http://dx.doi.org/10.19137/pys-2019-260206
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RESEÑAS
Anatomía del pánico. La batalla de Huaqui, o la derrota de la revolución (1811). Alejandro M. Rabinovich, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2017, 288 pp.
En las últimas décadas, la temática de las fuerzas militares y milicianas en
relación con la constitución de un orden republicano –monárquico en el caso
de Brasil– y el proceso de formación y consolidación de los Estados nacionales
en Iberoamérica ha generado una multiplicidad de investigaciones, abordajes
y perspectivas que contribuyeron a complejizar y establecer rasgos
característicos del mismo en los diferentes países del continente. En este
sentido, una de las perspectivas que ha crecido en los últimos años es la que
estudia las guerras como punto de partida para problematizar el fenómeno de
la construcción de los Estados nacionales. El continente americano durante el
siglo XIX fue atravesado por las destructivas guerras de independencia, por
un sinnúmero de conflictos militares y/o guerras civiles que enfrentaron a
diversas facciones en pugna al interior de los países –siendo la de Secesión en
Estados Unidos la más traumática de todas–, como así también por guerras
de ocupación contra países europeos (entre México y Francia) y grandes
conflagraciones internacionales entre Estados americanos que generaron
nuevos entidades soberanas (guerra entre Brasil y las Provincias Unidas) o
modificaron los límites territoriales en el continente (guerras de México y
Estados Unidos, de la Triple Alianza y del Pacífico).
En parte, Anatomía del pánico se inscribe dentro de esta renovación de los
estudios sobre las guerras, de la cual su autor es uno de los principales
referentes. Pero, asimismo, recuperando las propuestas analíticas de la
“nueva historia militar” anglosajona y de la “nueva historia-batalla” francesa,
lleva a cabo un abordaje completamente original y novedoso para la
historiografía de la región al estudiar en profundidad y de forma sumamente
minuciosa un combate de la guerra de la independencia en el Río de la Plata
que se revelaría trascendental para las aspiraciones políticas de los
revolucionarios porteños en el Alto Perú: la batalla de Huaqui del 20 de junio
de 1811.
La pregunta principal que guía el abordaje de Alejandro Rabinovich es:
¿cómo pudo disolverse de un momento para otro un ejército que marchaba
victorioso desde Buenos Aires derrotando enemigos a su paso y que había
ocupado la totalidad del Alto Perú? Lejos de posar su mirada en las decisiones
de los comandantes, en la pericia de los generales y en las acciones de los
“padres fundadores de nación” consagrados por los relatos canónicos,
proyecta un enfoque “desde el llano”, inscripto en la historia social de la
guerra, que logra captar las experiencias frente al combate, sus prolegómenos
y sus secuelas. Su principal preocupación radica en reconstruir y explicar el
fenómeno del pánico en el ámbito de la guerra, definido por Rabinovich como un repentino brote irracional de terror provocado por un peligro de muerte
inmediato e inesperado que recorre las filas de un ejército, anula su capacidad
de lucha y lo pone en fuga, lo que precipita su derrota y señala el final
catastrófico de la batalla (pp. 21-23 y 26). Argumenta que, a través de este tipo
de fenómenos, se puede estudiar los comportamientos individuales y
colectivos de los hombres frente a batallas que ponen en riesgo su integridad
psíquica y física, como así también los límites que pudo encontrar el Estado
en su etapa prematura de formación en su esfuerzo por controlar la sociedad,
disciplinar los cuerpos y extender su poder.
Las fuentes de información a las cuales el autor recurre son
extremadamente exhaustivas. La profusa bibliografía que utiliza es
acompañada por un destacado trabajo documental en archivos de Argentina
(de la Nación y del Ejército), Bolivia (Histórico de la Paz) y personales (Conde
de Guaqui), como así también por documentos impresos, fuentes éditas y
memorias. Particularmente, se destacan los procesos judiciales del
Desaguadero –destinado a juzgar a los jefes y oficiales derrotados en Huaqui–
y el que se le labró a Juan José Castelli –en tanto representante de la Junta de
Gobierno en el Ejército–; fojas de servicio; partes, oficios y memorias de los
jefes y oficiales que participaron de las acciones de guerra; las listas de revista
del Ejército del Ejército Auxiliar y Combinado del Perú (revolucionarios) y
diversa información del Ejército Real del Perú (realistas). Finalmente, este
voluminoso y excepcional corpus documental sobre la batalla fue respaldado
con un trabajo de campo en el territorio del altiplano boliviano donde se
desarrolló el combate, lo que le permitió recabar información valiosa sobre la
topografía del terreno, la vegetación y los senderos que transitaron las tropas
en campaña.
En lo que respecta a la estructura del libro, se puede dividir en tres partes
que, a su vez, están constituidas por dos capítulos cada una. La primera se
enfoca en los años y los días previos a la batalla de Huaqui. El capítulo 1 está
destinado a reconstruir el contexto político y la militarización que vivió la
sociedad rioplatense en los años tardo-coloniales e iniciales de la revolución;
la situación política en el Alto Perú y la gestación, conformación y
composición de los ejércitos que intervendrán en la contienda. El capítulo 2
analiza, de forma comparativa y con extrema minuciosidad, la situación de
revista y las características de dos regimientos –uno rioplatense y otro
altoperuano– que integraban el Ejército Auxiliar y Combinado del Perú en los
días previos al combate, para lo cual recurre a su composición, trayectoria,
experiencia, disciplina, cohesión, identificación con la causa y perfil de los
jefes militares. Asimismo, describe el teatro de operaciones y el campo de
batalla, los días de armisticio que antecedieron al combate, el plan de ataque
de los revolucionarios, los propósitos políticos de sus dirigentes y el estado
general de las cinco divisiones definidas para llevar adelante la ofensiva.
La segunda parte constituye el núcleo de la obra y en ella se aborda la
dinámica del combate de Huaqui. Aquí, Rabinovich pone en juego sus
habilidades y experticia para desenredar el nudo del problema y responder al principal interrogante que da origen al libro. En el capítulo 3, describe con
admirable prolijidad la primera parte de la jornada del 20 de junio de 1811,
día en el cual se produjo la batalla. En base a su conocimiento sobre estrategia
militar, examina el ataque ordenado por el comandante realista y la indecisión
en la respuesta de los jefes patriotas, los movimientos estratégicos ofensivos y
defensivos en el teatro de operaciones de los dos ejércitos y sus respectivas
unidades de combate y –finalmente– cómo se gestó e inició el desorden en la
fuerza patriota. En el capítulo 4, analiza la segunda parte del combate, en el
cual las divisiones revolucionarias son derrotadas y, consecuentemente,
corroídas por el pánico que da inicio a la desintegración del Ejército Auxiliar
y Combinado del Perú. Este profundo análisis se acompaña con imágenes
fotográficas del campo de batalla y croquis militares sobre los movimientos
de las fuerzas, que complementan la explicación y ayudan a situar al lector en
el espacio.
Por último, en la tercera parte busca reconstruir las horas y los días
posteriores a la batalla de Huaqui, así como las consecuencias políticas y
militares que a más largo plazo conllevó la derrota de los revolucionarios. El
capítulo 5 analiza la desintegración del ejército patriota y el impacto que ello
tuvo en las poblaciones afectadas por la desmovilización caótica y sin
dirección de la fuerza. Examina la deserción de la tropa y de parte de la
oficialidad; la ruptura en la cadena de mando; los desmanes cometidos en la
huída colectiva y las respuestas de los pueblos que se sintieron amenazados
por ella; los coletazos del pánico generalizado; la erosión de la autoridad
política y militar de los jefes revolucionarios y las acciones de las autoridades
patriotas en Potosí que llevaron a la ruptura del vínculo político entre las elites
altoperuanas y porteñas. Finalmente, el Epílogo tiene el propósito de hacer
una evaluación a mediano plazo de cuál fue el significado histórico político,
económico y militar de la batalla de Huaqui para el proyecto revolucionario.
Por un lado, esgrime las causas que, a su entender, propiciaron la derrota
militar de la fuerza patriota y, por otro, argumenta que, más allá del
ostracismo político al cual se vio expuesto todo el grupo revolucionario de
1810, Huaqui motivó un cambio en las formas del ejercicio del poder político
y militar, dando lugar a gobiernos y mandos militares cada más fuertes y
centralizados.
Con la sensibilidad en el análisis socio-histórico e histórico-militar que
caracteriza a su autor y una redacción amena, dinámica y atrapante, Anatomía
del pánico tiene el valor de examinar y analizar en profundidad, con suma
minuciosidad y rigurosidad histórica, un episodio de las guerras de
independencia al que, generalmente, desde la historiografía nacional se lo ha
abordado como un evento militar más en la década de 1810, que tuvo
consecuencias militares, políticas y económicas para el nuevo orden estatal
que se intentaba construir desde Buenos Aires. Tal estudio genera
interrogantes que, al ser respondidos por el propio autor, reavivan el debate
historiográfico: ¿Huaqui fue un evento capaz de sellar para siempre la
escisión entre el Alto Perú y el Río de la Plata?, ¿representó un punto de inflexión que conllevó a un cambio sin retorno en las relaciones entre las elites
altoperuanas y rioplatenses?, ¿tal efecto político devastador pudo tener esta
batalla?, ¿cómo debemos interpretar las campañas militares al Alto Perú
comandadas por Manuel Belgrano y José Rondeau en 1813 y 1815,
respectivamente?
Sin dudas, este libro puede dar lugar a investigaciones y nuevas
publicaciones que, adoptando perspectivas de análisis y metodologías afines,
expandan los estudios histórico-sociales sobre las guerras y las batallas en un
espacio y tiempo donde las personas se vieron afectados por la dinámica y –
hasta cierto punto– la cotidianeidad del conflicto militar. ¿La historia nos
habrá reservado otros eventos militares como los de Huaqui que nos permitan
estudiar con este nivel de detalle una batalla en relación con el Estado y la
sociedad? La coincidencia entre la disponibilidad y la suficiencia de fuentes
históricas y de profesionales con la pericia del autor del libro que acabamos
de reseñar determinará el futuro de este novedoso modo de hacer Historia en
el país.
Leonardo Canciani
CESAL - UNCPBA
Hacia otra ciudad posible: transformaciones urbanas recientes en el aglomerado Gran San Miguel de Tucumán. Matilde Malizia, Paula Boldrini, Pablo C. Paolasso, Ed. Café de las Ciudades Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2018, 212 pp.
El libro Hacia otra ciudad posible …, compilado por Matilde Malizia, Paula
Boldrini y Pablo C. Paolasso aporta un análisis interdisciplinario, con una
sólida propuesta metodológica, sobre las transformaciones urbanas ocurridas
en el aglomerado Gran San Miguel de Tucumán (Argentina) en el periodo
1990-2015, donde se pueden entrever algunos elementos de continuidad y de
ruptura entre la gobernanza neoliberal y neodesarrollista.
En primer lugar, se destaca una perspectiva teórica que problematiza la
relación territorio y sociedad, específicamente la relación entre el territorio y
la dinámica económica capitalista periférica. De este modo, se estudian los
procesos globales vivenciados a una escala local municipal y metropolitana,
teniendo en cuenta dos factores: la importancia cada vez más visible de los
centros urbanos secundarios y el rol subordinado de Argentina en el sistema
mundial.
El libro consta de 6 capítulos (más un Epílogo) que en su totalidad
permiten comprender el proceso actual de fragmentación socio territorial
como consecuencia de un proceso histórico y renovado de segregación,
exacerbado bajo las políticas neoliberales. Este proceso histórico dio lugar a la
emergencia de una ciudad intermedia difusa, forma urbana desigual y
polarizada que ha cobrado mayor relevancia en el contexto neoliberal.
En el Capítulo 1, Paolasso, Malizia y Boldrini abordan históricamente la
evolución urbana y morfológica del aglomerado desde el siglo XVI (desde la
fundación de la ciudad de San Miguel de Tucumán) hasta fines del siglo XX con la consolidación del neoliberalismo. De este modo, se da cuenta de la
transformación de la forma damero español a la forma difusa.
En los capítulos 2 y 3 se plasman las principales tipologías residenciales (la
urbanización informal, la obra de vivienda pública, la urbanización cerrada y
la urbanización tradicional) y su relación con la calidad ambiental a escala
intraubana y metropolitana respectivamente. Estas tipologías residenciales
expresan las condiciones del hábitat en términos generales y ponen de
manifiesto los distintos agentes/lógicas de producción de ciudad: los sectores
populares, el Estado y el mercado inmobiliario especulativo.
No obstante, se afirma la desigualdad de poder que tienen estos agentes
en la producción de ciudad, ubicando así al Estado y su complicidad con el
mercado inmobiliario como los principales responsables de la fragmentación
y segregación socio territorial.
De la lectura de estos capítulos se desprende también la hipótesis acerca
de cómo la hibridez (o la mixtura urbana) producto de estas lógicas históricas
de producción de ciudad generó una configuración, un crecimiento y una
expansión urbana particular. Asimismo, queda en evidencia cómo los nuevos
y antiguos procesos de urbanización (y reurbanización) conviven en el mismo
territorio de manera fragmentada y desarticulada en desmedro de las áreas
rurales. Incluso las urbanizaciones cerradas, dirigidas a grupos sociales de
alto y medio poder adquisitivo que buscan un mayor contacto con la vida
natural, se basan paradójicamente en la destrucción de la misma al asentarse
principalmente sobre áreas utilizadas anteriormente como espacios de cultivo
de caña de azúcar y citrus.
En el Capítulo 4 el abordaje de las centralidades urbanas permite
comprender por qué la ciudad se ha vuelto difusa de manera tal que debe
reformularse la mirada clásica sobre la relación centro y periferia. Las nuevas
centralidades urbanas, con sus distintas especificidades y jerarquías compiten
con la centralidad tradicional (asociada en el aglomerado con el Centro
Comercial Administrativo). Entre las nuevas centralidades se pueden
nombrar los siguientes dos procesos emblemáticos: las urbanizaciones
cerradas en la periferia y los procesos de renovación urbana y gentrificación
en el centro del Municipio San Miguel de Tucumán a partir de reemplazo
gradual de las viviendas unifamiliares por edificios en altura orientados a
grupos de poder adquisitivo medio y alto.
Este capítulo presenta un aporte teórico fundamental debido al esfuerzo
por diferenciar las nociones de centralidad, de centro y concentración, además
de mostrar una vez más la subordinación de la lógica pública a la privada, y
la vinculación de las distintas tipologías de centralidad (que excluye a las
áreas rurales) con la profundización de la desigualdad socio territorial.
Por consiguiente, las ciudades lejos de convertirse en áreas de encuentro
entre los distintos sectores y grupos sociales, se han transformado en espacios
cada vez más fragmentados y segregados que atentan contra la integración
socio urbana. Esto se debe a la construcción de centralidades urbanas alejadas del derecho a la ciudad de las grandes mayorías en tanto se encuentran
sometidas a la lógica de la rentabilidad económica.
Estas transformaciones urbanas pueden comprenderse cabalmente si se
incluye en su análisis la dimensión normativa y los problemas alrededor de la
gestión de la ciudad difusa. Esta cuestión es desarrollada en el Capítulo 6 por
Sosa Paz, Gómez López y Cuozzo. Estos autores remarcan la inexistencia de
una planificación territorial integral que conceda una prioridad a la
regulación del suelo. Por el contrario, a nivel provincial y municipal se halla
una normativa urbanística regida por la discrecionalidad política, la
especulación y la falta de articulación entre las distintas administraciones y
entre las leyes provinciales y municipales. Mientras tanto, las comunas rurales
carecen de todo tipo de legislación y organismos relacionados con la
ordenación del territorio, ubicándose en una situación de mayor
vulnerabilidad.
Por último, este libro no sólo aborda la situación actual del aglomerado,
sino que también se propuso prever las tendencias de crecimiento
metropolitano y la expansión futura sobre la base de un análisis exhaustivo
respecto a la accesibilidad, a los conflictos ambientales y al suelo vacante. Esto
último se plasma en el Capítulo 5 y se enmarca en la finalidad última de esta
obra: el deseo de aportar lineamientos y criterios para la planificación
metropolitana orientada -tal como lo señala el título del Epílogo- a la ciudad
que fue y la que podría ser.
Mariela Paula Díaz
IMHICIHU - CONICET-UBA
Participación y militarización de los sectores populares en Tucumán, 1812-1854. Marisa Davio, Protohistoria Ediciones, Rosario, 2018, 219 pp.
Participación y militarización de los sectores populares en Tucumán, 1812-1854 se inserta en la denominada Nueva Historia Política, un campo que tiene ya
una amplia trayectoria en la historiografía Argentina, iniciado en la década de
los ochenta del siglo pasado, caracterizada por dialogar con las propuestas y
metodologías de la Historia Social, Cultural y los giros historiográficos
finiseculares que renovaron la forma de ver y entender el poder.
El objetivo central de este libro -resultado de la tesis doctoral de su autoraes
analizar los modos de participación de los sectores populares de Tucumán
en el ejército y en las milicias durante la primera mitad del siglo XIX,
insertando su trabajo en varios ejes. Primero, en ese campo que la
historiografía Argentina ha denominado de las provincias, que tiene como
objeto estudiar los procesos de formación y construcción del Estado “desde la
periferia al centro”, para entender así, la particularidad del derrotero estatal
de la nación austral, que sólo a mediados del siglo XIX logró constituir un
gobierno central, razón por la cual se hizo imperativo estudiar las trayectorias
provinciales antes de la batalla de Caseros que marcó el inicio de la unidad
nacional. Segundo, en la historiografía política que renovó la mirada de las instituciones estatales, entre ellas las castrenses, signadas hasta no hace
muchos años por una visión peyorativa de obstáculo a los sistemas
democráticos, para pasar a ser consideradas pilares en el diseño estatal y una
de las vías de participación popular decimonónica. Y tercero, en la historia
desde abajo hacia arriba, propuesta de la escuela marxista británica, quien le
otorgó como ninguna otra corriente en la historia del siglo XX, capacidad de
agencia a los sectores plebeyos de las sociedades precapitalistas y capitalistas.
Sobre estos pilares se desenvuelve Participación y militarización… donde
lentamente se van identificando y analizando los modos en que los sectores
populares de Tucumán participaron en la esfera pública y se involucraron en
las contiendas políticas de la época por vía de las milicias provinciales y el
ejército de línea. Sin duda el concepto marco de esta investigación es
militarización que, aunque Davio no lo define de forma canónica, tiene sus
raíces en las reflexiones señeras de Tulio Halperin Donghi, quien acuñó dicha
noción para el contexto del Río de la Plata durante el proceso revolucionario,
justamente para señalar el peso del nuevo actor social en el periodo: los
militares y los hombres en armas (ejército de línea, milicias, guardia nacional,
montoneras, etc.) quienes irrumpieron en la arena política y tuvieron
posteriormente un trasegar enorme a lo largo de la centuria decimonónica al
punto de no entenderse el siglo sin ellos.
Militarización, es pues, el horizonte que guía el libro a lo largo de los cinco
capítulos que constituyen el texto. El primer capítulo se enfoca en definir a los
sectores populares que, como lo han señalado otros historiadores, es un grupo
heterogéneo y complejo por su diversidad social, económica y étnica -mucho
más para el periodo de estudio- que demuestra relaciones más estrechas y
fluidas con los sectores altos o prominentes de la pirámide social. Por ello la
autora, consciente de lo anterior, no usa la noción popular como categoría
analítica definida, en tanto las fronteras entre las élites y los de abajo fueron
ambiguas y difusas, propio de las sociedades corporativas aún en tránsito a
liberales.
El segundo capítulo, aborda las formas de reclutamiento implementadas
por los gobiernos de turno sobre los sectores populares, a partir de la crisis de
la monarquía hispánica que desencadenó el proceso revolucionario en el Río
de la Plata en mayo de 1810, hasta la caída de Juan Manuel Rosas en Buenos
Aires, que dio inicio al proceso de construcción nacional. La autora muestra
como a lo largo del periodo de estudio la demanda de hombres tanto para las
milicias como para el ejército de línea fue una regularidad, que se cristalizó en
la militarización temprana de la sociedad. Si bien señala los antecedentes
borbónicos para las milicias, considera que es partir de la batalla de Tucumán
(1812), donde se establece una correlación entre revolución, guerra y
compromiso con la defensa del territorio, que modelará las posteriores
experiencias bélicas en la provincia.
Davio sostiene que la demanda de hombres para las diversas campañas en
el Alto Perú durante el periodo revolucionario, y el fracaso de un gobierno
central en los años veinte que obligó a cada provincia a organizar sus propias unidades militares en las décadas siguientes, promovió constantes
reclutamientos que no pasaron necesariamente por la leva, sino por otorgar
incentivos como la concesión y extensión del fuero militar, ascensos, sueldos
y otras prerrogativas. Asimismo, identifica en los primeros años del proceso
de militarización que los mandos de las compañías y batallones estaban bajo el
control de notables de la región, tendencia que se fue erosionando y permitió
el ascenso a rangos de oficialidad a hombres provenientes de sectores más
bajos. En todo caso, la experiencia militar no eliminó las distinciones sociales
coloniales, sino que, como sostiene Beatriz Bragoni, el ejército fue un crisol de
nuevas sociabilidades y de ideas que impactó en las dinámicas de la sociedad
colonial. En efecto, el periodo comprendido de los años treinta en adelante
donde se inicia un “periodo de inestabilidad política en la provincia”, la
adhesión de los sectores populares en cada uno de los bandos en contienda,
dependió de la capacidad de las élites regionales de hacerlos identificar con
su causa. De esta forma la autora, va abriendo el análisis de la participación
política de tales grupos sociales por medio de su enrolamiento a los cuerpos
armados, que en muchos casos pasó por vías más consensuadas que
coercitivas.
El capítulo 3, se enfoca en las estrategias diseñadas por la élite para
promover la adhesión de los subordinados en las unidades militares. Si bien
el empleo de la represión y el castigo fue siempre una opción, los constantes
indultos concedidos por los gobiernos de turno contra los desertores, sugiere
como lo señala la autora, a la incapacidad de imponer una disciplina
burocrática moderna en el ejército de línea. De ahí que los premios y otras
concesiones emergieran como un incentivo para el enrolamiento y la fidelidad
de los hombres en armas a un gobierno de turno. En este punto la autora
identifica los derechos e incentivos, los premios y las recompensas, otorgados
a los militares, en especial a los jefes y oficiales. Pero también las resistencias,
entre ellas la deserción que sin duda fue una respuesta a las pésimas
condiciones de vida del soldado, corroborada por el general Belgrano, quien
consideraba el pago puntual del salario como un elemento cohesionador de la
tropa.
El capítulo 4, se aproxima a las relaciones de mando y obediencia
constituidas por los jefes militares y sus subordinados, buscando comprender
la lógica implícita entre los hombres que se adherían a un grupo armado,
especialmente en los años treinta en adelante, signados por un periodo de
inestabilidad política. Señala como lo han identificado para otras latitudes,
como por ejemplo las milicias de los Estados Unidos a finales del siglo XVIII,
sus oficiales provenían de los sectores notables de la sociedad, por lo tanto, su
jerarquía naturalizaba el ejercicio de poder castrense. Pero la jefatura natural
no fue el único medio para el ejercicio de autoridad, también las redes
coadyuvaron al fenómeno, a partir de un juego de negociaciones que
permitían el ejercicio de mando, ante la ausencia de una estructura militar
burocrática racional. Así mismo el honor y el prestigio de un oficial eran capitales para ganarse el acatamiento de sus órdenes por parte de sus
soldados.
Pero sin duda la potencia de esta parte del libro radica en mostrar como
los jefes y oficiales disidentes del gobierno de turno, al intentar reunir
hombres para sus movimientos conspirativos, lo hacían por medio de un
ejercicio de seducción, en el cual se les prometía a los seguidores recompensas
materiales, sin desconocer la posibilidad de adherirse al proyecto por
compartir ciertas afinidades políticas. Dicho fenómeno solo era posible en el
marco de una falta de institucionalidad de mando y obediencia burocráticos,
generado en parte por la escasez de recursos para la remuneración de la tropa.
Por lo tanto, la lealtad se obtenía a partir de un intercambio de bienes y
servicios que garantizaba el jefe u oficial a su tropa, y éste vínculo, se mantenía
en tanto se cumpliera con dichas expectativas.
El capítulo 5, se enfoca en ver el fenómeno de la militarización desde la
perspectiva de los hombres y mujeres comunes corrientes, aquellos quienes
desde posiciones subordinadas en el entramado social tucumano vivieron
desde inicios del siglo XIX como la formación de unidades armadas, la guerra,
las batallas, las luchas entre facciones, entró a formar parte de su vida
cotidiana. De esta forma intenta adentrarse en la manera en que ellos y ellas
percibieron las noticias y las ideas que circularon durante el periodo, e incluso
sus aspiraciones en un contexto que inicialmente fue inédito, se convirtió en
una regularidad después en sus vidas.
En síntesis, el libro de Marisa Davio nos introduce en las diversas aristas
del proceso de militarización de la sociedad tucumana de primera mitad del
siglo XIX. Sin duda alguna, uno de sus principales aportes es descubrir a partir
del indicio de la palabra seducción, la forma como ciertos jefes políticos y
militares buscaban ganar adeptos para derrocar al régimen provincial de
turno. Sus hallazgos corroboran una tesis que cuestiona aquella idea que hizo
escuela durante muchas décadas en la historiografía de Latinoamérica, la cual
sostenía que las luchas que asolaron buena parte de la vida política del siglo
XIX se hizo por medio de reclutamientos forzosos, de peones adscritos a las
haciendas y enrolados para marchar al campo de batalla, sin tener la más
mínima idea del por qué se mataban. Por el contrario, ella muestra que los
medios coercitivos de enrolamiento si bien estuvieron presentes, fue necesario
en el ejercicio de obtener epígonos para una empresa bélica, la adhesión
voluntaria de los hombres por medio de un ejercicio de negociación donde se
ofrecían bienes materiales, pero también convencerlos de la legitimidad del
proyecto revolucionario. Davio nos sugiere, a pesar de la escasez de fuentes
documentales para este tipo de asuntos, que los sectores bajos de la sociedad
eran conscientes de las razones por las cuales luchaban, e incluso en el fragor
de estas luchas buscaron alcanzar objetivos y aspiraciones que posiblemente
en coyunturas normales no se hubiesen motivado a obtenerlos.
En este orden de ideas, la experiencia de la vida militar en cualquiera de
las modalidades fue un crisol para la difusión de ideas propias de la era
revolucionaria en el mundo Atlántico, que legitimaron los posteriores reclamos de derechos políticos y recompensas por los servicios prestados en
las armas. Además, ayudó a construir una identidad que rebasó los flancos
locales, como la noción de patria que procedente del antiguo régimen, mutó
para significar en muchos casos una idea que comprometía una imaginación
nacional más amplia, que si bien no era la idea de la nación moderna, tampoco
era la del sitio de nacimiento, la patria chica.
En efecto, la categoría militarización que cobija al ejército, la milicia y la
guerra, entre otros aspectos, permite pensar todos estos anteriores temas
desanclados de sus límites temáticos y verlos como un conjunto modelador
de la vida y las percepciones de los seres humanos que vivieron el periodo.
Un hecho que, a partir de mayo de 1810, se volvió estructurante y se convirtió
en un espacio de participación popular sui generis, que si bien en Tucumán
no retó el orden social establecido, en otras áreas llegó a cuestionarlo como
aconteció en Venezuela y en otras regiones de Latinoamérica.
También la idea de militarización se puede leer como un marco hegemónico
contencioso, en los términos expresados por William Roseberry, es decir como
un formato por el cual hombres y mujeres expresaron sus reclamos y
representaciones a las autoridades civiles y militares, a partir de los valores y
principios en boga, en este caso los emergidos durante el proceso
revolucionario rioplatense, convirtiéndose en un vehículo para lograr sus
intereses. Por ejemplo, las solicitudes de recompensa promovidas por los
oficiales por los servicios prestados en las unidades militares, siempre venían
acompañados de una constelación de nociones para legitimar su reclamo. Un
concepto que no explota la autora, a pesar de intuirlo en varios aspectos, como
cuando nos habla de las “mujeres militarizadas”, que sin duda hubiese sido
útil para articular ciertos temas del último capítulo, sobre la memoria y las
experiencias de los de abajo frente a los procesos bélicos vividos durante la
primera mitad del siglo XIX.
Por otra parte, me distancio de su interpretación que considera la
deserción como un marcador de ausencia de adhesión a una causa; si bien en
algunos casos es posible esta razón, diversos estudios en el continente
sugieren que el fenómeno se debe entender más como una respuesta a las
condiciones que padecía el soldado. De hecho, la vida en la milicia nunca fue
atractiva y tempranamente los ejércitos del periodo de la independencia lo
identificaron y buscaron medidas para contenerlo, como el de no mantener
unidades armadas cerca de los sitios de procedencia de los soldados, pues este
era un aliciente para la fuga. Así mismo, la degradación militar, si bien era
una posibilidad, el citado caso de Pedro Álvarez, quien en varias
oportunidades a pesar de tener un grado más alto (alférez 1º) sirvió en ciertos
periodos como sargento 1º o alférez 2º, no es un indicador de castigo. Este tipo
de situaciones, como pude corroborar en mis pesquisas de archivo, se debió
en varios casos a medidas de austeridad fiscal mediante las que se llamaba a
un oficial con un grado reconocido, pero en términos salariales se le asignaba
una paga correspondiente a un menor rango.
En Conclusión, estamos frente a un trabajo que nuevamente nos desafía a
pensar ciertos fenómenos que cobraron capital importancia en el proceso de
construcción del Estado y la invención de la nación; la militarización es un
tema que merece ser revisitado y pensado en diversos contextos, no solo para
Argentina, sino para el continente en general.
Luis Ervin Prado Arellano
Universidad del Cauca
Muertes que importan: Una mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la Argentina reciente. Sandra Gayol, Gabriel Kessler, Siglo XXI Editores Argentina, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2018, 264pp.
La publicación de este libro, por un lado, es un indicio claro del avance de
los estudios históricos y socioculturales sobre la muerte en Argentina y
América Latina, un área de investigación que empezó a expandirse en la
región a partir del comienzo del nuevo siglo y, sobre todo, en la última
década. De manera análoga, la edición de la obra de Gayol y Kessler
representa un punto significativo en la trayectoria de trabajo conjunto de
ambos investigadores. Desde hace varios años, ambos han realizado
contribuciones relevantes al campo de estudios ya mencionado. Uno de los
logros de esta colaboración interdisciplinaria fue un artículo publicado en
2011. Allí, presentaron una revisión de los principales referentes de las
investigaciones sobre la muerte emprendidas desde las ciencias sociales,
proponiendo llevar adelante nuevos aportes y preguntas y, al mismo tiempo,
nutrirse de los antecedentes más trascendentes en el tema. En su último
trabajo, retoman este diálogo crítico con las investigaciones clásicas de la
muerte, como las del etnólogo francés Arnold Van Gennep o los historiadores
Michel Vovelle y Philippe Ariès. A diferencia de estos últimos, que plantearon
la centralidad de la larga duración en los procesos de transformación de las
actitudes hacia la muerte, los investigadores optaron por hacer hincapié en los
cambios que pueden ser observados en el tiempo corto. Así, apelando a la
mirada desde una escala temporal más acotada, dan cuenta del interés cíclico
que los diferentes tipos de muerte despertaron en distintas coyunturas. A
partir de los hechos narrados en la obra, muestran cómo ciertas muertes
violentas ganan visibilidad de acuerdo a los cambios en la sensibilidad social
preponderante. También cabe mencionar otro antecedente de la obra que nos
ocupa: las ideas presentadas en la introducción a la compilación que los
autores dirigieron y coordinaron, como editores, en 2015. Allí aparecieron
mencionados varios de los ejes de análisis que articulan la composición de su trabajo más reciente: por ejemplo, el tratamiento de las muertes en los medios
de comunicación, la relación entre la muerte y el accionar del estado, los
cambios en la sensibilidad hacia la violencia estatal y el papel del morir en los
procesos de movilización colectiva, la creación de nuevas políticas o los
debates sobre asuntos públicos.
Como todo buen título, el de esta obra presenta la temática (análisis
histórico y social del morir), la metodología (estudio cualitativo de los casos
más significativos), el recorte espacial y temporal seleccionados (hechos de
historia argentina ocurridos en las últimas décadas) y el eje central al que
apuntaron los autores: explicar por qué unas muertes son dignas de atención,
movilización y acción por parte de diferentes actores sociales. Para ello,
Sandra Gayol y Gabriel Kessler analizaron un conjunto de muertes violentas
que comparten una serie de características: en primer lugar, fueron sucesos
que alcanzaron repercusión nacional; en segundo término, fueron hechos que
interpelaron a la sociedad y cuestionaron el ejercicio de la violencia por parte
del estado y sus límites, y, como consecuencia, impulsaron cambios sociales y
políticos a partir de los debates que promovieron.
Siguiendo esta premisa, son analizados un conjunto de casos en los cinco
capítulos que integran la obra. En el primero, Gayol y Kessler presentan un
panorama general de las principales muertes en las distintas coyunturas
políticas entre principios de la década de 1980 y 2016. Cada una, como
mencionan, generó una reacción considerable y logró alcanzar difusión
nacional; al mismo tiempo, estos casos actuaron como emergente de una
problemática inaceptable para la sociedad en el momento en que sucedieron.
Para la exposición, optaron por una presentación cronológica de las muertes
en cuatro etapas sucesivas, asociadas con la fuerza política gobernante, el
contexto social y sus cambios: el alfonsinismo, la época menemista, el
gobierno de la Alianza y el kirchnerismo. En el capítulo dos, los autores
encaran el análisis del papel de los medios de comunicación, nacionales y
locales, a la hora de narrar las muertes violentas de Osvaldo Sivak (1985), los
tres jóvenes asesinados en Ingeniero Budge (1987), María Soledad Morales
(1990), Omar Carrasco (1994), Maximiliano Kosteki y Darío Santillan (2002),
haciendo hincapié en el rol que estos tuvieron a la hora de dar a conocer y
poner en debate nuevas preocupaciones, más allá del espacio local donde
sucedieron. El tercer capítulo está centrado en la reacción colectiva hacia la
vejación y el maltrato de los cuerpos de las víctimas. Desde la perspectiva de
ambos investigadores, estos fueron testimonio fáctico de lo intolerable:
vehículos de pruebas sobre lo sucedido e incitadores de emociones y
sentimientos. En el capítulo cuatro, a partir de los asesinatos de Omar
Carrasco y María Soledad Morales, los autores reflexionan sobre el papel de
las muertes violentas en los procesos de cambios políticos y sociales. Por
último, el quinto capítulo aborda, por un lado, el estudio del significado de
las muertes que no se nacionalizaron, es decir, que no fueron difundidas en
los medios de comunicación a escala nacional, a partir de los dos triples crímenes (asesinatos de mujeres) ocurridos en la localidad de Cipoletti y los
homicidios en los asentamientos intermedios de la provincia de Buenos Aires.
Al mismo tiempo, el relato de los autores se detiene en las muertes de jóvenes
en el barrio Ejército de los Andes (más conocido a través de los medios como
“Fuerte Apache”), sucesos, como fundamentan, cuyo significado estuvo permeado por el estigma social que los medios de comunicación difundieron,
instalaron y reforzaron con el correr de los años.
Para estudiar los casos seleccionados, los investigadores realizaron un
estudio donde predominó el análisis cualitativo de un amplio y variado
corpus de referentes empíricos: prensa y medios gráficos locales y nacionales,
programas transmitidos por radio y televisión, redes sociales (para los casos
más recientes) y los testimonios de actores particulares que vivieron el
proceso y reconstruyeron lo sucedido desde su presente. Estos últimos fueron
recabados a partir de la realización de unas sesenta entrevistas a familiares,
participantes de las movilizaciones, funcionarios y habitantes de las
localidades donde ocurrieron los hechos. A estas evidencias empíricas, los
autores sumaron también la consulta de leyes y decretos, debates
parlamentarios e investigaciones llevadas adelante por periodistas.
A partir de estas referencias documentales, los investigadores analizaron
un conjunto de cuestiones relacionadas con la sensibilidad hacia la muerte
violenta. Por un lado, como bien explican y fundamentan, no hay una “buena
muerte” para las víctimas de asesinatos: esta forma de morir plantea una
relación diferente con el cuerpo, altera los rituales funerarios y la forma de
transitar el duelo. Gayol y Kessler destacan que los cuerpos ultrajados, si bien
estuvieron ausentes en los contenidos visuales de la prensa y los medios de
comunicación, actuaron como vehículos de información, a modo de prueba
del carácter genuino de la víctima. En este sentido, hay un esfuerzo sostenido
en toda la obra por comprender aquellos elementos y variables que
favorecieron u obstruyeron el proceso de victimización tras una muerte
violenta. Como resultado del preciso y cuidado análisis de las versiones y los
discursos difundidos en la prensa, programas de radio y televisión, y los
testimonios recolectados en las entrevistas a diversos actores sociales, los
investigadores dan cuenta del rol clave de los medios en el desarrollo del
proceso de victimización y en la difusión a escala nacional de los hechos. Por
un lado, uno de los factores claves que identifican es la biografía que
construyeron los medios de comunicación (si la narración presentó una vida
con un estilo afín a las expectativas y pautas consideradas “normales”, o no).
Del mismo modo, cuando los casos fueron informados durante un tiempo
sostenido y de manera homogénea, sin controversias, se ampliaron las
posibilidades de que una muerte fuera un tema de debate público y, en
consecuencia, que el poder político respondiera a las demandas de los actores
sociales que las impulsaron.
Vinculado con esto último, otra cuestión clave que abordan Gayol y
Kessler es la relación entre la muerte y el estado. En este sentido, dan cuenta
del papel de las muertes como fenómeno social y recurso de la política. Como
demuestran en su obra, las muertes movilizaron el debate, fueron utilizadas
para generar argumentos y discursos públicos con distintos fines. Así, el libro
nos permite conocer mejor las nuevas problemáticas que surgieron con la
llamada “Restauración democrática” a partir de ciertos casos. Estos hechos
fueron interpretados en cada período como un emergente, es decir, un síntoma de dichos problemas, e impulsaron reclamos al estado, así como
medidas que pusieron límites al poder de coerción estatal. Como
fundamentan los autores, la configuración formada por las distintas acciones
individuales y colectivas, la participación de organizaciones e instituciones, y
el accionar de los gobernantes y funcionarios estatales, dio como resultado un
contexto potencial generador de cambios. De este modo, en los casos donde
esto sucedió, los asesinatos fueron eventos que pusieron en evidencia una
crisis y abrieron un tiempo de transformaciones. En estos períodos hubo
condiciones más favorables para el surgimiento de nuevos discursos y
acciones creativas, es decir, se abrió la posibilidad a hechos que podían no
estar dentro de los resultados previstos o los desenlaces buscados por los
actores sociales que intervinieron en los procesos.
Hay investigaciones que aportan nuevo conocimiento a áreas ya
exploradas. Otras, como en este caso, son una primera cartografía para futuros
emprendimientos, abren nuevas preguntas, enfoques y temas. El
relevamiento de las muertes violentas de las últimas décadas de historia
argentina llevado adelante por Gayol y Kessler nos brinda un mapa general
de los sucesos más resonantes y las principales problemáticas asociadas a
éstos. Los antecedentes podrán ser retomados en próximas investigaciones.
Por ejemplo, estudios que analicen la repercusión de las muertes por hechos
trágicos de alto impacto, como las tragedias de Cromañon y Once, ocurridas
en 2004 y 2012, respectivamente. Al mismo tiempo, los autores aportan una
tipología inicial para clasificar las muertes que movilizaron el debate en la
opinión pública y las demandas a las autoridades estatales, en cada coyuntura
política. Futuros estudios podrán nutrirse de este aporte y del enfoque teórico
y metodológico propuesto para comprender los movimientos sociales que
generaron las distintas muertes y las huellas que estos dejaron en las políticas
públicas.
Otro de los principales aportes de este libro es la reflexión que nos propone
sobre cuestiones clave para nuestra historia reciente. Por una parte, los
autores relacionan los debates públicos de las últimas décadas sobre los casos
de “gatillo fácil”, la ilegalidad de la represión y la violencia policial con
sucesos más cercanos en el tiempo, como la muerte de Santiago Maldonado y
Rafael Nahuel (ocurridas en 2017). Del mismo modo, invitan, tanto a
investigadores de diferentes áreas de las ciencias sociales como a un público
amplio, a pensar respuestas a una serie de interrogantes muy relevantes para
nuestro presente, por ejemplo: ¿qué hechos violentos despiertan nuestra
indignación? ¿Cuáles son los que consideramos intolerables y nos movilizan?
¿Cuáles naturalizamos? En suma, Gayol y Kessler promueven en el lector una
revisión de su sensibilidad hacia las distintas formas de morir y una reflexión
sobre la legitimidad de la violencia estatal en la Argentina reciente.
Julián Arroyo
UNCPBA - CONICET
La justicia peronista. La construcción de un nuevo orden legal en la Argentina. Juan Manuel Palacio, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2018, 284 pp.
Un sentido común muy arraigado instala al peronismo, desde el momento
mismo de su origen, dentro de una forma de administración del poder en la
que las instituciones y las normas no ocupan un papel central. Esta mirada,
construida fundamentalmente por el relato de los sectores opositores, se
apoya también en un elemento fundamental de la definición de democracia
enunciada por el peronismo: el imperio del número. Bajo esta idea, lo que
define la cualidad democrática es siempre la aritmética. Es decir: algo es
democrático porque representa la voluntad de las mayorías, porque al menos
la mitad más una de las personas lo apoyan. Esta definición no contempla
necesariamente elementos republicanos. Deja de lado aquella biblioteca más
ligada a las cuestiones formales de la democracia, a sus normas institucionales
y sus poderes divididos.
La caracterización de un peronismo no interesado en cuestiones
institucionales y que se desentendía de los marcos normativos se vio
reforzada con la combinación entre opositores que se creían defensores únicos
de las instituciones y la propia voluntad peronista entender a la democracia
como el número.
Pocas cosas son tan interesantes como cuando se desafían las creencias
instaladas. Eso es lo que vino a hacer el libro de Juan Manuel Palacio en el
que, capítulo a capítulo, nos va mostrando cómo el peronismo sí creyó en la
importancia de las normas. Tanto es así que se dedicó a transformarlas y,
luego, a crear instituciones para asegurar que estas nuevas reglas se
cumplieran.
Desde el título mismo el libro revela su hipótesis central: existió una
justicia peronista. Una justicia diferente a la existente hasta ese entonces, que
buscó en ciertas materias reemplazarla y cuyo objetivo central fue el de
mediar en los procesos de resolución de conflictos entre trabajadores y
empleadores y entre propietarios e inquilinos. Frente al conflicto social
existente, la respuesta fue dotar de herramientas al Estado para promover y
controlar su judicialización.
El principio de no intervención estatal en los asuntos relacionados con el
capital y el trabajo venía siendo dejado de lado desde hacía varias décadas.
Las tradiciones legislativas de principios del siglo XX fueron construyendo un
corpus legal con esta impronta. Lo que hizo Perón fue adoptarla y
transformarla en una causa, en la que se garantizara la protección a la parte
más débil. Arturo Sampay, el ideólogo de la Constitución de 1949, lo expresó
con claridad. Según él, no existía la no intervención, sino que, en todo caso,
no intervenir significaba intervenir a favor del más fuerte. Y esta era la
intención de las instituciones liberales, aseguraba. Frente a eso, se proponía
una intervención activa por parte del Estado y claramente direccionada a
favor del más frágil de la ecuación.
Las nuevas instituciones judiciales que se convirtieron en el corazón de la
justicia peronista fueron las juntas de conciliación y arbitraje, las cámaras
paritarias de arrendamientos y los tribunales del trabajo. Algunas
dependieron del Poder Ejecutivo y otras del Poder Judicial. En todos los casos,
Perón buscó desplazar a las instituciones anteriores y contar con estas nuevas,
dispuestas a acompañar sus iniciativas políticas.
El peronismo no intentó gobernar al margen de las normas y las
instituciones. Lo que hizo fue ir construyendo una nueva institucionalidad.
Frente a tradiciones políticas anteriores que declamaban la virtud de las leyes
al tiempo que sus prácticas se ocupaban de violarlas, el peronismo se dedicó
a la construcción de un andamiaje institucional que sirvió a su concepción de
lo político. Hizo nuevas leyes y creó nuevas instituciones para asegurarse su
cumplimiento.
El libro se inicia contextualizando las transformaciones judiciales del
peronismo en el marco de lo que fue la ola del nuevo derecho en Europa y en
América Latina y dando cuenta de la trayectoria previa del derecho social en
la Argentina, Palacio divide su trabajo en dos partes que nos irán
convenciendo de su hipótesis inicial.
La primera parte, con los capítulos uno y dos, está dedicada al análisis de
la legislación del mundo del trabajo, tanto para las zonas urbanas como
rurales. Como demanda la historia, se destacan en esta reconstrucción dos
normas fundamentales: el estatuto del peón y la ley 13020. Sin quitarle
suspenso a quienes emprendan la lectura, podemos recordar que el estatuto
del peón, decretado bajo el gobierno de la Revolución de Junio, fue una
herramienta fundamental que hizo que las relaciones laborales en el campo
dejaran de estar dominadas por los arreglos privados y comenzara a haber
una orientación desde el Estado. Los cambios favorecieron a los trabajadores
del agro, que se garantizaron la existencia de un salario mínimo y nuevos
derechos, como vacaciones pagas, asistencia médica e indemnización por
despido. Por su parte, la ley 13020, sancionada en 1947, completó esta
regulación. Su intención fue la de proteger a los trabajadores rurales
temporarios, otorgándoles beneficios similares a los de los trabajadores
permanentes. Un aporte fundamental de la investigación de Palacio es el
análisis de la aplicación de estas normas. Por un lado, nos permite ver cómo
se organizó su cumplimiento desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social
y, al mismo tiempo, analizar gracias a fuentes judiciales cuáles fueron las
resistencias que surgieron frente a estas normas y cómo fueron, con el correr
del tiempo, corrigiéndose algunas cuestiones a partir de la experiencia
práctica.
La justicia laboral es otro de los grandes temas abordados por el libro. En
el tercer capítulo se analiza la creación de los tribunales del trabajo para,
luego, en el capítulo siguiente dar cuenta sobre la experiencia que los
trabajadores tuvieron en este nuevo fuero. Estos tribunales son presentados
como una conquista de la Secretaria de Trabajo y Previsión y como una
creación de Perón, que asumía gustoso su paternidad y los denominaba “Nuestra justicia”. En el momento de su formación, durante los años de la
Revolución de Junio, se problematizó la instauración de una nueva cámara
judicial por parte de un gobierno de facto. Este conflicto sólo halló solución
luego de que Perón se convirtió en presidente y regularizó la situación. Al
detenerse en el estudio de la experiencia cotidiana en los tribunales laborales,
Palacio reconstruye una serie de casos que nos permiten ver lo que
significaron estas experiencias para los trabajadores. Si bien antes de la
creación del fuero específico existían demandas por parte de los empleados,
ahora estos contaban con asesoramiento legal gratuito y tenían mayor acceso
al conocimiento de las regulaciones que los protegían. Se ve de este modo que
no sólo se trató de crear nuevos tribunales sino también de llevar adelante
tareas de asesoramiento y de representación, lo que da cuenta del interés del
gobierno de asegurar el cumplimiento de las normas. El nuevo derecho
revolucionó las prácticas laborales en el mundo rural y este apartado del libro
no sólo nos acerca a casos concretos que iluminan sobre situaciones diversas
sino también sobre el gran entramado que se puso en marcha para llevar
adelante las enormes transformaciones.
En la segunda parte del libro, Palacio se aboca al estudio de las
regulaciones sobre la propiedad de la tierra. Aquí los actores sociales y
económicos que aparecen como los principales beneficiarios de las políticas
del peronismo son los chacareros y los pequeños y medianos agricultores que
arrendaban las tierras que explotaban. Las leyes que regularon el
arrendamiento de tierras llegaron tardíamente. Hasta los años peronistas, la
posición de los arrendatarios fue muy precaria: muchas veces ni siquiera
tenían contratos firmados y los plazos de alquiler se caracterizaban por su
brevedad. Durante el gobierno de Castillo se tomaron medidas
extraordinarias que luego terminaron teniendo validez durante un largo
tiempo: se prorrogaron, de forma forzosa, los contratos de locación, se
congelaron los cánones de alquiler y se suspendieron los desalojos. El
gobierno militar mantuvo estas medidas y, en 1948, tomaron forma definitiva
con la sanción de la ley de arrendamientos rurales y aparcería. Esta regulación
fue acompañada por el trabajo en las cámaras de arrendamiento, que se
ocuparon de que la norma se aplicara beneficiando siempre a las partes más
débiles. Al igual que sucedió con el mundo del trabajo, el gobierno peronista
no sólo legisló, sino que también se ocupó de crear y administrar las
dependencias estatales responsables de hacer cumplir las nuevas normativas.
Las Cámaras de arrendamiento fueron rechazadas con los más variados
argumentos: se las consideró anticonstitucionales, se planteó que violaban las
autonomías provinciales y también que atentaban contra la separación de
poderes. Al prestarle atención no sólo a las normativas sino también a las
formas en las que estas Cámaras se organizaron, qué competencias tuvieron
y en qué jurisdicciones actuaron, el análisis que lleva adelante Palacio se ve
nuevamente enriquecido. También es una decisión acertada del autor ver cuál
fue el destino de estas instituciones luego de derrocado el gobierno peronista,
en el contexto en el que la Revolución Libertadora decidió dejar sin validez gran parte de las reformas institucionales llevadas adelante en los años
previos.
El séptimo capítulo del libro, último de este apartado, está dedicado al
estudio de algunas de las causas que se presentaron ante las cámaras de
arrendamientos, para comprender cómo se tramitaron los conflictos entre los
dueños de la tierra y los arrendatarios. Los argumentos esgrimidos por ambas
partes en diversos pleitos ayudan a reconstruir los conflictos de la época y los
imaginarios sostenidos por los dueños y por los productores acerca de los
derechos que los amparaban.
Estos recorridos convierten a La Justicia Peronista en un aporte original,
provocativo dentro del marco de la historiografía actual sobre el primer
peronismo. Estamos en una época en la que abundan los trabajos que
permiten mostrar continuidades entre el gobierno peronista y los años
previos. Los historiadores, que sabemos que en cada nuevo proceso hay
elementos de ruptura y de continuidad, tenemos que celebrar que se preste
atención a aspectos menos recorridos. Por eso, resulta sencillo entusiasmarse
con la publicación de este libro que, alejándose de los ejercicios de
normalización del peronismo, resalta novedades, tanto en el campo
institucional como en las prácticas cotidianas.
Sabrina Ajmechet
UBA