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El peregrinar del gaucho: del Museo de Luján al Parque Criollo y Museo Gauchesco de San Antonio de Areco
María Elida Blasco1
Resumen: El artículo explora el modo en que algunas prácticas culturales vinculadas
a la construcción del mito del gaucho y la exaltación del criollismo
fueron retomadas y modeladas por los elencos gubernamentales.
Concretamente se analizan las experiencias gestadas en torno a la representación
y exaltación de la figura del gaucho en dos momentos y espacios
diferentes: por un lado la sala en su homenaje instalada en 1925 en
el Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos Aires, con sede
en Luján; por otro lado, el Parque Criollo y Museo Gauchesco “Ricardo
Güiraldes” inaugurado en 1937 en San Antonio de Areco.
En la materialización de ambas experiencias se vio involucrada una heterogeneidad
de agentes - vinculados al asociacionismo civil, a las reparticiones
públicas, al ámbito historiográfico y a las actividades mercantiles que
proveyó recursos materiales, sociales y culturales necesarios para la
formación de colecciones de objetos y la construcción de sus espacios
de exhibición. Pero mientras el museo de Luján contó con escasa intervención
de fondos estatales, el de San Antonio de Areco sumó el apoyo
explícito de algunos sectores de la elite dirigencial del gobierno conservador
de Manuel Fresco.
Palabras clave: Gaucho; Museo Histórico de Luján; Parque Criollo; Museo Gauchesco; San Antonio de Areco.
The gaucho’s pilgrimage: from the Museum of Luján to the Creole Park and the Gaucho Museum in San Antonio de Areco
Abstract: This article explores the way in which certain cultural practices related
to the construction of the myth of the gaucho and the exaltation of the
creole feeling were reintroduced and modeled by government officers.
Specifically, the article analyses experiences built around the representation
and the exaltation of the figure of the gaucho in two different times
and places: on the one hand, the room set up in his honor in 1925 in the
Historical and Colonial Museum of the province of Buenos Aires, located
in Luján and, on the other hand, the Creole Park and the Gaucho Museum “Ricardo Güiraldes”, inaugurated in 1937 in San Antonio de Areco.
The materialization of both experiences involved heterogeneity of agents
connected to civil associations, government departments, the historiographical
field and mercantile activities, which supplied the material, social
and cultural resources necessary to form collections of objects and to
build spaces for their exhibition. However, while the first experience relied
on scarce state funding, the second one added the explicit support
of certain sectors of the ruling elite in Manuel Fresco’s conservative government.
Key words: Gaucho; Historical Museum of Luján; Creole Park; Gaucho Museum; San Antonio de Areco.
El peregrinar del gaucho: del Museo de Luján al Parque Criollo y Museo Gauchesco de San Antonio de Areco
“¿No los veis? Allá van galopando / los últimos gauchos. ¿Para donde irán?
Van flotando al viento sus negras melenas / rotas sus espuelas, roto el chiripá.
Se van silenciosos, ni una triste queja / Ni un triste campero quisieron cantar:
Los últimos gauchos, los leones vencidos / se van galopando. ¿Para donde irán?”.
Los últimos gauchos (vals), E. Desojo/G. Montenegro, 1929.
En los últimos años las investigaciones sobre los actores que modelan la memoria
histórica de una sociedad y los recursos y dispositivos empleados han
generado creciente interés historiográfico. Las investigaciones internacionales
sobre la constitución de museos históricos y patrimonios asociados a la construcción
de identidades nacionales y memorias colectivas se han multiplicado
y la historiografía argentina no ha quedado al margen. Así lo prueban los estudios
sobre diferentes escenarios expositivos, las diversas representaciones de
lo nacional y lo local y la heterogeneidad de sus manifestaciones que podían
plasmarse tanto al interior de un gran museo histórico como en pequeñas ferias
ambulantes (Andermann, 2001; Fernández Bravo, 2005; González Stephan y
Andermann, 2006; Di Liscia y Lluch, 2009; Di Liscia, Bohoslavsky y González
de Oleaga, 2010).
Además, en los últimos quince años se refinó el conocimiento disponible acerca de los itinerarios del campo historiográfico argentino y mereció especial
atención la construcción del mito del gaucho (Svampa, 1994; Cattaruzza
y Eujanian, 2003; Fradkin, 2003), que potenció la riqueza del ya clásico trabajo
de Adolfo Prieto (1988). Pero, aun así, son escasas las investigaciones sobre los
modos mediante los cuales la construcción del mito fue representada en los
museos y no existen estudios que muestren las formas de intervención de estas
instituciones en el modelado del proceso cultural que definió al gaucho como
tipo social representativo de la nacionalidad.
Este artículo intenta saldar en parte este vacío dialogando con otros
campos de investigación: la historia del coleccionismo y los museos, la historia
sociocultural, y la historia de las elites políticas y la construcción estatal. Respecto
a la primera caben mencionar los enfoques provenientes de la historia
de la ciencia en la que los museos y sus colecciones son concebidos como
lugares de producción de conocimiento científico involucrados en redes de
intercambios de información, datos y objetos (Podgorny, 2000, 2005 y 2010;
Podgorny y Lopes, 2008). Merecen destacarse también las investigaciones que
exploran el surgimiento del coleccionismo artístico argentino y la formación
de museos de arte (Malosetti Costa, 2010; Baldasarre, 2006; Artundo y Frid,
2008) así como los estudios que echan luz sobre la constitución de museos en
el interior del país (Agüero, 2009; Pera, 2011). Respecto a los estudios socioculturales
interesa destacar la exploración de la vida intelectual y los modos de
sociabilidad de los sectores de la alta sociedad (Agüero y García, 2010; Losada,
2008; Orquera, 2010) y aquellos que se han ocupado de la formación de la nacionalidad,
las transformaciones del ámbito historiográfico y la influencia que
estaba ejerciendo la narración del pasado en todos los ámbitos de la vida social
(Bertoni, 2001; Devoto, 2002). Finalmente, se destacan los estudios de historia
política que analizan la organización de las agencias estatales, la planificación
de políticas públicas, el funcionamiento de las burocracias y la sociabilidad de
sus funcionarios.2
En este contexto de confluencia nos proponemos analizar las experiencias
gestadas en torno a la representación y enaltecimiento de la figura del gaucho
en dos momentos y espacios museográficos diferentes: por un lado la sala
instalada en 1925 en el Museo Histórico y Colonial de la Provincia de Buenos
Aires con sede en Luján; por otro lado el Parque Criollo y Museo Gauchesco
“Ricardo Güiraldes” inaugurado en 1937 en San Antonio de Areco. Contamos
para ello con las fuentes documentales provenientes del archivo privado del
publicista e historiador Enrique Udaondo, director del Museo Histórico de Luján y presidente de la comisión creada en 1937 para dirigir las tareas de instalación
e inauguración del parque y museo en Areco.
La Sala del Gaucho del Museo de Luján
Fue inaugurada el 12 de octubre de 1925 para celebrar el segundo
aniversario de la fundación del Museo en un contexto en el que el gaucho
comenzaba a transformarse en objeto de culto capaz de contener los rasgos
esenciales de la nacionalidad (Cattaruzza, 2001 y 2004). La propuesta había
sido impulsada por el director del Museo, Enrique Udaondo, y su colega y
amigo Martiniano Leguizamón. En 1920 este último, junto a Ernesto Quesada
y Robert Lehmann-Nitsche, había conformado la primera Comisión Interna
de Estudios Folclóricos de la Junta de Historia y Numismática Americana (en
adelante JHNA) y luego, desde la presidencia de la Junta, operó como bisagra
entre el tradicionalismo de raíz literaria, el folclore y la nueva historiografía.
A su vez, Udaondo, Leguizamón y otros reconocidos literatos e historiadores
habían impulsado la erección del monumento a Hilario Ascasubi inaugurado el
17 de noviembre de 1922, pocos meses antes de que Udaondo ingresara como
miembro de número a la JHNA apadrinado no casualmente por Leguizamón.3
La inauguración se nutría de referencias literarias antes que históricas,
reflejadas básicamente en dos de los enunciados que promocionaban la apertura
de la nueva sala del Museo. El primero tenía que ver con la primacía del
singular: la sala recordaba al gaucho y no a los gauchos, por lo tanto refería a
un héroe individual creado por la literatura y resaltaba los rasgos que se le atribuían.
Ello se agudizaba en la medida que se aceptaba –tal como lo hacía Lugones-
que el poema Martín Fierro era la expresión más pura de ese arquetipo
y que relataba la historia de un héroe. El segundo, era un enunciado explícito
acerca de las cuestiones pendientes de la historiografía: la sala constituía “un
justo homenaje a los nobles paisanos que hasta ahora han permanecido poco
menos que olvidados”, por lo tanto venía a reunir los recuerdos de aquellos que
tuvieron “una actuación descollante en las luchas por la independencia, por la
libertad y en todas nuestras contiendas, donde derramó noblemente su sangre
legando páginas hermosas de heroísmo y fidelidad” (Guía del Museo Colonial
e Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1935, p. 70-72).4 En efecto, la tradición
historiográfica decimonónica había asimilado la figura del caudillo bárbaro a la del gaucho y la reivindicación de este último a lo sumo podía circunscribirse
a destacar su actuación en las guerras de independencia al compás del
avance de la literatura popular de signo criollista. Udaondo tampoco escapaba
a esta tradición que culminaba postulando como héroes a los próceres de la
independencia. Sin embargo, durante las primeras décadas del siglo XX los intersticios
del campo historiográfico permitieron la emergencia de nociones que
procuraban derribar las barreras que inhabilitaban la consagración del gaucho
y permitieran escindirlo de su asociación con los caudillos. Y la instalación
de la sala en un museo histórico destinado a evocar las tradiciones coloniales
hispano-católicas, constituía un ejemplo de este proceso de acercamiento de la
historiografía a los temas y los criterios de validez de la literatura para incluir al
gaucho en su panteón nacional ampliado y más diverso, una empresa llevada a
cabo por autores a medio camino entre la literatura y la historia en un contexto
en el cual ambos campos culturales comenzaban a diferenciarse.
La inclusión del gaucho en ese panteón resultó exitosa: “Ya no hay gauchos
en la pampa. Ahora hay que ir a contemplarlos en el museo de Luján,
donde existen...modelados en cera”, anunciaba La Razón el 14 de octubre de
1925 en alusión a la inauguración de la nueva sala.5 La discusión sobre la existencia
o desaparición del gaucho parecía saldada: la sala venía a confirmar de
manera didáctica su inevitable reemplazo por figuras de cera fabricadas según
los cánones literarios.
Mediante la adopción de criterios de exhibición definidos por el director
como didácticos y modernos, el nuevo espacio exponía una gran vitrina con un
gaucho de cera y un caballo embalsamado que representaba a “un capataz de
campo de una estancia del Tuyú, del año 1870, región donde se vestía con lujo
por ser zona de grandes estancias” (GDMCHPBA, 1926, pp. 70-72). Las prendas
eran “un barbijo con chambergo y borla, bincha [sic], camisa, blusa, chiripá
y botas de potro, rastra con monedas de plata del año 1815, daga, espuelas
y un artístico rebenque”. También se exponía la maquette del monumento al
gaucho, “una artística obra” trabajada por el escultor Blanco Villalba, una diversidad
de “láminas y cuadros con escenas de nuestra campaña”, colecciones
de frenos, mates, guitarras y “prendas de indios” entre las que se destacaba “un
precioso cinto del célebre emperador de la Pampa, el cacique Calfucurá”.
Hacia 1925 los fondos que debía girar el Ministerio de Gobierno de la
provincia de Buenos Aires para la ampliación y el sostenimiento del Museo
seguían siendo muy escasos a pesar de los continuos reclamos del director. Por
ello, como sucedió con la constitución de las demás salas, la reestructuración
del espacio consagrado al gaucho fue solventada con fondos privados y las colecciones
de objetos expuestos fueron donadas por particulares pertenecientes
a familias de la elite (Blasco, 2011).
La vigencia del tema sobre la existencia y las características del gaucho
era aprovechada para atraer visitantes al museo y acumular objetos que raramente
ingresaban como “colecciones”: las piezas sueltas llegaban a través de
donaciones entregadas por coleccionistas aficionados, amigos y conocidos del
director o simples ciudadanos que disponían de objetos en desuso, capaces
de ser definidas en sentido amplio y ambiguo como representativas del género
gauchesco.6 Así, en 1927 ingresó la “daga auténtica” de Juan Moreira -el paisano
real protagonista de la novela escrita en 1880 por Eduardo Gutiérrez- y un
año después su cráneo.7
Pero un nuevo suceso logró que el museo se enriqueciera de una manera
notable: el 8 de octubre de 1927 fallecía en París el escritor Ricardo Güiraldes
-quien meses antes había recibido el Premio Nacional de Literatura por
su obra gauchesca Don Segundo Sombra- y el 28 de marzo de 1928 su viuda
entregaba al Museo los muebles y adornos del cuarto de trabajo de su fallecido
esposo. La oferta fue muy agradecida y Udaondo le aseguró que los objetos serían
colocados “cerca de la sala del gaucho, de ese tipo legendario de la pampa
que con pluma fácil perfiló en páginas duraderas su malogrado esposo”.8
La preeminencia de la marca literaria parecía explícita: en su mayor
parte, la sala del gaucho albergaba objetos y retratos de escritores consagrados
por sus obras gauchescas y muy escasas piezas originales utilizadas en las áreas
rurales de las cuales el gaucho parecía ser el “tipo social” de referencia. En
síntesis, en el espacio donde se reconstruía la sala de trabajo de Güiraldes el
público podía ver representado parte del proceso de construcción y recreación
del mito del gaucho. Sin embargo, muy lejos de esa intencionalidad, la sala
parecía tener por objeto justamente lo contrario: borrar las diferencias entre
construcción literaria y realidad histórica y construir una imagen arquetípica
del nuevo héroe nacional elaborado por literatos tan reverenciados como el
gaucho mismo.
Además, el museo organizaba una variedad de actos evocativos, patrióticos
y festividades callejeras donde también había lugar para la representación
de la tradición gauchesca. La primera referencia data del 9 de julio de 1926
cuando –a seis meses de inaugurada la Sala del Gaucho- la dirección de la
institución preparó una representación teatral del pasado colonial en la plaza
histórica de la ciudad, frente al Cabildo-Museo y al templo. La fiesta había sido
anunciada como de costumbres nacionales, un festejo popular y de carácter
tradicionalista, que parecía justificarse ante la presencia de grupos de baile de
la Sociedad de Arte Nativo de la Capital vestidos con prendas gauchescas “y de
la época de Rosas” que bailaron acompañados por acordeones y guitarras.9 El
sincretismo temporal logrado por la fiesta “tradicional” permitía que la época
del virreinato se confundiera con los gauchos de Rosas. Pero también que el público
presenciara la vigencia de las tradiciones criollas luego de haber “visto”
al gaucho modelado en cera junto a su caballo embalsamado.
En 1928, mientras se inauguraba la sala Güiraldes y se exponían al público
la daga y el cráneo del famoso Moreira, Udaondo asistía a las reuniones
de la JHNA donde su colega Aníbal Cardoso leyó su trabajo “Los atributos del
gaucho colonial” (Fernández Latour, 1996, p. 249). En este clima, las reconstrucciones
históricas callejeras y la teatralización de escenas “criollas” con la
participación de ciudadanos caracterizados con “trajes de época” alcanzaban
notable éxito: en el desfile organizado por la dirección del Museo en octubre
de 1930 para celebrar el 3° centenario de la fundación “milagrosa” de Luján
hubo lugar para que el público vivara a la “pareja de gauchos” gigantes con indumentaria
de la “época colonial” que se desplazaba por las calles lujanenses
como cierre de la fiesta.
Pero la gran fiesta del criollismo tuvo lugar en noviembre de 1931 y fue
reportada al detalle por la revista Nativa. Según el cronista, el éxito radicaba
en que el público había podido presenciar “la realidad de la vida tradicional y
del coloniaje argentino”:
“Y decimos la ‘realidad’ porque este simulacro fue tan fielmente representado, que nadie allí presente podía pensar lo contrario... Hasta Don Segundo Sombra, el personaje de la novela Gaucha de Güiraldes figuraba allí. Pero el auténtico Don Segundo, quién debido a su reuma, viose privado del caballo, teniendo que desfilar en coche. Esta fue quizá la nota más emocional por el realismo del asunto”.10
A la reconstrucción del cuarto de trabajo del novelista, ahora se sumaba
la recreación actoral del personaje literario creado por el escritor fallecido. Y
otra vez las fiestas parecían amalgamar la ficción literaria con la realidad histórica:
el poder del museo dentro y fuera de sus muros era recrear, representar
y revivir sucesos o personajes del pasado que se creían perdidos aunque con
necesidad de recuerdo. Y en este caso, el gaucho creado por Güiraldes -que en
la novela se presentaba como sumiso a la autoridad, valeroso, respetuoso de la
moralidad impuesta- era uno de ellos.
Hacia mediados de la década de 1930 se dieron a conocer estudios y
publicaciones académicas sobre el origen del gaucho (Fernández Latour, 1996,
p. 250). Como miembro de la JHNA Udaondo estaba al tanto, sobre todo de las
exposiciones historiográficas más eruditas de Coni sobre la “leyenda gauchesca”
y sus argumentaciones en favor de rechazar la asimilación de la pampa,
el gaucho y las verdaderas tradiciones nacionales (Cattaruzza, 2001, pp. 460-471). Pero a pesar de ello, los interiores del Museo de Luján daban cuenta del
origen “bonaerense” del gaucho a medida que las fiestas callejeras rememoraban
a Güiraldes y a su estancia “La Porteña” situada no casualmente en el
corazón de la pampa colonial (Garavaglia, 2009). En este sentido argumentaba
el texto escrito por Sánchez Zinny incluido en el catálogo editado por el Museo
en 1934 bajo control del director: el gaucho que se describía allí era “de pura
sangre hispana” sin haber tenido “unión con el indio sino en excepcionales
casos” (Sánchez Zinny, 1933-1934, pp. 162-170). Sobre esta pureza de sangre
se fundamentaba justamente su origen bonaerense: la descripción resumía la
emergencia de una región hispana y criolla a la vez, y reflejaba la madurez y
las potencialidades del discurso para adaptarse en favor de la revalorización de
la tradición criolla y folclórica que atravesaba todos los ámbitos sociales. Pero
también en favor de proyectos culturales mucho más ambiciosos.
Una evaluación positiva en estos términos fue imaginada por la Comisión
de Turismo de Luján –presidida por Udaondo- que impulsó la organización
de “festejos populares” para el mes de octubre de 1935 que consistirían
en representaciones de episodios históricos combinados con bailes criollos y
domas de potros.11 Esta elección estaba indudablemente más cercana a la intención
de promover la afluencia de turistas que a la de modelar las prácticas
y la memoria colectiva. Sin embargo, su inclusión como números obligados en
los festejos refleja también su extendido nivel de popularidad.
El Parque Criollo y Museo Gauchesco “Ricardo Güiraldes”
Al iniciarse la década de 1930 el rescate de la tradición gauchesca comenzó a contar con apoyos de los poderes públicos12 que adquirieron mayor
vigor hacia 1934, con la llegada de Agustín P. Justo al gobierno nacional y de
Ricardo Levene a la presidencia de la JHNA (Quattrocci, 1995, p. 141). Recordemos,
por ejemplo, que ese año el Congreso Nacional aprobó por unanimidad
un proyecto de ley para emplazar un monumento a José Hernández en la
ciudad de Buenos Aires (Cattaruzza y Eujanian, 2003, p. 251).
El 18 de febrero de 1936 Manuel Fresco asumió como gobernador de
la provincia de Buenos Aires y con él se sentaron los pilares de un nuevo tipo
de Estado que condensó las acciones y las prácticas de una heterogeneidad
de agentes y funcionarios de las reparticiones públicas vinculados a su vez a
la política educativa, a los grupos nacionalistas católicos y a las agrupaciones
folclóricas y tradicionalistas (Béjar, 1992 y 2005; Bisso, 2010). En este marco
comenzó a gestarse la idea de trasladar el “bastión del criollismo bonaerense”
desde Luján hasta la propia “cuna” de Güiraldes. Ese año el intendente municipal
de San Antonio de Areco, José Antonio Güiraldes, hermano del escritor, organizó
una “Exposición tradicional” en los salones de la Municipalidad (Casas,
2011a).13 A ella asistió su amigo, el flamante ministro de Obras Públicas de la
provincia José María Bustillo, quien por entonces se encontraba elaborando el
ambicioso plan orgánico de reactivación económica mediante la obra pública,
la ampliación de la red caminera y la promoción del turismo regional.14 En este
contexto la exposición en Areco fue el evento propicio para que el intendente
y el ministro Bustillo consideraran la posibilidad de crear el parque y museo.15
La propuesta comenzó a concretarse con el decreto del 19 de abril de
1937 que establecía la adquisición por parte del gobierno de 38 hectáreas para la instalación de un “parque criollo”.16 Las tierras, propiedad de la familia Laplacette,
lindaban con las de la familia Güiraldes que albergaban la pulpería
“La Blanqueada”, utilizada por el escritor para desarrollar uno de los cuadros
de su novela. Considerando que el precio de venta de cada hectárea era de $
500, el MOP del gobierno de Manuel Fresco destinó a la instalación del parque
criollo un total de $ 27.155,90 ($ 19.155, 90 por la tierra y $ 8.000 en concepto
de mejoras de la edificación existente) imputados a los fondos de Rentas
Generales.
Sobre esta decisión actuó el decreto del 12 de mayo, que entre los considerandos
mencionaba el propósito de estimular la educación popular, el amor
a las bellezas naturales y a los actos recordatorios “que rememoren el honroso
pasado de nuestra evolución social”, la idea de crear un “parque criollo” que
constituya “una vívida documentación” de un “verdadero casco de estancia
antigua estilizada” y la resolución del Poder Ejecutivo de tributar un homenaje
a la memoria del autor de “Segundo Sombra”.17 La instalación del parque se
enmarcaba en un contexto internacional de proliferación de “museos al aire libre”,
instituciones que mostraban la vida rural como imagen de “autenticidad”
de una etnia, un pueblo o una nación, vinculadas a su vez al desarrollo e innovaciones
propias de la etnografía y el folclore (Bloch, 1930; Gazin-Schwartz y
Holtorf, 1999). En un contexto local, su surgimiento estaba asociado también
a la reestructuración de la enseñanza primaria en la provincia de Buenos Aires
con la que se pretendía, entre otros objetivos, reanimar el culto a las tradiciones
nacionales y a la preocupación gubernamental por las manifestaciones internacionalistas
“y la expansión de las doctrinas disolventes” puestas de manifiesto
en las jornadas del 1° de mayo de 1937.18 Pero la iniciativa se ubicaba, a su
vez, en un escenario de búsqueda de nuevos espacios y estructuras administrativas
dentro del Estado provincial para fomentar el turismo regional (Ballent
y Gorelik, 2001; Piglia, 2008). Recordemos que la Ley 4621 sancionada el
24 de diciembre de 1937 -pocos meses después de inaugurado el parque de
Areco- declaraba de utilidad pública algunas fracciones de tierra bonaerenses
destinadas a reservas naturales o parques provinciales.19 Y que en 1934 y 1936 se había presentado a la legislatura provincial dos proyectos de creación del
Consejo Provincial de Turismo dependiente del MOP (Bruno y Lemme, 2010,
p. 57). Por eso la elección del lugar para el establecimiento del parque había
contemplado la facilidad de acceso mediante la carretera que unía Buenos
Aires-Rosario y la posibilidad de que los porteños pudieran acceder al “lugar
de sano esparcimiento” en tren, automóvil y ómnibus (Parque Criollo “Ricardo
Güiraldes” y Museo gauchesco de la Provincia de Buenos Aires. En adelante
PCRG y MGPBA.RD).20
Se designó una comisión presidida por Udaondo, quien además de director
del Museo de Luján era ferviente admirador del gobernador Fresco21 y
mantenía larga amistad con la familia Güiraldes y el ministro Bustillo. También
el intendente de Areco, el director de Geodesia y un ingeniero agrónomo integraban
la comisión que tenía la facultad de solicitar al MOP lo necesario para
el desempeño de su cometido. Los gastos de ejecución de la tarea se imputarían
a la Ley 4539 (plan de trabajos público para el trienio 1937 a 1939)22 para
la que se habían aprobado $118.555.000 (Béjar, 2005, p. 143).
La evolución favorable de la economía todavía auspiciaba el desembolso
del dinero público y Udaondo comenzó con las tareas solicitadas por el gobierno:
la primera, torcer la negativa de la viuda de Güiraldes y convencerla de
las ventajas que supondría la instalación del parque23; la segunda, presentar a
las autoridades el “proyecto” que incluía restaurar el edificio “La Blanqueada”
que antes albergaba una pulpería, convertirla en sede del Museo, y exponer allí
figuras de cera y artículos típicos que se vendían. También pensaba restaurar
el patio y el palomar adyacente. Recordemos que la exposición de figuras de
cera había ganado notable popularidad en el Museo de Luján y, de hecho, otras
instituciones similares dedicadas a la exhibición histórica estaban apelando a
la reconstrucción de ambientes de época para hacer frente a la “frialdad” de
las exposiciones.
Estas propuestas “novedosas” y “modernas” en materia de museos habían
sido exaltadas por Udaondo unos meses antes, en el II Congreso Internacional
de Historia de América realizado en Buenos Aires en julio de 1937.
El objetivo de la reunión era prefigurar las políticas a seguir respecto a la legitimidad del discurso historiográfico y la configuración de una determinada
memoria de Estado y para ello Udaondo disertó sobre el “Concepto moderno
de los museos”, donde explicitaba cómo debía ser tomado como ejemplo el
Museo de Luján. Concretamente sobre la organización interna de los institutos,
su intervención destacaba que la finalidad era la “evocación” y para ello el
visitante tenía que experimentar la sensación de estar frente a escenas de la
más fiel expresión:
“han de presentarse en grupos bien coordinados, llenos de colorido, objetos que reflejen el tipismo, las características raciales y los diversos pasajes de la propia historia. Una presentación objetiva, pues, atrayente, didáctica y emotiva de los hechos debe ser el ‘desiderátum’ del organizador de un museo. Cuánto más estos parezcan edificios habitados, llenos de vida, más llamarán la atención del público y mejor desempeñarán su misión (…) Orientados en la forma indicada estos institutos se convertirán en verdaderas escuelas de enseñanza, y su acción perdurará, al dejar impreso, de una manera honda en la retina del visitante, niño o adulto, ilustrado o no, cuadros vivos de la historia” (II Congreso Internacional de Historia de América, 1938, pp. 354-358).
En acuerdo con estas premisas, meses después el gobierno de Fresco
recibió con entusiasmo el plan de la Comisión Asesora que demandaba un presupuesto
de $64.029,34 (55.208,50 para la construcción del edificio destinado
al museo criollo; 3.000 para la restauración de la Pulpería “La Blanqueada”;
2.760,42 para gastos de inspección y trabajos adicionales y 150 para imprevistos
de las obras de refacción de la pulpería) y superó estas expectativas: otorgó $90.000 para la ejecución de las obras y a fin de año lo amplió a $100.000.24 Si
consideramos que con anterioridad a este presupuesto el gobierno bonaerense
había invertido $27.155,90 en la adquisición de las tierras de la familia Laplacette,
al 30 de diciembre de 1937 el dinero invertido para la construcción del
parque criollo y museo gauchesco era de $127.155,90. La suma no era despreciable
ya que se equiparaba al presupuesto anual aprobado meses después por
la flamante Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos
(en adelante CNMyM y LH) para el funcionamiento del Museo Histórico
Nacional. Recordemos que del conjunto de museos históricos que desde 1938
pasarían a depender de la Comisión Nacional de Museos -el Museo Histórico
Nacional, el Museo Mitre, el Museo Histórico y Biblioteca de Sarmiento (San
Juan), el Museo Histórico Sarmiento en Buenos Aires y la Casa del Acuerdo de San Nicolás-, el Histórico Nacional concentraba la mayor cantidad de personal,
de dependencias y de gastos de compra y mantenimiento de colecciones,
por ello incluso se había aprobado incrementar su presupuesto anual que pasaría
de $106.830 en 1938 a $127.380 en 1939 (Boletín de la Comisión Nacional
de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos. En adelante BCNMyM y
LH).25 Con la certeza de que el gobierno provincial giraría el dinero prometido,
Udaondo inició la tarea de acopio de objetos apelando a la red de aprovisionamiento
ya montada en Luján. El 4 de enero de 1938 Domingo Lombardi –representante
de la Sociedad Argentina de Arte Nativo- saludaba el emprendimiento
en Areco y ofrecía sus servicios dispuesto a “aportar su grano de arena” para el “nuevo altar del sentimiento nativo”.26 Y pocos días después, Juan Carlos Rojo
Barreu -empleado del Banco de la Provincia de Buenos Aires, domiciliado en
Balcarce y ferviente admirador del Museo de Luján- advertía a Udaondo sobre
un comercio “donde puede encontrarse objetos que hagan revivir el pasado”:
según sus palabras, el propietario era “un comerciante vulgar [que] ha tenido el
sentido utilitario en ese ramo”. Había fundado un comercio en Areco y vendido
a Ricardo Güiraldes la rastra famosa reconocida en las fotografías, la misma
que figuraba en la primera hoja de Don Segundo Sombra. Pero además, continuaba
Barreu, el comerciante se encargaba de recoger objetos de todas partes
de la provincia y del país y los intercambiaba por otros que él mismo fabricaba,
de ahí su capacidad de proveer de piezas pintorescas y útiles al nuevo museo.27
Las tareas pendientes eran varias y para resolverlas Udaondo apeló al
entramado de redes interpersonales garantizando que la infraestructura material
“viajara” desde Luján hasta las tierras de Areco. Al mismo tiempo organizó
un sistema ya conocido de trabajo sostenido por encargados, trabajadores y
operarios que “montaban” el museo arequense mientras él continuaba al frente
del Museo de Luján y residía en Buenos Aires.28 Además, en la ciudad porteña
se le habían sumado nuevos compromisos derivados de la aceptación del
cargo de vocal en la CNMyM y LH presidida por Levene. Aunque este nuevo
organismo no tenía injerencia sobre los Museos de Luján y Areco –que continuarían dependiendo de la administración provincial- las reuniones periódicas
le proporcionaban nuevas y ricas referencias en materia de relevamiento sobre
presupuestos, inventarios, colecciones, criterios de exposición y modos de
funcionamiento de los otros museos históricos existentes en el país (De Masi,
2010a y 2010b).29
Las adhesiones que la reivindicación del criollismo cobraba entre diversos
sectores sociales eran cada vez más evidentes. En este marco, en junio
de 1938 –mientras se ejecutaban los trabajos para instalar el parque y museo
en Areco- la Asociación Bases presentó una nota al parlamento en la que solicitaba
instituir el 10 de noviembre como Día de la Tradición (Cattaruzza y
Eujanian, 2003, p. 251 n. 60; Casas, 2011b). Y a mediados de agosto –cuando
comenzaban los preparativos para su inauguración- el diario nacionalista La
Fronda publicaba una nota sobre el caballo criollo, los “magníficos ejemplares
de equinos de sangre típicamente argentina” admirados en la Exposición Rural
de Palermo descriptos como “de galope corto y el aliento lago, aquel que escalo
las altas cumbres andinas conduciendo a los soldados de la libertad…que
midió con un trote cansino los vastos términos de la patria”.30 Dadas las coincidencias
ideológicas entre Udaondo y La Fronda no es inverosímil pensar que
haya sido el autor de la nota que luego reutilizaría para la Reseña Descriptiva
del Parque y Museo de Areco.31 Pero Udaondo no solo reelaboraba y reciclaba
sus escritos con nuevos fines, también readaptaba sus múltiples funciones
–como director de un museo, historiador, asesor, miembro de comisiones de
homenaje diversas, etc.- con el objetivo de fortalecer vinculaciones con los
funcionarios gubernamentales y forzar la concreción de las obras proyectadas.
De esta manera, mientras apuraba los trabajos para abrir al público el parque
criollo en Areco, la Comisión de Turismo de Luján que presidía organizaba un
homenaje al gobernador Fresco por las obras realizadas en la ciudad.32
La inauguración del parque y museo se concretó el 16 de octubre con la
presencia del gobernador, y en su discurso Udaondo destacó lo “novedoso” de
la propuesta. Según sus palabras, el visitante podría:
“experimentar la grata sensación de estar viviendo junto a los que en otrora poblaron esta parte de América, pues se ha tratado de ser fiel a la realidad hasta en los más mínimos detalles. Así podrá admirarse en el campo, en plena libertad animales criollos…descendientes de los primeros ganados que se introdujeron al país en 1536 y que al reproducirse en forma asombrosa se dispersaron por nuestras pampas y constituyeron el origen de la riqueza nacional. Y para estar a tono con la tradición se ha adoptado como marca para esta hacienda la misma que se utilizó en 1589 y que se registra en los libros del Cabildo de Buenos Aires”.33
También se admiraban poblaciones semejantes a las que “se levantaban
en el siglo pasado, árboles autóctonos, pájaros de la región” que trasladarían
a una época “llena de encantos, dulce, serena y fuerte como lo fuera la que
vivieron los hombres que nos dieron con sus sacrificio patria y libertad”. Una
noción similar a la de “museo viviente” era utilizaba para el montaje de las
fiestas tradicionales en la vía pública donde el Museo de Luján parecía “salir
a la calle” evocando la tradición colonial a través de la caracterización de los “actores”. En el caso del “museo vivido” de Areco –como lo denominó Udaondo
por la exhibición de animales vivos y especies vegetales-34, contaba con una “pulpería” donde los “actores” eran muñecos de cera en actitud de estar jugando
al truco entre diversos artículos de venta. En el fondo de la quinta se habían
montado los “ranchos” y en el campo un muestrario de la hacienda criolla de
otros tiempos: toros, vacas, terneros, caballos, potros y yeguas criollas, ganado
lanar y hacienda grande muchas veces donados por particulares.35
El parque contaba con una antigua arboleda y en el extremo oeste, cerca
del río, se había edificado un mangrullo ya que, recordemos, para la historiografía
de entonces –y hasta la década de 1980 aproximadamente- los fortines y
los mangrullos eran vistos como la línea de avanzada contra los indios que establecían
la frontera entre el “mundo civilizado” y el “mundo indígena” (Marfany,
1933 y 1940). La sede del Museo era la casa de la estancia compuesta
por tres salas: la “Ricardo Güiraldes” donde se exponían objetos personales,
muebles y libros del escritor; la sala “del gaucho”, similar a la de Luján, donde
se exhibían caballos embalsamados, maniquíes de cera y “objetos y prendas
criollas”; y la sala “del patrón” que reproducía el mobiliario que, se aseveraba,
era usado en el siglo XVIII.
Pasado el acto de inauguración, las tareas continuaron: la institución
abría al público todos los días en el horario de 10 a 18 horas excepto los lunes,
y además del cuidado de animales y plantas los encargados debían atender a
los visitantes y escribir periódicamente a Udaondo contándole acerca de las
nuevas donaciones, el pago de sueldos al personal, el estado del tiempo, del
campo y de la hacienda.36 La correspondencia se asemejaba a la que enviaban
los encargados a sus patrones estancieros y era similar a la que recibían
Udaondo y su familia desde Olavarría por ejemplo, donde tenían propiedades.
También las compartía el escritor Carlos Ibarguren quien había donado un carnero
tan viejo que los encargados debían alimentarlo “con leche y pedazos de
pan, pues en la mandíbula superior ni dientes le queda [ban] ya”.37 No podemos
inferir si el gesto con el que Ibarguren contribuía a fomentar el criollismo
pampeano respondía a su creencia en que un museo debía albergar animales
“viejos” o más bien a la inutilidad del animal; sin embargo, su colaboración
permite vislumbrar las estrategias utilizadas por Udaondo y algunos de sus colegas
del ámbito historiográfico para montar un nuevo escenario “evocativo”.
En síntesis, podemos decir que hacia 1939 las propagandas institucionales
destacaban que el valor del museo gauchesco radicaba en “el realismo que
trasunta el ambiente de antaño de la campaña argentina…entrevisto al leer las
obras de nuestros escritores costumbristas y de la que van quedando muy pocos
rastros” (Álbum y Guía Descriptiva del Parque Criollo “Ricardo Güiraldes”
y del Museo Gauchesco de la Provincia de Buenos Aires. En adelante AyGD
PCRG y MGPBA).38 Las memorias del período 1940-1941 -cuando el parque ya
dependía de la Comisión Central Honoraria de Parques Provinciales presidida
por Udaondo-39 también enfatizaban la “evocación de las costumbres nacionales”
mediante la reunión de “todos los objetos de uso corriente en la campaña
argentina”: desde ranchos, hornos criollos, mangrullos, animales y arboledas,
hasta un estaqueadero para cueros.40 Nuevamente, se observa la referencia al realismo del ambiente y a un tiempo pretérito sin referencias temporales precisas.
Pero además de ello consideramos que la otra gran novedad –en comparación
con la escasa inversión de fondos públicos destinada a la sala del
gaucho del Museo de Luján- había radicado en el apoyo material del gobierno
provincial a la propuesta, algo que por cierto se destacaba al mencionar los
150.000 pesos invertidos.41
Aún resta mucho por investigar en relación a las colecciones del museo
y al público que efectivamente lo visitó durante sus primeros años. El objetivo
de estas páginas, más modesto, fue reconstruir el itinerario de “los últimos
gauchos”, vale decir, su peregrinaje como objeto de exhibición desde un museo
urbano instalado en Luján hacia un parque rural en San Antonio de Areco
ideado para fomentar el turismo regional bajo el argumento de inmortalizarlos.
El ámbito elegido fue producto tanto del clima cultural de la época (el éxito de
la novela de Güiraldes y los relatos historiográficos y literarios que exaltaban
el criollismo) como del pavimentado de las rutas y caminos que promovían el
desarrollo regional en un contexto de fuerte intervención estatal de marcado
signo autoritario como el propuesto por el gobierno de Fresco.
La instalación del parque y museo en Areco surgió al calor de la consagración
social y cultural del gaucho forjada en las décadas previas en las cuales
el Museo de Luján tuvo un marcado protagonismo. Con el afán de ampliar el
campo de acción y profundizar el control estatal, algunos funcionarios del gobierno
de Fresco lograron afianzar iniciativas gestadas en el seno de la sociedad
con la que compartía objetivos y concepciones. De esta manera, reutilizaron y
remodelaron propuestas vinculadas a enaltecer el pasado criollo y el nacionalismo
hasta transformar la instalación del parque de Areco en una de las primeras
acciones sistemáticas promovidas por los organismos públicos.
Sin embargo, el “éxito” del primer parque criollo y museo gauchesco
de la provincia de Buenos Aires se sustentó también en un conjunto de prácticas
muy antiguas ya señaladas por Podgorny (2000) para el establecimiento
de museos generales y de aquellos orientados a la historia natural: prácticas
derivadas de las relaciones informales, los favores y las negociaciones trabadas
entre los promotores de museos y los funcionarios gubernamentales; y sobre
todo aquellas provenientes de los procedimientos y rutinas de los coleccionistas
y eruditos fundadas en el intercambio de datos, objetos e información
de diverso tipo. En el caso del parque criollo y museo gauchesco, además se suman las prácticas cotidianas propias de los hacendados y propietarios rurales
y el conjunto de experiencias previas en otros museos, en asociaciones y entidades
diversas. En este sentido el accionar de Udaondo constituye un ejemplo
paradigmático. Y entre otras cosas refleja cómo se pueden modelar prácticas
culturales de envergadura y cómo, en una coyuntura particular, estas prácticas
pueden trascender, transformar y hasta torcer los intereses surgidos en un momento
primigenio.
Notas
1 Becaria Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Archivo Histórico del Museo de La Plata. Argentina. Correo electrónico: eliblasco@yahoo.com.ar
2 Especialmente el Dossier 1, Saberes y Estado de PolHis (2010). Boletín Bibliográfico Electrónico del Programa Buenos Aires de Historia Política.
3 Sobre Leguizamón, véase Ara (1961). Sobre el monumento a Ascasubi, véase Leguizamón (1922). Sobre la profesionalización del campo historiográfico en este período, véase Halperín Donghi (1996; Cattaruzza, 2003; Eujanian, 2003; Devoto y Pagano, 2009, pp. 139-188).
4 En adelante GDMCHPBA. Archivo del Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”, en adelante ACMPEU.
5 Ya no hay gauchos en la pampa. (1925, octubre 14). La Razón. Libro de recortes del Museo. s/f. ACMPEU. Luján, Buenos Aires. Salvo indicación contraria, los artículos periodísticos citados no contienen número de página y sección dado que se trata de recortes recopilados por Enrique Udaondo en diferentes repositorios y fondos documentales.
6 Recordemos que a meses de inaugurada la nueva sala, Crítica publicaba su famosa encuesta sobre el gaucho; al respecto Saítta (1998, p. 299); Cattaruzza y Eujanian (2003); Funes (2006, pp. 295-304).
7 Referencias al ingreso de la pieza en Blasco (2011, pp. 132-133).
8 Carta de Adelina Del Carril a Enrique Udaondo y respuesta del mismo. 28 de marzo de 1928. Actas de Donaciones de la Sala Ricardo Güiraldes. ACMPEU. Luján, Buenos Aires.
9 Museo Nacional e Histórico de la Provincia de Buenos Aires (1926, junio 11). La Fronda. Libro de Recortes del Museo, 1923-1927. ACMPEU. Luján, Buenos Aires.
10 Una gran fiesta de carácter tradicional organizada por el Museo Colonial de la Provincia. ¡40.000 personas y 8.000 automóviles! (1931, noviembre 30). Revista Nativa, N° 95. ACMPEU. Luján, Buenos Aires. Detalles de la fiesta en Blasco (2004).
11 Afiches de propaganda y anotaciones sobre la organización de los festejos. s/f. Folios 346-349, caja 47. Fondo Udaondo del Archivo de la Academia Nacional de la Historia (en adelante FU. AANH). Buenos Aires.
12 En 1931 el Ministerio de Obras Públicas (MOP) y la Comisión Asesora de Protección a la Toponimia Tradicional integrada por varios miembros de la JHNA incorporaron nombres que recordaran el período colonial y el folclore criollo a la nómina de estaciones ferroviarias. Al respecto ver “Desde hace tres años ha sido bien defendida la toponimia tradicional. Una iniciativa de la Junta de Historia y Numismática. Labor realizada” (1932, enero 31). Fuente sin identificación. Folio 609, caja 3. FU. AANH. Buenos Aires.
13 José Antonio y el fallecido Ricardo eran hijos de Manuel Güiraldes, intendente de Buenos Aires durante los años de 1910.
14 José María Bustillo era hermano de Exequiel, director de Parque Nacionales, y del arquitecto Alejandro Bustillo, quien llevaba adelante el fomento de la arquitectura regional. Respecto al plan económico y el Ministerio de Obras Públicas de Fresco, ver Béjar, 2005, pp. 139-161. Sobre la promoción de parques nacionales, las políticas públicas de modernización del territorio y el avance de espacios de weekend sobre el campo ver Ballent y Gorelik, 2001.
15 Referencias a la exposición en Areco y la idea de instalar el parque. Disponible en: www.sanantoniodeareco.com/turismo/historia/historia/parque_criollo/index.htm.
16 Croquis del parque y copia del decreto. 19 de abril de 1937. Folios 158-159, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
17 Copia del decreto. 12 de mayo de 1937. Folios 161 y ss, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
18 En el plano de la enseñanza, recordemos que la configuración de la nueva escuela se apoyó en tres pilares: la introducción de la religión católica como materia obligatoria, el reconocimiento de un papel destacado a la educación física y la exaltación del hacer como alternativa al intelectualismo predominante. Al respecto, véase Béjar, 1992. Sobre el 1° de Mayo ver Decreto del Poder Ejecutivo Provincial adhiriendo a los festejos del día de la bandera. 16 de junio de 1937. Folios 316-317, caja 59, FU. AANH. Buenos Aires.
19 La ley puede consultarse en www.gob.gba.gov.ar/legislacion/legislacion/l-4621.html.
20 PCRG y MGPBA.RD, 1938, s/f. Folios 205-212, caja 49, FU. AANH. Buenos Aires.
21 Respecto a la admiración de Udaondo por Fresco ver fotografía en la que posan Udaondo, Plinio Salgado y su esposa. s/f. Folio 318, caja 59. FU. AANH. Buenos Aires. En el reverso de la foto existe una inscripción de Udaondo donde compara al Jefe de Inteligencia Brasileño con “el Mussolini Sudamericano o nuestro Fresco”.
22 Copia del Decreto N° 38. La Plata, 12 de mayo de 1937. Folios 161-162, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
23 Carta de José María Bustillo a Enrique Udaondo. 2 de junio de 1937. Folio 163, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
24 Notificación oficial del Ministerio de Obras Públicas a Enrique Udaondo adjuntando copia legalizada de la resolución del Poder Ejecutivo provincial. La Plata, 30 de diciembre de 1937. Folios 167-170, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
25 Sesión del 22 de junio de 1939. BCNMyM y LH, 1939, pp. 198-199.
26 Carta de Domingo Lombardi a Enrique Udaondo. 4 de enero de 1938. Folio 176, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
27 Carta de Juan Carlos Rojo Barreu a Enrique Udaondo. 18 de enero de 1938. Folios 177-179, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
28 Sobre las tareas realizadas en Areco ver duplicado de la boleta de la relojería, joyería y santería “Casa Blotto” al Presidente de la Comisión del Parque Criollo de San Antonio de Areco. 8 de julio de 1938. Folio 187, caja 49. Duplicado de la boleta de “Librería Cervantes” al Presidente de la Comisión del Parque Criollo de Areco. 16 de septiembre de 1938. Folio 196, caja 49. Sobre el traslado de infraestructura material ver boleta de Angel Chiurco a Udaondo. 30 de septiembre de 1938. Folio 197, caja 49. Sobre la supervisión del trabajo a la distancia ver carta de Eduardo A. Olivera a Enrique Udaondo. San Antonio de Areco, 8 de marzo de 1938. Folio 182, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
29 BCNMyM y LH, 1939, p. 198 y ss.
30 El caballo criollo (1938, agosto 22). La Fronda. Folio 195, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
31 PCRG y MGPBARD, 1938. FU. AANH. Buenos Aires.
32 Sobre los preparativos para la inauguración del museo ver carta de José María Bustillo a Enrique Udaondo. 16 de agosto de 1938. Folio 164, caja 49. Sobre el homenaje a Fresco en Luján ver anotaciones manuscritas en borradores de Enrique Udaondo. s/f. Folios 320-329, caja 59. FU. AANH. Buenos Aires.
33 Copia de un discurso pronunciado por Udaondo. 18 de octubre de 1938. Folios 213-214, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
34 Copia de un discurso pronunciado por Enrique Udaondo. s/f. Folio 224, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
35 Uno de los donantes era Elías Romero quien había donado “un caballo de silla, seis yeguas, dos potrancas y dos potrillos criollos de pedigree, inscriptos todos en los registros preparatorios de la Sociedad Rural”. Copia de la carta de Enrique Udaondo a Elías Romero. 20 de julio de 1938. Folio 189, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
36 Carta de un encargado del parque a Enrique Udaondo. San Antonio de Areco, 4 de diciembre de 1938. Folio 221, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
37 Carta de un encargado del parque a Enrique Udaondo. San Antonio de Areco, 8 de enero de 1938. Folio 242, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
38 AyGD PCRG y MGPBA, 1939, s/f.
39 La Comisión fue creada por decreto del Poder Ejecutivo el 4 de noviembre de 1939 bajo dependencia del MOP y sus integrantes se conocieron el 5 de enero de 1940. Al respecto ver La Plata. Se constituyó ayer la Comisión encargada de Parques Provinciales (1940, enero 6). La Nación. Folio 91, caja 43. FU. AANH. Buenos Aires.
40 Borrador de la Memoria del Parque Criollo “Ricardo Guiraldes” elevada por Enrique Udaondo al Ministro de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, correspondientes al período 1940-1941. s/f. Folio 324, caja 49. FU. AANH. Buenos Aires.
41 Si al 30 de diciembre de 1937 se habían destinado $127.155,90 entre la adquisición de las tierras, la construcción del museo y la restauración de la pulpería “La Blanqueada”, seguramente en los meses siguientes se invirtió alrededor de $23.000 para la compra de las haciendas, el mantenimiento de las arboledas, etc., aproximándose así a los $150.000 declarados en la publicación.
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Fecha de recepción de originales: 05/09/2011.
Fecha de aceptación para publicación: 15/06/2012.