DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v23i1.1390
Esta obra se publica bajo licencia Creative Commons 4.0 Internacional. (Atribución-No Comercial-
Compartir Igual)
ARTÍCULOS
La revista peronista Línea y la Multipartidaria (1981-1982): unir al “campo nacional” para aislar a la dictadura
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires
Argentina
Correo electrónico: marcebor@yahoo.com
Universidad de Buenos Aires
Argentina
Correo electrónico: e_raices@hotmail.com
La revista política Línea publicó su primer número en junio de 1980 y
rápidamente se instaló como un medio categóricamente opositor a la dictadura militar
(1976-1983), al reivindicar su pertenencia al “campo nacional” y a la tradición política
peronista. Dentro de esta última, tendió a acompañar las definiciones del sector
“verticalista” del Partido Justicialista (PJ) −afín al liderazgo de la expresidenta María
Estela “Isabel” Martínez de Perón, derrocada el 24 de marzo de 1976 por las Fuerzas
Armadas argentinas− aunque desde un rol autónomo y sin adscribir orgánicamente a
los dictados partidarios.
Su aparición se enmarcó dentro del progresivo desgaste político que venía
sufriendo la dictadura, que entre 1979 y 1980 permitió la reemergencia de voces
disidentes hasta entonces marginadas de la expresión pública, como fueron el
movimiento de los derechos humanos, el sindicalismo más combativo o los sectores
partidarios de sesgo opositor. Frente a su deterioro, la dictadura aceleró sus iniciativas
de búsqueda de consenso dentro del sistema partidario tradicional, al reimpulsar la
creación de un partido político de tinte oficialista con las fuerzas conservadoras y
paralelamente iniciar en marzo de 1980 una instancia formal de “diálogo político” con
dirigentes civiles y partidarios. Sin embargo, hacia mediados de 1981 los principales
partidos entendieron que el diálogo tenía un fin dilatorio que no devendría en una
mayor apertura política, por lo cual en julio de ese año se organizaron en torno a la
Multipartidaria, dispuesta a presionar a las autoridades militares para negociar una
salida hacia el régimen constitucional.
En este artículo se analiza la posición editorial de la revista Línea frente a la
conformación de la Multipartidaria, poniendo atención en cómo evaluó la actuación de
este nuevo espacio político frente a la dictadura hasta el conflicto por las Islas Malvinas
en abril de 1982.1 En particular, se estudiará cuáles fueron sus propuestas en torno a
qué actitud debía tomar la Multipartidaria ante el gobierno, qué posición adoptó frente
a las divisiones internas del espacio interpartidario y cómo debía manejarse el
peronismo que la integraba, tanto ante el gobierno militar como en relación a los otros
partidos que la conformaban.
La metodología de estudio apela a una perspectiva de análisis cualitativo de fuentes y apuntó a exponer y comprender críticamente la posición editorial de la revista. Se han empleado dos formas básicas de uso de los datos: el modo ilustrativo, que utiliza las citas como ejemplos de una descripción o conclusión del investigador; y el modo analítico, que se propone analizar las construcciones que los sujetos o actores realizan a partir de la identificación de las categorías que organizan su relato (Kornblit, 2004, p. 11).
El trabajo se inscribe dentro del campo de estudios sobre las líneas editoriales de la prensa argentina durante la dictadura2 y entiende al editorial como el espacio institucional en el que se resume el posicionamiento del medio y se sistematiza su orientación política e ideológica (Borrat, 1989; Sidicaro, 1993). En Línea
Línea lanzó su primer número en junio de 1980 y se publicó hasta principios de la década siguiente.3 Hasta mediados de los años ochenta fue dirigida por el historiador revisionista José María “Pepe” Rosa. Se trataba de una publicación de actualidad política con periodicidad mensual para la etapa bajo estudio, comercial o “de quiosco” y de distribución nacional. Estaba destinada a un público amplio pero politizado, y seguía el patrón de las publicaciones surgidas en la década del sesenta, que enfatizaban el tratamiento de la actualidad política, aunque en su caso se distinguía por un mensaje de tipo militante ligado al peronismo.
Si bien interpelaba al público lector desde su identificación peronista, se asumía como un órgano que trascendía esa filiación al proponerse como representante del “pensamiento nacional” y de los postulados revisionistas.4 La influencia de esta corriente historiográfica estaba encarnada en su director y materializada en la presencia de notas alusivas con intención de enlazar de modo crítico el pasado con la situación contemporánea. Asimismo, cada número incluía información y pequeños avisos sobre actividades, conferencias y otras acciones de difusión vinculadas al revisionismo.
La orientación peronista de Línea se verificó en su permanente interrogación sobre la identidad del peronismo, en una coyuntura en la cual su expresión partidaria, el PJ, se encontraba en un estado de recomposición conflictiva entre quienes buscaban un acercamiento a las autoridades militares y quienes comenzaban a oponerse radicalmente a la dictadura. En esta disyuntiva, Línea se identificó con el sector “verticalista”5 del justicialismo y expresó su rechazo tajante hacia los dirigentes partidarios dispuestos a entablar negociaciones con el gobierno militar.
A tono con ese posicionamiento, desde su número inicial se caracterizó por expresarse en términos particularmente duros contra la dictadura, sus jefes militares y la conducción económica liderada por Martínez de Hoz −términos incluso inusuales para la época, aun en un momento de mayor flexibilización política−.6 La apelación a la ironía fue una característica destacable en su posicionamiento opositor.
Su discurso de confrontación no pasó desapercibido para el poder militar, y la revista sufrió entonces diversos actos de censura y persecución: su distribución fue prohibida u obstaculizada en varias provincias; la edición de mayo de 1981 fue secuestrada temporalmente; sufrió la clausura temporal en julio de 1981; Rosa fue procesado en septiembre de 1981 por la Justicia Federal por una denuncia de la Corte Suprema de la Nación; y el 4 de noviembre de 1982 fue prohibida y clausurada transitoriamente por un decreto del Poder Ejecutivo –en ese lapso, fue sustituida por la efímera revista Compañero–.
En la etapa que abarca este trabajo su extensión fue de 50 páginas, su tapa y contratapa eran a color y sus páginas interiores se publicaban en blanco y negro. Se organizaba en distintas secciones, entre las más relevantes se contaban “Editorial” o “Del Director”, que abría cada edición y estaba firmada por Rosa; “Argentina”, de análisis coyuntural local; “Mundo”, que se abocaba al plano político internacional; y los apartados permanentes “Economía”, “Cultura” y “Medios”.
Algunas de las firmas de colaboradores que aparecen en su superficie redaccional son: César Seoane Cabral, Héctor Sena, Rodolfo Audi, Oscar Cardoso, Roberto González, Carlos Campolongo, Osvaldo Granados, Claudio Bazán, Luis Alberto Murray, Diana Ferraro, Pascual Albanese, Osvaldo Pepe, Salvador Ferla, Mario Wainfeld y Osvaldo Guglielmino, entre otros (Rubén Contesti también escribía, pero sin firma). Varios de los colaboradores eran militantes justicialistas y habían integrado organismos gubernamentales con anterioridad a 1976.
Su estructura financiera se basó en la venta de ejemplares, incluso mediante suscripciones anuales anticipadas (Manson, 2008, p. 338). El aporte publicitario fue sumamente escaso y se limitó a anuncios de profesionales y de editoriales con un fondo temático e ideológico afín (como Arturo Peña Lillo editor o El Cid editor). Sin embargo, hacia fines de 1981, la repercusión que tenían las posiciones de la revista atrajo algunos avisadores comerciales, como agencias de turismo e inmobiliarias.
Al despuntar el año 1980, la dictadura había conseguido algunos de los principales objetivos de la intervención militar de 1976. Las organizaciones político-armadas habían sido anuladas en su operatividad mediante la represión clandestina; el movimiento sindical había mermado en su capacidad de presión; se habían doblegado la mayor parte de las expresiones político-sociales de la oposición y se estaba implementando la política de liberalización económica. Sin embargo, no existía un proyecto político claro que definiera aspectos clave como el futuro institucional del país, el rol de las Fuerzas Armadas, los partidos políticos y las asociaciones profesionales o la participación de los dirigentes civiles. La falta de cohesión castrense al respecto dilataba las definiciones y hacía crecer la incertidumbre en la ciudadanía sobre la prometida “democracia madura” que prometía legar el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Paralelamente, la economía acarreaba gravosas contradicciones que eclosionarían con todo su vigor hacia marzo de 1980, con la quiebra de varias entidades financieras.
Ante ese panorama, desde mediados de 1978, la dictadura estaba encarando la difícil tarea de recrear las bases de legitimación que habían dado sustento al golpe militar, tratando de evitar la situación de “inmovilismo” en que estaba ingresando para muchos analistas y dirigentes. Por su parte, los partidos políticos −cuya actividad había sido “suspendida” oficialmente desde 1976− pujaban por algún tipo de convergencia con los militares o una definición sobre la salida institucional (Yannuzzi, 1996; Quiroga, 2004). La finalización de la etapa de represión más dura y el intento dictatorial de construir un consenso civil tutelado hacían pensar a los dirigentes de los partidos mayoritarios en el comienzo de un período con mayor participación civil en el gobierno o algún proceso gradual de traspaso de poder.
Con el objetivo de ofrecer señales de mayor dinamismo, a fines de 1979 la Junta Militar7 había presentado el documento denominado “Documentos básicos y bases Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”, en el que se indicaban las líneas doctrinarias del esquema de poder militar y las características del modelo de país al que aspiraba el gobierno (González Bombal, 1991, p. 25). Allí se preveía la “normalización-político institucional de la Nación” (Junta Militar, 1980, p. 56), la sanción de un Estatuto que regularía las actividades de los partidos políticos y se establecía por primera vez la convocatoria a un “diálogo” a otros actores sociales.
A instancias de ese documento, el 26 de marzo de 1980 se inició el llamado “diálogo político”, por el cual durante ese año el gobierno mantuvo una serie de reuniones con dirigentes políticos y ciudadanos considerados “representativos”. Para los partidos mayoritarios, la nueva convocatoria pronto se mostraría estéril, al advertir que se trataba de una estrategia dilatoria del gobierno para disminuir la presión política que comenzaba a asediarlo y ganar tiempo para cumplir con los plazos de su política económica (González Bombal, 1991, p. 31). Además, el diálogo se concretó en un momento de pérdida de capital político del régimen militar, dentro de lo que Hugo Quiroga (2004, p. 55) ha denominado como el “agotamiento” del “Proceso”, tanto por su incapacidad de ofrecer respuestas políticas sustentables, como por la eclosión de la crisis financiera que, como se indicó, se había iniciado en marzo de ese año.
A fines de marzo de 1981, el nuevo presidente militar −el general Roberto Viola, que suplantó al general Jorge Videla (quien ejercía la presidencia desde 1976)− abrió un efímero horizonte de expectativa en los partidos por su voluntad aparente de modificar el rumbo económico y de expandir los marcos de actuación de los partidos. Se incluyeron dirigentes partidarios afines en el gabinete y en algunas gobernaciones provinciales; se ampliaron los contactos con radicales y peronistas −el PJ fue reconocido como “interlocutor válido” por primera vez desde 1976−; se anunció una nueva ronda de diálogo político y la elaboración del Estatuto de los Partidos Políticos (Novaro y Palermo, 2003, p. 359). No obstante, tanto los efectos de la indetenible crisis económica, la oposición de los sectores más intransigentes de las Fuerzas Armadas a darle mayor espacio a los partidos y a los sindicatos, como la ambición política del jefe del Ejército Leopoldo Galtieri por llegar a la presidencia de la Nación, frustraron el intento de convergencia con los civiles.
Por último, el año 1981 marcó la reactivación definitiva de la vida cultural y asociativa, las actitudes desafiantes hacia el poder y las movilizaciones de diversos sectores frente a un régimen ya definitivamente percibido como autoritario, asfixiante e ineficiente.
El paso inicial de la convocatoria −que fue denominada “multisectorial” por su llamado a distintos actores sociales (no solo partidarios)− correspondió a la Unión Cívica Radical (UCR); paradójicamente, el partido que desde marzo de 1976 había sido refractario a un acuerdo entre partidos (Quiroga, 2004, p. 240). A principios de 1981 un conjunto de dirigentes le reclamó a su conducción, encabezada por Ricardo Balbín, que promoviera la búsqueda de coincidencias con “todas las fuerzas políticas democráticas y demás sectores de nuestra sociedad para unificar el reclamo del regreso al estado de derecho, la vigencia de la soberanía popular y la convocatoria inmediata a elecciones” (Acuña, 1984, pp. 212-213; Yannuzzi, 1996, p. 433; Canelo, 2008, p. 171). En consecuencia, la UCR realizó una convocatoria el 17 de junio de 1981 y obtuvo la adhesión del PJ, de los desarrollistas del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), del Partido Intransigente (PI) y del Partido Demócrata Cristiano (PDC). El 14 de julio se presentó en sociedad la denominada Multipartidaria, a través de un comunicado de prensa con firma conjunta.8 Allí, luego de diagnosticar que se vivía “la crisis económico-social más profunda en la historia del país”, se daba por “iniciada la etapa de transición hacia la democracia” como objetivo “intransferible e irrevocable” bajo el lema de la “reconciliación nacional” auspiciado por la Iglesia Católica argentina (Multipartidaria Nacional, 1982, pp. 10-11).9 Un objetivo por demás dificultoso en un momento en que el régimen, pese a su desgaste, no se hallaba en retirada ni se sentía agotado (Quiroga, 2004, pp. 240-241, 264).
La iniciativa no tenía el propósito de convertirse en un polo cívico de oposición antiautoritaria a la dictadura, sino de estructurar una recomposición política de la dirigencia partidaria que funcionara como herramienta de negociación frente a la apertura iniciada por Viola y que sentara las bases de la transición democrática. De hecho, la mayoría de los dirigentes que la integraron tenían una posición moderada y eran partidarios de una transición pactada con los militares. En su interior podía distinguirse a esta mayoría “pactista”, proclive a un “modelo de transición democrática acordada”, de otra “antipactista” y más minoritaria, que pujaba por un “modelo de transición democrática sin negociación” (Quiroga, 2004, pp. 240-241, 264-265). Dentro del primer sector se ubicaban los radicales, la mayor parte del peronismo, los cristianos moderados −partidos que ponían el acento de sus demandas en la política y la cuestión democrática− y los desarrollistas, que privilegiaban la solución económica a cualquier salida política. Por su parte, los sectores antiacuerdistas no aspiraban a la derrota total de las Fuerzas Armadas y a una confrontación entre civiles y militares −por ejemplo, distinguían el accionar de los jefes militares de la dictadura del de las Fuerzas Armadas como institución−, pero sí a un retiro incondicional de los militares y a un traspaso de poder sin restricciones.
Si hay algo que, visto de modo retrospectivo, caracterizó a Línea desde su primer número, fue su explícita vocación opositora, junto con un llamado a la confluencia partidaria y sectorial para afianzar ese poder contestatario frente al gobierno militar. Bajo esa impronta dio lugar en sus páginas a la opinión de dirigentes políticos de varios partidos,10 sindicalistas y referentes eclesiásticos. Incluso, en el mes anterior al lanzamiento multipartidario, su director declaró que a partir de julio de 1981 las páginas de Línea estarían a “disposición de todos los partidos políticos argentinos….que… busquen una solución patriótica a la actual encrucijada argentina”. En ese contexto el diagnóstico de la revista era contundente en torno al fracaso del “Proceso”, razón por la cual consideraba que las Fuerzas Armadas debían dejar el poder como “condición imprescindible para salvar la República”. Había llegado “la hora de los civiles”, y se debían dejar de lado las “cosas pequeñas”, no discutir sobre el pasado y mirar el futuro: por encima de los partidos estaba el “Movimiento Nacional” que englobaba a todos.11
Con ese espíritu, conocida la convocatoria radical multisectorial de junio de 1981, Línea tomaría un rol protagónico para propiciar una respuesta positiva del peronismo. Consciente de su rol de articuladora, la revista organizó en su propia redacción una “Mesa Redonda” con los principales dirigentes justicialistas para que opinaran sobre el perfil del peronismo en la coyuntura y ofrecieran una respuesta al convite radical –tema que fue la tapa de su edición de julio de 1981– (imagen 1).12 Al comentar los motivos del llamado, la revista afirmaba con contundencia que los dirigentes radicales eran conscientes de que el repudio hacia la dictadura era “total y absoluto” y que, por lo tanto, “ningún dirigente político haría ‘negocio’ pactando con el gobierno”. Y adicionaba: “a esto son muy sensibles los radicales”. Como el radicalismo había rechazado en los años previos participar de una multisectorial, su cambio de postura ponía de relieve que no quería quedar “aislado” en el nuevo contexto de crisis terminal del “Proceso”. Por eso preveía que podía ser el comienzo de la constitución “de un frente opositor y el aislamiento final de la dictadura”. ¿Qué debía hacer el peronismo? Para Línea, la alternativa era “de hierro” si se quería ser el “centro de la unión nacional”:
se dialoga (para pactar) con la dictadura o se convoca junto al radicalismo, al movimiento obrero, y demás sectores integrantes de la comunidad nacional a la constitución de una
‘alternativa nacional’ que acelere la caída de la dictadura y el regreso del pueblo al poder.13
Por lo tanto, desde su momento germinal, Línea buscó forjar una orientación antiacuerdista del nucleamiento interpartidario, exigiéndole objetivos que, en un inicio, no representarían a su ala mayoritaria, más afín, como vimos, a la negociación y la moderación. Esta posición tenía para la revista dos efectos positivos: que el peronismo retomara la iniciativa política al gravitar fuertemente en la eventual articulación opositora y que se consolidara hacia dentro del partido una oposición intransigente que sepultara definitivamente las aspiraciones de los sectores “dialoguistas” –que Línea ya se había encargado de cuestionar y satirizar durante el “diálogo político” de 1980– (Raíces y Borrelli, 2016).
Pero la dificultad de esta tesitura para los sectores más intransigentes de la oposición fue bien resumida por Quiroga (2004, p. 266): “¿Cómo hacer retroceder a los militares cuando las relaciones de fuerza son desiguales o cuando el poder entre los actores es asimétrico?”. Si entendemos que aún a mediados de 1981 las Fuerzas Armadas mostraban capacidad para manejar −o al menos, obstaculizar en su beneficio− el proceso político, puede interpretarse que el posicionamiento de Línea no buscaba una caída inmediata de la dictadura, sino en todo caso un desgaste que fuera preparando el terreno para una futura sucesión civil. A ello colaboraba también que los partidos no tenían, de ninguna manera, resueltas sus disputas internas, lo cual mostraba el límite de las posiciones intransigentes. De todas formas, este elemento pragmático no le restaba legitimidad a la posición de Línea, más aún cuando apelaba a cierto purismo irreductible que se diferenciaba hasta éticamente de los “pactistas”.
Imagen 1: Tapa alusiva de la “respuesta peronista” ante la convocatoria radical a la Multipartidaria
Fuente: Línea, julio de 1981, (12), tapa.
El siguiente número de agosto permite observar que Línea, si bien aprobaba la convergencia entre partidos, entendía que el peronismo debía liderar la nueva etapa política. La gramática visual de la portada era altamente simbólica en este sentido (imagen 2). En primera instancia, las figuras en pequeños recuadros de los dirigentes multipartidarios seguían un orden de jerarquía de arriba hacia bajo, siendo Bittel por el PJ quien inicia la secuencia (le siguen Balbín por la UCR, Rogelio Frigerio por el MID, Alende por el PI y De Vedia por el PDC). Y en el centro se observa la figura de la expresidenta Isabel Perón, que domina la portada y ubica a los dirigentes en relación subordinada (aunque su aparición no está relacionada directamente con la noticia de la Multipartidaria, la gramática visual permite implícitamente poner en relación ambas noticias). El uso del color para la imagen de la expresidenta −en contraste con el blanco y negro de los dirigentes− refuerza la asimetría.
Imagen 2: El peronismo como primus inter pares dentro de la Multipartidaria
Fuente: Línea, agosto de 1981, (13), tapa.
El interrogante que Línea les hizo llegar a los cinco partidos políticos de la Multipartidaria muestra que, desde su óptica, no había lugar para matices: “¿La convocatoria multipartidaria, tiene por objeto establecer un plan de auxilio al actual gobierno, o acelerar la salida institucional que lleve al pueblo al poder?”.14 Desde ya, el significado negativo de la primera opción se desprendía al contrastarlo con el contenido positivo de la segunda (¿qué partido democrático podría aludir no querer llevar al pueblo al poder?). En todo caso, mostraba la presión de Línea por forjar posiciones irreductibles y parecía autoarrogarse un rol de contralor sobre los multipartidarios.
De la compulsa de Línea a las altas autoridades partidarias se desprendía un diagnóstico compartido sobre los efectos negativos de cinco años de administración militar, pero también que la coyuntura todavía imponía un andar cauteloso a la Multipartidaria. Así, a las críticas se sumaba una actitud expectante respecto de un paulatino restablecimiento de las instituciones del estado de derecho que permitieran reemprender la actividad política partidaria −con cuestiones como la sanción del Estatuto−, e incluso sobre una posible convocatoria del gobierno como respuesta a la emergencia de la Multipartidaria. En suma, los principales dirigentes multipartidarios demandaban cierta “normalización” utilizando un tono no confrontativo. Este sentido fue el que caracterizó al documento multipartidario lanzado el 28 de agosto, titulado “Convocatoria al país”, que, bajo el amparo de la “reconciliación”,15 demandaba el retorno al estado de derecho, la “normalización” de la actividad política y un plan político con cronogramas de plazos “inmediatos y precisos” que incluyera al sufragio, entre otros puntos (Multipartidaria Nacional, 1982, pp. 15-18).
Las tapas de septiembre y octubre de 1981 recordaban la oposición de Línea a cualquier moderación. En el primer caso, su principal titular sentenciaba contundente “Que se vayan”, en medio de dos fotografías de los principales jerarcas de la dictadura (imagen 3). La nota interior explicitaba en su copete que solo una cúpula militar “aislada e incomunicada de la comunidad” podía ignorar cuál era el deseo de los más heterogéneos sectores políticos y sociales: “Que termine ya mismo esta pesadilla llamada Proceso de Reorganización Nacional”.16
Imagen 3: Línea contra la dictadura
Fuente: Línea, septiembre de 1981 (14), tapa.
En octubre, la imagen de fondo era la del presidente Viola −centrada en su torso con la banda presidencial y el uniforme militar−, acompañada del titular “No hay mal que dure 100 años. Ni pueblo que lo resista” (imagen 4).17
Imagen 4: Línea contra la dictadura
Fuente: Línea, octubre de 1981 (15), tapa.
Línea elevaba el tono a sabiendas de que el gobierno se encontraba cada vez más aislado. Durante septiembre había quedado en evidencia el fracaso del segundo “diálogo” convocado por el gobierno de Viola.18 A la oposición de los sectores castrenses más “duros” que acorralaban el tenue aperturismo de Viola, se sumaron la aparición de la Multipartidaria −que le restó iniciativa política al gobierno− y el fallecimiento del líder radical Balbín (el 9 de septiembre). Este se había transformado en un “interlocutor válido” para el violismo gracias a su postura moderada, que contenía las tendencias más intransigentes del radicalismo y de la Multipartidaria, y su muerte fue un obstáculo para el acercamiento que intentaba el gobierno (González Bombal, 1991, pp. 95-102; Tcach, 1996; Yannuzzi, 1996, pp. 490-493; Canelo, 2008, pp. 175-176). A su vez, los cánticos antimilitaristas de los radicales reunidos en su velatorio hacían prever el giro de la dirigencia hacia una posición más confrontativa, a tono con un humor social orientado hacia posturas opositoras.
La legitimidad del planteo intransigente de Línea fue reforzada por lo que consideraba el afán militar por “perpetuarse en el poder”. Ello se puso de manifiesto para la revista en varios hechos simultáneos: las declaraciones de Albano Harguindeguy, exministro del Interior de Videla y asesor del gobierno de Viola, referida a que el próximo presidente en 1984 iba a ser elegido por la Junta Militar; los manejos −que daba por válidos− para que Videla volviera a la presidencia; o las palabras de Galtieri respecto de que los militares dejarían el gobierno cuando lo creyeran “conveniente”.19 A ello se sumó la afirmación de Viola, que descartaba una concertación entre partidos y Fuerzas Armadas para designar un presidente en 1984,20 y la de Liendo, quien sin tapujos afirmaba que la Junta decidiría hasta cuándo y cómo se quedarían los militares en el poder –agregó que esto podría ser en “1984, 1987 o 1990”– (Novaro y Palermo, 2003, p. 384). Estas declaraciones se daban de bruces con el objetivo aglutinador y no negociable de la Multipartidaria: el retorno al estado de derecho en 1984.
Las palabras de Harguindeguy causaron honda repercusión en los dirigentes políticos. En efecto, en una “Declaración” del 29 de septiembre, la Multipartidaria rechazó sus afirmaciones por “inoportunas y lamentables”; y consideró que tales expresiones “burlaban” la “voluntad popular” y que parecían dar cuenta que no existía la intención de “orientar” el rumbo de la nación hacia la democracia y el estado de derecho. La cerrazón gubernamental endureció, al menos discursivamente, a los multipartidarios: según reconocían en el documento, los permanentes “actos de comprensión” de todos los sectores nacionales no habían tenido igual respuesta desde el poder que, en cambio, había “agudizado su aislamiento y la persistencia en los errores”. Asimismo, denunciaba la continuidad de graves problemas en los campos económico, social y de manipulación de la opinión pública, y anunciaba que organizaría “grupos de trabajo” para realizar una “Propuesta a la Nación” (Multipartidaria Nacional, 1982, pp. 21-24).
La declaración no fue comentada por Línea, que, por el contrario, en su edición de noviembre cuestionó por primera vez a la Multipartidaria al exigirle un mayor tono opositor y al advertirle sobre su eventual fracaso. En una nota de actualidad política, bajo la volanta “Políticos sin política” y el subtítulo “Multipartidaria: entre la esperanza y la desilusión”, aseguraba:
La expectativa que meses atrás despertó la Convocatoria Multipartidaria, pasó hoy por su prueba de fuego. La cuota de confianza que amplios sectores le otorgaran, amenaza con agotarse, sin que se hayan producido hechos de entidad suficientes como para recrear y aumentar el expectante apoyo inicial.
Los coqueteos con la dictadura no se condicen con lo que el pueblo espera del encuentro multisectorial….
Cualquier indecisión o posición política no expresada con total claridad, podrá convertir la actual desconfianza popular, en generalizado repudio, por creérsela cómplice del continuismo oligárquico.
Quizá no sea mucho el tiempo que le reste a la Multipartidaria para decidir si será herramienta del pueblo o instrumento del gobierno.21
Si bien los términos de la revista eran excluyentes, esta aún parecía abrigar cierta expectativa por ese espacio por el cual había predicado. Rosa recuperaba esa postura desde su editorial de diciembre de 1981, que ocupaba toda la página con un título destacado: “¿Qué esperamos de la Multipartidaria?”. Para el director, consciente que el gobierno se iría, había que preguntarse sobre “qué vendrá después”: “por arriba de divisas partidarias…nos unen principios esenciales que guiarán a los gobiernos futuros:
Entre noviembre y diciembre de 1981, la situación de Viola se erosionaría, y este sería expulsado del poder. El 9 de noviembre se hizo público que sufría un agravado cuadro de hipertensión, por el cual el 20 de ese mes delegó provisoriamente la presidencia en Liendo (quien la ejerció hasta el 11 de diciembre, cuando fue reemplazado por el vicealmirante Carlos Lacoste como ministro del Interior a cargo del Ejecutivo hasta el 22 de diciembre). La Junta Militar −integrada en ese momento por Galtieri, el almirante Jorge Anaya y el brigadier Omar Graffigna− aprovechó el percance para removerlo y designar en su lugar al propio Galtieri a partir del 22 de diciembre (Babini, 1991).
En medio de estas disputas palaciegas, el 16 de diciembre la Multipartidaria dio a conocer su documento titulado “Antes que sea tarde. Llamamiento y propuesta a la nación” (Multipartidaria Nacional, 1982, pp. 161-184), en un acto en la sede del Comité nacional del radicalismo en Capital Federal. Según las crónicas de la época, asistieron 3.000 personas, muchos de ellos jóvenes, allí se pronunciaron discursos encendidos y se corearon consignas contra el gobierno militar.23 El documento de 17 páginas −donde se presentaban las conclusiones de los “grupos de trabajos” organizados desde octubre− tenía un fuerte tono de denuncia sobre la situación del país, aunque no recaía en un discurso antimilitarista. Se reclamaba el inicio urgente del proceso de normalización institucional −con el levantamiento de las restricciones sobre partidos y gremios− y que concluyera “lo antes posible” con la convocatoria a elecciones generales, “sin proscripciones, gradualismo ni condicionamiento de ninguna especie”. Aunque el documento contenía juicios negativos hacia la dictadura,24 recordaba que sus expresiones seguían siendo bajo el lema de la “reconciliación nacional” de la Iglesia y que las Fuerzas Armadas debían asumir una función relevante para preservar el poder nacional de decisión. Marcos Novaro y Vicente Palermo (2003, p. 404) destacan con perspicacia las señales ambiguas que se desprendían del documento: “los partidos habían reiterado que no pretendían convertirse en un polo cívico antidictatorial, con la evidente intención de que los militares entendieran de una vez que los estaban obligando a hacerlo”.
La llegada a la presidencia de un “duro” como Galtieri y la designación por parte de este del liberal Roberto Alemann como ministro de Economía −en una clara señal de retorno a la tónica impuesta por Martínez de Hoz−, confirmaron esta situación y la Multipartidaria viraría entonces hacia posiciones más confrontativas. 25 Lo cual, como veremos, sería celebrado por Línea, que desde un inicio había recibido al nuevo presidente con un juego de palabras lacónico: “Galtieri presidente y el pueblo que reviente” (imagen 5).
Imagen 5: Línea recibe a Galtieri
Fuente: Línea, enero de 1982, (18), tapa.
Galtieri, a la par que proponía un “regreso a las fuentes” del “Proceso” (Quiroga, 2004, p. 274) y una recomposición de la autoridad presidencial, se propuso ampliar su base civil para arrebatarle la iniciativa a la Multipartidaria. La mayoría de sus ministros eran civiles de extracción conservadora, y designó destacados dirigentes de estas fuerzas en varias provincias. Paralelamente, anunció que a partir de julio de 1982 entraría en vigencia el Estatuto de los Partidos que daría inicio a la etapa de reorganización partidaria, que tendría que concluir a fines de 1983 con la normalización institucional y un cronograma con elecciones locales y de legisladores para 1984. Y dio los primeros pasos con la intención de formar una fuerza política afín −junto con los conservadores de la Fuerza Federalista Popular (FUFEPO)26 y un sector disidente del desarrollismo nucleado en el Movimiento Línea Popular (MOLIPO)−,27 de manera de contrastar el peso de la Multipartidaria, con la que se mostró confrontativo.
En este contexto, la Multipartidaria tomó una posición de mayor antagonismo, que se vio reflejada en el tono de su documento “La paz tiene precio: es la Constitución Nacional”, del 20 de enero de 1982. Allí sostenía que el cambio de gobierno se había realizado ante la “total indiferencia del pueblo”, lo que ratificaba el “desprecio por la voluntad popular” del “proceso”. Y por primera vez apelaba a la palabra “dictadura” para definir al gobierno, al afirmar que la ratificación del “modelo económico-social” solo era viable mediante ese régimen. La reorientación económica liberal era particularmente vilipendiada, en tanto respondía “a una pequeña minoría tradicionalmente opuesta a los intereses del pueblo”. Con especial énfasis rechazaba un proyecto de legislación minera que le sacaba al Estado la propiedad del subsuelo, que era transferida a los particulares propietarios de la superficie.28 Ante el diagnóstico gravoso, dejaba insinuada la posibilidad de iniciar una estrategia de movilización al indicar que la Multipartidaria reiteraba su “voluntad indeclinable de movilizar las energías del pueblo argentino”. En forma de emplazamiento, finalizaba: “Tenemos derecho a resistir. Nos ponemos en marcha en defensa de nuestro patrimonio histórico. El Gobierno debe rectificarse o la República acentuará su decadencia” (Multipartidaria Nacional, 1982, pp. 187-190).
El documento fue celebrado por Línea como “muy justo, muy exacto y sobre todo muy inteligente”. En particular, la referencia a la cuestión minera era la constatación de que la Multipartidaria estaba adoptando finalmente la intransigencia buscada:
La decisión de la Multipartidaria de adelantar su desconocimiento a la entrega, de especificar el enjuiciamiento futuro de quiénes [sic] las refrenden y la información a los interesados sobre tal decisión, conformó un conjunto de acierto que aplaudimos. Y seguiremos aplaudiendo siempre que ésta [sic] resolución de la Multipartidaria sea mantenida, sostenida y apuntalada. Estaremos con ella en tanto y en cuanto…se jueguen de frente mar [sic] en defensa de nuestro patrimonio y nuestra soberanía nacionales.29
Entre febrero y marzo, el rápido desgaste de la administración Galtieri fue elocuente. Tres factores presionaban en ese sentido: el endurecimiento de la oposición y las movilizaciones políticas, las protestas obreras −en febrero, el sindicalismo anunció el plan de movilización que desembocó en una gran marcha el 30 de marzo− y la gravosa situación económica (Quiroga, 2004, p. 289).
Sobre el primer punto, la Multipartidaria impulsó a inicios de febrero un plan de movilización política como respuesta al descontento popular, aunque sin romper con las Fuerzas Armadas y presionando aún para buscar un acuerdo (Quiroga, 2004, p. 289). Suponía la realización de actos públicos en el interior del país y una ronda de consultas a diversos sectores sociales. El 19 de marzo de 1982 realizó su primer acto público en la ciudad de Paraná30 –capital de la provincia de Entre Ríos– y el 28 de marzo haría lo propio en Resistencia –capital de la provincia de Chaco–. Se trató de la primera actividad partidaria de carácter multitudinario desde el inicio de la dictadura (acudieron 5.000 personas),31 con un público que coreaba por la pronta salida de los militares, pero también con consignas que rivalizaban entre los distintos grupos políticos. La respuesta del gobierno no se hizo esperar, y el mismo 19, el ministro del Interior Alfredo Saint Jean declaró que los partidos podían ser intervenidos y declarados en “estado de asamblea”, como una supuesta “garantía” para la realización de elecciones internas cuando el Estatuto de los Partidos Políticos estuviera en vigencia (Velázquez Ramírez, 2016, p. 12).
El plan de movilización revitalizó la lucha interna en la Multipartidaria entre “moderados” y “duros”. El ala “moderada” entendía que debía llevarse un plan de movilización “responsable” con un sentido de “esclarecimiento” de los objetivos multipartidarios, que incluía a las propias Fuerzas Armadas. Desde su concepción, no podía haber salida democrática estable con la marginación o la derrota de la institución militar. Para el ala “dura”, la movilización debía consolidar el perfil antiautoritario para forzar al régimen a definir una salida electoral (Quiroga, 2004, p. 289). Finalmente, los moderados harían pesar su mayoría y la interpartidaria tomaría su propuesta de acción.
Esta disputa interna se vio reflejada en Línea, que le dedicaba un párrafo crítico a la tesitura moderada en la edición de marzo:32
la Multipartidaria sigue destilando su movilización por el alambique del acuerdo −tácito o explícito no interesa−, que la lleva a adecuarse al esquema oficial del gradualismo de la dictadura, que juega con la prudencia de los políticos, alternando la amenaza de la intervención o no según la buena letra que hagan.33
La orientación antiacuerdista de la revista quedó refrendada en su portada de abril de 1982, dedicada a la Multipartidaria a través de una interpelación que exigía no ceder a la moderación.34 Con el fondo de una imagen que aludía a la represión del gobierno a la movilización sindical del 30 de marzo,35 se preguntaba: “¿Qué negocia la Multipartidaria?” (imagen 6).
Imagen 6: Línea contra la negociación partidaria con la dictadura
Fuente: Línea, abril de 1982, (21), tapa.
El anclaje (Barthes, 2009, p. 37) del sentido era directo: con una dictadura represiva no había nada que negociar, sino solo combatirla. Para Línea, ante la novedad de la movilización popular, la Multipartidaria enfrentaba dos caminos, que implicaban “dos tendencias” en su interior (y en los partidos que la integraban). Por una parte, la de “negociar con la dictadura una salida democrática condicionada, a dos años, sin posibilidad de revisión sobre los grandes temas-catástrofes”36 o la de adoptar el camino “minoritario en la Multipartidaria pero mayoritario en el pueblo”, que consistía en hacer lo que “el pueblo quiere” y que se resumía en los cánticos coreados en los actos políticos: “’Que se vayan’”, “se va acabar,…la dictadura militar”. La disyuntiva no dejaba lugar para ambigüedades:
Es de esperar que al compás del desastre de la dictadura y de las crecientes movilizaciones populares, se vayan convenciendo los más proclives a la negociación y la dirigencia asuma ser representante del pueblo y no intermediaria mezquina de la oligarquía y los intereses colonialistas.37
El conflicto con Gran Bretaña por las Islas Malvinas, iniciado el 2 de abril, relegó estas discusiones a un segundo plano, al menos hasta la derrota argentina, a mediados de junio de 1982. La posterior descomposición del gobierno militar y el inicio del proceso de transición a la democracia llevarán el centro de discusión hacia dentro de cada partido, lo que abrió una nueva etapa, que finalizaría con el triunfo del radical Ricardo Alfonsín en las elecciones de octubre de 1983.
Línea se planteó desde su primer número como una revista de fuerte impronta opositora a la dictadura, a la que había que erosionar para lograr su declive definitivo. Con ese fin, abogó por una concertación entre los diversos partidos y los sectores sociales críticos hacia el régimen militar y condenó a los representantes partidarios, particularmente a los del peronismo, que buscaban algún tipo de acuerdo con las Fuerzas Armadas para convenir la institucionalización del país. Que su aparición y persistencia como proyecto editorial fuera posible, pone de relieve ante todo el contexto sociopolítico de erosión de la legitimidad dictatorial, en el que las “aperturas” que liberalizaron el sistema político partidario permitieron el afloramiento de discursos de oposición, que tuvieron a Línea como uno de sus más notorios exponentes.
La inauguración de la Multipartidaria fue celebrada por la revista, ya que en parte materializaba su prédica de concertación entre las fuerzas del “campo nacional”. En ese marco, aprobó activamente que el justicialismo formara parte de ella. Pero su apoyo amplio a la novedad que significó la Multipartidaria devino rápidamente en una exigencia para que ese espacio se volcara hacia posiciones antiacuerdistas y de oposición frontal a la dictadura. Desde sus portadas, editoriales y notas interpeló constantemente las acciones multipartidarias, al criticar las posturas moderadas y ubicarse como una suerte de censor ético-moral mediante el descrédito de toda negociación con un gobierno considerado autoritario y antipopular. Esa exigencia antiacuerdista también buscaba un efecto “hacia dentro” del colectivo peronista en el que se incluía, justamente para fortalecer a los dirigentes más combativos y relegar definitivamente a los que aún aspiraban a algún tipo de diálogo con el gobierno.
La crisis del régimen que llevó a la caída de Viola y la asunción de Galtieri pareció confirmar la demanda de intransigencia de Línea. La reedición de una política económica liberal y el intento de Galtieri de granjearse apoyos civiles en las fuerzas conservadoras, mostraban el afán militar por perpetuarse en el poder. Esto llevó a una mayor dureza en la Multipartidaria, reflejada en la declaración de enero de 1982, que tensionó aún más la disputa entre su sector “moderado” y “duro”. Línea acompañó el viraje discursivo al apoyar el tono de denuncia, a la vez que alertó sobre el error de los dirigentes partidarios que creían que aún podrían sacar algún provecho del “gradualismo” gubernamental. Y les demandó que se pusieran a tono con la creciente movilización popular antigubernamental, que tuvo su punto álgido en la convocatoria sindical del 30 de marzo; y en la represión oficial, la prueba contundente para que la Multipartidaria comprendiera que no había nada que negociar.
Por último, la insistente demanda antiacuerdista de Línea permite observar hasta qué punto antes del conflicto por Malvinas existía en la dirigencia partidaria una firme tendencia a negociar con las Fuerzas Armadas la institucionalización del país. Y la decisión del gobierno militar de invadir las islas −interpretada por muchos como una “fuga hacia delante” del régimen frente a su crisis− en cierta manera legitimó la posición antiacuerdista, en tanto puso en evidencia el afán de las Fuerzas Armadas Argentinas de permanencia en el poder.
1 Si bien luego de la guerra por Malvinas la Multipartidaria extendió su vida por unos meses, el inicio de la transición hacia la democracia llevó el centro de atención a la vida interna de cada partido político, concentrados como estaban en la contienda electoral que tendría lugar en octubre de 1983.
2 Algunos de los aportes destacables de este campo son: Sidicaro (1993); Díaz (2002); Saborido y Borrelli (2011); Schindel (2012); Vitale (2015); Borrelli (2016); Burkart (2017).
3 La tirada de su primer número fue de 10.000 ejemplares, y el segundo, de 12.000 (Manson, 2008, p. 339). No existen datos para períodos posteriores.
4 El revisionismo entendía que lo nacional-popular confrontaba con los intereses foráneos-coloniales que conspiraban contra el desarrollo del país. Sus tesis leían la historia argentina a través de ciertas antinomias: la dicotomía entre las masas y las minorías ilustradas, la de los beneficiados y los perjudicados por la dominación económica extranjera o la de una nación de las élites –artificial− frente a la del pueblo −real, pero negada y oculta− (Barbero y Devoto, 1983, p. 56; Neiburg, 1998, p. 101).
5 La división entre “verticalistas” y “antiverticalistas” se había producido a fines de 1975, entre los legisladores justicialistas que avalaron las medidas de ajuste económico del gobierno de Isabel Perón y aquellos que se distanciaron del Poder Ejecutivo en contra de estas medidas. Durante la dictadura, el “verticalismo” hizo públicas sus críticas al programa económico de corte liberal conducido por el ministro de Economía José Martínez de Hoz, a la proscripción de la actividad partidaria y a las violaciones a los derechos humanos. En cambio, los “antiverticalistas” se mostraron dispuestos a negociar con las autoridades militares (González Bombal, 1991, p. 53).
6 Para una discusión más amplia sobre los grados de oposición y consenso en la sociedad civil durante la dictadura, consúltese Lvovich (2009).
7 Órgano supremo de gobierno, integrado por el jefe del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea. El presidente militar sería quien ejecutase sus resoluciones, aunque existieron momentos de tensión entre la Junta y el presidente (durante algunos años, el presidente fue también parte de la Junta y en otros fue designado presidente un militar que no pertenecía a ese organismo).
8 Cinco partidos convocarán a todos los sectores (15 de julio de 1981). Clarín. p. 1. Hemeroteca del Congreso de la Nación Argentina, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
9 La referencia a la “reconciliación” era retomada del documento “Iglesia y Comunidad Nacional” de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica argentina −publicitado en mayo de 1981− y ponía de relieve la intención inicial de los multipartidarios de promover un espacio de oposición moderada dispuesto a negociar con las Fuerzas Armadas.
10 Por ejemplo, Enrique de Vedia, del PDC; el radical Luis León; el líder del PI Oscar Alende; Jorge Abelardo Ramos, del Frente de Izquierda Popular; el nacionalista Alberto Asseff; el socialista popular Simón Lázara; o Raúl Alfonsín, líder del ascendiente Movimiento de Renovación y Cambio dentro de la UCR.
11 Rosa, J. M. (junio de 1981). Todos unidos triunfaremos. Línea (11), p. 1. Rosa, J. M. (julio de 1981). El gato y el cascabel. Línea (12), p. 1. Biblioteca personal de los autores, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
12 Los participantes sobre los que Línea transcribió sus posiciones fueron: el vicepresidente primero del PJ Deolindo Bittel, los exministros del gabinete de Isabel Martínez de Perón, Miguel Unamuno, Ángel Robledo –este último era además el abogado defensor de Isabel−, Ernesto Corvalán Nanclares y Ricardo Guardo; los exdiputados nacionales Carmelo Amerisse y el ya mencionado Rubén Contesti, colaborador de Línea; y los dirigentes gremiales José Rodríguez y Roberto García, pertenecientes a la “Comisión de los 25” –del ala conocida como “Brasil”– de la Confederación General del Trabajo (CGT), la principal central sindical argentina, quienes expresaban las posiciones más intransigentes dentro del sindicalismo peronista. El director de Línea auspició de anfitrión y moderador. De las opiniones de los participantes se destacaba la coincidencia en torno a la aceptación de la convocatoria del radicalismo y la necesidad de acelerar la presión para el retorno al orden constitucional. La respuesta peronista ante la emergencia nacional (julio de 1981). Línea (12), pp. 20-27.
13 La respuesta peronista ante la emergencia nacional (julio de 1981). Línea (12), p. 20 [destacado en el original].
14 Opiniones (agosto de 1981). Línea (13), p. 23.
15 Esta mención dejaba entender implícitamente que los dirigentes multipartidarios ofrecían como muestra de buena voluntad hacia el gobierno no hurgar en demasía en la responsabilidad militar sobre la represión clandestina.
16 La retirada militar (septiembre de 1981). Línea (14), p. 13.
17 En ambas tapas verificamos cómo con la utilización de las frases mencionadas se instrumenta la función de anclaje que Roland Barthes (2009, pp. 37-38) define para el mensaje lingüístico en su relación con la imagen. Según este autor, como toda imagen es polisémica y da lugar a una interrogación sobre su sentido, el mensaje lingüístico cumple una función de anclaje sobre el significado y la interpretación de la imagen, que en este caso se orienta hacia la descalificación del gobierno militar.
18 Desde mayo, el ministro del Interior, general Horacio Tomás Liendo, venía anunciando la nueva convocatoria, pero solo llegó a reunirse con los radicales el 25 de agosto, ya sin la presencia de Balbín, quien estaba gravemente enfermo. El peronismo decidió no concurrir pese a ser convocado, negativa por la cual abogó Línea (Raíces y Borrelli, 2016, pp. 475-476).
19 Veladas de terror (octubre de 1981). Línea (15), pp. 3-4.
20 Descartó Viola la posibilidad de elección concertada para 1984 (17 de septiembre de 1981). Clarín. pp. 2-.
21 País formal y Argentina real (noviembre de 1981). Línea (16), pp. 12-13.
22 Rosa, J. M. (diciembre de 1981). ¿Qué esperamos de la Multipartidaria? Línea (17), p. 1 [destacado en el original].
23 Reclama elecciones inmediatas y sin proscripciones la Multipartidaria (17 de diciembre de 1981). Clarín. pp. 2-3. Morales Solá, J. (20 de diciembre de 1981). Los datos de la nueva realidad. Clarín. pp. 16-17.
24 Mencionaba que era un “proceso agotado por sus propios errores” y que el gobierno se encontraba en “creciente descomposición”.
25 El plan de Alemann incluía: ajuste fiscal, aumento de tarifas e impuestos, congelamiento salarial, liberalización y unificación del mercado de cambios y la promesa de privatización masiva de las empresas públicas (Novaro y Palermo, 2003, p. 402). Línea apelaba a su ironía para comentar el rol del flamante ministro en el gobierno: “Tenemos un nuevo presidente, Roberto Teodoro Alemann, perdón queríamos decir Leopoldo Fortunato Galtieri”. Nos quitaran el mendrugo (enero de 1982). Línea (18), p. 3.
26 La FUFEPO se había creado en 1974 y reunía a partidos provinciales conservadores.
27 Paralelamente, Galtieri mantuvo contactos con algunos referentes vinculados al peronismo (Quiroga, 2004, p. 283) para integrarlos a ese nucleamiento de fuerzas conservadores. Línea se hizo eco de ese acercamiento y comentó con ironía el apoyo del exgobernador de la provincia de Corrientes Julio Romero a Galtieri. Masseristas y Galtieristas en la interna peronista (diciembre de 1981). Línea (18), p. 4. Nos quitaran el mendrugo (enero de 1982). Línea (18), p. 4.
28 A tal punto que, además de comprometerse a revisarla, les advertía a los funcionarios del gobierno sobre los “juicios de responsabilidad” que les cabrían y a los posibles cesionarios sobre las consecuencias que tendrían sobre sus intereses esas modificaciones (Multipartidaria Nacional, 1982, p. 189).
29 Que siga el corso (febrero de 1982). Línea (19), pp. 3-4.
30 Con previa autorización del gobierno nacional (Velázquez Ramírez, 2016, p. 15).
31 Morales Solá, J. (21 de marzo de 1982). El síndrome de la vejez prematura. Clarín. pp. 10-11.
32 En circulación desde la primera semana de marzo, por lo tanto, previa al acto de Paraná.
33 Mozo, sirva otra copa (marzo de 1982). Línea (20), p. 3.
34 La ocupación de Malvinas por las Fuerzas Armadas Argentinas el 2 de abril tomó a la revista ya en impresión, de allí que el tema no fuera el privilegiado en su tapa. Pero sí le dedicó la contratapa, donde manifestaba su adhesión a la “recuperación”. En apoyo a la recuperación de las Malvinas. Movilización popular por la soberanía nacional (abril de 1982). Línea, contratapa. Véase también Raíces (2012).
35 La CGT convocó a una concentración a la Plaza de Mayo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, que fue duramente reprimida por el gobierno. También hubo incidentes en otras provincias.
36 En esta vía, las dirigencias partidarias se mostrarían ante las Fuerzas Armadas como su mejor opción para congelar la movilización popular −para que no deviniera en desobediencia y resistencia−, de forma tal que se neutralizaría a los sectores “quedantistas” del gobierno, les garantizarían a los militares su retiro armonioso y no arriesgarían su situación en tanto dirigencia política.
37 ¿Qué negocia la Multipartidaria? (abril de 1982). Línea (21), pp. 16-17.
1. Acuña, M. (1984). De Frondizi a Alfonsín. Buenos Aires, Argentina: Centro Editor de América Latina.
2. Babini, P. (1991). La caída de Viola. Todo es Historia, 294, 8-42.
3. Barbero, M. I. y Devoto, F. (1983). Los nacionalistas. Buenos Aires, Argentina: Centro Editor de América Latina.
4. Barthes, R. (2009) [1982 edición en francés]. Lo obvio y lo obtuso. Barcelona, España: Paidós.
5. Borrat, H. (1989). El periódico, actor político. Barcelona, España: Gustavo Gili.
6. Borrelli, M. (2016). Por una dictadura desarrollista: Clarín frente a los años de Videla y Martínez de Hoz (1976-1981). Buenos Aires, Argentina: Biblos.
7. Burkart, M. (2017). De Satiricón a Humor. Risa, cultura y política en los años setenta. Buenos Aires, Argentina: Miño y Dávila.
8. Canelo, P. (2008). El proceso en su laberinto. Buenos Aires, Argentina: Prometeo.
9. Díaz, C. L. (2002). La cuenta regresiva. La construcción periodística del golpe de Estado de 1976. Buenos Aires, Argentina: La Crujía.
10. González Bombal, I. (1991). El diálogo político: la transición que no fue. Buenos Aires, Argentina: Centro de Estudios de Estado y Sociedad.
11. Junta Militar (1980). Documentos Básicos y Bases Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional. Buenos Aires, Argentina: Congreso de la Nación Argentina.
12. Kornblit, A. L. (Coord.) (2004). Introducción. En Metodologías cualitativas en ciencias sociales (pp. 9-13). Buenos Aires, Argentina: Biblos.
13. Lvovich, D. (2009). Sistema político y actitudes sociales en la legitimación de la dictadura militar argentina (1976-1983). Ayer, 75, 275-299.
14. Manson, E. (2008). José María Rosa. El historiador del pueblo. Buenos Aires, Argentina: Ciccus.
15. Multipartidaria Nacional (1982). La propuesta de la Multipartidaria. Buenos Aires, Argentina: El Cid editor.
16. Neiburg, F. (1998). Los intelectuales y la invención del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Alianza.
17. Novaro, M. y Palermo, V. (2003). La dictadura militar, 1976-1983. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
18. Quiroga, H. (2004). El tiempo del “Proceso”. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares 1976-1983. Rosario, Argentina: Fundación Ross.
19. Raíces, E. (2012). Ante “un acto de locura patriótica”. La revista Línea aborda el conflicto de Malvinas. Question, 33, 83-97.
20. Raíces, E. y Borrelli, M. (2016). Un “juego solitario”. La revista peronista Línea y el “diálogo político” durante la dictadura militar (1980-1981). Postdata, 21, 453-487.
21. Saborido, J. y Borrelli, M. (Coords.) (2011). Voces y silencios. La prensa argentina y la dictadura militar (1976-1983). Buenos Aires, Argentina: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
22. Schindel, E. (2012). La desaparición a diario. Sociedad, prensa y dictadura (1975-1978). Villa María, Argentina: Editorial Universitaria de Villa María.
23. Sidicaro, R. (1993). La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación, 1909-1989. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
24. Tcach, C. (1996). Radicalismo y dictadura (1976-1983). En H. Quiroga y C. Tcach (Comps.) A veinte años del golpe. Con memoria democrática (pp. 27-50). Rosario, Argentina: Homo Sapiens.
25. Velázquez Ramírez, A. (2016). La Multipartidaria ante el ocaso de la dictadura: debates y estrategias. Ponencia presentada en VIII Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente. Rosario, 9 al 12 de agosto, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario.
26. Vitale, A. (2015). ¿Cómo pudo suceder? Prensa escrita y golpismo en la Argentina (1930-1976). Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
27. Yannuzzi, M. de los Á. (1996). Política y dictadura. Buenos Aires: Fundación Ross.