https://doi.org/10.19137/qs.v25i1.4844

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ARTÍCULOS

 

Las luchas estudiantiles en Tucumán entre dos golpes de Estado, 1966-1976 

The struggles of Tucuman students between two coups, 1966-1976

As lutas estudantis em Tucumán entre dois golpes de Estado, 1966-1976

 

Mariano Ignacio Millán
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires. Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”
Argentina
Correo electrónico: marianomillan82@gmail.com

 

Juan Sebastián Califa
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires. Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”
Argentina
Correo electrónico: jscalifa@hotmail.com

 

Resumen: En este artículo se presenta un análisis de las luchas del movimiento estudiantil de la Universidad Nacional de Tucumán entre los golpes de Estado de 1966 y 1976, operacionalizadas como enfrentamientos sociales. Se consideran las formas de acción, junto con las distintas corrientes, los reclamos, los escenarios y las alianzas desarrolladas por el estudiantado tucumano, para caracterizar los ciclos de conflictividad local y su lugar en el contexto nacional. Para ello se realiza una codificación de una base de datos de hechos de lucha estudiantil elaborada con periódicos.

Palabras clave: Movimientos estudiantiles; Universidad Nacional de Tucumán; Golpe de Estado; Rebeliones

Abstract: This article presents an analysis of the struggles of the student movement of the National University of Tucumán between the coup d'etats of 1966 and 1976, operationalized as social confrontations. The forms of action, the organizations, the claims, the action scenarios and the alliances developed by the Tucumán's students are considered thereby, characterizing the cycles of local conflict and their place in the national context. To do this analysis we codify a database of student struggle from newspapers.

Keywords: Student movements; National University of Tucuman; Coup d’etat; Rebellions

Resumo: Neste artigo, apresenta-se uma análise de lutas de movimento estudantis da Universidade Nacional de Tucumán entre os golpes de Estado de 1966 e 1976, operacionalizadas como confrontos sociais. Consideram-se as formas de ação, junto com diferentes correntes, os reclamos, os cenários e as alianças desenvolvidas pelos estudantes tucumanos, para caracterizar os ciclos de conflito local e seu lugar no contexto nacional. Por esta razão, realiza-se uma codificação de uma base de dados de acontecimentos de luta estudantil elaborada com jornais.

Palavras chave: Movimentos estudantis; Universidade Nacional de Tucumán; Golpe de Estado; Rebeliões

 

Las luchas estudiantiles en Tucumán entre dos golpes de Estado, 1966-1976

1. Los largos años sesenta

Durante los “largos años sesenta” (Goose, 2005; Sorensen, 2007), el estudiantado protagonizó múltiples y variados ciclos de movilización. En Argentina, donde existían corrientes transformadoras desde la Reforma Universitaria de 1918, las confrontaciones y la radicalización se extendieron casi veinte años, entre la segunda mitad de la década de 1950 y mediados de la de 1970 (Millán, 2019).
En este artículo realizamos un análisis cuantitativo de las luchas estudiantiles en Tucumán entre los golpes de Estado de 1966 y de 1976. Nuestro recorte temporal comienza con la asunción de facto del general Juan Carlos Onganía y la instauración del régimen burocrático autoritario de la autoproclamada “Revolución Argentina” (O’Donnell, 2009), y finaliza con la instauración de la última dictadura cívico-militar. Para una comprensión más cabal de dicho proceso, resulta fundamental considerar elementos de diferentes escalas espaciales: la situación socioeconómica regional y la Guerra Fría en América Latina (Brands, 2012).
Dentro de un contexto nacional conflictivo, especialmente en las zonas extrapampeanas (Healey, 2007), Tucumán fue una de las de mayor agitación y represión. Su principal actividad económica, la azucarera, poseía una larga historia contenciosa. Las huelgas marcaron la política gremial del peronismo (Pavetti, 1999) y, desde los años sesenta, en esta industria se fue constituyendo una identidad obrera combativa, con un despunte a partir de la crisis de 1965, cuando las protestas tuvieron expresión electoral en la triunfante Acción Provinciana (Nassif, 2016).[1] Poco después, entre abril y junio de 1966, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) coordinó el Congreso Pro-Defensa de la Economía de Tucumán y dos huelgas con adhesión universitaria, y luego se sumó la Federación Universitaria Argentina –FUA– al rechazo de una probable intervención de la provincia, antecedentes insoslayables de unidad obrero-estudiantil (Nassif, 2016).
Según Roberto Pucci (2007), en 1966 las transformaciones de la dictadura comenzaron mediante la devastación de Tucumán. Tras el golpe, amén de haber recaído sobre este territorio el mote de “cuna de guerrilleros”, con la “Operación Tucumán” se desmantelaron ingenios azucareros, aduciendo la necesidad de una “racionalización” y diversificación de la economía.[2] Once de los 27 ingenios cerraron sus puertas y emigraron más de 250.000 personas, alrededor de un tercio de la población (Nassif, 2012). Durante enero de 1967, el asesinato de Hilda Guerrero de Molina en medio del ataque policial a la sede del Sindicato de Fábrica y Surcos Ingenio Bella Vista, adherido a FOTIA, marcó el inicio de la resistencia gremial frente al gobierno provincial comandado por Fernando Aliaga y ante un gobierno nacional que, como el resto del sindicalismo peronista, dicha federación había saludado.[3]
Las y los estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) se involucraron en estas luchas. Este proceso de crisis y de movilización azucarera fue paradigmático para los críticos de la dictadura, como el grupo de artistas que montó la muestra “Tucumán Arde” en locales de la combativa Confederación General del Trabajo de los Argentinos (CGT-A) (Longoni y Mestman, 2000).
El ciclo más álgido de confrontación en la capital provincial comenzó en mayo de 1969. En el marco de las más de 30 revueltas urbanas del país entre 1968 y 1974 (Fernández, et al., 2013), se debatió si en Tucumán era apropiado hablar de dos (Crenzel, 1997, 2019; Nassif, 2012, 2016) o de tres “Tucumanazos” (Kotler, 2011). Entre ellos se cuentan las movilizaciones de mediados de mayo de 1969 –para Rubén Kotler, el primer Tucumanazo–, las luchas de noviembre de 1970 –el Tucumanazo considerado como “original”–, y las de junio de 1972, conocidas como “Quintazo” por haber tenido lugar en la Quinta Agronómica de la UNT. Sobre este último hecho, Silvia Nassif (2016) ha enfatizado la gravitación del movimiento obrero, ante todo por el emplazamiento barrial de la quinta, y criticó las miradas que restaron importancia a su accionar (Ramírez, 2008). No obstante, en su libro pionero, Emilio Crenzel (1997) subrayó que el estudiantado resultó un protagonista excluyente de los hechos de 1969 y 1972, y tuvo fuerte presencia en 1970, cuando la fuerza social disruptiva resultó más heterogénea.[4]
El Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) se expandió en el marco de las luchas obreras y estudiantiles tucumanas. Una fracción mayoritaria llevó adelante la organización del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a partir de 1968. El ciclo represivo provincial que se inició en el gobierno peronista de María Estela Martínez tuvo como objetivo principal “aniquilar” a esta fuerza insurgente. Mediante el “Operativo Independencia”, el Ejército argentino desarrolló una campaña contrainsurgente en el sur de la provincia y la convirtió en escenario de prácticas genocidas (Artese y Roffinelli, 2005; Garaño, 2011).
Por otra parte, ya antes de 1966, las universidades públicas habían sido acusadas, por parte de diversos actores sociales, de conformar un “nido de comunistas”. Estas campañas existieron desde 1918, pero crecieron tras la lucha conocida como “Laica o Libre” en 1956 y 1958, cuando los reformistas se movilizaron para impedir que las universidades privadas emitieran “libremente” diplomas habilitantes, como pretendía la Iglesia católica. Así, se inauguró un prolongado ascenso de la izquierda estudiantil (Manzano, 2009; Califa, 2014) y se fortaleció la asociación entre reformismo y comunismo para las derechas (Cersósimo, 2018). Durante los años siguientes, las universidades públicas experimentaron una renovación científica, discutida, pero generalmente reconocida,[5] con impacto en la vida universitaria y cultural de Tucumán (Wyngraad, 2007).
El gobierno de facto, inspirado por la “Doctrina de Seguridad Nacional”, en 1966 intervino las universidades ante la “infiltración comunista” y suprimió la autonomía y el cogobierno, lo que conmovió la vida en las facultades. En la UNT fue nombrado rector interventor el ingeniero Rafael Paz, filiado a la elite azucarera, en reemplazo de su colega Eugenio Flavio Virla.
Esta universidad había sido fundada en 1914 y nacionalizada siete años después, durante el proceso de la Reforma. Hacia 1966 contaba con nueve facultades, siete escuelas medias y dependencias en Santiago del Estero, Jujuy y Salta, en las que se reunían poco más de 9000 alumnos. Como ha señalado Pucci (2013), después de la intervención, la resistencia se afincó entre estudiantes más que entre profesores, claustro que registró escasas renuncias.
La unidad de este movimiento era variopinta, con peso determinante de los reformistas, aunque muchos grupos estaban virando hacia la izquierda y resignando la primera identidad, como la dirección del Centro de Estudiantes de Ciencias Económicas, donde Mario Roberto Santucho, posteriormente máximo dirigente del PRT-ERP, había hecho sus primeras experiencias militantes (Santucho, 2011). En la segunda mitad de la década de 1960 militaban en la Federación Universitaria del Norte (FUN) los luego maoístas del Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI), la izquierda de la Agrupación Universitaria Nacional (AUN), los guevaristas del Frente Estudiantil Programático (FEP-PRT), los socialistas del Movimiento Nacional Reformista (MNR), los comunistas del Movimiento de Orientación Reformista (MOR), los radicales de la Franja Morada (FM) y los trotskistas del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), entre otros. La minoría humanista eran cristianos sin filiación orgánica a la Iglesia católica, de donde surgió una parte significativa del posterior peronismo universitario; estos estaban apartados de los centros, pero enfrentaron la intervención. Sin embargo, mientras los reformistas se volcaron a las calles, el humanismo privilegió tácticas institucionales, como petitorios y entrevistas (Millán, 2013). La derrota del movimiento estudiantil en 1966 instauró un período de reflujo.
La reactivación del alumnado y cierta recomposición a nivel nacional tuvieron lugar en 1968. La conmemoración del cincuentenario de la Reforma (Bonavena y Califa, 2018) fue respondida con decenas de detenidos. Esto marcó un punto de inflexión. Sin embargo, en Tucumán, la lucha social se había precipitado más tempranamente que en el resto del país.
La radicalización estudiantil argentina ha sido escrutada por las ciencias humanas fundamentalmente a partir de una selección de discursos estudiantiles e intelectuales (algunos en Gillespie, 1987; Sigal, 1991; De Riz, 2000; o más específicamente en Barletta, 2001; Sarlo, 2001; Suasnábar, 2004; Dip, 2018). Según estos trabajos, durante los años sesenta la “nueva izquierda” y el “peronismo” –fundamentalmente este último– desplazaron al reformismo, y se convirtieron en los pilares de las experiencias universitarias combativas.
En relación con Tucumán, tal encuadre, muy enfocado en el caso porteño, ha encontrado cierto eco (Pucci, 2007; Nassif, 2012; Nassif y Ovejero, 2013; Crenzel, 2019), aunque otros trabajos sobre el movimiento estudiantil de la UNT (Kotler, 2012; Millán, 2013) no sostienen la preeminencia del peronismo. Asimismo, en una comparación reciente con los acontecimientos de Córdoba y Rosario, se afirma la importancia de la izquierda no reformista en Tucumán, donde el reformismo fue levemente aventajado durante el auge de masas, sin perder trascendencia, y el peronismo representó un papel de reparto (Califa y Millán, 2019a).
En este artículo ofrecemos un análisis del movimiento estudiantil tucumano entre 1966 y 1976 mediante el abordaje predominantemente cuantitativo de las luchas protagonizadas por el estudiantado de la UNT. Tomamos como observable el enfrentamiento social, “operador teórico en el marco del análisis de las relaciones sociales, de su construcción y de su destrucción” (Marín, 2009, p. 46). En nuestra perspectiva, la retórica pública constituye una dimensión de estos enfrentamientos que abarca otros niveles de análisis también, como las formas de acción, los protagonismos estudiantiles y las alianzas.
Entre los golpes de Estado mencionados, el movimiento estudiantil de la UNT efectuó al menos 3041 acciones. Su clasificación y ordenamiento se realizó mediante la codificación de una base de datos de acciones estudiantiles en el período (Bonavena, 1990-1992), nutrida por una veintena de diarios nacionales, entre ellos La Gaceta de Tucumán.[6] Para ello se contemplaron diez variables, seis con categorías no excluyentes (tipo de acción, protagonista/s, reclamo/s, escenario, aliado/s y enemigo/s) y cuatro excluyentes (lugar, fecha, cantidad de participantes y facultad donde ocurrió el hecho), con lo cual se han ponderado más de cien categorías.
Utilizamos una estrategia expositiva sistemática centrada en la evolución de tales variables, y añadimos reconstrucciones cronológicas cuando estas permiten robustecer la comprensión de los valores que arrojan. En tal sentido, presentamos dos secciones: en la primera se analizan los ciclos de flujo y reflujo estudiantiles, sus acciones típicas, protagonistas y las facultades desde donde se desplegaron; en la segunda se indagan los reclamos, escenarios y alianzas arquetípicos. Finalmente, las conclusiones describen las características de este movimiento, para recalcar sus cambios y continuidades.

2. Protagonistas, tipos de acción y facultades

Como se ha señalado, el movimiento estudiantil se encuentra entre los actores medulares del proceso de radicalización de la sociedad argentina y tucumana. Para describir a este colectivo analizamos los enfrentamientos protagonizados por alumnos así identificados. Entre el 28 de junio de 1966 y el 31 de diciembre de 1975 registramos 2331 hechos de lucha estudiantil, compuestos por 3041 acciones. En varios de esos hechos se cuenta más de una acción, a saber, asambleas que se convirtieron en marchas y luego en choques que erigieron barricadas ante la policía. Este grueso volumen dice algo, aunque relativamente poco sobre la dinámica de este movimiento. A fin de comprender los ciclos de activación y reflujo, hemos organizado una serie temporal:

Gráfico 1: Evolución anual de las acciones y los hechos de lucha del movimiento estudiantil de la UNT, 28/06/1966 al 31/12/1975


Fuente: Bonavena (1990-1992).

 

La lectura del Gráfico 1 permite varias observaciones. En primer término, la importancia del activismo en 1966. Aunque la magnitud ronda los 200 hechos, esa cantidad corresponde a un semestre, por lo cual la media semanal es similar a la de 1969, en el contexto nacional signado por el Cordobazo. Tucumán no es una excepción en este punto. En Buenos Aires (Bonavena et al., 2018), y más aún en Córdoba (Califa y Millán, 2019c, 2020), la resistencia contra el golpe de Estado y la intervención universitaria desembocaron en un proceso de activación todavía de mayor relevancia.
Allende tal contraste, no deben soslayarse las luchas estudiantiles en la primera etapa, a la cual sigue una caída durante 1967, no tan abrupta como en otras universidades (Bonavena y Millán, 2018). La explicación de esta peculiaridad reside en la continuidad de los vínculos obrero-estudiantiles en el contexto de la temprana oposición azucarera a la dictadura. El primer episodio del año fue la solidaridad con los manifestantes reprimidos en Santa Lucía. Este proceso implicó tres rasgos de importancia: acercó corrientes estudiantiles enfrentadas, como reformistas y humanistas; constituyó una alianza con otro actor social (Millán, 2013), como en el Comité Universitario de Defensa de los Trabajadores Azucareros (Nassif, 2016); e inspiró acciones directas con el uso de la violencia, como la quema de cañaverales (Bonavena y Millán, 2018), o los actos relámpago en la capital (Nassif, 2016).
Puede notarse que, hacia 1968, se percibe un primer escalón ascendente, bastante empinado. Durante el año de agitación estudiantil global, el alumnado de Argentina todavía se encontraba en los albores de un auge de masas. Los principales ejes de acción fueron la reivindicación de la Reforma Universitaria en su cincuentenario, el apoyo a la nueva y combativa CGT-A –importante en la provincia por la adhesión de la FOTIA– y el segundo aniversario del asesinato de Santiago Pampillón (Bonavena y Califa, 2018).[7] En Tucumán, esta recomposición se inscribe en una continuidad de la cooperación con los trabajadores, como testimonian los enfrentamientos obrero-estudiantiles con la policía en medio de la conmemoración del medio siglo de la gesta cordobesa (Millán, 2013).
La tendencia incremental de la acción estudiantil alcanza un hito durante 1969, cuando los hechos casi duplican los del año anterior. En este incremento puede construirse otro dato ilustrativo del proceso: el ensanchamiento de la proporción del excedente entre acciones y registros, del 30% a más de 50%, para mantenerse casi todos los años posteriores encima del 40%. Esto significa que desde el “mayo argentino” (Tarcus, 2008), poco menos de la mitad de las iniciativas estudiantiles incluyen más de una acción. Cuando analicemos las formas de los enfrentamientos notaremos que la proliferación de prácticas iba acompañada de una creciente proporción de acciones directas con ejercicio de la violencia, un fenómeno que las ciencias sociales conceptualizan como de relativa “continuidad” entre las prácticas contenciosas corrientes y la violencia colectiva (Tilly, 2007).
Hacia 1970, la curva se mantiene en valores constantes. Para este período, la incidencia del Tucumanazo resulta nodal. Según Emilio Crenzel (2007), entre 15.000 y 20.000 manifestantes coparon las calles de San Miguel de Tucumán, alrededor de 3000 de los y las cuales eran estudiantes. Cuando observamos la distribución mensual en nuestros datos notamos que noviembre concentra 140 de los 244 registros, una proporción superior a la de mayo para 1969, que acaparó 120 de los 253 hechos. Tras este “azo” renunciaron el gobernador Roberto Avellaneda, el rector de la UNT –bautizado por los estudiantes “el Inca Paz”– y los decanos (Nassif, 2012). Recordemos que a mitad de año Onganía había sido reemplazado por Roberto Levingston, a quien los “azos” desplazaron en el siguiente mes de marzo.
Durante 1971, bajo la presidencia de Alejandro Lanusse, notamos una inclinación ascendente de la curva, que llega a su pico el año siguiente. Este auge tucumano convive con un declive pronunciado en Buenos Aires, Córdoba y Rosario, en un contexto en el cual la salida electoral, para atemperar la corrosiva crisis de legitimidad, acható las curvas de acción estudiantil hasta derrumbarse en el segundo semestre de 1972.
La segunda cuestión, que subraya la peculiaridad tucumana, es que, con excepción de la que separa los años 1967 y 1968, la pendiente de 1971 a 1972 es la más pronunciada. Este último año es especial por el Quintazo, pues junio concentra más de 200 registros; pero también por las luchas académicas en abril y mayo, que agrupan otros 100 hechos; y por los actos de repudio a la Masacre de Trelew durante agosto que abarcan 265 enfrentamientos.
Tras las elecciones de 1973 y el comienzo de un nuevo gobierno peronista, que en Tucumán consagró al ortodoxo Armando Juri, se observa un declive pronunciado y sostenido de la activación estudiantil. Al frente de la UNT fue nombrado el bioquímico Pedro Heredia, cercano a Montoneros. Su gestión planteó una renovación nunca concretada (Pucci, 2013) y, aunque en breve se inclinó hacia la ortodoxia (Pucci, 2007), ello no le impidió caer en desgracia el año siguiente en el marco de un proceso político nacional signado por la política contrasubversiva del tercer peronismo (Franco, 2012). Hasta el golpe de Estado posterior se sucedieron tres rectores interventores, y esto reforzó el giro represivo. Uno de los objetivos de los grupos parapoliciales fueron las sedes del comedor universitario, símbolos de resistencia contra la dictadura; una, dinamitada, y otra, asaltada durante 1974 (Crenzel, 2019). En esta etapa, cada año representa casi un 60% menos de registros que el anterior. La desescalada conduce a una actividad prácticamente nula durante 1975, consumado el terrorismo de Estado, que tuvo dos epicentros a nivel nacional: las universidades, con la “Misión Ivanissevich” iniciada en el tramo final de 1974, y Tucumán, con el “Operativo Independencia”, la campaña contrainsurgente que, como indica la doctrina, combinó el uso de la fuerza con acciones tendientes a construir consensos en la sociedad civil y política (Crenzel, 2010; Jemio, 2019).
Este recorrido, allende sus precisiones, resulta precario para conocer las luchas estudiantiles, pues suma hechos diferentes. Por ello, analizaremos las formas de acción, con desiguales relevancias, costos personales y niveles de articulación colectiva. A partir de su examen tendremos una aproximación a la evolución temporal del compromiso, la disposición al enfrentamiento, la relación con las instituciones y la violencia.
La codificación de esta variable se realizó de acuerdo con 17 categorías, las cuales se presentan simplificadas en cuatro clases complejas: “Declaraciones y/o comunicados”; “Acción institucionalizada” (conferencia de prensa, acto, asamblea, huelga de hambre, huelga universitaria de escala nacional, local o por unidad académica); “Acción directa sin violencia” (marcha, movilización, concentración y toma sin control del edificio); “Acción directa con violencia” (acto relámpago, enfrentamientos con la policía, barricada, toma con control del edificio, detonación de explosivos y ataque armado).[8] En el Gráfico 2 se pueden apreciar las distribuciones:

Gráfico 2: Evolución anual de los tipos de acción del movimiento estudiantil de la UNT, 28/6/1966 al 31/12/1975


 Fuente: Bonavena (1990-1992).

 

Las líneas precedentes contribuyen a comprender el proceso de confrontación. En primer lugar, ilustran las correlaciones entre la magnitud de las acciones y sus diversos tipos. Las declaraciones y la acción directa poseen una asociación estadística muy fuerte con la cantidad de acciones, que se expresa en un coeficiente de correlación R de 0,91 y 0,93 respectivamente. Esta covariación tiene menor fuerza en los casos de la acción directa con violencia y la acción institucional, aunque también son altas, ambas con 0,74.
Más allá de estas diferencias, los volúmenes totales arrojan cifras que podrían resultar paradójicas. Las declaraciones, que exigen menores niveles de organización y de compromiso, se encuentran en la cima de las acciones, y concentran aproximadamente un tercio de ellas, con 1018 casos. Muy cerca, con una frecuencia de 950, se ubican las acciones directas con violencia. Si se suman las dos formas de acción directa, con y sin violencia, acaparan 1260 casos, con lo cual superan en más de un 50% a la acción institucional que reporta 796. Esta convivencia entre los dos polos del compromiso y del nivel de confrontación tiene cierta lógica. La presencia estudiantil en el escenario político, como ocurre con otros movimientos, representó un estímulo para que muchos actores sociales se pronunciaran y que sus palabras resonasen en la prensa, y esto eleva la cifra de las declaraciones y comunicados. En el contexto específico, estas distribuciones reflejan, en parte, la rigidez institucional de la autoproclamada “Revolución Argentina”, que no propiciaba instancias de negociación entre el alumnado y las autoridades. Esto resulta notorio si echamos un vistazo a 1973, cuando, por primera vez y de ahí en más, la acción institucional supera a la acción directa. Bajo ese contexto también se verifica la continuidad de las declaraciones como forma recurrente en los registros.
En este sentido, resulta de interés analizar la evolución del ejercicio de la violencia. Esta acompaña la curva general de la acción, aunque pica en punta en dos momentos y tiene fuerte gravitación en un tercero: en 1966, cuando se impone la dictadura; en 1969 y 1970, años de gran activismo, constituye la forma más reiterada, presente en casi el 80% de los registros; y durante 1972, año del Quintazo, cuando supera el tercio de los hechos. Asimismo, es visible que la acción directa con violencia aventaja casi todos los años, y con creces, a su par pacífica.
El pronunciado desbalance refleja de manera sintética la experiencia de un movimiento estudiantil cuyas reconstrucciones (Nassif, 2012; Millán, 2013; Kotler, 2019) han subrayado los sucesivos choques con la policía, sean en barricadas, actos relámpago o de otro tipo, incluso cuando se trataba de reclamos aparentemente poco radicales, como el relativo al comedor universitario en 1970. Estas cifras conforman la imagen de un movimiento estudiantil para el que la contienda política pacífica representaba una forma entre otras, en ciertas circunstancias incluso menos frecuente. Estos resultados tal vez contribuyan a pensar el ejercicio de la violencia no tanto como la “opción” de una generación o un ethos cultural (entre otras, Calveiro, 2005), sino como parte constitutiva de la experiencia política.
Estas cuestiones conducen a interrogarnos sobre otro factor: los protagonistas. Nuestro código reconoce 27 categorías no excluyentes, pues una acción puede haber sido realizada por más de un grupo. Para simplificar la lectura, trazamos seis categorías que abarcan a todas las agrupaciones presentes en distintos momentos en diferentes puntos del país, criterio que permite localizar las experiencias tucumanas en clave local y nacional: “Centros y Federaciones”; “Agrupaciones Reformistas” (los comunistas del MOR, los radicales de FM, los socialista del MNR, la izquierda nacional nucleada en AUN y otras reformistas); “Agrupaciones de Izquierda” (las maoístas del FAUDI y la Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combatiente –TUPAC–, la trotskista de la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista –TERS–, el guevarista FEP-PRT, la Línea de Acción Popular o los Grupos Revolucionarios Socialistas); “Agrupaciones Peronistas” (Frente de Estudiantes Nacionales –FEN–, Juventud Universitaria Peronista –JUP–, Integralismo y demás); “Grupos de Derecha” y “Otros/No informados”.[9] En el Gráfico 3 puede observarse una evolución de los protagonismos de los distintos conglomerados: 

Gráfico 3: Evolución anual de los protagonismos de las acciones del movimiento estudiantil de la UNT, 28/06/1966 al 31/12/1975


Fuente: Bonavena (1990-1992).

En el gráfico computamos que el aporte del estudiantado no identificado con una tendencia política se ubica a la cabeza entre 1969 y 1972. Esto puede deberse a un problema metodológico derivado del subregistro de identidades políticas, ya sea por desconocimiento de las y los participantes por parte del periodismo, cuyas crónicas se utilizan aquí, por una voluntad de preservar su identidad en un contexto en el que develarla acarrea peligros o, también, porque en varios levantamientos se mezclaban las identidades políticas, lo que hace imposible su detección precisa. Por ello, los numerosos registros de “estudiantes” sin filiación constituyen casi un rasgo por antonomasia de los ascensos de masas.
Cuando se contabilizan los protagonismos con identificación durante toda la década advertimos que los Centros y Federaciones encabezan el listado con 788 registros (39%); seguidos por las agrupaciones de izquierda con 490 (24%); en tercer término, las corrientes reformistas con 369 (18%); más atrás la agregación de grupos católicos y peronistas, excluidos los de derechas, con 315 (16%); y los de ultraderecha que realizaron al menos 55 acciones (3%). Esta distribución debe leerse con una consideración: según las reconstrucciones, una mayoría simple de los centros eran dirigidos por reformistas, y una minoría importante de ellos por marxistas.
Cuando posamos la mirada en la evolución anual de los protagonismos observamos que, con pocas excepciones, los centros y federaciones encabezan las cifras. Por otra parte, se destaca la primacía de la izquierda en 1972, la etapa de mayor activismo, así como en 1974, en los comienzos del terrorismo de Estado. Allí, como en 1970, las entidades gremiales estudiantiles se ubican en segundo término.
La peculiaridad de 1970 en nuestro registro reside en la importancia del catolicismo/peronismo entre los protagonismos identificados, un caso único en la serie, donde el peso de las acciones de masas del Tucumanazo –respecto del cual la prensa detalla escasamente las identidades de quienes actuaban– probablemente haya contribuido a producir un sesgo estadístico, y conformado una cifra que no se condice con el resto de la serie. En ese sentido, los grupos peronistas, hasta 1973 ajenos a la vida de los centros, y en ese momento participantes secundarios en estas entidades, quedaban muy relegados. Incluso cuando crecieron, en relación con sus rivales exhibieron una performance pobre.
Por estas razones sostenemos que no existe evidencia para suscribir la tesis de una peronización del movimiento estudiantil tucumano, ni su intervención decisiva en el proceso de radicalización. En contraste, existen pruebas del creciente peso de la izquierda apartada del reformismo, que algunos estudios califican como “nueva izquierda”, sin avalar aquí la idea de que el reformismo quedaría desdibujado. Finalmente, entre 1973 y 1974, en un contexto de institucionalización frágil que rápidamente derivó en uno represivo, el movimiento de lucha disminuyó notablemente. Sin embargo, también en esa etapa se mantuvieron las tendencias aludidas, lo que resalta la gravitación específica de cada fuerza.
En este examen, observar la distribución de estas acciones por facultades complejiza el cuadro de situación:

Tabla: Distribución anual de las acciones de lucha del movimiento estudiantil de la UNT por facultad y/o grupo de carreras


Fuente: Bonavena (1990-1992)

Nota: D= Derecho; E= Ciencias Económicas; M= Medicina; A= Arquitectura; I= todas las Ingenierías; H= Facultad de Filosofía y Letras y escuelas de otras humanidades (como Educación Física); A= Agrarias; N= carreras de Ciencias Exactas y Naturales (como Matemática, Física y Química); O= Otros ámbitos (como Farmacia y Bioquímica, Odontología, el Rectorado, las Escuelas Medias y la Quinta Agronómica).
Antes de cualquier análisis advertimos que, hasta 1971, los registros de las facultades donde estudiaban los protagonistas de las acciones resultan fragmentarios, pues contamos con esa información en alrededor del 40% de los hechos. Tras esta aclaración, observamos que a lo largo de la década no hay un predominio marcado de ninguna facultad. El primer puesto es ocupado por “Otros”, entre los que se cuentan la Quinta Agronómica y las escuelas de la UNT, que concentran alrededor del 19% de las acciones; seguidos por Derecho con el 14%; muy de cerca por Económicas y Medicina con 12%; por el grupo de Ingenierías con 11%; y por las humanidades con el 10%. Este es un rasgo peculiar del caso tucumano, que lo diferencia de lo ocurrido en Buenos Aires, Córdoba o Rosario.
Cuando observamos la evolución a lo largo de los años notamos que hasta 1970 se destaca el activismo en Derecho, para ser desplazado luego por el de Filosofía y Letras, Arquitectura, las ingenierías y el grupo de Otras facultades que en 1972, año del Quintazo, ocupa un considerable primer puesto. Esta preeminencia continuó durante 1973, aunque con una diferencia mucho menor. En 1974, en un contexto lúgubre, el reparto de los hechos por facultad o grupos de carreras fue parejo.
Esta activación generalizada en las facultades a lo largo del decenio resulta una de las claves explicativas del volumen de la acción colectiva de un alumnado que protagonizó una cantidad de enfrentamientos sin parangón nacional. Para comprender mejor este proceso nos adentraremos en los reclamos, en los escenarios y en los aliados.

3. Reclamos, escenarios y aliados

El análisis del movimiento estudiantil tucumano, como el de cualquier colectivo de lucha, requiere ponderar sus reivindicaciones. Esto permite conocer sus objetivos desde una perspectiva instrumental y comprender más profundamente sus prácticas. ¿Qué demandaba el alumnado en ese millar de acciones? En la codificación de la variable Reclamos distinguimos 13 tipos de peticiones, que se exponen agrupadas en cinco categorías: “Reclamos académico/universitarios” (autonomía y cogobierno, cuestiones académicas, bienestar estudiantil e ingreso irrestricto); “Política Universitaria” (cuestionamiento contra funcionarios y/o profesores y crítica de la política universitaria gubernamental); “Cuestiones políticas” (contra medidas y acciones políticas en el escenario nacional y/o internacional, solidaridad con otras luchas y memoria/homenaje a mártires), “Antirrepresivo”, “Apoyo a Funcionarios y/o Gobierno” (apoyo a funcionario, apoyo a la política educativa del gobierno o al gobierno en general). En el Gráfico 4 se presenta su evolución anual:

Gráfico 4: Evolución anual de los reclamos del movimiento estudiantil de la UNT, 28/06/1966 al 31/12/1975


Fuente: Bonavena (1990-1992).

 

Una primera lectura arroja un resultado evidente: las cuestiones políticas ocuparon un lugar relevante entre los motivos para la acción. Este elemento no constituye una particularidad; numerosos análisis sobre los movimientos estudiantiles de los años sesenta y setenta marcaron la importancia de la politización. No obstante, el gráfico aporta otra información, que enriquece el análisis e invita a dudar de una concepción monista sobre la radicalización estudiantil del período, entendida como un eclipse en su agenda de los asuntos propiamente universitarios (Sarlo, 2001).
En el volumen total de reclamos a lo largo de una década, las cuestiones políticas ocupan un 33% y se encuentran a la vanguardia entre 1967 y 1973, con la llamativa excepción de 1970, año del Tucumanazo en noviembre. Las demandas antirrepresivas y los asuntos académicos se reparten, casi en igual cantidad, la mitad de los reclamos; seguidas desde lejos por la “política universitaria” con un 9%; y ya más atrás, con un marginal 2%, las acciones en apoyo al gobierno y/o a funcionarios, que alcanzaron su pico en 1973 con la intervención del primer gobierno del tercer peronismo.
Asimismo, debe destacarse que la línea que separa las “cuestiones universitarias” de la “política universitaria” es relativamente porosa y, por tanto, resulta adecuado contrastar la magnitud de su adición con las otras categorías. En esa comparación, superan por muy poco el caudal de los reclamos políticos. Asimismo, una observación de la evolución temporal advierte que las demandas corporativas acaudillaron los reclamos durante 1966, cuando hubo un áspero ciclo de confrontación; en 1970 y 1971, una etapa de radicalización local y nacional; y en 1974, en el ocaso de este largo ciclo.
La tercera categoría está conformada por los reclamos antirrepresivos. Estos crecieron en 1969, al comienzo del trienio radical, y se encaramaron en 1971 y 1972 –año del Quintazo– y en la etapa final de nuestro análisis, bajo el terrorismo de Estado, entre 1974 y 1975. Esta evolución se corresponde con los ritmos y las modalidades de la represión sobre el movimiento estudiantil en el país, progresivamente “sucia” (Califa y Millán, 2016), y sus valores desde 1971 en adelante presentan una covariación casi perfecta con la acción directa con violencia, con un R de 0,99.
Esta distribución, relativamente pareja, de los motivos esgrimidos para la acción estudiantil, con las alternancias entre los aspectos preeminentes, brinda una imagen de su radicalización más amplia que el involucramiento en la lucha política en sentido estricto. Retrata un proceso con demandas diversas, en cuyos reclamos se vinculan distintos contingentes universitarios.
En este sentido, vale recordar que el Tucumanazo de 1970 comenzó con un reclamo por el comedor universitario. Se ofrecían 760 plazas frente a las 2600 solicitudes, muchas eran de estudiantes del interior o de provincias vecinas que sin este medio no podían costear sus estudios (Nassif, 2016). Este eje reivindicativo, como demostró Kotler (2012), se convirtió en una cuestión medular de toda la experiencia estudiantil tucumana, en la cual se formó una generación de militantes de corrientes tan dispares como el PRT o el humanismo. Algo similar puede decirse del largo proceso de enfrentamientos de 1972, pues durante el semestre previo al Quintazo se produjeron gran cantidad de movilizaciones por asuntos estrictamente universitarios y, en ese contexto, prendió la solidaridad con los trabajadores estatales que detonó la revuelta de junio.
Las aseveraciones precedentes tienen mayor respaldo cuando se analizan los escenarios de la acción estudiantil. Este aspecto puede contribuir a comprender la relevancia del movimiento estudiantil en el espacio urbano de la capital pues, como resaltaron Lucía Santos Lepera e Ignacio Sánchez (2019), muchos de los combates sociales de la provincia ocurrían en ciudades pequeñas y periféricas que alojaban ingenios y reconocían una lógica también local. En la codificación de esta variable registramos ocho ámbitos: “Universidad”, “Calles y/o espacio público”, “Locales de Partidos Políticos” y “Otros” (locales sindicales, locales y/o domicilios privados, teatros, cines, edificios de entidades deportivas, religiosas, profesionales u otras actividades civiles). En este artículo presentamos la evolución de los dos escenarios que concentran el 97% de las acciones: la universidad (69%) y la calle (28%).

Gráfico 5: Evolución anual de los principales escenarios de la acción del movimiento estudiantil de la UNT, 28/06/1966 al 31/12/1975


Fuente: Bonavena (1990-1992).

 

Como surge en el Gráfico 5 y en el volumen global, las instalaciones de la UNT fueron el escenario de más de dos de cada tres acciones, y lideran las series de casi todos los años. Asimismo, resulta considerable la fuerza de la covariación de la serie de hechos y de las acciones en la universidad, con un R de 0,96.
No obstante, algunas observaciones atenúan estas afirmaciones. Por un lado, hasta 1973 la calle acaparó al menos un 20% de las acciones anuales. Por otro, durante el despegue de la conflictividad estudiantil en 1969 y 1970 –es decir, el período de los primeros Tucumanazos–, la esfera pública no solo adelantó en el listado de escenarios y dejó relegados a los claustros, sino que superó el 50% de las localizaciones de los hechos. Esta proliferación de acciones callejeras se inscribe en un contexto global del estudiantado, pero también en una tendencia nacional de la lucha de clases como lucha de calles, en la que el alumnado movilizado se integró a una alianza obrero-estudiantil (Balvé et al., 2005), y su intervención, más allá de sus reclamos, tiene una forma política por el hecho de discurrir en el espacio público. En Tucumán, como afirma Emilio Crenzel:

en el ‘Tucumanazo’, el carácter político de la confrontación se hace presente en forma creciente […]. Los enfrentamientos registran desde las fuerzas populares el intento de reapropiarse de una territorialidad social más compleja y mayor: la ciudad. Esto se materializa, en la expresión en términos políticos, del proceso de constitución de una alianza social de carácter popular: la coordinadora obrero-estudiantil. (1997, p. 146. Cursiva en el original).

 Cuando nos adentremos en la evolución de las alianzas del movimiento estudiantil, notaremos que el volumen cambiante de la presencia en la calle tiene una estrecha relación con los vínculos obreros. No obstante, deben añadirse dos salvedades. Si se sustraen las declaraciones del total de hechos, que son contabilizadas como acciones en las facultades, el porcentaje de registros con acciones callejeras se eleva sensiblemente, para alcanzar una media del 45% y llegar al pico de 75% en 1969. Es decir, a lo largo de una década, poco menos de la mitad de las acciones colectivas del estudiantado tucumano transcurrían en la esfera pública.
La otra aclaración apunta al carácter de la Quinta Agronómica, un complejo de edificios universitarios y, al mismo tiempo, un sitio urbano. Decidimos considerarlo como un escenario universitario porque, al fin y al cabo, según Crenzel (1997), en aquel entonces era una parte de la UNT de reciente creación, inspirada en la idea de escindir la vida universitaria del trajín urbano.
Como se ha mencionado, a lo largo de la década prevalecen las unidades académicas como ámbito de la acción estudiantil, con gran preponderancia en 1972, año del Quintazo. Esta constatación refuerza las tendencias observadas en el Gráfico 5. En definitiva, entre lo político y lo reivindicativo se juega un ascenso militante sinuoso, sin solución de continuidad. Así, la lucha contra la limitación del ingreso entre 1970 y 1972 propició la confluencia en las calles con los trabajadores textiles o azucareros y, por ello, la alianza entre las fracciones sociales. En tal sentido, Nassif (2016) ha insistido en remarcar que el Quintazo no fue meramente estudiantil, sino que la ubicación de la quinta en uno de los barrios populares de la capital provincial dinamizó también la participación de fracciones obreras.
Por estas razones, presentes en la bibliografía reciente y clásica sobre los años sesenta y setenta, un análisis de la evolución de los aliados del movimiento estudiantil de la UNT esclarece acerca de su dinámica. El Gráfico 6 presenta una síntesis de nuestra codificación: las principales categorías “Docentes y no docentes”, “Obreros” y los “Otros” (Fracciones religiosas; Fracciones profesionales; Comerciantes; Padres/Madres/Familiares; Organizaciones políticas; Otros), agrupadas debido a su baja reiteración individual:

Gráfico 6: Evolución anual de las acciones con aliados del movimiento estudiantil de la UNT, 28/06/1966 al 31/12/1975


Fuente: Bonavena (1990-1992).

El Gráfico 6 ilustra una primacía abrumadora de la coalición con los trabajadores. En el reparto global a lo largo de la década, las fracciones obreras acaparan el 59% de las acciones en cooperación de los alumnos y se encuentran en aproximadamente el 14% de los registros. Asimismo, sus cifras se elevan en los momentos de mayor nivel de movilización estudiantil. Muy por detrás se encuentran los trabajadores universitarios, docentes y no docentes, con el 23% y casi el 5% de presencia en los enfrentamientos estudiantiles. Nuestro código no distingue por rama de la producción, pero durante la tabulación nos impresionó la reiteración de los azucareros. Esto no constituye ninguna novedad, sino que refuerza lo que ya ha marcado la literatura especializada.
Empero, la distribución analizada abre una lectura menos habitual. Durante 1973, cuando retornaron la constitución y el voto, la cosecha de acciones y de alianzas del estudiantado de la UNT mermó notablemente. El grupo de trabajadores docentes y no docentes, de injerencia ascendente, prosiguió su ascenso entre los aliados del movimiento estudiantil, en buena medida porque la nueva situación se caracterizaba por mayores grados de libertad; en otra, porque los hechos en apoyo al Poder Ejecutivo y a las autoridades universitarias crecieron a niveles inéditos, como pudo apreciarse en el Gráfico 4. Pero cuando el libre albedrío se cortó abruptamente con la represión, tanto las alianzas del estudiantado tucumano como el propio movimiento de lucha se derrumbaron. En ese sentido, el gobierno peronista, más que fusionar a los estudiantes con el “pueblo pobre y trabajador”, como repite cierto discurso político, quebró la unidad forjada.
Para 1975, la Escuela de Educación Física de la UNT funcionaba como un centro de detención clandestino ligado al “Operativo Independencia” (Pucci, 2013). Según Rubén Kotler:

En los días previos al golpe se creó en el ámbito del Rectorado el “Servicio de Seguridad y Vigilancia” (SSV) coordinado por Ismael Haouache ‘reconocido por su militancia en grupos antisemitas y de provocación democráticos’ (Comisión de DD. HH.- UNT, 1986). [...] Según un informe elaborado por una Comisión de Derechos Humanos creada en el ámbito de la UNT en los primeros años de la transición, el SSV realizó tareas de “detección y fichaje de estudiantes con algún tipo de militancia política, participó activamente de la represión parapolicial” e incluso portaban armas “entregadas desde el Rectorado (a cargo del delegado militar, el coronel Eugenio Barroso).” (2019, p. 207).

Bajo esta atmósfera, que disparó el accionar parapolicial del Comando Nacional del Norte y de la versión local de la Confederación Nacional Universitaria, se arribó a la asonada de 1976. Fueron cesanteados 77 profesores y auxiliares estudiantiles de la UNT (Pucci, 2013). De acuerdo con el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas –CONADEP– (1984) el 40% de las 700 víctimas de crímenes, secuestros y desapariciones de la provincia de Tucumán se produjeron antes del último golpe de Estado, y luego se registraron al menos 70 desapariciones vinculadas a la UNT.

4. El polvorín tucumano

La sinuosa trayectoria del movimiento estudiantil de la UNT no tiene parangón en la Argentina. Si comparamos los enfrentamientos estudiantiles tucumanos con los registrados en otras ciudades, poniendo el acento en las urbes sacudidas por los “azos”, advertimos que su capacidad de lucha resultó superior. Esta militancia no solo sobresalió en los años más álgidos del ciclo de protesta nacional; también se destacó durante 1967, y sobre todo en 1972. Mientras la disposición al enfrentamiento del alumnado se desplomó en el conjunto del país, Tucumán marchó a contramano.
Esta potente performance remite a varias causas. Por un lado, fue vital la tradición de lucha y organización que acogía al estudiantado del norte, empapada en las tendencias nacionales, pero siempre con una impronta distintiva, en este caso la gravitación de una izquierda donde germinó el PRT-ERP. Asimismo, resulta insoslayable la pericia estudiantil para componer alianzas con los trabajadores en lucha. En este sentido, no constituyen un dato menor las posibilidades que brindó esta provincia, no solo por su acotada extensión geográfica sino, sobre todo, por la reestructuración capitalista que padeció, fundamentalmente su industria azucarera. En un texto pionero, Silvia Sigal (1978) resaltaba que, según crónicas de 1966, a Onganía le preocupaban especialmente “la intranquilidad universitaria, el polvorín tucumano, la politización sindical y el déficit ferroviario” (p. 403).
En un artículo reciente fueron señaladas diversas similitudes del contexto local y de la evolución de los movimientos estudiantiles de Tucumán y de Ayacucho, en Perú, donde la desarticulación de una parte fundamental de las relaciones de producción de escala regional coexiste con la gravitación de la insurgencia en el ámbito universitario (Califa y Millán, 2019b). Como vimos, en la UNT se registró un arco de fuerzas filiado con las corrientes que despuntaban en el movimiento estudiantil argentino, aunque aquí tuvo mayor peso la izquierda no identificada con la Reforma ni con el peronismo.
Allende estos elementos, este movimiento estudiantil siguió, en líneas generales, la huella nacional. Como en otras ciudades, el reformismo estuvo lejos de perecer, y el peronismo, de exhibir el dinamismo que muchos le atribuyen. Mientras tanto, el regreso constitucional de 1973 limó la radicalización estudiantil hasta hundirla. La acción directa y el uso de la violencia frente a un enemigo que hacía gala de su prepotencia, la construcción de reivindicaciones propias, las calles como escenario de lucha, la fusión con el movimiento popular, todo lo que había distinguido su enfrentamiento contra la dictadura se esfumó.
De este modo, el movimiento estudiantil tucumano llegó al golpe de Estado de 1976 azotado por una feroz represión que anticipó su derrota: a la “Misión Ivanissevich”, que recayó sobre las universidades del país, se sumó la realidad local del “Operativo Independencia”. El ensañamiento que mermó sus filas atestigua el peligro que su accionar suscitaba en las clases dominantes tras una década de inestabilidad.

 

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Notas

[1] Acción Provinciana fue una alianza electoral para los comicios de 1965. Estuvo encabezada por el peronista Fernando Riera e incluyó en sus listas a varios trabajadores azucareros. Elegidos en asambleas obreras, ocho de ellos fueron ungidos diputados provinciales y uno, Benito Romano, diputado nacional.

[2] El Comité Operación Tucumán, popularmente conocido como “Operativo Tucumán”, fue un programa del gobierno dictatorial para una pretendida diversificación productiva de la provincia que debería llevarse a cabo en paralelo con el cierre de los ingenios. En la historiografía existe un consenso sobre el fracaso de estas iniciativas, tanto a nivel económico como social.

[3] Una reconstrucción de los eventos puede verse en Nassif (2016).

[4] Nuestro artículo no pretende terciar en ninguno de los dos debates. En primer término, porque no es un trabajo referido a los alzamientos tucumanos de masas, sino sobre procesos de movilización estudiantil de mediano plazo. En segundo lugar, porque nuestro método exige algo de lo que carecemos: series estadísticas sobre el movimiento obrero para cotejarlas con los ciclos estudiantiles.

[5] Al respecto, consultar una síntesis en Buchbinder (2005).

[6] La base mencionada consiste en una cronología de enfrentamientos sociales protagonizados por estudiantes entre el golpe de Estado de 1966 y el de 1976. Fue confeccionada a partir de periódicos de circulación nacional (La Nación, La Prensa, Clarín, La Opinión, Crónica, Noticias y La Razón) y local (El Día, La Nueva Provincia, La Capital de Rosario y de Mar del Plata, Los Andes, El Litoral de Corrientes y de Santa Fe, La Voz del Interior, La Gaceta, Norte, La Arena, Córdoba, La Tribuna, El Tribuno, entre otros). Desde 2006, sucesivas indagaciones en hemerotecas y archivos de diversas ciudades comprobaron la fiabilidad y representatividad de esta fuente. La base puede consultarse mediante comunicación con el área de Conflicto Social del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

[7] Santiago Pampillón fue un obrero mendocino y alumno de la Universidad Nacional de Córdoba. Abatido por la policía en una protesta universitaria en la capital mediterránea durante septiembre de 1966, se convirtió en un mártir estudiantil y popular.

[8] Entre las categorías “acción institucionalizada” (AI) y “acción directa sin violencia” (AD s/v) hay hechos que no pueden clasificarse sin controversias. Puesto que privilegiamos diferenciar las acciones directas en función del ejercicio de la violencia, hemos colocado las huelgas de hambre y las huelgas estudiantiles, no equiparables con el instituto de la huelga de los asalariados, dentro de AI.

[9] La clasificación de AUN, organizada en torno al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, resulta problemática. Roberto Ferrero (2009) ubica a esta fuerza dentro del peronismo. Para nosotros es más adecuado considerar dentro del reformismo su identidad universitaria. A diferencia del peronismo, AUN participaba de las elecciones de centros, reivindicando una “Reforma Nacional”. Más allá de lo discutible del criterio, se trataba de una fuerza pequeña y su caso no modifica las tendencias.

Recepción del original: 14 de mayo de 2020.
Aceptado para publicar: 29 de agosto de 2020.