http://dx.doi.org/10.19137/qs.v25i2.5444
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RESEÑAS
Leandro Losada. Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940. Katz Editores, 2019, 193 páginas.
Desde su aparición hasta nuestros días, la obra de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) ha estado abierta a diferentes interpretaciones y ha generado escándalo en el mundo occidental por la contundencia con la que el autor expresó sus ideas. Maquiavelo no solo resulta familiar, incluso más allá del mundo docto, sino que está rodeado de suspicacia. En nuestro país, buena parte de los estudios acerca del florentino se han centrado en discutir su aporte a la Ciencia Política o el alcance de los conceptos vertidos en sus escritos, pero no existen análisis sobre su lectura en diferentes contextos históricos. En este sentido, el libro de Leandro Losada resulta un aporte original por cuanto propone abordar el pensamiento político liberal y antiliberal en Argentina entre 1830 y 1940 a partir de discusiones o alusiones explícitas sobre Maquiavelo.
Esta línea de investigación se inscribe en un proyecto mayor que el autor ha trabajado desde diversas aristas: el estudio del lugar de la élite patricia argentina desde la ley Sáenz Peña hasta la llegada del peronismo, focalizándose en las transformaciones que experimentaron estos actores en el pasaje de un mundo aristocrático a otro democrático, en cómo se alteró la relación entre estas élites y la sociedad en general, en cuáles fueron las razones de su declinación en términos sociales, simbólicos y políticos, y en cuál fue su pensamiento al respecto.
Tributario de una tradición de reconocidos estudios sobre la recepción, los usos y la circulación de diferentes pensadores en Argentina (como Antonio Gramsci, Immanuel Kant, Sigmund Freud, Michel Foucault, Karl Marx o Carl Schmitt), es importante considerar el tamaño de la empresa encarada, en términos metodológicos, al reconstruir las evocaciones explícitas a Maquiavelo y su obra –lo que no implicó necesariamente una lectura pormenorizada por parte de quienes lo refirieron–. Losada prueba el uso de Maquiavelo que hicieron distintos intelectuales y políticos argentinos en más de un siglo para aludir a otros temas más allá de los propios planteos maquiavelianos. Las lecturas sobre Maquiavelo son tratadas en el libro como objeto y no como medio, como corpus que suma elementos a la historia del pensamiento político argentino. Para hacerlo, tuvo que revisar la obra de referentes del liberalismo y del antiliberalismo en casi todo el siglo XIX y prácticamente la primera mitad de la centuria siguiente. Esa exploración, como muchas otras en los estudios historiográficos, debe haber estado plagada de caminos que no prosperaron, que apuntaron a determinados autores (cercanos a quienes lo nombraron o interesados en los mismos temas) y que no abordaron directamente a Maquiavelo, por desconocimiento, omisión adrede o preferencias. Como resultado del proceso de búsqueda y selección de fuentes, Losada presenta un texto que más que seriado remite a momentos en el largo plazo. En consecuencia, el libro muestra el desbalance de los usos y las consideraciones del florentino en el pensamiento político argentino, ciertamente más concentrados entre 1920 y 1940.
De lectura ágil, escrita de forma amena y clara, esta obra hace comprensibles problemas para interesados/as no expertos/as en la materia. Dividido en tres capítulos, explica cómo Maquiavelo pasó del repudio durante del siglo XIX a la recuperación en las primeras décadas de la siguiente centuria. La Iglesia católica lo había incluido en el Index, prohibiendo su obra ya en el siglo XVI, y más tardíamente en España también se decidió su proscripción por la propuesta de separación de la Iglesia y el Estado. La mirada negativa sobre el autor florentino continuó en la península ibérica hasta los primeros años decimonónicos. Ello contrastó con lo que ocurrió en otros lugares, como Inglaterra, Francia, Italia y Alemania, donde desde finales del siglo XVIII Maquiavelo se asoció al republicanismo y a la libertad. Así, no fue desconocido en las colonias hispanoamericanas pero su lectura siempre fue “sospechada”. Exponentes de la llamada “generación del ‘37”, como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi o Domingo Sarmiento lo ligaron con la tiranía, cercano al poder y alejado de la libertad. Hacia mediados del siglo XIX su conocimiento era fragmentario, imperfecto y con connotaciones negativas. Se lo vinculaba con hombres como Juan Manuel de Rosas, por la premisa del “divide y reinarás”, la ponderación positiva de la guerra, su arbitrariedad, crueldad y la idea de que “el fin justifica los medios”. El “maquiavelismo” fue sinónimo de inmoralidad. En aquel entonces se lo pensó como un autor obsoleto y sobreestimado, y se lo consideró apropiado para mostrar el lado oscuro del clima postrevolucionario. Se trató de una mirada no muy alejada de la que había tenido el escolasticismo español, que había rechazado el ateísmo y la autonomía de la política respecto de la religión. A fines del siglo XIX hubo diferencias con las interpretaciones previas. Como antes, estuvo asociado a importantes figuras de la política, desde los años 1880 a Julio Argentino Roca concretamente, aunque las connotaciones que se dieron a este vínculo fueron contrastantes, pues algunos, como Leandro Alem, lo vincularon con el autoritarismo o un Estado fuerte, mientras que otros, como Belisario Montero, lo ponderaron positivamente porque Roca enfrentaba a sus adversarios con sinceridad. Entonces, Maquiavelo fue visto como un autor vigente bajo la lógica de que existen rasgos universales en la política. Además, su uso se hizo dentro de una naciente “cultura científica” a partir del desarrollo de disciplinas, las cuales alentaron apreciaciones menos valorativas sobre los pensadores del pasado.
De la crítica y condena del liberalismo decimonónico, Maquiavelo fue recuperado por los antiliberales para explicar la crisis del liberalismo en las décadas de 1920 y 1930. El arco de intelectuales y políticos antiliberales que refirieron a Maquiavelo es amplio e incluye nombres como Julio Irazusta, Ernesto Palacio, Leopoldo Lugones y Tomás Casares, entre varios más. Losada construye una trama por la que explica, finalmente, que las críticas que hicieron a Maquiavelo como teórico del Estado fueron cuestionamientos al Estado argentino, como una forma de criticar al liberalismo por el hecho de que aquél se construyó en torno a esta ideología. No obstante, hace hincapié en que no hubo una única lectura entre quienes denostaron la democracia liberal argentina, puesto que fue considerado desde un precursor del fascismo por su vinculación a la fuerza y al absolutismo, hasta estimado como una inspiración para el republicanismo opuesto a la democracia liberal. Y la reacción que tuvieron varió entre la adhesión entusiasta, la ambivalencia o el rechazo. Este período es considerado por el autor como el “momento Maquiavelo” en Argentina por cuanto se multiplicaron los ensayos, libros y artículos que lo refirieron, alentados por el escenario de incertidumbre que se alzó en la primera posguerra y que favoreció la reflexión política y doctrinaria. A diferencia del casi siglo previo, cuyas alusiones fueron dispersas y oscilantes entre el desdén y el rechazo, a partir de entonces fue reivindicado y repudiado al mismo tiempo por liberales y antiliberales. Su relanzamiento no se dio sobre la base de las discusiones previas y el mayor interés se debió a distintos factores: a que en el pasaje entre el siglo XIX y el XX se constituyera un campo académico e intelectual con efectos en el estudio del Derecho Político en las principales universidades, al cumplimiento en 1927 de los cuatrocientos años del fallecimiento de Maquiavelo, y a las ediciones vernáculas de su obra en la década de 1930, entre otros. Continuaron las referencias a hombres de Estado a partir del florentino, como Hipólito Yrigoyen o Agustín P. Justo, así como las connotaciones denigratorias, aunque, en aquel contexto, fue visto no solo como teórico del Estado sino como un pensador vigente para entender la política argentina y los problemas mundiales de la época, en especial durante el golpe de Estado de 1930 o por la crisis de la República de Weimar en Alemania.
Más allá de las grandes diferencias, tradiciones liberales y antiliberales coincidieron en que Maquiavelo era un pionero en separar los asuntos políticos de la religión, un símbolo de la cláusula de la Edad Media y de la libertad. Maquiavelo dejó ideas acerca de qué era la política, no sobre qué debía ser; en este sentido, su pensamiento se circunscribió al “realismo”. Esta corriente también fue interpretada de forma contrastante. Por un lado, fue objetada por ser considerada falsa o imperfecta y, por tanto, sin estatuto científico. Sin embargo, en la década de 1920 el realismo fue bien ponderado ya que en la práctica existen gobiernos mixtos y no formas puras. Dentro de la valoración positiva del realismo, Maquiavelo fue observado como un referente de la libertad al registrar el lazo entre republicanismo y liberalismo (y democracia). Esta mirada, que primó por ejemplo en Mariano de Vedia y Mitre –quien más sistemáticamente estudió a Maquiavelo, además de haber sido el primero en enseñarlo en la universidad como autor de la libertad y de la república en la década de 1920, es decir, de forma no obvia para la época–, se encuentra en autores que, no casualmente habían hecho lecturas de alemanes e italianos que desde el siglo XIX lo recuperaron y se distanciaron de las visiones que lo habían asociado a la inmoralidad y la tiranía.
Finalmente, haremos dos aclaraciones respecto al alcance general de la obra. Por un lado, aunque no los aborda, dialoga y aporta a una amplia gama de temas, que incluyen desde la construcción de un campo académico, la existencia de un mercado editorial hasta el devenir de la democracia. Por otro lado, es este un libro de historia del pensamiento político y, por ello, no procura la búsqueda de alguna verdad universal en Maquiavelo sino conocer cómo se han interpretado sus ideas en distintos contextos históricos, más que mostrar ideas estáticas apunta a probar la existencia de ideas en movimiento.
Agustina Rayes
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de San Martín
Argentina
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