DOI: 10.19137/praxiseducativa-2018-210308
RESEÑAS
“La condición humana es una condición
corporal” (2017, p. 5) con
esta afirmación el autor comienza a
describir todos los significados que el cuerpo
representa para nosotres mimes y para la sociedad
a la que pertenecemos,
en la cual se gestaron ciertos
estándares de aceptación que
nuestro cuerpo puede o no
responder a ellos. Cuando no
lo hace, aparece el sentimiento
de sufrimiento, dolor, la no
aceptación de ese cuerpo que
llevo conmigo. Es por ello que
no podemos separar el cuerpo
de la psiquis, esta brecha es por
donde el autor comienza su investigación.
En palabras del autor “el
cuerpo es un indicador social” (2017, p. 8), es por ello que les
adolescentes, discapacitades,
personas que han sufrido abusos o violaciones,
son algunes de los cuerpos que quedan fuera
los estándares aceptados de nuestra sociedad
actual.
En su primer capítulo “El dolor es una cuestión
de sentido” el autor nos invita a pensar
que el dolor no es solo un sentimiento producto
de un acontecimiento biológico, sino que es
la consecuencia de la expresión de significados
emocionales, ya que el cuerpo no está solo ni
aislado de nuestra psiquis.
A pesar de que existen circuitos neurológicos
que intervienen para que el dolor se
exprese, no somos les seres humanes solo un
cerebro que traduce los sentimientos, sino que
este órgano decodifica e interpreta todos los
sentimientos donde indudablemente nuestra
historia personal influye.
A pesar que pareciera que dolor y sufrimiento
son sinónimos, Le Breton propone
pensar en la diferencia de estas dos palabras,
la primera se traduce como una sensación, y
mientras que la segunda remite a una emoción.
En muchas situaciones se sufre dolor
pero asociado con un objetivo que quiero lograr
y el cual me genera cierto placer, es así por
ejemplo une deportiste quiere alcanzar a ganar
una carrera, allí el dolor está presente pero no
por ello se sufre, sino que es solo una sensación
que debo atravesar para ganar mi carrera.
Otra situación las pueden representar las mujeres
durante el parto, también
induce esta confusa mezcla de
dolor y placer que hace difícil
para algunas calificar se experiencia
(Le Breton, 2010).
En la cultura occidental el
cuerpo es la primera frontera
(2017, p. 21), así comienza el
segundo capítulo Le Breton, la
separación entre un/a individuo
y otro/a es el cuerpo. Agrega
además que otro límite que
interviene es la mirada de los/las otros/as, que muchas veces
genera violencia que interpelan
a nuestra identidad. Cuando
ese cuerpo no corresponde a
los estándares predeterminados y aceptados
por la sociedad, hay que domesticarlo, adaptarlo,
modificarlo, pero muchas veces el espacio
que lo alberga no posee las condiciones
adecuadas.
Cuanto más visible y sorprendente es la discapacidad
(un cuerpo deforme, tetrapléjico, un
rostro desfigurado, por ejemplo), más provoca
una atención social indiscreta que va desde el
horror al asombro, y más nítida es la marginación
en las relaciones sociales. (2017, p. 26).
En estas relaciones sociales se encuentran por
un lado la persona con el cuerpo dañado que
se pregunta cuan aceptade es y, por el otro, las
personas con sus cuerpos válidos socialmente
que están inquietas sin saber cómo sobrellevar la situación. Es allí donde se genera una zona
de turbulencia en esta relación, tal como lo
afirma Le Breton. Esta zona está caracterizada,
en la mayoría de las veces por actos de discriminación
y violencias, exponiendo nuevamente
a la persona que posee una discapacidad a la
reiterada prueba de aceptación social.
Por otro lado, esta sociedad occidental alberga
a otro grupo de personas que sus cuerpos
no le pertenece en un período de vida que son
les jóvenes, elles están transitando el paso de la
infancia a la adultez y no es un camino sencillo.
Las jóvenes generaciones se exponen constantemente
a conductas de riesgos, algunas
representan simbólicamente un riesgo y tantas
otras realmente lo son. Las drogas, trastornos
alimenticios, juegos peligrosos, relaciones
sexuales sin protección, embarazos precoces,
intentos de suicidios, son algunas de estas
conductas. Las conductas de riesgo remiten
a la dificultad de acceso a la edad de hombre
o de mujer, al sufrimiento de ser uno mismo
durante ese pasaje delicado, a la imposibilidad
además de darle sentido y valor a su existencia.
(2017, p. 38).
Según el autor las conductas de riesgo también
están enmarcadas por una connotación
social de género, y lo ejemplifica claramente
cuando afirma que las chicas asumen formas
discretas y silenciosas para agredirse, por ejemplo
un trastorno alimenticio, y por el otro lado
los varones tienden a exponerse porque socialmente
necesitan demostrar su virilidad, por
ejemplo velocidad en ruta alcoholizados. El
primer sufrimiento del joven es no estar sostenido
por la evidencia de su valor personal y por
orientaciones de sentido suficiente para levantar
vuelo. (2017, p. 39, 40). Toda conducta de riesgo
esta anticipada por un sufrimiento previo, es
ejemplo de esto los abusos infantiles.
Las/los jóvenes en el transcurso de esta etapa
perdieron su centro y están en la búsqueda
incansables de sentidos y significaciones, en
palabras del autor si no encuentra límites de
sentido colocados por sus padres u otros que
cuenten para él a fin de discutirlos o luchar
contra ellos, sigue siendo vulnerable. (2017, p.
42). En el pasaje que están transitando las/los
jóvenes utilizan diferentes figuras antropológicas,
la ordalía, sacrificio, blancura y dependencia,
todas muy claramente descriptas en este
capítulo, todos ellas implican ritos y conductas
de riesgo diferentes, lo que las unifica es que
son parte de esta transición que luego, en la
mayoría de los casos cesan.
Para finalizar Le Breton dedica su último
capítulo a un órgano que forma una parte importantísima
de nuestro cuerpo, la piel es la
evidencia de la presencia en el mundo (2017,
p. 49). Contiene huellas, cicatrices, marcas, que
definen nuestros pasajes y nos permite vincularnos
con demás, a veces identificándonos y
otras no. La piel es el órgano del contacto por
partida doble (2017, p. 49), el tacto se encarna
en ella, tenemos química o no, un buen o mal
contacto nos eriza la piel, nos da urticarias, entre
otras expresiones. La piel es el umbral de
apertura o cierre al mundo, es una instancia
de fabricación de la identidad, es la interface
entre la cultura y la naturaleza,es una primera
línea de defensa, son algunas de las ideas que
nos invita a pensar el autor en este capítulo.
Muchas personas sienten la necesidad de
alcanzar un piercing o un tatuaje, cambiar su
piel, obtener quizás algo que sienta que les
identifica y haga de ese cuerpo que no les gusta
algo que comiencen a aceptar. Estas modificaciones
corporales están acompañadas siempre
del psiquismo del sujete, les acompaña en la
experiencia de transitar etapas, sentirse real y
no hundirse. Como mencione con anterioridad
todas las conductas de riesgo están antecedidas
por sucesos de sufrimiento, como abusos
sexuales, abandono, falta de límites por parte
de adultes, entre otras.
En palabras del autor la imposibilidad de
salir de la situación por medio del lenguaje
obliga a pasar por el cuerpo para descargar
la tensión (2017, p. 58), en esas descargas se
encuentran los cortes, los cuales pueden presentarse
solo en un episodio donde el sujete se
encuentre colapsade, o muchas otras veces se
vuelven cotidianos y acarrean problemas graves
de salud. El sujeto en sufrimiento se aferra
a su piel para no hundirse (2017, p. 62), para
Le Breton el corte representa lo real, alivio, salida,
de esa realidad que no puede aceptar, ni
asimilar. En estos corte se derrama sangre, y la
misma representa un drenaje del sufrimiento y
la impureza, es por ellos que en los testimonios
que comparte el autor en este libro, las personas
que realizaban cortes en su piel se sentían
mucho mejor si podían ver este fluido corporal
desarramándose.
Estas escarificaciones son para el autor un
acto de pasaje, que le permiten a las/los jóvenes superar de a poco el sufrimiento que muchas
veces les desbordan, y sacarlo a luz para
poder expresarlo de alguna manera posible. En
este capítulo Le Breton nos presenta una serie
de testimonios reales, donde las/los jóvenes advierten
que cuando se cortan y ven su sangre
les invade una sensación de pertenencia, de que
ese cuerpo es de ellos/ellas mismos/as y nadie
puede intervenir.
“Abeja y carpintero”, fotografía. Gabriel Rojo
Terminando su libro Le Breton nos invita a pensar que nacer o crecer ya no alcanzan para tener un lugar de pleno derecho en el interior del lazo social, hay que ganarse el derecho a existir (2017, p. 80), y en este camino se encuentran las/los jóvenes que intentan pasar de su infancia a la adultez, buscando diferentes estrategias para que el sufrimiento acabe.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución - No Comercial - Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.