DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs1166
ARTÍCULOS
Cholera in Araguaya Steamboat, 1910: epidemics in immigration crossing between Europe, Brazil and Argentina
Fernanda Rebelo-Pinto2
Gilberto Hochman3
Resumen: En este artículo se analiza el caso del vapor Araguaya, un transatlántico de lujo que partió del puerto de Southampton (Inglaterra) en 1910 con destino a los puertos de Río de Janeiro y Buenos Aires. Durante el viaje hubo una epidemia de cólera a bordo que afectó solo a los pasajeros de tercera clase, todos inmigrantes. De acuerdo con nuestras investigaciones, las condiciones del viaje fueron decisivas para el brote epidémico, lo cual se explica en la primera parte del texto. En la segunda parte describimos el caso detalladamente, desde la salida del vapor hasta su llegada a un lazareto en Brasil. En las primeras décadas del siglo XX, en los protocolos sanitarios de los puertos de América del Sur se aplicaron los conocimientos y las técnicas de la bacteriología para el diagnóstico y el control de enfermedades. Sobre la égida de la bacteriología, el caso Araguaya posibilita la problematización histórica de la experiencia con la enfermedad durante el viaje transoceánico de los trabajadores europeos hacia las Américas.
Palabras clave: Inmigración; Cólera; Puerto; Brasil; Argentina.
Abstract: This article analyzes the Araguaya steamboat’s case, a luxurious ship that left the Southampton Port (England) to Río de Janeiro and Buenos Aires ports in 1910. During the trip there was a cholera outbreak that spread on board only among the third class passengers who were immigrants. In the first part of the article, we explain how traveling conditions in the steerage were decisive for the outbreak. In the second part, we describe the case in detail, from the departure of the ship until its arrival at a quarantine hospital in Brazil. In the early twentieth century, knowledge and techniques of bacteriology began to take part in health protocols ports of South America for diagnosis and control conditions. Under the aegis of the bacteriology, the Araguaya case makes possible a historical questioning of the experience with diseases during the transatlantic voyage of European workers to America in the late 19th and early 20th century.
Key words: Immigration; Cholera; Harbor; Brazil; Argentina.
Cólera en el vapor Araguaya, 1910: epidemias en la travesía inmigratoria entre Europa, Brasil y Argentina
Introducción
El vapor Araguaya atracó en el puerto de Río de Janeiro en octubre de 1910 con
pasajeros ilustres de primera clase y 1028 inmigrantes en la tercera clase, la
mayoría de ellos enfermos de cólera. La llegada del navío a Brasil movilizó las estructuras
del Servicio Sanitario de dicho puerto, que en ese período funcionaba con
una rutina aparentemente eficiente. También era eficaz la estructura sanitaria del
modelo de campaña,4 legado del sanitarista Oswaldo Cruz,5 que había logrado una significativa disminución de la incidencia de la fiebre amarilla y la peste bubónica.
En este artículo se analiza la llegada del vapor Araguaya al Brasil, para discutir
tanto la experiencia con la enfermedad en la travesía desde Europa a América
del Sur como el encuentro de la población con las autoridades sanitarias. Los profesionales
(inspectores, ayudantes y desinfectadores) corporizaron y materializaron
la existencia del Estado frente a la población extranjera, ya que incorporaban en sus
acciones palabras y gestos de los principios de clasificación y explicación de una
nación con objetivos, recursos y capacidades.6
En la primera parte se describe el desarrollo de una epidemia en un navío de
lujo. Nos preguntamos específicamente sobre la inexistencia de víctimas en la primera
y en la segunda clase, y si el hecho de viajar en tercera significó el contagio,
la cuarentena y las desinfecciones en el lazareto. Aunque hubo síntomas tales como
diarrea y vómitos que afectaron a todos los pasajeros, el examen bacteriológico
demostró la presencia del vibrión del cólera solo entre los inmigrantes (pasajeros de
tercera), y de colerina, una especie de “cólera leve, benigna, diarrea leve” (Chernoviz,
1904, p. 1436) entre los viajeros de primera y de segunda. En la segunda parte
del texto se analiza el caso del vapor Araguaya.
La interpretación de la lectura conjunta de las fuentes evidencia el drama
vivido por los pasajeros, los médicos y las autoridades en la experiencia concreta
de una epidemia al inicio del siglo XX. En la descripción del caso que nos ocupa se
destacan las siguientes cuestiones: el desprecio en el tratamiento de los inmigrantes,
que emergía como asunto internacional, y la aplicación en los puertos de una
moderna profilaxis sanitaria y de la bacteriología para el diagnóstico de enfermedades
infecciosas. Se identifican las diferencias en los procedimientos médicos entre
la primera y la tercera clase del navío, las mentiras y omisiones de las compañías
de navegación, la desconfianza de las autoridades portuarias y gubernamentales,
la solidaridad y perplejidad de la población y, finalmente, la impotencia frente a
la enfermedad y la muerte. También se analizan la resistencia y la sospecha de
enfermedad sobre los inmigrantes enfermos. En ese sentido, el presente artículo
problematiza sobre las diferencias sociales planteadas de manera concreta en las
estrategias de defensa sanitaria frente a una epidemia.
“Partió y una extraña canción subió por los aires en ese momento tormentoso: Los inmigrantes cantaban y batían las palmas, abriendo los gruesos sombreros de sol que les escondía la cara, mientras el remolcador se iba alejando del Araguaya, arrastrando la tosca barcaza en su estera caprichosa. Los inmigrantes cantaban!, sucios, con el más triste aspecto enfermo, desgraciados en su condición miserable, oprimidos a toda suerte –por el hambre, por sus aspectos, por la amenaza de enfermedad– mal tratados hasta por el cielo que, por la mañana, soleado, entonces rasgaba sus nubes en un aguacero glacial. Una desventura que no tiene punto de comparación, porque incluso los perros encuentran amigos entre los hombres y para los inmigrantes a bordo, la piedad humana aún no había llegado. La barcaza afrontó las aguas del mar y las nubes, ofreciendo, para quien cerrara los ojos en aquel curioso momento, la ilusión de escuchar alguna festiva serenata, lanzada en la calma de un mar de rosas, por un bando de felices de la vida!. Es que el dolor también conoce la ironía de cantar con sonrisa sus dolores interminables, de una manera alegre, desahogando las excesivas paradojas, desatando la aparente tristeza de las lágrimas”.7
El relato anterior del médico y periodista Floriano Lemos se publicó en uno
de los principales diarios cariocas. En la descripción de la llegada al Lazareto de
Ilha Grande para cuarentena y desinfección, los inmigrantes del Araguaya sospechosos
de portar el cólera cantaban a pesar de su suerte. El periodista, que no era
inmigrante, se sorprendía frente a la alegría del canto de quienes habían llegado al “Nuevo Mundo”: la sensibilidad de su descripción mostraba tanto su talento literario
como la emergencia de un discurso humanitario que se interesaba en debatir
sobre las condiciones de la travesía.8
En octubre de 1910, cuando el Araguaya arribó a aguas brasileñas, Lemos
viajaba como pasajero de primera. La división en clases estaba presente en todo el
viaje y también en los lazaretos (Santos, 2009, pp. 74-75), donde debían atracar las
embarcaciones infectadas con la presencia de uno o más enfermos de pestilencias
exóticas. El blanco de las desinfecciones o de las cuarentenas era casi siempre el
conjunto de los pasajeros de tercera; también eran de tercera clase los pasajes que
el gobierno de Brasil pagaba a aquellos inmigrantes que quisieran permanecer en ese país, en núcleos coloniales o como propietarios de una pequeña propiedad
rural, quienes viajaban aglomerados cerca del casco.9
En la primera década del siglo XX, la cuestión de las condiciones de transporte
de los trabajadores emergió como problema humanitario internacional en
relación con dos fenómenos dicotómicos: la globalización económica y la nacionalización
de las sociedades. Italia, el mayor exportador de mano de obra hacia América,
inició una política inmigratoria mediante la cual se intentó combinar tutela
nacional, preocupación demográfica, protección social y beneficios para la población,
en pos de lo cual elaboró dispositivos destinados a proteger a los inmigrantes,
en especial durante la travesía. Se generaron así preocupaciones humanitarias sobre
la lógica del lucro de las compañías marítimas y, en el plano internacional, se implementaron
negociaciones con los países receptores para mejorar las condiciones
de llegada y, al mismo tiempo, proteger a sus trabajadores (Douki, 2011-12, pp.
375-379).
El uso de tecnologías modernas para el diagnóstico bacteriológico permitió un nuevo encuadre de las enfermedades y un mayor orden taxonómico (Rosenberg
y Golden, 1977, pp. XVI-XVIII); así, con el mismo cuadro clínico −diarrea y
vómitos− era colérico quien presentaba el vibrión en su organismo. En términos
de profilaxis, se priorizó la vigilancia, desinfección y aislamiento de los enfermos
y sospechosos de estarlo, pero con la aplicación de la bacteriología se precisó el
diagnóstico y también la prevención: no fue necesaria la utilización de lazaretos
para cuarentena de navíos y enfermos ni para el aislamiento de todos los pasajeros,
sino solo para aquellos portadores del parásito.
En Argentina, el Departamento Nacional de Higiene (DNH) impuso un sistema
de análisis bacteriológico obligatorio para todos los pasajeros inmigrantes,
cuando se descubrió la transmisión del cólera por individuos asintomáticos (Kapelusz-Poppi, 2011, p. 117). En este caso, la eliminación de la cuarentena, sustentada
sobre las nuevas teorías científicas, en vez de proporcionar más libertad de circulación,
como pensaban los liberales anticontagionistas, generó en consecuencia
mayor rigurosidad en la vigilancia y control en la selección de los inmigrantes en
el puerto.
Según Ackerknecht (1948), el contagionismo, es decir, la creencia de que las
enfermedades se trasmitían a través del contacto directo con el individuo enfermo
o por objetos manipulados por él –base teórica de la cuarentena– era una teoría
obsoleta en la primera mitad del siglo XIX. El contagio y la cuarenta significaban
problemas, pérdidas y limitaciones para la expansión de los negocios, además de constituir una herramienta para el control burocráctico estatal.
El anticontagionismo, o sea, la creencia de que los miasmas −venenos provenientes
de la materia animal y vegetal en putrefacción− una vez dispersos en el
aire provocaban las enfermedades fue la teoría con mayor aceptación por parte de
la comunidad médica y científica a lo largo de casi todo el siglo XIX. Incluso los
representantes más radicales de esta postura admitían la existencia de algunas enfermedades
contagiosas como la sífilis y la viruela. Sin embargo, las “tres grandes” enfermedades para las cuales se indicaba cuarentena −peste bubónica, fiebre amarilla
y cólera− parecían confirmar, precisamente, las proposiciones anticontagionistas
al traspasar todas las barreras sanitarias impuestas para contenerlas. Para ellos,
de modo general, no existía una relación sino una coincidencia entre la llegada de
epidemias y de navíos, puesto que no creían en la importación de enfermedades de
localidades infectadas ni tampoco en la transmisión entre personas (Ackerknecht,
1948, p. 573).
La salud pública de Brasil se inspiró en las medidas que el médico sanitarista
francés Adrien Proust había establecido en Francia en 1890 para evitar la importación
de cólera. Las medidas básicas adoptadas en ese país fueron la desinfección
por vapor, el calor y los germicidas (Benchimol, 1999, p. 271). La Convención
Cisplatina de 1904 había indicado medidas profilácticas distintas para la peste bubónica,
el cólera y la fiebre amarilla, ratificando en lugar de la cuarentena las prácticas
de aislamiento del enfermo y la vigilancia sanitaria de los individuos sanos, así
como la desinfección de navíos, equipaje, ropas, objetos personales y vacunación
preventiva. La nueva legislación impuso cambios en el sentido de las nuevas teorías
científicas, relacionados con la comprensión del papel de los insectos vectores en
la transmisión de enfermedades.10
La vigilancia sanitaria debía ser ejercida respecto de todos los pasajeros,
aunque de manera diferencial entre los de primera, los de segunda y los de tercera
clase. Para los dos primeros grupos, el control sería efectuado en tierra, garantizando
la libertad de circulación de los individuos y con la opción de que la autoridad
sanitaria recurriera al sistema de pasaportes sanitarios: se exigiría el depósito de
dinero en efectivo, con posterior devolución, una vez finalizada la observación
médica. En cuanto a los de tercera –como señalamos, en su gran mayoría inmigrantes–,
la supervisión podía realizarse dentro de los navíos y bajo las restricciones que
la autoridad sanitaria juzgara convenientes. Este sistema propiciaba la autonomía
de las autoridades para utilizar la profilaxis más adecuada, incluso la cuarentena. Si bien teóricamente este método había sido abolido por la nueva legislación, se
mantuvo y se aplicó efectivamente en situaciones específicas.11
Las enfermedades no son solo eventos biológicos, y su diagnóstico no se
presenta de forma estática. Éste implica para las personas consecuencias en el futuro
y relecturas del pasado, por ser un elemento estructurante en la narrativa de
una trayectoria individual (Rosenberg y Golden, 1977, p. XX). En este sentido, el
diagnóstico de cólera durante la travesía del Araguaya transformó colectivamente
la vida y la identidad de las personas que viajaban en tercera. Por otra parte, fue
utilizado como una de las tantas categorizaciones aplicadas a ciertos grupos: en
primer lugar, desde el momento en que embarcaron de Europa hacia América se los
categorizó como inmigrantes europeos; durante el viaje como coléricos; dentro del
lazareto como revoltosos; en el viaje del lazareto hacia el puerto de Río de Janeiro
pasaron a ser inmigrantes indeseables, portadores de una “enfermedad pestilencial
exótica”, categoría presente en los informes para designar a quienes llegaban al
puerto afectados por cólera, peste bubónica o fiebre amarilla. Entonces, como una
última categoría impresa en la identidad de este grupo se destaca la de “indeseables”
para la salud pública.
Así, fueron indeseables también para las empresas de navegación y para sus
países de origen, porque ninguno de ellos quiso repatriarlos. Tampoco formaban un
grupo uniforme de inmigrantes que viajaban con un contrato de trabajo como, por
ejemplo, aquellos italianos que lo habían hecho bajo la responsabilidad de su patria
y de la de Brasil, para quienes existió cierta protección social en 1910. El grupo
del que nos ocupamos en esta investigación estaba compuesto por personas de diferentes
nacionalidades: muchas familias de rusos, griegos, españoles, sin contrato
de trabajo y, en este caso, sin pasaje costeado por el gobierno brasileño, ya que su
puerto de destino era Buenos Aires y no Brasil.
En el caso del Araguaya, el hecho de que los inmigrantes viajaran en tercera
clase fue determinante para que resultaran afectados por el vibrión colérico,
que provocaba la enfermedad. Y su destino –la cuarentena, la repatriación, la enfermedad,
la muerte o el acceso a la posibilidad de una vida en el nuevo mundo– quedó determinado por el diagnóstico preciso realizado a través de la técnica
bacteriológica.
En octubre de 1910 llegó al puerto de Salvador de Bahía el paquebote Araguaya de la Royal Mail Steam Packet Company, con casos de cólera a bordo. A los pasajeros que iban a bajar en este puerto se les prohibió desembarcar y el navío fue direccionado al Lazareto de Ilha Grande, en Río de Janeiro:
“El médico a bordo dijo que había tres casos de enteritis. Los médicos Andrade (Raymundo), médico y jefe de la policía marítima y su ayudante, Dr. Baggio, se miraron y subieron. El Dr. Andrade, minutos más tarde, ordenó que la lancha del servicio sanitario del puerto regresara a tierra e impidió la nave. El buque dejó el embarcadero y atracó en frente al desinfectorio federal. No se permitió la libre práctica. Los enfermos y los muertos eran todos de la tercera clase”.12
El transatlántico llegó a Brasil con enfermos a bordo, mientras que los cuerpos
sin vida de las víctimas de la enfermedad habían sido arrojados al mar durante
el viaje. Ni el comandante ni alguien de la tripulación informaron a los pasajeros
sobre la existencia de la epidemia a bordo. El Araguaya era uno de los ocho navíos
de la clase “A” de la compañía, es decir, de lujo, con compartimentos con camas
individuales y ventiladores eléctricos en primera. Medía 157,02 metros de longitud
y tenía capacidad para transportar 300 pasajeros en primera clase, 100 en segunda
y 800 en tercera. Inició la ruta Southampton-Buenos Aires el día 15 de junio de
1906. El vapor traía una recarga importante: solo en la tercera clase había 1028
inmigrantes, es decir, 228 personas más de la capacidad establecida. Trasladaba
pasajeros ilustres en primera y en segunda– entre los que se contaban profesionales,
periodistas, autoridades brasileñas y argentinas– que no sufrieron ninguna molestia.
El caso generó conmoción a nivel nacional, ya que muchos de estos destacados
personajes denunciaron a la prensa las negligencias ocurridas.
14 de octubre de 1910, 16 h, en el Puerto de Salvador de Bahía.13 Raymundo de Andrade –inspector de Salud del puerto de Salvador en el estado de Bahía, costa
de la región noreste de Brasil– comunicó por telegrama a la Dirección General de
Salud Pública (DGSP) que atracaría el paquebote Araguaya, procedente del puerto
de Recife (Pernambuco) con tres casos de cólera-morbus. El médico de a bordo declaró al doctor Andrade que durante el viaje habían ocurrido tres óbitos de enfermedad
común y que uno de los casos de cólera existente era el de un ruso embarcado
en Cherburgo.14
Todos se preparaban para desembarcar, los sombreros se agitaban en la
cubierta del buque, cuando una noticia resonó: “‘no se baja nadie!’ -‘¿Por qué?’
Preguntaban, con ansiedad general. ‘Hay cólera a bordo’”. A partir de ese momento
todos hablaban y nadie comprendía nada. Se supo que había un enfermo con
vómito y diarrea, al cual el médico de a bordo había diagnosticado con cóleramorbo.
Sin embargo, nadie quería creer y las protestas aumentaron: “No es cólera,
con certeza... Alguna indigestión. Este médico inglés es estúpido!…Naturalmente el
inmigrante se llenó de frutas en Pernambuco y hoy está con problemas gástricos”.15
Andrade se dirigió a tierra para pedir recomendaciones al gobierno federal
sobre los procedimientos. Figueiredo Vasconcelos, a cargo de la Dirección General
de Salud Pública (DGSP), telegrafió inmediatamente a Bahía pidiendo a Andrade
que impidiera el desembarque de pasajeros y de cargas. Se ordenó al comandante
del navío dirigirse al Lazareto de Ilha Grande, donde la DGSP disponía de todos los
recursos necesarios para la completa depuración del vapor, así como de un lugar
destinado a los pasajeros y de un hospital de aislamiento para los enfermos.16
Un detalle interesante es que, de acuerdo con la profilaxis sanitaria implementada
a través del reglamento de 1904 –que oficializó la hipótesis de la transmisión
de la fiebre amarilla por el mosquito Aedes aegypti–, el lazareto había perdido
sentido, dado que la ciencia había demostrado como innecesarias las antiguas
prácticas de profilaxis portuaria, tales como las desinfecciones y la cuarentena. No
obstante, como no había otro lugar en el puerto donde más de mil inmigrantes con
sospechas de contaminación por cólera pudieran desembarcar con seguridad, o
sea, sin que la enfermedad se esparciera por la ciudad rápidamente, se ordenó que
el Araguaya se dirigiese a Ilha Grande. Esta medida fue utilizada también como una
forma de evitar el pánico en la población.
A pesar de todo el cuidado tomado en Bahía para que la enfermedad no se
propagara a lo largo del territorio nacional, un grave error había ocurrido en Recife,
primer puerto de escala del Araguaya en Brasil: el navío desembarcó pasajeros y
recibió nuevos. Con esta información en mano, Figueiredo Vasconcelos envió un
telegrama para el doctor Fernandes de Barros, director del Segundo Distrito Marítimo,
con sede en Pernambuco, en el que le pedía con urgencia informaciones
sobre por qué el Araguaya había tenido libre práctica en Recife. Barros le informó entonces que la visita sanitaria al paquebote había sido hecha por su ayudante, el
doctor Padilha, quien le había informado sobre la presencia de tres óbitos durante
el viaje, uno de síncope cardíaca, otro de nefritis y el tercero de oclusión intestinal.
Incluso mencionó que durante la visita no había enfermos dentro del navío, que los
libros de a bordo no registraban nada sospechoso, y tampoco el recetario médico.
Padilha resaltó incluso que, al hablar con algunos pasajeros, ninguno afirmó tener
información sobre enfermedades ocurridas a bordo. Además, el paquebote había
salido de Southampton, considerado puerto limpio (indemne), y había atracado
en Cherburgo, Francia; en Vigo, España; en Lisboa, Portugal; e Isla de Madeira, de
los cuales traía patente limpia. En el registro de a bordo, por otra parte, constaban únicamente los tres óbitos por enfermedades comunes, es decir, no infecciosas. Por
lo tanto, había tenido libre práctica en Pernambuco.17
La desconfianza que rondaba en el aire tenía que ver con los casos de cólera
que habían empezado a aparecer desde el inicio del viaje. Sin embargo, de
acuerdo con la tarjeta de salud, el navío había tenido libre práctica en Vigo, Lisboa
y Madeira. En estos puertos hubo pasajeros que embarcaron y otros que desembarcaron,
aparentemente al menos, con total normalidad, por lo cual las autoridades
sanitarias no tuvieron la más mínima desconfianza de lo que sucedía. Según el
Director de Salud Pública brasileño, el comandante y el médico de a bordo habían
engañado completamente a las autoridades sanitarias de los diferentes puertos, con
la ventaja de haber salido de Southampton, como ya señalamos, puerto considerado
limpio en aquella ocasión. Entre Pernambuco y Bahía se habían producido tres
casos de cólera. El número de enfermos, con certeza, asombró al comandante y al
médico de a bordo, y a pesar de ello, todavía en Bahía intentaron eludir la autoridad
sanitaria para realizar el desembarque y la descarga de mercancías. Andrade,
inspector de dicho puerto, telegrafió un poco después al Director de Salud Pública
en la capital con el objetivo de transmitirle informaciones más precisas sobre el
caso, e indicó que el médico de a bordo al principio le había declarado que se
habían producido tres óbitos de enfermedad común a lo largo del viaje y que, en aquella ocasión, existía solamente un pasajero con diarrea. El inspector pidió entonces
ver al enfermo. Después de mucha insistencia, el médico del transatlántico
confesó que había cólera a bordo y que no había necesidad de exámenes, pues ya
había asistido a tres epidemias de esa enfermedad y no tenía dudas de que el mal
se estaba extendiendo.18 El primer caso había ocurrido el 1º de octubre, en un pasajero
de la tercera clase de nacionalidad rusa, quien falleció dos días después. En el
diario del médico de a bordo, según informaciones de un periodista brasileño que
viajaba en el vapor, se mencionaba el diagnóstico de cólera seguido de un signo de
interrogación. Esto debió de impresionar al médico de tal manera que, al llegar al
puerto de Lisboa, los pasajeros supieron sorpresivamente que el desembarque estaba
prohibido. Hubo protestas y “no se sabe basándose en qué principio de higiene
naval el comandante terminó por hacer la voluntad de los quejosos, condescendiendo
al desembarque”. En Lisboa también embarcaron gran número de personas,
“como normalmente ocurre en este puerto”.19
Desde ese punto a la Isla de Madeira y de allí a Pernambuco la epidemia
recrudeció y se cobró dos víctimas más, cuyos cuerpos fueron arrojados al mar. A
pesar de la existencia de la enfermedad en el vapor, en todos estos puertos subieron
nuevos pasajeros y otros (infectados o no) bajaron. El día 13 de octubre, por
la tarde, el Araguaya partió de Recife a Salvador de Bahía. El día 14, al mediodía
en punto, de acuerdo con el diario de a bordo, se verificó que el paquebote había
navegado 350 millas en 22 horas y 40 minutos, batiendo el récord de velocidad en
el mar. El comandante probablemente estaba aterrorizado por el hecho de que en
él viajaba una pasajera enferma. Según los informes del médico de la compañía, era
el cuarto caso de la enfermedad. Fulminada por el mal en pocas horas, el cuerpo
de la niña fue arrojado al océano en las proximidades de Bahía. Solo entonces, con
un óbito reciente y un hombre en estado grave, las autoridades brasileñas fueron
conscientes de que el mal estaba a bordo. De acuerdo con los pasajeros, si la niña
no hubiera muerto tan rápido –más que la carrera del navío– no se habría indicado
nada a los médicos de la Inspectoría de Salud del puerto de Bahía. Los viajeros habrían
desembarcado y otros habrían subido con destino a Río de Janeiro y a diversos
puertos de escala –Santos o Montevideo–. por donde el navío pasaría llevando la
enfermedad hasta su destino final: Buenos Aires.20
Como ya fue señalado, el Araguaya trasladaba a un gran número de inmigrantes
en tercera clase y muchos profesionales y comerciantes ricos en primera y
segunda. Uno de estos era el doctor Mário Salles, quien regresaba de Europa a Río
de Janeiro en compañía de toda su familia. Según este médico, luego de partir de
Cherburgo la atención de los pasajeros se centró en el modo brutal en que se había
realizado el embarque de los de tercera, enviados a las bodegas como si se tratara
de ganado. No había habitaciones suficientes para “aquella pobre gente, allí acumulada,
una gran masa de hombres, mujeres y niños”.21
Al abandonar Cherburgo pocas horas después, corrió la noticia de que había
fallecido un hombre en la tercera clase y, como era costumbre, su cuerpo fue
arrojado al mar.22 El vapor siguió para Vigo y dos días después dos emigrantes más
enfermaron, una española y un ruso. Antes de llegar a la Isla de Madeira, se había
informado que la española había muerto de cáncer de estómago y su cadáver también
fue arrojado. Según el doctor Salles, hubo discrepancias entre las autoridades
en Lisboa: los médicos del puerto y el de a bordo no estuvieron de acuerdo en relación
con la epidemia, de modo que los pasajeros no pudieron desembarcar al llegar
y solo pudieron hacerlo después de una larga discusión. En la ruta entre Lisboa y la
Isla de Madeira fallecieron dos rusos más.
Por ser médico, Salles obtuvo informaciones privilegiadas en primera clase,
facilitadas por su colega de a bordo, que no fueron divulgadas entre los viajeros
para evitar el pánico. Sobre el último ruso enfermo, el médico de a bordo le informó
que no se trataba de una enfermedad contagiosa, por lo que el embarque
y desembarque se habían realizado normalmente en los distintos puertos. A pesar
de ser un navío de lujo, el servicio prestado era en general de mala calidad, pero
el de la tercera clase resaltaba por la brutalidad con que era tratada la gente, así
como por la falta total de higiene. El comentario de Salles sobre la forma en que se
entregaban las comidas ejemplifica esta situación:
“A estos infelices, la comida fue arrojada como carne para perros, porque entre ellos había peleas constantes, repetidos altercados, sin hablar de los que fueron observados por la disputa por alojamiento. Era triste y desgarrador el aspecto de tal inhumanidad, arrojados en una porquería completa”.23
Según Salles, el médico de a bordo estaba completamente calmado durante
el viaje e intentó no levantar sospechas de que hubiese alguna epidemia. En
compañía del doctor Salles había otros cuatro colegas de profesión, a los cuales
tampoco nada les parecía fuera de lo común, aunque en el viaje ya habían tenido
cuatro muertes. Al dejar Lisboa una española enfermó y llegó la noticia de que dos
enfermos más habían bajado a la enfermería –un marinero de la guarnición y una
niña de 9 años–, cuando el Araguaya ya estaba cerca de Pernambuco. El marinero
había muerto de insolación, según el médico de a bordo.
Después de atracar en Pernambuco, “el navío salió para dar una vuelta. ¿Sabe usted qué es lo que hicieron? Arrojaron al mar a la pequeña de nueve años
que estaba enferma, pues ésta murió en el puerto”, dijo el profesional con indignación
al periodista de la Gazeta de Notícias. Fue el sexto cadáver lanzado al mar. A
partir de entonces, dos inmigrantes más presentaron la infección. Cuando llegó a
Bahía, ya no fue posible disimular que en el vapor había un brote de cólera.24
En Bahía no se aceptó el desembarque y la Inspectoría de Salud del Puerto
comunicó oficialmente lo que ocurría. Las familias entraron en pánico. Salles y sus
cuatro amigos médicos –Floriano Lemos, Pacheco Mendes, Câmara Sampaio y el
argentino Vicente Constantino– pidieron ropas de lino y fueron al alojamiento de
inmigrantes, allí descubrieron que en la enfermería, además de los dos coléricos,
había un enfermo de viruela moribundo.
Otros pasajeros, de primera y segunda clase, también fueron entrevistados
por la prensa. Dijeron que el mal había aparecido en Vigo, donde las autoridades
sanitarias impidieron el desembarque de algunas personas. En Lisboa otros tampoco
pudieron desembarcar. Al ver el estado a bordo, una comisión del puerto se
reunió por un largo período con el comandante. Éste, a partir de ese momento,
cambió su conducta y dejó de acercarse a los pasajeros, lo que provocó que algunos
empezaran a sospechar que algo raro ocurría, y entonces apareció el pánico.
Por ello, se arrojó al mar un cadáver cuando se servía la comida, para no atraer la
atención de los viajeros. Cuando se supo que el paquebote se quedaría en cuarentena
en Ilha Grande, “el pánico fue indescriptible en la primera clase. Angustiadas,
muchas familias regresaron a sus camarotes”.25
En el puerto de Salvador de Bahía, a las once y media de la noche, el doctor Clementino Fraga, delegado por el gobierno para tratar el caso hasta la llegada de otras autoridades, subió al Araguaya con una gran cantidad de sulfato de cobre para utilizar en el servicio de desinfección. Al ingresar a bordo habló con algunos y les mostró un telegrama de la DGSP:
“Araguaya, el cólera a bordo. Sería útil ver a un profesional competente como usted conducir el servicio de profilaxis a bordo. Apelo a su patriotismo, protección de la salud en beneficio de Brasil, invito a aceptar la responsabilidad”.26
La primera medida adoptada fue comparar la lista de pasajeros de los puertos
de escalas anteriores para verificar si estaba de acuerdo con la que había sido
enviada por el puerto de Bahía. Solo de esta manera se podría desmentir o confirmar
la información de cuántos cadáveres habían sido lanzados al mar y si fueron
registrados efectivamente en el número de óbitos. A la medianoche, tras tener el
primer contacto con los pasajeros, el médico conversó con el comandante Pope,
quien lo recibió personalmente. Enseguida, Fraga intentó hablar con el doctor de
a bordo y ambos permanecieron en conferencia hasta las cuatro de la mañana,
examinaron el registro clínico de la nave, el recetario y tomaron informaciones
sobre los casos ocurridos. Fraga también cuidó del cadáver que se conservaba en el
vapor y aconsejó a los restantes profesionales el modo correcto de preparación del
cuerpo, respetando la “distancia de la costa, calculada por la velocidad del navío,
ya en ruta, con la premeditación del momento en que debía ser lanzado al mar”.
No había desinfectantes y los medicamentos eran escasos. En esas condiciones,
el aislamiento perdía su principal finalidad, la de atacar el foco de la infección.
Inicialmente, se debía desinfectar todo el compartimiento y recoger la ropa, los
utensilios, las secreciones y excreciones de los enfermos (como heces, vómitos y
muestras de esputo) en recipientes con soluciones antisépticas para ser tratados
antes de ser lanzados al agua.27
Una vez hecho esto, Fraga se centró en las medidas de protección a los pasajeros
sanos y en la tripulación. Exigió el suministro exclusivo de agua hervida en
las mesas y camarotes, prohibió los alimentos crudos tales como ensaladas y frutas;
asimismo, aconsejó el uso de hielo. Sugirió beber limonada, verificó la limpieza
de los cubiertos, la higiene de la vajilla y de los cubiertos, que debían ser lavados
con agua hirviendo. Las informaciones referentes al aseo e higiene individual se
fijaron en carteles escritos en varios idiomas y en las tres clases. El médico requirió
que los límites entre la primera y segunda clase fueran respetados y guardados día
y noche, lo que efectivamente se hizo con tal rigor que en una ocasión el marinero
de guardia le impidió al propio Fraga entrar a la tercera clase, puesto que no lo
había reconocido. El doctor controló a los enfermos Ivan Bukil, un ruso de 60 años,
una española de 25 años y Vito Romero, de origen italiano. En los días siguientes
también se enfermó Julia Bukil, de la familia de Ivan.28
15 de octubre, 3 h de la mañana en el muelle Pharoux, Río de Janeiro. Los
observadores indicaron a un grupo de hombres que, a pesar del frío de aquella
madrugada, se desnudaran; se tenían que quitar el traje, el pantalón y se debían
colocar blusas, pantalones y un gorro en la cabeza con las iniciales de la DGSP: se
trataba de un grupo de desinfección embarcado para el Lazareto de Ilha Grande.
Llevaban pulverizadores de sustancias antisépticas y un aparato Clayton para la
limpieza de las bodegas del navío.
A las cinco de la mañana, Figueiredo Vasconcelos partió para Ilha Grande
en el remolcador Marechal Vasques cedido a la DGSP por el Ministerio de Guerra,
en compañía de Jaime Silvado, inspector de Desinfección del Puerto de Río de
Janeiro, además del jefe del Laboratorio de Bacteriología Emílio Gomes y del jefe
del Servicio de Aislamiento y Desinfección Lopes Cruz. En el mismo instante en
que salía el remolcador que trasladaba a las autoridades, partía también la barca de
desinfección Pasteur con el personal y el material para el servicio en el lazareto.29
Según el plan de viaje, el Araguaya debía llegar al puerto de Río de Janeiro el
16 de octubre y a Buenos Aires el 26. Sin embargo, de acuerdo con los reglamentos
sanitarios, ahora debía permanecer en el lazareto durante cinco días, período de
incubación del cólera. Uno de los médicos de la comisión, el bacteriólogo Eugênio
Lindemberg, prosiguió su viaje hasta el puerto de Santos a fin de mantener una
severa inspección a bordo.
Fraga, acompañado de los doctores Salles, Mendes y Constantino, visitó los
alojamientos de la tercera clase del Araguaya. El grupo de médicos quedó asombrado, “todo aquello llegaba al absurdo! El compartimiento de los rusos y griegos parecía
tener el piso cubierto de lodo, sin aire, sin luz, húmedo y con un olor nauseabundo.
Se comprimían allí mil y tantas criaturas humanas! Para agravar la situación,
habían pagado a la compañía de navegación el importe de aproximadamente cien
contos de réis!” Los pasajeros de primera decidieron recoger firmas para denunciar
las irregularidades ocurridas durante el viaje, porque los pasajeros de tercera clase
superaban por mucho el máximo de la capacidad del compartimiento, provocando
un “espectáculo doloroso e inhumano”, y la distribución de la alimentación se
hacía en pequeños recipientes de aseo dudoso. La falta de alimento suficiente para
todos suscitaba escenas en las que “cada trozo era disputado entre luchas y a veces
hasta con armas blancas”.30
17 de octubre, 9 h de la mañana. Cuando en el horizonte apareció la silueta
del Araguaya, la barca que llevaba a las autoridades procedió al anclaje. Vasconcelos,
junto con las demás autoridades, se dirigió inmediatamente a bordo y fue
recibido en la escalera del transatlántico por Fraga, en compañía del médico de
la Royal Mail. Fraga hizo un breve resumen al Director de Salud Pública sobre la
epidemia de cólera, que para entonces había sido confirmada, aunque solo clínicamente,
en los pasajeros de tercera. Indicó que por suerte el brote era de contagio
directo, ya que no había casos entre los pasajeros de primera y segunda clase, y
además el agua del paquebote no estaba contaminada, factor determinante para
limitar la cantidad de casos. En posesión de las informaciones recibidas a través del
doctor Fraga en el Araguaya, el Director de Salud Pública regresó al lazareto y distribuyó
las tareas a cada profesional que lo acompañaba. Así, el doctor Alvim quedó
encargado de la parte administrativa, el médico Silvado de la desinfección de los
tanques de agua y del depósito de aguas residuales, el doctor Emílio Gomes debía
quedarse en el hospital acompañando a los enfermos para darles toda la asistencia
y recoger material para las investigaciones bacteriológicas, las cuales serían iniciadas
por Carlos Rohs; por último, el médico Lindemberg dirigiría la desinfección de
los alojamientos.31
Mientras tanto, Lopes da Cruz se ocuparía del desembarco de los pasajeros de la tercera clase en el lazareto, así como de la desinfección de la ropa, maletas y
colchones. Sobre la media mañana de aquel lunes, acompañados por el enfermero
y el ayudante del hospital de aislamiento, se transportó a los cuatro enfermos –dos
pasajeras: una española y una rusa, y dos tripulantes– en una embarcación de a
bordo remolcada por una lancha de motor. Las dos mujeres, cuyo aislamiento se
podría haber llevado a cabo en el propio compartimiento de proa del navío, fueron
trasladadas a la cubierta de la tercera después de ser retirados todos los demás pasajeros
para evitar el contagio. La española, que ya se encontraba convaleciente, descendió
sin ayuda; en cambio la rusa tuvo que ser conducida en una camilla asistida
por una enfermera y falleció horas más tarde. Uno de los pasajeros parecía estar en
grave estado, con los “ojos hundidos en la cavidad de las órbitas”. Era casi mediodía
cuando se terminó el traslado y la lancha fue atada por un cable a la popa del navío,
para después ser adecuadamente desinfectada.32 Inmediatamente se procedió al
desembarque de la tercera. Hasta entonces se contaban veinte casos con diecisiete
decesos. Dos marineros estaban afectados, uno de ellos doce horas después ya
tenía aspecto de “cadáver ambulante”. Los pasajeros contemplaban asombrados el
traslado de los enfermos a la lancha tripulada por los marineros de a bordo.33 Eran
las cuatro y media de la tarde cuando la primera oleada de inmigrantes embarcó
en el balandro, mientras llovía a cántaros “una lluvia que llenaba de niebla el aire
y oscurecía el paisaje marino”.34
Para el descenso hicieron un cordón sanitario separando las clases, y el
Director de Salud Pública decidió no desembarcar a los pasajeros enfermos, pues
concluyó que al retirar de a bordo a los de tercera, entre los cuales se propagaba la
epidemia, se desplazaría el foco hacia el lazareto. Como no tenían elementos para
evaluar el grado de infección existente ni tampoco para prever la extensión futura
de la epidemia entre los desembarcados, Vasconcelos temía que se extendiera el
foco de infección al ser retirados de a bordo los pasajeros de primera y segunda
clase. Por lo tanto, estarían más seguros si permanecían en el navío. Después, se
acordó que serían llevados a la capital por paquebotes fletados por la Royal Mail
Steam Packet que llegarían a Ilha Grande en tres días, luego de la desinfección
completa del Araguaya.
“Una gota de líquido superpuesto en una placa, una infinidad de pequeñas
huellas en forma de coma, de color azul oscuro, más de 500 de aquellas huellas.
Era el cólera!”.35 Solamente a las diez y media de la noche del lunes llegó a bordo
la primera noticia referente a las investigaciones técnicas realizadas en tierra, con
el fin de averiguar la naturaleza del mal. Fraga informó a los pasajeros que los estudios
efectuados a los enfermos revelaron un gran número de gérmenes y solamente
faltaba la confirmación con el resultado de los cultivos.
Trasladadas estas colonias de gérmenes a los tubos con gelosa, se obtuvieron
los cultivos de un vibrión semejante al colérico, con sus reacciones coloreadas.
Para finalizar la identificación se empleó el método de aglutinación, mediante el
uso de un suero anticolérico elaborado en el Instituto Oswaldo Cruz que dio resultado
positivo. Por lo tanto, quedó claramente establecida la enfermedad que se extendía
en el Araguaya, y en las autopsias de los cadáveres se demostraron lesiones
típicas de cólera.36
20 de octubre, 8:30 hs de la mañana en Ilha Grande. Tras la reunión mantenida
entre el comandante Pope y las autoridades sanitarias brasileñas, se tomó la
decisión de partir hacia Río de Janeiro con los pasajeros de primera y segunda clase
que tenían esa ciudad como destino final. Desde muy temprano el puerto se llenó
de personas a la espera de los familiares y amigos del Araguaya, quienes protagonizaron
escenas conmovedoras cuando comenzó el desembarco.37 Mientras tanto, en
el lazareto, Vasconcelos pidió al ministro de Guerra que mandara a Ilha Grande un
contingente de la fuerza de línea para ayudar en el trabajo de control de la policía,
teniendo en cuenta las protestas de los inmigrantes, provocadas porque habían visto
a los demás pasajeros saliendo de la isla. El ministro, en respuesta a la petición del
director de Salud Pública, envió al día siguiente un contingente de veinte soldados
bajo el comando de un oficial, que permanecería en la isla a disposición del director
del lazareto.38
Los inmigrantes estaban indignados por la liberación de los pasajeros de
primera y segunda, pues “todos vinieron juntos, en el mismo barco”. Ante esta situación,
en el lazareto se izó la bandera roja como pedido de socorro. El acorazado Floriano con sus marineros atracó en la isla y consiguió restablecer la calma sin que
fuese necesario el empleo de la fuerza.39 Después de tres días, las pruebas clínicas
confirmaron la inexistencia de portadores del bacilo entre los pasajeros sin síntomas,
lo que dio luz verde para que los inmigrantes fueran liberados del lazareto y
continuaran hacia sus destinos. La compañía tuvo dificultades para encontrar un
barco que quisiera hacer el servicio. Los días pasaban y los pasajeros continuaban
en el lazareto, cuando la DGSP decidió intervenir y consiguió que el paquebote Iris
los embarcara con destino hacia la capital, pero las autoridades no los recibieron
al llegar al muelle Pharoux.
En Buenos Aires, el gobierno decidió enviar un barco de vapor para reunirse
con el Araguaya, con el objetivo de recibir a los pasajeros de primera y de segunda
clase que se dirigían a la capital argentina. Estos debían permanecer en observación
durante cinco días en absoluta incomunicación, si en ese lapso no se advertía
ninguna anomalía podían desembarcar. El paquebote inglés llegó a Buenos Aires
el 26 de octubre, en la fecha prevista. Las autoridades sanitarias también tomaron
providencias para que los pasajeros de la tercera clase fueran aislados en el lazareto
de Martín García durante cinco días y para que el buque fuese severamente
desinfectado al entrar en el puerto. La epidemia fue controlada, el Araguaya llegó al
puerto del Río de la Plata sin que se produjeran más casos de la enfermedad, según
fue comunicado a la DGSP por el Departamento de Higiene de Buenos Aires.40
Consideraciones finales
En el presente artículo estudiamos el caso del vapor Araguaya para describir
y analizar la experiencia con la enfermedad durante la travesía de inmigrantes europeos
hacia Brasil y Argentina, destacando las condiciones sanitarias que permitieron
que, en una población catalogada en pasajeros de diferentes clases y tipos
que viajaba en un mismo navío, se declarara la enfermedad solo en aquel grupo
que padeció desventajas comparativas respecto de las condiciones de alimentación
y de higiene con el resto de los pasajeros. El barco que llegó a Brasil con destino
final en el puerto argentino fue objeto de modernas prácticas sanitarias y de los
presupuestos de una teoría médica institucionalizada en ambos países. El examen
bacteriológico en los puertos permitió una más amplia racionalidad en cuanto a
identificación y prevención de enfermedades. La experiencia acumulada por los
servicios sanitarios de los puertos y los esfuerzos de la salud pública en las luchas antiepidémicas, permitieron no solo fomentar los avances científicos sino también
la recepción e inspección de poblaciones en el territorio nacional. Esta situación
ofreció nuevos campos de investigación, que acompañaron la emergencia de la
bacteriología y de la medicina tropical. En el análisis de este caso se observa el
drama vivido por los pasajeros, los médicos, las autoridades y la población en la
experiencia con enfermedades y epidemias en el inicio del siglo XX. El barco de
vapor Araguaya se constituye así en un experimento radical con las nuevas tecnologías
y prácticas utilizadas por el servicio sanitario de los puertos, con el objetivo de
frenar epidemias mediante la aplicación concreta del diagnóstico bacteriológico.
Es necesario hacer una aclaración importante: en el ciclo de la migración
en masa, entre 1870-1930, Argentina se situó en posición destacada. Después de
Estados Unidos, fue el país que atrajo el mayor número de inmigrantes hacia el continente
americano, principalmente en el período que va de 1890 a 1930. El hecho
de que no tuviera inmigración subsidiada, es decir, el pago de pasajes y otros beneficios
para el inmigrante, no significó la inexistencia de una política de atracción
ni la despreocupación con respecto a los países competidores, en especial Brasil
(Fausto y Devoto 2004, pp. 174-175).
Las convenciones cisplatinas dictaron no solamente las prácticas de prevención
internas, inherentes a cada país y presentes en sus legislaciones sanitarias,
sino que también exponían las experiencias externas de las naciones signatarias y
reglamentaban la actuación de los navíos extranjeros en cada puerto, a través de
la profilaxis de las enfermedades pestilenciales y el control de los pasajeros embarcados.
Estas convenciones fueron las bases de otras posteriores, en particular
del Código Sanitario Panamericano de 1924, primer acuerdo sanitario de alcance
efectivamente continental (Cueto, 2007).
Uno de los objetivos de Roy Porter (1985) fue estudiar la experiencia con
la enfermedad a partir del punto de vista no solo de los médicos, sino principalmente
de los pacientes, lo que ha generado un nuevo enfoque en la historiografía
de la medicina, conocida como la “historia desde abajo” (history from below). Este
autor siguió la corriente de la historiografía inglesa preocupada en escuchar a los
trabajadores y a la gente común, es decir, a aquellos cuyas voces no se registraban
o habían sido directamente silenciadas por las fuentes oficiales y tradicionales
(Thompson, 1966), cuestión que nos interesa abordar desde nuestro punto de vista.
La historia del proceso migratorio ha sido explicada a través de fuentes oficiales,
de los relatos de las autoridades médicas y policiales y de algunos registros
dejados como memorias por inmigrantes o sus descendientes. A pesar del intento
de acercarnos a través de las fuentes a la experiencia con la enfermedad durante
la travesía, es importante señalar que el testimonio de los inmigrantes no se pudo
registrar directamente, ya que toda la narrativa se construyó por medio del relato de los pasajeros de primera clase a los periódicos de la época. Sin embargo, tales
registros permiten, a pesar de los sesgos que este tipo de interpretaciones puede
significar, acceder a la esperanza, la angustia, el sufrimiento y el dolor de quienes
se aventuraron en la travesía por el Océano Atlántico.
Notas
1 Este artículo se basa parcialmente en la Tesis Doctoral de Fernanda Rebelo titulada A Travessia: imigração, saúde e profilaxia internacional (1890-1926), defendida en 2010 en el Programa de Pós-Graduação em História das Ciências e da Saúde da COC/Fiocruz-RJ, y en su investigación posdoctoral en el Programa de Pós-Graduação Interdisciplinar en Ciências Humanas de la Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil. También incorpora los resultados de una investigación en curso, realizada con la Universidad Nacional de La Pampa, Argentina, denominada “Sociedad y desarrollo: problemas de historia económica y de la salud en espacios regionales desde una visión de largo plazo”, de la que participan los dos autores de este texto.
2 Instituto de Humanidades, Artes y Ciências Milton Santos-Programa de Pós-Graduação em Ensino, Filosofia e História das Ciências-Universidade Federal da Bahia. Brasil. Correo electrónico: fernanda.rebelo@ufba.br.
3 Casa de Oswaldo Cruz-Fundação Oswaldo Cruz. Brasil. Correo electrónico: hochman@fiocruz.br.
4 El modelo de campaña se refiere a la forma militarista y autoritaria de la salud pública en ese momento. La bacteriología permitió el surgimiento de nuevas formas de lucha contra enfermedades específicas. La percepción de que algunas de ellas tenían un agente causal y un vector transmisor permitió al Estado ampliar sus acciones más allá del aislamiento de los pacientes (Benchimol, 2001). Los buenos resultados obtenidos por las campañas, como las promovidas por Oswaldo Cruz en Brasil y Gorgas en Cuba, hicieron que este modelo se convirtiera en programas dirigidos a la eliminación de determinadas enfermedades.
5 Oswaldo Cruz fue director de Salud Pública de Brasil entre 1903 y 1909, cuando coordinó las campañas de lucha contra la fiebre amarilla, la peste bubónica y la viruela. Sobre su vida y obra ver Brito (1995); sobre la reforma de salud a principios del siglo XX en Río de Janeiro ver Benchimol (1992).
6 Aquí seguimos a Ramos (2006) en relación a las técnicas de poder que intervienen en la aplicación de las políticas y juegan un papel importante en la construcción de la autoridad pública. Por lo tanto, las políticas públicas deben ser diseñadas no como una mera aplicación de proyectos a través de las estructuras existentes, sino como locus de la construcción de esas estructuras. Entre las acciones y las representaciones desarrolladas por los agentes del Estado se destaca el papel de las políticas de inmigración, dentro de procesos más amplios de formación del Estado nacional.
7 Lemos, F. (1910, octubre 22). Relato sobre o Araguaya. Correio da Manhã, p. 1. Sector Periódicos de la Biblioteca Nacional (SPBN), Río de Janeiro.
8 La emigración se convierte en un asunto de interés para la League of Nations (LN) y el International Labour Office (ILO) en el contexto posterior a la Primera Guerra Mundial. Se crearon algunas comisiones, incluida la de Emigración. Ver Weindling (1995) y Rosental (2006).
9 Brasil. Ministério da Indústria, Viação e Obras Públicas. Relatório apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brasil pelo Ministro de Estado da Indústria, Viação e Obras Públicas Miguel Calmon du Pin e Almeida no ano de 1908. volumen 1. p. 62. Río de Janeiro: Imprensa Nacional. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u2275/000120.html.
10 Ministério da Justiça e Negócios Interiores. Diretoria Geral de Saúde Pública. Relatório apresentado a Sua Ex. o Sr. Ministro de Estado da Justiça e Negócios Interiores pelo Diretor Geral de Saúde Pública [Oswaldo Cruz], 1903 [Anexo AJ do Relatório apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil pelo Dr. J.J. Seabra, Ministro de Estado da Justiça e Negócios Interiores, em março de 1904, volumen 3, p. 15. Río de Janeiro: Imprensa Nacional]. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1900/000920.html.
11 Ministério da Justiça e Negócios Interiores. Diretoria Geral de Saúde Pública. Relatório apresentado a Sua Ex. o Sr. Ministro de Estado da Justiça e Negócios Interiores pelo Diretor Geral de Saúde Pública [Oswaldo Cruz], 1903 [Anexo J do Relatório apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil pelo Dr. J.J. Seabra, Ministro de Estado da Justiça e Negócios Interiores, em março de 1904, volumen 3, p. 15. Río de Janeiro: Imprensa Nacional]. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1900/000920.html.
12 Gazeta da Bahia, Bahía, 15 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
13 La opción por esta forma narrativa, con fecha y hora de los acontecimentos, tiene como objetivo reproducir dinámicamente lo ocurrido en las fuentes consultadas. Los principales periódicos del país siguieron diariamente el caso Araguaya y las noticias aparecían en forma de telegramas en los que se consignaban la fecha, la hora y el lugar. En los propios informes gubernamentales, en especial en la descripción del médico Clementino Fraga, los relatos también aparecen en forma de diario, con la descripción de los procedimientos aplicados diariamente. Además, la elección de esta forma de exposición corresponde a una experiencia que dialoga con tres lenguajes: la historiografía, el periodismo y la etnografía, en la medida en que la descripción “densa” de los avatares del Araguaya constituye el encuentro del Servicio Sanitario de los Puertos con la población inmigrante en la experiencia del microanálisis. Sobre los diversos juegos de escala ver Revel (1996), y sobre la influencia del método etnográfico de Clifford Geertz en la historia ver Darnton (1978). Para una crítica a esta perspectiva ver Levi (1999).
14 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-7. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000389.html.
15 Lemos, F. (1910, octubre 22). Relato sobre o Araguaya. Correio da Manhã, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
16 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-7. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000389.html.
17 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-7,8. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000389.html.
18 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-7. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000389.html.
19 Correio da Manhã, 22 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
20 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-7. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000389.html.
21 Salles, M. (1910, octubre 22). O desembarque dos imigrantes do vapor Araguaya. Gazeta de Notícias, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
22 En los buques, la experiencia con la enfermedad podía ser más degradante y dolorosa, especialmente para las familias, ya que era absolutamente necesario lanzar el cuerpo al mar para evitar el contagio. Esto impedía llevar adelante los rituales de muerte de acuerdo con las creencias religiosas, por ejemplo, el del entierro (Ariès,1977).
23 Salles, M. (1910, octubre 22). O desembarque dos imigrantes do vapor Araguaya. Gazeta de Notícias, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
24 Salles, M. (1910, octubre 22). O desembarque dos imigrantes do vapor Araguaya. Gazeta de Notícias, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
25 Salles, M. (1910, octubre 22). O desembarque dos imigrantes do vapor Araguaya. Gazeta de Notícias, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
26 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. 3. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000006.html.
27 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-13, S2-10. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000395.html.
28 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-14. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000396.html.
29 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-10. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000393.html.
30 Salles, M. (1910, octubre 22). O desembarque dos imigrantes do vapor Araguaya. Gazeta de Notícias, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
31 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-11,12. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000393.html.
32 Correio da Manhã, 22 de octubre de 1910, p. 1.SPBN, Río de Janeiro.
33 O Paiz, 22 de octubre de 1910, p. 2. SPBN, Río de Janeiro.
34 Correio da Manhã, 22 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
35 Gazeta de Notícias, 22 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
36 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-18. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000400.html.
37 Correio da Manhã, 22 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
38 O Paiz, 21 de octubre de 1910, p. 2. SPBN, Río de Janeiro.
39 Gazeta de Notícias, de 22 de octubre de 1910, p. 1. SPBN, Río de Janeiro.
40 Ministério da Justiça (Ministro Rivadavia da Cunha Corrêa). Relatório dos anos de 1910 e 1911 apresentado ao Presidente da República dos Estados Unidos do Brazil em abril de 1911. Anexo, Diretoria de Saúde Pública, 1910-1911, p. S2-24. Disponible en: http://brazil.crl.edu/bsd/bsd/u1907/000406.html.
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Fecha de recepción de originales: 21/05/2014.
Fecha de aceptación para publicación: 04/05/2015.