábamos del Cordobazo, algunos me preguntaron, un poco en la misma senda que ustedes, si la apropiación de las calles es en sí misma rebeldía y si efectivamente tiene un contenido disruptivo. Yo creo que la calle puede ser apropiada por diferentes colectivos, ya que en sí misma no determina el contenido o la demanda de la protesta. Lo que hay que analizar es lo que proponen. Porque la rebeldía puede ser tanto de izquierda como de derecha. Hay sectores de derecha que salieron, y siguen saliendo, a apoyar liderazgos que no tienen nada de progresistas ni apuntan al bien común. Entonces, a mí me parece que los cacerolazos actuales o las expresiones de los tractorazos ruralistas en los años kirchneristas, son un modo de expresión en el cual los colectivos protestan sectorialmente. En el caso de los cacerolazos que estamos viendo ahora, antivacunas por ejemplo, de lo que se apropian es del espacio de la calle para obtener visibilidad y captar la atención de los medios de comunicación con un discurso muy ambiguo, muy diverso, que no llega a formular una demanda clara que pueda sostenerse en el tiempo, como el planteo de algún tipo de injusticia que se dio en el 2001. Más allá del formato, el contenido de los reclamos es absolutamente diferente, porque las posiciones de los antivacunas en vez de manifestarse en contra de una injusticia o un derecho que se cercena, lo hacen en contra del bien común, ya que nadie los obliga a vacunarse. Es como una creación en abstracto, están exponiendo el cercenamiento del derecho de otro. Se manifiestan a favor del cercenamiento del derecho de otro porque lo que el Estado está haciendo es garantizar derechos con la vacunación. En fin, lo que importa es la forma y el contenido de la demanda.

¿Considera posible hacer una vinculación entre los saqueos de 1989, los hechos  de diciembre de 2001 y el desborde producido como resultado del acuartelamiento policial en Córdoba en 2013?

Sin duda entre los saqueos del ‘89 y los del 2001 existía un reclamo común, que era justamente el del hambre. En otro artículo trabajé la irrupción de esta nueva demanda en Argentina, en un país dónde, más allá que existían sectores de pobreza, nunca el hambre se había instalado como una demanda. Pero en el ‘89 el hambre se instaló como una demanda disruptiva, eso fue novedoso; nunca antes había existido eso ni los saqueos como forma de acción colectiva. Y en 2001 ocurrió lo mismo, son los mismos actores con una expresión mucho más generalizada, porque en el año ‘89 fueron solamente unas pocas localidades las que recurrieron a ese formato: algunos sectores del conurbano, Rosario y Córdoba. En cambio, en 2001 los saqueos a supermercado fue un accionar que se extendió a todo el país, salvo algunas excepciones como les decía, dónde había estructuras contenedoras que trataron de paliar la situación con otras medidas. En ese aspecto es común y evidencia una nueva época de profundización de las desigualdades, que es justamente otra de las cuestiones pendientes de la democracia. De América Latina, Argentina había sido una sociedad que se caracterizaba por un alto porcentaje de sectores medios, pero estos empezaron a ser mucho más finitos. Se va hacia los polos. Por un lado, una concentración de la riqueza cada vez en menos manos y, por otro lado, la pobreza impacta en sectores que antes se consideraban medios. Por lo tanto, el ‘89 como el 2001 son expresiones de eso.

En cuanto a la rebelión policial de 2013, creo que es otra cuestión distinta; aunque también tuvo que ver, me parece, con la profundización del individualismo. En el sentido de cómo calaron profundamente ciertas concepciones acerca de una sociedad muy consumista y que va perdiendo ciertos valores de solidaridad social. En Córdoba y en los lugares donde se produjeron especialmente las principales “cazas” de personas que venían de afuera, en el sentido de los que eran morochitos, motoqueros, etc., como fue en sectores del barrio de Nueva Córdoba.  Fue muy impresionante como se evidenció la falta de lazos sociales de solidaridad. También creo que incide la falta de representatividad del gobierno, la ausencia de autoridad, en el sentido de capacidad estatal entendida no como una capacidad represiva sino para instaurar una idea de control ciudadano, por decirlo de alguna manera. Entonces, una huelga como la de la policía puso en evidencia el infantilismo de cierta sociedad que no podía controlarse a sí misma. Además, el acontecimiento tuvo ciertas particularidades como, por ejemplo, que el propio gobernador José de la Sota no estaba en ese momento en la provincia. Debería estudiarse ese proceso con mucho más detenimiento.

La crisis del 2001 fue interpretada por numerosos intelectuales y académicos como un estallido social que le plantó cara al neoliberalismo. ¿Cuánto cree que puede vincularse ese acontecimiento con las luchas sociales ocurridas en Chile y Ecuador en 2019 o en Colombia en el 2020?

Yo creo que ese contenido fue muy importante como enseñanza para otras regiones como la de Chile. Lo que pasa es que a veces, o nunca, los pueblos siguen las mismas temporalidades pero las experiencias son muy distintas en el contexto. Por ejemplo, se empezaron a advertir procesos en los cuales la justicia también estaba implicada en hacer caer un gobierno, tal como ocurrió en Brasil. Cuestiones asimismo de gobiernos que prometían una cosa y terminaban haciendo otra, como sucedió en Ecuador. Y las últimas medidas, claramente neoliberales en Colombia. Entonces, pienso que hay redes y aprendizajes que se van construyendo entre los pueblos latinoamericanos y a nivel transnacional, donde a veces se crean marcos posibles para la acción, para decirlo en términos de gestión colectiva, que son capaces de construir ciertas gramáticas, ciertos contenidos, cuando se da la oportunidad política. Esto lo sabemos, lo conocen quienes han estudiado la acción colectiva. Por lo tanto,  encuentran ciertos activadores como fue el boleto estudiantil en el caso chileno, pero que sin duda no “son 30 pesos, son 30 años”, como decían los chilenos.

Creo que sí pueden ser englobados dentro de este conjunto de acciones de protesta colectiva, más allá de las particularidades, porque no son movimientos sociales estrictamente hablando. Son más bien ciclos de protestas que se van generando desde un núcleo activador a otro, que en cada caso específico tienen sus actores propiciadores que presentan características similares en la rápida expansión de activadores de la protesta a otros actores. Y sí, creo que son paradigmáticos. Dentro de ese ciclo paradigmático se debe comprender el 2001, por más que no tuviera una repercusión inmediata, de lo que son los aprendizajes de los pueblos.

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Notas

1 Esa denominación deviene de la modalidad que adoptaron algunos sectores de golpear cacerolas en espacios públicos (calles, plazas) como forma de protesta.

2 Se refiere a las expresiones del presidente electo Raúl Alfonsín (UCR).