DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v22i1.1231
ARTÍCULOS
The paths of the University Reform. Sociability, student life and student centers in the University of Buenos Aires (1900- 1918)
Luciana Carreño2
Resumen: En los años previos a la Reforma Universitaria se registró un aumento en la agremiación estudiantil porteña. Ese movimiento supuso una mayor actividad y organización del estudiantado, que logró trascender las actividades gremiales y se definió como un actor político del período. Con el propósito de comprender una parte de los cambios que trajo aparejados dicho movimiento a la vida universitaria, en este artículo se analizó y reconstruyó la sociabilidad estudiantil por medio del estudio de los centros de estudiantes en la Universidad de Buenos Aires. Para ello se tomó como objeto a los centros de Medicina, Derecho e Ingeniería y a la Federación Universitaria, creada en 1908, en el lapso que va desde la fundación de estas asociaciones hasta 1918, año en el que se creó la Federación Universitaria Argentina. Este trabajo se centró en las distintas formas y modelos de sociabilidad que comenzaron a circular en los centros, en el contexto de los acelerados cambios sociopolíticos por los que atravesaban el país y la universidad en las dos primeras décadas del siglo XX.
Palabras clave: Sociabilidad; Asociaciones; Centros de estudiantes; Reforma Universitaria.
Abstract: An increase in affiliations to student guilds can be registered in the years prior to the University Reform. This movement supposed a mayor increase in student activities and in the organization of the student movement, which managed to transcend gremial activities. Also, this process started by the reform movement helped students to define themselves as political actors during this period. This article inquired into and reconstructed student sociability by analyzing student centers in the University of Buenos Aires with the purpose of comprehending part of the changes that this movement helped bring about on university life. In order to achieve the aims of this enquiry, student centers in the Medical, Law and Engineering Schools and the Student’s Federation, established in 1908, were taken as subjects of enquiry. The period that was analyzed spanned from the creation of these centers and associations up until 1918, when the Argentinean Student’s Federation was established as a result of the University Reform. This study focused on the different forms and models of sociability that started circulating in student centers, in a context marked by the accelerated socio-political changes that the country and the university had been experiencing throughout the first two decades of the twentieth century.
Key words: Sociability; Associations; Student centers; University Reform.
“La juventud vive sin ideales, desfalleciente y cobarde….es desconcertante que los jóvenes de hoy piensen y sientan como viejos.…En materia universitaria, las corporaciones de los estudiantes han realizado funciones casi exclusivamente administrativas, y la Federación que nos representa ha dejado pasar sus mejores días y perder sus energías más sanas”.3
¿Eran apáticos y cobardes los estudiantes antes del movimiento de la Reforma
Universitaria? Según la crítica de Gabriel del Mazo –que reproducimos
en el epígrafe de este texto– así como la de otros líderes del movimiento de
la Reforma Universitaria, sí lo eran. Este movimiento de alcance latinoamericano
tuvo en Argentina como episodio central la movilización de los estudiantes
de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en 1918, que condujo a la
intervención de esa casa de estudios y a la reforma de los estatutos de todas
las universidades del país. Asimismo, la Reforma supuso una mayor actividad
y organización del movimiento estudiantil que logró trascender las actividades
gremiales y profesionales y se definió como un actor político e intelectual del
período (Portantiero, 1978). Desde ese contexto, se ubica la interpelación con
la que el líder reformista Del Mazo se dirigía hacia la juventud de los centros.
Sin embargo, cabe preguntarse si estas críticas eran extensivas a toda la juventud
universitaria y sobre cómo era la vida estudiantil en los tiempos previos al
movimiento de la Reforma. El propósito de las siguientes líneas es indagar en
ese sentido y para ello nos proponemos reconstruir la vida de los centros de estudiantes
de la Universidad de Buenos Aires (UBA) a fin de interrogarnos sobre
las formas de sociabilidad universitaria que circulaban en la época.
En los años previos a la Reforma, se registra un aumento en la agremiación
de los estudiantes en paralelo al crecimiento de la matrícula universitaria.
En el ámbito porteño, la Federación Universitaria (FU), fundada en 1908, representaba
a los seis centros estudiantiles de Capital Federal correspondientes
a las Facultades de Derecho, Medicina, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras,
Agronomía y Veterinaria, y Ciencias Económicas. Además de la representación
gremial frente a las autoridades académicas, estos centros prestaban diversas
funciones a la comunidad universitaria. Si bien la impresión de apuntes para
los exámenes fue una de las tareas principales, existieron otras relacionadas
con la vida cotidiana y con las prácticas recreativas y de ocio de los estudiantes;
por ende, los centros constituyeron uno de los espacios de sociabilidad
estudiantil de la época.
El período temporal en que estos centros se consolidaron se ubica dentro
de un proceso de inmigración, modernización económica y fuertes cambios
a nivel político y social. En 1916 se asistió a la primera experiencia democrática
electoral que permitió el acceso del Partido Radical y de su líder, Hipólito
Yrigoyen, al gobierno nacional. En este contexto, la universidad, antigua sede
de educación de los hijos de la alta sociedad, también se vio alterada en su
composición social. La ampliación del sistema educativo y el acceso de los hijos de las clases medias urbanas y rurales a la educación superior generaron
elementos de confrontación y competencia con la elite criolla, cuyo muro de
contención se mostraba cada vez más ineficaz para frenar los reclamos de
reconocimiento en los planos político, social y cultural (Chiroleu, 2000, pp.
365-369). Esos conflictos derivaron tanto de la condición de “advenedizos” de
los recién llegados a un ámbito dominado por los sectores criollos, como de
la valorización diferenciada que realizaron de la educación superior, a la que
convirtieron en una plataforma de su promoción social (Graciano, 2008, p. 42).
Tal como analizaremos en este artículo, estos procesos también se expresaron
en la sociabilidad estudiantil. Si bien en esta esfera los cambios no se
registran de manera brusca ni adquieren la forma de enfrentamientos conflictivos,
sí es posible advertir la circulación de distintas prácticas y modelos de vida
estudiantil mediante las cuales se intentaba definir tanto el perfil asociativo de
los centros como el papel de los estudiantes dentro de la sociedad. Sin embargo,
estos intentos no siguieron una pauta común y revelan las dificultades
de estas asociaciones de trascender los intereses gremiales en torno a los que
habían sido creadas.
Este artículo se propone reconstruir la sociabilidad estudiantil porteña
tomando como objeto de estudio a los centros de estudiantes de Medicina
(CEM), Derecho (CED) e Ingeniería (CEI) y sus intervenciones en la FU. Para ello
se considerará el período que se inicia a principios de siglo, con la fundación
de esas organizaciones y de la FU, hasta el año 1918, en el que surgió la Federación
Universitaria Argentina (FUA), asociación creada con la Reforma que
reunía a las distintas federaciones universitarias del país. Pese a que existían
diferencias entre estos centros, el perfil profesional y tradicional de las carreras
a las que representaban (las tres pertenecían a las facultades más antiguas de
la UBA) permite analizarlos en conjunto y diferenciado de otros centros cuyas
carreras no tenían esas mismas características. Para ello, recurriremos principalmente
a las revistas de los centros, y complementaremos estas fuentes con
otras de carácter literario y con documentos oficiales de la universidad.
En relación con nuestro objeto, examinaremos las modalidades de interacción
social desde las dinámicas asociativas en la vida de los centros, uno
de los aspectos que Maurice Agulhon (2009, pp. 39-40) señalaba, dentro del
estudio de la sociabilidad, como categoría histórica. Asimismo, para evitar el
peligro del anacronismo que supone naturalizar el concepto de sociabilidad,
resulta necesario ubicarlo dentro del marco conceptual e ideológico propio de
la época, como señala Pilar González Bernaldo de Quirós (2008). Para ello,
se buscará contextualizar la perspectiva desde la cual los actores se referían al
tema de la sociabilidad, considerando las nociones, los modelos y los valores normativos de la vida estudiantil que ponían en discusión o que intentaban implementar
y que no siempre tenían la respuesta esperada entre los estudiantes.
Paralelamente, se propone analizar los centros, aun en sus aspectos recreativos,
como espacios no exentos de disputas, de luchas políticas y de vinculaciones
con otros poderes de la esfera nacional y universitaria.
Más allá de la existencia de algunas organizaciones durante el siglo XIX,
dentro de la historia del movimiento asociativo, los estudiantes universitarios
ganaron protagonismo desde comienzos del siglo XX, con la conformación
de los centros estudiantiles. Durante esa época, las asociaciones adquirieron
mayor especificidad en la medida en que se definieron los intereses corporativos,
de clase y de grupo a los que representaban (Sabato, 2012, p. 134). En
este sentido, la agremiación estudiantil se tornó más especializada −dado que
se abandonó la modalidad de representación general que se había desarrollado
en el siglo anterior con la denominada Unión Universitaria− y se crearon
centros de estudiantes para cada facultad.4 En forma paralela, estos centros
contaron con una instancia como la FU, que facilitaba las relaciones con los
poderes públicos y brindaba una representación a nivel internacional al estar
adherida a la Federación Internacional de Estudiantes (FIDE Corda de Frates).
Este proceso también se llevó a cabo en las demás universidades del
país. En la UNC se desarrolló una profusa actividad asociativa, caracterizada
por el protagonismo de los centros estudiantiles y por la rivalidad entre agrupaciones
católicas y otras que asumieron las banderas del laicismo en lo cultural
y de un liberalismo de izquierda en lo político (Vagliente, 2016, pp. 263-283).
Por otra parte, en la Universidad Nacional de La Plata, el surgimiento de los
centros también se dio en paralelo a la aparición de distintas asociaciones preocupadas
por los problemas educacionales de esa urbe que se perfilaba como
preminentemente universitaria (Biagini, 1999, p. 151).
Por el contrario, la ciudad de Buenos Aires no contaba con esa caracterización
estudiantil, pese a que en la década de 1910 albergaba a más de
la mitad de la población universitaria del país (Chiroleu, 2000, p. 363). En
relación con los lugares físicos, la “city estudiantil” porteña no estaba unificada
y se concentraba principalmente en el centro de la ciudad en torno a la universidad. Hacia fines del siglo XIX, con la consolidación de los espacios
educativos, la UBA ganó protagonismo “junto con las sociabilidades culturales
que respondían a la idea de círculo o ateneo” (Bruno, 2014, p. 18). Tanto su
sede original en la “Manzana de las Luces” como sus alrededores condensaban
gran parte de la vida estudiantil. Allí se localizaban las Facultades de Derecho,
Exactas y Filosofía y Letras, que contenían o eran vecinas a las sedes de los
centros. Un caso distinto fue el del CEM, que gracias a su unión en 1909 con
el Círculo Médico Argentino (CMA), obtuvo su propio local social, ubicado en
la calle Corrientes 2038,5 en cuyas inmediaciones funcionaba otro corredor de
vida estudiantil rodeado por los cercanos Centro de Estudiantes de Farmacia
y de Ciencias Económicas y por las instalaciones de la Facultad de Medicina.
En forma paralela, por fuera de los centros, se asistía a un aumento en el
número de asociaciones juveniles. Entre estas, Natalia Bustelo ha reconstruido
otros círculos estudiantiles que, en la segunda década del siglo, constituyeron
distintas redes de sociabilidad animadas por afinidades culturales y políticas, a
partir de las cuales surgió una identidad estudiantil preocupada por cuestiones
que excedían los asuntos meramente profesionales y gremiales.6 Este panorama
permitía que algunos estudiantes participaran en más de una instancia de
sociabilidad.7
A diferencia de estas asociaciones, los centros surgieron dentro de la
esfera pública universitaria en torno a motivos gremiales-profesionales: edición
de apuntes, obtención de libros, representación ante las autoridades universitarias,
entre otros. En este último aspecto, la actuación de los estudiantes de
Derecho y del CEM en las huelgas concretadas entre 1903 y 1906 representó
un factor central en el surgimiento y la formalización de estos centros, a partir
de la cual obtuvieron el reconocimiento de sus facultades y la personería
jurídica. Estas protestas tuvieron un papel destacado en la reforma de los estatutos
universitarios de 1906, por la cual se cambió la estructura de gobierno y
se adoptaron algunas medidas de renovación pedagógica (Buchbinder, 2010,
pp. 74-80; Halperín Donghi, 2012, pp. 91-103). Asimismo, estas prolongadas
huelgas evidenciaron una enorme capacidad de movilización de los estudiantes
y representaron instancias de sociabilidad que se constituyeron a través de la práctica gremial. Entre estas, Adolfo Bioy, quien era uno de los huelguistas
de Derecho, señalaba en sus memorias la realización de manifestaciones callejeras,
reuniones diarias, entrevistas con autoridades políticas, mítines en el hall del diario La Prensa, visitas a otras facultades en busca de adhesiones,
entre otras acciones (1963, pp. 88-95). A su vez, estas prácticas continuaron en
la huelga de los estudiantes de Medicina, tal como se revela en la Revista del
CEM, en el registro de las diferentes asambleas y en las manifestaciones que se
convocaban.8
Sin embargo, no era la primera vez que los estudiantes incursionaban
en manifestaciones callejeras. Tal como ha demostrado Inés Rojkind (2012), en
forma paralela a esta militancia universitaria, los estudiantes asumieron una importancia
en la escena política que, si bien reconocía antecedentes en el siglo
anterior, resultaba impensada. A inicios de la década de 1910 fueron protagonistas
de distintas movilizaciones políticas que intentaban llevar a la acción las
denuncias contra el gobierno del presidente Julio A. Roca, provenientes de los
grandes diarios como La Nación y La Prensa. En estas manifestaciones, los estudiantes
prestaron su concurso en defensa de una prédica nacionalista y patriótica
que tuvo su mayor expresión en el conflicto limítrofe con Chile en 1901.
De este modo, aunque nominalmente los asuntos políticos estaban
prohibidos dentro de los centros, la activa participación de los estudiantes en
cuestiones de esa índole no dejaba de inmiscuirse al interior de estas asociaciones.
Así, en el clima de recrudecimiento de la protesta obrera que rodeó los
festejos del Centenario de la Revolución de Mayo de 1810, dentro de la FU, los
representantes del CEI y del CEM propusieron que los estudiantes se ofrecieran
a la policía para reemplazar a los obreros en el caso de una huelga general.9 Si bien esta medida fue rechazada, por fuera de la FU, grupos de estudiantes
y jóvenes pertenecientes a la Juventud Autonomista y a la Sociedad Sportiva
Argentina atacaron locales obreros, anarquistas, socialistas y organizaciones
judías (Lvovich, 2003, p. 122). Así, los posicionamientos nacionalistas en el
marco de la denominada “cuestión social” aparecen en esta época como líneas
divisorias del accionar político y social de los universitarios. Posteriormente,
estas posturas encontradas volvieron a repetirse en 1919, en el contexto de la
ola de protestas obreras y de la represión efectuada por el Comité Nacional de
la Juventud, en el que participaron muchos universitarios.
Esas mismas cuestiones repercutieron en la continuidad de las prácticas que circulaban dentro de los centros. Por ejemplo, en el II Congreso de Estudiantes
Americanos, celebrado en Buenos Aires en 1910,10 los estudiantes se
posicionaron por unanimidad en contra de la huelga como medio de resolución
de conflictos con las autoridades universitarias. En este sentido, la defensa
del orden social −en el marco de los episodios del Centenario− se citaba dentro
de la justificación de esta medida, en la que se exaltaba el accionar de la “juventud
sana, noble y patriótica [al] protestar de la barbarie que pretendió hollar
con criminal infamia el día de las tradiciones históricas” (FU, 1912, p. 180).
A partir de esto, se estableció un corte con la tradición de protesta estudiantil
protagonizada hacía pocos años por los jóvenes de Derecho y Medicina, y se
rechazaba así una identidad entre los conflictos estudiantiles y los medios propios
de la protesta obrera:
“La condición intelectual y moral del estudiante, permite apreciar las cuestiones que se suscitan con un criterio equilibrado y armónico. Son, por lo general, conflictos que se producen en el terreno moral, careciendo…de ese enardecimiento… que el factor económico pone en juego en los individuos de las más modestas categorías sociales” (FU, 1912, p. 175).
Puede establecerse entonces un vínculo entre las formas de sociabilidad
que caracterizaban la vida gremial de los centros y las dimensiones de la vida
política y universitaria de ese momento. A lo largo de la década siguiente, los
centros abandonaron las prácticas de protesta que habían predominado en los
inicios de la vida asociativa y se orientaron a mantener buenas relaciones con
las autoridades, con el fin de obtener la representación estudiantil en el gobierno
universitario. Este punto se explica porque la reforma de los estatutos de
1906 había dado respuesta a muchos de los reclamos de los alumnos pero, al
mismo tiempo, porque el contexto de conflictividad social contribuyó a definir
las posiciones ideológicas de muchos de los jóvenes de los centros que se declararon
en contra de la huelga.
A su vez, estos posicionamientos pueden interpretarse como uno de
los factores que explican la aparición de facciones o partidos estudiantiles
en los centros, a partir de los cuales empezaron a transformarse las elecciones
anuales de las comisiones directivas por medio de una intensa actividad propagandística. Estas facciones expresarían las dificultades de mantener el
ideal gremial escindido de la vida política, tal como se revela en un testimonio
de Del Mazo, publicado en la Revista del CEI, en el que lamentaba la aparición
de listas rivales “porque el interés gremial es el mismo para todos”.11 Posteriormente,
estas dificultades se expresaron en el conflicto que enfrentó a la FU y
a la Federación Universitaria de Córdoba, a raíz de la “política obrerista” que,
según un representante de la federación porteña, caracterizaba el accionar de
su par cordobesa, apoyada además por la FUA.12
Varios de los aspectos analizados en este apartado pueden interpretarse
en afinidad con una de las tendencias del campo asociativo de las primeras
décadas del siglo. Tal como señala Pablo Vagliente (2016, p. 186), durante ese
período, dicho campo se caracterizó por el ascenso del nacionalismo cultural,
cuyo discurso revestido de patriotismo se extendió incluso a organizaciones
deportivas, religiosas, políticas y recreativas. Según este autor, este proceso se
explica por la confluencia de tres factores, que ya hemos mencionado también
en relación con los centros: el empeoramiento de las relaciones con Chile, la
profundización del conflicto social y la llegada del Centenario como fecha de
alto valor simbólico. Sin embargo, la circulación de discursos patrióticos no
implicaba que estos fueran compartidos por todos los socios de los centros. Tal
como veremos en el apartado siguiente, en esas asociaciones se registran diversas
posturas sobre el papel que debían tener los estudiantes en la vida política y
social del país, el cual encaraba por esos años un proceso de transición política
mediante la reforma electoral.
Tal como analiza Hilda Sabato (2002, pp. 101-106) , desde la segunda
mitad del siglo XIX, la finalización de las guerras civiles dio lugar a un doble
proceso simultáneo en el que se asistió a la construcción y consolidación
del Estado y a la formación de una sociedad civil relativamente autónoma. En
ese proceso, el movimiento asociativo ocupaba un rol central, valorado por
amplios sectores de la población que lo concebían como un baluarte de una
sociedad libre, moderna y democrática. En relación con los universitarios, esta
misión civilizatoria que encarnaba el ideal asociativo contaba con una elaboración
simbólica en la obra Ariel, del autor uruguayo José Enrique Rodó. Este texto otorgaba específicamente a los jóvenes un papel central en el desafío
de realizar las propuestas finiseculares más importantes: el desarrollo de la
democracia y de la ciencia como sustratos civilizatorios insustituibles (Biagini,
2012, p. 154).
Para ello, los estudiantes tomaron como referencia el modelo de la extensión
universitaria que se inspiraba en las experiencias de los universitarios
angloamericanos difundidas en Argentina a través de la obra del pedagogo Ernesto
Nelson y de las visitas de los profesores ovetenses Adolfo Posada y Rafael
Altamira. Asimismo, la idea de los cursos de extensión recogía los fines de educación
popular que se señalaban dentro de la citada obra del autor uruguayo.
A partir de esta iniciativa, la extensión universitaria se institucionalizó
dentro de la FU mediante la aprobación de un proyecto presentado por el entonces
presidente del CEM, Osvaldo Loudet, en 1915. La implementación de la
extensión, realizada en principio por el centro de Medicina, dio lugar a instancias
de sociabilidad extrauniversitaria en distintas sociedades y bibliotecas populares
en las que se llevaban a cabo las conferencias a cargo de los alumnos.
Posteriormente, tal como se registra en la Revista del CEI, los estudiantes de
Ingeniería acordaron conferencias de extensión con la Sociedad Luz, universidad
popular fundada por dirigentes del socialismo.13 Finalmente, en el CED, los
cursos en locales obreros llegaron a implementarse después de 1918 a cargo de
la comisión de extensión dirigida por el líder reformista Florentino Sanguinetti.
Sin embargo, en sus comienzos, ese proyecto tuvo alcances muy modestos.
La intervención de los universitarios en la cuestión social en la época
previa a la Reforma se limitó a algunas adhesiones a iniciativas externas y a la
realización de ciertos actos de caridad. Los motivos de la escasa repercusión de
la extensión universitaria se observan en el primer informe de esta experiencia,
en el cual el estudiante Gregorio Bermann señalaba la dificultad de los universitarios
de “adaptación a los medios ambientes modestos”:
“No debemos ocultar otro factor de primordial importancia que redujo a estrechos límites nuestra acción: nos referimos al escaso espíritu de alta sociabilidad de nuestros condiscípulos universitarios. Y es que en general, estrechándose en la cáscara protectora de las propias y estrechas conveniencias impiden el fructífero intercambio de intereses y sentimientos”.14
En ese testimonio se aludía a una noción civilizatoria de la sociabilidad
al señalar que “La enseñanza extra universitaria realiza una alta y noble misión
social al socializar el caudal de nuestros conocimientos”. Pero al mismo
tiempo, Bermann contemplaba ese concepto de un modo más horizontal, en
su asociación entre la “alta sociabilidad” y la capacidad de compartir experiencias
más allá de las diferencias sociales, y propuso que estos cursos se adaptaran
a las modalidades e intereses del grupo social a los que estaban dirigidos.
Sin embargo, esta reelaboración horizontal de la sociabilidad obreroestudiantil
que proponía Bermann no formaba parte de las preocupaciones
principales que motivaban el proyecto de extensión aprobado por la FU. En
ese sentido, la propuesta de Loudet se interesaba más por la función de esos
cursos como una respuesta a la cuestión social y a los desafíos que planteaba
la apertura democrática electoral:
“En un país en donde existe el sufragio universal debe existir la universal cultura.
El mecanismo de una ley puede favorecer una función, pero hay que favorecer la función inteligente: [que] es obra de una mayor disciplina ética.…esa independencia moral se conquista elevando al pueblo”.15
Las inquietudes de Loudet se ubicaban en sintonía con uno de los principales
tópicos del ensayo de Rodó. Según señalaba Oscar Terán, este texto se
plantea como una respuesta de una fracción dominante de la elite política-intelectual
al desafío del ingreso de Hispanoamérica en la modernidad, dentro de
la cual se advertían severas prevenciones hacia la democracia de masas. Para
ello, Rodó (2009, pp. 51-52) señalaba la misión que le tocaba a la juventud en
contra del avance de las tendencias fragmentadoras de la modernidad, identificadas
en la especialización profesional y la enseñanza utilitaria. Estas preocupaciones
se expresaron también en la propuesta de Loudet de crear instancias
para que los universitarios se formaran con inquietudes cívicas y culturales
que excedieran los aspectos estrictamente profesionales.16 Dicha iniciativa se
implementó en 1917 con la creación del Ateneo del CMA y CEM.17
Al mismo tiempo, esta especie de pedagogía cívica se correspondía con
las críticas al utilitarismo del sistema universitario (discutidas en la prensa, en
las revistas culturales e incluso en el Congreso Nacional) por las que se buscaba
fomentar el papel cohesionador que la universidad debía tener para contribuir
a solucionar la cuestión nacional en un contexto de inmigración creciente
y cosmopolitismo (Buchbinder, 2010, p. 63).
A su vez, estas inquietudes resonaban en la sociabilidad de los centros,
donde comenzaron a circular distintas prácticas recreativas mediante las cuales
se buscaba congregar y distinguir a la población universitaria dentro de la
metrópolis porteña.
Frente a la ya mencionada dispersión de los lugares de estudio, los centros también buscaron constituirse como espacios de sociabilidad para quienes acudían a estudiar a Buenos Aires, que, a diferencia de otras sedes universitarias, no contaba con un campus ni con la caracterización de ser una ciudad estudiantil. Para ello, los jóvenes consideraron las novedades de la vida universitaria provenientes de otros países. Estas iniciativas pueden interpretarse como intentos de afirmar un ethos propio que distinguiera a los universitarios del resto de la población:
“El estudiante argentino poco a poco va caracterizándose con lineamientos propios dentro de la sociedad en la que vive.…Diferentemente de los de Europa y América del Norte, nuestro estudiante carece aún de peculiaridades que lo definan y lo señalen netamente ante la consideración pública”.18
Estas búsquedas se aprecian en los símbolos materiales de los centros,
cuyos ejemplos más visibles, a nivel colectivo, eran las banderas, escudos y
sellos. A nivel individual, los centros implementaron distintivos para señalar la
identidad de sus asociados. Si bien entre estos se llegó incluso a proponer el
uso de la capa estudiantil como medio para resolver la “falta de individualidad
colectiva…de nuestra condición social, sin características de superioridad”,19 se eligió utilizar botones y medallas como distintivos, aunque parecen haber tenido un éxito reducido, según lo revelan las cifras de ventas en cada centro.
La circulación del Himno Estudiantil, creado para el III Congreso de Estudiantes
Americanos, también forma parte de los intentos de difusión de distintivos
propios de la juventud. Su letra era publicada en vísperas de la fiesta de los
estudiantes junto con la consigna “¡No olvidéis cantar el himno de los estudiantes!”.
En este último sentido, se advierte que estas búsquedas de afirmación
estudiantil eran una tendencia compartida entre los jóvenes de la región, tal
como se observa en la realización de los citados congresos. Estos encuentros
revelan las inquietudes comunes por difundir tanto formas propias de sociabilidad
estudiantil (por ejemplo, la organización de torneos de atletismo) como
ciertos valores de conducta cívica y social que debían caracterizar a los universitarios
como futuros miembros de la clase dirigente.
En el caso de la juventud porteña, este interés puede verse expresado en
el intento por difundir prácticas de sociabilidad deportivas y recreativas. Para
ello, el modelo inglés de los clubs, como espacios masculinos de interacción
social, se intentó llevar a cabo recogiendo una tradición que tenía presencia en
Argentina desde mediados del siglo XIX. En la práctica, este tipo de ambientes
se llegó a implementar por un tiempo en el CEM, donde se construyó una sala
de esgrima y armas y se instaló un billar. Asimismo, y aunque fue rechazado,
dentro de la FU existió un proyecto de creación de un club que actuara en forma
paralela a los centros. Pese a su rechazo, este modelo obtuvo continuidad
por fuera de los centros mediante la creación del Club Universitario, asociación
formada en 1918 por un grupo de alumnos de Medicina. En el contexto
de la Reforma, este espacio surgió como una propuesta de sociabilidad basada
en el fomento del deporte, mediante la cual estos estudiantes se posicionaron
al margen de la politización que se operaba en el seno de las universidades
nacionales (Fuentes, 2016, p. 66).
A su vez, podemos encontrar una afinidad entre las concepciones que
rodeaban la sociabilidad de este club y aquellas que circulaban en los centros
entre los promotores de la “cultura física”. Entre estos, la apreciación de los
deportes por su carácter civilizador hacía de estas prácticas parte de las buenas
costumbres, que ameritaban ser socializadas por los estudiantes:
“Ejecutado por casi todos los seres civilizados, los ‘sports’ forman indiscutiblemente una gran parte de la educación física y aun de la educación general del individuo. Y en muchas naciones es tal la influencia del ‘sport’ que es considerado como parte integrante e indispensable del ser educado y especialmente del estudiante; ejemplo: en Estados Unidos y en Inglaterra….Como es lógico los estudiantes están sometidos a un reglamento para obligarlos a desempeñar, con acierto y justicia, sus diversiones y competencias….El juego y el sport son diversiones, y no deben tener la menor sombra de profesionalismo que ofusque la nobleza del jugador”.20
El hincapié en el juego por diversión, en el acatamiento de las reglas y
los fines no pecuniarios, señalados por este estudiante de Medicina, coinciden
con los rasgos que analiza Eric Dunning (1992, pp. 258-263) dentro de la “ética
del deporte” por afición que se dio en Inglaterra a fines del siglo XIX en contra
de la tendencia de profesionalización del deporte. Según este autor, dicha ética
formaba parte de una respuesta de las elites que practicaban esos deportes,
frente a la pérdida de exclusividad, estatus y la posibilidad de ser vencidos por
grupos profesionales de otras clases sociales. De este modo, ciertas concepciones
elitistas se asociaban a la práctica del deporte. Como ejemplo, se cita una
discusión en la FU en la que, a partir de una moción para hacer un pedido a
la Municipalidad de una plaza de ejercicios físicos, un grupo de estudiantes
consideró indecoroso utilizar el término “donación” para los estudiantes.21
Sin embargo, estas apreciaciones dan cuenta sobre todo de ciertos valores
propios de algunos estudiantes que los propagaban, más que de la efectiva
práctica del sport, que no lograba ser implementada en el sentido en que estos
deseaban. Así, anualmente figuran las quejas de las comisiones de sport sobre
la falta de participación en el torneo anual universitario; las renuncias de los
organizadores y la no presentación de los centros ante determinadas competencias.
Tal fue el caso del torneo de regatas de 1916, en el cual solo se presentó la regata de Ingeniería, bautizada como la “Sin Rival” debido a la ausencia
de competencia. En el CED, tal como se consignaba en la revista, que en 1918
adoptó el nombre de Themis, solo el ajedrez escapaba a este desinterés y era
considerado como “casi una de las únicas manifestaciones de sociabilidad que
en él existe”.22
A su vez, el deporte, mediante la práctica del tiro, también complementaba
las manifestaciones de patriotismo de los estudiantes que analizamos
anteriormente. Según Lilia Ana Bertoni (2007, p. 216), desde fines del siglo
XIX esa práctica -fomentada por el Ejército, grupos de opinión y asociaciones civiles− formaba parte de un movimiento de afirmación de los valores del patriotismo
que apoyaba la preparación militar de los ciudadanos como un aspecto
central de la constitución de la nacionalidad. Para ello, estas asociaciones
buscaban atraer a la juventud a este deporte, caracterizado como gallardo
y viril, de moda en los círculos elegantes europeos.
La escasa difusión de esas prácticas de sociabilidad expresa las dificultades
de estas asociaciones para afianzar una identidad estudiantil que excediera
los límites gremiales de la institución. Esto puede explicarse considerando una
serie de factores. Por un lado, la multiplicación de lugares de ocio que se podían
frecuentar en la cosmopolita ciudad porteña competía con las instancias
de reunión que ofrecían los centros. Los principales espacios de recreación
de la juventud se identificaban con esta oferta cultural y social que proveía la
ciudad: teatros, cafés, cabarets, entre otros.
Por otro lado, el aumento del número de socios a finales de la primera
década del siglo implicó una mayor heterogeneidad en el reclutamiento de
los centros. Al tratarse de organizaciones abiertas (cuyos requisitos de ingreso
solo eran acreditar la condición de alumno y el pago de una cuota de entre
uno y dos pesos mensuales), los centros comenzaron a incluir estudiantes de
clases medias de orígenes inmigratorios.23 Sin embargo, es posible suponer la
existencia de otros requisitos informales o de ciertas condiciones que hicieran
más o menos accesible la participación en las actividades de los centros (tiempo
libre, condiciones materiales). Estas se llevaban a cabo en establecimientos
y clubes que coincidían con los lugares sociales y recreativos que Leandro
Losada (2008, pp. 177-208) ha identificado como propios de la elite porteña,
entre los que cita determinados teatros, clubes y restaurantes, pero estas actividades
podían no resultar tan asequibles para los numerosos estudiantes que
trabajaban.24
Al mismo tiempo, estos intentos fallidos de fomentar la sociabilidad revelan
las dificultades de estas asociaciones para convocar a sus miembros,
que, dada la diversidad de funciones que los centros prestaban, podían perseguir
distintos intereses en su afiliación. Dentro de estas funciones se destaca el desarrollo del mutualismo estudiantil, por el cual se tramitaban descuentos en
librerías, pensiones estudiantiles, transportes ferroviarios, etc. Otro beneficio
muy solicitado eran los préstamos de dinero a los socios para el pago de aranceles
y, en el CEI, el uso de una cuenta de ahorro postal. Estas funciones revelan
algunos aspectos sobre los costos y dificultades materiales de la vida estudiantil,
ocultados a menudo por la imagen del estudiante acomodado proveniente
de las familias más encumbradas.25 Por otra parte, aunque no eran exclusivos
para los socios, el CEM y el CED contaban respectivamente con un consultorio
médico y jurídico de uso gratuito.
Al mismo tiempo, aunque por otras cuestiones, muchas de estas actividades
recreativas tampoco resultaban accesibles para las universitarias que, en
menor medida, empezaron a formar parte de la vida de los centros.
El período analizado en este estudio coincide con el proceso de integración
femenina a la vida universitaria. Pese a que la participación en los centros
no estaba formalmente cerrada a las universitarias, el número de socias era
escaso. Si bien en este aspecto el CED era el menos accesible para las mujeres,
en Medicina e Ingeniería existía cierto margen de apertura. Aunque en ambas
Facultades la inscripción femenina era minoritaria, esta presencia fue mayor en
Medicina que en Exactas. Tal como señala Dora Barrancos (2010, pp. 118-119),
en los primeros pasos hacia la aceptación de la profesionalidad femenina, el ingreso
de la mujer en la universidad se dio principalmente en la medicina, dada
la contigüidad de las funciones de cuidado y asistencia atribuidas a la condición
de mujeres. Sin embargo, dentro de esta rama, la enorme mayoría quedó relegada a los espacios de subordinación como la enfermería y la obstetricia.
En dichas facultades figuran algunos nombres de universitarias que ocuparon
cargos en las comisiones directivas y en las revistas de los centros; entre estas se
destacan los nombres de las militantes del feminismo socialista Alicia Moreau y
Elisa B. Bachoffen, quienes integraron las comisiones redactoras de las revistas
del CEM y del CEI respectivamente.
Pese a la falta de restricciones formales, las estudiantes no participaban
en igual medida en las actividades de los centros. Por ejemplo, en las prácticas
recreativas como el deporte y las comidas, se consideraba que la presencia de las mujeres no era adecuada sin la supervisión de un familiar. Así, en el CEI,
en relación con la organización de un banquete para los egresados, se planteó que dado que “las señoritas no pueden concurrir” se decidió obsequiarlas en
lo sucesivo con una medalla.26
Tal como ha analizado María Fernanda Lorenzo (2016, pp. 13-19), en
la universidad, las relaciones de género se objetivan a través de los condicionantes
en el ingreso de las mujeres a determinadas carreras, en la posibilidad
o no de formar parte de una cátedra o de ascender en diferentes jerarquías A
su vez, el ejemplo aludido más arriba revela también cómo las relaciones de
género se operaron cotidianamente en el ambiente estudiantil. En esa esfera,
las reticencias al ingreso de las mujeres en la universidad parecían formar parte
de una idea extendida, como se observa en un testimonio de la Revista del CEI en el que celebraban el egreso de dos condiscípulas:
“Es de imaginar…la sorpresa, el asombro, de los que fueron sus profesores, sus compañeros y, ¿en cuántos labios no se habrá ahogado una frase de protesta?… ¿esa audacia no será fruto de la vanidad? En verdad que con orgullo puede decir: soy la primera ingeniera…los que fuimos sus condiscípulos durante seis años… estamos autorizados a desechar tales sospechas”.27
La eliminación de esas sospechas por parte de los miembros de esa revista en 1918 dio lugar a instancias de sociabilidad en las que los estudiantes se permitieron romper “fuego contra la estúpida rutina que impera indiscutida en las relaciones entre ambos sexos” y disfrutar un pic-nic en una isla de Tigre.28 Dicha redacción, integrada por José Gilli y Elisa B. Bachoffen, abogó en defensa del derecho de la mujer a la educación universitaria “para emanciparse de la tutela milenaria de los hombres”:
“la educación de la mujer debe ser amplia para satisfacer todas las posibilidades a que puede ser conducida por la vida, orientándola hacia la capacitación propia, tendiendo a darle armas para que pueda bastarse a sí misma, con su propio esfuerzo, y no en la forma actual que favorece sistemáticamente esa dependencia de un sexo al otro, siendo la mujer como un parásito del hombre, quién, por lo tanto, tiene todos los derechos, puesto que le provee el alimento”.29
Asimismo, señalaban la necesidad de que la mujer adoptara un papel “en una parte del gobierno social” y tuviera representación parlamentaria. Sin
embargo, el testimonio de la Revista del CEI se cuenta dentro de los pocos
casos de reivindicación de los estudiantes a favor del derecho de las mujeres
a la educación superior. En relación con la sociabilidad, las reuniones de los
universitarios parecían respetar “la estúpida rutina” de separación entre los sexos
que, según Losada (2009, p. 170), era un rasgo de las formas sociales de
las elites.
En tal sentido, estas restricciones de la vida estudiantil se manifiestan de
modo ejemplar en la fiesta anual del Día de los Estudiantes. Esos festejos se celebraban
colectivamente desde 1915, cuando se acordó en la FU la organización
conjunta de un acto oficial con la realización de una farándula estudiantil.
Este desfile de carrozas constituía otro de los trasplantes de ultramar, en versión
carnavalesca, que se inspiraba en las prácticas de los estudiantes franceses.
A su vez, el día del estudiante daba lugar a distintas expresiones artísticas,
especialmente en el CEI y en el CEM, que contaban con compañías teatrales
estudiantiles. En dichas ocasiones, la participación del “bello sexo” se limitaba
a la función de espectadoras, dado que los estudiantes interpretaban tanto los
papeles masculinos como los femeninos.
Sin embargo, ello no implicaba que las mujeres estuvieran ausentes de
las fiestas estudiantiles, tal como se evidencia en las distintas críticas contra
lo que se consideraban vicios y excesos de los universitarios en estas celebraciones.
En ese sentido, la presencia de mujeres como acompañantes de los
estudiantes de Medicina fue denunciada por la Revista del CEI, en la cual se
señalaba que:
“se ha hecho intervenir…un sinnúmero de mujeres de mala calaña…dando con ello una nota poco común, agraviando en esa forma a la enorme cantidad de familias que se habían congregado desde temprano en los parajes a recorrer por la farándula”.30
A su vez, en la Revista del CED, se enfatizaba aún más este aspecto que condenaba principalmente la exhibición pública de tales comportamientos, dado que no se criticaba las fiestas en locales cerrados “no viendo nadie lo que pasa puertas adentro”.31 Estas demostraciones dañaban la imagen responsable que los universitarios buscaban proyectar en sus pedidos gremiales. Tal como se observa en una carta de la FU, fechada justamente en el día de los estudiantes, en la que se solicitaba la representación estudiantil en los consejos directivos:
“Es harto sabido, por fortuna, que ya ha pasado para no volver más aquella época del estudiante bullanguero, turbulento, apasionado, más dado a las tunas y algarazos de la vida bohemia que a la labor silenciosa y tranquila de los gabinetes…Ha pasado para convertirse en el tipo de literatura romancesca...la clase universitaria está orientada hacia los mismos ideales. Estos ideales son los principios de orden, de estudio y de trabajo disciplinado”.32
Finalmente, las críticas hacia este tipo de conducta fueron un tema común de denuncia en las publicaciones de los universitarios reformistas hacia la juventud de los centros. Un ejemplo puede leerse en la novela Julián Vargas, escrita por el reformista Saúl Taborda (1918), en la que se critica la vida estudiantil porteña a través de los ojos de un estudiante cordobés que llega a la gran ciudad. Allí, se señala que la vida recreativa estudiantil trascurría entre la apariencia social, en los ambientes consagrados culturalmente por la elite, y el libertinaje nocturno. Por otro lado, estos comentarios reformistas –que, por poseer una fundamentación distinta a la de las críticas que señalamos más arriba, merecen analizarse en profundidad en otro trabajo− nos acercan al testimonio con el que Del Mazo juzgaba desde la reformista FUA a la “juventud desfalleciente y sin ideales” con el que dimos inicio a este recorrido por la sociabilidad estudiantil porteña.
A lo largo del período, los centros de estudiantes buscaron constituirse
como espacios de sociabilidad para los jóvenes que acudían a estudiar a una ciudad como Buenos Aires, la cual se caracterizaba por los rasgos de cosmopolitismo
y de crecimiento acelerado de su población. Si bien las actividades
que se promovían para ello no lograban convocar a un número importante
del estudiantado, sí señalan algunas pautas sobre los modos de sociabilidad.
Por un lado, estas formas estaban condicionadas por las modas y lugares de
recreación y distinción de la alta sociedad porteña, a la cual muchos de los
estudiantes de los centros pertenecían. Por otro lado, si bien la participación
en estas asociaciones no estaba formalmente cerrada a las mujeres, que en
menor medida asistían a la universidad, los centros constituyeron instancias de
sociabilidad predominantemente masculinas. Finalmente, a medida que aumentaba
el número de los socios por el ingreso de jóvenes de clases medias a
la universidad, el reclutamiento social de los centros se tornó más heterogéneo,
de manera tal que se diversificaron los motivos de afiliación y las múltiples funciones
que pasaban a cumplir los centros mediante el mutualismo estudiantil.
Las distintas actividades y modelos de vida estudiantil que circulaban en
los centros no lograron definir a estas asociaciones por fuera de los intereses
gremiales. A su vez, este perfil gremial registraba una diversidad de prácticas
que fueron variando en estrecha vinculación con las dimensiones de la vida
universitaria y política del período. Tal como hemos analizado, en la segunda
década del siglo, el carácter gremial de los centros se orientó a rechazar los
métodos de protesta que habían caracterizado el accionar estudiantil en los
inicios de la vida asociativa y a procurar otras medidas en la resolución de
conflictos con las autoridades. La vinculación de los centros con el mundo de
la política y las diferencias ideológicas que se iban perfilando entre los grupos
estudiantiles se señalan como otros de los rasgos que fueron alterando la vida
de estas asociaciones.
Sin embargo, la presencia de inquietudes que excedían los asuntos meramente
gremiales llevó a estos grupos, en algunos casos, a preocuparse por
la cuestión nacional y social y por la función que les cabía a los universitarios
como ciudadanos. En ese sentido, las distintas concepciones de sociabilidad
revisadas en los testimonios de Loudet y Bermann, si bien responden a trayectorias
particulares, revelan las diferentes opciones estudiantiles del período de
trascender los fines iniciales de la asociación gremial.
Notas
1 Una versión previa de este trabajo fue presentada en las VI Jornadas de Estudio y Reflexión sobre el Movimiento Estudiantil Argentino y Latinoamericano, realizadas los días 1° y 2 de septiembre de 2016 en la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Agradezco los comentarios efectuados por Pablo Buchbinder en esa ocasión, así como los recibidos por los evaluadores anónimos de Quinto Sol. Este trabajo se desarrolló en el marco del proyecto: “Universitarios, artistas e intelectuales en la Argentina. Prácticas culturales, producción de saber y modos de intervención política, 1900-1975”, que dirige Osvaldo Graciano en el Centro de Estudios en Historia, Cultura y Memoria en la Universidad Nacional de Quilmes.
2 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional de Quilmes. Centro de Estudios en Historia, Cultura y Memoria. Argentina. Correo electrónico: lcarreno1@uvq.edu.ar.
3 Del Mazo, G. (marzo de 1918). Discurso de Del Mazo. Ideas, III (16), pp. 70-71. Agradezco a Natalia Bustelo el acceso a la revista Ideas.
4 El CEM se creó en 1900, mientras que el CED y el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras (CEFyL) surgieron en 1905. El CEI apareció en 1904, por la unión de la Línea Recta –asociación creada en 1897– y la Asociación Atlética de la Facultad de Ingeniería. Barbich, J. (julio de 1916). Breve reseña histórica sobre el Centro de Estudiantes de Ingeniería. Revista del CEI, XVI (169), pp. 176- 186. Biblioteca de la Facultad de Ingeniería, Universidad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
5 Esta asociación había sido fundada en 1875 por un grupo de estudiantes liderados por José Ramos Mejía.
6 Entre estas se señala la red de los estudiantes católicos; la red del socialismo científico (en torno a los Centros Ariel, la Universidad Libre y la Federación de Asociaciones Culturales) y, por último, la red del idealismo estético (tramada por el Ateneo Universitario y el Colegio Novecentista) (Bustelo, 2013).
7 Arturo Sobral, Gabriel del Mazo y Osvaldo Loudet, presidentes del CEI y del CEM respectivamente, fueron también miembros del Ateneo Universitario; mientras que Gregorio Bermann, miembro del CEM, participó de los Centros Ariel.
8 El conflicto de la Facultad de Medicina (enero-abril de 1906). Revista del CEM, V (53-56), pp. 384-399. Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
9 FU (julio de 1911). Sesión ordinaria del 6 de mayo de 1910. Revista del CMA-CEM, XI (119), pp. 723-724. Biblioteca de la Academia Nacional de Medicina, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
10 La realización de estos congresos, organizados en 1908 por los estudiantes uruguayos, revela también las estrechas vinculaciones que unían a los estudiantes con el mundo de la política, dado que estos encuentros se realizaban con el respaldo de las autoridades universitarias y nacionales (Biagini, 2012, p. 74).
11 Del Mazo, G. (abril de 1917). Memoria del CEI 1916-1917. Revista del CEI, XIV (179), p. 493.
12 Gómez López, P. (marzo de 1920). De interés general. Revista del CMA-CEM, XX (223), p. 212.
13 Actas de Secretaría. 18ª Sesión ordinaria. 1º de mayo de 1916, a las 5 y 30 p. m. (mayo de 1916). Revista del CEI, XVI (167), p. 669.
14 Bermann, G. (mayo-junio de 1916). Informe del Comité de Extensión Universitaria. Revista del CMA-CEM, XVI (177-178), p. 460.
15 Loudet, O. (mayo-junio de 1915). Memoria del CMA-CEM. Período 1914-1915. Revista del CMA-CEM, XV (165-166), p. 574.
16 La influencia del arielismo también estaba presente en Bermann, miembro de los Centros Ariel. Sin embargo, desde esa instancia compartía una lectura del Ariel en la que identificaba la misión de la juventud con la difusión, no de una cultura estética capaz de formar un espíritu selecto, sino de la ciencia socialista entre los obreros (Bustelo, 2013).
17 Asamblea General Ordinaria. 19 de Mayo de 1917 (julio de 1917). Revista del CMA-CEM, XVII (191), p. 816.
18 G.M.C. (septiembre de 1914). El día del estudiante. Revista del CEI, XV (147), p. 63.
19 Raitzin, A. (junio de 1911). La capa estudiantil. Revista del CEM-CMA, XI (118), pp. 539-540.
20 Brignardello, H. (abril de 1911). La educación física en las universidades norte-americanas. Revista del CMA-CEM, XI (116), pp. 299-302.
21 FU (octubre de 1917). Sesión ordinaria del 21 de julio de 1916. Revista del CEI, XVIII (184), p. 93.
22 Bullrich, E. (agosto de 1918). Memoria de la Presidencia Bullrich. Período 1917- 1918. Themis, XI (70), p. 171. Biblioteca Nacional, Hemeroteca, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
23 Este proceso se observa principalmente en el CEM, cuya principal carrera era considerada como una vía privilegiada de ascenso social. Por el contrario, la Facultad de Derecho congregaba a estudiantes de familias adineradas (Buchbinder, 2010, p. 75).
24 En Medicina, los estudiantes podían trabajar en ayudantías rentadas. Según un informe del CEI, cerca de un 90% de los estudiantes se empleaban en oficinas técnicas. Notas enviadas por el centro (marzo-abril de 1913). Revista del CEI, XIII (129-130), pp. 1554-1555. En el CED se tramita el permiso para que los estudiantes puedan trabajar en los tribunales para enmendar la situación de los que trabajan ad honoren o “con escasísima remuneración en reparticiones como el correo”. Campo, J. M. (agosto-septiembre de 1916). Práctica de los estudiantes de derecho en los tribunales de la capital. Revista del CED, X (60), pp. 662-666. Biblioteca Nacional, Hemeroteca, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
25 Como ejemplo de estas dificultades se cita una nota de la FU al rector en la que se pide una disminución del 10% sobre las cuotas de aranceles. Nota de la FU al Rector Eufemio Uballes. 27 de julio de 1916. Caja R-190, carpeta G-30 3. Archivo Histórico de la Universidad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
26 Actas de Secretaría. Sesión extraordinaria 8/06/1915 (octubre de 1915). Revista del CEI, XVI (160), p. 166.
27 De nuestras aulas (noviembre de 1917). Revista del CEI, XVII (185), p. 243.
28 La redacción en el campo (mayo de 1918). Revista del CEI, XVIII (191), p. 615.
29 La mujer en la Facultad (mayo de 1918). Revista del CEI, XVIII (191), s.p.
30 Tileno, A. (septiembre de 1916). El día del estudiante. La farándula del 21. Un ejemplo de incultura. Revista del CEI, XVII (171), p. 616.
31 La farándula universitaria (agosto-septiembre de 1916). Revista del CED, X (60), p. 669.
32 Nota de la FU al Rector Eufemio Uballes. 21 de septiembre de 1916. Caja R-191, carpeta G-31 3. Archivo Histórico de la Universidad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Referencias bibliográficas
1. Agulhon, M. (2009) [1986 edición en francés]. El círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1946. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
2. Barrancos, D. (2010). Mujeres en la sociedad argentina. Una historia de cinco siglos. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
3. Bertoni, L. A. (2007). Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a finales del siglo XIX. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.
4. Biagini, H. (1999). El movimiento estudiantil reformista y sus mentores. En H. Biagini (Comp.) La Universidad de La Plata y el movimiento estudiantil (pp. 153-200). La Plata, Argentina: Universidad Nacional de La Plata.
5. Biagini, H. (2012). La contracultura juvenil. De la emancipación a los indignados. Buenos Aires, Argentina: Capital Cultural.
6. Bioy, A. (1963). Años de mocedad (Recuerdos). Buenos Aires, Argentina: Nuevo Cabildo.
7. Bruno, P. (2014) (Dir.). Introducción: Sociabilidades y vida cultural en Buenos Aires, 1860-1930. En Sociabilidades y vida cultural: Buenos Aires, 1860-1930 (pp. 9-26). Bernal, Argentina: Universidad Nacional de Quilmes.
8. Buchbinder, P. (2010) [2005 edición original]. Historia de las universidades argentinas. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
9. Bustelo, N. (2013). La juventud universitaria de Buenos Aires y su vínculo con las izquierdas en los inicios de la Reforma Universitaria (1914-1922). Revista Izquierdas, 16, 1-30. Recuperado de http://www.izquierdas.cl/ediciones/2013/numero-16-agosto.
10. Chiroleu, A. (2000). La Reforma Universitaria. En R. Falcón (Dir.) Nueva Historia Argentina. Democracia, conflicto social y renovación de ideas, tomo VI (pp. 357-389). Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
11. Dunning, E. (1992) [1986 edición en inglés]. La dinámica del deporte moderno: Notas sobre la búsqueda de triunfos y la importancia social del deporte. En N. Elias y E. Dunning. Deporte y ocio en el proceso de la civilización (pp. 247-269). Madrid, España: Fondo de Cultura Económica.
12. Federación Universitaria. (1912). Relación oficial del Segundo Congreso Internacional de Estudiantes Americanos celebrado en Buenos Aires de 9 a 16 de Julio de 1910. Buenos Aires, Argentina: Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional.
13. Fuentes, S. G. (2016). Un club para “nosotros” en la reforma del 18. Sentidos de la universidad y la nación en los jóvenes universitarios no reformistas. Revista Iberoamericana de Educación Superior, 7 (18), 60-81. Recuperado de http://www.redalyc.org/toc.oa?id=2991&numero=43567.
14. González Bernaldo de Quirós, P. (2008). La “sociabilidad” y la historia política. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 7. Recuperado de https://nuevomundo.revues.org/24082.
15. Graciano, O. (2008). Entre la torre de marfil y el compromiso político. Intelectuales de izquierda en la Argentina, 1918- 1955. Bernal, Argentina: Universidad Nacional de Quilmes.
16. Halperín Donghi, T. (2012) [1962 edición original]. Historia de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires, Argentina: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
17. Lorenzo, M. F. (2016). “Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a la universidad”. Las académicas en la Universidad de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX. Buenos Aires, Argentina: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
18. Losada, L. (2008). La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle Époque. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
19. Losada, L. (2009). Historia de las elites en la Argentina desde la conquista hasta el surgimiento del peronismo. Buenos Aires, Argentina: Sudamericana.
20. Lvovich, D. (2003). Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina. Buenos Aires, Argentina: Javier Vergara Editor.
21. Portantiero, J. C. (1978). Estudiantes y política en América Latina. El proceso de la reforma universitaria (1918-1938). México DF, México: Fondo de Cultura Económica.
22. Rojkind, I. (2012). “El gobierno de la calle”. Diarios, movilizaciones y política en el Buenos Aires del novecientos. Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, 84, 97-123. DOI: http://dx.doi.org/10.18234/secuencia.v0i84.1170.
23. Sabato, H. (2012). Estado y sociedad civil. En E. Luna y E. Cecconi (Coords.) De las cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en la Argentina, 1776-1990 (pp. 101- 170). Buenos Aires, Argentina: Edilab.
24. Taborda, S. (1918). Julián Vargas. Córdoba, Argentina: Elzeviriana.
25. Terán, O. (2009). El Ariel de Rodó o cómo entrar en la modernidad sin perder el alma. En L. Weinberg (Comp.) Estrategias del pensar I (pp. 45-64). México DF, México: Universidad Nacional Autónoma de México.
26. Vagliente, P. J. (2016). Asociativa, movilizada, violenta. La vida pública en Córdoba, 1850- 1930, tomo II. Villa María, Argentina: Editorial Universitaria de Villa María.
Fecha de recepción de originales: 23/06/2016.
Fecha de aceptación para publicación: 17/06/2017.