La deshumanización del sistema-mundo (Gaza) y la apuesta descolonizadora zapatista. Una mirada desde el pensamiento de Franz Fanon. Artículo de Angélica Rico Montoya. Praxis educativa, Vol. 29, N°3 septiembre - diciembre 2025. E-ISSN 2313-934X. pp.1-21. https://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2025-290303
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DOSSIER
La deshumanización del sistema-mundo (Gaza) y la apuesta descolonizadora zapatista. Una mirada desde el pensamiento de Franz Fanon
The Dehumanization of the World-System (Gaza) and the Zapatista Decolonization Challenge. A Perspective from the Thought of Franz Fanon
A Desumanização do Sistema-Mundo (Gaza) e o Desafio da Descolonização Zapatista. Uma Perspectiva a Partir do Pensamento de Franz Fanon
Angélica Rico Montoya
Universidad Nacional Rosario Castellanos, México
angelica.rico@rcastellanos.cdmx.gob.mx
ORCID 0000-0002-4743-2615
Recibido: 2025-04- 29 | Revisado: 2025-08-17 | Aceptado: 2025-08-20
Resumen
La confrontación entre deshumanización/descolonización abordada por Franz Fanon en su trabajo cobra vigencia. A través de la revisión de nociones como el racismo, colonización, relación colonizador-colonizado y deshumanización, nos acercamos al proceso de neocolonización imperialista y el reposicionamiento geopolítico del norte global, centrando la atención en el genocidio en Palestina y los colonialismos internos que han vivido los pueblos indígenas en Latinoamérica. Así mismo, revisamos la noción de emancipación revolucionaria de Fanon para comprender la capacidad de los pueblos zapatistas de Chiapas de oponerse al exterminio, defender sus territorios y construir un proceso de desarrollo autonómico.
Palabras clave: neocolonización, descolonización, deshumanización, memoria, resistencia-rebelde.
Abstract
The dispute between dehumanization and decolonization, as addressed by Franz Fanon in his work, gains relevance. By reviewing notions such as racism, colonization, the colonizer-colonized relationship, and dehumanization, we approach the process of imperialist neo-colonization and the geopolitical repositioning of the global North, focusing on the genocide in Palestine and the internal colonialism experienced by Indigenous peoples in Latin America. We also review Fanon's notion of revolutionary emancipation to understand the capacity of the Zapatista peoples of Chiapas to oppose extermination, defend their territories, and build a process of autonomous development.
Keywords: neo-colonization, decolonization, dehumanization, memory, rebel resistance.
Resumo
O confronto entre desumanização e descolonização abordado por Franz Fanon em sua obra ganha relevância. Por meio de uma revisão de noções como racismo, colonização, relação colonizador-colonizado e desumanização, abordamos o processo de neocolonização imperialista e o reposicionamento geopolítico do Norte global, com foco no genocídio na Palestina e no colonialismo interno vivenciado pelos povos indígenas na América Latina. Também revisamos a noção de emancipação revolucionária de Fanon para compreender a capacidade dos povos zapatistas de Chiapas de se opor ao extermínio, defender seus territórios e construir um processo de desenvolvimento autônomo.
Palavras-chave: neocolonização, descolonização, desumanização, memória, resistência rebelde.
Hoy, más que nunca, la disputa entre la deshumanización del norte global en forma de colonización, guerras, genocidios… y las luchas por la descolonización-emancipación encabezadas por los pueblos del sur revisada por Franz Fanon cobra vigencia. Es imposible comprender las atrocidades cometidas por el Estado de Israel en contra del pueblo palestino que resiste en la Franja de Gaza sin recurrir a Fanon y su análisis sobre la colonización, basada en la ocupación de territorios y la colonialidad de la historia, la mente y el cuerpo del colonizado y el colonizador.
La deshumanización no sólo ocurre en los cuerpos de los condenados de la tierra, pueblos racializados como las poblaciones negras, indígenas, árabes, migrantes, sino en el colonizador, el cual primero tiene que deshumanizarse a sí mismo. Formarse desde niño en una ideología o dogma que le permita creer y concebirse como un ser superior económica, política y moralmente, condición que le da derecho a masacrar al resto de la población, despojarla de sus hogares, sus tierras y su historia. Tal como puede observarse en los TikTok compartidos por los soldados israelíes irrumpiendo violentamente hospitales y refugios después de haberlos bombardeado, vejando los derechos de adultos mayores, madres, bebés y padres palestinos heridos, vanagloriándose de la angustia, el dolor y la muerte por inanición de miles de familias desarmadas. Para que los soldados y colonos sionistas logren los objetivos de su misión, no basta con que sepan cumplir órdenes, sino que, en verdad, crean que son parte de un pueblo elegido. Siguiendo a Fanon, sólo puede producirse una auténtica descolonización si colonizador y colonizado se liberan de la enajenación; “al colonizador, la enajenación no le permite darse cuenta del embrutecimiento en el que se halla, y de la dominación que ejerce sobre los colonizados, no implica que tenga dominio de sí y se muestre cuerdo en todo momento” (Zema de Resende, 2016, p. 18).
Del escenario pospandémico (2020-2022), que anestesió la vida social, política y económica de gran parte de la población, entramos a la lucha geopolítica de las grandes potencias por el control del orden mundial, la intensificación de guerras colonialistas, guerras comerciales y confrontaciones bélicas por recursos naturales y energéticos. Sin olvidar los conflictos de baja intensidad en Latinoamérica, como el que libra el movimiento zapatista en México (1994-2025), que anualmente genera muertos, desapariciones forzadas, violaciones de mujeres; los enfrentamientos por el territorio de los carteles del narcotráfico han provocado cerca de 20.000 desplazados internos en Chiapas, incrementándose el reclutamiento forzado de niños/jóvenes indígenas para la células criminales, los paramilitares y las redes de trata, en las que los cuerpos de mujeres, niñas, niños y jóvenes son cosificados para el placer de empresarios, jefes de los cárteles y grupos de poder político trasnacional.
A través de la revisión de nociones como racismo, colonización y deshumanización, construidas por Franz Fanon, nos acercamos al proceso de neocolonización imperialista y el reposicionamiento geopolítico del norte global, centrando la atención en el genocidio en Palestina y el colonialismo interno que han vivido los pueblos indígenas de Chiapas. De igual forma, revisamos la noción de emancipación revolucionaria de Fanon para comprender la capacidad de los pueblos de oponerse al exterminio, defender sus territorios y construir alternativas de desarrollo, educativas, de memoria y esperanza en medio del acoso, centrando la mirada en la experiencia de resistencia y autonomía del movimiento zapatista (1993-2025), asediado por los grupos armados, las trasnacionales y el narcotráfico. Vale decir que el pensamiento teórico y praxis revolucionaria de Franz Fanon nos obliga no sólo analizar contextos a la distancia y con objetividad, tal como lo sugiere la ciencia positivista, sino que nos interpela para descolonizarnos, deconstruirnos, desaprender lo aprendido, como dirían los zapatistas. Y apostar por una academia comprometida, crítica, ética y política, así como una sociedad civil empática que acompañe, sin juzgar, procesos de emancipación impulsados desde las otras geografías del sur global.
Es en este sentido que, para comprender la neocolonización imperialista, se recurre a los estudios del pasado reciente, a esa historia cercana que duele e interpela a todos los que la viven e intervienen en la configuración del discurso histórico. El pasado reciente es una historia de lo inacabado, de procesos que se están desarrollando (Aróstegui, 2004), pero que sólo pueden comprenderse conociendo el pasado. Muchas de las investigaciones en torno a la pedagogía de la memoria se han centrado en analizar las producciones y experiencias asociadas a pasados violentos, como las dictaduras en América Latina o el holocausto en Europa, “bajo el imperativo de generar en la población una conciencia histórica de los crímenes cometidos por el nazismo y otros regímenes autoritarios” (Legarralde y Brugaletta, 2017, p. 2-3), como garantía de no repetición.
Al lado de las condiciones objetivas que hicieron posible la eliminación sistemática de millones de personas, en el holocausto, existieron también condiciones subjetivas que habilitaron que esto ocurriese (Adorno, como se cita en Domínguez-Acevedo, 2019). Motivo por el que no sólo los que realizaron las ejecuciones, las torturas y los que dieron las órdenes son culpables, sino todos los que callaron y vieron como aceptables estos actos. Con su silencio e indiferencia, se convirtieron en cómplices de la barbarie, tal como ocurre actualmente en la guerra de ocupación israelí en Gaza, respaldada por EE. UU. y la Unión Europea, ante la mirada atónita de todos los que miramos el genocidio, a través de medios electrónicos y redes sociales, y que callamos por miedo a ser considerados antisemitas, por conmovernos y exigir un alto a la masacre.
Neocolonización y reposicionamiento geopolítico del sistema mundo
La neocolonización capitalista global remite a un reposicionamiento de las potencias occidentales por mantener la supremacía en el orden mundial por cualquier vía, incluso por la fuerza, la guerra y la violación sistemática de sus instrumentos de consenso-coerción, como la ONU o el derecho humanitario internacional. Tal como puede observarse en el genocidio de pueblo gazatie, en el que se han violentado todo tipo de derechos humanos y roto las reglas estipuladas en la Convención de Ginebra, tales como bombardear hospitales y campos de refugiados, disparar con francotiradores a periodistas, paramédicos y población civil, destruir corredores de ayuda humanitaria, quitar agua, alimento y medicinas a los desplazados de guerra y asesinar impunemente a más de 35.000 menores de 18 años, población mayoritaria en la Franja.
En los dos últimos años, la violencia contra los niños en los conflictos armados ha alcanzado niveles extremos, registrándose un aumento del 21 % en violaciones graves marcadas por un desprecio absoluto de los derechos de la infancia, especialmente del derecho inherente a la vida. El número de muertes y mutilaciones aumentó en un alarmante 35 % (ONU, 2023). En las guerras genocidas, el racismo es evidente puesto que se advierte “en la explotación desvergonzada de un grupo de hombres por otro que ha llegado a un estado de desarrollo técnico superior… El colonialismo no se comprende sin la posibilidad de torturar, de violar o de matar” (Fanon, 1965, p. 45).
Las guerras de ocupación capitalista y extractivista refuerzan la idea de que los niños y jóvenes del bando contrario, o bien, los que ocupan los territorios por conquistar, son un objetivo estratégico por vencer, matándolos, mutilándolos o colonizando su espíritu para que no sólo no puedan rebelarse, sino que, desde su sumisión, sigan reproduciendo y legitimando las formas de opresión en un futuro. Además de la reconfiguración del sistema mundo, en Latinoamérica, tenemos nuestras propias guerras contra el narcotráfico y la reparamilitarización financiada por el capital global e industria armamentista en países que cuentan con recursos naturales y energéticos. Sin olvidar la militarización de las comunidades indígenas y rurales, como es el caso de México, supuestamente para contener a la “delincuencia organizada”.
La militarización de la seguridad pública a través de una corporación denominada Guardia Nacional (GN) de México, contrario a reducir la inseguridad y la presencia del narcotráfico, ha enrarecido el clima de violencia en Chiapas, generando abusos, arbitrariedades y violaciones a los derechos humanos. La violencia política del Estado mexicano ha sido pieza clave para implementar políticas y proyectos extractivistas, criminalizar la protesta social y contener la organización comunitaria que defiende sus territorios, reivindicando alguna forma de autonomía frente a los megaproyectos. Esta radicalización de la política neoliberal en contra de los pueblos que resisten desde el sur global no sólo utiliza mecanismos militares, sino económicos, políticos y culturales (propagandísticos) que combina un modelo productivo de corte colonial con el proceso ideológico/cultural reivindicado por las potencias colonizadoras y aceptado por los pueblos racializados (CNDH, 2023).
A diferencia de las dictaduras en el Cono Sur latinoamericano, las guerras convencionales de oriente medio o el Nakba (éxodo o apartheid) en Palestina, desde 1947, en la década de los años 70 y 80 en México, la colonización interna de los pueblos indígenas de Guerrero y Chiapas se mantuvo a través de la violencia política denominada Guerra Sucia, generando el discurso de un enfrentamiento entre dos fuerzas armadas similares y en igualdad de condiciones, fortaleciendo la simulación de un Estado democrático, mientras se apostaba por la represión de activistas, guerrilleros y comunidades. Por décadas, el Gobierno mexicano “recurrió a múltiples formas de violencia institucionalizada como la represión de manifestaciones masivas, detenciones arbitrarias, torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas de opositores” (CNDH, 2023, p. 8), legitimadas por el Estado como una medida para mantener la paz y la seguridad nacional.
En el caso de Chiapas, la violencia institucional en contra de los indígenas y campesinos estuvo encaminada en el despojo violento de sus comunidades por porte de los ganaderos, que querían expandir sus tierras, con el apoyo del ejército y “guardias blancas”, ejércitos privados organizados y pagados por los terratenientes para controlar cualquier tipo de organización comunitaria. Sin olvidar las incursiones militares guatemaltecas y paramilitares (kaibiles) que entraban a las comunidades de la Selva Lacandona, buscando a guerrilleros y refugiados de Guatemala, llevándose principalmente a mujeres para violarlas y niños/jóvenes para reclutarlos en sus filas.
Sin embargo, la mirada internacional se centró en la violencia y racismo en la que sobrevivían los pueblos indígenas, hasta que el EZLN declaró la guerra al gobierno mexicano (1994). El levantamiento armado de 1994 no sólo tuvo su origen en la explotación económica del capitalismo neoliberal (TLCAN), sino en sus formas colonizadoras de pensamiento, desde las cuales lo indígena, su cultura, lengua y racionalidad han sido desplazadas, racializadas, invisibilizadas y deshumanizadas en los procesos de colonización, esclavitud y servidumbre de hombres, mujeres y niños acasillados en el “sistema de fincas”, modelo de producción de corte colonial en la Selva Lacandona (Toledo, 2002).
Durante los primeros 12 días de conflicto armado, la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) utilizó la fuerza militar y los bombardeos para contener la insurgencia, fue hasta que la inteligencia castrense advirtió la fuerza organizativa local de los zapatistas, el desconocimiento del terreno y los posibles daños ecológicos a la Selva Lacandona, considerada por las trasnacionales como territorio geoestratégico, que se optó por la guerra de baja intensidad (GBI). La doctrina contrainsurgencia fue diseñada por grupos de operaciones especiales del ejército estadounidense e israelí para controlar la disidencia interna en sus países, pero también sirvió para capacitar a diferentes gobiernos del tercer mundo en el control político de su población y aislar a los movimientos de resistencia, tal como lo han venido haciendo en el Latinoamérica. Y, por supuesto, en Cisjordania y Gaza, territorios que han funcionado como auténticos laboratorios para la industria militar y tecnológica israelí utilizados en tareas de espionaje y vigilancia (Loewestein, 2024).
El Plan de Campaña Chiapas 94 constaba de tres objetivos clave: quitar el agua al pez, es decir, aislar a la guerrilla de sus bases de apoyo, fragmentar el tejido social comunitario y formar grupos paramilitares para la autodefensa civil progrobierno (Rico, 2007). La guerra es utilizada como instrumento político y de disputa territorial. Los ataques de grupos paramilitares, los desplazamientos, sobrevuelos, detenciones y la militarización de la vida cotidiana contribuyeron a la omnipresencia del control y de la amenaza represiva, propiciando un ambiente de inseguridad permanente y generando conflictos intercomunitarios, desplazando comunidades, asesinando autoridades zapatistas y reclutando jóvenes/adolescentes para la conformación de grupos paramilitares.
En las últimas décadas, la presencia del crimen organizado, la reparamilitariazación y la incursión de la GN en las comunidades de Chiapas ha generado cerca de 20.000 desplazados, en 20 eventos diferentes, la mayoría en comunidades fronterizas con Guatemala. La triada Estado-trasnacionales-narcotráfico “debe ser comprendida dentro de un proceso más amplio de reconfiguración del Estado, en un contexto de crisis del capitalismo neoliberal” (Burguete, 2024, p. x, puesto que no sólo busca apropiarse del territorio y la administración de corredores fronterizos para el tráfico de droga, armas y redes de trata, sino transformar la cultura, las prácticas económicas y sociales de las comunidades, incidiendo en las juventudes y la política local con la compra de autoridades y altos mandos del ejército.
Colonización, colonialidad y subjetividades racializadas
El componente genocida en los procesos de neocolonización de Occidente no se contenta con acabar al grupo insurgente, sino que pretende la extinción total de su historia, cultura, resistencia y alternativa de futuro. Tal como puede analizarse en el genocidio que se lleva a cabo en la Franja de Gaza, el Estado sionista, a la vez de acabar con Hamas, busca apropiarse de todo el territorio palestino (Gaza-Cisjordania). Y culminar con el colonialismo de asentamiento iniciado en 1947-1948 durante el Nakba, proceso violento que no sólo provocaba el desplazado forzado de la población palestina por parte de los colonos israelíes, sino la deshumanización del pueblo gazatie y la limpieza étnica, con la finalidad de extraer el gas natural de sus costas en beneficio de las potencias occidentales.
Tal como lo analizó Fanón en la guerra de Argelia: “el colonialismo pelea por reforzar su dominio y su explotación humana y económica… mantener idénticas la imagen que se tiene del argelino y la imagen devaluada que el propio argelino tenía de sí mismo” (Fanon, 2012, p. 10). Los encargados de la neocolonización basan su poder en el racismo y la exclusión del otro, clasificándolos como inferiores: “la lógica de racialización que surgió en el siglo XVI, tiene dos dimensiones: la ontológica y epistémica” (Mignolo, 2007, p. 29).
La conformación del “otro” desde una epistemología imperial y territorial ha justificado la expansión colonial de occidente, el sometimiento y exterminio de los desterrados de la tierra: grandes sectores de la población americana, árabe, africana, asiática en guerras por el territorio y prácticas de esclavitud, tales como la trata de blancas o tráfico de personas por redes trasnacionales. Siendo el racismo, la deshumanización y subordinación de los pueblos prácticas cotidianas en las relaciones de poder capitalista y extractivista, en una especie de “colonización de la vida”:
Una colonialidad que cruza lo ontológico-existencial, racional, epistémico, territorial y socio-espiritual, que impone una visión singular del mundo que es el modelo civilizatorio occidental, y se funda en binarismos jerárquicos, dando superioridad al hombre -culto, racional, heterosexual y de descendencia europea- sobre la naturaleza. Al considerar los “indios”, “negros” y las mujeres, parte de o cerca de la naturaleza, como salvajes y no-racionales. (Walsh, 2007, p. 57)
En este sentido, la guerra, la conquista territorial, ontológica y epistemológica tiene sus principios en la idea de raza y la inexistencia del alma de los colonizados. En cierto sentido, se busca una internalización de las pautas históricas del colonialismo a través de la invasión cultural. Para Fanon (2001), una de las características del proceso de dominación colonialista, de clase y sexo es: “la necesidad que tiene el dominante de invadir culturalmente al dominado...es fundamental triturar la identidad cultural del dominado” (p. 38).
En Los condenados de la tierra (1983), Fanon expone claramente las dinámicas de opresión y deshumanización que caracterizan el colonialismo, en el que se construyen relaciones de poder jerárquicas y una división radical entre colonizador y colonizado: el primero es quien detenta el poder, vive en la abundancia y es considerado humano; el segundo, en cambio, es reducido a una existencia subhumana, sin derechos ni dignidad. El colonizado internaliza el desprecio del colono, lo que produce una fractura identitaria, como explica Fanon, la colonización no solo ocupa el territorio físico, sino también el alma y la mente del colonizado. El racismo penetra en la psique del oprimido, generando alienación, autonegación y dependencia cultural, puesto que su cultura es despreciada, destruida y sustituida por la cultura del opresor, impuesta como superior.
El mundo colonial es un mundo maniqueo. No le basta al colono limitar físicamente el espacio del colonizado, con ayuda de su policía y de sus gendarmes… Para ilustrar el carácter totalitario de la explotación colonial, el colono hace del colonizado una especie de quintaesencia del mal. (Fanon, 1983, p. 20)
La crueldad expresada en estos procesos hace a la persona que es cruel un anti-sujeto, puesto que no se contenta con el exterminio físico de su enemigo, sino que busca “desdibujar la historia del colonizado, desfigurarlo y aniquilarlo” (Walsh, 2006, p. 21). Por su parte, las víctimas experimentan esta violencia con un profundo sentimiento de haber sido “despreciadas, descalificadas, de no haber sido reconocidas, ni respetadas…la violencia surge porque hay una negación de las subjetividades” (Wieviorka, 2001, p. 340).
A través de la colonialidad del saber, la racionalidad moderna utilizó la biología y antropología para construir la noción de raza como una ciencia ideologizada que impone y facilita la dominación. Estos sentidos y valores suelen ser enunciados mediante dispositivos de saber-poder y prácticas institucionales, desde las que se constituyen relatos, discursos y mitos sociales que abonan a la construcción de subjetividades que terminan legitimando a la institución y sus formas jerárquicas de poder. A través de instituciones como la iglesia, familia, escuela, medios de comunicación y propaganda política, la cultura hegemónica, como analizó Fanon, refuerza los valores, sentidos y actitudes que requiere una sociedad para mantenerse sin cambios profundos en lo concerniente a las relaciones entre subalternos y clases dominantes.
El genocidio y la deshumanización del sistema mundo occidental
Tanto el pueblo palestino como el pueblo indígena zapatista llevan décadas resistiendo y reivindicando su derecho a existir. Desde el sur global, defienden su territorio y reivindican la libre determinación de sus pueblos frente al sistema mundo occidental que los racializa. Sin embargo,
Sólo se mira el sufrimiento de estas regiones del mundo cuando los pueblos oprimidos pasan de la resistencia pasiva, a una resistencia activa, tal como ocurrió durante el Levantamiento armado en Chiapas que inicio 1994 o las tres Intifadas (despertar a sobresaltos) en Cisjordania y la Franja de Gaza en 1987, 2000 y 2017. (Rico, 2024, p. 278)
La creación del Estado de Israel en 1948 y el asentamiento de los colonos israelíes en palestina dio inicio al proyecto sionista durante el nakba (catástrofe) palabra utilizada por los palestinos para referirse al desplazamiento forzado de sus territorios, el asesinato de civiles y la opresión/dominación cultural, política y económica del pueblo palestino a manos de la potencia ocupante. Entre las acciones ejecutadas por los colonos y soldados sionistas documentadas por Marzouka (2004) para consumar la colonización, destacan:
Pérdida permanente de libertad (obligados a vivir en guetos), Humillaciones diarias (de niños, mujeres y hombres en sus hogares), Lesiones por francotiradores (a menores y adultos), Detenciones arbitrarias, Uso de gas lacrimógeno en recorridos nocturnos, Palizas, Demoliciones de casas, Asesinatos, Bombardeos, Ataques de grupos de Colonos (paramilitares o civiles armados), Estrangulamiento de la economía, Ocupación de tierras agrícolas, recursos hídricos y quema de olivares y árboles frutales ubicados en tierras y hogares palestinos. (como se cita en Rico, 2024, p.10 )
Tal como lo analiza Ramos (2021), el Estado sionista realiza un colonialismo de asentamiento el cual conlleva la limpieza étnica a través de bombardeos indiscriminados a poblaciones civiles, el desplazamiento forzado y el hambre. La devastación de ciudades, hospitales, escuelas e infraestructura de la Franja de Gaza va encaminada en transformar esta tierra fértil y plena de historia en un lugar inhabitable, para reconstruir sobre ella, y la sangre de los palestinos, el anhelado Estado de Israel con la implementación de proyectos neoliberales que permitan la extracción del gas natural, además de atraer el turismo internacional con la edificación de la Riviera de Oriente Medio.[1]
A pesar de décadas de asesinatos y apartheid, el sufrimiento del pueblo palestino obtuvo presencia en los medios de comunicación internacional hasta el 7 de octubre del 2023, con el ataque de Hamas a los asentamientos de colonos israelíes, suceso que fue ampliamente televisado, pero sin ningún tipo de análisis crítico, histórico o al menos contextual del conflicto. Este “acto terrorista” o de “resistencia palestina” dio legitimidad al castigo colectivo del pueblo gazatie bajo la premisa de la legítima defensa. (Rico, 2024, p. 281)
Bajo esta lógica colonizadora, cobra sentido que el siguiente paso para culminar con la colonización de asentamiento iniciada por el Estado sionista desde su creación en 1948, sea la tierra arrasada y el genocidio del pueblo palestino en la Franja de Gaza y posteriormente en Cisjordania… Por cerca de 22 meses, el Estado sionista ha desplazado de un lado a otro a cerca de 2.200.000 habitantes de la Franja de Gaza, asesinado a 60.000 personas (según cifras oficiales, casi la mitad, menores de 18 años), bombardeando casas, mezquitas, hospitales y campamentos de refugiados. Tal como lo ha analizado Marzouka (2004), “los bombardeos constantes constituyen castigos colectivos, como tácticas de control poblacional especialmente dirigidos en aquellos lugares y situaciones de mayor densidad de población nativa palestina, con el objetivo de producir mayor cantidad de exterminio sistemático y limpieza étnica” (p. 14). Además de la militarización, las detenciones, asesinatos con francotiradores, las torturas a niños, mujeres y hombres, el Estado israelí le ha quitado el agua al pueblo palestino, además de mantenerlo cercado sin acceso a ayuda humanitaria y, en los tres últimos meses del 2025, ha utilizado la hambruna como arma de guerra, siendo los niños y bebés las principales víctimas.
Frente al silencio cómplice de la gran mayoría de países del norte global y el apoyo logístico y armamentista de Estados Unidos, algunos países latinoamericanos y árabes, así como China y Rusia, han exigido el alto al fuego sin conseguirlo. El 11 de enero 2024, Sudáfrica interpuso una acusación por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Según la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, se entiende por genocidio “cualquiera suceso perpetuado con la intención de destruir, total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso y que puede recurrir a cualquiera de los siguientes actos” (ONU, 1948, art. 2):
a) Matanza de miembros del grupo: actualmente el Estado Israel ha asesinado en la Franja de Gaza a cerca de 40, 000 palestinos.[2]
b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; además del asesinato de mujeres y niños por el simple hecho de ser palestinos, se debe considerar el control israelí de la población gazatí previa y durante la ocupación, sin contar con corredores humanitarios seguros, situación que permite comprender el nivel de estrés, angustia miedo y dolor en el que sobrevive esta población, mirando morir a niños bajo los escombros y cientos de niños sobrevivientes, quienes además de quedar en la orfandad están siendo mutilados y sin atención médica.
c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; el acto de cerrar las fronteras por parte de Estado de Israel para que no haya acceso de ayuda humanitaria, el limitarles el agua y la luz. Los continuos bombardeos están alcanzando a civiles, hospitales, campos de refugiados, mezquitas, iglesias e instalaciones de la ONU, incluidos los refugios de Rafah.
d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; las mujeres embarazadas y los niños prematuros no sólo han tenido que ser desplazados buscando corredores seguros, sino que han tenido que ser desalojados de los hospitales cuando hay alerta de bombardeos.
e) Traslado por fuerza de niños del grupo a otro grupo. Cada uno de estos actos han sido ejecutados por Netanyahu y su ejército con el apoyo de Estados Unidos, ante el silencio cómplice de la gran mayoría de los gobiernos del mundo, no así de las poblaciones, principalmente los estudiantes universitarios, que se han volcado a las calles exigiendo el cese al fuego y el fin del genocidio. (Rico, 2024, p. 281)
Aunque diversos organismos internacionales han documentado el genocidio, desde octubre del 2023, y exigido a Israel que pare con el asedio, la UNICEF sigue reportando periódicamente la muerte de niños, niñas y bebés a causa de la política de hambruna, el castigo colectivo y otras consecuencias propias de la guerra.
Desde que se interrumpió el alto al fuego (marzo 2025) y reanudaron los bombardeos y operaciones terrestres en la Franja de Gaza al menos 322 niños y niñas han muerto y 609 han resultado heridos, lo que representa un promedio diario de 100 niños, muertos o mutilados en los últimos 10 días, la mayoría de ellos estaban desplazados o eran refugiados en tiendas de campaña improvisados. (UNICEF, 2025, s/n)
Sin embargo, aún en medio de la colonización de asentamiento, los bombardeos, ataques con francotiradores e incursiones nocturnas en Cisjordania, el otro bastión de la resistencia palestina en Israel, Leilha Khaled, luchadora palestina de 80 años, pide al mundo que no se les vea como
Las víctimas perfectas, los desplazados necesitados de ayuda humanitaria, sino que se les reconozca su resistencia y lucha y causa palestina se distingue por su justicia y su fundamento ético… las manifestaciones son importantes, es la expresión del pueblo sobre sus sueños y esperanzas de libertad. (Zamarrón, 2025, s/n)
Motivo por el que siguen sembrando sus olivares, celebrando prácticas culturales y religiosas con sus familias comunidades e impulsando procesos organizativos, políticos, artísticos y educativos de resistencia y rebeldía (Qumsiyeh, 2011).
A pesar de los 169 periodistas asesinados por el régimen sionista, los y las jóvenes palestinas siguen denunciando en sus redes las atrocidades, difundiendo su cultura y lucha por su derecho a existir como pueblo, globalizando la dignidad antes, durante y aún después de la devastación del territorio de Gaza. Niños, niñas y adolescentes palestinos no sólo están muriendo de hambre, sino que participan en el rescate de sobrevivientes bajo los escombros, colaboran con sus padres en las tareas de subsistencia, son cuidadores de sus hermanitos, padres y abuelos heridos y arriesgan la vida buscando agua y alimentos en los sitios de “ayuda humanitaria” administrada por los soldados israelíes.
La resistencia-rebelde palestina no sólo crece en los espacios locales como única forma para sobrevivir, sino que se multiplica en todos los rincones del planeta donde exista un espacio dispuesto a albergar la dignidad de los pueblos que sufren, pero que, a la vez, son ejemplos de lucha y de fe en la humanidad. Cada vez son más los que se organizan en las universidades y plazas públicas para exigir un alto al fuego, romper el cerco marítimo para llevar ayuda humanitaria, a pesar de la represión sionista local en sus países, pero, sobre todo, porque ya no se puede ignorar la barbarie ni dejar de luchar, todos, por una ¡Palestina libre!
Emancipación revolucionaria en territorio zapatista
Los análisis críticos de Fanon, como se ha revisado en la primera parte de este artículo, permiten acercarse a los diferentes procesos de neocolonización de Occidente, los cuales pueden ser sumamente violentos y explícitos, como es el caso de Gaza, donde incluso la política de hambruna es utilizada como arma de guerra. Pero hay otros, en los que se usan formas más sutiles, culturales e históricamente legitimadas, como es el caso de los colonialismos internos de los países latinoamericanos, en los que las poblaciones originarias o las diásporas africanas han sido racializadas, oprimidas y excluidas desde las colonias españolas, portuguesas, francesas e inglesas.
Sin embargo, el enfoque revolucionario de Fanon también permite analizar la otra cara de la colonización, es decir, la descolonización, así como la dualidad en estos procesos: violencia-resistencia, alineación-liberación, opresión-emancipación. La emancipación, a decir de Fanon, sólo puede venir de la acción política de los condenados de la tierra (1983), por lo tanto, de la toma de conciencia de su historicidad, su autorreconocimiento como seres libres y de su práctica revolucionaria.
La desalienación es un momento de la liberación, pero se necesita de la revolución para consumarla. La digresión es pertinente porque permite decir que la liberación del ser humano implica la transformación del orden social imperante. Es decir, tienen que ser superadas la opresión y la violencia para que el ser humano se manifieste sin más. (Solano, 2024, p. 2)
En este sentido, Frantz Fanon piensa la liberación como acción, en tanto que repercute en la subjetividad/cuerpo del colonizado, como en las estructuras de dominación política, social, cultural y militar del dominador. La liberación, entonces, no puede ser reformista, sino revolucionaria, puesto que se propone cambiar el orden del mundo, transformar de raíz las condiciones, posibilidades de vida y de futuro. “La impugnación del mundo colonial por el colonizado no es una confrontación racional de los puntos de vista. No es un discurso sobre lo universal, sino la afirmación desenfrenada de una originalidad formulada como absoluta” (Fanon, 1983, p. 20).
La descolonización, desafortunadamente, no puede ser un sacudimiento natural o un entendimiento amigable entre colonizador-colonizado, sino que implica una confrontación. Para comprender desde la praxis el enfoque liberador de Franz Fanon, se optó por revisar, en este artículo, la lucha armada-política-educativa zapatista de Chiapas, la cual se ha seguido desde 1995, participando en proyectos de derechos humanos y acompañamiento a la niñez en conflicto armado (1997-2001), realizando proyectos de autogestión e investigación participantes con comunidades zapatistas de la Selva y los Altos de Chiapas y participando como formadora de promotores de educación autónoma.
Pedagogía de la memoria: reescribir la historia como ejercicio descolonizador
El pasado colonial mexicano y la posterior colonialidad del poder, saber y del ser, que dieron sustento a la historia oficial de México y a la desindianización e integración de los hablantes de lengua indígena a la nación mestiza mexicana, sigue marcado, sin duda, la relación de desigualdad, racismo y exclusión del Estado con los más de 69 pueblos originarios de nuestro país. En las últimas décadas, ante la devastación de los recursos naturales por el sistema mundo occidental y el consecuente cambio climático, los territorios indígenas y rurales están siendo objeto de procesos de recolonización, violencia e inseguridad, así como del despojo de la memoria colectiva, saberes ancestrales y bienes comunes naturales-culturales por parte del capital internacional a través de políticas de contrainsurgencia, proyectos extractivistas, militarización, utilización de células del narcotráfico y guerra.
Frente a la neocolonización, los pueblos indígenas no sólo resistieron a la colonización española, el pensamiento liberal de la Ilustración y, finalmente, por el sistema neoliberal enarbolado por Estados Unidos, sino que optaron por la ofensiva, tal como ocurrió con la declaración de guerra del EZLN (1994) a decir de Fanon, un proceso descolonizador, no puede ser pacífico, “el objetivo del colonizado que lucha es provocar el final de la dominación, pero igualmente debe velar por la liquidación de todas las mentiras introducidas en su cuerpo por la opresión” (Fanon, 1983, p. 158).
Antes del levantamiento armado, no se hablaba de la pobreza, marginación y desnutrición de tercer grado por la que morían los niños y niñas tseltales, tsotsiles, choles y tojolabales, fue hasta el YA BASTA zapatista, cuando la mirada nacional e internacional se centró en la violencia y exclusión en la que sobrevivían estos pueblos. Los y las zapatistas, al levantarse en armas, se descolocaron de esta posición, abriendo un espacio de interpelación para los demás pueblos indígenas y no indígenas, mexicanos e internacionales, quienes se solidarizaron con el movimiento, se manifestaron para detener la guerra en 1994 y, hasta el día de hoy, siguen acompañando el proceso autonómico rebelde.
La estrategia de contrainsurgencia, denominada Plan Campaña Chiapas 1994, además de contener al EZLN y a las bases de apoyo zapatista a través de la militarización y paramilitarización, buscaba continuar con el proceso colonizador neoliberal, con la apropiación de recursos naturales y energéticos por parte de las Trasnacionales, las políticas de olvido y estigmatización de la cultura indígena rebelde, su historia, saberes y conocimientos ancestrales. En cierto sentido, se buscaba la internalización de la opresión y subordinación, “una premisa del proceso colonialista es invadir culturalmente al dominado, triturar su identidad” tal como lo analizó Fanon (2001, p. 38).
Los valores de la cultura dominante suelen ser enunciados mediante dispositivos de saber-poder y prácticas institucionales, “el colonialismo no se contenta con apretar al pueblo entre sus redes… Por una especie de perversión de la lógica se orienta hacía el pasado, lo distorsiona, lo desfigura, lo aniquila. Desdibuja la historia” (Walsh, 2006, p. 21). En el caso de la contrainsurgencia en Chiapas, no sólo quiere destruir la memoria histórica de/sobre el zapatismo, sino la posibilidad de futuro, haciendo uso de estrategias encaminadas a suprimir a las siguientes generaciones rebeldes (Rico, 2007), tales como el reclutamiento forzado de niños/adolescentes y los ataques a las comunidades. En la masacre ocurrida en Acteal, Chiapas (1997), la consigna de los paramilitares mientras atacaban a la comunidad de Las Abejas era: “¡Vamos a acabar con la semilla!” y asesinaron a 19 mujeres, 14 niñas, 4 niños, 8 hombres y 4 “no nacidos”, arrancados de los vientres de sus madres. En este sentido, cabe recurrir a la metáfora del vientre materno como forjadora de la patria y, en algunos casos, de la rebeldía, por lo que la maternidad ha sido utilizada simbólicamente como una forma de aterrorizar y contener la organización de las comunidades (Olivera, 2014). Sin embargo, a pesar de los procesos de colonización, la guerra (1994) y la contrainsurgencia, los y las zapatistas no sólo han resistido por más de 30 años, sino sobrevivido y fortalecido su proceso autonómico, transformando la violencia en esperanza.
Historización y memoria colectiva para la resistencia-rebelde
La historicidad, más que una revisión del pasado, involucra una construcción de conocimiento para la comprensión del presente y como proyecto a futuro (Zemelman, 2011):
El acto de traer a la memoria y reescribir la historia desde un ejercicio de recordar lo olvidado y borrado por el discurso oficial no sólo evoca, sino que resignifica el relato de quienes fueron relegados durante siglos, resignificándose a sí mismos como sujetos históricos y políticos, hacedores de la historia. …Este proceso, convierte la recuperación del pasado en un acto de acción política. (Medina Melgarejo, 2013, p. 25)
La memoria, al ser lugar de condensación y de horizontes posibles, debe pensarse como espacio de acción que construye sujetos/subjetividades en movimiento al ser al mismo tiempo producida y producente, como explica Solano (2024):
Los oprimidos en los que piensa Fanon son los colonizados, quienes han sido violentados y reducidos a la nada, en tanto se les animaliza y aliena. Sin embargo, a pesar de la pulverización de su ser, recurren a la acción y, a partir de ella, impugnan el estado de cosas. (p. 10)
El sujeto, al reescribir su historia, abandona su condición de subalterno para situarse como antagonista de su opresor, desde la reelaboración de su relato o práctica histórica construye otra forma de hacer política (Zibechi, 2006), resignificándose a sí mismo.
La liberación, según Franz Fanon, se logra a través del combate, ya que es imposible conseguir la pacificación y el respeto sin inmiscuirse en el conflicto de la opresión. Así pues, unos van a combatir con las armas y otros con la razón, pues no se debe olvidar que el colono sitúa en la nada al colonizado, en tanto que lo aliena y animaliza. En este sentido, es prioritario desalinear la psique y transformar la denominación hacia el colonizado y su mundo. (Solano, 2024, p.11)
Aunque en un sujeto se condensan las prácticas y relaciones de colonización y violencia política, en estas dinámicas, también se abren grietas, se construyen resistencias y autonomías. Los y las zapatistas, antes de reconfigurar su modelo de autonomía política, se descolocaron del lugar histórico que les habían asignado; dejaron de ser los desterrados de la tierra para convertirse en los antagonistas de quienes los oprimían.
A este proceso de historización descolonizadora zapatista, se le nombra, en este trabajo, resistencia-rebelde, puesto que los y las zapatistas no sólo aguantan, sino que construyen alternativas posibles frente al poder. La movilización social transforma la resiliencia individual adaptativa en una resistencia colectiva “activa y constructiva, configurada históricamente, a través de décadas de experimentar el racismo, la violencia y la colonialidad, pero también, reconfigurada a través del aprendizaje colectivo en las escuelas autónomas” (Rico, 2018, p. 235) y la práctica revolucionaria.
La resistencia-rebelde se ubica en el campo de la confrontación militar, pero sobre todo en la lucha político-ideológica por controlar los términos sobre los cuales el mundo es ordenado y legitimado, a decir de Scott (2000), para colectivizar la resistencia, es necesario elaborar una subcultura de subalternidad, expresada en conciencia de clase compartida e ideología subalterna contrahegemónica. Sin embargo, a diferencia de Scott, quien veía a la resistencia como un asunto comunicativo entre los oprimidos, no siempre politizado, la resistencia-rebelde zapatista es un proceso histórico y educativo de aprendizaje colectivo, que ha permitido a milicianos y bases de apoyo zapatistas descolonizarse, configurando un posicionamiento político, sociocultural, ético y decolonial frente al sistema neoliberal.
La resistencia-rebelde, con su componente educativo y de historización, articula una serie de estrategias que se expresan no sólo en el campo político, sino en el subjetivo, en la cultura, identidad, memoria colectiva y vida cotidiana:
1. Resistencia Cultural: rescatando a través de la educación autónoma su lengua, cultura, prácticas culturales, sus fiestas y tradiciones y reconfigurándolas a través de los valores rebeldes. 2.Resistencia Política: ha sido negociar con el Gobierno federal, sin rendirse ni venderse, buscando legalmente el reconocimiento de los derechos colectivos, el respeto a su cultura, realizando iniciativas políticas dentro y fuera de Chiapas que dan apoyos y legitimidad a su movimiento. 3.Resistencia Económica: quizá ha resultado ser la más complicada, si consideramos que la base económica de los pueblos indígenas es la producción y venta de sus productos agropecuarios y artesanales, resulta contradictorio para sus planteamientos ideológicos tener que insertarse en un mercado global que los subsume. 4. Resistencia Social: Los y las zapatistas realizan sus propios proyectos de salud y productivos autónomos, que permiten solucionar ciertas demandas básicas de las comunidades, sin aceptar ningún proyecto oficial de corte asistencialista, ni dinero que los lleve a la dependencia con el Estado que no los ha reconocido. (Rico, 2018, p. 22)
A diferencia de la idea positivista sobre el desarrollo lineal y la utilización indiscriminada de los recursos naturales, el lekil kux lejal (buen vivir en tseltal) es un posicionamiento indígena que, en sí mismo, implica una descolonización de occidente, puesto que implica la integración armónica con la naturaleza, la madre tierra, además de ser un sustento de vida para los y las zapatistas, es el soporte de su autonomía territorial, productiva, política, material y simbólica.
Siguiendo a Freire (2003), la emancipación no es una utopía, sino la realidad que es esperanza de sí misma, “alcanzar la emancipación humana presupone la asunción de una consciencia crítica, de carácter histórico y la conformación de sujetos histórico-políticos” (Barbosa, 2016, p. 49).
El ser humano oprimido no busca libertad, igualdad y fraternidad, sino liberación en tanto que sabe lo imposible que es afirmarse en la historia a partir de los ideales de la Weltanschauung dominante. La liberación cimbra los fundamentos de la cultura, es un acto político inesperado, más no espontaneo y sin propósito, pues su objetivo es finiquitar la opresión (Solano, 2024, p. 12).
Sin embargo, no hay que olvidar que “toda experiencia de emancipación se construye en contra de una matriz todavía existente, en tanto que, el proceso implica una superación paulatina de las relaciones de dominación” (Modonesi, 2010, p. 168), que para el caso zapatista es la colonización y la contrainsurgencia. Motivo por el que la subjetividad autónoma emerge tanto de “la subalternidad, como experiencia de subordinación, como del antagonismo como experiencia de insubordinación poder sobre y poder hacer” (Modonesi, 2010, p. 158). Es así, que la educación zapatista como proceso político pedagógico, además de fortalecer al movimiento y su autonomía, contribuye a la formación de sujetos políticos, el ser zapatista, como proceso de descolonización ontológica:
Es un acto reflexivo que implica una toma de conciencia, sentido de pertenencia al movimiento y asumir una posición política antagónica frente al sistema y cultura hegemónica. Aunque se puede hablar de una identidad política zapatista construida en torno un mismo proyecto de desarrollo, claramente diferenciada de otras identidades políticas que se gestan en la Selva Lacandona; al interior del movimiento insurgente hay una serie de subjetividades étnicas, religiosas, de género y generacionales que interactúan entre sí y se reconfiguran a través de saberes compartidos y experiencias personales. (Rico, 2018, p. 299)
Subjetividades rebeldes, formar hombres y mujeres verdaderas
A diferencia de la educación oficial mexicana en la que se apuesta por la cultura nacional, el uso del español y se busca la asimilación de la niñez indígena, su lengua, cultura, tradiciones, identidad y su ser campesino como requisito para poder acceder al mercado laboral interno o la migración[3]. Movimientos indígenas, como el zapatista, construyen proyectos de educación autónoma, puesto que ven en la educación de niños/as y jóvenes de sus comunidades un espacio de reivindicación de su cultura y memoria colectiva, además de representar un espacio descolonizador del pensamiento hegemónico, que, desde tiempos coloniales, los ha caracterizado como atrasados, ignorantes y faltos de conciencia.
La educación zapatista, como propuesta epistémica, no sólo busca elaborar conceptos teóricos para definir su proceso productivo y político, sino nombrarlos desde su lengua y cosmovisión:
Transitar por el proceso de la colonización y colonialidad del poder, ser y saber, experimentadas por los jmetatik (abuelitos) mayas en las fincas cafetaleras a la organización clandestina de un ejército de autodefensa que declaró la guerra al gobierno federal mexicano en 1994, y posteriormente, buscar la transformación de una lucha armada y jerárquica, por una lucha política-horizontal para el mandar obedeciendo en Municipios autónomos y Juntas de Buen Gobierno forzosamente implicó un cambio en las subjetividades del ser niño, niña, mujer y hombre zapatista que se articulan en estos procesos. (Rico, 2018, p. 393)
La organización y la construcción de autonomía, además de ser espacios de quehacer político contrahegemónico, se expresa en procesos pedagógicos, experiencias educativas y de vida:
Un mundo sin opresión requiere, al entender de Fanon, a un ser humano rehabilitado, lo cual es dable a partir de la crítica y la revolución. Sin embargo, la tabula rasa es imposible, ya que los comienzos a partir de la nada son prácticamente míticos. Por tanto, Fanon no alude a ellos en tanto que considera importante la politización del oprimido. (Solano, 2024, p. 11)
Aunque no es posible partir de una tabula rasa, la formación y praxis política de los insurgentes, milicianos y familias zapatistas por más de 30 años ha configurado subjetividades resilientes y rebeldes frente a la colonización. Tal como lo hicieron sus madres, padres y abuelos/as, los pequeños zapatistas recrean la memoria colectiva-histórica y las enseñanzas de sus mayores a través de la educación autónoma, sus juegos, sueños, reflexiones e imaginarios, configurando su identidad desde una memoria intergeneracional, es decir, lo experimentado por ellos y lo transmitido por sus antecesores.
El conocimiento de las bases zapatistas con respecto a la contrainsurgencia, la violencia y la colonización de la que han sido objeto, así como su compromiso político, les ha permitido construir territorios físicos y simbólicos en los que la pedagogía de la memoria/resistencia tienen dos propósitos: 1. la formación de las nuevas generaciones de niños/as y jóvenes zapatistas reforzando su sentido de pertenencia e identidad; 2. el fortalecimiento del proyecto autonómico rebelde frente a la violencia política del Estado. En estos espacios zapatistas, se expresan prácticas socioculturales, decoloniales y relaciones sociales que hacen posible el aprendizaje y la producción de vida sin reproducir el sistema neoliberal.
A decir de Zibecchi (2006), en los territorios en resistencia, las relaciones personales forman parte del clima emancipatorio que propicia la construcción del mundo nuevo. Haciendo uso de la política prefigurativa, a través de la cual se resignifican instituciones locales comunitarias, municipales y regionales, así como formas alternativas de quehacer político, con base en prácticas asamblearias, sistemas normativos, leyes revolucionarias y compromisos, aceptados por los zapatistas y no zapatistas cuando los ocupan, como la prohibición del alcohol y el uso de drogas.
La pedagogía de la liberación autónoma zapatista se constituye en al menos en tres tipos de prácticas: las prácticas socioeducativas indígenas, las prácticas de resistencia-rebelde frente a la contrainsurgencia y las prácticas políticas pedagógicas rebeldes (Rico, 2018). Las prácticas socioeducativas indígenas buscan revitalizar la educación comunitaria, la lengua y la pedagogía indígena tradicional en la crianza y socialización de las niñeces indígenas. Que, a raíz del movimiento y la organización, se revisaron y reconfiguraron para hacerlas más equitativas y horizontales, tales como la relación con la “Madre Tierra”, la reciprocidad, la toma de decisiones por consenso y la función de la familia para la reproducción social y cultural.
El papel de la familia en estos movimientos encarna nuevas relaciones sociales: la relación público-privada, las nuevas formas que adquieren las nuevas familias, la creación de una producción del espacio doméstico que no es ni público ni privado sino algo nuevo que abarca ambos, la producción y re-vida. (Zibechi, 2006, p. 47)
Los lazos familiares, con su componente socioafectivo, han fortalecido y sostenido al movimiento rebelde desde su fundación (1983), cuando empezó a conformarse el EZLN, fue en el entorno familiar donde se decidió quién iba a la montaña a entrenarse para ser guerrillero. Principalmente, los padres, hijos e hijas mayores se incorporaron a las milicias, y el resto de su familia se convirtió en la “base de apoyo” desde la comunidad (Rico, 2018). En este sentido, se puede hablar de la socialización política al interior de las familias, así como la creación de vínculos y formas comunitarias de participación.
La organización política y militar zapatista está constituida mayoritariamente por familias nucleares y extensas, situación ha fortalecido el proceso autonómico local a través de los lazos familiares y las relaciones socioafectivas, sin embargo, también ha representado una de las principales debilidades del movimiento, puesto que para la inteligencia militar genocida, ve en las familias zapatistas un objetivo estratégico para mantener el control de la población a la vez de cumplir con la táctica de “quitar el agua al pez”, es decir aislar al EZLN de sus bases de apoyo, socavando la economía indígena y erosionando el tejido social comunitario a través de la militarización, paramilitarización y desplazamiento forzado de cientos de comunidades.
Ante este contexto de polarización política y militar, las familias militantes comienzan a construir prácticas de resistencia-rebelde política, educativa, cultural e identitaria frente la guerra a través de su memoria colectiva, cosmovisión y respuestas comunitarias ante la violencia experimentada, “la comprensión del contexto global en el que se produce la violencia política permite a las personas realizar un proceso de elaboración y otorgar sentido a la experiencia traumática y a nivel colectivo movilizar nuevas formas de afrontamiento” (Antillón, 2012, p. 305).
El concepto curativo de la sociedad indígena que se asienta, en la familia nuclear y extensa y en una tupida red de relaciones sociales de reciprocidad (Zibechi, 2006), conforma una especie de comunidad afectiva y política. La idea de tramas narrativas morales y políticas del “nosotros” no refiere sólo una idea de lo universal, sino de nuestra condición de fragilidad y fortuna humana en la vida comunitaria (Ricoeur, 2008). La configuración de un “nosotros” o de una vida con y para los otros permite construir prácticas de resistencia colectiva porque implica preocupación por los demás. La posibilidad de reunirse, sobrevivir y organizarse para hacer acciones frente a la guerra de exterminio es, en sí misma, una forma de resistirse a la muerte, de saberse vivos y ser sujetos políticos que asumen responsabilidades y transforman su realidad en términos de igualdad y dignidad.
A diferencia de las prácticas de resistencia y socioeducativas, existen las prácticas políticas pedagógicas rebeldes, las cuales no sólo buscan contrarrestar el contexto de guerra o revitalizar los procesos comunitarios, sino que son aquellas en las que se despliega el poder de los militantes para reconfigurar los saberes destruidos por el neoliberalismo, los procesos de descolonización del pensamiento y la transformación de injusticias deshumanizadoras desde sus propias epistemologías (Rico, 2018).
La toma de conciencia, el reconocimiento de su deshumanización es la única vía posible para la humanización… No basta con reconocer que la descolonización es creación de hombres nuevos, no es posible si la cosa colonizada no se convierte en hombre en el proceso de liberación. (Fernández, 2010, p. 3)
Las niñeces zapatistas, formados en la educación autónoma zapatista, no pueden ser vistos como los abuelitos indígenas colonizados de las fincas de mediados del siglo XX, ni como sus madres y padres que se levantaron en armas en 1994, sino como una nueva generación de niñas, niños y adolescentes rebeldes y descolonizados, quienes no sólo conocen sus derechos, sino que pueden representar a su pueblo desde los 12 años como promotores de derechos humanos, comunicación comunitaria, salud, agroecología y educación autónoma, si son nombrados en asamblea. Niñas, niños y adolescentes que defienden su territorio y participan políticamente en proyectos de desarrollo anti-sistémicos, aún en medio del asedio de narco-paramilitares y el desplazamiento forzado de sus comunidades.
A manera de reflexión
El análisis crítico de Franz Fanon en torno al proceso de neocolonización y deshumanización imperialista permite comprender el motivo de la intensificación de conflictos y guerras por la ocupación de territorios y pueblos donde los cuerpos de niños, niñas y jóvenes son sacrificables en nombre del poder, la explotación y extracción de recursos naturales y energéticos, llegando a niveles extremos de deshumanización. De igual forma, el análisis fanoniano sirve para revisar la descolonización revolucionaria, la resistencia, la rebeldía y la capacidad del ser humano de reconstruirse, enfrentar a la muerte con dignidad y con todos los recursos a su alcance para defender su derecho a existir. Que su cultura florezca en medio de los bombardeos o la ocupación militar, pero sobre todo que los niños y niñas palestinos, zapatistas, mapuches, aymaras, mayas, sierraleoneses y sudaneses logren sobrevivir para contarnos su historia y enseñarnos cómo les gustaría que fuera su mundo.
Si uno de los objetivos de la colonización es “deshumanizar al enemigo”, arrancarles la posibilidad de pensar, soñar y decidir. La organización y la resistencia zapatista como actos de dignidad configuran espacios de esperanza, aunque sea tomándose de las manos para formar cinturones alrededor de los campamentos de desplazados y detener con su cuerpo el avance del Ejército, los paramilitares y el narco, o como ocurre con las familias palestinas en Gaza y Cisjordania, interpelando a colonos armados, y enfrentando a soldados y tanques con palos y piedras. (Rico, 2024, p. 284)
La toma de conciencia, la dignidad y la lucha política de los pueblos que resisten a la colonización, aunque sea en desventaja, hace recordar que todo ser humano merece ser libre. Los pueblos originarios, americanos, árabes, africanos, asiáticos ocupados, no sólo resisten con firmeza (sumud en árabe), sino que irrumpen ante el sistema neoliberal con sus propuestas político-pedagógicas descolonizadoras, que más que ser una defensa ante la opresión implica una resistencia-rebelde colectiva, histórica, de construcción creativa y profundamente humana. Para el sistema mundo capitalista-colonial “ser blanco es equivalente a ser humano, ser afortunado de la tierra, el negro, colonizado subjetivamente, quiere y desea ser blanco para poder ser humano, mientras el blanco quiere esclavizar a los no blancos para sentirse ser humanamente superior” (Fanon, 2001, p. 262).
El desafío de analizar la historia del pasado reciente, sobre todo si hablamos de guerra, contrainsurgencia y genocidios, es visibilizar el dolor de los desterrados de la tierra y contribuir a la comprensión de nuevas lecturas de la historia, no basta con reencontrarse con el pasado, sino descubrir cómo cobra vida en el presente, y si es posible, encontrar esperanzas en el futuro. Desde nuestra perspectiva, la pedagogía de la memoria no debería de contener solo las ignominias y las voces de los vencidos, sino las historias de resistencia: las luchas cotidianas y subjetividades resilientes de hombres, mujeres y niñas/os que, en medio de la violencia, no aceptan la muerte, ni la destrucción de los otros, sino que apuestan por la vida, la emancipación de los pueblos y, con esto, su propia liberación como seres humanos.
Quarentena IX, collagraph. Marta Arangoa.
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Notas
[1]"No quiero ser un gracioso ni un listillo, pero la Riviera de Oriente Medio... Esto podría ser maravilloso", declaró Trump en la rueda de prensa celebrada junto a Netanyahu https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/el-plan-de-trump-y-netanyahu-para-convertir-gaza-en-la-riviera-de-oriente-medio/ .
[2] A 22 meses las cifras oficiales hablan de 60,000 muertos, sin contar los que están bajo los escombros y los que mueren diariamente de hambre o son asesinados en los centros de ayuda humanitaria administradas por Israel y EEUU.
[3] Proceso equiparado con lo que Frantz Fanon analizó en Piel negra, máscaras blancas (2009) con la población argelina colonizado que aspiraba a ser reconocido como francesa.