DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v22i3.3339
RESEÑAS
Daniel Gutiérrez Ardila1
En la tesis doctoral que concluyó en 2010 y publicó en francés tres años más
tarde, Alejandro Rabinovich (2013) se trazó un vasto programa personal de
investigación que ha proseguido en diversos artículos y libros: el estudio de la
guerra en el Río de la Plata “como fenómeno social” capaz de “incidir en todos
los aspectos de la vida” entre 1806 y 1870 (p. 348). El libro que hoy reseño forma
parte, por tanto, de un conjunto en construcción, notable por su riqueza y
por la ambición que lo sustenta. Precisamente, mientras en Francia se publicaba
el primer volumen de la serie, salía en Argentina un breve e ingenioso libro,
dirigido a un público amplio y concebido como una colección de capítulos
cortos, que llevaban por título un verbo en infinitivo (enrolarse, comer, beber,
bailar, violar, desertar, morir, matar, etc.) y buscaban precisar el significado de
la experiencia cotidiana de la tropa en la región mencionada durante quince
años de guerra (2013, p. 216).
Rabinovich dio a luz un tercer libro en 2017 sobre la sociedad guerrera
rioplatense, que es el objeto de la actual reseña. Esta vez el autor se ha concentrado
en una batalla, acontecida en el paraje de Huaqui (Alto Perú, actual
Bolivia), el 20 de junio de 1811; o mejor, en el particular fenómeno emocional
colectivo que en ella se manifestó y en su enorme poder de devastación, comparable
a una derrota decisiva: una oleada de pánico que aniquiló en instantes
al ejército de 6.000 hombres con el que los revolucionarios bonaerenses
esperaban apoderarse de Lima y consolidar el nuevo régimen. El tratamiento
general del fenómeno de la guerra en el Río de la Plata, que compartían los dos
volúmenes anteriores, cedió su lugar al análisis particularizado de un acontecimiento
bélico, perspectiva, según constata el autor en la introducción, absolutamente
inusual en la historiografía hispanoamericana (salvo, claro está entre
los historiadores de las fuerzas armadas). No obstante, el cambio de encuadre
es solo aparente, pues Rabinovich es consciente de que la batalla es una ventana
privilegiada para comprender el “funcionamiento interno de esa compleja
y peligrosa máquina que eran los ejércitos revolucionarios” (p. 13). Además, el autor afirma que la manera de combatir y el modo de funcionamiento general
de una sociedad están íntimamente relacionados, porque la aniquilación,
producto del pánico, de un ejército de línea indica un proceso incipiente de
disciplinamiento de la tropa, de educación de los oficiales y de control de la
sociedad en general. Finalmente, Rabinovich sabe que el pánico fue un fenómeno
reiterado durante la era revolucionaria en Hispanoamérica y que, en
consecuencia, sus análisis iluminan también experiencias de otras latitudes.
Para citar solo el caso neogranadino –el más cercano a quien escribe estas
líneas– las tropas realistas que defendían la ciudad y provincia de Santa Marta
se diluyeron consumidas por el terror a comienzos de 1813, embarcándose
precipitadamente con dirección a las Antillas y el Istmo de Panamá, dejando el
campo libre a los revolucionarios cartageneros. Asimismo, la expedición victoriosa
que comandaba Antonio Nariño en el sur del Nuevo Reino se desintegró en 1814 ante la difusión de un bulo, cuando era inminente la caída de Pasto,
que hubiera abierto las puertas de Quito y quizás también las del Perú:
“Los soldados y oficiales fugitivos que llegaron por la noche al campamento de Tasines dijeron que Nariño estaba prisionero y que todo se había perdido. El coronel José Ignacio Rodríguez, que allí mandaba, tomó inconsideradamente la resolución de clavar la artillería y retirarse: hubo oficiales que se opusieron, mas se llevó a efecto, porque el desaliento y la desconfianza se habían apoderado de las tropas. A las cinco de la mañana (11 de mayo) se emprendió la marcha, dejando abandonadas diez piezas de artillería, las tiendas, municiones y caballerías. Apenas eran las siete cuando llega Nariño y solo encuentra en el campo unos pocos enfermos e inválidos; los soldados que le acompañan, viendo un suceso tan inesperado, se intimidan y no piensan sino en la fuga” (Restrepo, 1942, t. 2, pp. 132-133).
El Ejército Auxiliar del Perú, como se llamaba el cuerpo desintegrado
por el pánico en Huaqui, era una fuerza invicta que contaba con nueve meses
de marcha y tres mil kilómetros a sus espaldas. Que un cuerpo semejante pudiera
desvanecerse de golpe es un hecho singular, si se tiene en cuenta que las
deserciones normales tras una derrota oscilaban, de acuerdo con Rabinovich,
entre el 15 y el 30% de los combatientes. ¿Por qué sucedió tal cosa? Retomando
los estudios precursores de Georges Duby a propósito de Bouvines (y
su propuesta de un estudio antropológico de la batalla); de Georges Lefebvre
en lo atinente a la gestación y la transmisión del pánico en un contexto revolucionario;
y de John Keegan quien demostró la posibilidad de comprender la experiencia concreta de los combatientes, Rabinovich propone observar el
fenómeno de la guerra en el Río de la Plata “a la escala de la compañía y del
pelotón, al nivel del soldado de infantería que clava la bayoneta y del auxiliar
de caballería que saquea los bagajes” (p. 17). Y si el caso de Huaqui se presta
a ello particularmente, es porque la debacle suscitó una inquisición exhaustiva
por parte del gobierno bonaerense que permite recomponer un relato sobre el
acontecimiento basado en decenas de testimonios, y superar así los escuetos
y grandilocuentes partes militares con que (en el mejor de los casos) cuenta
un historiador en Hispanoamérica para comprender una batalla del período
independentista. Además, Rabinovich pudo consultar la documentación realista
conservada en España en el archivo de Juan José Goyeneche y contrastó ambos acervos con las listas de revista del ejército revolucionario que autorizan
su reconstrucción con “un nivel de detalle sin precedentes”. Por último, y
no menos importante, el autor visitó el sitio de la confrontación, sintiendo en
carne propia las particularidades del terreno y los constreñimientos de la altura,
y contrastó de primera mano la realidad representada en los croquis dibujados
en 1811 por los propios protagonistas.
¿Qué resulta de todo esto? En primer lugar, el Ejército Auxiliar del Perú había tenido como misión inicial expandir la revolución a las provincias interiores
y solo posteriormente recibió la de pasar al Alto Perú. En segundo
lugar, su mando era colegiado y estaba desgarrado por dos tendencias políticas
contradictorias: por una parte, la que imperaba entonces en la Junta de Buenos
Aires, caracterizada por la cautela y la decisión de no iniciar, a menos que
fuera estrictamente necesario, una guerra por fuera de las fronteras del antiguo
virreinato; por otra, la de Juan José Castelli y su camarilla, quienes compartían
una visión de la revolución más radical y rupturista, promovían la exportación
violenta de la causa y veían en la ocupación del Perú una oportunidad irrepetible
para imponer en Buenos Aires su visión de la historia. En tercer lugar,
Rabinovich muestra que el ejército revolucionario, además de haber cambiado
de función recientemente y de oscilar entre dos concepciones diversas del
movimiento revolucionario, era también un conjunto heteróclito de cuerpos
de procedencias disímiles y con experiencias de acuartelamiento y servicio
muy variables. De hecho, más de la mitad eran regimientos altoperuanos de
reciente creación, por lo que no sorprende que los hombres que habrían de
desbandarse en Huaqui provinieran en su mayoría de La Paz y tuvieran un
corto entrenamiento de apenas mes y medio. En suma, se trataba de un ejército
compuesto según lógicas milicianas, es decir, de una “coalición de elementos
que se reservaban dosis de autonomía demasiado considerables” (p. 251).
Dos capítulos del libro están dedicados a la batalla propiamente dicha y otro más al torrente imparable del pánico. El autor se esfuerza por seguir aquella
correría, desde la lucha inicial por las monturas disponibles y el abandono
de los uniformes (pues más valía luchar contra la hipotermia que ser identificado
como enemigo), en el instante mismo en que los soldados realistas saqueaban
los campamentos, prendían fuego en las tiendas de campaña y se libraban
a una rebatiña fenomenal. Tras el desplome propiamente dicho del “castillo de
cartas que los revolucionarios, con Castelli a la cabeza, habían montado en el
Alto Perú”, los rumores de que el fusilamiento sería la suerte de todo prisionero
y de nuevos ataques de los realistas configuraron una “deserción en masa de
proporciones extraordinarias” y una “insurrección general en contra del régimen
disciplinario militar” (pp. 189, 202-203). Doce días después de Huaqui,
Castelli no había logrado reunir más que una docena de fusileros. En consecuencia,
el Alto Perú cayó en manos de Goyeneche y de los realistas, cuyo
dominio solo podrían entorpecer por una década partidas de guerrillas. Los
desertores en fuga cometieron tales tropelías (asesinatos, violaciones, robos...)
que arraigó una reputación muy desfavorable de los rioplatenses y se rompió
“para siempre” la posibilidad de una alianza entre estos y los altoperuanos.
Anatomía del pánico concluye explorando las onerosas consecuencias
del desastre de Huaqui, con el que se esfumó la posibilidad de finalizar tempranamente
la guerra revolucionaria y se rompió la coherencia económica del
antiguo virreinato del Río de la Plata, sustentada en la explotación de las minas
argentíferas altoperuanas. Mientras los territorios gobernados desde Buenos Aires
debieron buscar un modelo económico alternativo, la corte limeña se benefició con un flujo monetario que explica en buena medida su eficaz resistencia
de una década contra la revolución que la atenazaba en el subcontinente.
Así, la derrota de Huaqui supuso también al mismo tiempo la de Castelli y los
radicales, y la de la facción que dirigía la junta porteña. Se esbozó una tendencia
a la concentración del poder, manifestada primero en la instalación de
un Triunvirato y posteriormente en la de un Directorio Supremo. En cuanto a
la lógica miliciana de los ejércitos revolucionarios rioplatenses, esta persistiría
por mucho tiempo, de suerte que siguió primando la autonomía militar y política
de los cuerpos regionales sobre la subordinación. No menos importante,
acontecimientos como el de Huaqui mostraron los límites de ciertos modelos
militares europeos cuando se aplicaban a las dinámicas de la Sudamérica independentista.
Los disparos de fusil cedieron poco a poco de tal modo su protagonismo
frente a las cargas a la bayoneta y a la caballería equipada con arma
blanca: habían terminado las contiendas incruentas y se perfilaba una guerra
ecuestre “donde se registrarían batallas enteras sin que nadie fuese a pie ni se
escuchase un tiro” (p. 261).
Notas
1 Centro de Estudios en Historia-Universidad Externado de Colombia. Colombia. Correo electrónico: danielgutierrezardila@gmail.com.
Referencias bibliográficas
1. Rabinovich, A. M. (2013). La société guerrière. Pratiques, discours et valeurs militaires dans le Rio de la Plata, 1806-1852. Rennes, Francia: Presses Universitaires de Rennes.
2. Rabinovich, A. M. (2013). Ser soldado en las guerras de independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
3. Restrepo, J. M. (1942). Historia de la revolución de la República de Colombia en la América Meridional. Bogotá, Colombia: Ministerio de Educación Nacional.