ENTREVISTAS
Alejandro M. Rabinovich1
Ignacio Zubizarreta2
Juan Carlos Garavaglia es un historiador argentino ampliamente reconocido
por su trayectoria internacional y cuya obra constituye una parte central de la
historiografía, no solo argentina sino latinoamericana. Hacer un análisis global
de la misma excede nuestro propósito actual. De todas formas, para aquellos
que nos vinculamos con el oficio de indagar y reflexionar sobre nuestro pasado,
es difícil desconocer los méritos que reúnen los múltiples aportes y trabajos
realizados por Garavaglia. En los últimos diez años, este autor se ha dedicado,
junto con un importante grupo de investigadores y doctorandos, a desentrañar
los orígenes del Estado en América Latina, poniendo particular énfasis en los
fenómenos vinculados a las fuerzas militares, la burocracia y las finanzas públicas.
Recientemente, comenzó a enfocarse en un problema más puntual: el
financiamiento y la formación de las fuerzas de guerra que participaron de la
Guerra del Paraguay. Al mismo tiempo, hace apenas algunos meses publicó– por la editorial Prometeo– una muy interesante obra autobiográfica que pone el
foco en sus experiencias políticas durante las turbulentas décadas de 1960/70.
En este contexto, gracias al apoyo de las autoridades de la Universidad Nacional
de La Pampa y con una ayuda económica del Banco Santander Río, fue posible
contar con la presencia de Juan Carlos Garavaglia en Santa Rosa, a quien
también hacemos extensivo el agradecimiento. La visita a nuestra universidad
fue muy significativa, no solo por la profunda relevancia de su actuación en
el campo historiográfico, sino también por su afectuosa vinculación con la
comunidad académica y por el fecundo diálogo que pudo establecer con los
estudiantes de la carrera de Historia de esa casa de estudios.
En la mañana del 29 de septiembre de 2015, en el lobby de un hotel
céntrico y aprovechando las últimas horas de su estadía, nos reunimos con
Garavaglia para realizarle esta entrevista –entre ruidos de aspiradoras y del teléfono
de la recepción–. Nos interesaba mantener con él una charla distendida,
luego de haber dejado atrás una jornada de trabajo tan intensa como fructífera.
En efecto, el día anterior a este encuentro había participado maratónicamente
de un almuerzo institucional, un workshop con estudiantes y una conferencia
magistral. Comenzamos con una serie de preguntas que habíamos discutido
y consensuado un par de días antes; queríamos aprovechar la ocasión para indagar
sobre lo más actual de su producción y también acerca de su mirada de
largo plazo sobre la historiografía argentina e internacional.
Pregunta: En los últimos dos años sus investigaciones se han centrado en la
Guerra del Paraguay, y más específicamente en la formación del Ejército argentino
dentro los estudios que venía realizando acerca de la construcción del Estado
en Latinoamérica?, ¿qué es lo que lo atrajo del tema y qué rol cree que juega la
Guerra del Paraguay dentro del proceso de formación estatal de la Argentina?
Juan Carlos Garavaglia: La Guerra del Paraguay es el último rescoldo que
quedaba del conflicto entre Portugal y España, y en relación a las pretensiones
imperiales del Brasil sobre el Río de la Plata. Mi idea con este trabajo
es terminar de estudiar el problema de las fuerzas de guerra en el Río de la
Plata, es decir, ver el proceso de construcción estatal y el proceso de construcción
de un ejército argentino, ya no un ejército de la Confederación o
de Buenos Aires, sino un verdadero ejército nacional. Luego de la batalla de
Pavón, la Guerra del Paraguay se ubica en el centro de este proceso de construcción.
Daría la impresión, pese a lo que los revisionistas dijeron siempre,
que ni Bartolomé Mitre ni Rufino de Elizalde, que eran las dos personas
más importantes de la conducción del proceso político del momento, creían
que iba a haber guerra, porque los agarraron “desnudos”: sin armas, sin
plata, sin la posibilidad de armar rápidamente un ejército. Yo creo que ellos
pensaron que Francisco Solano López estaba mintiendo como en el truco,
pero se equivocaron. No me meto en las causas de la guerra porque termina
siendo una discusión ideológica en la que hay muy pocas pruebas nuevas
que permitan una renovada interpretación de los hechos. El libro de Thomas
Whigham (2011) sigue siendo, para mí, el más sensato al respecto.
La guerra llegó en un momento de explosión del proceso de construcción
estatal, con marchas y contramarchas. Y en la guerra me interesan dos personas
que tuvieron muchísima participación en el conflicto. Uno fue Julio Argentino
Roca, quien emerge de la contienda con la misión de integrar el ejército del
Interior, el que luchará contra las últimas montoneras. Después estará en Entre
Ríos y participará más tarde en la discutible “Campaña del Desierto”. Es decir,
un personaje que sin dudas va a ser el más importante de la política argentina
de fines del siglo XIX. El otro, Lucio Mansilla, quien es como la contrapartida
de Roca: fino como escritor, abierto como persona, fue el único miembro de
la elite que supo ver cómo eran las sociedades indígenas y estuvo cerca de los
paisanos y los respetó.
La investigación está actualmente trabada por los problemas de fuentes
que ya conocemos, como me ha pasado con el tema de la Confederación.
Son trabajos que uno hace recolectando pedazos, pero no haciendo lo que se
debería hacer, es decir, un trabajo profundo de tesis. La Guerra del Paraguay,
si fuesen accesibles los documentos que no puedo consultar todavía, se presta
para la elaboración de, al menos, seis o siete tesis. Solamente el problema del
cólera y las condiciones higiénicas, el problema de las ventas forzosas a los
soldados, la cuestión de la financiación en el lugar –porque el problema macro
de financiación está más o menos claro–, el problema de las relaciones entre
los soldados, entre los oficiales, en fin, está todo en esos documentos que no
podemos leer todavía.
Dentro de lo que es la evolución de sus trabajos que tienen como eje principal
la construcción del Estado, su último libro, Una juventud en los años sesenta,
es completamente diferente, un proyecto personal que viene madurando desde
hace mucho tiempo. Es una obra de memorias acerca de su participación
juvenil en los acontecimientos políticos de las décadas de 1960/70 en Argentina.
Siendo un historiador formado en la historia colonial y decimonónica,¿qué le pareció esta incursión en la historia argentina reciente? Y, desde lo
metodológico, ¿qué sintió como historiador al transformarse en su propio objeto
de estudio?
En ningún momento quise hacer historia del tiempo reciente. En la introducción
señalo que me negué a leer la mayor parte de la excelente producción que
hay ahora sobre esos temas porque no me quería sentir condicionado por la
visión de la Historia profesional y académica sobre el período. Quería que mi
experiencia personal fuera la guía de lo que hacía. En cuanto a la perspectiva
de cómo un historiador puede hablar de sí mismo como objeto de la historia, la
respuesta es difícil. Yo sentía cuando escribía que me colocaba siempre en los
dos planos. Y traté en lo posible que fuera el plano personal el que dominara la
situación. Porque la memoria es muy tramposa. Obviamente, salvo para el memorioso
Funes de Jorge Luis Borges, uno no se acuerda de todo, solo de lo que
quiere y puede. Por dar un ejemplo, una vez que el libro salió nos encontramos
en la casa de un amigo, donde había varios compañeros y compañeras de esa época, una de ellas era la “Flaca”, quien había participado de la primera experiencia
que abre el libro (un robo de patentes de auto en las calles de Bahía
Blanca realizado por Montoneros3), pero no se acordaba para nada del hecho.
Me dijo que lo tenía totalmente borrado. Entonces, las razones por las cuales
la “Flaca” lo borró y no así yo, son complejas. Es probable que me haya pasado
con otras cosas y es inevitable que uno tienda a embellecer su visión del
pasado personal. En el libro hay confesiones acerca de cosas sobre las que no
estoy nada orgulloso, decirlo cuesta mucho, pero hay que hacerlo, sino ¿para
qué escribe uno sus memorias? Pero no nos olvidemos que si este ejercicio
nace primero como una experiencia personal, inmediatamente se transforma
en algo dedicado a los jóvenes, quienes tienen la misma idea borrosa sobre esa época que yo tenía sobre la crisis de los años treinta cuando tenía la edad que
ellos tienen ahora. Entonces, un poco la propuesta era ver si a través de esta
experiencia personal yo podía aportar algo. La reacción de los jóvenes que han
leído el libro ha sido generalmente buena y creo que en ese sentido he dado
parcialmente en el blanco. Así que estoy particularmente satisfecho de haberlo
escrito. Me costó muchísimo, fueron dos años de sufrimientos muy intensos,
porque es evidente que uno recuerda caras, personas. Cuando esas personas
han desaparecido o las mataron, entonces los recuerdos son duros, y escribir
sobre eso por momentos me costó lágrimas. Pero estoy contento de haber hecho
el esfuerzo, porque era una deuda que tenía conmigo y son esas deudas
que uno tiene que tratar de saldar, sino te quedas atragantado.
Volviendo a la pregunta sobre ser a la vez autor y objeto de estudio, en sus trabajos
aparece siempre una gran cautela respecto de la veracidad y fiabilidad
de los documentos de archivo con los que trabaja. En este caso, su principal
fuente era su propia memoria y recuerdos que no tenía por escrito, ¿cómo
hizo para criticar esa fuente?, ¿en algún momento tuvo la tentación de ir al
archivo o buscar prensa de la época para contrastar sus recuerdos con datos
más objetivos, o permaneció fiel a lo que recordaba?
Traté de no hacerlo. El único momento en el cual me sentí confrontado con
la realidad exterior a mi propia memoria fue cuando busqué fotografías de las
luchas políticas de la época en el archivo gráfico del Archivo General de la
Nación. Allí sí, me confronté con las imágenes de la época y eso fue un shock
inmediato. Entonces sentí que muchas de las imágenes me permitían volver a
pensar. Pero fue a propósito que no miré otros archivos aparte de los visuales.
Las imágenes, en efecto, terminaron formando una parte fundamental del libro
y de su narrativa.
Al principio mi idea era trabajar mucho más con imágenes y comentarlas, pero
me di cuenta que con ello el libro se transformaría en otra cosa.
Usted es un historiador formado en Argentina y su obra constituye una parte
integral de la historiografía nacional de la segunda mitad del siglo XX, pero
también ha trabajado muchos años en México, España, Italia y Francia; por
ende, conoce íntimamente y desde adentro la “cocina” de estas historiografías.
Considerando esta cualidad de estar a la vez “adentro” y “afuera”, ¿cómo
caracterizaría a la historiografía argentina como campo académico y qué la
diferencia de otras historiografías nacionales? ¿Cuáles cree que son las principales
fortalezas, debilidades o particularidades que la identifican?
Es importante destacar la riqueza de la historiografía argentina de los últimos
35 años y la renovación que acompañó a una especie de explosión de la disciplina
en el mundo. Cuando yo estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires, en 1966, leyendo la historia social de Fernand
Braudel (1976) y su larga duración, que había salido en un pequeño tomo, me
di cuenta que esa obra expresaba el extraordinario nivel de la historiografía
francesa y europea de aquel entonces. Pero creo que fue la última vez (con
otras obras como la de Le Goff Mercaderes y banqueros de la Edad Media,
entre otras) que la historiografía francesa estuvo en el centro historiográfico
del mundo “latino”, y no solo de éste, puesto que la a veces llamada Escuela
de los Annales tuvo mucho éxito también en la historiografía norteamericana.
Cuando salí de la Argentina y empecé a trabajar en las bibliotecas de París para
hacer mi tesis de doctorado tuve oportunidad de leer más sobre historiografía
francesa post Escuela de Annales, pero comencé a ver otras cosas distintas,
sobre todo el triunfo de la historia cultural, que no me interesó tanto, con todo
respeto por quienes la hacen. Después me fui a México y tomé contacto con
una historiografía completamente diferente, tanto en relación a la argentina
como a la francesa, aunque tenía mucha influencia de esta última, particularmente
de la historia cultural. En el mismo momento, ya en Francia, me había
interesado en los marxistas ingleses. Cuando hicimos la experiencia de trabajar
en la editorial Siglo XXI en los años setenta, no casualmente publicamos el
libro de Maurice Dobb (1971). También me gustaban Christopher Hill, Rodney
Hilton, Eric Hobsbawn y por supuesto, Edward Palmer Thompson, quien para
mí es el punto culminante de esta escuela porque en él se aúnan una exigencia
muy fuerte acerca de la vida material más una parte de la historia cultural, que
a diferencia de la otra me gustaba mucho porque era una historia cultural que
no estaba despegada de sus condiciones materiales de producción.
Cuando volví a la Argentina, en el período 1986-91, noté que comenzaba
un proceso de renovación que fue muy rápido. Si hoy miramos un libro
reciente como Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político de Raúl Fradkin y Jorge Gelman, nos damos cuenta de la enormidad de la producción
historiográfica que salió de allí. Ese libro es lo mejor que se ha escrito
sobre la biografía del propio Rosas pero también sobre los actores sociales de
la época. Aunque algunos puedan pensar que no había política en la campaña
bonaerense, en realidad, donde hay sociedad hay política porque los conflictos
sobre el poder son inherentes a las sociedades humanas; la idea de que
existe una sociedad sin política es un absurdo. Entonces, no es que no existe
la política en ese ámbito sino que hay que buscarla, ver cómo se manifiesta,
hay que sacarla de debajo de la tierra para que aparezca a la luz, porque no
se descubre en partidos, ni diarios, ni en esto ni en lo otro sino de otro modo.
Está inmersa en una cultura que tiene que ver con una sociedad que es más de
oidores que de lectores, y una sociedad de oidores hace política de otro modo.
Los rastros que deja son pocos. Pero si comparo el libro de Rosas con buenos
libros mexicanos o brasileños sobre temas similares, veo que hay una diferencia
importante. Por supuesto, la realidad mexicana y la brasileña son diez veces
más vastas y complejas que la de la campaña bonaerense. Existe un grado de
homogeneidad en el litoral pampeano que hace que uno pueda cercar mejor
el problema. Pero no olvidemos que la Argentina tiene todo otro “pedazo”
que está expectante de una obra similar, todavía espera que alguien haga una
especie de mise au point de la historia del Interior como una historia interdependiente
de aquella de la región pampeana, con su originalidad y problemas
propios. Estoy seguro que va a ocurrir y sería muy importante que así fuera.
Entonces, si yo comparo con Brasil o con México, refiriéndome a la
historiografía pampeana, veo que esta última cuenta con una profundidad y
una extensión de análisis que no es comparable. Hay algunas historiografías
regionales brasileñas (la gaúcha, la mineira, la paulista y la carioca) que son de
una producción impresionante, pero para los siglos XVIII y XIX –no me meto
con el siglo XX–, sin embargo, todavía no logran adentrarse en la importancia
de los actores sociales a un punto tan exhaustivo como la nuestra. Nosotros
tuvimos la suerte en la campaña bonaerense de tener censos y otros materiales
cuantitativos desde el inicio del siglo XVIII y no hay muchos lugares en América
Latina que puedan tener ese tipo de fuentes para épocas tan tempranas. Existen
registros parroquiales, principalmente en México, pero mi impresión es que
ellos han sido explotados demográficamente y no tanto historiográficamente.
Es evidente que en nuestro caso fueron los censos lo que nos permitieron hablar
de otras cosas, así pudimos dejar de hablar solo de estancias y peones y ver
lo que teníamos delante de nuestras narices. Entonces, en ese sentido creo que
esta historiografía pampeana posee un grado de avance enorme.
En relación a la historiografía europea, es parte de un mundo que tiene
un poco menos que ver con el nuestro. Si ustedes ven las citas en las obras de
los temas recién aludidos, actualmente la relación con la historiografía francesa
es lábil, porque ésta se encuentra preocupada por otros temas, y eso es normal.
Es que la preocupación de la historiografía argentina, la francesa, la mexicana
o la brasileña tienen que ver con la política y la sociedad de sus respectivos
países. Entonces, son las realidades del día, aunque parezca que no es tan así
–yo estoy convencido que lo es– las que determinan de algún modo el marco
en que se mueve cada escuela historiográfica. Pienso que la realidad política
de cada país tiene que ver con su realidad cultural. Pero también con cómo
son sus universidades y cómo se enseña en ellas, cuáles son las corrientes que
dominan esos establecimientos y, sobre todo, en el contexto actual, con la
explosión de información. Hoy salen mil artículos por mes y es imposible leer
todo, y no tiene sentido hacerlo. Pero también hay muchos aspectos positivos
que rescatar, pues les permite a ustedes que están en Santa Rosa –La Pampa–
leer lo que se produce en el mundo. No obstante, se publica tanto que ya no
se sabe cómo hacer para seleccionar lo que hay que leer y lo que no vale la
pena, pero con eso me estoy metiendo en otra cosa que tiene más que ver con
la realidad de la cultura informacional de hoy.
Juan Carlos Garavaglia es un historiador argentino que nació en Pasto, Colombia,
en 1944. Obtuvo su título de Doctor en Historia por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París (1979). Desde 1972, en distintos
períodos, se desempeñó en Argentina como docente en el área de historia
de este país y de Latinoamérica. Fue investigador contratado por el Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional del
Litoral, Santa Fe. Es Directeur d’études en la EHESS de París, en el Catalan Institution
for Research and Advanced Studies y Emeritus Research Professor en la
Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Ha publicado numerosas obras, especialmente
sobre historia rioplatense, entre las que se pueden mencionar: Pastores
y labradores de Buenos Aires (1999); Poder, conflicto y relaciones sociales.
El Río de la Plata, siglos XVIII y XIX (1999); Lois, justice, coutume. Amériques et
Europe latines (16e-19e siècles) (2004) en coautoría con Jean Frédéric Schaub;
junto con Juan Marchena elaboraron los dos volúmenes de América Latina De
los orígenes a la Independencia (2005). Entre sus últimos libros están: Construyendo
el estado, inventando la nación. El Río de la Plata, siglos XVIII-XIX (2007)
y San Antonio de Areco (1680-1880). Un pueblo de la campaña del Antiguo
Régimen a la modernidad argentina, (2009).
Además ha recibido distinciones como la Beca Guggenheim otorgada
por la John Simon Guggenheim Memorial Foundation de Estados Unidos, un Advanced Grant del European Research Council y el premio Raíces del Ministerio
de Ciencia y Tecnología de Argentina.
Correo electrónico: jcgara@hotmail.com
Notas
1 Universidad Nacional de La Pampa/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Correo electrónico:alejandrorabinovich@gmail.com.
2 Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”-Universidad de Buenos Aires/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional de La Pampa. Argentina. Correo electrónico:ignzubizarreta@gmail.com.
3 Montoneros fue una organización político-militar de filiación peronista que participó de la lucha armada entre 1970 y 1979.
Referencias bibliográficas
1. BORGES, J. L. (1971). Ficciones. Buenos Aires: Alianza-Emecé.
2. BRAUDEL, F. (1976). El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
3. DOBB, M. (1971). Estudios sobre el desarrollo del capitalismo. Buenos Aires: Siglo XXI.
4. FRADKIN, R. y GELMAN, J. (2015). Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político. Buenos Aires: Edhasa.
5. GARAVAGLIA, J. C. (2015). Una juventud en los años sesenta. Buenos Aires: Prometeo.
6. LE GOFF, J. (1982). Mercaderes y banqueros de la Edad Media. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.
7. WHIGHAM, T. (2011). La Guerra de la Triple Alianza, volumen II: El triunfo de la violencia, el fracaso de la paz. Asunción: Taurus.