DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs1201
RESEÑAS
María Celia Bravo1
Se trata de una investigación minuciosa que culminó en una Tesis Doctoral
defendida en la Universidad de Buenos Aires en el año 2011, posteriormente
distinguida con el premio Tesis de Doctorado en Historia en el marco
del primer concurso de Tesis Doctorales “Profesor Félix Weinberg”, organizado
por el Centro de Estudios Regionales dependiente del Departamento de
Humanidades de la Universidad Nacional del Sur.
El libro recorre la conflictiva coyuntura desatada por la política de conciliación
implementada por el presidente Nicolás Avellaneda y centra su análisis
en la provincia de Córdoba, caso particularmente interesante por el acceso
al gobierno de un nuevo grupo político encabezado por Antonio del Viso,
quien accede al poder de una manera un tanto fortuita. Este sector se propone
coordinar los trabajos electorales para impulsar la candidatura presidencial de
Julio A. Roca en las provincias, postulación resistida por el mitrismo a través de
distintas vías. El grupo que sustentó a del Viso pertenecía a un sector minoritario
del autonomismo cordobés. Se distinguía por su juventud, por su diferente
interpretación de la coyuntura histórica en momentos de recambio presidencial
y por su voluntad de construcción de poder. Estos factores aportaron conflictividad
a la situación provincial, complicada por los avatares de la conciliación
y por las campañas electorales desarrolladas en el territorio cordobés y
en la nación. La investigación se detiene en ese cruce que permite analizar en
paralelo la escala nacional y la provincial, estrategia acertada en tanto otorga
mayor capacidad explicativa a las posiciones asumidas por los actores políticos
en un período marcado por inminentes tempestades.
En ese contexto, la autora analiza la dinámica de la política cordobesa
de la década de 1870, marcada por un nuevo “consenso”, resultante de la derrota
de los levantamientos federales y de la muerte de Justo José de Urquiza,
que acaecieron en un momento de debilidad del mitrismo. En esa coyuntura se votó en 1870 una nueva constitución provincial que instituyó el cargo de vicegobernador,
la regulación del juicio político, las bases del sistema municipal y
electoral con la implementación del voto secreto y la formación de un nuevo
Poder Legislativo de carácter bicameral. Tal renovación institucional se sustentó
en un acuerdo entre los dos partidos actuantes, el nacionalismo y el autonomismo,
cuyo acercamiento residió en el respaldo común a los candidatos
presidenciales Domingo F. Sarmiento y Nicolás Avellaneda. Así, figuras identificadas
con el mitrismo como Clímaco de la Peña y Felipe Díaz confluyeron
con autonomistas como Filemón Posse y Antonio del Viso en torno a la política
nacional. Esta fórmula de consenso cimentó el armado de las candidaturas al
Poder Ejecutivo Provincial, expresadas en las figuras de Clímaco de la Peña y
Antonio del Viso, como gobernador y vicegobernador de Córdoba.
Los tiempos de acuerdos políticos pueden ser particularmente útiles
para analizar el repertorio de las prácticas políticas. En este caso, las investigaciones
de Cucchi nos revelan los manejos políticos cordobeses comunes a
las de otras provincias argentinas, sustentadas en la actividad electoral de los
clubes encargados de organizar a los votantes, especialmente de la capital. Las
convocatorias se anunciaban desde los respectivos órganos de prensa, que se
multiplicaron a lo largo de la década. Este cuadro se completaba con el papel
desarrollado por la guardia nacional, el ejército y la policía, instituciones claves
en el control de las situaciones electorales.
La política cordobesa se conmovió con la muerte de Clímaco de la Peña,
quien falleció antes de asumir. En ese marco, se instala el dilema: ¿debía asumir
el vicegobernador o se llamaba a una nueva elección? Mientras Rodríguez,
el gobernador saliente, sostenía la necesidad de convocar una nueva elección
(solución defendida por el mitrismo), el presidente del Colegio Electoral afirmaba
que el cuerpo ya había realizado la elección. Prevaleció esta posición,
fortalecida por el respaldo del gobierno nacional, y Antonio del Viso asumió
como gobernador, aunque la legalidad de su gestión fue cuestionada en distintas
oportunidades desde la prensa opositora. Como advierte la autora, Del Viso
comenzó su gobierno con una base de sustentación precaria, situación que lo
obligó a formar un gabinete que respetaba en parte las coordenadas diseñadas
por Peña. Se incorporó a Carlos Bouquet, proveniente de ese grupo, como
ministro de Hacienda y a Miguel Juárez Celman, que actuaba en el círculo
autonomista cercano al mandatario, en el Ministerio de Gobierno. El gobierno
comenzó a construir su base de poder en la administración a través de las designaciones
de jefes políticos, de comandantes militares y de la reorganización
de la guardia nacional, posiciones claves para el armado de las elecciones.
El libro describe con precisión las modalidades adoptadas por el Ejecutivo para propiciar las renuncias de los jefes políticos, cuyos nombramientos
precisaban de acuerdos del Senado, ámbito donde no contaba con
mayoría, aunque tenía potestad para removerlos. Estos funcionarios operaban
como nexos directos entre los departamentos y el gobierno, tenían amplias
funciones, entre ellas la confección de los registros cívicos y la designación de
las autoridades electorales. Del Viso removió 16 jefes políticos de los 21 departamentos
de campaña, práctica que precipitó los conflictos con la Cámara de
Diputados. La reorganización de la guardia nacional supuso el nombramiento
de nuevos comandantes y sargentos con el objetivo de quebrar redes previas,
al tiempo que la Inspección General de Guardias Nacionales quedó a cargo de
Ismael Galíndez, identificado con el autonomismo.
Tales cambios coincidieron con la política de conciliación impulsada
por el gobierno nacional, que procuraba atenuar la conflictividad derivada de
las revoluciones. Se concedió una amplia amnistía al mitrismo, además del
compromiso de armar listas conjuntas en las elecciones provinciales. La decisión
abrió un horizonte de incertidumbre, puesto que otorgaba al mitrismo el
retorno a posiciones legislativas en los distritos y desató la disputa en el propio
gabinete de Avellaneda. En el Ministerio del Interior fue designado Saturnino
Laspiur, de larga vinculación con los grupos católicos de Córdoba, mientras
que en el Ministerio de Guerra, se incorporó a Julio A. Roca, quien reemplazó a
Adolfo Alsina tras su fallecimiento. La política de la conciliación, como señala
Cucchi, fue objeto de varios estudios en los territorios provinciales y suscitó
opiniones políticas diversas por parte de los contemporáneos. Para los políticos
del interior cercanos al gobierno nacional, la conciliación manifestaba la debilidad
del presidente, mientras que para los mitristas, el nombramiento de Roca
en el gabinete señalaba la definición de un futuro candidato a la presidencia
de la república. El autonomismo cordobés, como lo indica con acierto la autora,
percibía un panorama de incertidumbre. Consideraba que la debilidad de
Avellaneda había revitalizado la actividad del mitrismo en la provincia y, en
consecuencia, había enmarañando el camino para una candidatura presidencial
sustentada en las demandas de las provincias interiores.
En este contexto, despunta la actividad del gobierno de Córdoba a través
de la relación activa con sus pares de las provincias de Santiago del Estero,
San Luis, Mendoza, Catamarca, Santa Fe y Entre Ríos con el objetivo de reorganizar
el Partido Autonomista, contrarrestando la iniciativa porteña en el mismo
sentido. La investigación de Cucchi sigue con minuciosidad la red urdida
por Roca, quien recomendaba el contacto con amigos políticos del interior.
La estrategia se coronó con la invitación a los gobernadores para discutir un
curso de acción común respecto de las candidaturas presidenciales. Mientras el mitrismo definía su fórmula al enarbolar las figuras de Carlos Tejedor y Saturnino
Laspiur, desde Córdoba se lanzaba la candidatura de Roca, realzada
por la ocupación de Río Negro durante su campaña militar. Esta iniciativa fue
replicada por los clubes autonomistas de las distintas provincias.
En el desarrollo de la instancia electoral afloró con fuerza la disputa política.
Se formaron clubes para respaldar a los distintos candidatos y la prensa
añadió su dosis de confrontación que en Córdoba se potenció con la elección
a gobernador de la provincia, prevista para noviembre de 1879. En el autonomismo
la candidatura de Juárez Celman a gobernador era un asunto definido,
pero en la oposición conciliada se manifestaban dificultades para conformar
un cuadro homogéneo en virtud de la discordancia de los sectores católicos,
idiosincrasia cordobesa debido a la presencia de la universidad como actor
político. Los conciliados buscaron infructuosamente la mediación de Avellaneda
y de del Viso para desplazar la candidatura de Juárez Celman, mientras
Gerónimo del Barco, postulado por la oposición, reconsideraba la vía del
levantamiento armado si fracasaban las negociaciones en dichas esferas.
Un aspecto valioso de la investigación consiste en el análisis político de
los discursos. La autora examina con sagacidad los argumentos de la prensa
opositora y traza una línea de equivalencias entre los términos de “oposición”,
“pueblo” y “opinión pública”, al tiempo que enfatiza la cisura establecida
entre “pueblo” y “gobierno”, dicotomía que se sintetizaba en la figura “fin de
las libertades y las instituciones”. Tales estrategias discursivas guardaban afinidad
con los postulados mitristas y se expresaban en el periódico El Nacional,
mientras que el Eco de Córdoba incorporaba a esos argumentos la impronta
católica al denunciar el abierto desafío de las políticas de Juárez Celman a
las autoridades eclesiásticas. Por su parte, la prensa autonomista asociaba el
vocablo “liberal” con la construcción de un Estado provincial laico e introdujo
distinciones en la expresión homogénea de pueblo, al diferenciar una mayoría
destinada a gobernar y una minoría a la que le cabía representación parlamentaria
a través de una futura reforma de la constitución. En esa sintonía sostenía
que la lucha armada y la guerra civil debían ser reemplazadas por el debate
parlamentario. Por lo tanto, se debía estimular el desarrollo de los partidos y
el respeto a la diversidad de sus concepciones políticas. Sin embargo, estos
argumentos no esmerilaron la cohesión de la oposición, que se consideraba un
sector excluido (no necesariamente minoritario), aunque para el autonomismo
se trataba de un grupo minúsculo enfrentado sistemáticamente a la marcha del
gobierno por intereses personales.
El autonomismo llegó a la elección provincial con un control sólido
y extendido de la administración al colocar en la Jefatura de Policía y en la Inspección de Armas (funcionarios relevantes en el desarrollo del proceso electoral)
a partidarios firmes. Por su parte, la oposición contaba con el financiamiento
generoso de sus aliados de Buenos Aires. En este tópico, el argumento
de Cucchi adquiere consistencia en tanto ilumina la gravitación de la política
nacional en la elección provincial, potenciada por la presencia de los integrantes
mitristas en el gabinete de Avellaneda. La autora analiza minuciosamente
las prácticas electorales en el contexto de una campaña que ambos partidos
juzgaban decisiva: el traslado de los dirigentes a la campaña, la organización
de los electores y los envíos de armas gestionadas por la oposición ante una
posible derrota. En esa línea de análisis, las dependencias estatales jugaron un
rol crucial. En torno a ellas se configuró un entramado de intercambios entre
dirigentes nacionales y provinciales, reflejados en la concertación de acuerdos,
información que se infiere de la correspondencia epistolar revisada minuciosamente
por la autora.
La prensa se colocó en la vanguardia de la trinchera electoral y el ambiente
se exaltó con la fundación de nuevos rotativos que reclamaban para sí la
función de censores del gobierno. En ese contexto, se procuró regular el rol de
la prensa a través de una ley propiciada por el autonomismo que establecía un
mayor control del Poder Judicial. Sin embargo, la nueva normativa no aplacó
el ímpetu de las acusaciones lanzadas por la prensa opositora. En ese clima
caldeado se desarrollaron las elecciones provinciales con incidentes violentos.
El triunfo correspondió al oficialismo, que se impuso en casi todas las mesas,
en el marco de votaciones que se destacaron por el alto porcentaje de participación:
sufragaron aproximadamente alrededor del 20 % de los ciudadanos
habilitados.
Los derrotados no aceptaron el resultado electoral. El siguiente paso
consistió en activar el operativo revolucionario coordinado por un comité dirigido
por Lisandro Olmos como jefe militar, quien era miembro de la Legislatura
porteña, y por Gerónimo del Barco, un dirigente conciliado, como jefe
civil. El movimiento coincidió con la decisión desafiante de Tejedor de resistir
la candidatura de Roca y de convocar a la guardia nacional para realizar los
ejercicios doctrinales. La revolución fracasó debido a la fidelidad de los destacamentos
militares al gobierno y en consecuencia, Juárez Celman asumió como gobernador de la provincia en mayo de 1880. Estos acontecimientos
estaban relacionados con la sucesión presidencial, Roca había triunfado en las
urnas pero su victoria solo podía hacerse efectiva con la derrota militar de las
milicias porteñas dirigidas por Tejedor. De modo que, la investigación explica
y documenta la conexión estrecha entre la política nacional y provincial, cuya
resultante se manifestó en un pico de conflictividad que se resolvió a través de las armas en ambos territorios.
Las vicisitudes reseñadas adquieren además mayor significado cuando
se examinan los discursos que enmarcaron tales acciones. Los términos de
“levantamiento” o “revolución” esgrimidos por los conciliados remitían, como
señala Cucchi, a una tradición revolucionaria que suponía la resistencia a las
imposiciones de un gobierno considerado despótico. Sin embargo, esta argumentación
omitía un dato central: la vigencia de la constitución que condenaba
los levantamientos armados al considerarlos delitos de sedición. En ese
registro se articuló el discurso autonomista que procuró escindir la tradición
revolucionaria de Mayo y el levantamiento contra Rosas (entendidos como
movimientos legítimos y necesarios ante la ausencia de un estado de derecho)
de los levantamientos sediciosos destinados a vulnerar las prescripciones de la
carta constitucional. Esta línea argumental se inscribía en el acervo discursivo
del gobierno nacional y había sido desarrollada por Sarmiento y Avellaneda.
El abordaje adoptado por Cucchi otorga claridad interpretativa a los
discursos y restituye racionalidad e inteligibilidad a los actores políticos en
pugna. En efecto, el análisis de los discursos y las percepciones políticas de los
partidos permite a la autora superar los caminos trillados de la historia política
donde la dinámica de las facciones o el faccionalismo erigido en sistema se
resuelve a través de explicaciones sencillas y reiteradas. En términos de Cucchi
se trata de respuestas “circulares y totalizadoras” que sugieren la tendencia de
los partidos a resolver sus rivalidades a través del motín y la revuelta, pero omiten
las diferencias ideológicas y los argumentos esgrimidos por los antagonistas
en función de las circunstancias, de sus tradiciones y sus valores políticos.
En suma, Antagonismo, legitimidad y poder político en Córdoba, 1877-1880 aporta complejidad explicativa en tanto relaciona los discursos de la
prensa, los argumentos de los dirigentes nacionales y provinciales, los debates
en la Legislatura provincial con las prácticas de los partidos y las decisiones
de los gobiernos, expresados en las acciones de los diversos actores que
participaron en las instancias electorales. Otro mérito relevante consiste en el
análisis de la situación cordobesa en diálogo con la política nacional y con la
situación de distintas provincias argentinas. De esta forma, se configura una
densa trama narrativa que remite a un uso inteligente de las fuentes utilizadas,
en tanto combina archivos de la provincia de Córdoba y archivos nacionales,
cuya potencialidad se enriquece con textos de época y con un profuso respaldo
bibliográfico actualizado y adecuadamente seleccionado.
Notas
1 Instituto Superior de Estudios Sociales-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Universidad Nacional de Tucumán. Argentina. Correo electrónico: mceliabravo@hotmail.com.