DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v21i3.1448
ARTÍCULOS
Resumen: Desde los años noventa del siglo pasado, la problemática del crecimiento, riqueza se ha reinstalado con fuerza en la agenda social, política, estatal y científica. Es en ese contexto de producción que ha surgido una creciente inquietud de los investigadores de las ciencias sociales y las humanidades por la indagación de esas temáticas y muchas otras conexas en las realidades sociales pretéritas, con miras a desentrañar las claves interpretativas para comprender la situación actual y para reformular las políticas sociales. Dentro de este contexto, esta colaboración se propone analizar historiográficamente esta cuestión, focalizando nuestra atención en la etapa de la modernidad liberal y en la acción de las instituciones de la sociedad civil organizadas por principios católicos o laicos, que destinaron recursos y empeños para auxiliar la pobreza sin trabajo. Es decir, evaluar las distintas perspectivas e interpretaciones historiográficas esgrimidas para explicar la importancia y el significado de las instituciones civiles como proveedoras de bienes y servicios y su trascendencia en la vida social, política y cultural del período.
Palabras clave: Cuestión social; Asistencialismo; Historiografía; Sociedad civil.
Abstract: The study of social and economic growth and the distribution of wealth has acquired new importance in the state, political social and scientific agenda since the last decade of the 20th century. There is an increasing interest in social sciences and humanities scholars in the study of those topics and in the processes leading to change in social and economic development and a fairer distribution of wealth in order to get a closer understanding of the present and to help design future social policies. This paper aims at studying the above referred issues from a historiographical point of view and will try to enlighten the complex process of building a social state in Argentina. It will mainly focus on the study on the workings of non-state institutions, either secular or religious, which invested money to help unemployed poor people during the modern liberal period. It evaluates the role of the non-state social aid and its impact on the political, cultural and social life of the period.
Key words: social affairs; patterns of social aid; historiography; civil society.
Introducción
La desarticulación y el desmantelamiento de lo que Susana Belmartino
(2006) denomina Estado de Compromiso en nuestro país trajeron como
consecuencia la emergencia de la denominada “nueva cuestión social”,
cuyas consecuencias más importantes fueron la creciente precariedad de las
condiciones de trabajo y de vida material y cultural, y el incremento de la
pobreza y la indigencia2 (Belmartino, 2006; Moreyra y Domínguez, 2012).
Si bien las condiciones más extremas de vulnerabilidad social tendieron a
atenuarse a comienzos de nuestro siglo mediante políticas asistenciales que
mitigan solo de manera relativa la pobreza, aún subsisten importantes nichos
de marginalidad y exclusión que constituyen una asignatura pendiente en las
políticas públicas. Como consecuencia de ese proceso, desde los años noventa
del siglo pasado, la problemática del crecimiento, el desarrollo socioeconómico
y una más equitativa distribución de la riqueza se ha reinstalado con fuerza en
la agenda social, política, estatal y científica. Es en ese contexto de producción
que ha surgido una creciente inquietud de los investigadores de las ciencias
sociales y las humanidades por la indagación de esas temáticas y muchas
otras conexas en las realidades sociales pretéritas, con miras a desentrañar las
claves interpretativas para comprender la situación actual y para reformular las
políticas sociales.
Esta estrecha relación entre los condicionamientos económicos,
sociales, institucionales e intelectuales explica, a su vez, que la historiografía
argentina haya expandido y multiplicado sus intereses temáticos en las dos últimas décadas; entre ellos, hacia la problemática del rol y del alcance del
asistencialismo benéfico. En efecto, la crisis del Estado de Compromiso ha
ido acompañada de un revival académico de los estudios dedicados a las
instituciones de la sociedad civil en la historia de los modelos de asistencia
social. Durante la existencia del denominado Estado social, por ejemplo, los
historiadores se interesaron poco por desentrañar, con relación a éste, su origen,
su desarrollo y su propia naturaleza. En los últimos años, esa tendencia se ha
revertido, no solo por la necesidad de comprender la reducción significativa
del volumen y la calidad de los servicios públicos, sino por la preocupación
contemporánea respecto de la reformulación de la configuración estatal y
la instrumentación de políticas públicas que reviertan la polarización social
existente.
Una mirada a largo plazo muestra que el denominado Estado de
Compromiso en Argentina fue el resultado de una verdadera construcción
histórica desde los tiempos coloniales, realizada por instituciones públicas y
privadas durante varios siglos, con una progresiva y creciente participación del
Estado (Moreno, 2009, p. 10).
Dentro de este contexto, esta colaboración se centra en la producción
histórica destinada a recuperar la acción de las instituciones de la sociedad
civil organizadas por principios católicos o laicos, que destinaron recursos y
empeños para auxiliar a la pobreza sin trabajo. Es decir, se pretende evaluar
el rol de la asistencia no estatal como proveedora de bienes y servicios y su
trascendencia en la vida social, política y cultural del período. Los estudios sobre
estas organizaciones y prácticas asociativas se han focalizado mayoritariamente
en reconstruir sus trayectorias institucionales, y han descuidado los análisis
orientados a dar cuenta de sus desempeños en la gestación de políticas sociales
en Argentina. En la década del noventa, esa tendencia historiográfica empezó a revertirse con el cuestionamiento del carácter fundacional y disruptivo del
peronismo respecto de las políticas sociales, al sostener, como contrapartida,
que estas se comenzaron a conformar a través de las intervenciones sociales
desarrolladas por los grupos filantrópicos desde fines del siglo XIX, que
ofrecieron un conjunto laxo de instituciones asistenciales secundadas por
subsidios nacionales, provinciales y municipales. En suma, el recorte escogido
intenta contribuir al debate sobre las políticas sociales que, además de presentar
un carácter fragmentario, ha priorizado el estudio de la acción del Estado
nacional, mientras que desatendió otros niveles –provincial y municipal– así como el heterogéneo sector de la beneficencia y las mutuales. Es decir, es
necesario superar la visión excesivamente estatalista de las acciones sociales
que descuida las prácticas de otros actores significativos y las interacciones
históricamente cambiantes entre ellos (Remedi, 2009, p. 94).
Esta mirada sobre las asociaciones civiles en la atención de los problemas
sociales adquiere relevancia si se pondera que lo social en la modernidad
liberal se construyó en la intersección de lo civil y lo político, al asociarse
ambos registros con el propósito de neutralizar el violento contraste que las
condiciones vulnerables de vida imperante en vastos sectores de la sociedad
oponían al dispositivo civilizatorio de las elites dirigentes.
Además, esta línea es también legítima si se considera la lenta formación
que supuso la institucionalidad estatal en lo social, que los límites entre lo
público y lo privado se movían constantemente o incluso se entrecruzaban, de
manera que las fronteras entre ambos espacios fueron lábiles y porosas, y que
los avances del Estado sobre el espacio asistencial, a partir de los años treinta
del siglo XX, se construyó sobre la base del entramado benéfico asistencial
que se había gestado en las etapas previas a la consideración de la asistencia
como un derecho. Para cumplimentar el objetivo propuesto, aquí abordamos:
a) el contexto histórico que atestigua el surgimiento y operatividad de las
instituciones benéficas con miras a recuperar la capacidad explicativa del
contexto en las diversas construcciones historiográficas sobre la problemática
planteada (Sewell, 2006, p. 52); y b) las tendencias historiográficas en el
tratamiento de las instituciones benéficas de asistencia y protección social: sus
contextos de producción, enfoques y líneas interpretativas.
Los desajustes y las exclusiones sociales que conformaron la
denominada cuestión social no ocuparon un lugar central en las agendas
públicas y, por ende, no generaron una atención sistemática por parte de las
diferentes instancias de gobierno. Como consecuencia, el modelo de asistencia
social predominante en el período de la modernización se caracterizó por una
relación de interdependencia entre las caridades de estructura esencialmente
celular y fuerte impronta religiosa y el Estado; relación que implicaba que los
funcionarios públicos confiaran en una pléyade de instituciones caritativas
para los servicios sociales sin un esquema planificador, y que las caridades
dependieran del Estado para su funcionamiento legal y económico.
Como afirma Pilar González Bernaldo (2010, p. 51), tanto católicos como
liberales rechazaban la caridad legal; los primeros porque creían que socavaba
los efectos morales del acto caritativo, y los segundos porque implicaba un gasto
público que el Estado no estaba dispuesto a garantizar. Los liberales, renuentes
a la intervención estatal, propugnaban la provisión de un mínimo de asistencia
social pública y las necesidades básicas continuaron siendo atendidas en el
contexto de una economía mixta de bienestar conformada por los beneficios
y servicios sociales estatales, la provisión mercantilizada de bienes privados y
las actividades de asociaciones voluntarias sin fines de lucro organizadas sobre
bases filantrópicas o de ayuda mutua y las redes informales de ayuda.
La producción historiográfica sobre esta problemática ha construido
distintas interpretaciones de acuerdo con las perspectivas de los abordajes
adoptados, el contexto histórico de su surgimiento, las fuentes disponibles, el
estado de los conocimientos alcanzados y las demandas del campo disciplinar.
En primer lugar, durante el siglo XIX y comienzos del XX, existió un flujo
casi constante de una literatura –no exenta de polémica– dedicada a la caridad.
Esta producción adquirió la forma de una narrativa hagiográfica centrada en
el impulso caritativo individual, de una historia oficial y conmemorativa, o se
limitaba simplemente a una exhortación hacia la dádiva, modalidades en las
que el análisis crítico estaba ausente. Esta producción respondía a la estrategia
propaganda-poder dirigida a la concientización de la acción social por medio
de la publicación de revistas o folletos propagandísticos que combinaban la
profusión de imágenes con textos autocomplacientes y en tono entusiasmado,
cuando no exaltado. Su estilo edulcorado era sintomático de la imagen idílica
que se quería transmitir de las instituciones y de la vida de los protegidos,
especialmente en el caso de los niños. Estos relatos descriptivos hacían gala
de unas prácticas discursivas que transmitían los ideales subyacentes a ese
modelo asistencial: orden y compostura en los menores, con un conocimiento
básico de lo que se consideraba cultura, trabajo en los adultos, conformidad
en los ancianos y oclusión de las manifestaciones de insubordinación. Además,
las representaciones contenidas en los relatos secuenciales sobre los sujetos
protectores convertían a estos en los únicos indicados para amparar, civilizar y
controlar a los nominados “desheredados de la vida”. Si bien estas monografías
sobre la base de fuentes institucionales no constituyen un discurso historiográfico
propiamente dicho, conformaron en sí mismas fuentes de época de gran
riqueza que, al ser interpeladas a la luz de nuevos interrogantes históricos y
de cuestionarios teóricos renovados, han profundizado el conocimiento sobre
estas entidades de acción social.
En las décadas del sesenta y setenta del siglo XX, la historiografía social
sobre la asistencia benéfica –influenciada por los enfoques estructuralistas
centrados en los procesos económicos, demográficos y sociales– abordó el
papel del modelo benéfico asistencial como una herramienta de pacificación
y armonización social, como instrumento de reproducción de la mano de
obra o mecanismo regulador del mercado de trabajo, e incluso planteó sus
interpretaciones explícitamente desde las teorías del control social. Una lectura
economicista que visualizó en las instituciones asistencialistas el signo de
actitudes capitalistas para un uso rentable de una mano de obra abundante y
cuasigratuita (Guy, 2011). Esa mirada es perceptible en los primeros trabajos de
Eduardo Ciafardo (1990) y Leandro Gutiérrez y Ricardo González (1988), entre
otros, quienes sostienen que el sistema de beneficencia que se desarrolló en
la ciudad de Buenos Aires desde 1880 tenía encomendadas, como principales
funciones, ejecutar tareas de moralización y disciplinamiento social entre
los sectores populares urbanos. El desarrollo de ese sistema se vinculaba
directamente a la necesidad de los sectores dominantes de instrumentar
mecanismos de control para una población flotante y cada año más numerosa.
Es decir que las instituciones de beneficencia no desempeñaron durante el
período analizado un rol simplemente asistencial, que pretendía aliviar
las miserias sociales desencadenadas por el desarrollo de una incipiente
economía de tipo capitalista no regulada, sino que fueron, fundamentalmente,
organizaciones disciplinarias, con objetivos religiosos (conversión al catolicismo
y moralización cristiana), económicos (incitación al trabajo) y políticos (lucha
contra la agitación anarquista o socialista) (Gutiérrez y González, 1988, pp.
13-58; Ciafardo, 1990, pp. 161-170).
La visión canónica del control social en la historiografía sobre la asistencia social
A partir de los años setenta del siglo XX, la tendencia a sobreenfatizar la
concepción de que los establecimientos dedicados al auxilio de los sin recursos
era un medio de control social para someterlos a un régimen normalizador se
convirtió en una visión canónica en las investigaciones históricas. Esta estuvo
dominada por una perspectiva eminentemente foucaultiana del problema de
la pobreza y la marginación, que intentaba poner coto al excesivo margen de
libertad del pobre en el mercado benéfico y sujetarlo a un ordenamiento social
concebido para conseguir una integración activo-coercitiva del “pobre útil”.
Con el fin de demostrar los mecanismos de control ejercidos por las élites, esta historiografía se ocupó casi con exclusividad de los benefactores, sus
ideas y sus prácticas como factores determinantes en las transformaciones de la
asistencia; mientras que los sujetos asistidos quedaron fuera de los análisis y eran
considerados como meros receptores pasivos de los recursos, de las políticas y
de los mecanismos de control, al subestimar la autonomía y la capacidad de los
agentes para absorber, modificar, adaptar y usufructuar en provecho propio las
propuestas de control y regulación provenientes tanto de instituciones estatales
como de las pertenecientes al modelo benéfico-asistencial.
Como se expresó anteriormente, Ciafardo (1990, pp. 161-170) destacó el
rol protagónico que las mujeres de la élite tuvieron en la beneficencia porteña y
las estrategias de reclutamiento y moralización empleadas. Con una perspectiva
similar, algunos trabajos de Yolanda de Paz Trueba (2007, pp. 366-384; 2010,
pp. 35-53) –quien se aleja de la centralidad que siempre tuvo la ciudad capital– analizan a las instituciones de beneficencia en algunas localidades del centro
y sur bonaerense como herramientas de control social a fines del siglo XIX.
Resulta imposible pasar revista a la totalidad de los trabajos existentes, pero
sí es interesante resaltar aquellos estudios que profundizaron el análisis de las
instituciones del modelo benéfico-asistencial en espacios extracéntricos. En
este sentido, es dable mencionar la contribución de Alejandra Otamendi (2005,
pp. 57-70) sobre la creación y funcionamiento de la Sociedad de Beneficencia
de General Acha como la primera forma institucionalizada de prestación de
servicios sociales en el territorio nacional de La Pampa, que tomó a su cargo
las tareas de asegurar la reproducción y el disciplinamiento de la población.
Pero esta perspectiva constituía una visión excesivamente monocromática
y abstracta, y no ahondaba en la exploración de los fenómenos históricosociales
en sus dimensiones experienciales y subjetivas, ni en los usos de la
beneficencia como una práctica interpersonal de reciprocidad; relaciones que,
aunque desiguales y jerárquicas, eran instrumentalizadas por las dos partes
involucradas: benefactores y asistentes.
En los años posteriores a los setenta, la historiografía sobre la cuestión
social y el asistencialismo experimentó, al igual que la historia en general,
importantes deslizamientos en cuanto a sus abordajes e interpretaciones, que
obedecían al contexto de producción y a factores inherentes al propio campo
disciplinar. En nuestro caso, el contexto permeado por la pérdida de fe en las
acciones estatales, las críticas al Estado benefactor y la voluntad del Estado de
transferir responsabilidades al mercado, a las asociaciones voluntarias y a los
individuos, planteó una revalorización del rol de las asociaciones civiles en los
análisis históricos de los modelos asistenciales y, por ende, una ponderación del
modelo mixto de asistencia social. Por otra parte, el colapso de los regímenes
comunistas estimuló también el interés por la sociedad civil y el énfasis en
la importancia de la democracia. En este sentido, no es sorprendente que el
revival de los estudios sobre las asociaciones civiles dedicadas a la asistencia
social y de sus implicancias morales figure en los debates prominentes sobre el
pretendido fracaso del Estado de bienestar.
Con respecto a las demandas disciplinares, los virajes revisionistas que
afectaron los estudios e interpretaciones sobre la cuestión social y los modelos
de asistencia social se vuelven inteligibles en el escenario intelectual de los
desarrollos de la historia social contemporánea. Sin pretender profundizar en
una temática que excede esta presentación, es importante resaltar que estos
desarrollos han cuestionado la tiranía de los marcos únicos y excluyentes, ya
sean estos cronológicos, espaciales, económicos, culturales o sociales, dentro
de los cuales se inscribía necesariamente la propuesta de alcanzar una historia
social (Moreyra, 2014a). Paralelamente, se ha producido una rehabilitación de
la parte explícita y reflexionada de la acción, tanto individual como colectiva,
de la capacidad y límites de la racionalidad humana y de las restricciones del
contexto, reglas y prácticas.
En este renovado clima historiográfico, que buscaba dar cuenta de lo
que se escapa en los intersticios de las estructuras, la significación histórica
de los actores, de las prácticas y de las racionalidades involucrados en el
asistencialismo social cambió, y se complejizó la mirada interpretativa sobre
las instituciones civiles de ayuda social.
En efecto, en la década del noventa del siglo XX y en los primeros años del
siglo XXI, la historiografía sobre la pobreza y la asistencia experimentó un giro
epistemológico muy notable que permite hablar de una renovación profunda
y sustantiva, una perspectiva basada en el paradigma de las prácticas –las de
dominio de las dirigencias asistenciales y las provenientes de los sujetos sobre
los cuales se ejerció la supuesta coerción–, renovación esta fundada en una
relectura de la historia social de la asistencia con otros acentos metodológicos.
En esta perspectiva, la visión canónica del control social fue uno de
los presupuestos epistemológicos más cuestionados. La historiografía europea
primero y, más tardíamente, la latinoamericana y argentina, comprobaron
que las instituciones asistenciales de corte benéfico no fueron exclusivamente
entidades disciplinarias, sino instituciones asistenciales que llegaron a despertar
la confianza de una parte significativa de los pobres. Las indagaciones sobre
los alcances efectivos del control social y la normalización demuestran que
estos encontraron sus límites en la aplicación práctica de los mecanismos
de disciplinamiento y en las particularidades de cada tipo de asociación y,
más aún, en los ejecutores de esas disposiciones, especialmente del personal
institucional de menor nivel, que era el que interactuaba a diario con los
asistentes, gozando en ocasiones de su complicidad. Sin duda, a pesar de la
seducción que aquellos modelos despertaron, poco tienen que ver con las
experiencias de las instituciones de asistencia social. Como expresa Valeria Pita
(2012, p. 69) las mujeres “depositadas” en el hospital de dementes, a pesar de
sus rutinas y marcos disciplinarios, no estaban sometidas a ningún reglamento
escrito y la mirada de las celadoras no podía ni registrar ni abarcarlo todo.
Por otra parte, la producción anclada en Michel Foucault ha sido objeto de
críticas respecto de la incapacidad metodológica para el análisis histórico, la
imposibilidad de observar la compleja tensión entre la estructura general y
los sujetos y la subestimación de los resortes y mecanismos de resistencia al
orden (Di Liscia y Bohoslavsky, 2005, p. 17). Como lo demuestra el trabajo de
Donna Guy (2011), se produce un desplazamiento de la mirada desde la gran
teoría hacia las prácticas concretas desplegadas por los distintos actores, y este
cambio de escala permite recuperar el protagonismo que tuvieron las múltiples
organizaciones y asociaciones, tanto religiosas como laicas, y las estrategias de
los individuos en el marco de los sistemas normativos (Bolufer Peruga, 2002,
p. 115). Los nuevos enfoques permitieron poner en cuestionamiento la visión
de las organizaciones de protección social como entidades de rasgos atrasados
de la sociedad tradicional que ignoraba las desigualdades, costes sociales
de la modernización en América Latina y las transformaciones modernas de
actores de viejo cuño y, además, el descuido de la capacidad de los actores
asistidos para articular sus estrategias de adaptación y/o resistencias, lo que
conducía a una interpretación simplificada del proceso histórico. Por el
contrario, la revalorización de la human agency –que permea la producción
historiográfica de las últimas décadas– se patentiza en el deslizamiento desde
la imagen habitual de los pobres como pasivos objetos del auxilio de las élites
o de las autoridades públicas hacia la consideración de los hombres, mujeres
y niños indigentes como activos agentes de la relación asistencial, decididos a
emplearla como uno de sus medios de supervivencia.
En esta perspectiva de tinte revisionista, es dable distinguir algunas líneas
de indagación que son expresiones de este giro interpretativo: la feminización
de la ayuda social, la ampliación de la investigación a espacios geográficos
extracéntricos, el impacto de los giros políticos y culturales en el análisis de
las organizaciones benéficas, un énfasis en los usos de la beneficencia como
una relación desigual de reciprocidad que recupera la vida cotidiana de los
sectores marginados y que permite a la vez visualizar los procesos de recepción,
apropiación y resistencias; por último, la recuperación de las finalidades
integradoras de las instituciones y una nueva racionalidad legitimadora de la
acción social.
En los últimos años, gran parte de los estudios han retomado el valioso papel de las mujeres como actoras sociales insoslayables para el entendimiento y la reflexión de la beneficencia y el asistencialismo. El acento se puso principalmente en el marco institucional y se privilegió el análisis de su participación como sujetos activos en el ejercicio benéfico-asistencial en dos direcciones: por un lado, como benefactoras, donantes, gestoras de recursos y de ayuda para las instituciones benéficas; y por otro, se ahondó en su papel como asistidas de esas mismas instituciones. Esta significatividad femenina, que no se limita al ámbito asistencial, está en consonancia con los planteos de la historia de las mujeres, que visibilizaron el rol femenino a través de las representaciones en torno a la maternidad y su participación en el mercado de trabajo, en las luchas feministas y en la beneficencia. Además, esta línea muy transitada fue la que privilegió la cohesión en torno al reconocimiento social que otorgaba la pertenencia o el apoyo a una institución benéfica en tanto significaba el logro del más alto estatus social y el aseguramiento de los derechos para que los miembros de la familia pudiesen ser reconocidos socialmente y ejercieran poder por su patronazgo (Guadarrama Sánchez, 2004, p. 369). En el período comprendido entre fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, de fuerte crecimiento económico, ese prestigio y poder se exteriorizaban en un incremento de la reputación en los espacios de sociabilidad, la ampliación de la clientela política y aun la adquisición de un cargo público en posiciones de poder institucionalizado. Es decir, la participación en acciones filantrópicas y caritativas era una forma de generar capital social; esto es, un conjunto de recursos vinculados a una red de reconocimiento mutuo que a la vez que era generadora de beneficios, permitía la reproducción de la clase social y de otras formas de desigualdad. En el caso particular de las mujeres, la pertenencia a un grupo de asistencia a los pobres les daba la posibilidad de tener una ventaja legal de la que no disfrutaban en sus hogares, ya que, por ejemplo, podían ejercer la tutela sobre los niños ingresados en los establecimientos que administraban, derecho que no tenían sobre sus propios hijos. En este marco interpretativo, Donna Guy (2011) utiliza el concepto de performance of charity para dar cuenta de las implicancias sociales y políticas que la caridad tenía para quienes la desarrollaban. Mediante esa performance, las mujeres de distintos grupos pudieron definir un lugar propio en la esfera de lo público, ganaron prestigio y legitimidad social, desarrollaron habilidades políticas como negociadoras y acumularon una gran experiencia como administradoras. Para ellas, la caridad se convirtió en una experiencia de empoderamiento.3
Otro aspecto a destacar, en consonancia con el denominado retorno
de lo político, es la politización de las interpretaciones, en el sentido de que
se manifiesta también en el ejercicio del poder detectado en las diferentes
relaciones. La revalorización de la interdependencia entre ambos factores
es retomada también por la historiografía sobre la cuestión social y el
asistencialismo. Más aún, la nueva historia se orienta cada vez más, junto con el
estudio de los partidos, hacia la historia de las asociaciones y a su intervención
en la esfera pública. El estudio de las asociaciones permite aprehender mejor
los procesos de socialización, entre el área de la sociedad civil y el poder. Por lo
tanto, las interpretaciones socioculturales de los modelos asistenciales no son
apolíticas, sino que analizan las relaciones de poder, las redes clientelares y los
conflictos existentes en los espacios de protección social. Esa interdependencia
entre la esfera pública y la privada constituía una de las estrategias de los
gobiernos para lograr consensos, para contribuir al reconocimiento de grupos
con prestigio y con recursos, para favorecer la atención de los pobres y para
evitar asumir algunas responsabilidades y costos en la provisión de servicios.
Por otra parte, las instituciones caritativas que organizaron la ayuda no solo
buscaban dar respuestas a las necesidades sociales de su momento histórico,
sino que también se encontraban articuladas en una trama más compleja y
amplia con los centros de poder de la Iglesia y del Estado, posición desde la
cual expresaron de forma diversa el pensamiento acerca de la acción asistencial
hacia los sectores vulnerables (Guadarrama Sánchez, 2004, p. 198). Por otra
parte, la historiografía, al indagar en las prácticas e intervenciones de las damas
de la beneficencia, ha iluminado cómo a través de las redes y vínculos con
asociaciones, grupos políticos y funcionarios, ellas pudieron terciar de manera
activa en la formación del entramado estatal y de la comunidad política
(Moreyra, 2009).
Además, las indagaciones sobre la evolución de los actores asistenciales
reflejan los conflictos de poder por el control de las instituciones benéficas,
mediante dos estrategias: una, los intentos endogámicos en la composición del
personal dirigente de las comisiones directivas de las asociaciones (Moreyra,
2009); y otra, por medio de los enfrentamientos abiertos con otros actores del
sistema con intereses diferentes, como fueron las confrontaciones que se dieron
entre las matronas de la beneficencia y la corporación médica reformista en
creciente formación, los que a comienzos del siglo XX disputaban el control
de la asistencia social, tejiendo alianzas, recreando conflictos y negociando ámbitos de injerencia en el espacio público (Pita, 2012). Como ha sostenido
Norberto Bobbio (1989), las esferas públicas y privadas se encuentran mucho
más asociadas de lo que habitualmente suele suponerse; en este sentido, el
autor propone atender a dos procesos paralelos, como son la publicitación de
la vida privada –en tanto intervención de los poderes públicos en ámbitos más
domésticos– y la privatización de lo público.
Además de la revalorización de lo político como un lugar de gestión de
la sociedad global, la historiografía social también experimentó el impacto del
giro cultural, que produjo una reorientación de la investigación sociohistórica
hacia el estudio de los dispositivos culturales, simbólicos, mentales, de las
visiones, concepciones y representaciones; y su perspectiva analítica se
centraba en la interpretación de las significaciones históricas (Portelli y Reyna,
2011). Así cobró auge, en las últimas décadas del siglo XX, la creencia de que
la cultura y las expresiones culturales debían ser exploradas como un elemento
y un medio de la activa construcción y representación de las experiencias,
las relaciones sociales y sus transformaciones; como un motor histórico en
la estructuración del mundo social de la clase, la autoridad, las relaciones
económicas y su variabilidad histórica. De tal manera, esta línea argumental
va más allá de la racionalidad disciplinadora y busca explicar las culturas
asistenciales y las racionalidades que subyacen a los modelos de atención
social. En este sentido, trabajos recientes han reconstruido los esfuerzos de los
benefactores tendientes a la generación de un consenso activo por parte de los
asistidos con los modelos de atención social y con los fundamentos ideológicos
y políticos subyacentes a la cultura benéfico-asistencial. Esta mirada sostiene
que los benefactores se valieron de prácticas culturales para cimentar y
reforzar ese consenso entre los asistidos; buscaron inculcar un sentido social
de pertenencia entre los protegidos que les permitiera identificarse como
tales y actuar en consonancia. En síntesis, esta mirada rescata las prácticas
y representaciones en la construcción compleja de ese consenso activo,
entendido como el ordenamiento de las distintas configuraciones mentales
para la percepción del mundo social por los actores sobre la base de la fuerza
estructurante de una cultura asistencial fuertemente arraigada en la sociedad,
en las instituciones y en los individuos –asistentes y asistidos–, que consideraba
que la atención de la pobreza y de los marginales seguía siendo competencia
de la filantropía (Moreyra y Moretti, 2015).
En este sentido, las fiestas, rituales y conmemoraciones –con sus
productos y artefactos culturales– constituyeron herramientas de profundas
implicancias políticas, ideológicas e identitarias por medio de las cuales
las élites asistenciales se proponían generar un sentimiento compartido y
una identidad común, una comunidad emocional; y fueron esenciales para
transmitir ideas y dar respuestas a las preocupaciones sociales.
Además, ese conjunto articulado de rituales fijaba, mediante los objetos,
los gestos y las palabras, el lugar que le correspondía a cada uno en la jerarquía
de los poderes (Cuño, 2013). La apelación al modelo benéfico-asistencial
devino así en una respuesta funcional a las manifestaciones más críticas de la
cuestión social en un contexto en que la acción estatal no era solo subsidiaria,
sino que el Estado mismo consideraba que las prácticas de las entidades civiles
era más adecuada desde el punto de vista económico y de la cultura asistencial
predominante consustanciada, especialmente en las dos primeras décadas del
siglo XX, con la protección y ayuda brindadas por las asociaciones y las damas
católicas.
Tal vez el aporte esencial de esta mirada heterodoxa de la historiografía sobre la cuestión social y el asistencialismo, es la superación de la visión disociada que surge de analizar e interpretar a los que dan, controlan e integran y a quienes demandan por sus necesidades básicas en forma separada. Por el contrario, ha cobrado relevancia una concepción del modelo benéfico asistencial como una práctica interpersonal de reciprocidad. Según Sandra Cavallo (citado en Bolufer Peruga, 2002, p. 115):
“la práctica de las instituciones puede reconstruirse solo a través de la lectura de las interacciones entre directrices centralizadas, dinámica interna de los grupos que participan en su gestión y estrategias diferenciadas de cuantos de forma más o menos directa eran sus beneficiarios”.
En este sentido, en el trabajo La modernidad periférica: vivir asilado en
el modelo mixto de protección social. Córdoba 1900-1930 (Moreyra, 2014),
me propuse abrir las puertas de las asociaciones de protección social para
recobrar las trazas de una modernidad prometida y evasiva desde espacios
claramente periféricos, pero no por ello menos reales. Al intentar reconstruir el
mundo interno de las instituciones, se reprodujeron de él la homogeneidad y la
heterogeneidad de los espacios, de los actores y de sus prácticas, lo que permitió obtener una mirada más compleja de la red asistencial, cuyas instituciones
estaban basadas en vínculos que no tenían un valor unidimensional, sino que
eran ambivalentes. Por un lado, eran relaciones de integración que aseguraban
la supervivencia de los individuos; por otro lado, se trataba al mismo tiempo de
vínculos de dominación y de dependencia. Como toda relación entre desiguales,
estos comportaban una posición de autoridad y exigían una subordinación,
si bien siempre se interpolaban espacios de libertad que permitían articular
estrategias de adaptación, de reciprocidad o de resistencias (De Paz Trueba,
2014; Moreyra, 2015). Los deslizamientos en el abordaje de esta compleja
problemática llevaron a otorgar protagonismo también a los sujetos auxiliados,
al analizar sus propias estrategias de subsistencia y autoayuda, con miras a
dar visibilidad a actores antes silenciados. Y precisamente, la historiografía
ha logrado algunos avances en materia interpretativa al abordar el estudio de
los pobres no solo como sujetos receptores de las políticas públicas y de las
instituciones benéficas, sino como actores sociales que concretaron reformas y
definieron las prácticas asistenciales. A pesar de los escasos testimonios directos
sobre los protegidos, los indicios de su presencia en las instituciones –así como
de sus ausencias– permiten recuperar una historia que fue parte activa en la
construcción del sistema de ayuda para hacer frente al abandono, la falta de
empleo, la enfermedad, la viudez o la carencia de redes de apoyo familiar. Los
pobres beneficiarios, como sus benefactores, fueron así actores interesados,
centrales y activos en la conformación y vigencia de la relación asistencial.
Además, esa interacción no es presentada como una relación entre dos grupos
uniformes y estáticos, sino como poseedora de una dinámica interna no
exenta de transformaciones. La relación entre donantes y protegidos es ahora
analizada en el marco de la formación de vínculos de protección devenidos
en lazos sociales, a partir de los cuales los asistidos generaron espacios de
libertad individual, desarrollo e integración social (Moreyra, 2014b). En este
sentido, no desconocemos el desafío que supone incorporar a los beneficiariosdestinatarios
como actores, por sus rastros elusivos, su voz apenas audible
en las fuentes, pero ello no solo permite una nueva perspectiva del modelo
benéfico, sino que es también un componente necesario si se aspira a hacer
una historia que pretenda ser síntesis sobre esta cuestión.
Esto significa en nuestro tema no ver a los asistidos como simples
proyecciones de los modelos dominantes, sino que supone indagar las formas
en que ellos daban sentido a esos modelos, los interiorizaban, los rechazaban,
los negociaban o transformaban en sus pensamientos y en sus vidas de acuerdo
con sus intereses, los cuales no coincidían necesariamente con el plan trazado
por las autoridades.
Los asistidos en las diversas instituciones forjaron sus identidades
sobre el parámetro de la reciprocidad desigual y sobre la necesidad de la
subsistencia (Cabana y Cabo, 2013, p. 77). Gran parte de los sectores pobres
vieron en la ayuda de las asociaciones de protección social un mecanismo
de supervivencia que presentaba distintas modalidades: la ayuda directa
mediante la entrega de dinero o comestibles, el auxilio como complemento
del magro jornal, la recomendación para obtener un albergue, para conseguir
trabajo o cama en algún hospital. Pero aún en esa situación de inferioridad,
no eran sujetos inarticulados sometidos rígidamente a los controles sociales,
sino más bien agentes históricos conscientes y activos que hacían uso y se
beneficiaban del sistema asistencial o establecían relaciones de reciprocidad,
aunque desiguales, respecto de quienes proporcionaban la asistencia. La
negociación era la posibilidad que el orden triunfante imponía en condiciones
de desigualdad, bajo la apariencia de una igualdad original, y que resultaba
ser la forma que tenía lo hegemónico de agenciar las prácticas de los sujetos
subalternos a favor de su propia reproducción. Así, los asistidos utilizaban los
recursos de la institución como un medio alternativo y temporal para paliar su
indigencia en períodos coyunturales y no consideraban esa alternativa como
una acción humillante.4 Las autoridades fueron muchas veces laxas respecto
a la entrada y salida de los indigentes, al permitir que ingresaran y egresaran
del establecimiento según sus intereses y circunstancias, lo que demuestra la
labilidad de los mecanismos de coerción. Los asistidos, lejos de interiorizar
las normas, aprovechaban esa flexibilidad para hacer uso de los servicios
asistenciales en lapsos no consecutivos y según lo que ellos consideraban un
derecho. Otras evidencias que prueban el poder agencial de los protegidos es la
relativa libertad que tenían para disponer del uso de su socorro pecuniario, aun
cuando implicara una desviación de los fondos hacia necesidades no prioritarias
o la apropiación creativa de las bondades del modelo, especialmente de la
acción mediadora de las asociaciones para garantizarles su supervivencia por
medio del trabajo remunerado. Esta mediación consolidaba la dependencia de
los asistidos al mismo tiempo que éstos estrechaban las relaciones horizontales
con distintas fracciones de los sectores de la élite económica y social.
Con este enfoque, Adriana Álvarez (2010), en su trabajo acerca de
la experiencia de los niños enfermos en el Asilo Marítimo de Mar del Plata,
demuestra que la relación paciente-institución no era unidireccional ni
se basaba en una lógica de imposición ejercida desde la conducción de la
Sociedad de Beneficencia, sino que los pacientes derivados allí debían contar
con la aprobación de su padre o la de sus tutores para ingresar y permanecer
más tiempo del estipulado en el reglamento, y eso daba lugar a negociaciones
entre los padres y la institución; esto evidencia los límites a los que el accionar
cotidiano estaba sometido, aunque el discurso dominante se orientara a
alimentar una serie de imposiciones. Por su parte, Fernando Remedi (2005-
2006) ha analizado las estrategias de reproducción de los sectores populares
en Córdoba para satisfacer sus necesidades y lograr la seguridad alimentaria
mediante la utilización, entre otros, de los auxilios provenientes de las
sociedades de beneficencia. El autor demuestra cómo los asistidos no eran
meros receptores de bienes, ideas, creencias y sentimientos, sino que producían
sus propias estrategias, en el marco de las cuales manipulaban utilitariamente
dichas instituciones, discernían entre las prestaciones que se les brindaban
y resistían de diversas maneras las tentativas de regulación de sus prácticas
cotidianas, sus modos de vida y creencias.
Si bien los espacios institucionales eran una estructura vertical y
rígidamente jerarquizada, también existieron las líneas de fuga (De la Pascua
Sánchez, 2013, p. 108); es decir, la utilización por parte de los asistidos de los
márgenes de libertad para resistir la subordinación, la opresión y la injusticia,
para avanzar en las aspiraciones naturales de libertad y bienestar. Este aspecto
es uno de los centrales de la historiografía renovada que ha comenzado a
transitar el rescate de los mecanismos manifiestos u ocultos y las resistencias
de los asistidos para obtener mejores condiciones de ayuda. Si bien los
episodios de rebeldía directos de abajo hacia arriba no eran lo común en la
estructura piramidal de sus instancias organizativas, las resistencias cotidianas
eran expresiones de demandas y reclamos contenidos. El trabajo de Diego
Armus (2001) es paradigmático en relación con esta perspectiva de rescatar el
poder agencial de los asistidos; en este caso, en la atención de los enfermos,
al cuestionar la supuesta pasividad de estos tal como lo asumen algunas de las
narrativas históricas y socioculturales de la salud, la enfermedad, la medicina
y el control social.
Pero más allá de las líneas de fuga, otro frente historiográfico pionero
es la valorización, con una mirada culturalista, del poder explicativo de los
significados del orden social y moral de los pobres y del rol que cumplieron sus
concepciones sobre lo bueno y lo malo en la disciplina social. Es decir, estas
nuevas aproximaciones, en su interés por recobrar el poder de los beneficiados,
no solo recuperan sus estrategias de supervivencia y negociación y las formas
sutiles e informales en que subvertían el orden, sino que también destacan la
aparente complicidad con él y el significado que la generosidad y los fines
integradores tenían para su rehabilitación social. Esto explica que en no pocos
casos, circunstancias y espacios, los asistidos no fueran receptores pasivos del
dispositivo moral y civilizatorio de las élites asistenciales, e incluso aquellos
que dudaban o rechazaban aceptar el estricto programa de reformas no eran
indiferentes. En una economía de escasez, los valores del trabajo duro, el
cuidado familiar, la decencia y el compañerismo estaban tan enraizados en
la vida de los receptores como el alcoholismo, la búsqueda del placer y el
aprovechamiento de las oportunidades. Se trata de un modelo de inteligibilidad
que resuena con más fuerza que el del sujeto individual moderno que forma
parte de la sociedad disciplinaria. En este sentido, en un ensayo sobre la práctica
de la generosidad en la moderna sociedad de élite, Linda Pollock (referenciado
en Rogers, 2014) ha criticado el enfoque fríamente funcional de los estudios
que desnudan las relaciones sociales de su afecto intrínseco y ha propuesto
una perspectiva para explorar los valores y la cultura, sin disociarlos de las
condiciones materiales y los campos de poder que estructuran la vida de los
socorridos. Estas posturas renovadas y de tinte sociocultural se oponen a las de
quienes sostienen que los pobres tomaban lo que podían de sus benefactores
pero permanecían indiferentes a un sistema de valores; y que el uso que hacían
del auxilio difería de aquel pretendido por el benefactor (Moreyra, 2016).
Esta perspectiva también revaloriza el viraje desde una concepción
que se limitaba a proporcionar los medios de subsistencia básicos a nuevos
enfoques que rescatan las medidas tendientes a la incorporación de los
sectores pobres a la vida productiva. En este sentido, nuevas investigaciones
apuntan a priorizar el análisis de las estrategias de integración social, además
de las de normalización de los asistidos, como proyecciones de los modelos
dominantes mediante un análisis de los discursos emitidos desde posiciones
de poder y también de las prácticas tendientes al reconocimiento de derechos.
Hay un retorno al binomio aceptación-integración como un aspecto poco
explorado; es decir, a la inclusión de los sectores desposeídos del modelo
asistencial a través de una pedagogía social basada en la educación y el trabajo
(Moretti, 2014). Y, al mismo tiempo, a ponderar la aceptación de ese modelo
por parte de los beneficiarios, no como una resignación impuesta, sino como
un mecanismo para ejercer el derecho a la subsistencia. En esta perspectiva,
De Paz Trueba (2014), al centrar la atención en la educación impartida a
las niñas en un asilo de huérfanas en el sureste de la provincia de Buenos
Aires, toma cierta distancia respecto de los trabajos y posturas que suponen
que las niñas huérfanas que pasaban parte de su infancia en instituciones
asilares o que quedaban a cargo de las defensorías de menores solo podían
esperar en el futuro desempeñarse como trabajadoras domésticas. Se busca así problematizar, a partir del estudio de esta institución particular, la formación
que allí brindaban las señoras de la beneficencia y las religiosas a las asiladas,
y el modo en que dicha formación fue adaptándose a los cambios que la época
reclamaba. Paralelamente, en algunas producciones es dable percibir un lento
deslizamiento en la concepción que subyace en la racionalidad legitimadora
de la acción de los actores del modelo asistencial, caracterizado como una
marcha conceptual desde la compasión hacia los derechos sociales. La
adopción de una posición crítica con respecto a los enfoques más tradicionales
se basa en el supuesto de la modernización del paternalismo tradicional,
entendido como la preocupación de algunos sectores del catolicismo social por
tomar distancia de las relaciones patriarcales más tradicionales, influenciadas
directamente por el contexto de producción vigente. En efecto, a partir de la
crisis de 1913 y de la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, se produjo una
sensible retracción de las actividades productivas y comerciales y un aumento
de la pobreza estructural; es decir, por un lado, del número de mendigos y
pobres permanentes,por el otro, la consolidación de un nuevo tipo de pobreza
ligada al mundo laboral, definible por la precariedad de las condiciones de
vida y de trabajo. En ese contexto, como ha señalado José Zanca (2013, p.
11), en pocos años el eje del pensamiento católico transitó desde el rechazo
a la modernidad, expresada en un mundo paralelo de organizaciones laicas
hacia una concepción más consensuada de la relación entre los católicos y el
resto de la sociedad. Consecuencia de esto fue que las fronteras entre ellos y
los actores liberales se tornaran más porosas y diluidas. La intensificación del
protagonismo de los católicos sociales se caracterizó por una ampliación del
número de los sujetos asistidos, por una coexistencia de las actividades de
protección benéficas con las estrategias tendientes a una modernización del
paternalismo, que se manifestó en prácticas sociales específicas y en un nuevo
discurso sobre los derechos de los asistidos, bajo la creencia de que la caridad
no bastaba para dar respuestas a la cuestión social. En efecto, la asistencia ya
no se limitó al pobre sin trabajo, sino que abarcaba también al trabajador pobre
que no lograba vivir de su salario; y el sustrato legitimador experimentó un
punto de inflexión en relación con las explicaciones tradicionales, al sostener
la existencia de un deslizamiento hermenéutico desde la idea compasiva como
sustento de las acciones solidarias hacia una concepción que involucraba un
compromiso civil ante los problemas sociales. La historiografía tradicional ha
sido prolífica en cuanto a la función ética y regeneradora del asistencialismo,
pero los enfoques recientes enfatizan el viraje desde la modalidad propagandapoder
del espacio asistencial hacia una mayor preocupación por la situación
y las demandas sociales de los trabajadores y por la concientización sobre
la importancia de la sanción de una legislación social que contemplara
los derechos sociales. En un reciente trabajo, en el marco de un proyecto
de colaboración entre investigadores de México y Argentina (Lorenzo,
Guadarrama, Moreyra y Cerda, 2015), se alude a esta visión crítica sobre los
alcances de esa modernización del paternalismo (Eraso, 2009). Sin embargo, es
importante señalar que, si bien estos abordajes permiten en la actualidad una
reinterpretación del modelo de asistencia social en la modernidad liberal como
una historia abierta y en construcción que se interroga por los significados y
procura hallar una lógica de las motivaciones, no menos significativo es resaltar
que subyace una continuidad en las tendencias historiográficas esgrimidas y
es que este modelo de asistencia social no se propuso cambiar los equilibrios
en el conjunto de la sociedad. Más aún, el protagonismo real pero limitado de
los sujetos asistidos no significa que fueran actores decisivos en la reforma del
modelo asistencial vigente; ni siquiera se puede afirmar que esa idea estuviera
presente en sus subjetividades.
Lo que la historiografía reciente pondera como variable explicativa es la
existencia de una mixtura de estrategias tradicionales y modernizadoras, hipótesis
que requiere de más estudios históricos y de un balance interpretativo de éstos.
El debate sobre esta problemática y el desafío de superar las microhistorias
sectoriales sin visión de conjunto siguen vigentes, y una manifestación reciente
es la publicación de un número especial sobre “Historia de la asistencia en
Brasil y Argentina: saberes, experiencias y prácticas”, coordinado por Ismael
Gonçalves Alves, Yolanda de Paz Trueba, Giani Rabelo y Lucía Bracamonte
(2016) en la revista Delaware Review of Latin American Studies, donde se pone
en discusión diversas aristas de la historia de la asistencia en esos países.
Finalmente, es importante señalar como otra característica distintiva que
la historiografía sobre la asistencia social de los últimos años ha incrementado
el análisis de las acciones sociales desplegadas por las instituciones de la
sociedad civil a nivel de las provincias del interior, especialmente en Córdoba,
Tucumán y La Pampa, y en los espacios locales al interior de ellas. Sus
resultados, por medio de la utilización del juego de las escalas de análisis,
matizan y especifican el conocimiento sobre el modelo benéfico asistencial
en distintos localizaciones extracéntricas, avalan la afirmación de la existencia
de políticas sociales antes del surgimiento del Estado social y confirman que
la conformación de éste se hizo sobre la base del entramado asistencial que
operó en las primeras décadas del siglo XX (Landaburu, Fernández y Macías,
1998; De Paz Trueba, 2010a; Sosa 2015). En este sentido, el artículo de reciente
aparición de María José Billorou (2016) se sitúa en el territorio nacional de
La Pampa para destacar el protagonismo de las maestras y las visitadoras
en relación con las políticas sociales hacia la infancia, acciones incipientes
que luego serían adoptadas y formalizadas por el Estado. Lo interesante de
destacar es que esta producción historiográfica espacialmente más focalizada
actúa como un laboratorio de trabajo que modifica la forma y el contenido del
conocimiento sobre esta problemática social, y visibiliza así actores y prácticas
que han sido protagonistas en materia social tempranamente.
A lo largo de este breve recorrido historiográfico e interpretativo sobre
la cuestión social y el modelo asistencial en la modernidad liberal, he querido
resaltar la complejidad y las distintas interpretaciones de una problemática
central para el bienestar de vastos sectores de la sociedad, abordar los orígenes
de la institucionalidad de lo social y dar cuenta de la interrelación de sus actores:
el Estado, la sociedad y los pobres. El edificio benéfico-asistencial tendía a
solucionar los desajustes sociales mediante la ordenación de la asistencia a los
pobres. A pesar de las limitaciones inherentes a su conformación, operatividad
y eficiencia, esta estructura tenía que ver con necesidades reales y podía
suponer de hecho la diferencia entre la vida y la muerte para algunos enfermos,
niños, ancianos y desempleados.
El impacto del giro interpretativo en la producción historiográfica
con su resistencia a la naturalización del mundo social y su concepción de
que la vida social es una construcción de los individuos, condujo a que los
fenómenos sociales no fueran observados exteriormente como un espectáculo
que se desarrollaba en una orientación irreversible y necesaria, sino a que se establecieran los motivos que orientan las estrategias individuales o colectivas
que, a su vez, determinan la producción de los fenómenos y procesos históricos.
Este cambio en la lente a través de la cual se analiza e interpreta el modelo
asistencial cuestiona las interpretaciones fuertemente ortodoxas sobre el control
social por parte de las élites dirigentes y rescata el protagonismo de los asistidos
en el hacer de su propia historia, al intentar restaurar la complejidad de la
relación asistencial, en pos de superar tanto la leyenda negra que enfatiza los
mecanismos disciplinadores como la visión de los documentos oficiales que
destacan una imagen optimista y benévola de las instituciones asistenciales.
En suma, la historiografía ha destacado que hubo regulación social y una
finalidad integradora; y el desafío de los historiadores sociales de la asistencia
es explicar la heterogeneidad de los significados, constreñimientos y prácticas
de los actores, más allá de las férreas intenciones y narrativas positivistas de
control social. El debate sigue abierto a nuevas aproximaciones conceptuales
e históricas para explorar esa contradicción decisiva a la que alude Pierre
Rosanvallon (2012): la brecha que se profundiza entre la progresión de la
democracia-régimen y la regresión de la democracia-sociedad.
Notas
1 Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”-Unidad Asociada al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional de Córdoba. Argentina. Correo electrónico: moreyrabea@gmail.com.
2 La autora considera que lo que se conformó en Argentina fue un Estado de Compromiso caracterizado por un Estado débil, un régimen escasamente institucionalizado, un sistema político fuertemente corporativizado y la escasa capacidad de sus núcleos dirigentes para consolidar una hegemonía estable. Como consecuencia, la ciudadanía en este tipo de régimen fue también inestable y fragmentada; y los derechos sociales no se conquistaron de manera universal. La historización de ese proceso dio por resultado una distancia o asimetría entre las formas institucionales propuestas y las formas organizativas resultantes, entre el relato normativo y la práctica concreta; y en ello, la compleja articulación de factores políticos y culturales tuvo mucho que ver.
3 Los trabajos de Marta Bonaudo (2006), Gabriela Dalla Corte Caballero (2006), Yolanda de Paz Trueba (2009, 2010b), Yolanda Eraso (2009), Marcelo Ulloque (2011), Valera Pita (2012), Lucía Bracamonte (2012, 2015) y Antonela Sosa (2015), entre otros, son expresivos de esta línea de indagación.
4 Libro de Actas de la Conferencia Vicentina de la Merced, años 1924-1927, t. 302, f. 54. Córdoba.
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Fecha de recepción de originales: 02/03/2016.
Fecha de aceptación para publicación: 06/05/2017.