DOSSIER

Pensar la religión en Argentina. Iglesias, Estado y sociedad (siglos XIX y XX)

José Zanca1

Presentación

El área de estudios sobre la historia de la religión en la Argentina constituye un campo consolidado. Para ello han concurrido, en los últimos veinte años, diversos factores, entre los que se destacan la capilarización temática de la historiografía argentina, la multiplicación de oportunidades y el deseo de sectores tradicionalmente indiferentes al fenómeno religioso por conocer más sobre este lejano aspecto. Hoy contamos con multitud de grupos de investigación dedicados exclusivamente al tema en distintos períodos y ramas. Es cierto que el peso que la Iglesia católica ha tenido en la historia argentina le ha otorgado un sitial con propensiones monopólicas. Por lo menos esto fue así hasta hace algunos años, cuando otros grupos religiosos –antes pensados como marginales o minoritarios– comenzaron a ser estudiados en detalle. Judíos, reformados, seguidores de la new age, grupos de difícil filiación institucional e incluso los anticlericales han recibido atención académica en forma de tesis, compilaciones y jornadas de estudio. Por supuesto, las novedades son siempre relativas. Podríamos citar una larga tradición de historias escritas por miembros de estas comunidades, entre las que podemos incluir a la católica, por supuesto. Estas miradas adolecían de una tendencia hagiográfica y de la prácticamente ausente problematización del compromiso con el objeto de estudio. Lo novedoso de lo ocurrido en los últimos años fue el creciente interés por parte de investigadores de universidades no confesionales –vinculadas tradicionalmente al laicismo– por un tema en el que las distancias con el objeto se daban por la negativa. Es decir, ¿por qué estudiar algo que iba, tarde o temprano, a desaparecer en tanto la teoría de la modernización, con sus ciclos bien pautados, se cumpliera?
Como es sabido, desde fines de los años setenta quedó claro en el mundo académico occidental que tal pronóstico no se cumpliría. Por un lado, la explosión del islamismo con la descollante Revolución Iraní de 1979, por el otro, el fenómeno de los nuevos movimientos religiosos que se extendían en diversas direcciones geográficas (y sociales) encendieron la duda sobre el paradigma de la secularización. Con resignación, las ciencias sociales debieron repensar el lugar que la religión parecía negarse a ocupar en sus esquemas previos. Los historiadores no se quedaron atrás, y en nuestro país, una originaria colaboración y cruce interdisciplinario permitió el encuentro de sociólogos, antropólogos e historiadores en el común interés por definir categorías de análisis y recursos para la intelección del catolicismo en primer lugar, y luego, del fenómeno religioso en general.
Se originó entonces una necesaria distinción entre la historia de la iglesia y el catolicismo que se producía con objetivos teológicos y pastorales, de la historia académica, cuyas metas eran diferentes. El primero, sin duda, era de carácter político y coincidía con el deseo de la creada democracia de los años ochenta por comprender el origen del autoritarismo argentino. En ese marco, la Iglesia podía ser imputada como una de las tantas instituciones que colaboraron para horadar el papel de los partidos políticos en pos de empoderar a las organizaciones corporativas (Fuerzas Armadas, empresarios, sindicatos, entre otras). Este primer impulso, dado el quiebre que parecerían experimentar las relaciones del Estado con la sociedad en las entreguerras, llevó a fijar la atención en las formas de sociabilidad que la Iglesia propiciaba. El espacio parroquial –de larga tradición en los estudios europeos–, así como las exitosas organizaciones laicales que permitieron el despliegue callejero de la Iglesia en los años treinta, aparecen como un segundo interés del mundo académico. Finalmente, y ya apartándonos de la historia de la Iglesia católica, el interés de muchos investigadores se orientó a reconstruir el devenir de diversas comunidades religiosas, y su interacción en un país de “mayoría católica”.
Hoy estas líneas se han multiplicado, al punto que sería difícil señalar, en este estrecho espacio, todas sus derivas. Sin embargo, este dossier pone a disposición de los lectores un conjunto de trabajos que traen a la luz el substrato de problemas que la historiografía sobre la religión ha elaborado en los últimos años. El primero es el de la matización de los comportamientos de los agentes religiosos. Los trabajos pioneros sobre la temática proponían una historia de la Iglesia –como un agente– en la que ésta se antropomorfizaba y dotaba de conciencia. La Iglesia quería, la Iglesia pensaba, la Iglesia poseía estrategias. Como ha señalado Roberto Di Stefano (2005), esta imagen de unidad coincidía –paradójicamente pensando en historiadores alejados del milieu teológico– con la representación que la jerarquía romana en diversos períodos quiso proyectar de sí misma: una Iglesia, conducida por un jefe, portadora de una única verdad, e impertérrita frente a los cambios sociales y culturales de la modernidad. Los trabajos de este dossier cuestiona esa imagen, revelando un campo religioso habitado por muy diversos actores, consagrados y laicos, estatales y eclesiásticos, cuya diversidad hace inviables las homogeneizaciones previas. Pero el matiz no aparece como una cuestión de grado, de porcentajes, de excepciones que hacen repensar la regla. El matiz aparece como el producto de insertar a actores en redes complejas de tensiones que no se limitan exclusivamente a lo religioso. Los trabajos dan testimonio de sujetos cruzados por necesidades materiales, lógicas institucionales, ambiciones políticas y sobre todo, por el clima cultural de cada período.
Cada uno de los trabajos pone de manifiesto un segundo síntoma de este campo de estudios: la religión no es ya ni un apéndice ni una isla. Es decir, lo religioso no es una de las dimensiones que se adosan a otros continentes cuya capacidad explicativa sería superior, como la historia social o política. Ni es pensado como un universo cuyas lógicas son tan disimiles al conjunto de manifestaciones que lo rodea que lo volvería una mera patología en un marco cultural ajeno. Los trabajos traslucen el estado de una parcela del conocimiento que puede ofrecer un conjunto de datos que hacen inteligible, sin otros auxiliares, fenómenos como la construcción del Estado y su relación con la sociedad civil, la internacionalización de la cultura, las particularidades de las tradiciones políticas argentinas o el complejo proceso de construcción de la democracia. Nos encontramos entonces con que el estudio de la religión en Argentina puede ser una puerta de entrada privilegiada para comprender desarrollos que, a priori, no son específicamente religiosos.
Cada uno de los artículos incluidos en este dossier puede ser interpelado por las líneas descriptas, a las que suman aportes singulares. El trabajo de Ignacio Martínez retoma uno de los tópicos más visitados de la historia eclesiástica argentina: el proceso de romanización. Su propuesta se ubica en el marco de debates sobre las relaciones entre el naciente Estado argentino y la Santa Sede en la segunda mitad del siglo XIX. La original mirada de Martínez se propone complejizar el cuadro de instituciones en pugna, incorporando a la escena al grupo de los ultramontanos. El seguimiento de las estrategias e intervenciones de este sector permiten dar carnadura a un proceso de constitución mutua (entre el Estado y la Iglesia argentina) y problematizar su devenir. Exhibe también la importancia del uso de repositorios extraterritoriales –como los alojados en la sede romana– si lo que se pretende es comprender a una institución supra territorial como la Iglesia católica.
Es en torno al carácter de ese Estado que Paula Seiguer aborda el problema de la constitución de una ciudadanía religiosa. Haciendo foco en las iglesias protestantes, su trabajo exhibe cómo la lucha de los grupos “minoritarios” a fines del siglo XIX se empalmó con un combate más generalizado por la constitución de sujetos de derecho, entre los cuales era vital la reivindicación de la libertad religiosa. Seiguer muestra cómo el Estado fue oportunamente interpelado por este segmento de la sociedad civil, y convocado a convertirse en el garante de la laicidad. Ese papel otorgado caracteriza las pautas de desenvolvimiento de los actores en una matriz cada vez más estadocéntrica. Pero al mismo tiempo, los testimonios recogidos en el artículo dan cuenta de otra representación estabilizada a fines del siglo XIX: la Argentina no sólo era un “crisol de razas”, sino que se autopercibía como una sociedad religiosamente plural, más allá de la creciente centralidad que ocupaba el catolicismo. Esa percepción no deja de ser relevante a la hora de pensar la profundidad –o no– de las mutaciones que esta representación pudo tener en actores sociales e institucionales en las décadas siguientes del siglo XX.
Es en buena medida ese aspecto el que recoge Diego Mauro en su trabajo sobre las multitudes católicas. Al igual que Robert Darnton (2010) a la hora de pensar la Revolución Francesa “al nivel de la calle”, Mauro propone a través del concepto de multitud repensar la linealidad entre los discursos de los escenarios de las grandes manifestaciones de fe de la década de 1930 y sus apropiaciones efectivas entre los concurrentes. Lejos de una lectura homogeneizadora que simplificaría en las intenciones de la jerarquía el sentido de tales despliegues, las procesiones –como las del santuario de Guadalupe en la Santa Fe de las entreguerras– son leídas como complejas intersecciones de sentidos, en las que se cruzan, por supuesto, los deseos de incrementar el control sobre las masas por parte de una Iglesia temerosa del avance del comunismo, con el nuevo uso del tiempo libre, la mercantilización de la recreación, el despliegue de las industrias culturales y los múltiples intereses de los concurrentes.
La ilusión entre el modelo eclesial imaginado por la jerarquía y el que efectivamente se manifestaba en la práctica se pone de manifiesto en la indagación de Lucia Santos Lepera. A partir de dos casos diametralmente opuestos, de curas párrocos que, respectivamente, adhirieron y rechazaron al peronismo, la autora pone de relieve la complejidad de la relaciones intraeclesiásticas disparadas a partir de los desafíos que implicaba la construcción de un catolicismo de masas, y su posterior encuentro con el nuevo movimiento político. Entre las múltiples virtudes del artículo, no es menor el subrayar la brecha que separa las lógicas institucionales –a las que los miembros del clero están sometidos– y las lógicas políticas, a partir del efecto interpelador que tuvo el peronismo. Es en esa tensión que debieron desplazarse ambos conflictos, tanto el del padre Ángel Diez y Menéndez como el de Simón Pedro Lobo.
Finalmente, el trabajo de Mariano Fabris explora la situación del catolicismo en la década de 1980, ahondando trabajos previos del autor sobre las complejas relaciones entre la Iglesia, el Estado y la sociedad en el período de transición democrática. El texto pone de relieve una problemática extensible a cualquiera de los otros períodos estudiados ¿quién habla en nombre de la Iglesia? poniendo de manifiesto un problema que –analizado por Claude Lefort (2004) para la democracia en general– no deja de interpelar al mundo religioso. El esmerilado de los poderes absolutistas –y la década de 1960 lo fue para el poder del Papado– dejó abierta la pregunta por la representación del todo. Así como la democracia rehúye el monopolio de la representación del pueblo, dado que se trata justamente de un bien en disputa, en la Iglesia posconciliar el monopolio ejercido por la jerarquía fue disputado por múltiples actores, desde organizaciones semidependientes de Roma, hasta publicaciones de carácter cultural insertas en el campo católico.
El saldo de este dossier es, como señalábamos anteriormente, un recorrido por los múltiples caminos por los que se ha aventurado la historia de la religión en Argentina. En un campo inaugurado por grandes obras de condensación, cuya vigencia es incuestionable, los nuevos aportes deberían confluir en una nueva síntesis; no para cerrarlo ni construir una dogmática, sino para contabilizar los logros de un ciclo sobre cuya productividad y riqueza no caben dudas. Pero, dada la expansión del escenario, la ampliación de los límites del campo, esa ya no podría ser una tarea individual, sino una empresa de conjunto.

Notas

1 Universidad de San Andrés/Universidad Nacional de La Pampa/Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Correo electrónico: jzanca@udesa.edu.ar

Referencias bibliográficas

1. DARNTON, R. (2010). El beso de Lamourette: reflexiones sobre historia cultural. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

2. DI STEFANO, R. (2005). Introducción al Dossier Católicos en el siglo: política y cultura. Prismas. Revista de historia intelectual, 9, 111-118.

3. LEFORT, C. (2004). La incertidumbre democrática: Ensayos sobre lo político. Barcelona: Anthropos.