DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v24i2.2628
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ARTÍCULOS
La Acción Católica Argentina ante la cultura de masas durante la década de 1930
Argentine Catholic Action and mass culture during the 1930s
A Ação Católica Argentina perante a cultura de massas durante a década de 1930
María Alejandra Bertolotto
Universidad de Buenos Aires
Universidad de San Andrés
Argentina
Correo electrónico: ale_tres@hotmail.com
Resumen: Durante la década de 1930 en Argentina, la Iglesia católica emprendió la tarea de reconquistar una sociedad que, según consideraba, estaba alejada de la doctrina. La Acción Católica Argentina fue el brazo laico –controlado por la jerarquía eclesiástica– de este proceso de recristianización. Las cuestiones culturales le preocupaban porque era en este campo donde el proceso de modernización parecía alejarse cada vez más de los valores católicos. Este artículo analiza la mirada de la Acción Católica Argentina acerca de los cambios morales y culturales que atravesaron a la sociedad argentina durante la década de 1930, a partir del estudio de las siguientes publicaciones de la institución: Boletín Oficial de la Acción Católica, Concordia, Anhelos, Boletín del Dirigente, Boletín de la Dirigente y Sursum. En particular, se examinan los dichos del organismo acerca de la radio, el cine, la prensa, las modas y el uso del tiempo libre, productos de la cultura de masas que generaban una especial inquietud en las filas católicas.
Palabras clave: Ccatolicismo; Cultura de masas; Modernización; Moral
Abstract: During the 1930s in Argentina, the Catholic Church undertook the task of reconquering a society that, it considered, was far from doctrine. The Argentine Catholic Action was the lay branch-controlled by the ecclesiastical hierarchy-of this process of re-Christianization. Cultural issues concerned him because it was in this field, where the process of modernization seemed to move increasingly away from Catholic values. This article analyzes the view of the Argentine Catholic Action about the moral and cultural changes that crossed the Argentine society during the 1930s, based on the study of the following institutional publications: Boletín Oficial de la Acción Católica, Concordia, Anhelos, Boletín del Dirigente, Boletín de la Dirigente y Sursum. In particular, the institution's statements about radio, film, press, fashion and the use of free time, products of mass culture that generated a special concern in the Catholic ranks, are examined.
Keywords: Catholicism; Mass culture; Modernization; Moral
Resumo: Durante a década de 1930, na Argentina, a igreja católica começou a reconquistar uma sociedade que, segundo ela mesma, a considerava distanciada da doutrina. A Ação Católica Argentina foi o braço laico –controlado pela hierarquia eclesiástica- deste processo de recristianização. As questões culturais o preocupavam porque era neste campo onde o processo de modernização parecia distanciar-se cada vez mais dos valores católicos. Este artigo analisa a olhada da a Ação Católica Argentina respeito das mudanças morais e culturais que atravessaram à sociedade argentina durante a década de 1930, a partir do estudo das seguintes publicações da instituição: Boletim Oficial da Ação Católica, Concordia, Anhelos, Boletim do Dirigente, Boletim da Dirigente e Surum. Particularmente, examinam-se as expressões da instituição sobre o rádio, o cinema, a imprensa, as modas e o uso do tempo livre, produtos da cultura de massas que geravam uma espacial inquietude no catolicismo.
Palavras-chave: Catolicismo; Cultura de mass; Modernização; Moral
Las cuestiones culturales estuvieron en el centro de las inquietudes de la Acción
Católica Argentina (ACA) desde los inicios de la institución. La preocupación de la
Iglesia y de los católicos por intervenir en estos debates iba de la mano de los procesos
de modernización, masificación y democratización de la sociedad que ponían en
cuestión los principios de la moral católica. Y era justamente en el campo de lo moral,
expresado en las costumbres y la vida cotidiana, donde existía una “disociación cada
vez más grande entre los principios imperantes del catolicismo y las modas o valores
sociales que se difuminaban” (Lida, 2015, p. 193). Así, la cultura de masas se revela
como un nicho fructífero para estudiar estos cambios, dada la profunda penetración de
sus productos en la sociedad.
Este trabajo se centra en los lineamientos y reacciones de la ACA respecto de
los cambios morales y culturales, a partir del estudio de su principal publicación, el Boletín Oficial de la Acción Católica Argentina (BOACA), que condensaba la visión y las
directivas de la Junta Central,1 como así también de las publicaciones de las ramas:
Asociación de Hombres de la Acción Católica (AHAC), Asociación de Mujeres de la
Acción Católica (AMAC), Juventud Femenina Católica Argentina (JF), Juventud de la
Acción Católica (JAC). La elección de la periodización se justifica en tanto la década de
1930 constituyó un período de ascenso y crecimiento del catolicismo, como también de
la ACA, dado que se sentaron las bases, los objetivos y los reglamentos de la
institución. El período resulta de interés debido a la magnitud de los cambios culturales
que se produjeron en Argentina. Fue durante estos años cuando los procesos de
modernización, urbanización, industrialización y crecimiento de las industrias culturales
consolidaron la sociedad de masas.
La hipótesis del trabajo es que la ACA, controlada por la jerarquía eclesiástica,
tuvo una actitud rígida y al mismo tiempo flexible con respecto a la cultura de masas.
Es decir, la Iglesia intentó aggiornarse y se apropió de herramientas modernas con
espíritu de cruzada. El desafío era hablar el idioma de la época y conquistar a los fieles
en un mundo cada vez más secularizado. Asimismo, las campañas de moralización y de
regulación del uso del tiempo libre pueden entenderse como formas de
disciplinamiento en el marco de la construcción de matrices de género, de militante
católico y de deferencia social, en el que las mujeres tuvieron un rol central.
Existen estudios acerca de la ACA, aunque las estrategias de la institución ante
la cultura de masas no han sido abordadas en profundidad. Fortunato Mallimaci (1991)
analizó la institución como eje fundamental del “catolicismo integral” de la década de
1930. Por su parte, Omar Acha (2000, 2010, 2011, 2016), examinó los ritmos de
afiliación a la institución, el lugar de las mujeres de la rama femenina adulta y el
activismo de los jóvenes de ambas ramas. Susana Bianchi (2005) sostuvo que la creación de la ACA significó un paso clave en los intentos de profundizar el control y la
centralización en el marco del proceso de consolidación de la Iglesia católica como
“actor político-social”. Jessica Blanco (2005, 2008) realizó un estudio profundo acerca
de la ACA como espacio público, en especial en Córdoba, para el período 1931-1941.
Su trabajo analiza la organización del organismo, su relación con la jerarquía y con
otras instituciones católicas, sus estrategias de penetración y de expansión en la
sociedad, las actividades del Secretariado Económico Social (SES) y el apostolado por
ambiente. Blanco caracterizó a la ACA como un ámbito de mayor nivelación entre
laicos, de creciente participación y de relativa autonomía con respecto a la jerarquía.
Lucía Santos Lepera (2015) centró su trabajo en la actividad del SES en Tucumán. José
Zanca y Mariela Rubinzal (2015) examinaron especialmente la publicación Primeras
Armas de la AMAC, orientada a los niños varones católicos. Otros trabajos, más
generales de historia del catolicismo, también se detuvieron en la ACA (por ejemplo,
Zanatta, 1996; Di Stefano y Zanatta, 2009; Lida, 2015). La compilación de Miranda Lida y
Diego Mauro (2009), que abordó la relación entre el catolicismo y la sociedad de
masas, incluyó además algunos estudios de caso.
Dentro de los trabajos sobre la cultura de masas, Theodor Adorno y Max
Horkheimer (1998) han señalado en su ya clásico estudio acerca de la “autodestrucción”
de la Ilustración (p. 52), que los diferentes productos de la “industria cultural” sirven
“para clasificar, organizar y manipular a los consumidores” (p. 168). En cambio, Jürgen
Habermas (1975) sostuvo que, en el capitalismo, los medios masivos contribuían a que
este superara sus “crisis de legitimidad”, aunque no sin generar contradicciones. Desde
la década de 1970, se ha pensado a la cultura más bien como un “espacio en disputa”
en el cual las personas son formadas por la cultura de masas pero, al mismo tiempo, la
reformulan. Por lo tanto, sostiene Matthew Karush, “las mercancías de la cultura de
masas son inherentemente polisémicas” (2013, pp. 21-22).
La década de 1930 fue el escenario de un “renacimiento” católico (Zanatta,
1996): se consolidó en Argentina un tipo de catolicismo integral en el cual adquirió
relevancia el apostolado laico, que se destacó por su masividad, ímpetu e iniciativa
(Mallimaci, 1988). Si bien en la actualidad esta visión monolítica se ha complejizado
(Lida, 2009), aún podemos afirmar que en este período se produjo una expansión del
catolicismo, que llegó a adquirir una “escala nacional y masiva” (Lida y Mauro, 2009, p.
14). Fueron los años del nacimiento del “mito de la nación católica”, que se consolidaría
finalmente con el golpe de Estado de 1943 (Zanatta, 1996, 2013).
La etapa estuvo marcada por una crisis ideológica y de la identidad nacional. El
futuro se presentaba sombrío, al mismo tiempo que se hacían sentir los efectos de la
industrialización y la urbanización, y se imponía la problemática de la “cuestión social”.
La crisis del liberalismo fue la nota dominante del debate de ideas.
La Iglesia consideró que se debía reanudar la unión que el laicismo había roto:
Iglesia y Estado, ciudadano y feligrés (Di Stefano y Zanatta, 2009, pp. 430-431). Uno de
los pilares de esta cruzada fue “la organización del laicado como factor fundamental
para llevar el catolicismo a todos los ámbitos de la vida privada y pública” (Mallimaci y Di Stefano, 2001, p. 22). El resurgimiento católico reorganizó la estructura eclesiástica,
la vida religiosa y la llamada acción social.2
Ya en 1922, el surgimiento de los Cursos de Cultura Católica había comenzado a
estimular a la intelectualidad religiosa. Posteriormente, fue la revista Criterio –nacida
del seno de los Cursos– el semanario que arrojó una mirada católica sobre los
problemas contemporáneos, y se constituyó en uno de los pilares de esta renovación.
Durante esta etapa se consolidó y expandió la estructura eclesiástica: creció el
número de parroquias y de diócesis. Esta reorganización se vio reforzada por la
designación, en diciembre de 1932, de monseñor Santiago Luis Copello como
arzobispo de Buenos Aires. Este señalaba la importancia de la ampliación de la
presencia católica en la sociedad por medio de, por ejemplo, la multiplicación de
células de la ACA. La relevancia de Copello se consolidó en diciembre de 1935, cuando
fue nombrado cardenal y se convirtió así en el primer hispanoamericano en obtener
este título.
En 1934 se celebró en Argentina el Congreso Eucarístico Internacional, evento
que impactó por su masividad sin antecedentes: su escenario abarcó desde el puerto y
la Plaza de Mayo hasta el barrio de Palermo. Durante las jornadas, se evidenció la
importancia de las industrias culturales modernas para el catolicismo; libros, revistas,
diarios, cine, radio, souvenirs (como lapiceras, postales, medallitas y dijes) fueron
elementos característicos (Lida, 2015).
La década de 1930 fue el escenario del ascenso del “catolicismo de masas”,
cambio que se evidenció en la presencia de este en los medios masivos de
comunicación, en la organización del laicado en la ACA y en la masividad de las
movilizaciones católicas (Lida, 2009).
El organismo nació en 1931 con el objetivo de aumentar la presencia social del
catolicismo por medio de la organización del laicado militante, en el contexto del
llamado proceso de romanización. Implicó una transformación hacia un “catolicismo
socialmente más ofensivo e inclusivo” (Blanco, 2008, p. 56). Su éxito fue inmediato e
inesperado, y se constituyó en “un instrumento con el cual emprender la
recristianización integral de la sociedad” (Zanatta, 1996, p. 76). Se erigió como uno de
los principales ejes de la cruzada de la Iglesia contra la corrupción moral y espiritual, y
llegó a tener más de 70.000 miembros hacia 1950 (Di Stefano y Zanatta, 2009, p. 421).
Este proceso no significaba simplemente una vuelta al pasado; por el contrario, el
objetivo era la construcción de una nueva cristiandad. La ACA aceptaba la modernidad
en el plano económico, pero no lo hacía con las modificaciones en las costumbres, la
cultura, y la libertad de expresión y de pensamiento liberales. El resultado fue una modernidad conservadora que combinaba elementos modernos y tradicionales
(Blanco, 2008, pp. 18-21).
La jerarquía estaba consciente de que el mundo había cambiado y de que era
necesaria una adaptación para emprender la obra de recristianización:
No podemos luchar contra los nuevos enemigos y contra la nueva táctica, con las armas de antaño y con la táctica de otros tiempos.
Sería deplorable la suerte del más intrépido caballero, si cometiese la imprudencia de presentarse ante una ametralladora moderna con la lanza de Alejandro, con el escudo de Julio César y con la espada de Cid.3
La ACA estaba organizada en cuatro ramas, por sexo y edad: hombres, damas,
jóvenes varones y jóvenes mujeres. Luego nacieron las especializaciones por
“ambiente” profesional y laboral. Existían diferentes secretariados y secciones con
incumbencias y objetivos específicos. La Junta Central era la autoridad máxima y
controlaba cada una de las ramas. Estas últimas tenían una organización propia con
representantes, reglamentos y publicaciones. A nivel diocesano, se repetía esta misma
organización. Luego, estaban los círculos (de mujeres) y los centros (de hombres)
parroquiales, que eran considerados “la primera célula del organismo de la Acción
Católica”, la “raíz” de donde provendría la “savia más fecunda y vigorosa”.4 Un
sacerdote asesor dirigía cada uno de estos órganos y era quien guiaba espiritualmente
a los laicos.
En un principio, el ritmo de crecimiento de la ACA fue rápido y se concentró
fundamentalmente en el litoral del país y en Córdoba. Sin embargo, a partir de la
segunda mitad de la década de 1930,5 “se produjo un proceso no lineal pero inexorable
de rendimiento decreciente de la captación de nuevas afiliaciones” (Acha, 2010, p. 20).
En 1933 se creó el SES de la ACA. Su surgimiento marcó un viraje en la actitud
de la Iglesia frente a la cuestión social. Se proponía intervenir en el mundo laboral por
medio de “la interpelación al Estado y la creación de sindicatos católicos” (Santos
Lepera, 2015, p. 60). El SES debe ser comprendido en el marco del crecimiento de la
sindicalización de la clase obrera; existía preocupación debido a la poca llegada que
tenía la ACA entre los trabajadores y una creciente inquietud por la expansión de las
ideas “comunistas”.
Desde sus comienzos, la ACA se propuso recristianizar una sociedad a la que
observaba cada vez más lejos de la doctrina católica. La situación era preocupante: la
cultura de masas estaba en expansión y las costumbres cambiaban. La radio tenía una
gran presencia en los hogares, y el cine proporcionaba un entretenimiento de dudoso
gusto. La cultura de masas se observaba como un terreno peligroso y plagado de
problemas que amenazaban la cristiandad.
La crisis de la “civilización moderna” no era solamente económica, “sino moral,
intelectual y religiosa”. Sus orígenes estaban en la “rebelión” de la Reforma Protestante,
que había destruido todo tipo de unidad y era el germen de todas las “desviaciones”
modernas: el racionalismo, el liberalismo y el socialismo. Los católicos debían organizarse contra el mal formando un “ejército” de laicos militando con la jerarquía
para, mediante la religión, resolver todos los problemas del mundo.6
En este marco, los problemas morales constituían uno de los ejes de las
preocupaciones católicas. Tomás D. Casares,
destacado abogado católico, miembro de
la Corte Suprema de la Nación y uno de los creadores de los Cursos de Cultura
Católica, reflexionaba:
no hay vida normal modelada con prescindencia de la ley moral. Más allá del bien y del mal no hay nada humano: lo humano se acrecienta en la medida en que obedecemos humildemente las exigencias de la distinción natural de lo bueno y lo malo.7
En este sentido entonces, era necesario hacer el ejercicio de analizar y condenar
las conductas inmorales, eran tareas fundamentales para el correcto desarrollo del
hombre y la sociedad.
La moral era “una e inmutable”, había sido dada por Dios y nada debía cambiar
sus principios fundamentales.8 La “gran revolución” que proponía la ACA no venía a
“destruir o aniquilar”: “no es una revolución para traer cosas nuevas sino para volver a
las viejas”.9 Por el contrario, la cultura de masas parecía estar pasando por cambios
cada vez más vertiginosos. Y, aunque la ACA se presentara como una revolución hacia
atrás, la misma organización era moderna y pregonaba la apropiación de novedosas
herramientas de apostolado.
Las mujeres de la ACA tuvieron un lugar destacado en la cruzada por la moral.
Eran a la vez objetos y sujetos de la moralización; es decir, sus ideas, cuerpos y
actividades preocupaban especialmente y, al mismo tiempo, fueron agentes muy
activas de esta campaña.
Debían ser, ante todo, madres y esposas: su lugar era el hogar. Existían
competencias propias del hombre y otras propias de la mujer, ancladas en su
naturaleza. El trabajo femenino no fue aceptado completamente por la ACA. El único
trabajo avalado era el que se hacía en el hogar, ya que no le impedía a la mujer cuidar
de su familia. La “identificación mujer=madre=maestra” fue fundamental para que la
AMAC se hiciera cargo de la formación de los niños varones y la JAC de la
correspondiente a las niñas y aspirantes femeninas. Otras actividades propias de las
mujeres eran la piedad y la caridad: rezaban, realizaban donaciones, administraban
comedores, organizaban eventos de beneficencia, colectas, entre otras actividades
(Blanco, 2008, pp. 102-106). Y, como veremos, fueron particularmente activas en la
cruzada por la moral.
La ACA significó un espacio de participación inclusivo al mismo tiempo que
limitado para las mujeres. Esto se aplica, por ejemplo, al lugar que tuvieron en la
redacción de artículos en las publicaciones comunes de las ramas, mayormente a cargo
de hombres. Se encontraban marginadas de temas “públicos”, como la ciencia, las
ideologías y la política (Blanco, 2008, p. 66). Sin embargo, Blanco (2008) sostiene que el
lugar que tuvieron “fue más complejo que el de la simple sumisión” y que es necesario preguntarse acerca del significado que pudo haber tenido para muchas mujeres
dedicadas al hogar, la formación intelectual, la práctica de la oratoria, la exposición y
discusión de diferentes temas, o la presentación de petitorios (p. 120).
Omar Acha (2000) señaló que el objetivo político del catolicismo era la
integración social, en el marco de un Estado poderoso y con la guía espiritual de la
Iglesia. La hegemonización de la sociedad requería interpelar también a las
subjetividades femeninas: “Un lugar de género estaba por demás explícito: las mujeres
cumplían un papel diferente a aquel de los hombres, complementario y subordinado
en la estrategia de conquista de la sociedad civil” (p. 199). Paradójicamente, si
existieron formas de resistencia en el reclamo femenino por un espacio en el proceso
de reconquista católica y por un lugar en el espacio público, esto colaboraba en
oposición al cambio social y cultural del orden dado (p. 200).
La moralización tuvo además una impronta de clase, en el marco del
afianzamiento de la doctrina social de la Iglesia, contenida en las encíclicas Rerum
Novarum y Quadragesimo Anno. Se exigía una política social más equitativa, con lo
cual se cuestionaba al liberalismo económico. Se reafirmaba la propiedad privada, pero
destacando su función social. La exigencia de la intervención estatal fue uno de los ejes
de las actividades del SES, así como también la difusión de la doctrina social de la
Iglesia, la organización de conferencias, el estudio de la legislación obrera, entre otras.
Dichas actividades se completaban con la beneficencia, el asistencialismo, la
organización de colonias de vacaciones, de fiestas y de campamentos. Esto tuvo que
ver con la preocupación por el uso “sano” y controlado del tiempo libre de los
trabajadores (Blanco, 2008). Las mujeres se dedicaron especialmente a la moralización
del “servicio doméstico”.
3.1. El Secretariado de Moralidad (SM) de la ACA
El organismo fue creado a comienzos del año 1935. Contaba con un director, un
asesor eclesiástico, un vicedirector y otros cuatro miembros que eran nombrados por la
Junta Central en acuerdo con la jerarquía eclesiástica. El asesor era nombrado
directamente por esta última. Las funciones del SM eran: analizar los problemas de la
moralidad y proponer soluciones protectoras; trabajar por una legislación que
preservara la moral; realizar obras directas orientadas a la moralización de la sociedad;
intervenir para que se respetasen las leyes; procurar la moralización de los espectáculos
públicos; y combatir la inmoralidad en el cine, el teatro, la prensa y la radio.10
Sus primeras autoridades fueron Pedro R. Tiesi (director) y Matías Aldasoro
(vicedirector). El SM tenía una sección especial en el BOACA dedicada a sus asuntos. No
era su objetivo conseguir una “tímida disminución del mal para pedirle que sea más
discreto al ofender la Majestad de Dios”, sino “repudiarlo con toda la inflexible energía
que debe sentir el cristiano cuando va a combatir el pecado”. Defendía “el pudor, las
buenas costumbres, y toda la doctrina que es la base moral de todo individuo, de toda
familia y de toda sociedad”.11
Los principales temas que se desarrollaban en la sección del BOACA a cargo del
SM estaban relacionados con el cine, la radio, las publicaciones, las modas y el uso del
tiempo libre. Se incluían artículos, documentos e información acerca de sus actividades.
En 1937 se modificó el reglamento y se creó el Secretariado Central de
Moralidad, al que responderían los secretariados diocesanos especializados en el
mismo asunto. Asimismo, se formaron subcomisiones temáticas (A- de fiestas de
beneficencia; B- de control teatral y cinematográfico; C- de diversiones públicas; D- de
prensa y radio; y E- de propaganda) para mejorar y profundizar la acción del
organismo. El SM se colocaba en una posición “coordinadora” con respecto a las
asociaciones católicas, y buscaba su “firme adhesión”.12
En mayo de 1940 hubo un recambio de autoridades en la ACA. El nuevo asesor
eclesiástico sería Emilio di Pasquo, y el presidente, Emilio F. Cárdenas. Con respecto al
SM, se nombró como asesor eclesiástico a Antonio S. Das Neves y como director a
Mario Justo del Carril.
3.2. La radio
Durante la década de 1930, la radio llegó a la mayor parte de los hogares del
país, sin importar su condición social: hacia 1935, en Argentina, los aparatos superaban
el millón (una radio cada diez personas), así se convirtió en un instrumento
fundamental de la cultura popular (Matallana, 2006).
El Estado argentino tuvo una limitada injerencia al respecto. En 1929, cuando la
autoridad a cargo de la actividad era la Dirección de Correos y Telégrafos, se
impusieron algunas regulaciones para el campo. Finalmente, en 1934, por medio de un
decreto del Poder Ejecutivo se establecieron reglas para los contenidos emitidos, como
por ejemplo, la prohibición de los “chistes indecentes, las canciones inmorales y los
relatos ofensivos” (Karush, 2013, p. 92).
En Argentina, esta industria no fue dominada por los intereses comerciales de
Estados Unidos o Europa. Las emisoras más importantes del período eran Radio Grand
Splendid y Radio Belgrano, cuyos propietarios eran Max Glücksmann y Jaime
Yankelevich, respectivamente, quienes vieron en el mercado una oportunidad
comercial, por lo que se inclinaron a elegir los contenidos populares que les aseguraran
una elevada audiencia. La programación tendió así a reproducir música (tango y jazz) y
radioteatro. Esta inclinación por lo popular rápidamente despertó críticas. Se
consideraba que la programación, especialmente la de Radio Belgrano, era de “mal
gusto” (Karush, 2013).
Según Miranda Lida (2015), fue durante las jornadas del Congreso Eucarístico
Internacional de 1934 cuando se afianzó definitivamente la relación de los católicos con
la radio. Destacados sacerdotes realizaban intervenciones por ese medio, e incluso
emisoras como Belgrano, Splendid, París y Callao tenían espacios dedicados a la
religión. Finalmente, desde 1936, el catolicismo tuvo una emisora propia, Radio Ultra,
vinculada a la ACA y al diario El Pueblo (pp. 141-143).
La ACA tenía a su cargo un espacio diario en Radio Ultra que había sido
repartido entre las diferentes ramas de la institución. La AHAC saludaba con optimismo
este “nuevo campo de actividad”: “¿Quién se hubiera animado a esperar que, en tan breve tiempo, sería una realidad lo que la H. Junta Central ofrece hoy, como
modernísimo y poderoso medio de propaganda?”. Al mismo tiempo, instaba a los
socios a enviar sus impresiones acerca de las alocuciones radiales de la rama. La
primera transmisión de la AHAC estuvo a cargo de su sacerdote asesor, Federico
Rademacher, quien afirmaba en Concordia, el boletín de la rama, “la onda sonora de
Radio Ultra será un nuevo lazo que nos unirá alrededor de nuestro lema: La paz de
Cristo en el reino de Cristo”.13
En Anhelos, la revista de la AMAC, se publicitaba el espacio de religión de Radio
Callao inaugurado en 1935: “Sintonicemos los lunes, miércoles y viernes ‘La Hora
Espiritual’ de Radio Callao”,14 como así también las transmisiones de la ACA en Radio
Ultra.15 También, se transcribían ocasionalmente las intervenciones radiales de la
AMAC. Por ejemplo, “Consideraciones sobre el divorcio”, de Cornelia Groussac (asidua
colaboradora de Anhelos);16 apreciaciones de Sara Montes de Oca de Cárdenas
(presidenta del Consejo Superior de la AMAC) acerca del Congreso Eucarístico
Internacional;17 o “En torno de la sindicación cristiana” de Victoria Arana Díaz (delegada
superior Económico-Social de las Mujeres de la Acción Católica).18
El sacerdote Felipe Soccorsi, director de la estación de radio del Vaticano,
advertía sobre la importancia creciente de este medio de comunicación a nivel mundial:
“La radiofusión, poderoso vehículo de ideas y fuente abundante de distracción, plantea
a los católicos un problema, sino más importante, al menos semejante al de la imprenta
y al del cinematógrafo”. Esta poderosa influencia imponía a los católicos el deber de
actuar rápidamente y con “vistas modernas”. La diferencia de la radio respecto del cine
era que aquella irrumpía en los hogares (imagen 1) y el oyente no sabía de antemano
lo que iba a escuchar. La programación se exponía ante adultos, jóvenes y niños, y
podía ser muy variada: óperas, drama, comedia, vaudevilles, cabaret, poesía, prosa,
música, noticias, conversaciones y “conferencias a veces con teorías peligrosas y
erróneas”. Entonces, la premisa era convertirla en herramienta de apostolado. La clave
estaba, para Soccorsi, en la “penetración” de los católicos en la radio para el “verdadero
y sano bienestar”.19
El papa Pío XI había llamado a la Acción Católica a tomar cartas en el asunto por
medio de un “Centro Católico” especializado en el tema. En primer lugar, la radio debía
“reflejar el pensamiento y la vida de los católicos”, es decir, no bastaba con que la
programación no fuera “profana”, dado que esto contribuiría a difundir la idea de una
vida laicista y pagana. Esto se podría lograr con la transmisión de “solemnes
ceremonias litúrgicas”; “predicación evangélica y exposiciones catequísticas y
apologéticas”; “conferencias y breves noticias culturales”; “apostolado de los enfermos”;
y “conferencias misionales”.20
En segundo lugar, el desafío era “moralizar” la radio por medio de, por ejemplo:
la presentación de reclamos “serenos y respetuosos” ante los directores de las
emisoras; la producción de transmisiones y programas católicos; la formación de la
“conciencia” de los oyentes para el uso “prudente”, ya que no se debía “tener como
lícito escuchar cualquier cosa”; y la calificación moral y crítica de los distintos
programas, que debería estar indicada en los órganos de prensa católicos.21
Imagen 1: Advertencia sobre los peligros de la radio. Agosto 1940. BOACA, 220, p. 129.
3.3. El cine
Durante la década de 1930 nacieron los primeros estudios en el país: Argentina
Sono Film y Lumiton. El cine nacional gozó de gran éxito durante el período. Las
películas argentinas estaban orientadas al mercado local y buscaban competir con
Hollywood, y se distinguían con aquello que los films estadounidenses no le podían
ofrecer a la audiencia. El resultado fue una combinación de elementos tomados del
cine hollywoodense y de la cultura popular argentina: “un modernismo alternativo que
reconciliaba la tradición argentina con la modernidad cosmopolita” (Karush, 2013, p.
119). Para la industria cinematográfica nacional, era difícil satisfacer los gustos de las
clases altas, dado que estas preferían las películas extranjeras. La industria
cinematográfica argentina “conservó su compromiso con la cultura popular plebeya”, lo
que significó continuar con la tradición del melodrama popular, el tango y las estrellas
locales (Karush, 2013, p. 119).
En 1933 se sancionó la primera norma de orden nacional que regulaba el
campo del cine y creaba el Instituto Cinematográfico Argentino (que en 1941 pasó a
llamarse Instituto Cinematográfico del Estado). Cuando en 1936 finalmente se
reglamentó la ley, Matías Sánchez Sorondo quedó a cargo del mencionado Instituto y
nombró a Carlos Alberto Pessano22 como director técnico. Desde un marco de ideas
nacionalistas y católicas, se concibió al organismo como un instrumento para producir
políticas hacia el sector y también para elaborar pautas de censura.23 Sin embargo, la
gestión del Instituto no modificó sustancialmente el campo (Kriger, 2009, pp. 28-31).
Pío XI afirmaba que había que darle al cine un tratamiento similar al que se le
daba al arte en general, es decir, aplicarle la razón de ser “perfeccionador” del hombre.
El desafío era lograr que todas las cintas fueran moralmente sanas.24
El BOACA saludaba las iniciativas de la Junta Diocesana de la provincia de
Santiago del Estero respecto del cinematógrafo. Dicha junta había dirigido cartas a las
autoridades provinciales, municipales y policiales para solicitar el control de las
películas que se exhibían. El escrito señalaba que era sorprendente el progreso del cine
e innumerables sus posibilidades, sin embargo, también resultaba:
lamentable que este rico filón del ingenio humano se haya explotado casi exclusivamente para lo malo, para lo sensual, lo arbitrariamente pasional y lúbrico, cuando no para panegirizar teorías subversivas destinadas a sembrar el odio de clases y encender la llama de la revolución social que ha abrasado a otras naciones.25
El cine era también una amenaza para la nacionalidad, ya que por medio de las
películas hollywoodenses el “imperialismo yanqui” penetraba en Argentina, que
quedaba a merced de la “propaganda protestante” y la inmoralidad. Según la carta de
la Junta Diocesana, era sabido que las películas prohibidas en los Estados Unidos eran
enviadas “por toneladas” a Sudamérica con el objetivo de preparar a la juventud para
su aceptación del proyecto imperialista. Varios ejemplos había de gobiernos que,
conscientes de la amenaza del cine, habían tomado cartas en el asunto de la regulación
o la censura. Para el caso argentino, esto ya había comenzado, no obstante, en la
provincia de Santiago del Estero, las regulaciones eran insuficientes dado que, por
ejemplo, las “matinées blancas o infantiles” no estaban siendo controladas, sino que la
programación estaba a merced de la búsqueda de lucro de los empresarios.26
En 1936, Pío XI dio a conocer la encíclica Vigilanti Cura,27 en la que proponía la
estrategia norteamericana para abordar el problema del cine e impulsar mayores
controles sobre las películas. En agosto y septiembre de ese mismo año, se publicó en
el BOACA este escrito. En Estados Unidos, desde 1934 hasta finales de la década de
1960, la Legión de la Decencia tuvo el poder de controlar y censurar los contenidos de
las películas de Hollywood, y se consolidó como el guardián moral del público. En un
proceso privado, la Legión evaluaba las películas previamente a su estreno y emitía una
calificación que podía ser, en el peor de los casos “C” (“condenada”). En este momento
los productores del film tenían la posibilidad de modificar los contenidos y cambiar la
película para así poder recibir una calificación que permitiera a los católicos ver dicha
cinta. Las películas condenadas eran objeto de boicot: la Legión llamaba a los católicos
a no asistir al espectáculo. La condena suscitaba también ataques de la prensa contra la
película y las salas donde se proyectaba (Black, 1999, pp. 11-14). En general, la Legión
trabajaba en conjunto con la Production Code Administration (PCA), un consejo de
censura que había sido creado en 1934 por William Hays dentro de la Motion Picture
Producers and Distributors of America (MPPDA), fundada en 1922. La PCA adoptó un
código moral de normas para regular el contenido de las películas redactado por el
padre jesuita Daniel Lord. El objetivo era que no se rebajase la moral de los
espectadores y que no se los incitara a tomar partido por el mal, el pecado o el crimen.
También establecía que el cine debía promocionar las instituciones del matrimonio y la
familia, tratar las instituciones religiosas respetuosamente y defender la integridad del
gobierno (Black, 1998).
En mayo de 1937, la ACA anunció que, por orden del Episcopado, el SM sería el
encargado de la “calificación moral” de las películas y de las obras teatrales.28 El
secretariado publicaba en el BOACA una lista de las películas y obras estrenadas con su
correspondiente evaluación de acuerdo con su contenido moral. Las calificaciones nada
tenían que ver con cuestiones específicamente cinematográficas (como la fotografía, las
actuaciones, el guión o la dirección). Si bien el diario católico El Pueblo ya en la década
de 1910 (Lida, 2015, p. 81) había comenzado a incursionar en esta tarea, el antecedente
de la Legión de la Decencia y su exaltación en la encíclica papal Vigilanti Cura, son hitos
importantes para comprender por qué la ACA se hizo cargo en adelante.29
Las películas y las obras eran calificadas de acuerdo con la siguiente escala: 1-
BUENA: para todos; 2- ACEPTABLE: para mayores; 3- ACEPTABLE CON REPAROS:
objeción sin gravedad para personas mayores; 4- ESCABROSA: se recomienda
abstenerse/para personas de “criterio formado”; 5- MALA: prohibida para todos.
Como se observa en el cuadro siguiente, entre 1937 y 1940, sobre un total de
1749 películas relevadas, un 30,24% resultaron calificadas como “escabrosas” y por lo
tanto se recomendó abstenerse de ir a verlas. Un 4,40% fueron consideradas como
“malas”, es decir, absolutamente prohibidas. Si sumamos ambas calificaciones,
obtenemos que un 34,64% de las cintas estrenadas eran evaluadas de manera muy
negativa por su contenido moral y, por consiguiente, no eran recomendadas para los
católicos. Como contrapartida, únicamente el 15,89% de los films eran considerados
“buenos” y aptos para todo tipo de público. Sin embargo, casi la mitad de las películas
eran evaluadas como “aceptables” o “aceptables con reparos”, es decir, podían ser
vistas por mayores, pero con algunas objeciones.
Calificación moral de películas del SM (1937-1940)
Fuente: Elaboración propia en base al BOACA publicado entre 1937 y 1940.
En resumen, el análisis de estos datos evidencia que las películas
terminantemente “prohibidas” (“malas”) para los católicos eran pocas. En el caso de las
categorizadas como “escabrosas”, el público debía “abstenerse” de ir a verlas, pero por
alguna razón esto no llegaba a ser una prohibición tajante. La gradación de la
calificación moral en cinco categorías sugiere que la Iglesia y la ACA intentaron
adecuarse hasta cierto punto a la cinematografía. Si bien en general el discurso contra
el cine era negativo, dicha calificación sugiere que era inviable prohibir todo, por lo cual
era necesario marcar matices.
En este sentido, se apelaba al juicio y a la reacción del público para que no
consumiera el mal cine. Ante la proporción “alarmante” de los espectáculos inmorales
que se estrenaban, preocupaba especialmente su efecto en los niños y en la juventud.
Más grave aún era que los jóvenes vieran a sus mayores consentir y festejar “la
pornografía y procacidad”. El público católico tenía la responsabilidad de corroborar,
antes de asistir al cinematógrafo, la calificación moral de las películas.30
La ACA no se limitó a calificar las películas. La rama femenina organizó
funciones cinematográficas desde mediados de la década de 1930. Para este fin, el
Consejo Superior y el Consejo Arquidiocesano de Buenos Aires adquirieron un equipo
cinematográfico sonoro. Se entendía al cine no solamente como “una herramienta de
propaganda moral” sino también como una “fuente de recursos” desde el punto de
vista económico.31 Las funciones tenían lugar en la sede de la calle Montevideo, los
domingos por la tarde. Durante las jornadas cinematográficas, también se servía el té a
los espectadores. Los precios eran accesibles: $0,50 costaba la matiné infantil, mientras
que en los cines de barrio costaba $0,75 (Zanca y Rubinzal, 2015, p. 124). Sara Montes
de Oca de Cárdenas se mostraba muy conforme con las jornadas, que habían resultado
“un apostolado imprevisto y muy propio nuestro”, y señalaba que solamente en mayo
de 1937 se habían recaudado $500.32
Como observamos en la imagen 2, las funciones se anunciaban como “una
diversión sana” con “programas novedosos y altamente morales”, y se destaca a la
AMAC como una institución confiable. En la publicidad (imagen 3), se llamaba a las
socias a difundir el cine de la calle Montevideo, y se aclaraba además que el
espectáculo era muy económico.
Imagen 2: Anuncio de las funciones cinematográficas de la AMAC. Junio 1937. Anhelos, 8, p. 9.
Imagen 3: Anuncio de las funciones cinematográficas de la AMAC. Octubre 1937. Anhelos, 12, p.
23.
La AHAC llamaba a “los padres católicos que tienen conciencia de sus deberes” a enviar a sus hijos a las funciones de la AMAC. Según Concordia, la clave estaba en estimular el “buen” cine para que no se siguieran multiplicando los espectáculos malos: no era tanta la culpa de aquellos que buscaban en el mal cine su propio negocio, sino que era aún mayor la de los que “pagan por pecar”.33
3.4. Las publicaciones
En consonancia con las mutaciones sociales y el crecimiento de la sociedad de
masas, la prensa y la industria editorial también pasaron por un proceso de
transformación. Diarios como La Prensa y La Nación (fundados en 1869 y 1870) se
transformaron en publicaciones modernas con enormes tiradas, junto a La Razón y
Crítica, nacidos más tardíamente (en 1905 y 1913).
Las industrias editoriales católicas se desarrollaron y expandieron durante la
década de 1930. En 1935 se organizó una exposición de libros católicos en Buenos
Aires con un nutrido catálogo sobre diferentes temáticas, como catequesis, historia
religiosa, manuales escolares de religión, teología, entre otras (Lida, 2015, p. 143).
Durante la década de 1930, sobresalieron la revista Criterio y el diario El Pueblo.
En relación con la primera, fue fundada en 1928 por Atilio Dell’Oro Maini con el
objetivo de “formar el criterio del ciudadano”.34 En 1932, monseñor Gustavo Franceschi
asumió su dirección. Desde entonces, Criterio se consolidó como “uno de los lugares
legítimos de debate en la agitada atmósfera ideológica de los años treinta” (Caimari,
1995, p. 348). Franceschi era un hombre de la Iglesia, un pedagogo de la doctrina, un
intérprete entre la jerarquía y los fieles; bajo su dirección, Criterio se convirtió en la
mirada católica legítima.
Si Criterio era la revista “culta” del catolicismo, el diario El Pueblo fue un
periódico popular. Fundado en 1900 por Federico Grote, hacia 1920 atravesó un
proceso de modernización que alcanzó también al resto de la prensa argentina. Este
proceso se dio en “clave de cruzada”, es decir, con el objetivo manifiesto de convertirse
en un periódico popular y católico (Lida, 2008, pp. 16-19). Pero la época de oro de El
Pueblo fueron los años treinta. El diario logró aumentar su producción y diversificarse a
un ritmo vertiginoso: al tiempo que crecía su edición diaria, sumaba un suplemento
dominical y adoptaba el formato tabloide. Fue en este momento cuando pasó a
llamarse “Editorial El Pueblo”. Entre sus productos, llegó a ofrecer revistas, folletos,
volantes y libros. Incluso ocupaba espacios en la radio (Lida, 2012, pp. 96-97).
La prensa era vista por los católicos como una herramienta con gran potencial
para el apostolado. Al igual que la radio y el cine, sin embargo, también podía ser muy
peligrosa de caer en manos equivocadas. Rademacher sostenía que mucho había que
hacer por la “buena prensa”. El sacerdote era consciente de su elevado poder y
alertaba: “el ultrapoderoso que manejara con su puño la prensa tendría el gobierno del
mundo en la mano”. Le preocupaba el estado de los diarios y las revistas católicos a
nivel mundial, si bien saludaba sus iniciativas. En efecto, sostenía que se podía hacer
mucho más, pero que se carecía de fondos suficientes y que esto los dejaba sin
posibilidad de competir con el resto de los medios. Para solucionar esta cuestión,
llamaba al público católico a comprar “buena prensa” en lugar de “dar armas al
enemigo”.35
Por su parte, el boletín de la JAC, Sursum, sostenía que había una:
desproporción entre la propagación del libro bueno y la del libro malo. Desgraciadamente, por cada doscientos libros malos que se publican, solo uno es bueno.…Pero no debemos amilanarnos…en estos postreros años han surgido varias editoriales nuevas y pujantes que ofrecen a los lectores obras sanas, iluminadoras, amenas y baratas.36
El Consejo Superior, informaba dicha publicación, proporcionaría buenos libros a precios accesibles, para que cada centro parroquial de la ACA inaugurara o nutriera su biblioteca. A continuación, se detallaban los títulos y precios de las publicaciones ordenados por tema, por ejemplo: Sagrada Escritura, Acción Católica, Filosofía, Sociología cristiana y Teología, entre otros. El artículo era acompañado por fotografías de diferentes centros parroquiales que llevaban a cabo actividades de difusión de publicaciones católicas (imagen 4).
Imagen 4: Difusión de publicaciones católicas en San Miguel. Noviembre 1938. Sursum, 109, s. p.
La difusión de las publicaciones debía ser enérgica y permanente. La JAC daba
indicaciones acerca de las actividades que se desarrollarían durante noviembre de
1938, el “Mes de difusión de libros, diarios y revistas católicos”. Debía realizarse una
“linda exposición y venta” frente al templo, que habría que anunciar previamente con
“carteles bien hechos (que los muchachos del Centro, que sean buenos dibujantes, se
esmeren)”. Los ejemplares podían pedirse en consignación a cada consejo diocesano o
al Consejo Superior de la JAC. Además, se sugería conseguir mesas o realizar
escaparates para exhibir las publicaciones. Los jóvenes encargados de la venta, debían
conocer los libros, ya que esta actividad no era “como vender caramelos”.37
Aquí, la inclusión de fotografías servía no solamente para ilustrar la forma en
que se debían exponer los libros y las revistas. Las publicaciones de la ACA distinguían
entre el católico “común” y el militante de la institución, que formaba parte de una elite
señalada para ser soldado del ejército de Cristo. Estas imágenes –como lo han
planteado Zanca y Rubinzal (2015) para la publicación dirigida a los niños varones de la
ACA, Primeras Armas– construyeron un ideal de militante, un modelo a seguir por los
lectores de las publicaciones de cada rama. En el caso de Sursum, en la imagen 4
observamos a dos jóvenes atendiendo el escaparate donde se expone una variedad de
publicaciones. Uno de ellos le muestra un libro a otro hombre, un posible cliente. Los
jóvenes de la ACA están peinados y prolijamente vestidos con saco y corbata.
Por su parte, las ramas femeninas de la ACA habían montado una oficina
llamada “El libro” en la sede de la calle Montevideo, donde se ofrecían publicaciones
católicas infantiles y para adultos (imagen 5).
Imagen 5: Oficina “El Libro”. Abril 1935. Anhelos, 6, p. 12.
3.5. Las modas y el tiempo libre
El crecimiento de la sociedad de masas trajo aparejada la extensión de nuevas modas y usos del tiempo libre. Un foco de preocupación importante eran las vacaciones, los balnearios y el uso del traje de baño. El SM solicitó la colaboración de todos para fomentar el “decoro” de los trajes de baño e informó que los miembros de este estaban autorizados a visitar fábricas y tiendas para solicitar que los modelos fueran correctos en este sentido.38 También, se elaboraron y distribuyeron volantes39 que reproducían fragmentos de una carta pastoral del cardenal Santiago L. Copello:
Católico: recuerda las palabras de nuestro Pastor y aplícalas a la vida privada, goza de las delicias del verano en las playas y en el campo; pero hazlo como Dios manda, es decir, que tus trajes de baño sean decentes, que tus actitudes y costumbres estén de acuerdo con la moral cristiana.40
La “campaña moralizadora” incluyó conferencias en Radio Callao y una entrevista con el gobernador de la provincia de Buenos Aires para que “se dignara remediar mediante un decreto” el problema. Al mismo tiempo, se ilustraba en el BOACA el modelo de traje de baño correcto para la mujer.41 En Anhelos se publicitaba el “Modelo ‘Etam’ A. C.” de la conocida casa de modas, que era apto para la mujer cristiana (imagen 6).42
Imagen 6: Modelo “Etam” A. C. Febrero 1937. Anhelos, 4, p. 7.
No era lícito prestarle más atención o brindarle más cuidados al cuerpo que al
alma, sino que debía existir una armonía entre ambos. Las tendencias modernas del
culto al cuerpo correspondían siempre con la decadencia moral, y negaban dicha
armonía. Por consiguiente, se debía tener especial cuidado en la práctica de deportes y
en el uso del traje de baño en playas y piscinas.43 Además, el traje de baño era “solamente para bañarse”, es decir, fuera del agua
había que “cubrirse con salida de baño, capa o solera o cualquier otra prenda
adecuada”.44 Había que tener cuidado también con los “baños de sol”, ya que podían
ser un “pretexto para exhibir desnudeces”. Para recibir del sol solamente lo bueno y de
manera cristiana, bastaba con exponer la cara, los brazos y las piernas durante veinte o
treinta minutos.45
Otro punto delicado con respecto a las modas era la vestimenta de las mujeres,
especialmente durante la misa. El Círculo de Damas de la Santísima Trinidad informaba
que había emprendido una campaña para lograr el decoro del vestido femenino en el
templo, mediante la entrega de folletos y “amonestando atinadamente a las feligresas
que se presenten en forma inadecuada”.46 Las indicaciones para la vestimenta de las
mujeres en el templo eran en extremo explícitas: “el vestido ha de llegar hasta el
nacimiento natural del cuello y las mangas largas hasta cubrir el antebrazo”, y se
aclaraba en una nota al pie “¿Qué es el antebrazo? Es la parte del brazo comprendida
entre el codo y la muñeca”.47
En la Asamblea Federal de Rosario de 1939, Rosa Valiente Noailles, vocal del
Consejo Arquidiocesano de Buenos Aires, dictó una conferencia acerca de las “modas
indecorosas”, en la que manifestó su preocupación por la vestimenta de las cristianas.48
La insistencia con respecto a la temática sugiere que las campañas y las
indicaciones relativas a las modas y a la exhibición del cuerpo no rendían su fruto, o al
menos parecería que los resultados nunca estaban a la altura de las expectativas.
Incluso se insistía con que las propias socias a menudo no cumplían con la vestimenta,
siendo que eran ellas las que debían ser “siempre ejemplares”.49 Ya en 1932 los
esfuerzos parecían inútiles, “¿se toma en serio tanta prédica?”, se preguntaba la AMAC:
cualquier cosa que se diga sobre este tema –siempre actual y, sin embargo, siempre gastado– suena a vulgaridad, a lugar común, a pedantería, a gazmoñería.…¿qué hemos de hacer para no “predicar en el desierto”? .…No nos perdamos tanto en detalles, en prescripciones y prohibiciones, en centímetros de tela, etc.50
Había que inculcar a las mujeres y a las niñas un verdadero amor a Jesucristo y
lealtad a la Iglesia, cuestión que haría inconcebible que se presentasen con la
vestimenta incorrecta, que no era más que una exteriorización del paganismo.51 La cita
manifiesta que la batalla a menudo parecía perdida. Esto, sumado a la conciencia de lo
impopulares y antipáticas que resultaban las campañas destinadas a la vestimenta,
hacía reflexionar acerca de cambios estratégicos.
La JF tenía plena conciencia de que la vestimenta era clave en lo “atrayente” que
podía resultar una dirigente. Observaba que algunas personas “virtuosas” a menudo
sentían recelo hacia la “última moda” y todo lo relativo al cuidado personal, por
considerarlo frívolo, entonces optaban por vestirse a la “penúltima moda”. En el Boletín
de la Dirigente, publicación de la JF dirigida a las líderes del organismo, se afirmaba
que esto era un error:
Recuerde ella que dirige a jóvenes. La juventud huye de lo sombrío y anticuado, de lo desaliñado,…no hagamos ambiente de que todo lo que es “moderno” es malo por ser moderno,…al contrario, sepamos enseñarles a adoptar todo lo bueno de nuestra época, compatible con la modestia cristiana, y a rechazar todo lo malo.52
Por medio del boletín Anhelos, la AMAC ilustraba las actividades y la militancia propias de las socias. Pero al mismo tiempo, transmitía un ideal de militante modelo. La moralización de la socia –que debía ser siempre el ejemplo ante el resto de los católicos– se producía no solamente con la ayuda de escritos, reglas y jornadas de estudio, sino también mediante la fotografía: en la imagen 7 vemos a las asambleístas ordenadas, con vestidos modestos y de colores oscuros, sombreros, guantes, las piernas juntas y las manos sobre el regazo.
Imagen 7: La Asamblea de Viedma. Noviembre 1938. Anhelos, 1, s. p.
Las fiestas de beneficencia eran otra cuestión que necesitaba ser controlada. La
autoridad eclesiástica estableció una serie de normas que las instituciones católicas
debían cumplir y la ACA era la encargada de vigilarlas. Los programas de estas fiestas
debían ser aprobados por el SM y luego por la autoridad eclesiástica. Entre las
prohibiciones podemos citar: las obras teatrales o danzas interpretadas por grupos
mixtos, los bailes mixtos, el vestuario transparente o revelador, el tango, jugar al
“bridge” por dinero, el consumo de bebidas alcohólicas y los juegos de azar. Las
actividades permitidas eran: los conciertos, las rifas, los bazares, las conferencias, los
actos literarios, los juegos y el deporte “dignos”, los corsos de flores, los picnics y
excursiones, y la proyección de películas. Estas últimas debían estar correctamente
calificadas por el SM, y las conferencias que se dieran debían estar autorizadas y ser llevadas a cabo por personas reconocidas, o bien por sacerdotes.53 En caso de
cumplirse con todas las disposiciones, la organización podía incluir en el programa de
la fiesta la inscripción: “Examinado por el Secretariado de Moralidad de la Acción
Católica Argentina y por la V. Autoridad Eclesiástica”.54
El Consejo Superior de la JAC publicó en el Boletín del Dirigente, revista
orientada a los dirigentes jóvenes varones, que debía llevarse a cabo la “Fiesta de los
chicos” en las parroquias. Los objetivos eran atraer a niños y jóvenes al cristianismo, al
mismo tiempo que formar a los aspirantes de la JAC en tareas de apostolado, dado que
ellos estarían a cargo de su organización. El evento debía tener un programa que
combinara la formación católica con juegos, canto, acrobacias, magia, cine, teatro, entre
otras. De estas últimas actividades dependía su éxito.55
El SES se preocupaba especialmente por el uso del tiempo libre que hacían los
trabajadores. En un artículo de 1937, Francisco Valsecchi (director del SES y
representante de Argentina ante la Oficina Internacional del Trabajo)56 sostenía que la
reducción de la jornada de trabajo a ocho horas diarias había dejado a los trabajadores
con mucho tiempo libre que debía ser ocupado correctamente. Las vías para el
“perfeccionamiento integral” del obrero podían ser: el arreglo de su casa, el deporte, el
turismo, la educación, las “diversiones” (cine, teatro, música, radio), las “manualidades”
(pintura, escultura) y la formación religiosa y moral. Para los católicos, estas horas eran
la oportunidad para formar a la masa trabajadora en el cristianismo: “solo la moral
católica puede orientar la utilización del tiempo libre de los trabajadores hacia aquellas
formas elevadas que repongan realmente sus energías espirituales, degradadas en el
ambiente infecto del taller o la fábrica”.57
En el marco del proceso de recristianización emprendido por la Iglesia argentina
en la década de 1930, las cuestiones morales resultaron fundamentales. En este
contexto, la ACA debía funcionar como el brazo laico de la cruzada católica, es decir,
como una forma de apostolado moderno. El organismo tuvo un rápido éxito inicial, si
bien hacia fines de la década comenzó a tener algunas dificultades en cuanto a los
ritmos de afiliación.
Desde un principio comenzaron a aparecer en el BOACA los problemas
relacionados con la radio, el cine, la prensa, las modas y el uso del tiempo libre. Los
nuevos productos de la cultura de masas rápidamente se extendieron en la sociedad
argentina. Los cambios se producían de manera vertiginosa y era en el terreno de lo
moral donde esto resultaba más impactante para muchos católicos. El SM fue el
segundo secretariado creado en la ACA y su nacimiento obedeció a estas
preocupaciones.
En el caso de la radio, la prensa y el cine, la ACA llamó la atención acerca del
peligro que suscitaban los medios masivos. Se pensaba que tenían una enorme
influencia en el público que, al exponerse a ellos, iba a imitar o a mimetizarse con lo
que escuchaba, leía y veía. No obstante, aquí radicaba también su potencialidad. Es
decir, los católicos debían apropiarse de estas herramientas modernas y utilizarlas en su
favor para “elevar” la moral.
Con respecto a las modas y el uso del tiempo libre, era particularmente
preocupante la exhibición del cuerpo, en especial el femenino, con los nuevos trajes de
baño, estos tendían a mostrar cada vez más. Sin embargo, no estaban prohibidos, sino que se debían respetar ciertos modelos. En las fiestas de beneficencia, por otro lado,
también había que cumplir con las normas para obtener la aprobación del SM.
Como lo evidencia especialmente la actividad de la AMAC en relación con el
cine y el vestido, las mujeres tuvieron un rol fundamental en la moralización de las
costumbres y el control del uso del tiempo libre. Los estereotipos de género indicaban
que esta era una tarea ligada a lo femenino, y fue asumida por las mujeres con mayor
dedicación, con la familia como principal destinatario. En este sentido, la crianza de los
niños y la administración de sus momentos de ocio era central. Aun así, el rol del
hombre como jefe de familia y, por lo tanto, autoridad máxima del hogar, no debía ser
pasivo, como lo demuestran las afirmaciones de la AHAC. Existió además un
componente de clase en estas campañas, dado que estuvieron especialmente
orientadas a las costumbres y el uso del tiempo libre de las clases bajas. Al mismo
tiempo, se intentó construir una matriz de militante católico de la ACA como
perteneciente a una elite elegida para formar parte del ejército de Cristo, distinto del
católico “común”.
En suma, la cultura de masas formaba parte de la sociedad argentina. Los
medios masivos de comunicación y las nuevas modas eran una realidad imposible de
ignorar. La ACA y la jerarquía eclesiástica demostraron una estrategia que no se limitó solamente a condenar. Su actitud oscilaba entre la crítica o la censura, por un lado, y
los intentos por apropiarse de estos elementos y “recristianizarlos”, por otro. Tradición
y modernidad no parecen aquí ser dos polos opuestos, sino fuerzas con la
potencialidad de ir en la misma dirección.
Notas
1 Autoridad máxima de la ACA. Hasta 1935, su nombre fue “Junta Nacional”.
2 El papa León XIII ya se había pronunciado en mayo de 1891 acerca de la cuestión social en la encíclica Rerum Novarum. En este documento, el pontífice –preocupado tanto por el avance del liberalismo como del comunismo– planteó la posición de la Iglesia con respecto a la situación de los trabajadores, en un escrito clave, que ha sido considerado como una de las bases de la doctrina social de la Iglesia.
3 Carta pastoral colectiva del episcopado argentino sobre la Acción Católica (15 de mayo de 1931). BOACA, 1, p. 7. Hemeroteca de la Universidad Católica Argentina, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
4 Carta pastoral colectiva del episcopado argentino sobre la Acción Católica (15 de mayo de 1931). BOACA, 1, pp. 5-11.
5El año 1935 es el clivaje para los hombres, 1937 para las mujeres, 1945 para las jóvenes mujeres y 1950 para los jóvenes varones (Acha, 2010, p. 20).
6 Acción Católica: ¿por qué? (15 de noviembre de 1931). BOACA, 13, pp. 316-319.
7 Casares, T. (1 de abril de 1936). El juicio moral de la conducta. BOACA, 119, p. 207.
8 Sección Secretariado de Moralidad (1 de marzo de 1936). BOACA, 117, p. 146.
9 Amadeo, R. (15 de noviembre de 1931). La gran revolución. BOACA, 13, p. 320.
10 Reglamento del Secretariado de Moralidad de la Acción Católica Argentina (15 de febrero de 1935). BOACA, 92, p. 100-101.
11 Sección Secretariado de Moralidad (15 de diciembre de 1935). BOACA, 112, p. 796-797.
12 Nuevo reglamento para el Secretariado Central de Moralidad (15 de septiembre de 1937). BOACA, 154, pp. 558-561.
13 Radio actividad (diciembre de 1936). Concordia, 6, pp. 23-25. Las negritas son del original. Biblioteca de la Acción Católica Argentina, Cuidad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
14 (Febrero de 1935). Anhelos, 4, p. 8. Biblioteca de la Acción Católica Argentina.
15 (Enero de 1937). Anhelos, 3, p. 3.
16 Groussac, C. (octubre de 1932). Consideraciones sobre el divorcio. Anhelos, 12, s. p.
17 Montes de Oca de Cárdenas, S. (mayo de 1935). Alocución radiotelefónica. Anhelos, 7, pp. 8-9.
18 Arana Díaz, V. (mayo de 1937). En torno de la sindicación cristiana. Anhelos, 7, pp. 14-16.
19 Soccorsi, F. (15 de julio de 1937). Un nuevo campo de apostolado. La radio y los católicos. BOACA, 150, p. 417-423.
20 Soccorsi, F. (15 de septiembre de 1937). La radio y los católicos. BOACA, 154, pp. 545-550.
21 Soccorsi, F. (15 de septiembre de 1937). La radio y los católicos. BOACA, 154, pp. 545-550.
22 Desde la década de 1920, Pessano se había dedicado a la crítica cinematográfica especializada. Su trabajo en este sentido comenzó en el diario católico El Pueblo y continuó en la revista Criterio, hasta que en 1933 se dedicó por completo a dirigir la revista Cinegraf (Spadaccini, 2012).
23 En contraposición con el modelo estadounidense, donde la censura la ejercía un grupo de empresarios y la Legión de la Decencia católica.
24 Una cruzada por el cinematógrafo moral (15 de diciembre de 1934). BOACA, 88, p. 784-786).
25 La lucha contra el cine inmoral (1 de enero de 1935). BOACA, 89, p. 9.
26 La lucha contra el cine inmoral (1 de enero de 1935). BOACA, 89, pp. 9-11.
27 El papa ya se había pronunciado por primera vez respecto al cine en diciembre de 1929, en la encíclica Divini Illus Magistri, en la cual se lamentaba de que un potente órgano de difusión se usara para “el incentivo de malas pasiones y a los intereses de sórdidos negocios. Pío XI, encíclica Divini Illus Magistri, 31 de diciembre de 1929.
28 Anteriormente, en el boletín Ideales, la JF publicaba una clasificación de películas en base a la calificación de L´Osservatore Romano, la Liga de la Decencia de Chicago y las publicaciones nacionales El Pueblo y Criterio. Sección cinematográfica (junio de 1935). Anhelos, 8, p. 15. La AMAC reprodujo esta calificación en Anhelos entre junio de 1935 y febrero de 1936.
29 Calificaciones de películas cinematográficas (1 de mayo de 1937). BOACA, s. p.
30 Del Carril, M. J. (julio de 1940). La reacción contra los espectáculos inmorales debe partir del público. BOACA (219), pp. 62-64.
31 Montes de Oca de Cárdenas, S. (agosto de 1937). Memorias del bienio 1935-1937. Anhelos (10), pp. 2- 17.
32 Montes de Oca de Cárdenas, S. (agosto de 1937). Memorias del bienio 1935-1937. Anhelos (10), pp. 2- 17.
33 Los matinees con programa adecuado para niños (noviembre de 1935). Concordia, 5, p. 20.
34 Atilio Dell’Oro Maini, citado por María Isabel de Ruschi Crespo (1998, p. 19).
35 Rademacher, F. (1 de abril de 1936) Un apostolado moderno. BOACA, 119, p. 197-199.
36 Conozcamos, leamos y propaguemos los libros buenos (noviembre de 1938). Sursum, 109, s. p. Biblioteca de la Acción Católica Argentina.
37 Noviembre. Mes de la difusión de libros, diarios y revistas católicos (noviembre de 1938). Sursum, 109, s. p.
38 Secretariado de Moralidad (15 de noviembre de 1935). BOACA, 119, p. 726.
39 El SM informaba la distribución de los volantes: 100.000 en Buenos Aires, 20.000 en Mar del Plata, 2000 en Rosario, 2000 en Santa Fe, 2000 en Paraná y 24.000 en el resto de la provincia de Buenos Aires.
40 Sección Secretariado de Moralidad (1 de marzo de 1936). BOACA, 117, p. 146.
41 Sección Secretariado de Moralidad (1 de marzo de 1936). BOACA, 117, p. 147.
42 (Febrero de 1937). Anhelos, 4, p. 7.
43 Principios católicos. Acerca de cuestiones modernas relacionadas con la moralidad (1 de septiembre de 1936). BOACA, 129, p. 543-537.
44 Del Carril, M. J. (septiembre de 1940). Trajes de baño. BOACA, 221, p. 198-199.
45 Del Carril, M. J. (octubre de 1940). Baños de sol. BOACA, 222, p. 303-304.
46 Por nuestros Círculos Parroquiales (febrero de 1932). Anhelos, 4, p. 4.
47 Un llamado a todas (enero de 1938). Anhelos, 3, p. 22. Aquí la publicación de la AMAC reproducía lo escrito originalmente en Ideales, boletín de la JF. Las negritas son del original.
48 Valiente Noailles, R. (febrero de 1936). El cinematógrafo inmoral. Las modas indecorosas. Las fiestas de caridad. El cumplimiento de las últimas disposiciones del Episcopado argentino. Anhelos, 4, pp. 7-11.
49 Un llamado a todas (enero de 1938). Anhelos, 3, p. 22. Aquí la publicación de la AMAC reproducía lo escrito originalmente en Ideales, boletín de la JF.
50 Formas de paganismo (abril de 1932). Anhelos, 6, p. 3-5.
51 Formas de paganismo (abril de 1932). Anhelos, 6, p. 3-5.
52 Ser “atrayente” (noviembre de 1935). Boletín de la Dirigente, 1, p. 15. Biblioteca de la Acción Católica Argentina.
53 Circular sobre fiestas y beneficios (1 de agosto de 1936). BOACA, 127, p. 469-471; Normas del Venerable Episcopado Argentino para las fiestas de beneficencia (1 de mayo de 1940). BOACA, 217, p. 278-279.
54 Circular sobre fiestas y beneficios (1 de agosto de 1936). BOACA, 127, p. 471.
55 Boletín del Dirigente (números de julio, agosto, septiembre y octubre de 1939). Biblioteca de la Acción Católica Argentina.
56 La Oficina Internacional del Trabajo es la secretaría permanente de la Organización Internacional del Trabajo, organismo especializado de la Organización de las Naciones Unidas creado en 1919.
57 Valsecchi, F. (1 de septiembre de 1937). La utilización del tiempo libre de los trabajadores. BOACA, 153, pp. 535-540.
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Recepción del original: 13 de mayo de 2018.
Aceptado para publicar: 15 de agosto de 2019.