DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v1i1.1403
RESEÑAS
María Victoria Núñez1
El principal objetivo de este trabajo colectivo, compilado por Roberto Di Stefano
y José Zanca, es presentar los cambios en las relaciones entre Estado,
sociedad y religión en Argentina desde las primeras décadas del siglo XIX hasta
los años ´60 del XX. Los autores reunidos en esta obra trabajan temáticas que
han sido desatendidas por la historiografía local, intentando iluminar el proceso
de secularización argentino. El título de la obra es sugerente: la palabra“frontera” nos da la idea de límite, de aquello que ayuda a ubicar elementos
de uno u otro lado. El libro reconstruye las disputas durante el proceso de laicización
en nuestro país entre actores con una vocación clerical más marcada y
actores decididamente detractores a ella. Esas fronteras buscaron marcar competencias,
esferas de acción, presentando en ciertos momentos rigidez y en
otros, distendimiento. La recopilación resulta un gran aporte debido a que, tal
como señala Di Stefano en la introducción, se ha venido trabajando en profundidad
en los últimos años sobre los procesos de secularización y laización en
Argentina, no obstante, el anticlericalismo, sus prácticas y sus representaciones
se han visto desatendidos. En esta dirección, es un trabajo que aporta y sugiere
hebras para hilvanar futuras historias sobre el tema en el resto del país.
La pregunta con la que se abre Fronteras… es nodal “¿cómo se amalgamaron
procesos globales como la conformación del Estado, la recepción
de ideologías decimonónicas, el fenómeno inmigratorio y sus consecuencias
políticas, los tópicos del discurso anticlerical y sus prácticas, la conformación
de una esfera secular y la crisis de la modernidad, con sus apropiaciones y
repercusiones locales?” Para responder este interrogante, los autores abordan
sus objetos en diversos espacios de Argentina y procuran cubrir un amplio arco
temporal. En este punto, la temporalidad resulta pertinente para un objeto que
es vasto y variopinto, cuyas fronteras son difusas y dinámicas, en consecuencia,
mutan al calor de los cambios políticos, sociales y culturales propios de la historia del país. En cuanto a los espacios y a las escalas de análisis, no es
el mismo ejercicio de aproximación que ponen en juego los distintos autores,
como el caso de Martín Castro que aborda los conflictos suscitados en San
Isidro y Zárate, o el que realiza Ana María Rodríguez para La Pampa, o el de
Ignacio Martínez y Diego Mauro, quienes analizan el territorio de la Argentina
postrosista. Este abanico metodológico enriquece la mirada sobre el problema,
mostrando sus aristas más sugerentes.
Algo que comparten los trabajos es que, además de describir las tendencias
críticas al clero, se pregunta por las condiciones de posibilidad que
tuvieron dichas expresiones. Esto es, tomar como excusa a las tendencias e ir
un poco más allá, a los fines de iluminar los contextos más significativos de su
ocurrencia. A la vez, se piensa al anticlericalismo como elemento fundamental
a la hora de ubicar a la religión en el proceso de secularización, lo que lo convierte
en una cuestión tan importante como la religión misma. Los trabajos se
basan en un extenso y heterogéneo corpus documental que comprende prensa
escrita, debates parlamentarios, fotografía, folletines y panfletos; estas fuentes
posibilitaron restituir las diversas maneras en que circulaban sentidos y se propalaban
ciertos significados.
El libro analiza, entonces, aspectos del proceso de secularización en diversos
espacios de Argentina, país que vivenció ese proceso de modo diferente
a lo acontecido en México, en Brasil o en Uruguay. Allí, Iglesia y Estado no llegaron
nunca a una ruptura total, lo que hace importante estudiar el fenómeno y
sus peculiaridades. La virulencia de los conflictos y las tensiones no parecieran
ser iguales en intensidad en los distintos casos analizados y aún resta indagar
acerca del fenómeno en otros espacios geográficos argentinos.
Al primer capítulo lo firman Ignacio Martínez y Diego Mauro, abarca
el período comprendido entre 1820 y 1890. La idea que subyace al trabajo
es que resulta mucho más potente abandonar el presupuesto de la separación
de Iglesia y Estado como el final obvio del proceso de modernización político
abierto con las revoluciones. Por el contrario, los autores ponen el acento en
las diversas formas en que fueron mutando las relaciones entre Estado e Iglesia
en la larga duración. Proponen una lectura sagaz del problema, advirtiendo
al lector sobre la relativa indeterminación de competencias tanto de la Iglesia
como del Estado en los años posrevolucionarios. A lo largo del relato, sacan a
la luz nodos problemáticos que posibilitan dilucidar la complejidad del proceso:
se disputan cuestiones tales como el nombramiento de los obispos, el lugar
relativo de la religión en la naciente nación, el presupuesto estatal destinado al
culto, la relación con la Sede Pontificia, entre otras. Estudiar estos aspectos del
problema posibilita iluminar cuestiones que exceden por mucho a lo religioso, se trata de cuestiones culturales y políticas que en el fondo delimitaban y daban
sentido al vínculo entre Estado e Iglesia.
El capítulo siguiente, de Roberto Di Stefano, recorta como objeto las
tensiones habidas entre clericales y anticlericales durante el decenio que va
desde 1852 a 1862. El autor divide al período en tres y señala que el punto
máximo de conflictividad se desató luego de la expulsión del seno de la Iglesia
a las sociedades masónicas, tras la pastoral de Escalada, en 1857. El autor
advierte cómo la conflictividad del período va in crescendo. La década se abre
con un momento de relativa connivencia de intereses entre los sectores eclesiásticos
y los laicos, después de la caída de Rosas, quien había legado una
Iglesia en situación calamitosa. Así las cosas, entre 1852 y 1855 el autor marca
un período en el que el presupuesto dedicado al culto se vio engordado y las
relaciones fueron armónicas. No obstante, durante esos años se comienza a
gestar un cuestionamiento al “ultramontanismo” de algunos representantes del
clero por parte de sectores críticos a la Iglesia. Es un trabajo por demás interesante,
que pone en evidencia cómo los sectores clericales y los anticlericales se
valieron de las herramientas provistas por la modernidad –la prensa escrita, el
asociacionismo, la tribuna política– para hacer circular sus ideas en los diversos
enfrentamientos. Fue la pastoral lo que hizo estallar el conflicto, arremetió contra las sociedades masónicas y las relaciones se tensaron al máximo. A lo
largo del trabajo se pone en evidencia cómo la cuestión es mucho más compleja:
por aquéllos años, la doble pertenencia –a la Iglesia y a la masonería– no
era una cuestión atípica. Di Stefano señala cómo fue la lógica política, más que
la ideológica, la que solía dictar las prioridades del gobierno.
El capítulo siguiente, a cargo de Martín Castro, justifica la elección de
centrar el análisis en un solo año, 1911, para seguir las reacciones de sectores
anticlericales en la provincia de Buenos Aires. Su interés radica en que ilustra
cómo el panorama social en los años del Centenario se complejiza y se diversifica:
efectivamente hubo cierto “agotamiento del impulso secularizador” y
la ocupación de algunos Ministerios claves por figuras adeptas al catolicismo,
arena propicia para que se dinamicen movilizaciones y acciones colectivas
para revertirlo. El autor toma las protestas habidas en dos localidades, Zárate y
San Isidro, como prismas para iluminar la activación de comités, logias y agrupaciones
liberales y anticlericales en toda la provincia bonaerense. A través
del análisis de los discursos anticlericales, de los temas en común, las preocupaciones,
las denuncias, los mitines y los usos del espacio y del calendario,
el autor restituye eventos que por mucho exceden su condición “local”. Estos
eventos se encadenan en una red de relaciones a nivel nacional que se activaban
al estallar un foco de conflicto, sintomáticos del problema de los límites de las relaciones entre Estado e Iglesia.
En el siguiente trabajo, Ana María Rodríguez estudia los conflictos habidos
entre socialistas, en tanto anticlericales, y católicos en la disputa en torno a
un territorio de reciente colonización como fue La Pampa. Resulta muy atractivo
el modo en que la autora reconstruye las tensiones que enfrentó el catolicismo
en esta sociedad “nueva”, que nació plural a diferencia de antiguas zonas
de colonización. Pretende comprender cómo, en el proceso de conformación
del campo religioso, los agentes eclesiales confrontaron con grupos anticlericales.
En La Pampa engrosaron las filas anticlericales masones, liberales, maestros
normalistas, protestantes, socialistas, espiritistas, integrantes de asociaciones
de inmigrantes. Los principales enfrentamientos entre éstos y los sectores católicos
se dieron en torno al rumbo de la educación, los problemas de la construcción
de la nación, el control del espacio público, la cuestión cultural y la
vida política del territorio. Principalmente, es en el terreno educativo donde se
vieron las mayores tensiones: salesianos y laicos se disputaron la enseñanza
de los niños pampeanos. Con el correr del tiempo, los conflictos se trasladan a
los Ministerios, donde socialistas y liberales llegaron a tener más protagonismo
y el clero se vio interpelado a dar batalla por la hegemonía de esos espacios.
El capítulo final está a cargo de José Zanca y analiza las diversas expresiones
de lo religioso en relación a la crisis de la modernidad y el desarrollo de
una contracultura local en la década de 1960, principalmente en Buenos Aires.
Demuestra, a través de su trabajo, que el proceso de secularización no implica
necesariamente la muerte de la religiosidad, bien por el contrario, se constata
durante esos años una intensificación de la diversidad religiosa. Estudia casos
de consumo religioso, sintomáticos de las demandas de la sociedad ante una
crisis de paradigmas. En este contexto, la religión ya no es algo a combatir.
Entendiendo el sentido de lo religioso y de lo secular como campos volubles,
productos históricamente producidos y mudables, busca escribir una historia
social de la secularización atenta a los modos en que una sociedad que ya no
vive en una era religiosa, imagina, piensa y construye lo religioso. Así, esboza
la hipótesis de que la sociedad argentina de los años ’60 puso en crisis la
estructura cognitiva propia de la modernidad, ante lo cual, ni Iglesia ni Estado
pudieron dar respuestas superadoras. Así, las mutaciones habidas en la religión
son un fenómeno conectado intrínsecamente a estos cambios. A lo largo de su
capítulo conocemos formas alternativas de religiosidad que se adaptaron con
más facilidad a los esquemas en los que se insertó el individuo posmoderno,
vivenciando una religiosidad más plural. Ante la crisis, surge una miríada de
interpretaciones de la realidad, lo que da cuenta de la inscripción de la historia
religiosa del período en la historia sociocultural más general.
En resumen, consideramos que este libro resulta un aporte importante
para el campo de estudios de la religión en la medida que los autores despliegan
diversos y sugerentes modos de abordar sus objetos, que hacen que esta
obra sea una herramienta para quienes trabajen la temática. En cada capítulo
encontramos una mirada crítica y plural, que pone en duda los lugares comunes
y que procura restituir cuadros de situación de un fenómeno complejo,
que se activa y se desactiva, que tiene mayor o menor virulencia conforme a
los contextos en los que ocurre. Resulta, en consecuencia, un trabajo ineludible
y el resultado de un esfuerzo colectivo por restituir las aristas de la difícil
separación de las esferas estatales y eclesiásticas y del lugar que debe tener lo
religioso.
Notas
1 Instituto de Antropología de Córdoba-Universidad Nacional de Córdoba/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Red de Estudios de Historia de la Secularización y la Laicidad. Argentina. Correo electrónico: mariavictoria.n@gmail.com