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Azúcar, capitalismo colonial y discurso para esclavizar
Sugar, colonial capitalism and discourse to enslave
Açúcar, capitalismo colonial e discurso escravizador
Lineth Gricélida Abella
Unidad Central del Valle (UCEVA), Colombia
labella@uceva.edu.co
ORCID 0009-0004-9377-9662
Claudia del Pilar Vélez de la Calle
Universidad de la Salle
cvelez02@yahoo.es
ORCID 00001-7014-047X
Adolfo Albán Achinte
Universidad del Cauca
aalban@unicauca.edu.co
Recibido: 2025-04- 29 | Revisado: 2025-08-15 | Aceptado: 2025-08-20
Resumen
El azúcar es una sustancia que ha sido posicionada desde tiempos de la colonia con base en un discurso que enmascara connotaciones negativas, como ser mostrada por los medios masivos de información bajo la mentira repetida de ser un alimento y base de la dieta en los hogares. No obstante, a partir del origen de su proceso de producción y comercialización, arrastra la complicidad objetiva del capitalismo en relación directa con diferentes fuerzas violentas que aparecen en el territorio desde aquella época, para imponer la esclavitud en América.
Con base en un estudio de enfoque cualitativo, investigación comprensiva, de tipo interpretativo, desarrollado en el marco de una investigación doctoral, se realiza un acercamiento al pensamiento de autores como Frantz Fanon, Mignolo, Foucault y Quijano, entre otros, formulando como objetivo: relacionar al azúcar como un dispositivo de poder que, mediante el discurso, naturalizó la violencia racial y justificó el capitalismo esclavista.
Palabras clave: azúcar, capitalismo colonial, discurso, esclavitud, violencia.
Abstract
Sugar is a substance that has been positioned since colonial times based on a discourse that masks negative connotations, such as being portrayed by the mass media under the repeated lie that it is a food and a staple of the household diet. However, from the origins of its production and marketing process, it bears the objective complicity of capitalism in direct relation to the various violent forces that have emerged in the territory since that time, seeking to impose slavery in the Americas.
Based on a qualitative, comprehensive, interpretive research study developed within the framework of a doctoral research project, this paper examines the thinking of authors such as Frantz Fanon, Mignolo, Foucault, and Quijano, among others. The objective is to link sugar as a device of power that, through discourse, naturalized racial violence and justified slave-based capitalism.
Keywords: sugar, colonial capitalism, discourse, slavery, violence.
Resumo
O açúcar é uma substância posicionada desde os tempos coloniais com base em um discurso que mascara conotações negativas, como a de ser retratado pela mídia de massa sob a mentira reiterada de que é um alimento e um alimento básico da dieta doméstica. No entanto, desde as origens de seu processo de produção e comercialização, ele carrega a cumplicidade objetiva do capitalismo em relação direta com as diversas forças violentas que emergiram no território desde então, buscando impor a escravidão nas Américas.
Com base em uma pesquisa qualitativa, compreensiva e interpretativa, desenvolvida no âmbito de um projeto de pesquisa de doutorado, este artigo examina o pensamento de autores como Frantz Fanon, Mignolo, Foucault e Quijano, entre outros. O objetivo é relacionar o açúcar como um dispositivo de poder que, por meio do discurso, naturalizou a violência racial e justificou o capitalismo escravista..
Palavras-chave: açúcar, capitalismo colonial, discurso, escravatura, violência.
Introducción
En la región caribeña, la caña de azúcar fue introducida por los colonizadores como respuesta a un mercado capitalista en expansión, mediante un proceso de invisibilización de las culturas que impuso con un discurso colonial-eurocéntrico. Este discurso silenció la sociocultura de los pueblos y borró a Latinoamérica de la geopolítica del conocimiento. De esta manera, se impuso una geocultura que, según Wallerstein (2007), opera el sistema mundial desde identidades y sistemas de economía del capital que impulsan un conjunto de ideas, con las que obliga a la aceptación de contradicciones. Dentro de este sistema ideológico, se construyó un discurso que continúa vigente en torno al azúcar, que la considera como un alimento que hace parte de la dieta de miles de personas en el mundo.
El azúcar, para Mintz (1996), es un producto que ha marcado la historia de las diferentes generaciones de las clases ricas y nobles, manteniéndose durante siglos por fuera del alcance de las clases menos privilegiadas. Su interés se ha centrado en la conservación de las propiedades organolépticas de los alimentos (Ramos, 1995), en ocultar o realzar el sabor de la carne o de la fruta en conserva, en consumos asociados con el café, el té y el chocolate a finales de los siglos XVII y XVIII. Siempre asociado a las colonias y a la esclavitud, donde el negro que laboraba en las plantaciones de caña “emprenderá y continuará una lucha, no tras un análisis marxista o idealista, sino porque, sencillamente, no podrá concebir su existencia si no es bajo la forma de un combate contra la explotación, la pobreza y el hambre” (Fanon, 2009, p. 185).
Los colonizadores encontraron similitudes con los productos locales y adaptaron sus paladares a los nuevos sabores mediante un ejercicio de “violencia epistémica” (Castro, 2005), que resultó en el cambio de nombre de muchos productos y el desprecio por el conocimiento de los procesos de elaboración. Contraposición que persiste hasta nuestros días, como se evidencia en los estudiantes de enfermería y medicina de la Unidad Central del Valle en la ciudad de Tuluá, Valle del Cauca, Colombia (en adelante, UCEVA), quienes, aunque conocen el proceso metabólico de la glucólisis[1] y son conscientes de las enfermedades que genera en el organismo el consumo de azúcar según la OMS (2015), mantienen comportamientos contradictorios respecto a su consumo.
Según la OMS (2015), el consumo excesivo del azúcar se asocia a enfermedades como diabetes, obesidad, cáncer y otras enfermedades no transmisibles, además de las dentales e incluso mentales debido a la adicción que genera. También se relaciona con enfermedades cardiovasculares, dislipidemias, hígados grasos, diversos tipos de cáncer, como el de mama, de pulmón, de próstata, colorectales, y mortalidad por afecciones cardiovasculares. Por este motivo, resulta de importancia conocer la manera en que los estudiantes asumen su responsabilidad social y personal respecto al consumo de esta sustancia.
El tema del azúcar debe analizarse en referencia con el discurso alimenticio, definido por Sánchez (2017) como un poderoso significante ideológico con el que se construyen relaciones con la tierra, los cuerpos y el poder, aplicado como mecanismo de socialización. Este discurso construye cultura en torno a la tierra, la producción de alimentos, los usos del suelo, los propietarios y la vocación de productividad, siempre desde un pensamiento económico que busca la generación de riqueza, aunque los pobres carezcan de seguridad alimentaria.
Este fenómeno alimentario es convertido en un discurso con el que se construye cultura mediante simbolismos que estimulan actitudes, como el consumo de productos altos en azúcar durante fiestas y reuniones. El azúcar es un producto que cuenta con el poder de persuadir a los sujetos mediante una especie de adicción y, a la vez, presenta ideologías que se apropian de los alimentos y su entorno para influir en los consumidores a través de la publicidad, que refuerza percepciones e impone representaciones alimentarias usadas como herramientas de poder, frente a las cuales debe hacerse resistencia (Sánchez, 2017).
Se trata de una resistencia a la que Fanon (2009) llama la lucha contra la explotación, la pobreza y el hambre, no solo desde la alienación intelectual que viviera el médico guadalupeño o el de las víctimas del régimen de explotación que experimentó el negro trabajador en la construcción del puerto de Abiyán,[2] sino también desde la libertad actual. Aunque esta se vea condicionada por nuevas formas de esclavitud que impone el capitalismo, como el simbolismo con que promociona sus productos, directamente dirigidos al subconsciente y alterando los organismos con la adicción que generan sustancias como el azúcar.
A lo anterior, se adiciona el concepto de biopolítica que expone Foucault (1992), quien destaca los límites impuestos al comportamiento deseado por la población a través de diversos dispositivos, como la alimentación que se promueve o se cultiva. También un control de la vida, que incluye la manipulación a la población con otras maneras menos notorias de esclavitud, con manifestaciones de vida en el territorio, incluyendo la geografía y el subsuelo.
Con base en lo expuesto, se plantea la pregunta problema: ¿cuál es la influencia o dominación ideológica que ejerce el capitalismo colonial desde el discurso del azúcar en los estudiantes de bioquímica de la UCEVA? El propósito es mostrar que el azúcar no fue solo un producto económico, sino un dispositivo de poder que naturalizó la violencia racial y justificó el capitalismo esclavista, que, bajo diferentes estrategias, perdura hasta nuestros días.
Ideología
Para Foucault (1968), la ideología es la ciencia de las ideas que se presentan de forma racional, científica y bajo fundamentos filosóficos, con el fin de hacerlas compatibles con las proposiciones requeridas en cada dominio singular del conocimiento. Su propósito es el de expresar dichas ideas con palabras y razonamientos que permitan alcanzar sus objetivos ideológicos bajo tres razones para su aplicación: 1) el discurso científico siempre está en oposición virtual con la verdad, esperando ver los efectos históricos de esa verdad que se produce en el interior de los discursos y que, en sí mismos, no son ni verdaderos ni falsos; 2) se refiere al sujeto; ;y 3) está subordinada a una infraestructura económica, material, o de otro tipo (Foucault, 2000b).
En el discurso del azúcar, mediante el análisis de poder, se identifica la falsa conciencia que se opone a la verdad científica, porque los discursos producen efectos al interior de los sistemas, como la manipulación ideológica que hace la industria para comercializar sus productos. Esto hace necesario examinar la construcción social de las nociones que se asocian a esta sustancia, falsedades como: energía, felicidad o alimento, entre otros que históricamente buscan normalizar el consumo masivo del azúcar, silenciando otros discursos que la asocian e imponiendo condiciones históricas para la producción del saber.
En este mismo sentido, la industria azucarera ha implementado, desde hace décadas, campañas de información y propaganda para posicionar su producto, con base en estudios de consumo propios del capitalismo. Por ello, resulta necesario promover un análisis crítico del discurso que sustenta estos regímenes de saber-poder que muestran al azúcar como saludable o parte fundamental de la dieta. Motivo por el cual, en las aulas, debe enseñarse no sólo el efecto bioquímico del azúcar, sino también el manejo histórico que se le ha dado, desde el lujo de su consumo en la colonia, hasta su conversión en un producto básico subsidiado con el erario público. También se debe revelar la forma en que la industria financia investigaciones para construir una cultura que asocie el azúcar con festividades y celebraciones familiares, como también se debe enseñar a los estudiantes a analizar los dispositivos que hacen creíbles estas narrativas y cuestionar ciertas verdades sobre su propia alimentación. Se trata de un producto asumido como nutriente a través de discursos, sin mencionar su generación de desigualdades económicas, afectación a identidades culturales y su influencia en la gestión de políticas públicas.
Para Bernstein (1988), la ideología es un sistema de significados que legitima los intereses de los grupos dominantes, mediante códigos lingüísticos y prácticas educativas que naturalizan las relaciones de poder, como hace la industria azucarera con la construcción de un código restringido[3] para simplificar y despolitizar su consumo. De esta manera, se construye un objeto teórico especificado analíticamente para darle un reconocimiento empírico que describa sus procesos y facilite su identificación en la práctica.
Estos procesos deben desenmascararse, mostrando cómo, a través del azúcar, se explota a las comunidades desde la colonia, mimetizando relaciones de poder desde sus códigos restringidos, para resignificar al azúcar desde otros conceptos, decodificar los mensajes publicitarios y las políticas públicas que se relacionan con el azúcar, para librar la batalla ideológica donde se disputan los significados que se construyen en torno a este producto (Abella, 2025). Desde el campo de la salud pública, se debe proveer conocimiento que evidencie los problemas asociados con la ingesta de esta sustancia y rompa con la naturalización de su consumo impuesto por los sistemas ideológicos.
Colonialismo y colonialidad
El colonialismo es definido por Mignolo (2007) como el proceso que realiza una fuerza dominante extranjera mediante ocupación militar, control territorial, político-económico y normativo sobre las poblaciones colonizadas. Para Fanon (2009), se da por expansión de potencias imperialistas que someten a las colonias bajo su control político, manteniendo una relación de dominación entre metrópolis y colonias como entidades separadas, pero con las colonias integradas en el espacio político que domina la metrópolis. En concordancia, Maldonado (2007) concibe el colonialismo desde la relación político-económica, donde la soberanía de la población está en manos de un imperio. En Latinoamérica, este proceso terminó entre los siglos XIX y XX.
Por otra parte, Quijano (1992) sostiene que la colonialidad es la lógica cultural de dominación colonial sustentada en las prácticas sociales actuales. Mignolo (2007) amplía este concepto con la incorporación de diferentes dispositivos heredados que continúan operando a lo largo del tiempo, y Maldonado (2007) la relaciona con el colonialismo moderno, desde una articulación formal laboral, conocimiento y vínculos intersubjetivos que operan a través del mercado capitalista mundial, impuesto desde la idea de raza que permanece latente en manuales de aprendizaje, manejo académico, cultura, percepciones y autopercepciones de la población y demás aspectos de la experiencia moderna.
La colonialidad del poder
La colonialidad del poder impone la idea de raza como instrumento para dominar, que restringe procesos constructivos del Estado-nación aplicando un modelo eurocéntrico. Esta estructura dominante fue implantada por los colonizadores españoles en Latinoamericana desde el siglo XV, estableciendo una relación de poder sustentada no solo en la fuerza militar, sino también, según Quijano (1992), fundando una superioridad étnica y cognitiva que minimizó a los pueblos colonizados, cambiando sus tradiciones, reproducción del conocimiento, símbolos, formas de conocer el mundo, imaginarios y formas de significación, para reemplazarlos con el horizonte cognitivo y mistificado del dominador, y sus esquemas de conocimiento y significación.
Maldonado (2007) denomina esta realidad como “la interrelación entre formas modernas de explotación y dominación” (p. 130), significando que el azúcar no solo es un problema de salud para los consumidores, sino un dispositivo de control que perpetua las jerarquías raciales y económicas. Por ese motivo, los ingenios y plantaciones siguen operando bajo condiciones de precariedad laboral para las comunidades afrodescendientes que aportan su mano de obra, mientras manejan un discurso donde se atribuyen el progreso y desarrollo regional, escudados en su generación de empleo.
Para Quijano (2007), esta colonialidad se relaciona con el control, utilización y disputa en diferentes escenarios sociales, tales como trabajo, género/sexualidad, autoridad e intersubjetividad, que se suplanta en primera instancia por la clasificación de “raza” que se estructura desde la civilización occidental y operacionaliza de forma epistémica a los individuos en modo jerarquizada, no sólo por sangre, sino en su humanidad como eje del proyecto modernista. Una segunda categoría incluye la explotación, dominación y conflicto en el espacio moderno/colonial, donde el capitalismo se estructura económicamente concentrado en el capital económico, financiero e intelectual. La tercera categoría abarca ámbitos sociales donde el poder colonial configura y establece su economía de mercado, instaurándola en la percepción del mundo contemporáneo, todos orientados al control de trabajo estatal, recursos y productos, entre ellos el azúcar.
Maldonado (2007) relaciona esta colonialidad del poder con formas modernas de explotación y dominación, que está en la misma orientación de Dussel (1988), quien distingue la explotación en referencia con la correlación laboral capitalista-obrero (trabajo asalariado) y la dominación en la relación entre burgueses metropolitanos (acumulación de capital y saber) y los burgueses periféricos. En síntesis, la colonialidad del poder interrelaciona las formas modernas de explotación y dominación, interviniendo epistemológicamente en la reproducción del conocimiento y pensamiento colonial, conceptuando así la colonialidad del saber.
La colonialidad del saber
La colonialidad del saber para Quijano (2014) es una imposición que abarca varias etapas: primero, la expropiación de descubrimientos culturales a los colonizados para favorecer el desarrollo capitalista, siempre en provecho europeo; segundo, la mayor represión posible y variable a las formas de producción de conocimiento, patrones de generación de sentidos y su universo simbólico, como a los patrones de expresión subjetiva de los colonizados, además de represión violenta a los que condenaron a ser subcultura e iletrados.
El discurso del azúcar evidencia este mecanismo colonial que se ha apropiado de saberes agrícolas y técnicas de cultivo de caña desarrolladas por pueblos originarios, bajo represión sistemática y eliminación paulatina de los sistemas agroalimentarios tradicionales, hasta imponer un monocultivo. Así, el azúcar opera como un instrumento clave del capitalismo colonial, como vehículo de dominación epistemológica que despoja las relaciones ancestrales con lo dulce (basadas en mieles y endulzantes naturales). De esta forma, se naturaliza su consumo sin que se cuestionen sus raíces coloniales ni su imposición como alimento universal, eliminando la memoria del dulce como sistema alimentario y parte del equilibrio ecosistémico.
Desde la colonia, Castro (2005) señala que los letrados tenían la función de ordenar las dinámicas sociales y conflictos que amenazaban al capital simbólico del blanco desde un lenguaje abstracto, rompiendo la “doxa” de otras prácticas y la “episteme” del conocimiento que generan, para legitimarlo a través de un aparato geopolítico de conocimiento/poder que imponía su cognitividad y deslegitimaba otros saberes. Estos letrados son expertos en un lenguaje abstracto productivo que aborda temas divinos y humanos, que se adscribe a una reducida élite blanca dominante. Esta clase de letrados articulan el poder con el saber, para garantizar el control legítimo del discurso por parte de esa reducida élite blanca, mediante la apropiación epistemológica de los conocimientos tradicionales e intereses económicos de la aristocracia criolla. Los científicos de la periferia administraron el “saber universal” europeo, distanciándolos culturalmente y relegándolos a la descripción de hábitos, costumbres e historia de estas “poblaciones bárbaras”. En este contexto, tampoco tenía delimitación la frontera entre lo científico, letrado (literatos) o político (Castro, 2005).
En la producción de conocimiento, bajo los regímenes cognitivos hegemónicos y roles epistemológicos, se impone la colonialidad del saber, vinculada a la colonialidad del ser, que alude a la experimentación vivida en la colonización y la forma en que impactaron el lenguaje y los sentidos de los individuos (Maldonado, 2007).
La colonialidad del ser
La colonialidad del ser está relacionada con el lenguaje, por ser portadora de los fenómenos culturales donde se inscribe la identidad y la ciencia (conocimiento y sabiduría); toda vez que los sujetos no tienen lenguaje, sino que son lenguaje. No reside solo en la mente de los subyugados —a quienes se arrebató la autoridad—, sino en la experiencia vivida, donde los colonizadores normalizan los eventos de violación y muerte en la cotidianidad (Maldonado, 2007).
Este concepto refiere a una expresión que crea una ruptura radical en el orden del discurso y la percepción subjetiva de un discurso coherente que diferencia entre individuos, especialmente en torno a la raza. Alude a movimientos existencialistas que surgen en escenarios marcados por la modernidad/colonialidad y la racialidad, como en vivencias ordinarias entre amos y esclavos.
La colonialidad del ser para Maldonado (2007) es una experiencia que dejó un impacto en el lenguaje, que, aplicado al azúcar, revela cómo ha trascendido su dimensión material para convertirse en experiencia colonizadora, no sólo por su reconfiguración al interior de los cuerpos, sino desde los discursos, lenguajes y subjetividades de los pueblos dominados. Consumir azúcar no sólo se definió como un acto alimenticio, sino que se transformó en prácticas culturales para normalizarlo e interiorizarlo desde la dominación colonial. Esto se expresa mediante discursos que emplean metáforas y figuras retóricas que asocian lo dulce con lo positivo y lo amargo con lo negativo, jerarquizando los sentidos desde el orden colonial y dulcificando la percepción de la dominación, aceptada en un sistema basado en la esclavitud y la explotación.
Hallazgos
Colonialidad en la narrativa de los estudiantes sobre el azúcar[4]
Los conceptos expresados por los estudiantes de bioquímica de la UCEVA, quienes han cursado el módulo de glucólisis y comparten su experiencia personal y familiar sobre el consumo del azúcar, evidencian formas de colonialidad del poder y distintas transformaciones del capitalismo en la modernidad. Aunque ya no hay esclavitud directa, persiste la explotación y dominación a través de la imposición del consumismo. Asimismo, desde la colonialidad del saber, se observa cómo desde los marcos epistemológicos y el conocimiento transmitido contribuyen al mantenimiento de un discurso falaz que promociona al azúcar como un alimento o producto integrado a la dieta, alineado con un régimen de pensamiento colonial que influye, en nuestros días, sobre el comportamiento de los sujetos, atrapando sus sentidos mediante el placer, la adicción y demás imaginarios propios de la colonialidad del ser.
Colonialidad del poder.
La colonialidad del poder establece las relaciones de dominación, según Maldonado (2007), haciendo referencia a la forma en que se han construido los nexos de explotación y dominación que sustentan la constitución de un capitalismo colonial moderno, basado en el eurocentrismo. Quijano (2007) sostiene que ese patrón de poder surge de una construcción mental que sitúa a Europa en el centro y establece jerarquías sociales y raciales con base en la experiencia de dominación colonial. Para Maldonado (2007), este patrón de poder articula relaciones laborales, de conocimiento, autoridad e intersubjetivas, mediante el mercado capitalista que opera desde la colonialidad entre pueblos y naciones bajo el concepto de “raza”. Quijano (2007) identifica desde esta época el patrón generalizado de poder capitalista, que desde sus centros hegemónicos europeos instala la modernidad y somete a la población mundial mediante esta jerarquización racial que instaura en las relaciones sociales.
Fanon (1963) argumenta que esta racialidad fue dominada, pero nunca domesticada. El colonizado fue inferiorizado, pero no lo convencieron de su inferioridad. Sólo espera pacientemente y a la expectativa el descuido del colono para asumir el papel de cazador y dejar de ser presa. Los símbolos sociales de represión pueden ser tanto inhibidores como excitantes. Si el colonizado olvida su situación, la altivez del colono y la solidez del sistema colonial, pronto le recordarán que la confrontación es inevitable. Al colonizado solo le queda defender su personalidad frente a su igual, porque “el colonizado se ve apresado entre las mallas cerradas del colonialismo… al nivel de los individuos, asistimos a una verdadera negación del buen sentido” (p. 26).
La resistencia del colonizado debe surgir como respuesta a la reversión de roles cuando aplican la violencia colonial y sus mecanismos de control que intentan inhibir la libertad, aunque en realidad incitan a la rebeldía y a su propia resistencia. Este proceso debe superar la confianza del colono en su sistema y en sus estructuras, que distorsionan la verdad para su propio beneficio y termina distorsionando también las relaciones entre iguales, imponiendo formas modernas de opresión, como el neocolonialismo económico. De esta manera, se induce a los colonizados a interiorizar la lógica del opresor mediante la enajenación cultural, entorpeciendo sus sentidos y la necesidad de desarrollar una “conciencia crítica” para la liberación. Así, todo sistema de dominación resulta frágil, motivo por el cual se sostiene mediante la fuerza y la ideología.
El poder que se ejerce desde la economía del mundo capitalista, cuyas raíces históricas aún nos influyen, moldea la producción de manera autónoma y con subjetividad en la selección de temas que deben hablarse o escribirse. Esto se refleja en la forma en que se asume el tema del azúcar, cuyas directrices alimentan a la ciencia y se implantan en la conciencia de los consumidores, perpetuando conceptos de interés para las élites. Según Foucault (2004), estos conceptos son impuestos técnicamente sobre la conducta humana, regulando los dispositivos gubernamentales que se consolidan con la modernidad, en la que los individuos son vistos como producto de las tecnologías de poder o de las disciplinas sociales.
Este poder es percibido por los estudiantes[5] de bioquímica, quienes reconocen la “influencia económica en la producción del azúcar y derivados, al punto que se ha transformado en mafia, ya que el consumo se puede asemejar al de las drogas de uso prohibido” (Estudiante 1), “creo que el poder que tiene el azúcar es netamente económico y que es una de las cosas que más ingresos producen” (Estudiante 10), “el monopolio de cultivos de caña de azúcar no ha dejado que implementen otro tipo de cultivos” (Estudiante 1). Estas posiciones de supremacía económica, para Fanon (1963), están vinculadas a los valores blancos impuestos simbólica y culturalmente, como una forma de anular las formas de vida y pensamiento del colonizado. Sin embargo, cuando el colonizado toma conciencia y actúa críticamente, reconoce estas estrategias en un acto de ruptura y mecanismo de deslegitimación de la autoridad moral del colonizador.
Para Castro (2005), estas posiciones de supremacía vienen impuestas desde las relaciones coloniales de dominación establecidas por Europa sobre América, que implicaron control económico, político, militar y epistémico. Maldonado (2007) considera que esta interacción económica y social siempre estuvo conjugada por el capitalismo y sus formas de dominación y subordinación, cuyo propósito era mantener y justificar el control sobre los colonizados en América.
Este control también es percibido en las opiniones de los estudiantes que afirman “hay poderes o influencias mayores detrás del azúcar, pues es algo tan adictivo y tan dañino que por más que se den avisos, no se puede controlar, pues hay mucho dinero de por medio y muchos beneficiarios” (Estudiante 23). O bien: “El azúcar ha tenido un poder social significativo a lo largo de la historia, debido a su influencia en la economía, la política, la cultura y la salud de las sociedades... se considera muy poderosa… genera enormes ingresos anuales” (Estudiante 5). Estas opiniones coinciden con la idea de que el control sobre las masas funciona, según Fanon (1963), mediante el miedo a las fuerzas coercitivas o de la mixtificación, cuya vigilancia se entrega a los partidos políticos dirigidos por la burguesía, que no aseguran una participación real de la política nacional, sino que recuerdan insistentemente que el poder espera de la población disciplina y obediencia.
Desde la perspectiva de Quijano (2014), la razón de ser del capitalismo es el capital como eje dominante de las relaciones sociales, ejerciendo control a través de las oportunidades que ofrece en trabajo asalariado, recursos y productos, una situación que se remonta a la colonia. Con la modernidad, se implementaron normativas para proteger el mercado propio, concentrando el poder en Europa y convirtiéndola en el centro del mundo capitalista. Esta dinámica es percibida también en el manejo de las políticas gubernamentales, como manifiestan los estudiantes: “hay una poderosa influencia social y económica detrás del consumo de azúcar, tanto por parte de la industria alimentaria como de los intereses gubernamentales… hay influencias tanto sociales como gubernamentales que pueden afectar la percepción y el consumo del azúcar” (Estudiante 17).
Para Fanon (1963), los partidos se han convertido en instrumentos del gobierno, en lugar de estar al servicio del pueblo para determinar sus políticas; no obstante, se han convertido en oficinas políticas donde operan a sus anchas los miembros del gobierno y los grandes dignatarios del régimen. Quijano (2014) los identifica como “controladores del poder”, encargados de ejecutar los controles del capital y del mercado, definiendo los fines, medios y límites del proceso. De este modo, hay unos explotados y otros dominados por el patrón de poder, lo que genera conflicto de intereses sociales y una reproducción continua de relaciones jerarquizadas en las diversas dimensiones económicas, sociales, culturales y políticas, consolidadas mediante mecanismos de dominación diseñados para mantener esa clasificación social.
Colonialidad del ser.
La colonialidad del ser expresa la condena que circunscribe la explotación, al igual que la violencia y la exclusión subsiguiente. Para Fanon (1963), este proceso despoja a los sujetos de su potencia, habilidades y bienes, impedirles sus dones y anularlos. Fanon (2009) plantea que la cultura europea desvió existencialmente al negro y pasa su inferioridad a través del otro en ese mundo blanco, donde el hombre racializado tropieza con dificultades para construir su esquema corporal que se basa en una construcción simbólica impuesta por el colonizador blanco, que perpetúa mediante relatos, estereotipos y violencia simbólica esa inferiorización del sujeto racializado en las ciencias, el arte, la cultura e incluso en la religión.
Para Fanon (1963), la liberación requiere destruir los marcos coloniales de identidad, enfrentando al yo fabricado por el blanco y haciéndolo parte de un sistema que, según Quijano (2014), se asocia a la supremacía del mundo cristiano, donde el alma —privilegiada para la salvación— prima sobre el cuerpo, objeto de represión. Así, la “razón/sujeto” se convierte en la única entidad con capacidad de acceder al conocimiento “racional”, mientras que el “cuerpo” se relega a ser “objeto” de conocimiento. No obstante, la colonialidad del ser, según Maldonado (2007), alude a esa experiencia transmitida por la colonización y que, aún hoy, impacta el lenguaje y la cultura, y terminan generando en el imaginario de los sujetos de la región del sur-global una culpa que les limita su autenticidad, a causa del sometimiento histórico.
Para los estudiantes, su acercamiento al azúcar les permite reconocer la pérdida de esa lucha entre el conocimiento del daño que produce y la necesidad de continuar su consumo, porque el cuerpo mismo exige su ingesta, y el placer asociado la convierte en antojo, cuando afirman: “mejorar el sabor de las comidas y satisfacer antojos de dulces… es una indulgencia deliciosa que puede elevar el ánimo” (Estudiante 4), o “los refrescos azucarados y los aperitivos dulces satisfacen nuestros antojos” (Estudiante 14). Incluso, hay estudiantes que reconocen su dependencia: “no me siento yo si no la consumo” (Estudiante 18), lo que pone de manifiesto su despojo de la voluntad, pues el placer exige consumo por encima de la razón.
Estas aceptaciones de los estudiantes muestran cómo su voluntad se desliga de la razón/sujeto, cuando el deseo y la necesidad de consumir productos azucarados ejerce cierto poder de sometimiento a su ser, incluso conscientes del daño, sin que moderen su ingesta. Reconocen que “la adicción alimentaria, si bien no es una enfermedad, se sabe que el azúcar puede tener propiedades adictivas y llevar a un comportamiento alimentario compulsivo en algunas personas” (Estudiante 8). Esta situación afecta también la voluntad de su familia, cuando un estudiante reconoce que “para ellos también representa una adicción o dependencia, ya que es muy difícil controlar su consumo excesivo” (Estudiante 3), que “su consumo excesivo puede afectar la salud” (Estudiante 13). En ocasiones, buscan justificarlo: “es medio bueno, pues lo que son los dulces lo consideran malo en exceso, pero el azúcar de cocina no la consideran mala” (Estudiante 23). Esta justificación sobre su consumo tiende a ser un mecanismo de defensa que minimiza o niega los efectos dañinos, como sucede en otras adicciones, que, en este caso, dificulta el reconocimiento que con el azúcar de cocina (sacarosa) se elaboran los dulces.
Para estos estudiantes, el “consumo excesivo” no tiene moderación real: cada quien transgrede el límite, según exija su cuerpo. Las cantidades varían desde quienes consumen 10 gramos diarios y reconocen que “el azúcar pasó de ser un producto alimenticio a un producto adictivo que los grandes monopolios han aprovechado para su beneficio económico” (Estudiante 1), hasta quienes superan ampliamente las recomendaciones de la OMS (6 g diarios) cuando reconoce: “consumo unos 70 g de azúcar diarios” (Estudiante 15), “7 cucharadas * 12 gramos/cucharada = 84 gramos de azúcar al día” (Estudiante 10), o “calculo que consumo alrededor de 100 gramos diarios” (Estudiante 11) e incluso quienes confiesan: “Yo creo que empleo unos 45 g de azúcar en el café y dependiendo de la Coca Cola que consumo a diario unos 54 g, en total 99 g” (Estudiante 9), o quien desborda su consumo “Entre 180 y 220 gramos de azúcar, pues consumo bastantes productos ultraprocesados los cuales son altos en azúcares y edulcorantes” (Estudiante 23).
Esta dependencia al consumo de azúcar genera una nueva forma de esclavitud proveniente de la colonialidad: la “esclavitud por consumo”. Quien padece esta esclavitud pierde autonomía y capacidad de decisión; porque el cuerpo, no la razón, exige el azúcar, perpetuando así la herencia del sistema colonial. Ahora, sus controles no están en la raza y en las situaciones de inferioridad que crea el colonizador, sino en nuevas formas de dominación por parte de empresas, asociaciones o emporios capitalistas que, sin ser dueños de personas, controlan sus comportamientos y modelan sus conductas mediante necesidades inducidas.
Esta forma de esclavitud se enmascara en sofismas que dan apariencia de libertad de elección, bajo técnicas manipuladoras que promueven el azúcar como parte de la dieta, como un alimento y demás mentiras sobre sus beneficios, ocultando los verdaderos daños que ocasiona. De esta manera, se imponen nuevas cadenas invisibles de materialidad subjetiva, que se anclan a la experiencia sensorial de placer, por las que el esclavo de consumo paga su adicción al azúcar, en beneficio del capitalista. Este tipo de relación “capitalista/esclavo de consumo” es una forma de dominación abstracta, que establece una estructura de control mediante una producción de mercado de tipo independiente, que tiene sus bases en el mercado mundial que instaura el capital. Maldonado (2007) considera que este capitalismo viola el cuerpo, perpetúa la servidumbre y fecunda una nueva esclavitud originada en el orden geopolítico y social por una modernidad euro-norteamericana que continúa expandiendo el imaginario de la supremacía racial y neutralizando cualquier amenaza al sistema.
Este ejercicio de poder establece un universo de relaciones entre amos y eternos esclavos —colonialidad del ser— que, según Maldonado (2007), violentan el sentido de alteridad del sujeto, transforman el alterego en un subalter y niegan la humanidad de los que pagan con gritos y llantos su asocio con una condena a vivir el infierno de la modernidad-colonialidad que naturaliza esta esclavitud. Se justifica sobre la base de la constitución biológica y ontológica, articuladas mediante el mercado capitalista junto con la idea de raza y, ahora, esclavo de consumo, sin que reconozcan los perjuicios, adicciones ni se cuestione su daño.
Maldonado (2007) sostiene que existe un sistema simbólico de representaciones que produce condiciones materiales que legitiman la esclavitud por consumo, naturalizada en la sociedad y reforzada mediante dinámicas existenciales y actitudes sociales que asocian el consumo de azúcar con la generación de felicidad. Los estudiantes refuerzan este imaginario, cuando manifiestan que “el azúcar es algo saludable, algo que me da felicidad” (Estudiante 16); “El azúcar es un ingrediente que a menudo se asocia con momentos felices y placeres indulgentes en la vida” (Estudiante 22); “el azúcar estimula el estado de ánimo ya que hace que las personas se sientan más felices” (Estudiante 8); “ha estado presente desde mi infancia en momentos especiales como en cumpleaños y celebración en familia” (Estudiante 12); “En reuniones familiares, cumpleaños, fiestas hay una gran variedad de dulces, eso atrae a las personas ya que a la mayoría les gusta. Los pone felices y activos” (Estudiante 21); “el azúcar es un endulzante delicioso… siempre se ha considerado un placer que debe ser disfrutado sin limitaciones” (Estudiante 11); “para mi es esencial el azúcar… es como esa fuente de energía, felicidad y demás… me recuerda momentos de mi vida muy felices como fiestas, piñatas, cumpleaños, navidades, Halloween” (Estudiante 21).
La asociación del azúcar con el placer y la gratificación suelen arraigarse en los niños, al ser vinculados sobre circunstancias festivas: obsequio de golosinas, consumo de pasteles, entre otros (Fischler, 1995). Esta relación con fiestas, piñatas y demás elementos de celebración y felicidad que producen efusividad se construye mediante el cuerpo como espacio de encuentro y comunicación con otros. Según Maldonado (2007), convierte al cuerpo en objeto privilegiado, con el que rompe las dinámicas que pueden inhibir la interacción agradable entre sujetos, por tratarse de experiencias vividas que no han cambiado desde la colonialidad, por ser lenguajes de fenómenos culturales de encuentro con la identidad, por medio del conocimiento y la cultura alimentaria.
Colonialidad del saber.
Para Maldonado (2007), la colonialidad del saber compete al papel epistemológico de la generación de conocimiento, incluso bajo la reproducción de regímenes de pensamiento heredados desde la colonia. En el ámbito universitario, la enseñanza del metabolismo de la glucosa establece relaciones de poder entre el docente de bioquímica y sus estudiantes, sin embargo, las narrativas sobre el consumo del azúcar de estos últimos no reflejan un cambio real, ya que el contenido transmitido en clase no se traduce en las modificaciones de sus hábitos alimenticios. Esto muestra que existe otro tipo de poder determinante en las prácticas cotidianas de consumo de azúcar, apropiado del conocimiento teórico que, para Fanon (1963), no es puesto al servicio del pueblo; involucrando a los partidos políticos por no acercarse a las masas a tratar de trastornar la realidad tradicional, sino por dejarlas encasillar según los esquemas mercantilistas que esquivan o ridiculizan los saberes locales y las figuras de autoridad en las comunidades, lo que impide el progreso crítico y la conciencia transformadora en el colonizado, pese a sus experiencias valiosas para impulsar las luchas emancipatorias.
En este contexto, los estudiantes, a pesar de ser ejecutores de sus acciones y comprender el proceso de la glucólisis, continúan reproduciendo el discurso impuesto desde otras esferas de poder, cuando manifiestan que “es crucial reconocer que el azúcar en cantidades moderadas puede formar parte de una dieta equilibrada” (Estudiante 17), el azúcar es “un ingrediente clave en la preparación de platos deliciosos y postres” (Estudiante 14), o es “un alimento que ayuda a proporcionar esta [energía] y aporta un rico sabor dulce” (Estudiante 15). Estas ideas obedecen a un constructo social legitimado por el estatuto de cientificidad occidental que, como señala Albán (2006), se abroga el conocimiento sobre cualquier discurso pedagógico local o alternativo. Así, el conocimiento euro-norteamericano se impone como único conocimiento válido y legítimo, mientras que lo enseñado en las clases de bioquímica resulta desdibujado o derrotado ante el poder de estos discursos globales.
Concebir el azúcar como un alimento o ingrediente parte de la dieta fue una idea debatida en la segunda mitad del siglo XIX, impuesta sin ninguna restricción por la ciencia euro-norteamericana, quienes se atribuyen el conocimiento científico, se autoconciben como pueblos civilizados que la desarrollan y para la que consiguen elaborar principios, normas y códigos sobre las diferentes prácticas. Durante esta época, el azúcar fue categorizado como complemento o auxiliar nutritivo, como un “alimento plástico” para la producción de energía o como “alimento respiratorio” para la producción de calor, pero lo instituye como alimento el descubrimiento de la función glucógena del hígado que alimenta el trabajo muscular (Fischler, 1995).
Estas prácticas y discursos sitúan a los sujetos de la periferia, según Quijano (2014), como subculturas campesinas, iletradas, carentes de herencia intelectual objetiva. Desde finales del siglo XVIII, fueron objeto de un dispositivo de supremacía étnica que los despojó incluso de su nombre en el ámbito científico, de clasificación alguna, relegados y despojados de su racionalidad cognitiva, condenados a ser subordinados socialmente y a ver sus teorías relegadas al concepto de mito (Castro, 2005). Para Fanon (2009), impusieron esa “supremacía blanca/europea/occidental en el sistema-mundo, los grupos dominantes en la jerarquía etno-racial que obtienen los privilegios y los recursos materiales del racismo en el mundo capitalista/patriarcal moderno/colonial” (p. 281). Es un racismo histórico que no sólo opera como ideología, sino que se estructura con base en la explotación laboral y la acumulación de riqueza, con control institucional del poder financiero que siempre beneficia a occidente, además de poner las ciencias a su servicio.
Al estudiante moderno, influenciado por la ciencia occidental, le resulta natural considerar el azúcar como un alimento parte de la dieta, invisibilizando el conocimiento recibido en la clase de glucólisis, hasta borrarlo de su memoria. Esto recuerda a la “hybris del punto cero” de Castro (2005), donde está el verdadero conocimiento monopólico es separado por la etnicidad, que desaparece la realidad con la línea radical que establece el “pensamiento abismal” propuesto por Sousa (2010), cuya regulación vence en la tensión a la emancipación y permite que productos como el azúcar sigan en el mercado para garantizar su consumo y que sus riesgos, daños o consecuencias permanezcan invisibles, incluso tras las alertas de la OMS que lo limita a unos cuantos gramos diarios.
La formación sobre alimentación saludable que se orienta en salud nutritiva busca transmitir información científica sobre las consecuencias del consumo de azúcar, pero no se ve reflejado en las prácticas de los estudiantes ni en sus familias, cuando en sus testimonios reconocen que “el azúcar en mi hogar se considera un ingrediente esencial para la cocina y la repostería” (Estudiante 17), “es un ingrediente clave en la preparación de platos deliciosos y postres que compartimos con amigos y familiares en ocasiones especiales” (Estudiante 14), “en mi familia consideramos que es algo que nos genera energía y felicidad” (Estudiante 21). Estas concepciones, que están en el imaginario como un producto básico de la alimentación, son producto de los discursos y prácticas que se superponen en medio de una geopolítica alimentaria o gastronómica, según Albán (2010), donde el poder está ubicado geográficamente e inició con la expansión de la caña de azúcar que hizo en América el imperio español, para mejorar las condiciones de los conquistadores, imponiendo su poder para marginar, excluirlos socialmente y negar su lengua, eliminarlos y despojarlos de sus tierras, de sus cosmogonías y sistemas productivos. Aun así, la gastronomía local continúa ubicada en la frontera de esa geopolítica, aunque colonizada culturalmente por los sabores y los paladares.
En los estudiantes, circula el discurso pedagógico que señala al azúcar de mesa (sacarosa) como un componente perjudicial para la salud, porque la glucosa requerida se encuentra en las frutas, verduras y otros alimentos; mientras que otro discurso hegemónico promueve su consumo moderado, sin que se trace una línea fronteriza sobre el consumo que establece la OMS de 6 cucharaditas o gramos al día. Aún conscientes de las cantidades máximas, la mayoría supera ampliamente estas recomendaciones. Esta es una contradicción que obliga a reflexionar sobre el problema —teórico, simbólico y representacional— que produce el consumo de azúcar e impulsa a deconstruir esa frontera epistemológica, con la generación de un diálogo crítico sobre la modernidad (Mignolo, 2007).
Al analizar el discurso pedagógico sobre glucólisis que se imparte en bioquímica, no se evidencian principios dominantes que realmente transformen la percepción estudiantil sobre el azúcar, al ser invisibilizados por el manejo ideológico que carga el sistema de creencias instaurado por su industria, a su vez, inmersa en el sistema económico, el cual impone la concepción del azúcar como alimento y termina reforzado por el sistema sociocultural. Se observa, por tanto, un aislamiento del discurso docente que advierte sobre los daños cerebrales que ocasiona el azúcar añadido; no obstante, el relato empresarial excluye estos riesgos, lo que genera una lucha permanente entre el saber y el poder, estando rodeados de estímulos y promociones mediáticas, como una forma de dominación al sujeto. En muchos casos, la debilidad del discurso sobre la enfermedad muestra como si el conocimiento “no racional” y carente de objetividad no alcanzara a colocarse en el punto cero y perdiera solidez ante la precisión del lenguaje científico, generando fronteras entre el conocimiento legítimo e ilegítimo, dominio en el que los expertos de occidente legitiman sus propios intereses y cosmovisiones, sin considerar a los locales (Castro, 2005).
Algunos estudiantes son conscientes de su adicción al azúcar adicionado, sin que se perciban adictos, aunque no puedan dejar de consumirla. Reconocen que “la glucosa se convirtió en una parte fundamental de mis hábitos alimenticios… la glucosa era mi aliada en el rendimiento físico” (Estudiante 2), o “la consumía en mayor cantidad, en el café, jugos y dulces como chocolatinas y gomas. El exceso de ella podía traerme problemas de salud, por lo cual he tratado de equilibrar su consumo” (Estudiante 12). Este conformismo con la adicción implica la aceptación pasiva de su problema, desestimando que el consumo de productos azucarados genera adicción, donde “los caramelos se convierten, de manera cada vez menos metafórica, en una droga o en precursores de una droga más dura” (Fischler, 1995, p. 294). Estos productos tienen taxonomías según su influencia en la manera de ser y de actuar, debiendo alertarse sobre su consumo excesivo, por tratarse de una droga precoz, un cuerpo químico que provoca dependencia, desmineralización de tejidos, acidificación de humores y convierte a los niños en toxicómanos, por la presión amenazante que se ejerce potencialmente sobre esta población.
El azúcar además está asociado a enfermedades mentales, alteraciones psicológicas de estado de ánimo y de comportamiento, así como a trastornos de ansiedad, estrés y consumo compulsivo. Estos comportamientos se observan en las etapas que plantea Palma et al. (2014), como la “binge eating” conocida como “atracón”, que en grandes cantidades incrementa la dopamina como contribución a la adicción; luego, con el “escalamiento” incrementa su ingesta de forma progresiva hasta generar sensibilización conductual que exagera las conductas motoras. Su segunda etapa es la “codependencia”, donde consume enormes cantidades a la menor oportunidad, asociada a signos y síntomas que hacen parte del síndrome de abstinencia. Y, en su última etapa, desea el azúcar o “craving” que altera el aprendizaje por asociación, desaparece el reforzador, se manifiesta el deseo por el azúcar y se presenta la recaída.
Pese al daño, el discurso social lo justifica como un alimento parte de la dieta, reforzado institucionalmente por la confabulación con laboratorios, científicos, y por la forma como es transmitido el saber al estudiante para que lo valore, transmita y consuma como una verdad objetiva instaurada desde la colonia. Esta verdad objetiva, para Foucault (1992), está relacionada con el saber y cierta relación de sumisión que manipula al consumidor, hasta que acepte la verdad que le dan, obedezca a una relación de voluntades de poder, toda vez que el saber es una relación de poder, un instrumento para instaurar ideas que manipulen a la sociedad, como si su verdad obedeciera a un pensamiento superior y pudiera desplazar la verdad hacia nuevas formas de voluntad.
Se trata de una globalización que perpetúa el discurso colonial, imponiendo a los colonizados (ahora consumidores) signos, disciplinas, valores y maneras de comportarse, legitimados por la ciencia moderna para configurar un imaginario científico colectivo que persiste desde la Ilustración y que, según Castro (2005), forman un sistema-mundo moderno desde el siglo XVI, en el que convirtieron a la colonialidad y la modernidad en “dos caras de una misma moneda” (p. 64). De esta manera, el conocimiento occidental ha avanzado, según Sousa (2010), sobre líneas abismales que aún condenan a la negación y exclusión a la periferia. Maldonado (2007) señala que los sujetos de este lado se ven tratados como inferiores, sometidos a la violencia epistémica, expropiación de saberes y subordinación existencial y cognitiva, mientras las élites blancas, como si fueran criaturas divinas elevadas al nivel de dioses, construyen hegemonía cognitiva y justifican la propia superioridad, sometiendo al infierno del colonialismo perpetuo a los demás seres racializados, a los que niegan de manera ontológica, descalificándolos epistémicamente.
En este mismo orden de ideas, Castro (2005) ha planteado una frontera de tipo étnico que legitima el acto de expropiación epistémica por parte de las élites con conocimiento superior, tras un acto fundacional de violencia simbólica hacia las razas inferiores (negros, indios y mestizos) sobre la que construyen una hegemonía cognitiva que sustituye las otras formas de conocer el mundo. Amparados en una “sociología espontánea elitista”, que atribuye a los sistemas de conocimiento y lenguas de esta región una capacidad nimia de abstracción, por contar para ellos con una mentalidad primitiva con incapacidad de generar conocimientos abstractos de alcance universal, frente a la tradición científica europea que cuenta con capacidad de formular y transmitir ideas complejas.
En el ámbito científico, los estudiantes tienden a replicar la ideología y el poder instaurados desde la colonia, bajo ciertas cualidades; Mintz (1996) reconoce la siguientes: que su elevado contenido en alimentos procesados no sabe dulce, lo que incrementa el consumo; dar un efecto tenderizante a productos horneados sin levadura e inhibir el endurecimiento del pan, dar cuerpo a los refrescos, mitigar la acidez de la salsa catsup, sin destacar las propiedades del dulzor en combinación con grasas, como en postres, leche condensada, helados y chocolates.
Desde el reconocimiento del daño que ocasiona el azúcar adicionado, la actitud de los estudiantes revela la fuerza de una ideología externa y dominante que lo niega o minimiza, aunque reconocen enfermedades como “diabetes, la obesidad y las enfermedades cardíacas” (Estudiante 2), “sobrepeso, obesidad o algún problema con el hígado” (Estudiante 6), “caries, cáncer, inflamación crónica, hígado graso, etc.” (Estudiante 10), “anemia, diabetes, hiperactividad, presión alta, taquicardia” (Estudiante 23). En su mayoría, eluden la responsabilidad de tomar medidas para eliminar esta sustancia de su mesa. Esto demuestra el dominio del sistema de valores burgués que prioriza el consumismo y el beneficio económico sobre la salud colectiva, apoyados en los medios de comunicación que difunden antivalores y falacias para uniformar los pensamientos de la población y nublar la percepción pública del riesgo.
Como señala Mignolo (2007), esto es resultado de estrategias simbólico/ideológicas constitutivas de una economía capitalista, promovidas desde los sistemas educativos y la ciencia occidental, donde el manejo ideológico del azúcar ha pasado por retóricas como el mercantilismo desde el siglo XVI, hasta la revolución tecnológica del XX y derivar en ideologías neoliberales y colonialismos internos, donde el mercado se convierte en la geocultura dominante. Wallerstein (2013) enfatiza cómo la cultura se convierte en un escenario de batalla ideológica, influida por presiones económicas globales y políticas nacionales, hasta el punto que la globalización transforma a los Estados en cárceles de los pueblos e impide que la población perciba riesgos tan evidentes como el que genera el consumo de azúcar.
Conclusiones
De la narrativa de los estudiantes que expresan su experiencia con el consumo del azúcar, se puede concluir que, en relación con la colonialidad del poder, prevalecen relaciones de dominación y explotación en la producción y comercialización de este producto, las cuales influyen en lo que se puede hablar o escribir para moldear el pensamiento de los consumidores. Históricamente, el azúcar ha sido uno de los productos centrales de la economía colonial, sustentado en la esclavitud y la racialización de la fuerza laboral (Quijano, 2007). Actualmente, esta dominación se mantiene no a través de la esclavitud directa, sino mediante una “esclavitud por consumo”, en la que la industria azucarera —heredera del sistema colonial— ejerce su dominio a través del mercado. Tal como identifica un estudiante, el azúcar funciona como un negocio mafioso (Estudiante 1), controlado por monopolios que impiden alternativas agrícolas. Además, con gobiernos e industrias que promueven su consumo (Estudiante 17), priorizando la utilidad económica por encima de la salud de los consumidores, ejerciendo opresión desde el nivel microfísico con pretensiones imperiales, protegidos mediante tratados y leyes comerciales para asegurar su poder (Foucault, 2004).
El azúcar es una sustancia cuya adicción se equipara a la de las drogas (Estudiante 23), pero su carácter dañino permanece oculto bajo la legalidad y la normalización, sustentada en un discurso que se ha apropiado de los fundamentos epistemológicos para la producción de conocimientos (Castro, 2005). Este sistema refleja lo que Maldonado (2007) denomina “capitalismo colonial moderno”, con sus formas y mecanismos de dominación y subordinación que mantienen el control sobre sus subordinados (Quijano, 2014), donde el poder económico (hoy globalizado) ha reemplazado las cadenas físicas por cadenas sensoriales y psicológicas, esclavizando a los sujetos en ciclos de placer y dependencia.
Desde la colonialidad del saber, la ciencia se ha convertido en una herramienta de dominación que legitima al azúcar como un “alimento necesario” dentro de la dieta, una imposición imaginaria que prevalece desde el siglo XIX, que lo presentó como complemento o auxiliar nutritivo (Fischler, 1995), al tiempo que ignora sus efectos nocivos. Aunque los estudiantes saben de los daños metabólicos que reconoce la OMS (2015), su conocimiento académico cede ante el imaginario social colonial que asocia el azúcar con la felicidad y las celebraciones (Estudiante 21). La publicidad de la industria alimentaria distorsiona su percepción, hasta aceptarla como “parte de una dieta equilibrada” (Estudiante 14), sin que existan principios dominantes que induzcan al cambio real de percepción ni enfrenten el consumo de azúcar desde la transmisión de conocimiento sobre la glucólisis y las decisiones necesarias para modificar los hábitos alimenticios. Por otro lado, el conocimiento crítico es invisibilizado por un régimen de verdad (Foucault, 2004) que privilegia los intereses de la industria y la ciencia occidental, anulando las voces disidentes y relegando a las comunidades periféricas a la categoría de “ignorantes” que deben ser educados bajo la lógica consumista, según el “pensamiento abismal” de Sousa (2010).
Respecto a la colonialidad del ser, se puede concluir que la adicción al azúcar evidencia cómo el colonialismo no solo explota los cuerpos, sino que también coloniza el deseo. Los estudiantes admiten “No me siento yo si no la consumo” (Estudiante 18), evidenciando una pérdida de agencia. Además, asocian el azúcar con la infancia y el afecto (Estudiante 12), lo que sugiere una estrategia de domesticación cultural que supera la capacidad de razonamiento sobre sus daños, desligando la razón del cuerpo, como sostiene Quijano (2014), para dejarse llevar por la percepción corporal.
Algunos estudiantes justifican su consumo como “moderado” (Estudiante 11), aunque superen los límites recomendados por la OMS, demostrando que interiorizaron el discurso opresor, que Fanon (1963) define como “inferiorización internalizada”, una respuesta que el colonizado reproduce bajo la lógica del colonizador, incluso cuando esta es dañina o adictiva. Así, el azúcar, como antes sucedió con la raza, ahora se ha convertido en un marcador de sumisión a un sistema que enajena los cuerpos y los convierte en máquinas de consumo.
En referencia al discurso esclavista, este se ha modernizado y ha dado un salto de las plantaciones a los medios masivos, donde la industria azucarera actual sigue operando bajo una lógica esclavista transformada, que no comercializa personas, sino comportamientos a través del marketing que explota la adicción y la falta de control político. Ahora, los consumidores pagan por su propia dependencia y financian el sistema que los enferma (Mintz, 1996), mientras los países cómplices del capital protegen la industria en lugar de regularla, porque “genera enormes ingresos” (Estudiante 5).
Este comportamiento esclavista es similar al de la época colonial, salvo que la violencia ya no es física, sino simbólica, ejercida a través del placer, la cultura y una falsa libertad de elección. Para Maldonado (2007) es como expandir el imaginario racial mediante un sistema simbólico de representaciones que activan detonantes de felicidad, placer y celebraciones en familia.
Se puede concluir finalmente que el discurso instalado desde colonialidad del poder, del saber y del ser permanece vigente en la modernidad bajo estructuras capitalistas que se perpetúan con nuevas formas de dominación, como sucede con la máscara del consumismo. En este contexto, el azúcar, lejos de ser un simple alimento o parte de la dieta, se instituye como símbolo histórico de explotación colonial, reconvertido en un mecanismo de control neocolonial que ahora somete a los sujetos mediante la adicción, la manipulación epistemológica y la alienación cultural.
El azúcar no es solo un problema de salud pública, sino un asomo de la persistencia de la colonialidad, cuyo imaginario cultural que lo vincula a felicidad, festividad y tradición debe ser deconstruido. Resulta necesario cuestionar la ciencia eurocéntrica que lo legitima como “alimento” o “parte de la dieta” y continuar desvelando los asomos de la colonialidad, para exigir políticas públicas anticoloniales que prioricen la soberanía alimentaria sobre los intereses corporativos. Como señaló Fanon, la liberación comienza cuando el oprimido reconoce sus cadenas; sólo que, en este caso, las cadenas son dulces, pero no por ello menos letales.
Serie Las Diosas, collagraph. Marta Arangoa
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Notas
[1] La glucólisis es un proceso esencial para la vida celular, que proporciona energía y metabolitos claves para diversas funciones metabólicas.
[2] Hace referencia a las condiciones de la población negra trabajadora en Abidjean, Costa de Marfil, donde se construyó un puerto marítimo inaugurado en 1951, durante el período colonial francés.
[3] Hace referencia a un concepto de Bernstein utilizado en comunicación enrelación a la función del mensaje que se transmite con base en identificaciones, expectativas y suposiciones que se comparten estrechamente para la generación de solidaridad social, donde prima la subcultura del beneficio general por encima del particular, por lo que la industria azucarera quiere mostrar su producto como si fuera de beneficio general.
[4] En la investigación de la referencia, participaron 23 estudiantes de Bioquímica de la Unidad Central del Valle (UCEVA), institución de educación superior ubicada en la ciudad de Tuluá, Valle del Cauca, Colombia. A través de entrevistas semiestructuradas, expresaron sus puntos de vista respecto de los tópicos investigados.
[5] En adelante, se hará referencia a testimonios de los estudiantes, entre comillas y numerados para garantizar su anonimato.