ARTÍCULOS ORIGINALES
“Esparcidos en el inmenso territorio de la república”. Los primeros pasos del Partido Socialista en las provincias (1894-1902)
“Spread over the Immense Territory of the Republic”. The Socialist Party’s first steps in the provinces (1894-1902)
Lucas Poy*
* Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente en las facultades de Ciencias Sociales y Filosofía y Letras. Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el Instituto Ravignani. Durante 2014 y 2015 fue investigador visitante en el Instituto Internacional de Historia Social, en Amsterdam. Ha publicado artículos sobre los orígenes del movimiento obrero en revistas especializadas del exterior y de la Argentina, así como el libro Los orígenes de la clase obrera argentina. Huelgas, sociedades de resistencia y militancia política en Buenos Aires, 1888-1896 (Imago Mundi, 2014). Forma parte del comité editor de Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda e integra el comité asesor de Working USA. The Journal of Labor & Society. Correo electrónico: lucaspoy@gmail.com
RECIBIDO:02/11/2015
ACEPTADO: 18/06/2016
RESUMEN
El artículo examina el lugar que ocuparon las provincias del llamado interior del país en la primera etapa del socialismo argentino. La primera parte rastrea el lugar que los principales dirigentes del Partido Socialista asignaron al interior del país en sus consideraciones teóricas y políticas, revisando para ello las interpretaciones y caracterizaciones publicadas en La Vanguardia desde su aparición, en 1894, hasta la elaboración del programa socialista del campo por parte de Juan B. Justo, a comienzos del siglo XX. La segunda parte, en tanto, examina los primeros pasos organizativos del PS fuera de Buenos Aires en el mismo período, con el objetivo de explorar las formas concretas que adoptó el desarrollo de los primeros centros y agrupaciones en las distintas provincias.
Palabras clave: Partido Socialista; Juan B. Justo; Provincias; Programa agrario
ABSTRACT
The article explores the role played by the provinces of the so-called interior of the country in the first stage of Argentina’s socialism. The first part traces the place Socialist Party leaders assigned to the interior in their theoretical and political considerations. This is achieved by assessing the interpretations and characterizations published in La Vanguardia from its creation in 1894 until Juan B. Justo’s development of the “socialist program for the countryside” in the early twentieth century. In the second part, the article examines the first organizational steps taken by the Socialist Party outside Buenos Aires in the same period so as to explore the concrete forms the development of the first centers and groups took in the various provinces.
Keywords: Socialist Party; Juan B. Justo; Provinces; Agrarian program
Introducción
Los primeros pasos organizativos y políticos del socialismo argentino se desarrollaron en la ciudad de Buenos Aires, a fines de la década de 1880 y comienzos de la siguiente. Fue en la capital del país donde se editaron los primeros periódicos permanentes, se articularon los diversos grupos en una dirección centralizada y donde, finalmente, se realizó el congreso constituyente a mediados de 1896. Es indudable que el proceso de constitución y consolidación del socialismo argentino en este período fue en lo esencial un fenómeno porteño. Ello no obstante, desde fechas muy tempranas los socialistas también se plantearon la necesidad de impulsar y promover la organización en el resto de las provincias. Y para ello fue preciso, en primer término, elaborar una caracterización y una interpretación de conjunto de las mismas.
El objetivo del presente trabajo es examinar el lugar que ocuparon las provincias del llamado interior del país en esta primera etapa de la historia del socialismo argentino. Encaramos esta cuestión desde dos ángulos. En la primera parte, rastreamos el lugar que los socialistas asignaron al interior del país en sus consideraciones teóricas y políticas. Recorremos para ello las interpretaciones publicadas en La Vanguardia desde su aparición, en 1894, hasta la elaboración del programa socialista del campo por parte de Juan B. Justo, a comienzos del siglo XX: examinamos con ese objetivo las líneas de continuidad pero también las tensiones entre diferentes militantes y dirigentes que abordaron la cuestión. En la segunda parte, en tanto, examinamos los primeros pasos organizativos del socialismo argentino fuera de Buenos Aires en el mismo período, con el objetivo de explorar las formas concretas que adoptó el desarrollo de los primeros centros y agrupaciones en las distintas provincias.1
Los antecedentes historiográficos son relativamente escasos. La referencia y punto de partida sigue siendo, como en lo que refiere a otros temas vinculados a la historia temprana del Partido Socialista, la obra de Jacinto Oddone, quien en su Historia del socialismo argentino dedicó el capítulo XIV a “La acción socialista en el interior del país” (Oddone, 1983: 246-259). Su caracterización fundamental era que, si en la ciudad de Buenos Aires el desarrollo partidario había debido superar grandes obstáculos, estos habían sido aún mayores en las provincias, debido a que se trataba de regiones menos desarrolladas económica, social y políticamente. En términos historiográficos se trata de un material con límites evidentes: solamente reseña experiencias en la provincia de Buenos Aires y en Entre Ríos, sin hacer ninguna referencia al desarrollo partidario en otras provincias y se concentra más en trazar los primeros pasos electorales de los núcleos socialistas del interior en sus respectivas jurisdicciones que en analizar las interpretaciones programáticas, los desarrollos partidarios, o los vínculos con la clase obrera. Por otra parte, esta preferencia por historizar el desarrollo electoral llevaba a una ausencia de cualquier análisis sobre la década de 1890, una etapa en la cual no hubo participación socialista en ninguna elección fuera de Buenos Aires.
En una línea similar a la obra de Oddone, en la medida en que forma parte del corpus de las historias militantes elaboradas por el propio partido, se suma un folleto editado por Isidro Oliver en Rosario, a comienzos de la década de 1950, concentrado fundamentalmente en examinar un período posterior al que trabajamos en este artículo (Oliver, 1951). Por otra parte, el trabajo de Richard Walter (1977), que sigue siendo hasta hoy una de las pocas monografías académicas dedicadas a examinar en su conjunto la historia del Partido Socialista en el período anterior a 1930, está centrado en la ciudad de Buenos Aires y apenas aporta una serie de señalamientos de carácter descriptivo sobre el desarrollo partidario en el resto de las provincias.
Recién en las últimas décadas, y particularmente en los últimos años, al calor de la revitalización que muestran tanto los estudios sobre el socialismo argentino como las investigaciones regionales en el terreno de la historia del movimiento obrero, comenzaron a aparecer investigaciones más específicas sobre los primeros pasos del Partido Socialista en las provincias. El rasgo más característico de los mismos fue la realización de recortes geográficos muy específicos: algunas áreas que han sido exploradas son Tucumán (Teitelbaum, 2012), Córdoba (Martina, 2011; Dujovne, 2012), Mar del Plata (Da Orden, 1991; Pastoriza & Cicalese, 2004), Mendoza (Lacoste, 1993), La Pampa (Martocci, 2014), el interior bonaerense (Bisso, 2007, Barandiarán, 2010) y la Patagonia (Prislei, 2001).2 Casi la totalidad de estas investigaciones, no obstante, abordan períodos posteriores a los que encara este artículo: por lo general se enfocan en la etapa posterior a la sanción de la Ley Sáenz Peña, o incluso en las décadas de 1930 y 1940. La etapa previa continúa siendo, en este sentido, un área de vacancia historiográfica.3
El lugar de las provincias en la caracterización y el programa del socialismo argentino
La cuestión del “atraso”
Ya en el famoso editorial del primer número de La Vanguardia, escrito por Juan B. Justo en abril de 1894, se planteaban las líneas fundamentales del análisis de los socialistas acerca del desarrollo económico y social del país. La idea era la de un territorio “que se transforma”, en la medida en que se producían “en la sociedad argentina los caracteres de toda sociedad capitalista”. El conjunto de las provincias era incluido en este proceso de transformaciones: “en Buenos Aires”, decía Justo, “las fábricas de calzado y de sombreros, las grandes herrerías y carpinterías, suprimen la mayor parte de los pequeños talleres de esos ramos”. Pero lo mismo ocurría en el interior: “en Tucumán el trapiche desaparece ante los grandes ingenios de azúcar, y en Santa Fe se multiplican los molinos de cilindros, donde nunca había habido ni tahonas”.4
Lo cierto, sin embargo, es que en esta lectura las provincias del interior avanzaban siempre con retraso respecto al litoral. Tal como ocurrió con otros temas en estos años, una contribución importante en este sentido fue la de Germán Ave-Lallemant, el veterano socialista alemán, que de hecho vivía en la provincia de San Luis y se caracterizaba por la elaboración de artículos de carácter programático y teórico. En un artículo publicado originalmente en el semanario La Agricultura y reproducido por La Vanguardia a mediados de 1894, Lallemant complejizó la interpretación al presentar los distintos estadios de desarrollo económico y social en el que, según su opinión, se encontraba el país.
Partía de caracterizar que “en la República Argentina se ofrecen a la vista del observador toda una serie de fases de la evolución histórica de la humanidad”. En la ciudad de Buenos Aires se veía “representada la época de la grande industria moderna”. En las provincias del litoral se encontraba “la época manufacturera en las ciudades”, mientras que en el campo comenzaba el período de los “pastos guadañables” y la agricultura seguía en la etapa del “cultivo en pequeña escala”. No obstante, apuntaba Lallemant, la “competencia internacional” ya obligaba “a fomentar los grandes cultivos intensivos, con inversión de capitales crecidos y empleando trabajadores educados e inteligentes”, lo cual, desde su punto de vista, “salvará al país de la ruina y la bancarrota”. En las provincias del interior, finalmente, “estamos todavía en pleno período montaraz de la producción agrícola”. Allí, lamentaba el viejo socialista alemán, aún se trabajaba “del mismo modo como nos cuenta Columella que se hacía en la Bética romana en tiempo del emperador Augusto”.5
Un caso muy transitado en las páginas de La Vanguardia era el de Tucumán, una provincia en la cual se encontraban formas de explotación del trabajo consideradas arcaicas y precapitalistas. A principios de 1896, por caso, una nota de Antonino Piñero denunciaba “la trata de peones en las provincias del norte” y caracterizaba a los azucareros tucumanos como “insaciables”, dado que no les había bastado “haber acumulado fortunas a la sombra de un proteccionismo gravoso a todos los habitantes del país”, y contaban además con “una ley monstruosa” que los autorizaba “a disponer de los obreros indígenas de esa provincia como si fuesen bestias”. Pretendían además, denunciaba Piñero, que los trabajadores de otras provincias fueran “sometidos a su explotación, para lo cual han organizado un servicio de corredores patentados que se encargan de contratar hombres”.6
De hecho el Partido Socialista llevó adelante una campaña en la capital por la abolición de la llamada ley de conchabos, que sería derogada poco después. En la convocatoria a un meeting público, que tuvo lugar en Buenos Aires el 19 de abril de 1896, se planteó la necesidad de que los trabajadores de la más avanzada Buenos Aires participaran en este reclamo. “¿Qué vamos a hacer en Buenos Aires”, se dijo entonces, “con nuestro anhelo de progreso y libertad, si a veinte horas de ferrocarril los trabajadores se compran y se venden, y se les maneja a látigo?”.7 En el acto, Adrián Patroni resaltó la contradicción entre los posicionamientos de la clase dominante en favor del progreso y la libertad, por un lado, y sus políticas prácticas, por el otro. Señalaba que 106 años después de la revolución francesa,
[…] tenemos la esclavitud en casi todas las provincias. Es común en esta capital ver grandiosas manifestaciones iniciadas a nombre de la libertad conculcada y de la moral administrativa; sin embargo, hoy tratándose nada menos que de protestar contra la esclavitud, los asistentes somos una insignificante minoría.8
La burguesía “rapaz e inepta” y sus consecuencias políticas
Si bien advertían diferencias en el desarrollo económico entre regiones, los socialistas desarrollaban una crítica similar a los capitalistas de unas y otras zonas: todos ellos tenían en común el ser “explotadores y farsantes”, inútiles para desenvolver una economía moderna. Un artículo publicado en mayo de 1895 destacaba el contraste “entre la tendencia actual del proletariado y la de los capitalistas tucumanos y porteños”. Sostenía que
[…] mientras la acción de los unos tiende a la libertad y a la igualdad económica de los hombres, combatiendo los monopolios y pidiendo el impuesto progresivo sobre la renta, los capitalistas de Tucumán andan en tratos para entregar la producción del azúcar en pocas manos, y los grandes propietarios porteños formulan solicitudes para conseguir rebajas en la contribución territorial.9
Según un artículo publicado en 1899, el atraso del país debía explicarse por “la incapacidad de sus hombres de gobierno, incapacidad mil veces constatada en los mil desaciertos cometidos”. Todo ello era “reflejo de la pobreza de espíritu de nuestra clase dirigente”, que quedaba en evidencia al contrastarlo con “la burguesía de ciertos países europeos”.10 Era una idea central de la configuración programática del socialismo argentino, que de hecho había quedado plasmada en el comienzo del primer manifiesto electoral del Partido Socialista, editado para las elecciones de la ciudad de Buenos Aires de principios de 1896: “una clase rica, inepta y rapaz, oprime y explota al pueblo argentino”.11
En la perspectiva de los socialistas argentinos, este concepto de clase dominante inepta se trasladaba al examen de lo político, y los acontecimientos del interior del país se contaban entre los ejemplos predilectos para apoyar este razonamiento. En efecto, las características de la vida política de las regiones más pobres, para los socialistas, estaban en estrecha relación con las particularidades de su atrasada estructura económica y social. En un artículo publicado a fines de 1895, se argumentaba que “si en Buenos Aires y las provincias del litoral la política es todavía bárbara y personal, debido a la ineptitud económica de la clase dirigente”, la situación era aún más grave en el resto de las provincias, dado que “allí los intereses y los odios de dos o tres familias forman la trama de lo que se llama política”. En esas regiones no había “ni asomos de un pueblo consciente; y en la interminable farsa de elecciones y revoluciones, toda la miseria de la situación se revela por contradicciones cómicas”.12
El atraso económico, social y político de la mayoría de las provincias y de su naciente proletariado llevaba a los socialistas a cuestionar el peso, en su opinión desmedido, que tenía el interior en el equilibrio político de la época. Elaboraban así una caracterización de una de las claves del régimen posterior a 1880, en el cual ciertos grupos dominantes regionales se habían convertido en piezas fundamentales de la estabilidad política. En particular, La Vanguardia desenvolvió una denuncia del peso que tenía la burguesía azucarera de Tucumán, objeto de las más fuertes críticas. “En el fondo de esta cuestión de la industria azucarera”, podía leerse en una nota de mediados de 1897, “que tanto cuesta al pueblo y tanto da que hablar, está la cuestión del predominio político del interior sobre el litoral, predominio que todavía se mantiene gracias a la ineptitud y cobardía de los partidos burgueses del litoral”.13
En consonancia con estas caracterizaciones, el Partido Socialista desarrolló una campaña reclamando que la representación parlamentaria se adecuara a los resultados del censo de población realizado en 1895, como establecía la Constitución, lo cual otorgaría más peso a las ciudades del litoral debido al crecimiento demográfico producido por la inmigración. Desde la perspectiva socialista, “si la marcha del país ha de mejorar, solo será cuando Buenos Aires y el litoral tengan en la política argentina la preponderancia que les corresponde por su población y productividad”.14 Cuando la medida fue finalmente adoptada, el PS reclamaba para sí “el honor de la iniciativa de una reforma de tanta trascendencia, haber descuidado la cual es la prueba más palmaria de la ineptitud o de la cobardía de los otros partidos del litoral”.15
El manifiesto advertía, por supuesto, que nada mejoraría si el incremento de diputados de las provincias del litoral contribuía a los “diputados mitristas o irigoyenistas que se dicen representantes del pueblo del litoral”. La clave del análisis era que en el litoral, y particularmente en Buenos Aires, tenía más fuerza la naciente clase obrera. “Si el aumento de los diputados del litoral”, señalaba La Vanguardia, “ha de ser benéfico al pueblo argentino, será porque el pueblo del litoral es el más capaz de luchar por su emancipación, porque en el litoral ha nacido y se desarrolla el Partido Socialista Obrero Argentino”. Se recordaba que el partido buscaba “el bien de la clase trabajadora” y al mismo tiempo reformas “bien estudiadas, indispensables para el bienestar general y el progreso del país” en su conjunto. El resto de los partidos, en cambio, “desprovistos de todo principio político, sin más móvil de acción que los intereses de un grupo de parásitos o de una camarilla, tienen que perderse en campañas mezquinas y estériles”.16
En suma, las primeras caracterizaciones desarrolladas por el socialismo argentino acerca del interior del país en la segunda mitad de la década de 1890 deben enmarcarse en el cuadro más general de la interpretación económico-social que Juan B. Justo y el Partido Socialista hicieron de la Argentina en la que debían intervenir. Los principales trazos de esta interpretación pueden resumirse en una serie de rasgos. En primer lugar, se caracterizaba el desenvolvimiento del país como producto de un desarrollo capitalista que, si bien tardío, colocaba a la Argentina en la modernidad. En segundo término, desde fechas muy tempranas la interpretación socialista consideraba que este desarrollo incluía al conjunto del país. En tercer lugar, sin embargo, se advertía que este desenvolvimiento operaba de manera desigual. En efecto, por contraste al litoral, las provincias del interior aparecían rezagadas, con numerosas rémoras de un pasado arcaico que se resistía a desaparecer. La interpretación se completaba, como vimos, atribuyendo estas rémoras de atraso y falta de progreso al carácter inepto de la burguesía argentina, en general, y de las burguesías regionales, en particular. El corolario de este atraso era la extrema explotación e ignorancia de la clase obrera y, como consecuencia, el carácter personalista, inorgánico y fraudulento del régimen político, agravado en las provincias.
La cuestión de la “descomposición social” de los trabajadores del campo
Este último aspecto sería uno de los más desarrollados en los análisis socialistas de los años posteriores. “Casi la única y exclusiva atención que prestan los que se preocupan en este país de la cuestión obrera se concreta solamente a la capital de la república”, se lamentaba un joven Enrique Dickmann en una nota enviada desde Entre Ríos en 1898. Su misiva partía de resumir los señalamientos básicos de la interpretación hegemónica del socialismo, que analizamos en la sección previa. Quien contemplase las provincias, afirmaba, se remontaba “al tiempo del feudalismo, para encontrar las mismas costumbres, mismos hábitos, las mismas relaciones entre feudal y siervo como en plena edad media, aumentados con todas las corrupciones y vicios modernos”. Quienes dominaban eran los estancieros, “verdaderos señores feudales, poseedores de todo el territorio, de toda la riqueza nacional”, quienes podían ser “patrioteros de profesión” pero se ocupaban poco “del adelanto del país” y eran “enemigos mortales de toda instrucción y cultivo del pueblo”.17
Lo grave, concluía Dickmann, era que quien contemplara “al trabajador del campo, al peón criollo, hijo del país” se remontaría “todavía más allá de la edad media” hasta la “esclavitud griega, emponzoñada con la maldad del proletariado moderno”: es decir trabajadores que pertenecían “con cuerpo y alma a su dueño, sin que éste esté obligado a alimentarlo”. Para Dickmann, la consecuencia de este estado de cosas era una profunda descomposición social del proletariado del interior. Los trabajadores de la campaña llevaban durante la mayor parte del año “una vida de vagabundos, sin hogar, sin familia”, y “por falta de trabajo son forzados al robo que lleva consigo el asesinato”.18
En la misma línea, a comienzos de 1899, Manuel Meyer González llamaba a los socialistas preocupados por la “bárbara situación de los pueblos del interior” a prestar atención e intervenir en el interior de la provincia de Buenos Aires, donde “el proletariado de sus poblaciones y de su campaña ha llegado ya hasta el extremo de no pensar en discutir siquiera las condiciones más o menos negras del trabajo, cuando lo encuentra”. Había, otra vez, una relación directa y que se retroalimentaba entre esta descomposición económica y social y las características del régimen político fraudulento. Una parte de su población, “la más degradada, la que trabaja en la política, come su mendrugo amasado por las bajezas y las pillerías más repugnantes”.19
Otro importante dirigente socialista, Nicolás Repetto, publicó en 1901 una serie de impresiones sobre las provincias de Santiago del Estero y Tucumán, luego de una gira por esa zona del noroeste del país. Su apreciación sobre la sociedad y la economía de las regiones visitadas era extremadamente negativa: eran territorios donde se repartía “diseminada una escasísima población que vive en las condiciones más miserables”, cuyas viviendas apenas diferían “de aquellas que ocupaban los indígenas en la era precolonial” y donde la principal característica de la población era el analfabetismo. Eran condiciones que hacían difícil la propaganda socialista y que, por el contrario, ofrecían “el mejor terreno para la acción clerical, que ha alcanzado en esas provincias un carácter omnímodo”.20
En el terreno económico, el rasgo común de Santiago y Tucumán era “la ausencia de la gran industria en sus centros urbanos”. El grupo de trabajadores “más numeroso, miserable y explotado” era el de los peones del campo. “Difícilmente puede concebirse”, lamentaba Repetto, “una situación más miserable de la que ha tocado en suerte a estos infelices. Ignorantes y supersticiosos, víctimas del alcohol, del juego y de otros vicios, pasan su vida errando de una provincia a otra”. En lo político las cosas no eran mejores: “El ambiente”, según Repetto, se caracterizaba “por la existencia de una exuberante burocracia, generalmente torpe y rapaz, que vegeta en un medio preñado de intriguillas políticas, cuentos y chismes de familia”. Sometido al dominio de esta burocracia se encontraba “un pueblo ignorante, dócil, que se deja esquilmar hasta lo increíble y que rumia eternamente su descontento a la espera del acto milagroso (revuelta o asesinato) que ha de ponerle fin”.21
En la misma fecha, Dickmann publicó una serie de artículos bajo el título “Los trabajadores del campo”, en los cuales volvía a abordar este problema, aunque con una nota final algo más optimista. Si bien planteaba de nuevo una comparación con regímenes sociales y de producción del pasado europeo, ahora aportaba algunos matices más específicos:
En resumen, sobre el gaucho no han pesado tantos siglos de esclavitud y servidumbre como sobre el campesino europeo; posee una inteligencia y viveza naturales; es sentimental y bondadoso; rebelde y amante de su libertad individual; posee un instinto de justicia, porque siente y palpa la miseria.22
Este conjunto de rasgos, según Dickmann, lo hacían “apto para recibir nuestras ideas; hay que saber solamente inculcárselas”. Planteaba entonces la necesidad de que la acción de los socialistas fuera capaz de ser lo suficientemente flexible como para penetrar entre los trabajadores criollos en general y del campo en particular: “debemos adaptarnos a sus hábitos y costumbres, a sus sentimientos e inteligencia”. A partir de allí, Dickmann trazaba tareas para los militantes socialistas:
de nuestras filas han de salir los propagandistas de la campaña que conozcan a fondo la vida, costumbres y necesidades del gaucho; que posean muy bien su lenguaje, para que no vean en ellos al gringo y al enemigo, y hagan una propaganda serena y práctica.23
Juan B. Justo y el “programa del campo”
Hacia el cambio de siglo, las consideraciones generales sobre el atraso relativo de las provincias, que se ubicaban en el núcleo básico de la interpretación teórica y programática del socialismo argentino, comenzaban a mostrar sus limitaciones y se planteó la necesidad de avanzar en un análisis y unas propuestas más específicas para la situación de la población del campo. Dickmann lo advertía cuando en 1901 proponía una lectura algo más optimista, que dejaba entrever la posibilidad de desenvolver una acción más eficaz entre los trabajadores de las zonas rurales. Pero no era el único: en efecto, fue el propio Juan B. Justo, en estos años, quien comprendió la necesidad de desarrollar un abordaje programático más preciso del cual se desprendieran, a su vez, tareas políticas y organizativas posibles de ser alcanzadas. En primer término, la búsqueda de un programa más desarrollado en torno a las cuestiones agrarias respondía al interés del partido por interpelar a los trabajadores rurales (Walter, 1977). En segundo lugar, de todos modos, se trataba también de la convicción acerca de la necesidad de anclar la elaboración programática en una interpretación del sector que se observaba como el núcleo dinámico del capitalismo argentino. Tal como ha señalado Osvaldo Graciano (2010), la preocupación por basar las propuestas políticas en una determinada caracterización de la estructura económica del país -organizada en torno al desarrollo agrario- constituyó un rasgo distintivo del socialismo argentino, en contraste con fuerzas del resto del espectro político, incluido el anarquismo.24 La elaboración realizada por Justo a principios del siglo XX representa en este sentido un punto de partida insoslayable.
Desde su mudanza a la localidad de Junín, a comienzos de 1900, Justo estaba estudiando la cuestión agraria, convencido acerca de la necesidad de que el Partido Socialista se dotase de un programa preciso de demandas para la población rural. Además de su actividad como médico, las tareas militantes en el centro socialista de Junín y sus colaboraciones regulares con el periódico, durante ese año Justo se dedicó a trabajar en la elaboración de un programa para el campo, que presentó en una conferencia realizada en el local del Vorwärts, en Buenos Aires, el 21 de abril de 1901. Pocas semanas más tarde, la misma fue editada como folleto.
Según sus palabras, su objetivo era “hacer públicas las opiniones” que se había formado respecto “a las necesidades de la población trabajadora del campo”, en un momento en el que el Partido Socialista se preparaba a “darse un programa” sobre el particular (Justo, 1915: 3). De hecho, Justo invertía por primera vez los términos respecto a lo que era habitual hasta el momento en los planteos del socialismo local: sostenía que en la Argentina, la política rural debía ser “más importante que la política urbana”, debido a la orientación productiva del país y al peso de la población residente en el campo. La consecuencia de este predominio de la cuestión agraria en la escena nacional era que “todo movimiento social inspirado en altos fines, como todo partido político que aspire a tener importancia nacional”, tal como él pretendía que el PS lo fuera, debía “ocuparse en primer término de la población y de los problemas del campo” (Justo, 1915: 4-5). La elaboración de una caracterización y un programa agrarios, en suma, se presentaba como una tarea urgente y como una pieza clave para completar una línea política científica y progresista.
Justo partía de considerar que la elaboración de una política rural “oportuna y práctica” debía basarse en un objetivo “inmediato y principal: la defensa y la elevación del trabajador asalariado”. En consecuencia, era positivo “todo lo que, directa o indirectamente, contribuye[ra] a este fin”. El dirigente socialista trazaba un paralelismo con la posición de los socialistas respecto a la cuestión de la moneda: subrayaba que la crítica que él mismo había desenvuelto contra la persistente política devaluacionista de la burguesía argentina se basaba en una defensa de los intereses de los trabajadores, que veían deteriorados sus ingresos en moneda nacional ante cada depreciación del peso impulsada por una clase dominante que recibía ingresos en divisas. Además de una similitud en cuanto al método, el problema de la política monetaria estaba estrechamente ligado a la cuestión agraria, toda vez que, desde la perspectiva de Justo, un punto de partida fundamental debía ser la oposición de los socialistas a la política devaluacionista: los socialistas, sostenía, “jamás creeremos que la prosperidad de la agricultura ni de la ganadería dependa de la vil remuneración del trabajo humano” (Justo, 1915: 5-6).
Si el primer eje era la defensa de la moneda como modo de sostener el salario real de los trabajadores del campo, un segundo elemento fundamental pasaba por la política fiscal, a través de la lucha por “la abolición de todos los impuestos que encarecen los consumos del pueblo”. Un tercer aspecto giraba en torno a las condiciones de trabajo: para Justo, los socialistas debían dar los primeros pasos para promover una reglamentación que asegurase algunos derechos básicos para los trabajadores, si bien admitía que debido al cuadro general estos pasos debían ser cautos y aún era “más que prematuro pedir desde ya la limitación de la jornada en los trabajos del campo” (Justo, 1915: 7-8). Junto a las condiciones de trabajo, y en estrecha relación con ellas debido a las características de las labores agropecuarias, se hallaba la cuestión de la vivienda de los trabajadores, que Justo reseñaba con numerosos ejemplos para poner de manifiesto su carácter deplorable y la inmediata necesidad de reclamar una reglamentación básica que asegurase algunas mejoras. En ese punto, sostenía, “sí puede intervenir desde ya la ley para asegurarle una habitación suficiente e higiénica”, y se extendía en largos ejemplos acerca del modo en que Nueva Zelanda había legislado la cuestión en los años inmediatamente anteriores (Justo, 1915: 8-10).
Esta serie de demandas inmediatas en favor de los trabajadores del campo, vinculadas a la política monetaria, la política fiscal y la reglamentación de las condiciones laborales y de vivienda, de todas formas, no eran suficientes para completar un programa socialista para el campo. En efecto, Justo desenvolvió en la segunda parte de su conferencia lo más novedoso de sus planteos, que giraba en torno al modo en que la política de los socialistas debía orientarse también a atraerse a los pequeños propietarios y arrendatarios. Aquí estaba el quid del programa agrario que proponía Justo para el partido:
Se está formando en este país, y es de desear para la democracia y el progreso que su desarrollo sea rápido, una clase de agricultores y criadores que, en campo propio o arrendado, producen en moderada escala. Ellos y sus familias trabajan, sus costumbres y su lenguaje son los de los trabajadores, se tratan de igual a igual con los artesanos y obreros de los pueblos y, aunque en ciertas épocas del año emplean trabajo asalariado y son en cierto modo capitalistas y empresarios, tienen los mejores títulos para ser admitidos en la clase trabajadora (Justo, 1915: 13).
La clave de su interpretación era ver como una contradicción secundaria la que oponía a los chacareros, “en cierto modo
capitalistas y empresarios”, con los trabajadores del campo. Los socialistas, que según Justo estaban dispuestos “a entrar en pugna con los chacareros y arrendatarios cuando de defender al trabajo asalariado se trate”, debían no obstante “hacer en todo lo posible causa común con ellos” y así defenderían “también indirectamente a los proletarios”. La tensión principal era la que enfrentaba a todos los sectores que impulsaban el progreso y el desarrollo del país con los grandes propietarios y latifundistas (Justo, 1915: 13-14).
Justo hacía notar que en Europa los partidos socialistas también se habían preocupado por dotarse de un programa agrícola. La diferencia, desde su perspectiva, era que allí “los propietarios y cultivadores, chicos y grandes, quieren para sus productos la protección aduanera que los defiende de América”. Según Justo, en Argentina no ocurría lo mismo: “los intereses de los productores ganaderos y agrícolas son, en materia aduanera, los del pueblo en general, y nadie necesita más que ellos del libre cambio”. La diferencia estribaba, según su punto de vista, en una cuestión de escala. Mientras los campesinos europeos “técnicamente están muy atrasados”, los de Argentina “explotan fracciones de tierra suficientemente extensas para exigir el empleo de la maquinaria, y solo necesitan llegar a la conciencia de su situación y de sus necesidades políticas para constituir una clase democrática y progresista” (Justo, 1915: 14).
¿Cuál era, entonces, la política hacia estos pequeños productores que debía inscribirse en un programa socialista? En primer lugar, otra vez, una reforma impositiva que eliminase los “impuestos absurdos y bárbaros que gravan la agricultura donde ésta tiene mayor importancia”. En Argentina, según Justo, el gobierno simplemente quitaba el dinero “a quien ofrece menos resistencia”: la consecuencia eran los onerosos impuestos que se descargaban sobre los productores más pequeños, con el objetivo de asegurar los ingresos de un estado que estaba en manos de los latifundistas. Cuestionaba así los
tributos que pagan al fisco provincial, por el derecho de producir trigo, etc., los mismos chacareros a quienes el fisco nacional hace pagar el vino y el azúcar el doble de lo que valen, para que se enriquezcan los señores bodegueros de Mendoza y azucareros de Tucumán (Justo, 1915: 15).
La política de los socialistas, en este terreno, debía ser la lucha contra los impuestos a la producción. “Contra todos los impuestos que gravan la producción agrícola y ganadera”, argumentaba Justo, “debemos estar al lado de los empresarios, que evidentemente podrán tratar mejor a los obreros y pagar más altos salarios cuando se vean libres de las trabas que el fisco pone hoy a su industria”. Una vez más, Justo subrayaba cuál era en su interpretación la contradicción fundamental: “en el fondo de esta cuestión está latente un conflicto entre los empresarios ganaderos y agrícolas y los terratenientes” (Justo, 1915: 17).
En todo momento, en suma, Justo se esforzaba por poner de manifiesto la viabilidad de las reformas que proponía, consideradas completamente realizables en el marco del orden social vigente, pero también el modo en que las mismas contribuirían no solo a mejorar las condiciones de los trabajadores sino al progreso y enriquecimiento general del país. Este era, en efecto, uno de los rasgos más característicos de su pensamiento político: plantear como no contradictorias -sino, antes bien, como complementarias- a las demandas en favor de los trabajadores, por un lado, y a las reformas necesarias para fomentar el progreso económico, social y político del país, por el otro. Lo único que impedía que los trabajadores mejorasen su situación y que la economía argentina se desarrollara, llevando de la mano una evolución política, era la resistencia de los terratenientes y de la oligarquía, las auténticas bestias negras de su interpretación de la sociedad argentina.
Los primeros pasos organizativos del socialismo argentino en las provincias
Los primeros centros de las provincias: inestabilidad y ciclos de expansión
¿Cuáles fueron los primeros pasos organizativos del socialismo argentino fuera de Buenos Aires? Siguiendo una clave de lectura que han planteado una serie de trabajos recientes dedicados a esta temática (ver, entre otros, Ferreyra, 2015; Cabezas, 2015), se plantea la cuestión de examinar hasta qué punto un análisis de las prácticas concretas y las formas organizativas específicas que mostró el desarrollo partidario en el territorio permite enriquecer nuestro conocimiento sobre los primeros pasos del socialismo fuera de Buenos Aires. En efecto, ¿en qué medida las caracterizaciones e interpretaciones que analizamos en la primera parte de este trabajo se apoyaban, impulsaban y eran a su vez influidas por el desenvolvimiento concreto de la acción y la militancia socialistas en las provincias llamadas del interior?
Tal como muestra la Figura 1, lo primero que rápidamente se advierte son una serie de ciclos: en primer término, un fuerte impulso inicial, al calor del ascenso huelguístico y de la organización obrera que se registró entre 1894 y 1896. Si en estos años el incremento en la conflictividad obrera redundó en una expansión de centros socialistas en la ciudad de Buenos Aires, que dio forma a la propia constitución del partido (ver Poy, 2014), es posible advertir que algo similar ocurrió, si bien a menor escala, en el resto del país.
Figura 1. Movimiento de agrupaciones/secciones representadas en los seis primeros congresos (1896-1904)
Fuente: La Vanguardia.
En fecha tan temprana como fines de 1895, cuando aún no se había realizado el congreso constituyente del partido, las columnas del periódico daban cuenta de que ya se habían creado centros socialistas en Córdoba, Santiago del Estero, Rosario, Entre Ríos y Santa Fe, y también de una embrionaria actividad en Tucumán. De todos ellos, los más activos eran el de Córdoba, debido a un vínculo estrecho con varias sociedades obreras, y el de Paraná, que según La Vanguardia era “el más importante de los que existen en las provincias”,25 además por supuesto del núcleo de la ciudad de La Plata y alrededores, muy vinculado al desarrollo de los centros de la capital. Pocos meses más tarde, cuando se publicó el informe de la dirección de cara al congreso constituyente, se informaba también de la presencia de un centro en San Antonio de Areco. En el congreso participaron efectivamente centros de Córdoba, Tucumán, Vorwärts de Rosario, San Antonio de Areco, Paraná, Tolosa y Junín: en casi todos los casos los delegados fueron dirigentes del partido de Buenos Aires. Sin dudas buena parte de las elaboraciones acerca de las provincias del interior que se publicaron en estos años, y que hemos reseñado en la sección previa, respondían a una preocupación por caracterizar las particularidades de estas regiones en el contexto de esta primera expansión partidaria.
Después de este impulso inicial, sin embargo, se produjo una clara crisis y retracción hasta el fin del siglo. Como muestra la Figura 1, se trata de un proceso general, observable también en la ciudad de Buenos Aires, pero que en cualquier caso fue más pronunciado en el interior del país. Ninguno de los centros de las provincias representados en el congreso constituyente estuvo presente en el segundo congreso, en 1898, y solo el de Córdoba reapareció en 1900. A comienzos del siglo hubo un nuevo impulso de expansión de centros del interior, que incluso llegaron a superar numéricamente, por escaso margen, a los de la capital. Sin embargo, encontramos una nueva caída hacia 1903-1904, y recién hacia fines de la década de 1900 habría un crecimiento sostenido, que se evidencia en el récord de veintiún agrupaciones del interior que estuvieron representadas en el congreso de 1908, en una etapa que excede los límites temporales de este artículo.
Una primera conclusión que se desprende de estos datos es la fuerte inestabilidad de la vida de los centros socialistas del interior en el período que va desde 1896 hasta el sexto congreso, en 1904. Si bien la no representación en el congreso no implicaba necesariamente que el centro hubiera dejado de existir, en algunos casos tenemos pruebas explícitas de su disolución y en otros casos está claro que si sobrevivían lo hacían con una debilidad extrema y una incapacidad de cumplir con los preceptos estatutarios.
En segundo término, y a partir de la información de los Cuadros 1 y 2, podemos avanzar en algunas precisiones sobre el desarrollo en localidades específicas. Se advierte que, si bien en el marco de esta inestabilidad general, hay algunas agrupaciones que mostraron una mayor permanencia. En primer término el de La Plata -continuador del fundacional centro de Tolosa, uno de los más activos en el período huelguístico de 1894-1896-, que estuvo presente en cinco de los seis congresos realizados en esta etapa. En un segundo escalón se ubicaron los centros de Bahía Blanca, Rosario -una ciudad donde de todas formas la presencia anarquista era claramente hegemónica-26 Pergamino y Junín, cuya consolidación fue inseparable de la presencia del propio Justo. Llama la atención, asimismo, la estabilidad y presencia del centro de Posadas. Algo por detrás, encontramos a los centros de importantes distritos como Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Rafaela y San Nicolás, una localidad donde los socialistas consiguieron en 1903 su primera victoria electoral con la elección de un concejal.
Cuadro 1. Agrupaciones/secciones del interior representadas en cada congreso
Fuente: La Vanguardia.
Cuadro 2. Localidades con representación en más de un congreso, 1896-1904
Fuente: Cuadro 1.
El periódico y las giras de propaganda como impulso a la organización
Al igual que en Buenos Aires, donde la fundación de La Vanguardia precedió a la constitución formal del partido y en la práctica representó un poderoso impulso para la misma, el periódico oficial fue una pieza clave para la penetración socialista en diferentes zonas del país.27 La importancia de La Vanguardia en este período temprano estaba dictada, por otra parte, por el hecho de que aún no existían órganos de prensa locales que pudieran servir para estructurar la actividad de los nuevos agrupamientos de las provincias. Hubo dos excepciones a comienzos de 1896: El Socialista, editado en Paraná, y El Porvenir Social, de Rosario, pero ninguno de los dos sobrevivió más de algunos meses. El punto de apoyo para la llegada del ideario de los socialistas a una determinada localidad era la colocación del periódico porteño, y en ese sentido las suscripciones representaban el primer paso en el desarrollo partidario.
En un primer momento, la llegada del periódico se realizaba por correo, y era habitual encontrar referencias al envío de cobradores en las zonas más cercanas. En abril de 1895, por ejemplo, se informaba que el cobrador del periódico haría “en estos días un viaje a La Plata”, por lo cual rogaban “a los suscriptores en esa ciudad dejen en sus casas orden de pagar cuando estén ausentes”.28 Se trataba, de todas formas, de una práctica costosa y que resultaba de difícil implementación en las provincias más distantes de Buenos Aires. Lo común, por consiguiente, era que La Vanguardia comenzara a informar de la presencia de agentes en las distintas localidades. Además de una mejora en la logística, implicaba fundamentalmente un avance en la organización partidaria, en tanto en la mayoría de los casos el agente era al mismo tiempo un corresponsal del periódico, un difusor de su contenido y un organizador de la clase trabajadora local.
Asimismo, el periódico era un sostén de la organización partidaria en las provincias en la medida en que servía para anunciar, convocar e informar sobre las primeras reuniones y actividades en las distintas localidades. La Vanguardia incluía habitualmente una sección titulada “Del interior”, donde se informaba sobre las actividades de núcleos de militantes, se publicaban algunas de sus comunicaciones y se comentaban las novedades de sus reuniones y asambleas. Las secciones de correspondencia también cumplían un rol importante: por un lado aquella enviada por militantes, simpatizantes o dirigentes con el objetivo de retratar las condiciones sociales, económicas y políticas de la localidad, así como denunciar la situación de los trabajadores.29 Por el otro, la sección de “Correspondencia administrativa”, con datos sobre el envío de periódicos, folletos o libros, así como la cantidad de suscriptores o cotizantes, proporciona información de valor que reflejaba el desarrollo partidario en las distintas regiones.
Otro gran impulso para la organización partidaria en las provincias fueron las celebraciones del calendario socialista, en particular el 1° de Mayo. Estos eventos constituían una ocasión inmejorable para que el pequeño grupo de partidarios socialistas en una localidad realizara una actividad pública de carácter político, capaz de concitar la atención de los trabajadores y de la opinión pública en general. En 1895, por ejemplo, se informaba que en Tucumán un núcleo de trabajadores se proponía festejar el 1° de Mayo fundando una agrupación socialista y que en Santa Fe circulaba una invitación convocando a los trabajadores a una reunión para conmemorar la fecha en el Jardín Recreo: ejemplos del mismo tenor abundan a lo largo de todo el período.
La prensa socialista porteña reivindicaba estos avances, aun cuando se tratara de pasos muy limitados o con escasa estructuración. En mayo de 1896 se informaba que, con ocasión del 1° de Mayo, se había lanzado un manifiesto en Tucumán, “en que explican el significado de la fiesta del trabajo. Agregaban que, “aunque se han deslizado en la redacción del manifiesto palabras y frases que los socialistas no usan, hay que reconocer en esa población un esfuerzo loable”. En algunos casos se trataba de situaciones aún más pintorescas, en regiones de menor desarrollo, donde todo se reducía a algunos esfuerzos individuales. Un corresponsal escribía desde Chaco, el mismo año, que había decidido utilizar la fecha del 1° de Mayo para hacer “propaganda extraordinaria, y con ese motivo fui a casa de los vecinos, invitándoles para que vinieran a mi rancho, y vinieron”. Allí había tenido “el gusto de convidar a un número regular de amigos con la ‘cachaza’ indispensable, haciéndoles saber después el motivo del invite y explicándoles con pocas palabras el valor que tiene para todos los trabajadores el 1° de Mayo”. La reunión había concluido “cantando después al compás de la guitarra algunas décimas”.30
Una forma de superar estos límites, tanto organizativos como políticos, era con la llegada de dirigentes provenientes de Buenos Aires. En efecto, en estrecha relación con estas celebraciones, y en conjunto con la penetración realizada a través del periódico, la otra herramienta clave a través de la cual la dirección partidaria residente en Buenos Aires contribuyó a impulsar el desarrollo de centros en las provincias fue el envío de dirigentes y militantes en giras de propaganda.31
El mecanismo habitual era el viaje de un dirigente de Buenos Aires a una determinada localidad, en la cual permanecía durante cuatro o cinco días de intensa actividad, que podían incluir eventos en ciudades o pueblos de los alrededores. En los primeros años, estas giras eran más bien excepcionales y respondían por lo general a la intención de dar apoyo a determinados conflictos obreros: el caso más característico es el de los militantes que viajaron a distintos puntos de las vías férreas del interior en el marco de la huelga grande de 1896. Con los años, y en la medida en que se consolidaba la organización partidaria, también en lo financiero, estas giras se hicieron mucho más habituales y se planificaban en relación con el calendario de manifestaciones y actos socialistas. Para comienzos del siglo, era común que varios dirigentes fueran enviados a distintos puntos del país en forma simultánea, designados por el comité ejecutivo.32
En ocasiones la actividad central en la plaza pública era seguida de un desfile o manifestación que se dirigía al centro socialista, a un teatro o incluso a la estación de tren, en el caso de que el conferenciante estuviera ya a punto de regresar. También hay crónicas que dan cuenta de la realización de fiestas o banquetes en los locales socialistas o en otros centros obreros o sitios alquilados, en el cual el delegado proveniente de Buenos Aires ocupaba un lugar prominente y hacía por lo general uso de la palabra como orador principal. Pero la visita del enviado de Buenos Aires no se limitaba a estas actividades centrales, sino que se extendía durante unos dos o tres días, cargados con una nutrida agenda de conferencias en otros locales de la ciudad. Una de las costumbres era la visita a los distritos obreros de la zona. Cuando Meyer González fue enviado por el partido a Santiago del Estero, en 1900, se trasladó también a celebrar una conferencia de propaganda en la vecina localidad de La Banda, al otro lado del Río Dulce, lugar de residencia de muchos obreros del ferrocarril. Allí, además de Meyer González, habló un dirigente local, de profesión zapatero, y se promovió la organización de un centro socialista “auxiliar del de la vecina capital”, lo que efectivamente se realizaría algún tiempo más tarde.33 En la misma semana, José Ingenieros, que había sido enviado por el partido a Bahía Blanca, realizó una charla en el puerto que tuvo “una concurrencia compuesta de elemento exclusivamente trabajador”.34
Pero no era el único tipo de charlas, y ambas giras mencionadas proporcionan ejemplos al respecto. Una crónica daba cuenta de la realización de una manifestación pública “en la plaza principal a las 10 de la mañana, hora de la mayor animación en Santiago donde aún prospera la patriarcal costumbre de la siesta en toda estación”, con la presencia de “varios centenares de personas, entre las cuales muchos profesionales y funcionarios públicos”. En Bahía Blanca, al mismo tiempo, Ingenieros dio una conferencia en el local de la Sociedad Masónica, invitado por la misma: según la crónica, la conferencia se realizó ante un “selectísimo auditorio”, trató sobre “Tendencias sociales del liberalismo” y fue ampliamente extractada en La Nueva Provincia. Un año después, en San Nicolás, Adrián Patroni concluyó su gira con un evento en el “teatro Principal”, donde según la crónica se reunieron 1500 personas, “sumando una cantidad grande el elemento femenino y las personas que sin ser obreros tenían curiosidad de presenciar dicha reunión”. También en 1901, Alfredo Torcelli viajó a Rafaela y se reunió con militantes socialistas, explicando “la forma de hacer eficaz la propaganda, pero también “dio una conferencia pública disertando a propósito de la declaración de principios y del programa mínimo”, en la cual “estaban presentes todas las autoridades lugareñas”.35
El vínculo con la clase obrera local
El impulso para la creación de centros socialistas en las provincias, de todas formas, no podía limitarse a la influencia y los contactos llegados desde Buenos Aires, por muy importantes que estos fueran. La clave para su organización y sostenimiento era la acción de militantes socialistas de la propia localidad, en el contexto más general de la situación económica y social de la misma y del desenvolvimiento del movimiento obrero.
Por lo general la creación de estos centros seguía un patrón característico. Todo comenzaba con la organización de una o varias reuniones, de carácter asambleario, en la cual se realizaban discursos planteando la necesidad de organizar a los trabajadores de la localidad y difundir los planteos del socialismo. Muy a menudo eran las celebraciones del calendario socialista, en particular el 1° de Mayo, las que actuaban como disparador. Era común que al término de esas mismas reuniones fundacionales, que atraían una asistencia numerosa convocada por la novedad, se impulsara la creación de un centro socialista. Para ello se difundían en el mismo acto listas de suscripción y a veces se elegía una comisión organizadora.
En mayo de 1895, por caso, se informaba que en la ciudad de Santa Fe se había realizado una reunión pública “con el mayor entusiasmo” para celebrar el 1° de Mayo y que como corolario se había “constituido una agrupación obrera, que ya cuenta con más de 100 afiliados”. Dos años más tarde, una actividad realizada en Tucumán para celebrar el 1° de Mayo, que incluyó discursos y hasta una banda de música, sirvió para refundar un centro en la localidad: según la crónica, “cuando el programa hubo terminado y el entusiasmo llegó a su colmo, propúsose por el compañero Klug, que presidía la reunión, fundar en ese mismo acto un Centro Obrero Socialista, idea que fue acogida con inmensos aplausos por toda la concurrencia”. A mediados de 1897, una reunión “en el local de la cantina de la estación del ferrocarril” de Chivilcoy, resolvió constituir un centro socialista y nombrar una comisión “que designe el local que en adelante ocupará dicho centro y redacte la carta orgánica que debe regularizar la marcha del mismo”.36
En algunas ocasiones participaban de estas primeras reuniones dirigentes socialistas llegados de Buenos Aires: el 18 de enero de 1896 La Vanguardia informaba de una reunión para constituir un centro socialista en San Antonio de Areco, “yendo de Buenos Aires el compañero Juan Toulouse”. Lo más habitual, sin embargo, era que se llevaran a cabo gracias a la iniciativa de militantes activos en la misma localidad. La voz dirigente la llevaran quienes actuaban como agentes del periódico o habían enviado contribuciones y correspondencia para su publicación en Buenos Aires: Ramón Carreira en Córdoba, Mauricio Señal en Tucumán, Andrés Fernández en Pergamino o Máximo Schulze en Rosario son algunos de los nombres destacados de este período fundacional. Las primeras reuniones solían hacerse en teatros, fondas o incluso en casas de algunos de los primeros activistas. En algunos casos, los centros que conseguían sostener un funcionamiento estable pasaban a contar con un local propio, incluido en el listado de agrupaciones del periódico socialista. En ocasiones, de todas formas, las direcciones que figuraban allí seguían siendo las de algún domicilio de uno de los militantes. Como señalamos más arriba, ninguno de estos centros logró sostener la publicación de un periódico en este período temprano.
En aquellas localidades donde ya se había desenvuelto un principio de organización y conflictividad obrera, la creación de estos centros socialistas aparece muy vinculada a la acción de los militantes gremiales. Es el caso de Córdoba, donde -si bien los estudiantes universitarios jugaron también un rol muy destacado- los primeros pasos del centro socialista estuvieron muy vinculados a la actividad de la sociedad de panaderos local.37 En menor medida ocurría lo mismo en Tucumán, donde se contaban entre los dirigentes del centro socialista a militantes activos en sociedades gremiales de la provincia, como Juan Sandoval, secretario general de la sociedad de sastres, o Daniel López, dirigente de los tipógrafos (Teitelbaum, 2012). Era el caso asimismo del centro de la localidad santiagueña de Frías, compuesto casi en su totalidad por los trabajadores de los talleres ferroviarios.
En otros casos, donde las sociedades gremiales eran inexistentes o extremadamente débiles, la relación podía darse en el sentido inverso: eran los primeros grupos vinculados al socialismo los que promovían los rudimentos más básicos de la organización obrera.
Esto se observaba en los propios nombres de algunas agrupaciones, como el “Centro Unión Gremial Obrera Socialista del Paraná”, creado en marzo de 1896. En 1897, una de las primeras comunicaciones del Centro Socialista Obrero de Bahía Blanca invitaba a los trabajadores a una reunión “a fin de cambiar ideas acerca de reclamar un horario discreto y no soportar una jornada de 12 y 14 horas”. La sociedad “Unión Gremial Obrera” de Concordia, en tanto, había lanzado “un sensato manifiesto, llamando la atención de los trabajadores en general sobre la conveniencia de la organización obrera”.38
En cualquier caso, en la medida en que el nivel de organización obrera y de diferenciación política entre distintas corrientes era mucho más embrionario que en Buenos Aires -o en Rosario-, un rasgo común en la mayoría de las localidades de las provincias es que estos primeros núcleos socialistas combinaron un trabajo mutual, gremial y político. Por otra parte, se trataba mayormente de localidades donde la agrupación socialista no participaba de episodios electorales, sea por su debilidad organizativa o -como en el caso que ha analizado Martocci (2014) para los territorios nacionales- por la inexistencia de los mismos. En ese sentido es interesante advertir que, a pesar de formar parte de una organización que volcaba cada vez más su actividad hacia la perspectiva electoral y parlamentaria, los nacientes centros socialistas de las provincias se esforzaban en este período tanto en tareas de propaganda como en la organización de los trabajadores de la localidad para desenvolver luchas reivindicativas. En consecuencia, una de las características del primer desarrollo de los socialistas en el interior fue la ligazón entre la lucha política y la lucha económica, dos aspectos de su actividad cuyo vínculo sería sumamente problemático a lo largo de la historia partidaria.
Conclusiones
En mayo de 1901, Enrique Dickmann lamentaba la “falta de conocimientos sobre la vida de la parte más numerosa de la clase trabajadora que habita la vasta extensión de la República”, y consideraba que la explicación para ello era sencilla. Se debía a la ausencia, entre los trabajadores de esas localidades, de personas capaces de elaborar una reflexión y un análisis sobre las causas de su situación. “Ignorantes y analfabetos en su inmensa mayoría”, los trabajadores de las zonas rurales sentían “instintivamente su gran malestar, sin darse cuenta de dónde proviene, ni conocer su causa”. Se trataba, recordaba Dickmann, de obreros “esparcidos en el inmenso territorio de la República, sin la más elemental noción sobre organización, ni solidaridad de trabajadores”. Un conjunto de trabajadores que se dejaban “esquilmar inocentemente por una clase burguesa atrasada y bárbara, y por los salteadores públicos que forman los gobiernos provinciales”.39
Las palabras de Dickmann resumían el modo en que el naciente socialismo argentino entendía el desarrollo de las fuerzas obreras y socialistas en las zonas rurales, y en el interior del país en general, como un desafío en el cual se reservaba un lugar fundamental para el más avanzado núcleo organizado en la ciudad de Buenos Aires. Tal como lo había expuesto el mismo autor, tres años antes, el pueblo de las provincias era “ignorante, harapiento, repleto de todos los vicios que acompañan a la borrachera y el hambre” y la tarea que se planteaba era la de “injertar el socialismo (ya que los burgueses lo llaman planta exótica) en los corazones de los proletario-esclavos argentinos para que estos despierten y luchen por su emancipación”.40
En este artículo hemos intentado mostrar, en primer lugar, de qué modo la interpretación desarrollada por los socialistas acerca de las provincias del interior del país era consistente con el marco teórico y programático más general que guiaba su acción desde mediados de la década de 1890 en la capital. Las provincias ofrecían una versión agravada y extrema de los problemas que afligían a un país que se insertaba en la senda del desarrollo capitalista: la ineptitud de la clase dominante, el atraso y la ignorancia del pueblo, el carácter personal de la política, todos factores que se retroalimentaban mutuamente y que constituían la clave de los problemas del país. Era la tarea de los socialistas superar este atraso, una tarea para la cual se apoyaban en el propio desenvolvimiento del capitalismo: el hecho de que este fuera más avanzado en Buenos Aires colocaba a los militantes y dirigentes de la capital en un lugar de predominio y ante una responsabilidad indeclinable.
En segundo término, hemos analizado también cómo, en esos años de mediados de la década de 1890, se desenvolvieron también los primeros pasos organizativos del socialismo argentino en diferentes provincias. En los años 1895 y 1896, al calor de la conflictividad obrera y el entusiasmo por los avances en la consolidación partidaria que tenían lugar en Buenos Aires, se procesó un importante salto organizativo en numerosas localidades, a punto tal que casi una decena de grupos estuvieron en condiciones de enviar delegados al congreso constituyente del partido, a mediados de 1896. En los años inmediatamente posteriores, no obstante, este avance encontró sus límites: en ocasión del segundo congreso partidario, realizado en 1898, ninguno de los centros de las provincias seguía en pie. Como rasgo general, se observa que la expansión del socialismo argentino fuera de Buenos Aires, en este período temprano, estuvo caracterizada por la inestabilidad y fragilidad. Si este era un fenómeno general, que tenía su correlato también en la capital -donde los años 1897-1899 fueron sin dudas una etapa de retracción en las fuerzas del Partido Socialista- está claro que se expresó con más fuerza en el interior, donde el desarrollo del movimiento obrero era en general mucho más débil.
En los años del cambio de siglo, sin embargo, y nuevamente en el marco de un reanimamiento de la actividad huelguística de la clase obrera, el Partido Socialista volvió a conocer un proceso, si bien moderado, de crecimiento. Esto se reflejó en una revitalización y refundación de centros en las localidades que ya habían tenido uno, y también en la aparición de otros nuevos. Tal como había ocurrido antes, jugó un papel muy importante el periódico partidario, editado en Buenos Aires, como herramienta para promover y articular a los centros de las provincias. Asimismo, cobraron importancia las giras de propaganda realizadas por los dirigentes porteños de un partido que ya mostraba más consolidación y recursos para organizar este tipo de iniciativas.
En el marco de este nuevo ciclo de crecimiento, la dirección del Partido Socialista creyó necesario también avanzar en una complejización de sus caracterizaciones y su programa sobre el interior del país, en general, y sobre el problema de la economía rural, en particular. El corolario de esta preocupación fue la elaboración de un programa para el campo por parte de Juan B. Justo, que fue refrendado en el congreso partidario de 1901. Un tema importante, que deberá ser examinado en futuros trabajos, es el modo en que las posiciones de dicho programa fueron efectivamente procesadas y asimiladas por el conjunto del partido, en particular fuera de Buenos Aires.
En cualquier caso, en 1901-1902 se cerraba una primera etapa, caracterizada por la inestabilidad de los primeros centros y una lectura en clave muy pesimista sobre las posibilidades del desenvolvimiento del socialismo en el atrasado interior del país. Aún más importante, también se ponía en cuestión la interpretación que caracterizaba a la burguesía en su conjunto, sin importar la magnitud de su propiedad, como una clase rapaz e inepta, de la cual los socialistas debían separarse por completo. El programa del campo ofrecía una mirada mucho más optimista sobre las chances de la militancia socialista en las zonas rurales porque, fundamentalmente, dejaba sentada la intención de avanzar en un acercamiento hacia los pequeños propietarios rurales de la zona de la pampa húmeda. No casualmente, la lectura canónica posterior del propio socialismo atribuyó la elaboración del programa del campo al hecho de que el partido fuera capaz de abandonar una etapa inicial dominada por el peso de los trabajadores industriales de la capital y se identificara “más y mejor con los problemas nacionales” (Oddone, 1983: 270). Se reforzaba así, en forma sutil, la interpretación que buscaba vincular la nueva lectura del problema agrario con una progresiva moderación de sus propuestas políticas, en clave reformista.
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NOTAS
1 Si bien en numerosas fuentes del período elaboradas por el propio partido eran incluidas en la sección “interior”, excluimos del análisis en este trabajo a las agrupaciones de la periferia inmediata de Buenos Aires: Barracas al Sur, San Fernando, Tigre, Quilmes, etc.
2 Una excepción es el trabajo algo anterior de Daniel De Lucía (1997), que realizó un recorte temático, en torno a la cuestión indígena.
3 Ver la introducción de Silvana Ferreyra a la compilación de artículos sobre este tema publicada recientemente por el sitio historiapolitica.com. Coincidimos con la compiladora cuando destaca que, si bien estas “investigaciones responden todavía a una serie de preocupaciones dispersas, vinculadas a las distintas realidades locales”, han contribuido a matizar “una historia partidaria urbana y capitalinocéntrica” (Ferreyra, 2015).
4 Justo, J.B. (1894, 7 de abril). Nuestro programa. La Vanguardia, p. 1.
5 Ave-Lallemant, G. (1894, 16 de junio) Nuestra población rural. La Vanguardia, p. 1.
6 Piñero, A. (1896, 1 de febrero) La trata de peones en las provincias del norte. La Vanguardia, p. 1.
7 El meeting contra las leyes de conchabos (1896, 11 de abril). La Vanguardia, p. 1.
8 La manifestación del domingo contra las leyes de conchavos (1896, 25 de abril). La Vanguardia, pp. 1-2.
9 Plantadores de caña, estancieros y proletarios (1895, 25 de mayo). La Vanguardia, p. 1.
10 Civilización de la Argentina (1899, 4 de marzo). La Vanguardia, pp. 1-2.
11 El Partido Socialista Obrero Argentino al pueblo (1896, 29 de febrero). La Vanguardia, p. 1.
12 Notas (1895, 19 de octubre). La Vanguardia, p. 3.
13 Notas (1897, 1 de junio). La Vanguardia, p. 1.
14 Notas (1895, 19 de octubre). La Vanguardia, p. 3.
15 El Partido Socialista Obrero Argentino al pueblo (1897, 24 de julio). La Vanguardia, p. 1.
16 El Partido Socialista Obrero Argentino al pueblo (1897, 24 de julio). La Vanguardia, p. 1.
17 Dickmann, E. (1898, 19 de febrero). Los trabajadores en la campaña (del interior). La Vanguardia, p. 1.
18 Dickmann, E. (1898, 19 de febrero). Los trabajadores en la campaña (del interior). La Vanguardia, p. 1.
19 Meyer González, M. (1899, 14 de enero). La burguesía provincial. La Vanguardia, p. 1.
20 Repetto, N. (1901, 25 de mayo). El socialismo en Santiago y Tucumán. La Vanguardia, p. 1.
21 Repetto, N. (1901, 25 de mayo). El socialismo en Santiago y Tucumán. La Vanguardia, p. 1.
22 Dickmann, E. (1901, 25 de mayo). Los trabajadores del campo. El peón criollo. La Vanguardia, p. 1.
23 Dickmann, E. (1901, 25 de mayo). Los trabajadores del campo. El peón criollo. La Vanguardia, p. 1.
24 Ver también el clásico trabajo de Aricó (1999).
25 Movimiento socialista. Paraná (1896, 18 de enero). La Vanguardia, p. 3.
26 Ricardo Falcón indica que el socialismo rosarino “tuvo una cierta presencia en el campo sindical y una relativa, aunque fluctuante, capacidad de movilización en las calles”. La debilidad frente al anarquismo se debía, entre otras cosas, a “la ausencia de cuadros políticos significativos y de intelectuales partidarios”. Entre las razones, Falcón anota que Rosario no era una ciudad con presencia universitaria, como Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires o La Plata, y que los socialistas tampoco enviaban cuadros militantes, como sí lo hacían los anarquistas (2005: 166-167).
27 Sobre el papel jugado por los periódicos como pieza clave de la estructuración de los partidos socialistas, ver Debray (2007).
28 Correspondencia administrativa (1895, 20 de abril). La Vanguardia, p. 4.
29 Encontramos ejemplos desde fechas muy tempranas. En el número del 8 de junio de 1895, por ejemplo, se incluían cartas de Mendoza y Córdoba que denunciaban la situación de la clase obrera de esas provincias. El 23 de mayo de 1896, una denuncia sobre la situación en Villa Mercedes, San Luis. El 13 de junio del mismo año, sobre la situación de los trabajadores de los tranvías de Santa Fe. En general eran notas de denuncia de graves condiciones de explotación, en ramas o gremios donde aún no se observaba un desarrollo de la organización de los trabajadores para enfrentarlas.
30 Ver los números de La Vanguardia del 16 de mayo y el 13 de junio de 1896.
31 Para un interesante análisis sobre el lugar de las giras de propaganda en la década de 1910, y en especial la cuestión de su financiamiento, ver el trabajo de Cabezas (2015).
32 En 1901, por ejemplo, Meyer González fue designado para ir a Mendoza, Julio Árraga para Pergamino, Adrián Patroni para Pergamino, Nicolás Repetto para Santiago del Estero y Alfredo Torcelli para Rosario y Guido Anatolio Cartei en Córdoba. Ver La Vanguardia, 13 de abril de 1901.
33 De Santiago del Estero. Recuerdos del 1° de Mayo (1900, 26 de mayo). La Vanguardia, p. 2.
34 De Bahía Blanca. Celebración del 1° de Mayo (1900, 12 de mayo). La Vanguardia, p. 2.
35 Los informes de las giras mencionadas fueron publicados en los números de La Vanguardia del 12 y 26 de mayo de 1900, y 4 de mayo de 1901.
36I nformes publicados en La Vanguardia del 11 de mayo de 1895, 15 de mayo de 1897 y 19 de junio de 1897.
37 Dujovne (2012) indica que el 17 de febrero de 1895 se conformó una “Sociedad cosmopolita de Unión de Obreros Panaderos de Córdoba”, cuya comisión estaba integrada por Enrique Solanis y Hermógenes Ramallo, ambos firmantes de la nota que se enviaría meses más tarde informando de la creación del centro socialista. Según Isidro Oliver, los firmantes Lugones, Pedro Linosi, Hermógenes Ramallo, Pedro Castelló y Beltrán Labat eran “un escritor, un mecánico y tres obreros panaderos, respectivamente. Los tres primeros argentinos, el cuarto de origen español pero naturalizado argentino y el último francés” (Oliver, 1951: 37-38).
38 Ver La Vanguardia, del 23 de enero y el 9 de octubre de 1897.
39 Dickmann, E. (1901a, 11 de mayo). Los trabajadores del campo. La Vanguardia, pp. 1-2.
40 Dickmann, E. (1898, 19 de febrero). Los trabajadores en la campaña (del interior). La Vanguardia, p. 1.