DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v22i1.1190
ARTÍCULOS
“Nationalists, liberals, democrats”. Alfonso de Laferrère and the journal Política (1923-1924)
Boris Matías Grinchpun1
Resumen: En junio de 1923 Política salió a las calles porteñas. La revista, opositora al gobierno radical, sostuvo miras “renovadoras” y fue dirigida por dos jóvenes con inquietudes literarias y una larga militancia demoprogresista: Alfonso de Laferrère y Julio Noé. Los vínculos con el Partido Demócrata Progresista no terminaron allí, en tanto la publicación contó con la colaboración de figuras destacadas como Carlos Ibarguren y Lisandro de la Torre. Estos notables aportes y la cuidada edición no impidieron el fracaso de la empresa, menos de un año después. Su desafío a la “tregua alvearista” y su crítica del sistema político argentino -afines al liberalismo y el reformismo- cayeron en un virtual olvido. No obstante, la publicación fue recuperada por autores vinculados al nacionalismo de derechas, quienes la celebraron como pionera de las “nuevas ideas”. ¿Era Política una hoja del demoprogresismo, o se trataba en cambio de una antecesora de La Nueva República? Para responder este y otros interrogantes, este artículo recorre la trayectoria de Política prestando especial atención a la recepción de las derechas europeas. Siguiendo particularmente al “maurrasiano ortodoxo” Laferrère, se observarán los vínculos y tensiones existentes entre los discursos liberal, democrático y nacionalista a principios de los años veinte.
Palabras clave: Política; Demócrata progresista; Nacionalismo; Laferrère; Maurras.
Abstract: In June 1923 Política hit the streets of Buenos Aires. The journal, opposed to the Radical administration and with “renovating” aims, was run by two young men with literary interests and a long-standing Demo-progressive partisanship: Alfonso de Laferrère and Julio Noé. The ties with the DPP did not end there, as this publication featured pieces from notable party characters such as Carlos Ibarguren and Lisandro de la Torre. This noteworthy contributors did not stop the demise of this endeavor, which took place less than a year later. Its defiance of the “Alvearist truce” and its critique of the Argentinean political system, close to Liberalism and Reformism, were mostly forgotten. Nonetheless, authors related to rightwing Nationalism exalted Política as a harbinger of the “new ideas”. Was this journal a Demo-progressive publication, or was it a forerunner of La Nueva República? To answer this and other questions, this article will explore the short life of Política paying close attention and to the reception of European right-wing ideas. Following the “orthodox Maurrasian” Laferrère, this essay will scrutinize the links and tensions between Liberal, Democratic and Nationalist discourses in the early 1920s.
Key words: Política; Progressive democrat; Nationalism; Laferrère; Maurras.
El primer número de la revista Política apareció en las calles porteñas en junio de 1923.2 Su misión era explicitada en el editorial inicial, donde manifestaba su “disconformidad con el actual momento político” y planteaba la necesidad de un “nuevo contenido”. El principal motivo de insatisfacción era el radicalismo, un “partido de emergencia” que habría surgido únicamente para alcanzar el sufragio libre, por lo cual “debió extinguirse con la transitoria circunstancia que lo determinó”. Sin embargo, el disenso no conllevaba una impugnación del sistema democrático. Por el contrario, la publicación se colocaba en “el centro”, entre aquellos que sostenían “la necesaria transformación de las instituciones y creen que el progreso social se hace más por evolución que por revolución”. Política establecía abiertamente una distancia con los desarrollos que tenían lugar en otras latitudes:
“creemos en las soluciones intermedias, en el liberalismo y en la democracia progresiva. Puede Europa desecharlos después de un siglo de práctica intensa, y puede en plena crisis de todas sus instituciones, preferir el régimen de los ‘soviets’ o la dictadura de los ‘fasci’. Pero Europa ha sufrido la catástrofe; nosotros, no”.3
Esta publicación −que no veía como contradictorio el hecho de autoproclamarse
nacionalista, liberal y demócrata al mismo tiempo− era dirigida
por dos jóvenes con una fiel militancia demoprogresista: Alfonso de Laferrère
y Julio Noé. Ambos se habían unido al Partido Demócrata Progresista (PDP) en
una fecha tan temprana como 1915,4 y el segundo había llegado a figurar en la
lista de candidatos a concejales por la ciudad de Buenos Aires en las elecciones
de 1922 (Salazar Anglada, 2007, p. 122).
No obstante, las carreras de estas figuras se extendían más allá de la
agrupación heredera de la Liga del Sur. Laferrère podía ser considerado un
experimentado periodista, con una trayectoria que había comenzado en 1910
en el matutino El País, donde conoció a Alberto Gerchunoff, Mariano de Vedia
y Francisco Uriburu. Las buenas relaciones cultivadas allí, en especial con el
último, fueron determinantes en el futuro profesional de Alfonso, quien, tras el
cierre de El País y un fugaz paso por La Gaceta de Buenos Aires, se incorporó
a La Mañana (Laferrère, 1990, pp. 341-343). Tras la desaparición de este periódico,
en septiembre de 1919, Laferrère se convirtió en el jefe de redacción
de La Fronda, nuevo emprendimiento de Uriburu. Sin embargo, el columnista
no permaneció por mucho tiempo dentro del staff. La cáustica réplica que el
director dirigió en 1922 a un discurso de Lisandro de la Torre, en el cual este
criticaba duramente a la Concentración conservadora, motivó la renuncia de
Alfonso (Tato, 2004, pp. 101-106, 123-124). El redactor se abocó entonces al partido: fundó, junto con el abogado Emilio Giménez Zapiola, el diario Tribuna
Demócrata, desde donde impulsó la fórmula presidencial Carlos Ibarguren-Franscisco Correa (Laferrère, 1990, p. 344). La nueva derrota electoral del PDP
precipitó el final de la empresa y el retorno de Laferrère a La Fronda, donde
ocupó el cargo que había dejado vacante Uriburu, consagrado diputado en los
comicios (Tato, 2004, p. 128). Pero el regreso fue efímero: Alfonso se retiró en
octubre de 1922 y, dejando de lado los sueltos que solía publicar, siguió una
senda independiente a la de su mentor.
Noé, por su parte, desplegó una carrera notable en el ámbito académico
y literario. Tras graduarse como abogado en la Universidad de Buenos Aires en
1915, se convirtió en profesor suplente de Literatura Europea Meridional en
la Universidad de La Plata y codirigió Nosotros junto a Alfredo Bianchi entre
septiembre de 1920 y marzo de 1924. Devenido en un crítico respetado y un
asiduo participante de las tertulias porteñas, Noé publicaría en 1926 una influyente
antología de poesía argentina (Gálvez, 2002, pp. 591-592; Salazar Anglada,
2007, pp. 172-176). Era, asimismo, un ferviente admirador de las letras
francesas, característica que compartía con Laferrère, con quien se conocían
previamente al lanzamiento de Política.5
Los vínculos de la revista con el demoprogresismo fueron más allá de
estas actividades. La columna vertebral del mensuario estuvo integrada por los
aportes de personalidades notorias del partido como De la Torre, quien buscó difundir algunos de los proyectos que estaba impulsando en el Parlamento;
Correa, quien reflexionó sobre la Constitución Nacional; e Ibarguren, quien
se volvió una suerte de especialista en política exterior.6 Los artículos no provinieron
solamente de figuras políticas, también se dio espacio a escritores
afines como Gerchunoff.7 El estrecho contacto podía observarse además en los
avisos publicitarios que eran adquiridos mayormente por correligionarios que
promocionaban su práctica profesional, como Juan José Díaz Arana, Giménez
Zapiola y el mismo Ibarguren. De todas maneras, Política no fue una hoja
exclusivista: los directores echaron mano de sus conexiones personales para
sumar plumas con un perfil más estrictamente artístico e intelectual, como el poeta Delfín Ignacio Medina, el escritor Manuel Gálvez,8 el filósofo mexicano
Antonio Caso y hasta hubo lugar para un radical antipersonalista como Francisco
Barroetaveña.9
La extensión de los artículos, así como la complejidad de algunos de
ellos, hablarían de un objeto cultural medianamente sofisticado, que habría
privilegiado la lectura intensiva por sobre la extensiva y la opinión por sobre
la información (Girbal Blacha y Quattrocchi Woisson, 1997, p. 26; Eujanián,
1999, p. 31). La presentación era sobria, incluso austera: una clara tipografía
facilitaba la lectura de los textos, los cuales no estaban acompañados por fotografías,
ilustraciones ni grandes detalles estéticos. Este minimalismo podría
estar vinculado con el módico precio de veinte centavos, fijado tal vez para
facilitar la circulación de una hoja que perseguía fines proselitistas. Tampoco
debería pasarse por alto el hecho de que no contaba con grandes recursos
financieros, sobre todo si se toman en cuenta las insistentes invitaciones a los
lectores para suscribirse.
Frente a las novedosas publicaciones de interés general (Eujanián, 1999,
pp. 127-128), la revista de Laferrère y Noé parecía remitir al modelo de la
antigua prensa facciosa. El espacio imaginario en el que se ubicaba no era por
cierto muy amplio, y apelaba a “algunos argentinos de la nueva generación
-los más perspicaces, los más cultos, los más desinteresados de personales
beneficios-”.10 No obstante, el ámbito político-intelectual concreto en el que
se posicionó habría sido todavía más reducido, quedando en buena medida
restringido a los elencos demoprogresistas y otros grupos opositores. A este público
se le ofreció un mensuario que, a pesar de ser furiosamente antirradical,
no omitió ataques contra otras fuerzas. Ciertamente, las virulentas diatribas
contra Hipólito Yrigoyen, su sucesor y sus colaboradores fueron in crescendo a
medida que las entregas se sucedían, y se llegó a la adopción de posturas sectarias
y al uso de difamaciones y epítetos. Si se toma a esta publicación como un
actor político (Borrat, 1989), entonces podría afirmarse que Política constituyó una impugnación a la “tregua alvearista” decretada por diversos sectores del
periodismo.11
La cuidada edición y la notoriedad de los colaboradores no impidieron
que la iniciativa naufragara al poco tiempo. Aquejada por una inconstante
masa de lectores y por dificultades pecuniarias, Política se interrumpió tras la
publicación de nueve números, en marzo de 1924. De esta forma, se unió a
la larga lista de efímeras revistas “de debate y de combate” aparecidas durante
el siglo XX (Girbal Blacha y Quattrocchi Woisson, 1997, p. 27). La coincidencia
con las elecciones legislativas de ese año, en las que Noé fue candidato
a diputado, sugiere que el financiamiento de la publicación estaba, al menos
parcialmente, vinculado a la campaña electoral. Asimismo, la ofensiva antirradical
habría perdido impulso y atractivo con la consolidación de la “tregua”,
facilitada por una bonanza económica que la propia revista admitía. Así, esta
crítica al sistema político argentino, afín al liberalismo y la democracia, cayó
virtualmente en el olvido.12
Sin embargo, Política pasó a ocupar un lugar menor pero atendible dentro
de la autobiografía del nacionalismo argentino de derechas. En sus ampliamente
exploradas memorias, Gálvez le confería el estatus de difusora del “nacionalismo integral”: el artículo que había publicado allí definía “al radicalismo
como ‘romántico’, dando a esta palabra el sentido que le daban Maurras
y Laserre [sic]. Era romántico porque procedía por sentimientos, no por ideas
ni principios” (2002, p. 525). Juan Emiliano Carulla parecía confirmar este cuadro
al señalar que, como él, Laferrère “cojeaba de la pierna maurrasiana”, al
punto que suya sería “la idea de prohijar aquí, en Buenos Aires, un movimiento
nacionalista argentino que contemplara nuestra idiosincrasia y la tradición ético-política-jurídica de nuestra constitución” (1962, p. 241). Julio Irazusta
iría aún más lejos, al presentar la revista como una de las precursoras directas
de La Nueva República: “Alfonso de Laferrère y Julio Noé...habían redactado
[hacía] poco una revista cuyo título, Política, dice de la preocupación general
en el momento en que los fundadores de La Nueva República nos reunimos a
planear su aparición” (1975, p. 177). Incluso podría señalarse que el nombre
se correspondía con la famosa sección que Charles Maurras redactaba en su
controversial matutino L’Action Française.
La conexión, por cierto, no era descabellada. Dejando de lado que las
obras del provenzal circularon en el país desde principios de siglo, Laferrère
había tenido contacto de primera mano con el movimiento neomonarquista
durante un viaje por Francia entre 1920 y 1921. Es más: a su regreso, se encargó de difundir las ideas del autor de Enquête sur la Monarchie y de sus discípulos,
como Jacques Bainville.13 ¿No sería esto una prefiguración del periodista que
hacia finales de la década confesaba ser un “maurrasiano ortodoxo”?14 En otras
palabras, ¿era la revista una heredera de Tribuna Demócrata, o se trataba de
una antecesora de La Voz Nacional?
De seguro, los enlazamientos no son aquí sencillos ni unívocos. Las
fronteras entre el nacionalismo y otras identidades y lenguajes políticos fueron,
como ha señalado Daniel Lvovich (2011), bastante difusas a lo largo del siglo
XX. En este sentido, tildar de “nacionalistas” a expresiones bastante heterogéneas
de las derechas locales durante los años veinte habría conducido, según
Olga Echeverría (2010), a confusiones y abusos conceptuales. Aunque, más
que suprimir esta categoría, habría que redefinir los usos analíticos y sentidos
históricos que tendría para cada período. No debería obviarse, al considerar “los veinte”, que estos distan de ser un monolito, en tanto podrían distinguirse
en ellos coyunturas diversas, susceptibles de ser exploradas diacrónicamente.
En otras palabras, retomando la imagen de la gradación presentada por Lvovich,
observar si a lo largo del decenio ciertos grupos o figuras se desplazaron
por el espectro, alejándose o acercándose a los “extremos”.
Siguiendo esta línea, este trabajo recorrerá la corta vida de Política para
observar a través de sus posicionamientos políticos, las tensiones e intercambios
entre tres discursos que podrían denominarse liberal, demócrata y nacionalista.
Al mismo tiempo, se prestará atención a la recepción realizada de
algunas expresiones de las derechas europeas. En tanto revista, la hoja habría
funcionado como caja de resonancia de las transformaciones que se producían
en el ámbito cultural y político, local e internacional, aunque habría buscado
ser al mismo tiempo un actor relevante en ellos (Girbal Blacha y Quattrocchi
Woisson, 1997, pp. 23-26). En términos de Beatriz Sarlo, “la sintaxis de las revistas
rinde un tributo al momento presente justamente porque su voluntad es
intervenir para modificarlo”, y paralelamente, “lleva las marcas de la coyuntura
en la que su actual pasado era presente” (1992, p. 10). Pero, desoyendo uno de
los consejos de esta autora, aquí se tomarán en cuenta principalmente los editoriales,
donde se rastrearán los argumentos desplegados por Laferrère y Noé. El
foco se pondrá especialmente en el primero, quien, a diferencia de su compañero,
publicó varios artículos, apelando ocasionalmente a seudónimos. En este sentido, prestando atención al “espacio humano, escondido, donde se ‘cocina’
y se negocia el índice”, se cree aquí que Alfonso habría sido la figura que dio el
impulso principal a la empresa (Pluet Despantin, 1999, pp. 126-130). A través
de esta trayectoria, se intentará echar luz sobre las derivas del nacionalismo y
las derechas en la primera mitad de los años veinte.
Política arremetió reiteradamente contra aquellos que afirmaban que el cambio de gestión había sido benéfico para el país, ironizando con quienes suponían que “todo se ha transformado fundamentalmente en la política” y respondían a las críticas con “una exclamación confiada, casi optimista: ¡basta compararla con la administración anterior!”.15 La situación se volvía incomprensible debido a la falta de aptitudes atribuida al nuevo presidente, un “Irigoyen de salón” y “excelente pasajero de primera clase, que no ha hecho más que presidir comidas y opinar con acierto en conflictos de club”.16 La imagen no era novedosa: un año antes, al darse a conocer la fórmula Alvear-González,Tribuna Demócrata había colocado al candidato entre las:
“figuras sin perfiles que se borran en las caravanas cosmopolitas y pasean su ociosidad dorada por los sitios a la moda en que la vieja Europa, ahorrativa e irónica, sabe imponer tributos a la riqueza fácil y a la liviana vanidad. Pertenece a esa abundante categoría de compatriotas que hallan intolerable la vida argentina porque no participaron ni participan de ninguna de sus nobles fatigas”.17
La invectiva abandonaba una de las armas favoritas de los polemistas
antirradicales: la alusión a la baja extracción social y escasa sofisticación cultural
de los seguidores del “Peludo” –Yrigoyen– (Padoán, 2002, pp. 37-39). Al ser
Alvear un contraejemplo de estos rasgos, el refinamiento dejaba de ser reflejo
de una formación superior o de una sensibilidad cultivada para volverse señal
de sensualismo, materialismo y exotismo. La relación entre riqueza y degradación
era uno de los tópicos favoritos de los modernistas de la Buenos Aires
fin-de-siglo, a los que Laferrère había leído con entusiasmo en su juventud. Los lazos entre filisteísmo y fatuidad constituían uno de los ejes centrales del Ariel
de José Enrique Rodó, luego retomado por Gálvez, Ricardo Rojas y Leopoldo
Lugones.18 El primer mandatario era también tildado de “desarraigado”, préstamo
tomado de uno de los autores más apreciados por el modernismo, Maurice
Barrès.19 Sin llegar al nacionalismo de “la tierra y los muertos”, Tribuna Demócrata erigía el conocimiento de la “vida argentina” en condición excluyente
para gobernar el país. Los ataques persistieron durante el breve paso de Alfonso
por la dirección de La Fronda: aún antes de su regreso de París, el matutino
publicó sueltos ponzoñosos sobre los modales, la disposición y la retórica del
presidente electo. Las ceremonias realizadas por su arribo fueron consideradas
una “recepción excesiva”, ya que poco se sabía de este personaje: “por segunda
vez en la historia llega al poder un ciudadano que no ha dicho una sola
palabra como candidato ni puede ofrecer antecedentes de vida pública que por
sí solos equivalgan a un programa”.20
Los funestos pronósticos parecieron verse confirmados por la gestión del
“turista”, pintada con tonos crecientemente sombríos. Laferrère insistió sobre
la continuidad con lo previo, en tanto al mandatario “ningún rasgo lo distingue
[de su antecesor]. Tiene iguales defectos, adornados con risibles oropeles”.
Cuando el PDP fue derrotado en las elecciones santafesinas de 1923, la revista
denunció que el triunfo radical era hijo del fraude y le enrostró la “connivencia”
del presidente a:
“los que se afanaban en juzgarlo más recto que el señor Irigoyen, como si se pudiera ser más recto que el señor Irigoyen cuando se ha pasado la vida entera en su intimidad política...El señor Alvear, como el señor Irigoyen, supedita lo que la razón le revela a lo que sus odios le sugieren”.21
Las similitudes también podían rastrearse en la oratoria, mostrada como
un signo inconfundible de incapacidad. También en este aspecto, Política se mantenía en la línea modernista, que consideraba al estilo y la forma como
portadores de significado y creadores de sentido en sí mismos, incluso más importantes
que un contenido supuestamente autónomo (Terán, 2010, p. 159).22 Pero también recuperaba un lugar común de los polemistas antirradicales al
sentenciar que “la prosa” de Alvear estaría al nivel de “sus mejores correligionarios”,
ya que “evita como ellos pensar sobre las cuestiones que más interesan
a la Nación. O, mejor dicho, no piensa”. Para la revista, las reflexiones “intrascendentes” sobre las cuestiones más urgentes merecían incluirse en “una
antología de oradores radicales”.23
Tampoco las figuras que manifestaron una mayor distancia con el yrigoyenismo
despertaron las simpatías de la publicación: Vicente Gallo fue catalogado
como un “profesional de la indefinición” que había “pretendido recoger
los beneficios morales de su presunta divergencia” a pesar de que “nunca ha
pronunciado una palabra ni ha asumido una actitud que significaran oponerse,
con cierto riesgo, a la política irigoyenista, de cuyos éxitos fue beneficiario”.24 De hecho, todo el sector antipersonalista fue vilipendiado por su moderación,
manifestada en una retórica que “se disuelve en perífrasis abundantes y alusiones
esmeradas cuando se trata de atacar de frente al hombre cuyos manejos
repudian y temen en forma demasiado equilibrada para llegar a ninguna consecuencia
positiva”.25 Para Política, no saldría “del seno del radicalismo acostumbrado
a la dictadura y por ella seleccionado al revés, de donde surja, para bien
de todos, esa acción bienhechora” que evitara la debacle.26 En cierta forma, la
revista combinó las dos explicaciones de los triunfos radicales que Halperín
Donghi (2007, pp. 236-237) rastreó en las filas opositoras: por un lado, esas
victorias eran el producto de un engaño, del falso discurso demagógico y moralista
de un grupo de caudillos y, por el otro, eran el resultado de un “atavismo” que desafiaba toda lógica, excepto el fatalismo, el atraso y un cierto racismo.
Quien escapó de esta imagen uniformemente peyorativa fue, paradójicamente,
Yrigoyen. A pesar de la estrategia de asimilar los dos gobiernos radicales,
hubo ocasiones en las que Política magnificó la supuesta incompetencia
de Alvear subrayando las aptitudes del “caudillo pardo”, quien “sabe adónde va
y cuya astucia ríe piadosamente ante la incapacidad política de su sucesor”.27 Al igual que La Fronda, el mensuario demoprogresista insistió con la hipótesis
de que el expresidente continuaba ejerciendo una influencia perniciosa desde
su “cueva” en la calle Brasil, y llegó al extremo de denunciar la “sumisión al
Peludo”. Sin embargo, la revista de Laferrère y Noé se diferenció del matutino
de Uriburu por su agresividad hacia Alvear, “hombre de paja, lleno de ínfulas
y despojado de voluntad”,28 y por la tímida revalorización que hizo de su antecesor.
Si bien se lo incluyó entre los “gobernantes genuinamente bárbaros”,29 también se lo asoció con atributos positivos como la “astucia”, la “inteligencia”
y la “sagacidad política”.30 De hecho, era allí donde residía su peligrosidad: a
diferencia del común de la Unión Cívica Radical (UCR), la acción de Yrigoyen
tenía “unidad, tenacidad, lógica, en suma, así sea la lógica del desquicio total
perseguido como una garantía de predominio”.31
El escenario se volvía todavía más desalentador por la aparente claudicación
de los partidos, afectados por un “mal que viene minando a casi todos
los grupos opositores...cuando se recuerda el brío con que lucharon dos años
atrás, su actitud presente resulta inexplicable”.32 No obstante, poco esperaba
Política de los conservadores, atrapados en un “anti-radicalismo terco y excluyente”: “un partido que no tenga más proyecto que ése, es partido herido de
muerte”, por lo cual “de muerte están heridos el núcleo metropolitano y casi
todos los grupos políticos provinciales derivados de los que gobernaron hasta
1916”.33 Confiaba aún menos en el socialismo, el que:
“en la imposibilidad de lograr éxito electoral con su marxismo inicial y con el propósito de lucha de clases que lo justifica en todo el mundo, ha echado mano a un programa mínimo que...no asegura que en un determinado momento la posición y predominio adquiridos en su virtud, se truequen en peligros para la nacionalidad y el actual régimen económico”.34
La “única esperanza” residía en el PDP, porque había “roto con el inmediato
pasado político del país” y era “liberal, como lo han sido los grandes
partidos argentinos”. Sin ocultar los fracasos previos, Política admitía que “no
es todavía la hora de su victoria”. Incluso trastocaba estos contratiempos en disparadores
de mejoras y afirmaba, con dejos voluntaristas, que “el movimiento
se demuestra con la marcha y la fuerza con la acción”.35 Habiendo nacido a la
sombra de la denominada Ley Sáenz Peña, la gimnasia electoral se presentaba
como la única alternativa conciliable con los principios partidarios, aunque
quizás también era la garantía de una eventual victoria, en tanto dicha reforma
había contemplado justamente la aparición de un partido conservador “orgánico”, “moderno” y “de ideas”.36
Esta actitud favorable al orden republicano se manifestó también en las
reacciones frente al proyecto de modernización de la flota de guerra. Cuando
la iniciativa fue discutida en el parlamento, Laferrère publicó un artículo firmado
en el que, un tanto fortuitamente, catalogaba a Alvear de “armamentista”: “las armas constituyeron siempre su preocupación y es ésta la única materia
en la que se le atribuye alguna competencia”.37 Según un editorial anterior,
por este camino “vamos adoptando los pacíficos argentinos ciertas modalidades
que antes de la guerra cultivaban los alemanes con cuidado esmero y
que las tranquilas democracias desdeñaron o, por lo menos, tuvieron en poca
estima”.38 El radicalismo parecía sucumbir justamente a “lo que anhelaban los
grupos que han ostentado siempre entre nosotros cierto nacionalismo de montonera,
frenético, indocumentado y pernicioso para la Nación”.39 Para esas organizaciones, “patriotismo” no era más que “frenesí de matones”, como podía
leerse en “las proclamas de los Carlés, los Oliveros Escola y los Lugones, voceros
reconocidos de la familia militar”.40 Política se ensañó especialmente con
el escritor cordobés, quien habría brindado “un espectáculo lírico grotesco” con su “infortunada tentativa de aplicar a nuestro medio los procedimientos
del fascismo”.41 En este sentido, el mensuario retomaba los juicios negativos
emitidos por La Mañana frente a las actividades de la Liga Patriótica Argentina y
los discursos más xenófobos (Tato, 2004, pp. 97-98). Podría pensarse entonces
que Política, con sus invectivas contra el “nacionalismo desviado” de Lugones
y la Liga Patriótica, sería un escenario de la disputa de sentido sobre la nacionalidad
que, según para Michael Goebel (2013, pp. 287-288), se libraría en el
centro de todo nacionalismo.
Sin embargo, el centro de la telaraña no era ocupado por civiles, sino
por el ministro de Guerra Agustín P. Justo, “quien con una pasión restringidamente
profesional, aspira a constituir un Ejército numeroso cuya influencia en
el orden interno sea preponderante”. Por esta razón, “se deforma la realidad y
se pretende razonar adaptando caprichosamente a nuestro medio los hechos
europeos”.42 Lo que se temía era que este extravío propiciara una situación
similar a la de otros países:
“crear privilegios excepcionales a la clase militar con vistas hacia desenvolvimientos que hoy nadie puede prever dónde terminarán...Tal tendencia es un peligro para el desenvolvimiento normal de la vida política, sobre la que inevitablemente refluyen esas corrientes desbordadas. Algo de esto ha conocido el Brasil en los últimos años y mucho está conociendo España”.43
Esta desconfianza también salió a relucir al conocerse que el gobierno planeaba modificar el proceso de nacionalización de los extranjeros. La revista concedió que la normativa existente era insatisfactoria, al desprenderse de las “tesis de elegantes liberales y de jóvenes profesores” que acordaban “a los extranjeros radicados en nuestra tierra las mayores facilidades para su naturalización”. El lamentable resultado de este idealismo era que “los peores elementos extranjeros pueden adquirir la ciudadanía sin traba alguna”. Pero si el “liberalismo de biblioteca” había fracasado, no podía esperarse algo mejor de las respuestas xenófobas:
“así como antes de 1913 toda reforma de la actual ley de ciudadanía habría sido influida por las teorizaciones pseudoliberales de la época, mucho tememos que las que ahora puedan proyectarse no sean ajenas a la reacción conservadora y nacionalista de los últimos tiempos”.44
Política sostuvo que detrás de las inclinaciones draconianas de las clases
propietarias se encontraba un temor exagerado a la revolución social, el cual
podía conducir al funesto error de “no distinguir prácticamente los extranjeros
cuya naturalización conviene al país, de aquellos pocos ‘no deseables’ cuya
entrada puede evitarse con una eficaz ley de inmigración”.
La publicación habría aspirado, como críticos anteriores, a un justo medio,
en tanto la solución estaría en distinguir a los inmigrantes “buenos” y
provechosos para el país de los “malos”, criminales y revoltosos.45 La mejor
garantía de estas “nobles intenciones” residiría en la riqueza: “los aspirantes a
la ciudadanía argentina habrán de dividirse en dos categorías: los que tengan
arraigo patrimonial o familiar, y los que no lo tengan”, lo cual evitaría “la naturalización
de los obreros y de los extranjeros sin vínculos ni hondos afectos
en el país”.46 Resulta sugestivo que el proyecto reivindicado fuera el presentado
por De la Torre diez años antes. Sugestivo no por los usuales elogios, sino
porque mostraría que para los directores la situación habría sido similar, lo que
sugeriría que los cambios acontecidos a escala local y global no alteraron mayormente
los diagnósticos de los sectores reformistas del arco conservador. Sin
embargo, el mundo estaba cambiando, y Política daba cuenta de ello.
Si los nacionalistas locales habían perdido el rumbo, no era algo mejor
lo que podía decirse de los autoritarismos emergentes en Europa. La cuestión
ocupó un lugar menor pero atendible en la publicación, volcada más al análisis
del escenario doméstico que a la arena internacional. La sección “Lecturas”,
que clausuraba los números de la revista, reseñó libros y artículos críticos del
gobierno de Benito Mussolini.47 Publicadas antes de las leggi fascistissime y de
la consolidación de la dictadura, estas notas reprobaban un régimen al que ya
veían como violento y arbitrario.48 La Unión Soviética también fue denostada,
pero el bolchevismo era, antes que un peligro, un experimento irrisorio que
colapsaría de un momento a otro.49 Las derechas, en cambio, comportaban
una amenaza para la democracia y la paz mundial, razón por la cual Política cargó contra ellas. Una visita de Alfonso XIII a Vittorio Emanuele III sirvió de
ocasión para hostigar tanto a los monarcas como a los dictadores, socarronamente
apodados “Mussolinis”. Los fastos que acompañaron el viaje fueron
mostrados como algo extemporáneo, ajeno a la era de las repúblicas: “hemos
deleitado nuestra imaginación...reconstruyendo los cuadros suntuosos en que,
como en épocas pretéritas y más propicias al derecho divino de los monarcas, éstos cambiaban visitas y presentes, que ya se sabe, a fin de cuentas, de dónde
salen”.50
La crítica a la institución real, zumbona pero moderada, sugiere que Política no compartía las veleidades neomonarquistas de Charles Maurras.51 ¿Significa esto que el mensuario, tan hostil al militarismo, se mantuvo al margen
de la atracción maurrasiana? A primera vista, podría decirse que sí. Las
referencias directas al escritor provenzal fueron sumamente espaciadas, y las
alusiones indirectas, esporádicas. Algo que podría explicarse a partir de las
tensiones −difíciles de salvar− entre las sensibilidades liberales de la revista y
el ideario jerárquico y antidemocrático de Action Française.
No obstante, las diferencias no habrían mitigado la admiración de Laferrère
por el viejo anti-dreyfusard. Por el contrario, el periodista expresó su veneración en otras publicaciones. Frente a uno de los desplantes que Maurras
sufrió por parte de la Académie Française, Alfonso denunció que se había
impedido “la consagración” de “uno de los más altos espíritus de su tiempo” (Laferrère, 1928, p. 125).52 Asimismo, una sentencia desfavorable en medio de
la escalada de violencia que siguió al asesinato de Marius Plateau, secretario
de la Ligue d’Action Française, motivó la aparición de una encendida muestra
de apoyo:
“Se puede no aceptar en conjunto las ideas literarias de Maurras; se puede rechazar, sobre todo lejos de Europa, su doctrina monárquica −sin desconocer por eso el vigor insuperable de su urdimbre−; pero nadie que sienta respeto por los valores espirituales dejará de rendir homenaje a esa gran figura de pensador y patriota en cuyo torno, por acción o por reacción, gira la vida intelectual de toda Francia” (1928, pp. 119-121).53
El periodista exaltaba sin tapujos a un pensador cuya ductilidad parecía capaz de vencer cualquier resistencia:
“Los que discrepan con el polemista de la Encuesta sobre la Monarquía, hallan un motivo de reconciliación en las páginas marmóreas de Anthinéa; los que rechazan las teorías de El Porvenir de la Inteligencia, ceden ante el análisis luminoso de Los Amantes de Venecia” (1928, p. 121).
Detrás de esta celebración podrían hallarse indicios de los libros que
Alfonso había explorado o, al menos, conocido vagamente. No debería descartarse
la posibilidad de que este lector entrenado hubiera reconocido las tensiones
intradiscursivas de un polemista que se ajustaba a los vaivenes de la política
(Pujo, 1993). La percepción de estas fracturas habría guiado la recepción
de Laferrère, quien habría seleccionado conscientemente aquellos elementos
más afines a sus inquietudes intelectuales y sensibilidades estéticas, así como
generar una recepción positiva hacia la figura por parte de los lectores. La vocación política sería un punto sobresaliente, en tanto Maurras era visto como
un “hombre de Estado” que “gobierna en su patria” y dirige “toda la acción
contrarrevolucionaria de nuestros días”. Pero también se rescataba al literato
cuya “teoría estética” se estructuraba sobre la “crítica del romanticismo, desarrollada
con una sorprendente virtud dialéctica” y sobre la “concepción clásica
de la Ciudad y de la Belleza”. Alfonso habría adoptado tempranamente este
rechazo de “lo romántico”: ya en sus aguafuertes parisinas de 1921 asociaba
este movimiento con lo irracional, lo desordenado y lo sentimental (Laferrère,
1928, pp. 120-121, 115-117).
Entre las vetas política y cultural, el articulista parecía privilegiar la segunda.
Esto podría deducirse al menos de la carta que envió a su “querido
maestro” en marzo de 1923, en la que se presentaba como un “admirador
de Anthinéa, lector de la Enquête sur la Monarchie y suscriptor de L’Action
Française”. La misiva mezclaba alabanzas al “gran escritor” con una tímida crítica
de su eurocentrismo. En efecto, Laferrère le reprochaba que “cada vez que
usted quiere dar la idea del estilo literario más bárbaro, usted lo llama ‘patagón’”,
cuando en realidad “nosotros leemos, señor, somos verdaderos amantes
del bello estilo”.54 La redención de la Patagonia importaba más que el avance
de la causa reaccionaria o la politique d’abord, las cuales eran completamente
omitidas.
Las diferencias podrían observarse también en la trayectoria de Alfonso,
quien aún en vísperas del golpe del Estado de 1930 se consideraba un “hombre
de ideas conservadoras” vinculado al PDP y llamaba a una “política realista,
liberal, donde la libertad no estorbe; autoritaria donde la autoridad sea una
exigencia de salud pública, igualitaria o jerárquica según los intereses y las
situaciones” (Laferrère, 1990, pp. 338-339). En este sentido, podría decirse que
la “ortodoxia maurrasiana” de la que Laferrère hacía gala se mantenía lejos de
las propuestas políticas del nationalisme intégral. Era una fidelidad curiosa, en
tanto no dejaba lugar para los ataques a los judíos, el belicismo o las denuncias
de omnipresentes y oscuros complots. ¿Omisión consciente, o síntoma de una
recepción selectiva? Podría seguirse esta última opción, sin descartar la primera,
y aventurar que esta ortodoxia era estética, pero no política: el periodista
podía simpatizar con los planes maurrasianos para Francia, pero los habría
considerado inaplicables en el “bárbaro” medio patagónico.
Las coincidencias respecto de la situación francesa se veían replicadas
en materia internacional, como lo mostraba una venenosa necrológica dedicada
a Woodrow Wilson. Lejos del entusiasmo suscitado por el estadounidense durante la Gran Guerra,55 se lo presentaba como un idealista incorregible que
firmó los tratados de paz sin comprender lo que se había discutido. Los “fracasos” de los acuerdos se debían a que Wilson había sido “una víctima de la
confusión de géneros. Su educación evangelista y kantiana le sugería que los
problemas del Estado pueden resolverse mediante la aplicación rígida de principios éticos”. Error grosero, de consecuencias potencialmente funestas:
“El equilibrio del mundo reclamaba de los hombres de Versalles un tratado político. El presidente Wilson, dominado por los nebulosos afanes de Justicia, obtuvo un tratado jurídico, en el que la idea de pena sustituye al principio de estabilidad...no se pensó que era ‘necesario’ evitar la repetición de la tragedia, eliminando sus causas, pues de otro modo habría de resultar inútil el enorme holocausto. Y hoy nos hallamos frente a esa evidencia siniestra”.56
No sólo Maurras había visto en Wilson a un predicador antes que a
un estadista. Una imagen similar podía encontrarse en The Economic Consequences
of the Peace, el célebre análisis de John Maynard Keynes, a quien
Laferrère había llegado a considerar un autor “inevitable” (1928, p. 38). Para
el economista, el mandatario demócrata estaba dominado por el “pensamiento
teológico”, al tiempo que era propenso a proclamas grandilocuentes aunque
incapaz de poner en práctica sus ideas (Keynes, 1920, p. 69). No obstante, Alfonso
se diferenciaba del académico de Cambridge por su severa visión sobre
la paz con Alemania: mientras el segundo advertía sobre los riesgos de una “Paz Cartaginesa”, el primero veía los acuerdos como excesivamente blandos,
siguiendo a fracciones del Alto Mando Francés y a los sectores revanchistas.
No se trataba solamente de indemnizar a Francia, “el pueblo que perdió más
hombres y sufrió los estragos de la invasión”, sino también de “desmembrar a
las tribus germánicas” para garantizar la paz en el continente.57 En este punto,
Laferrère parecía seguir la réplica que Action Française había presentado a los
argumentos de Keynes en la forma de Les Conséquences Politiques de la Paix,
de Jacques Bainville (1920). Aún más que Maurras, fue este historiador quien articuló las visiones del grupo sobre la arena europea en los años veinte, cuando
advirtió sobre la amenaza alemana, denunció el “desinterés” estadounidense,
se indignó frente a la “codicia” británica y emitió juicios admonitorios sobre
el orden establecido en Versalles (Weber, 1962, pp. 120-125). Laferrère (1928,
pp. 31-48) habría entrado en contacto tempranamente con estos planteos,
como puede verse en sus columnas de política internacional en La Fronda.
La lectura de Bainville era notoria en “Serenus”, quien oponía los “nebulosos
afanes de Justicia” de Wilson a una concepción “realista” de la política,
que no se confundiera con “la Moral” y estuviera “subordinada a un concepto
posibilista y práctico del bien”.58 Al acusar al estadista norteamericano de basarse
en “quimeras”, Laferrère reproducía un tópico extendido entre los críticos
del Tratado de Versalles que mostraba, a su vez, un notable parentesco con las
acusaciones lanzadas por Edmund Burke y los reaccionarios europeos contra
la Revolución francesa.59 El recurso a “lo real” y lo empírico se volverá un
leitmotiv en los artículos de Laferrère durante la década, usado para presentar
a los rivales de turno como idealistas desorientados entre el voluntarismo y la
ignorancia de la “verdadera” política. No debería sorprender que el periodista
compartiera el pesimismo de Bainville, así como un temor mezclado con fascinación
frente a una nueva contienda:
“Todas las previsiones de cinco años atrás quedaron defraudadas y el futuro inmediato vuelve a plantearnos sus interrogantes angustiosos. ¿Ocurriría lo mismo si no se hubiera sacrificado tanto en los altares de la Utopía? ¿No veremos ahora en sus sacerdotes a los responsables de las próximas guerras?”.60
Sin embargo, Alfonso tenía diferencias con el francés. Antes que desconfianza,
parecía albergar admiración por Gran Bretaña, como lo mostraba
un artículo (firmado por “Alpha”) donde se polemizaba con quienes veían a
la Doctrina Monroe como la principal barrera contra las pretensiones de la
Santa Alianza. En su lugar, afirmaba que había sido “la política británica” la
que “declaró terminantemente...que se opondría por la fuerza [a cualquier intervención
europea], y hasta indicaba a Francia la conveniencia de que retirara sus buques de guerra de mares americanos”.61 La anglofilia no obturaba el respeto
por EE.UU: lejos de ser criticados por no unirse a la Liga de las Naciones,
eran aplaudidos como “una democracia verdadera”, en un contraste tácito con
Argentina.62
En resumen, podría decirse que los vínculos de Laferrère con el maurrasianismo
presentaron matices. Si bien aprobó reiteradamente al ideólogo
de Action Française, los préstamos discursivos que tomó se restringieron a las
artes, el análisis internacional y la historia. Así, Alfonso no se habría alejado de
anteriores lectores vernáculos de Maurras, como Paul Groussac y Ángel de Estrada,
quienes destacaron la destreza literaria y la talla intelectual del provenzal
sin reivindicar el nacionalismo integral (Compagnon, 2009, pp. 204-208). Algunos
de estos contenidos tuvieron cabida en Política, donde se amalgamaron
con una prédica autoidentificada como liberal, favorable al sistema democrático
y contraria a las aventuras autoritarias. No obstante, las insalvables tensiones
resultaron en una marginación de las tramas maurrasianas: podían aparecer en
opiniones aisladas, o en la alusión al carácter “romántico” de algún opositor,
pero lejos estaban de dar el tono a la publicación. Todavía más que el de La Nueva República, el de Política habría sido, en palabras de Fernando Devoto,
un “maurrasianismo bien temperado” (2005, pp. 219-231).
Aún así, esta publicación mostraría que la recepción de Maurras a comienzos
de los años veinte no se limitó a los Cursos de Cultura Católica analizados
por Olivier Compagnon (2009, pp. 203-204). Por el contrario, referencias
y colaboraciones −tanto suyas como de sus discípulos− podían encontrarse en La Fronda y hasta en La Nación, donde el propio Maurras escribía sobre la vida
parisina.63 De hecho, cuando Laferrère dirigió años después el suplemento literario
del matutino de los Mitre, reunió en sus páginas a Bainville y Lasserre con
artículos de Carulla y Palacio,64 similares en tono y contenido a los aparecidos
en La Nueva República. Por este motivo, además de los medios religiosos, la
indagación debería abarcar a diarios de gran tirada y a figuras como Laferrère,
ubicadas en el límite entre dos campos tan difusos como el liberal-conservador
y el nacionalista, si se puede hablar en estos términos. Las lecturas allí realizadas
habrían posibilitado que, a finales de la década, interpretaciones más osadas de Maurras nutrieran un movimiento dispuesto a abandonar viejas convenciones
y a introducir -de ser necesario, por la fuerza- un cambio profundo
en Argentina.
La exploración de la breve trayectoria de Política permite recuperar una
revista “de debate y de combate” que mostraba un fuerte parentesco con la
antigua prensa facciosa. La publicación se identificó con el PDP y, desde esa
posición, atacó tanto al gobierno de Alvear como a su predecesor y a las fuerzas
opositoras. A pesar de que la política doméstica era generalmente vista con
desazón, el mensuario defendió el orden republicano, reivindicó la reforma
electoral de 1912 y denunció los desarrollos autoritarios acaecidos en otros
países. La revista contó con una prolija edición y colaboradores notables, lo
cual hablaría de un objeto relativamente sofisticado desde los planos cultural e
intelectual. Aún así, la empresa colapsó rápidamente, sea por la imposibilidad
de conquistar un público considerable, por los reveses sufridos por el demoprogresismo
o por la consolidación de la misma “tregua alvearista” que había
intentado impugnar.
Política no parece haber sido el arca de “nuevas ideas” recordada décadas
después por los nacionalistas. La crítica liberal a las derechas europeas
convivía con alusiones esporádicas a Charles Maurras. Hasta la relación del “maurrasiano ortodoxo” Alfonso de Laferrère con su “querido maestro” parece
haber sido más ambigua de lo aseverado por sus contemporáneos y por
algunos especialistas. En este sentido, podría pensarse que se ubicó a mitad
de camino entre las habituales invectivas antiyrigoyenistas y la crítica nacionalista
que vendría después. A mediados de la década del veinte, el interés
parecía estar todavía limitado a cuestiones culturales y literarias. Recién a finales
del decenio el autor neomonarquista sería objeto de nuevos usos, en la
medida en que sus lectores buscaron bases teóricas para pensar la eliminación
del régimen instaurado por Sáenz Peña y una alternativa antidemocrática para
reemplazarlo.
Notas
1 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad de Buenos Aires. Argentina. Correo electrónico: matiasgrinchpun@gmail.com.
2 La historia de Política sólo puede ser reconstruida parcialmente a partir de los ejemplares conservados en la Hemeroteca del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina –CeDInCI–, Buenos Aires, los cuales van del Nº 3 (agosto de 1923) al Nº 6 (diciembre de 1923). Las ediciones restantes, del Nº 1 (junio de 1923) al Nº 9 (marzo de 1924), no han podido ser halladas en repositorios públicos. Por este motivo, fueron consultadas en el Archivo Personal de Alfonso de Laferrère, Buenos Aires. Agradezco a Sofía y María de Laferrère la posibilidad de acceder a estos materiales.
3 Política. (junio de 1923). Política, p. 2.
4 Laferrère participó de la Convención General del Partido en 1915. Ver “Entrada a la Convención General del Partido Demócrata Progresista”. Archivo Personal de Alfonso de Laferrère, Buenos Aires.
5 Julio Noé estuvo presente en la despedida organizada por La Fronda a Alfonso cuando este partió, a fines de 1920, en su primer viaje a Europa. Ver de Laferrère, A. (12 de noviembre de 1920). La Fronda, p. 1. Biblioteca Nacional, Buenos Aires. Sobre el demoprogresismo, pueden consultarse los trabajos de Barberis y Molinas (1983); Martínez Raymonda (1983); Malamud (2000).
6 De la Torre, L. (julio de 1923). La evolución de las malas ideas. Política, pp. 4-7; De la Torre, L. (agosto de 1923). De la conversión al curso forzoso. Política, pp. 8-10. Correa, F. (agosto de 1923). El proyecto de reforma constitucional. Política, pp. 8-10. Ibarguren, C. (junio de 1923). La política internacional argentina y los armamentos. Política, pp. 4-6; Ibarguren, C. (septiembre 1923). La política internacional del presidente Alvear. Política, pp. 3-5.
7 Gerchunoff, A. (julio de 1923). El fascismo o el bolchevismo de los ganaderos. Política, pp. 10-11.
8 Sobre este escrito, véase también Gálvez (2002, p. 525).
9 Medina, D. I. (marzo de 1924). El hombre del Ruhr. Política, pp. 9-11. Gálvez, M. (septiembre de 1923). El espíritu de los partidos. Política, pp. 6-8. Caso, A. (febrero de 1924). El problema de México. Política pp. 6-8. Barroetaveña, F. (marzo de 1924). En defensa de Wilson. Política, pp. 4-8.
10 Política (junio de 1923). Política, p. 2.
11 Sobre este tema, ver Sidicaro (1993, pp. 82-84); Tato (2004, pp. 131-135); Saitta (2013, pp. 222-223). Sobre la figura y la presidencia de Marcelo T. de Alvear, pueden consultarse Alonso (1983); Cattaruzza (1997); Losada (2016).
12 La publicación no es mencionada por los estudios dedicados al demoprogresismo. Ver Barberis y Molinas (1983); Martínez Raymonda (1983); Seigler (1984); Malamud (2000). Tampoco es consignada en obras generales como las de Fernández (1943); Lafleur, Provenzano y Alonso (1968); Ulanovsky (2007). Sí en la meticulosa exploración de Pereyra (1995), aunque la descripción contiene algunas imprecisiones.
13 Bainville publicó una serie de artículos en La Fronda durante el breve paso de Laferrère por la dirección. Ver, por ejemplo, Bainville, J. (23 de julio de 1922). Retratos franceses: M. Léon Berard. La Fronda. Opinión, p. 1. Bainville, J. (13 de agosto de 1922). Retratos franceses: M. Edouard Herriot. La Fronda. Opinión, p. 1.
14 Sobre este episodio, ver Irazusta (1975, p. 181); Gálvez (2003, p. 78). Los escasos estudios que mencionan a esta figura han tendido a reproducir textualmente la anécdota: ver Zuleta Álvarez (1975, p. 215); Barbero y Devoto (1984, p. 69); Devoto (2005, p. 181); Echeverría (2009, p. 130).
15 La peligrosa mejoría (junio de 1923). Política, pp. 3-4.
16 Tres discursos del señor Alvear (1923, agosto). Política, p. 4. Irigoyen en el original.
17 Un turista (19 de marzo de 1922). Tribuna Demócrata, p. 1. Archivo Personal de Alfonso de Laferrère, Buenos Aires.
18 Sobre este tema, ver Altamirano y Sarlo (1983, pp- 71-105); Terán (2010, pp. 159-161).
19 La referencia obligada es su novela Les Deracinés (1897), la cual iniciaba la trilogía Le Roman de l’Énergie Nationale. Sobre esta figura, ver Sternhell (1972); Burrow (2001, pp. 193-199); Winock (2010). Sobre su recepción en Argentina, pueden consultarse Zuleta Álvarez (1975, pp. 26-34) y los clásicos trabajos de Cárdenas y Payá (1978, pp. 129-139).
20 Cosas de la ‘nueva escuela’. (5 de agosto de 1922). La Fronda, p. 1. Llega el nuevo presidente (4 de septiembre de 1922). La Fronda, p. 1.
21 Laferrère, A. (agosto de 1923). El alvearismo. Política, p. 3. Laferrère, A. (febrero de 1924). Los salteadores y sus cómplices. Política, p. 2.
22 La prolongación de ciertos tópicos modernistas en los veinte, en un clima concebido no como una bonanza sino como una crisis nacional y civilizatoria, fue analizada por Oscar Terán (1997). Sin embargo, no se pueden hallar en Política reverberaciones espiritualistas, sorelianas o bergsonianas. Si los intelectuales a los que Terán se aproximó fueron considerados “modernos intensos”, atraídos por las promesas del fascismo y la revolución, tal vez Laferrère y Noé podrían ser tildados de “modernos de baja intensidad”, críticos de la democracia liberal pero convencidos de que era mejor a sus alternativas.
23 Tres discursos del señor Alvear (agosto de 1923). Política, p. 4.
24 La nueva crisis y su solución (diciembre de 1923). Política, p. 3.
25 El punto final (junio de 1923). Política, p. 2. Sobre las disputas al interior de la UCR durante el gobierno de Alvear, centradas pero de ninguna manera limitadas al clivaje personalistas-antipersonalistas, pueden consultarse Rock (1992, pp. 222-242); Persello (2004, pp. 33-55); Halperín Donghi (2007, pp. 183-196); Piñeiro (2014).
26 El punto final (junio de 1923). Política, p. 2.
27 Laferrère, A. (agosto de 1923). El alvearismo. Política, p. 3.
28 Sumisión (noviembre de 1923). Política, p. 2.
29 La nueva crisis y su solución (diciembre de 1923). Política, p. 3.
30 Sumisión (noviembre de 1923). Política, p. 2.
31 El punto final (junio de 1923). Política, p. 3.
32 Laferrère, A. (agosto de 1923). El alvearismo. Política, p. 2.
33 La Concentración Nacional y la renuncia del Dr. Sánchez Sorondo (julio de 1923). Política, p. 3. Podría aventurarse que el diagnóstico de los conservadores y el de Política no eran tan disímiles como se sugería, tanto si se toman en cuenta los anhelos reformistas de Rodolfo Moreno a comienzos de los años veinte como la subordinación de Alvear a su predecesor denunciada por Matías Sánchez Sorondo. Acerca de los conservadores en este período, haciendo hincapié en el caso de Buenos Aires, ver Béjar (2005, pp. 34-59).
34 Las elecciones en la Capital (marzo de 1924). Política, p. 2. Sobre el Partido Socialista en estos años, ver Camarero y Herrera (2005); Martínez Mazzola (2011).
35 Las elecciones en la Capital (marzo de 1924). Política, p. 2.
36 Sobre este tema, ver Devoto (1996, pp. 111-113); Ansaldi (2012, pp. 59-89); Botana (2012, pp. 245-255).
37 Laferrère, A. (septiembre de 1923). Aspectos de un debate. Política, p. 2.
38 Nuevos tiempos para el ejército (julio de 1923). Política, pp. 2-3.
39 Laferrère, A. (septiembre de 1923). Aspectos de un debate. Política, p. 2.
40 Armamentos en secreto (noviembre de 1923). Política, p. 4.
41 Grotesco (julio de 1923). Política, p. 3. La referencia parece dirigirse a las cuatro conferencias dictadas ese año por Lugones en el Teatro Coliseo con el auspicio de la Liga Patriótica Argentina y el Círculo Tradición Argentina, con un contenido marcadamente chauvinista y militarista que también fue mal recibido por La Fronda. Ver Tato (2004, p. 147).
42 Laferrère, A. (septiembre de 1923). Aspectos de un debate. Política, p. 2.
43 Armamentos en secreto (noviembre de 1923). Política, p. 4.
44 Nacionalización de extranjeros (agosto de 1923). Política, pp. 9-10.
45 Algunas miradas sobre los debates suscitados por la inmigración en el cambio de siglo pueden hallarse en Zimmermann (1995); Cibotti (2000, pp. 393-407); Terán (2010); Man (2011, pp. 203-226).
46 Nacionalización de extranjeros (agosto de 1923). Política, p. 10.
47 La cultura política italiana (junio de 1923). Política, p. 13.
48 Sobre la distinción entre las fases “moderada” y “radical” del régimen fascista, pueden consultarse Paxton (2004, pp. 109-110); Gentile (2005, pp. 210-216).
49 Porqué dura en Rusia el bolchevismo (junio de 1923). Política, p. 13.
50 El latinismo antifrancés en Sudamérica (diciembre de 1923). Política, p. 3.
51 Sobre esta figura y el movimiento que apadrinó intelectualmente, pueden consultarse los trabajos de Weber (1962); Giocanti (2008); Winock (2010); Dard (2013).
52 Este artículo, aparecido por primera vez en 1924, fue reeditado en Literatura y Política. Lamentablemente, no se ha encontrado la publicación donde apareció originalmente, por lo que se cita la compilación de 1928.
53 El artículo fue publicado originalmente en 1923 y reapareció en Literatura y Política. Tampoco ha sido posible hallar en este caso el lugar donde fue editado por primera vez.
54 Carta de Alfonso de Laferrère a Charles Maurras. 17 de marzo de 1923. Archivo Personal de Alfonso de Laferrère, Buenos Aires. Las traducciones del francés son nuestras.
55 Durante las celebraciones por el armisticio realizadas el 13 de noviembre de 1918, Laferrère pronunció un discurso en la Plaza San Martín de Buenos Aires donde aplaudía a los líderes de las potencias aliadas. Ver Discurso de Alfonso de Laferrère (14 de noviembre de 1918). La Fronda, pp. 3-4. Sobre la “manía” por Wilson durante la inmediata posguerra, puede verse MacMillan (2011, pp. 29-44).
56 Laferrère, A. (febrero de 1924). Wilson o la confusión de géneros. Política, p. 5.
57 Laferrère, A. (febrero de 1924). Wilson o la confusión de géneros. Política, p. 5.
58 Laferrère, A. (febrero de 1924). Wilson o la confusión de géneros. Política, p. 6.
59 Sobre este tema, pueden consultarse MacMahon (2001, pp. 68-72); Compagnon (2007, pp. 30-34). El tópico fue esgrimido también por autores liberales: ver Rosanvallon (2007, pp. 89-93).
60 Laferrère, A. (febrero de 1924). Wilson o la confusión de géneros. Política, p. 7.
61 Laferrère, A. (diciembre de 1923). A propósito de la Doctrina Monroe. Política, pp. 3-4.
62 La adhesión a la Liga de las Naciones (junio de 1923). Política, p. 3.
63 Maurras, C. (1° de junio de 1924). Una crónica de París. La Nación. Opinión, p. 2.
64 Bainville, J. (25 de octubre de 1925). La Sociedad de las Naciones y el Pacto Occidental. Suplemento Literario de La Nación, p. 3. Laserre, P. (25 de marzo de 1928). Algo nuevo sobre la Revolución Francesa. Suplemento Literario de La Nación, p. 3. Carulla, J. E. (1° de abril de 1928). Apuntes sobre el nacionalismo. Suplemento Literario de La Nación, p. 13. Palacio, E. (26 de febrero de 1928). Nacionalismo y panteísmo político. Suplemento Literario de La Nación, p. 13.
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Fecha de recepción de originales: 19/04/2016.
Fecha de aceptación para publicación: 23/04/2017.