http://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2018-220301
EDITORIAL
Maria Graciela Di Franco
Aún resuenan estas palabras de los estudiantes
reformistas. Hoy trabajamos y
reclamamos por ese proyecto educativo
inconcluso Compartimos en esta Editorial
la Declaración III Conferencia Regional de
Educación Superior para América Latina y el
Caribe del 14 de junio en Córdoba, Argentina,
a 100 años de la Reforma Universitaria.
“Mujeres y hombres de nuestra América,
los vertiginosos cambios que se producen en
la región y en el mundo en crisis nos convocan
a luchar por un cambio radical por una
sociedad más justa, democrática, igualitaria y
sustentable”.
Hace un siglo, los estudiantes reformistas
proclamaron que “los dolores que nos quedan
son las libertades que nos faltan” y no podemos
olvidarlo, porque aún quedan y son muchos,
porque aún no se apagan en la región la
pobreza, la desigualdad, la marginación, la injusticia
y la violencia social.
Los universitarios de hoy, como los de hace
un siglo, nos pronunciamos a favor de la ciencia
desde el humanismo y la tecnología con
justicia, por el bien común y los derechos para
todas y todos.
La III Conferencia Regional de Educación
Superior de América Latina y el Caribe refrenda
los acuerdos alcanzados en las Declaraciones
de la Reunión de la Habana (Cuba)
de 1996, la Conferencia Mundial de Educación
Superior de París (Francia) de 1998 y de la
Conferencia Regional de Educación Superior
celebrada en Cartagena de Indias (Colombia)
en 2008 y reafirma el postulado de la Educación
Superior como un bien público social, un
derecho humano y universal, y un deber de los
Estados. Estos principios se fundan en la convicción
profunda de que el acceso, el uso y la
democratización del conocimiento es un bien
social, colectivo y estratégico, esencial para poder
garantizar los derechos humanos básicos e
imprescindibles para el buen vivir de nuestros
pueblos, la construcción de una ciudadanía
plena, la emancipación social y la integración
regional solidaria latinoamericana y caribeña.
Reivindicamos la autonomía que permite a
la universidad ejercer su papel crítico y propositivo
frente a la sociedad sin que existan
límites impuestos por los gobiernos de turno,
creencias religiosas, el mercado o intereses
particulares. La defensa de la autonomía universitaria
es una responsabilidad ineludible
y de gran actualidad en América Latina y el
Caribe y es, al mismo tiempo, una defensa del
compromiso social de la universidad.
La educación, la ciencia, la tecnología y las
artes deben ser así un medio para la libertad y
la igualdad, garantizándolas sin distinción social,
de género, etnia, religión ni edad.
Pensar que las tecnologías y las ciencias
resolverán los problemas acuciantes de la humanidad es importante pero no suficiente. El
diálogo de saberes para ser universal ha de ser
plural e igualitario, para posibilitar el diálogo
de las culturas.
Las diferencias económicas, tecnológicas
y sociales entre el norte y el sur, y las brechas
internas entre los Estados no han desaparecido
sino que han aumentado. El sistema internacional
promueve el libre intercambio de mercancías,
pero aplica excluyentes regulaciones
migratorias. La alta migración de la población
latinoamericana y caribeña muestra otra cara
de la falta de oportunidades y la desigualdad
que afecta, sobre todo, a las poblaciones más
jóvenes. La desigualdad de género se manifiesta
en la brecha salarial, la discriminación en el
mercado laboral y en el acceso a cargos de decisión
en el Estado o en las empresas. Las mujeres
de poblaciones originarias y afrodescendientes
son las que muestran los peores indicadores de
pobreza y marginación. La ciencia, las artes y
la tecnología deben constituirse en pilares de
una cooperación para el desarrollo equitativo
y solidario de la región, basadas en procesos de
consolidación de un bloque económicamente
independiente y políticamente soberano.
Las débiles regulaciones de la oferta extranjera
han profundizado los procesos de
transnacionalización y la visión mercantilizada
de la educación superior, impidiendo,
cuando no cercenando, en muchos casos, el
efectivo derecho social a la educación. Es fundamental
revertir esta tendencia e instamos
a los Estados de América Latina y el Caribe
a establecer rigurosos sistemas de regulación
de la educación superior y de otros niveles del
sistema educativo. La educación no es una
mercancía. Por ello, solicitamos a nuestros
Estados nacionales a no suscribir tratados
bilaterales o multilaterales de libre comercio
que impliquen concebir la educación como
un servicio lucrativo, o alienten formas de
mercantilización en cualquier nivel del sistema
educativo, así como también a incrementar
los recursos destinados a la educación, la
ciencia y la tecnología.
Frente a las presiones por hacer de la educación
superior una actividad lucrativa es imprescindible
que los Estados asuman el compromiso
irrenunciable de regular y evaluar a
las instituciones y carreras, de gestión pública
y privada, cualquiera sea la modalidad, para
hacer efectivo el acceso universal, la permanencia
y el egreso de la Educación Superior,
atendiendo a una formación de calidad con
inclusión y pertinencia local y regional.
De manera similar al año 1918, actualmente “la rebeldía estalla” en América Latina y el
Caribe, y en un mundo donde el sistema financiero
internacional concentra a las minorías
poderosas y empuja a las grandes mayorías a
los márgenes de la exclusión, la precariedad
social y laboral.
A pesar de los enormes logros que se han
alcanzado en el desarrollo de los conocimientos,
la investigación y los saberes de las universidades
y de los pueblos, un sector importante
de la población latinoamericana, caribeña y
mundial se encuentra sin acceso a los derechos
sociales básicos, al empleo, a la salud, al agua
potable o a la educación. En pleno siglo XXI,
millones de niños, jóvenes, adultos y ancianos,
están excluidos del actual progreso social, cultural,
económico y tecnológico. Aún más, la
desigualdad regional y mundial es tan pronunciada,
que en muchas situaciones y contextos
existen comunidades que no tienen acceso a
la educación superior, porque esta aún sigue
siendo un privilegio y no un derecho, como
anhelaron los jóvenes en 1918.
En el Centenario de la Reforma, no somos
ajenos al sufrimiento humano ni al mandato
de la historia. No podemos seguir indiferentes
al devenir del orden colectivo, a la lucha por la
verdad heroica y al anhelo trascendente de la
libertad humana. La Educación Superior debe
constituirse desde los liderazgos locales, estatales,
nacionales e internacionales, tal y como
ahora están aquí representados plenamente.
Desde estos posicionamientos, será posible
llevar a cabo una nueva e histórica transformación
desde el compromiso y la responsabilidad
social, para garantizar el pleno ejercicio al derecho
a la Educación Superior pública gratuita
y de amplio acceso.
En consonancia con el cuarto Objetivo de
Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda de
Desarrollo adoptada por la UNESCO (2030),
instamos a los Estados a promover una vigorosa
política de ampliación de la oferta de Educación
Superior, la revisión en profundidad
de los procedimientos de acceso al sistema, la
generación de políticas de acción afirmativas –con base en género, etnia, clase y capacidades
diferentes– para lograr el acceso universal, la
permanencia y la titulación.
En este contexto, los sistemas de educación
superior deben pintarse de muchos colores,
reconociendo la interculturalidad de
nuestros países y comunidades, para que sea
un medio de igualación y de ascenso social y
no un ámbito de reproducción de privilegios.
No podemos callarnos frente a las carencias
y los dolores del hombre y de la mujer, como
sostuvo Mario Benedetti con vehemencia, “hay pocas cosas tan ensordecedoras como el
silencio”.
Hace un siglo, los estudiantes Reformistas
denunciaron con firmeza que en una Córdoba
y en un mundo injusto y tiránico, las universidades
se habían convertido en el “fiel reflejo de
estas sociedades decadentes que se empeñan
en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad
senil”. Ha pasado el tiempo y ese mensaje
cargado de futuro nos interpela y nos atraviesa
como una flecha ética, para cuestionar nuestras
prácticas. ¿Qué aportamos para la edificación
de un orden justo, la igualdad social, la
armonía entre las Naciones y la impostergable
emancipación humana?; ¿Cómo contribuimos
a la superación del atraso científico y tecnológico
de las estructuras productivas?; ¿Cuál es
nuestro aporte a la forja de la identidad de los
pueblos, a la integridad humana, a la igualdad
de género y al libre debate de las ideas para garantizar
la fortaleza de nuestras culturas locales,
nacionales y regionales?
S/T, grabado. Dini Calderón
Es por eso que creemos fehacientemente
que nuestras instituciones deben comprometerse
activamente con la transformación
social, cultural, política, artística, económica
y tecnológica que es hoy imperiosa e indispensable.
Debemos educar a la dirigencia del
mañana con conciencia social y con vocación
de hermandad latinoamericana. Forjemos
comunidades de trabajo donde el anhelo de
aprender y la construcción dialógica y crítica
del saber entre docentes y estudiantes sea la
norma. Construyamos ambientes democráticos
de aprendizaje, donde se desenvuelvan las
manifestaciones vitales de la personalidad y se
expresen sin límites las creaciones artísticas,
científicas y tecnológicas.
La Educación Superior para construir debe
ejercer su vocación cultural y ética con la más
plena autonomía y libertad, contribuyendo a
generar definiciones políticas y prácticas que
influyan en los necesarios y anhelados cambios
de nuestras comunidades. La Educación
Superior debe ser la institución emblemática
de la conciencia crítica nacional de nuestra
América.
Las instituciones de Educación Superior
están llamadas a ocupar un papel preponderante
en la promoción y fortalecimiento de las
democracias latinoamericanas, rechazando las
dictaduras y atropellos a las libertades públicas,
a los derechos humanos y a toda forma de autoritarismo en la región. Expresamos nuestra
solidaridad con las juventudes de nuestra
América y del mundo, cuyas vidas celebramos
y reconocemos en sus luchas y anhelos,
en nuestras propias aspiraciones a favor de la
transformación social, política y cultural.
La tarea no es simple, pero es grande la
causa e ilumina el resplandor de su verdad. Se
trata, como profetizó el Manifiesto Liminar, de
mantener alto el “sentido de un presagio glorioso,
la virtud de un llamamiento a la lucha
suprema por la libertad”.
S/T, grabado. Dini Calderón
Mujeres y hombres del continente, miremos hacia el futuro y trabajemos sin pausa en la reforma educacional permanente, en el renacer de la cultura y de la vida de nuestras sociedades y pueblos”.
Presentada en la asamblea de la III Conferencia Regional de Educación Superior celebrada en la Universidad Nacional de Córdoba, a los 14 días del mes de junio de 2018.