http://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2018-220304
ARTÍCULOS
The anthropological lens as part of the training of health professionals. Experiences and reflections
Gastón Julián Gil * y María Florencia Incaurgarat **
Resumen: La disciplina antropológica, y en particular la densidad del método etnográfico, constituyen herramientas conceptuales indispensables para la formación de estudiantes de diversas carreras humanísticas o de formación profesional en áreas como la salud. En particular en este último caso, no es usual que la mirada antropológica forme parte de los saberes valorados e implementados por los diversos agentes sanitarios, más habituados a confiar, por ejemplo, en la “ciencia médica”. En este texto se relata una experiencia pedagógica de enseñanza de la antropología aplicada al campo de la salud en una carrera de terapia ocupacional, a partir de la implementación un seminario optativo para estudiantes avanzados. En clave autoetnográfica, se describe el impacto que ese seminario ha provocado en una carrera que, aunque discursivamente considerada como “holística” en relación a la concepción del ser humano y su salud, presenta un perfil muy anclado en los saberes y prácticas biomédicas.
Palabras clave: Antropología; Terapia ocupacional; Universidad; Salud; Autoetnografía
Abstract: The anthropological discipline, and particularly the density of the ethnographic method, consititute essential conceptual tools in the training of diverse humanistic bachelor’s degrees as well as the ones related to the health field. Specifically, in this last area the anthropological perspective is not usually included among the highly valued knowledge implemented by health agents who are used to trusting more, for instance, in “medical science”. In this text, a pedagogic experience of teaching anthropology applied to health field is described, considering the implementation of an elective seminar for advanced students in an Occupational Therapy bachelor’s degree. In an auto ethnographic key, the impact of this training is analysed taking into account that, despite being considered “holistic” in its conception of health and human being, Occupational Therapy is highly attached to biomedical knowledge and practices.
Key words: Anthropology; Occupational therapy; University; Health; Autoethnography
La particularidad de la mirada antropológica
conlleva evidentes contrastes con
otro tipo de enfoques, tal vez más frecuentes
en economía y ciencias políticas y bastante
menos en sociología. Pese a compartir
algunas de esas disciplinas orígenes comunes
con la antropología (e incluso buena parte de
sus fundamentos de teoría social) el quehacer
investigativo en no pocas ocasiones las coloca
en enfoques contrapuestos. Ello se hace
más notorio cuando se imponen las miradas
normativas, que surgen a partir de un desconocimiento
profundo de las lógicas nativas de
los actores, lo que conduce a prever personalidades,
comportamientos y escenarios que
deben darse “naturalmente” o que deberían
producirse de un modo determinado. En gran
parte por ello, la disciplina antropológica, y en
particular la densidad del método etnográfico,
constituyen herramientas conceptuales indispensables
para la formación de estudiantes de
diversas carreras humanísticas o de profesionales
en áreas como la salud. Y en este último
caso, no es usual que la mirada antropológica
forme parte de los saberes valorados e implementados
por esos mismos profesionales, más
habituados a confiar, por ejemplo, en la “ciencia
médica”.
En este texto se relata una experiencia pedagógica
de enseñanza de la antropología aplicada
al campo de la salud en una carrera de
Terapia Ocupacional1, a partir de la implementación
de un seminario optativo para estudiantes
avanzados. La Terapia Ocupacional es una
profesión de la salud orientada predominantemente
hacia la rehabilitación (aunque también
prevención) de diversos padecimientos que
afecten la vida diaria de las personas. Los campos
de mayor intervención están relacionados
con las áreas física (amputaciones, lesiones
neurológicas, traumatológicas, etc.) y mental
(demencias, psicosis, retraso mental, etc.) en
todas las poblaciones etarias, siendo un caso
específico el de la infancia y las diferentes alteraciones
del desarrollo. Las arenas clínicas
y comunitarias en donde pueden desempeñarse
los licenciados en terapia ocupacional
(también llamados terapistas o terapeutas
ocupacionales) son numerosas. Ellas incluyen
hospitales, clínicas, centros de atención
primaria, centros de rehabilitación, clínicas
psiquiátricas, centros y clubs de día, escuelas,
geriátricos, centros de jubilados, aseguradoras
de trabajo, talleres de integración laboral,
entre muchas otras. En el caso específico de la
formación universitaria de esta profesión de la
salud en Mar del Plata, el plan de estudios estipula
una carrera de cinco años con 43 materias
que sólo excepcionalmente es completada en
el plazo formal, a lo que debe sumarse la complejidad
de algunas correlatividades y las rígidas
exigencias de las prácticas profesionales
de los últimos años, que demandan una gran
cantidad de horas semanales para todos los
estudiantes avanzados. Por otro lado, un alto
porcentaje de los alumnos (en su gran mayoría
mujeres), provienen del interior de la provincia
de Buenos Aires (incluso de la Pampa o la Patagonia).
En ese contexto, muchos estudiantes
retornan a sus lugares de origen una vez que
finalizan las cursadas y sólo viajan ocasionalmente
a Mar del Plata para rendir sus últimos
finales. Todo esto lleva a que, inevitablemente,
la realización de la tesis de graduación los encuentre
con una considerable cantidad de años
de cursada y con cierta premura por obtener la
titulación habilitante de licenciado en terapia
ocupacional.
En clave autoetnográfica2, se describe el
impacto que ese seminario ha provocado en
una carrera que, aunque discursivamente considerada
como “holística” en relación a la concepción
del ser humano y su salud, presenta
un perfil muy anclado en los saberes y prácticas
biomédicas. Luego de más de diez años
de dictado continuo, el seminario se ha transformado
en una opción valorada por un número
significativo de estudiantes que además
adquieren herramientas fundamentales para la
formulación de proyectos de investigación y el
desarrollo de tesis de licenciatura desde perspectivas
innovadoras en ese contexto institucional
y necesarias en la formación de futuros
agentes sanitarios.
En el caso concreto del método etnográfico,
su enseñanza suele encontrar una serie de
obstáculos de relieve. Ellas se vinculan principalmente
con su densidad conceptual, el
contraste que genera frente a los dominantes
abordajes normativos y habitualmente etnocéntricos
que se suelen poner en práctica desde
diversas disciplinas. Al tratarse de un conjunto
de postulados teóricos que constituyen una serie de principios de acción acerca de cómo
llevar adelante la investigación social, las tentaciones
de proporcionar un conjunto de recetas
a ser aplicadas en el vacío que ofrecen otros “métodos”, disminuyen considerablemente. En
contrapartida, esas dificultades para sistematizar
el enfoque etnográfico e incluso enseñarlo
a quienes no lo han implementado, se traducen
en otras barreras habituales en los cursos
de grado y postgrado. Otros impedimentos de
peso son de carácter institucional, en este caso
una institución (la Universidad en su conjunto)
caracterizada por la inexistencia de estudios
etnográficos consolidados que podrían constituir
insumos de relieve de, al menos, cuatro
unidades académicas. Todo ello sin considerar
prácticas que directamente sabotean o consideran
irrelevante la investigación científica
en general y mucho más la antropológica en
particular. En este contexto, no es extraño que
los estudiantes no estén al corriente de la existencia
de becas de investigación internas, y de
otros organismos oficiales de investigación.
S/T, fotografía. Leticia García
Tal como es practicada la terapia ocupacional
en la universidad argentina, se la podría
definir como una cultura académica con
sus propias lógicas y prácticas profesionales
y corporativas. En términos específicamente
teóricos, la terapia ocupacional es alimentada
en los primeros años de formación curricular
(al menos en el nivel de formulación teórica)
por diversos enfoques disciplinares que transitan “las mismas porciones de territorio intelectual” (Becher, 2001, p. 60). Aunque se trata
de influencias que en gran parte se encuentran
ocultas y no llegan a un nivel de formulación
sistemática, dejan huellas reconocibles en los
modos de abordar las problemáticas de salud.
Esas culturas académicas y profesionales,
como la psicología y la medicina, mantienen
importantes “conflictos limítrofes” (Becher,
2001) entre sí y con la antropología social en
el ámbito de la salud. De cualquier manera, al
menos en lo que refiere a la formación avanzada
de los estudiantes de terapia ocupacional,
esas tensiones (reales y potenciales) tienden a
desaparecer. En efecto, en las áreas específicas
de intervención terapéutica y la enseñanza de
métodos diagnósticos, se desempeñan predominantemente
terapistas, quienes se encargan
de divulgar el ethos profesional que luego se
implementa en la práctica clínica. Por ello es
que el grupo de pares “representa el modo
normativo de la comunidad académica, cuya
preocupación predominante es establecer estándares,
evaluar el mérito y la reputación” (Becher, 2001, p. 94).
Ya en el ámbito clínico, a partir de la convivencia
en las instituciones de salud con otras
culturas profesionales, los conflictos limítrofes adquieren mayor intensidad, pero reconfigurados
como fricciones corporativas entre las
profesiones, por ejemplo entre terapistas y
psicólogos o terapistas y kinesiólogos. Los solapamientos
que existen entre las actuaciones
de los distintos profesionales producen zonas
de conflicto que excepcionalmente pueden derivar
hasta en denuncias institucionales. Precisamente,
los terapistas experimentan conflictos
sistemáticos con los kinesiólogos, con
quienes se plantean reiteradas discusiones y
descalificaciones sobre la formación y utilidad
de la otra profesión. En algunos casos, contrariamente,
las fronteras se separan al punto de
producir “vacíos de intervención” en donde
cada profesional (o grupo de profesionales)
fija los límites de sus incumbencias. En consecuencia,
se generan situaciones en las que
los profesionales rechazan la implementación
de una terapéutica determinada o le exigen a
la contraparte que se encargue de aquello que
considera que no le compete.
Volviendo a un nivel de formulación teórica,
es interesante destacar que esta cultura profesional,
a pesar de seguir fuertemente marcada
por modelos hegemónicos de atención
de la salud, de forma paulatina comienza a
interesarse por explicaciones que contemplen
en mayor medida las dimensiones socio-culturales
de las poblaciones. Al hacer una breve
revisión histórica del proceso de consolidación
y desarrollo3 de la Terapia Ocupacional como
disciplina, puede destacarse la relevancia de
ciertos referentes que ocupan una posición
central en el imaginario profesional cotidiano.
Tales son los casos de Jean Ayres y Gary Kielhofner,
ambos terapeutas estadounidenses. La
primera, desarrolló en la década del ‘60 el ampliamente
difundido Modelo de Integración
Sensorial (teórico, diagnóstico y terapéutico),
considerado como un hito en la historia de la
disciplina (Beaudry Beleufille, 2013). Este modelo
se ha extendido por numerosos países y se
encuentra muy en boga en el contexto teóricoclínico
argentino. Por su parte, Gary Kielhofner
planteó una década más tarde el Modelo
de Ocupación Humana, del cual se conserva
un legado importante en lo relacionado a las
formas de concebir al ser humano, la “ocupación” y el ejercicio profesional desde una mirada “holística”.
Fuera de estos grandes íconos de la terapia
ocupacional, en los últimos años ha comenzado
a consolidarse un movimiento mucho más
orientado (al menos en sus formulaciones explícitas)
hacia las mencionadas dimensiones
socioculturales y políticas de los contextos de
intervención terapéutica. Michael Iwama, (terapista
de la Universidad de Toronto nacido en
Japón) y Frank Kronenberg (terapista sudafricano
de la Universidad de Ciudad del Cabo)
son dos de los profesionales que han alcanzado
mayor notoriedad intelectual dentro de la denominada
“perspectiva transcultural” (Iwama
et al, 2008) o “terapia ocupacional transcultural”
(Algado, 2016; Parra, 2005). Ambos han
generado además publicaciones colectivas con
terapeutas de diversos países, varios de ellos
periféricos.
La relativa notoriedad del seminario antropológico
en el marco de la carrera de terapia
ocupacional ha llevado a cierto encasillamiento
de los miembros de la cátedra como especialistas
metodológicos. Ello ha redundado en que
diversos directores de tesis sugieran que se nos
convoque como co-directores o incluso en el
rol de “asesor metodológico”. Precisamente el
seminario está sostenido en postulados que rechazan
esa noción de lo metodológico como un
conjunto de técnicas en el vacío. Las diferentes
ciencias sociales siempre han tenido expertos “metodológicos” que, en sus versiones extremas
y casi caricaturescas, suelen presentarse
como dueños de una expertise particular que
consistiría no sólo en manejar con solvencia un
conjunto de metodologías sino en saber cómo
aplicarlas en casos concretos de investigación
llevados adelante por terceros. Se trata de una
clase de especialistas que abundan en las materias “metodológicas” y talleres de tesis, con
escasa –o en algunos casos ninguna– investigación
sistemática encarada por ellos mismos. En
relación con ello, Arnold van Gennep acuñó a
principios del siglo XX el concepto de semisabio,
como opuesto al “verdadero investigador”,
definido como aquel que “considera al método
científico como nada más que una herramienta
defectuosa, y, por lo tanto, perfectible” (van
Gennep, 2006, p. 28). Por el contrario, el semisabio
le adjudica a esos preceptos metodológicos
el “valor absoluto y definitivo de una ley
mágica. Consecuentemente, lo aplica sin dudas
a una completa variedad de datos que caen bajo sus ojos o sin clasificarlos de acuerdo a su orden
de importancia” (Ibíd., p.28).
Esa clase de metodología en el vacío que
encarnan diversas clases de semisabios y que
es habitualmente enseñada en asignaturas introductorias
en diferentes formaciones de grado
y posgrado, suministra una serie de clichés
que los estudiantes adoptan rápidamente y que
luego se reproducen en sus avances formativos
e incluso en etapas iniciales y avanzadas de investigación.
Ello también se advierte con claridad
en los proyectos de tesis y de becas y otras
solicitudes en los que los recursos metodológicos
suelen presentarse como una serie de
compartimientos estancos para aplicar en cada
caso particular. En esa línea, no puede dejar de
admitirse que las presiones impuestas por el
campo científico en el llenado de los formularios
se multiplican cuando los evaluadores se
desempeñan con una absoluta literalidad. El
énfasis en la formulación de hipótesis que muchos
manuales “enseñan”, como fundamento
para desarrollar una buena investigación, enfatizan
esa tendencia a concebir proyectos que
difícilmente encuentren su correlato en una
investigación real. Así, en el marco del “arte
de escribir un pedido de subsidio” (Knorr-
Cetina, 2005, p. 213) el listado de una
amplia gama de recursos metodológicos a
fin de dar cuenta con la mayor amplitud y
profundidad posible del objeto de estudio,
con frecuencia crea las condiciones ideales
para la formulación de investigaciones
desconectadas de las lógicas disciplinares
específicas. Ello es tal vez mucho más visible
en una disciplina como la antropología,
en la que los principios teóricos y epistemológicos
del método etnográfico enseñan
a rechazar los abordajes normativos. Desde
el seminario siempre se ha intentado promover
enfoques que se distancien de las formas
“correctas” que habitualmente se imponen en
la práctica investigativa. En Trucos de oficio,
Howard Becker plantea una interesante distinción
entre lo “correcto” y lo “bueno” al colocarlos
como términos “enemigos”. Lo correcto,
remite a “las cómodas rutinas del pensamiento
que la vida académica promueve y respalda”
(Becker, 2009, p. 22), y a las que los semisabios
les rinden culto. Como superación, plantea
una serie de “trucos”, definidos como “modos
de dar vuelta las cosas, de verlas bajo otra luz
para crear nuevos problemas de investigación”
(Ibíd., p. 22). Los trucos exigen “más trabajo
que hacer las cosas de manera rutinaria y sin
pensar” (Ibíd., p. 22).
La disciplina antropológica y el propio seminario
se encuentran en un contexto de aislamiento
marcado en la facultad y la carrera. Sin
haber podido establecer estrategias comunes
con otras asignaturas (como sociología) aunque
con cierta afinidad y relativa comunión de
objetivos con otras más específicas (como Prevención
Primaria y Comunidad), la asignatura
antropología que se dicta en el primer año de
la carrera no posee una sola materia correlativa.
De hecho, no son pocos los estudiantes
que postergan su examen final para las últimas
instancias de la carrera. En ese marco institucional
tan poco propicio para el estímulo de
la vocación antropológica, en 2007 la cátedra
propuso el dictado de un seminario optativo en
el segundo cuatrimestre, por lo que el cursado
de antropología en primer año se concentró en
la primera parte del año para una cursada de
un promedio de 250 ingresantes anuales.
La propuesta fue aprobada sin inconvenientes
en el departamento de Terapia Ocupacional
y en el segundo cuatrimestre de 2008
se dictó por primera vez. La propuesta consistía
en aquel momento en dos ejes sustanciales.
Uno de ellos, giraba en torno a la teoría del
trabajo de campo, desde la “revolución” malinowskiana
a la problemática de la reflexividad
y algunas críticas del pensamiento posmoderno.
El otro eje tomaba algunas categorías fundamentales
de la antropología médica, tales
como el proceso salud-enfermedad-atención,
el modelo médico hegemónico, los modelos
alternativos de salud, los factores culturales
de la salud y los reduccionismos biológicos.
La forma de acreditar el seminario consistía
(lo que se mantiene en la actualidad) en la
presentación de un proyecto de investigación
etnográfica en problemáticas de salud bajo el
formato de solicitud de beca de postgrado, tomando
como modelos a diversos formularios
del sistema científico. Por supuesto, siempre se
alentó que esos proyectos tuvieran su correlato “real”, principalmente en sus proyectos de
tesis, aunque ha sido una opción seguida por
muy pocos estudiantes.
Con el correr de los años, se fueron refinando
las problemáticas específicas de salud y
terapia ocupacional abordadas. De esta manera,
categorías como dolor, padecimiento, autocuidado,
riesgo, prevención, autoatención, itinerario
terapéutico, posibilitaron un abordaje
más amplio y plural que excede los reduccionismos
biologicistas de la medicina hegemónica.
Así es que dimensiones de análisis como la
relación médico-paciente, la carrera del enfermo,
las experiencias de los sujetos y las redes
familiares y sociales pasaron a un primer plano
para lograr ese necesario abordaje integral
de salud en un contexto cada vez más signado
por la medicalización de la vida (Lakoff, 2003;
Epele, 2013). En el momento de comenzar a
dictarse el seminario, existía una oferta más
amplia de seminarios optativos en la carrera de
terapia ocupacional, la mayor parte pertenecientes
al área psicológica (como “Psicología
institucional”, “Adolescencia y cultura”, “Psicología
profunda”, entre otros) y al área física
(“Educación Postural Activa” o de confección
de ortesis). El área comunitaria y de prevención
primaria también supo tener su oferta y desde
la cátedra de sociología se dictaron seminarios
como “Estado, Políticas de Salud y Derechos”
o “Sociología de los cuerpos”, pero no lograron
tener continuidad. Los primeros años no
fueron sencillos y el seminario contó con un
escaso número de inscriptos, nunca superando
la cantidad de cinco estudiantes y hasta en
una oportunidad con sólo dos alumnos que lo
cursaron en su totalidad. Pero de todos modos
se trató de experiencias positivas en el marco
de las cuales surgieron proyectos de investigación
valiosos, tesis y hasta proyectos de becas
de iniciación a la investigación en la Universidad.
Ya desde el primer momento se pensó el
seminario como un espacio de formación en
investigación, área prácticamente desierta en
una facultad con un escasísimo número de becarios
e investigadores con dedicación exclusiva.
Se trata además de una carrera mayormente
orientada hacia la práctica profesional y de
una importante inserción laboral en el ámbito
clínico. Ello provoca que profesores e incluso
estudiantes avanzados obtengan una densa
experiencia en ámbitos hospitalarios y demás
instituciones de salud, por ejemplo en los llamados centros de día. Estos centros son instituciones
de funcionamiento diurno (aunque
también existen otros que además cuentan con
la modalidad de hogar permanente) a los cuales
los “pacientes”/“concurrentes” sólo acuden
en una franja horaria determinada (en general
de 6 a 8 horas) y luego retornan a sus hogares.
Allí se realizan numerosos talleres a cargo de
diferentes disciplinas, además de terapia ocupacional
(como educación física, artes plásticas, teatro, música, psicología, nutrición, entre
otros). Estos ámbitos ofrecen amplias posibilidades
laborales a los estudiantes avanzados de
Terapia Ocupacional (siempre a cargo de una
terapista graduada) para desempeñarse como
talleristas en diferentes áreas como psicomotricidad,
estimulación sensorial y cognitiva,
actividades de la vida diaria, ocio y tiempo libre,
entre muchos otros posibles. Algo similar
ocurre con la figura del acompañante terapéutico
(AT), que constituye otra salida laboral
de fácil acceso para los estudiantes avanzados.
Este título se obtiene luego de un curso de un
año de duración, y habilita formalmente para
trabajar en ámbitos domiciliarios, educativos
y sanitarios. Por medio de estas experiencias,
los estudiantes acceden a universos que enriquecen
su conocimiento empírico sobre problemáticas
de salud, ya que entran en contacto
no sólo con el paciente y su familia, sino con
los contextos y lógicas institucionales. De igual
modo, los AT pueden tener acceso a reuniones
de equipo con distintos profesionales de
la salud a cargo del/los paciente/s (médicos
clínicos, psiquiatras, psicólogos, trabajadores
sociales, nutricionistas, enfermeros, etc.).
S/T, fotografía. Leticia García
En contrapartida, en el marco de esta “cultura
profesional” fuertemente orientada hacia
la clínica, no se producen estímulos significativos
para el desarrollo de otras habilidades
más vinculadas con el campo académico. Ello
se advierte de manera muy directa en las dificultades
que sufren los estudiantes para escribir
textos propios y mucho más notorio,
manejar un registro de discurso académico. La
instancia de tesis suele ser traumática para los
estudiantes, que tienden a ceder a las delicias
del “copy and paste” de largas citas de internet
pero que manifiestan buenas ideas y curiosidad
intelectual. Pero sobre todo, los estudiantes
suelen contar con valiosísimas experiencias
de campo (no del todo reflexionadas), ideales
para activar inquietudes y permitir el flujo de “resonancias” necesarias para la formulación
de buenas preguntas de investigación. En este
aspecto, en el marco del seminario surgieron
problemáticas y temas para proyectos de notable
profundidad que además constituyen
importantes vacíos empíricos para las ciencias
sociales en general y temas de salud en particular.
Por ejemplo, diversos tópicos vinculados
con la sexualidad en personas con discapacidad
constituyen verdaderos tabúes dentro de la
carrera pero que resuenan entre los estudiantes
que advierten que no han sido preparados
para afrontar situaciones y problemas sociales
de cierta recurrencia pero que sistemáticamente
son evitados en la carrera. Del mismo modo,
tampoco son visitadas temáticas relacionadas
con el conocimiento de las representaciones y
prácticas de salud de diferentes grupos (como
familias con niños prematuros o con diagnóstico
de Trastorno por Hiperactividad) y su relación
con el sistema de salud hegemónico o
procesos como la medicalización. Así es que
en el marco del seminario, también se han
abordado dispositivos “alternativos” (como de
tratamiento de adicciones) al modelo médico
hegemónico, problemáticas de violencia de género,
e incluso se han propuesto auto-etnografías
sobre la conformación del propio campo
profesional, por ejemplo en relación al papel
subsidiario que suele ocupar la profesión junto
con otras también llamadas “paramédicas”, en
relación a la biomedicina.
De esta manera, se han intentado combinar
productivamente diversos enfoques (no
necesariamente contrapuestos) habitualmente
utilizados en la antropología de la salud. Así,
desde un paradigma pragmático de la antropología
médica (Martínez Hernáez, 2008) se
destaca la importancia de la figura del antropólogo
en tanto intermediario entre sistemas
de salud, pero no concebido como un instrumento
“aculturador” de la diversidad o funcional
al modelo biomédico. Por el contrario, se
entiende su función desde una posición privilegiada
para propiciar el diálogo intercultural,
evitar procesos de estigmatización y lograr una
mayor comprensión de las poblaciones por
parte de los profesionales de la salud. Esto es,
en gran parte, desnaturalizando “lo dado”, y
colaborando con el corrimiento de posiciones
etnocéntricas por parte de los agentes sanitarios.
En diálogo con este paradigma, se retoman
un conjunto de postulados sostenidos por
la antropología médica crítica que, en líneas
generales, se concentra en el cuestionamiento
de las relaciones de poder, los mecanismos que
producen y reproducen la desigualdad social,
y las diversas formas de violencia (material,
discursiva, simbólica) en las prácticas y políticas
de salud (Fassin, 1996; Scheper-Hughes,
1990). De esa forma, se vehiculiza una mirada
crítica hacia la biomedicina, en aspectos tales
como los mencionados reduccionismos biológicos, los discursos hegemónicos de la medicina
oficial, la burocratización, la “deshumanización”
en los tratamientos, la medicalización
de la vida cotidiana, entre otros. Así, se pone
en cuestión la dicotomía ciencia-creencia y su
derivada, medicina-cultura, proponiendo el
análisis de la biomedicina como un sistema de
salud más en relación horizontal con los llamados
“alternativos”. En la misma línea, en el
seminario también se explora el enfoque interpretativo,
que postula las vinculaciones entre
los sistemas simbólicos y los procesos biológicos
y el medio ambiente. En consecuencia, el
énfasis se coloca en las influencias culturales
sobre las formas de experimentar la enfermedad
y los padecimientos (Good, 2003; Kleinman,
1980; Perdiguero & Comelles, 2000). Esta
perspectiva se complementa con el enfoque
narrativo que incorpora la subjetividad de los
pacientes, analizando también los itinerarios
terapéuticos y la carrera del enfermo (Cortes,
1997; Fleischer, 2006; Alonso & Aisengart Menezes,
2012).
El lugar marginal del seminario comenzó
a cambiar drásticamente en los últimos cinco
años. La difusión de las actividades realizadas,
la atención personalizada en los proyectos y tal
vez un creciente interés por problemáticas sociales,
le fueron dando una mayor visibilidad
y valoración entre los estudiantes. Además,
algunas cuestiones aleatorias favorecieron su
consolidación, principalmente la disminución
notoria de seminarios optativos ofertados que
restringió las opciones. Ello provocó que además
del crecimiento del número de alumnos
por decisión propia, las expectativas de inscripción
comenzaran a verse desbordadas. Así,
en los últimos años se llegó a contar casi una
treintena de inscriptos, de los cuales un número
considerable (algo más de la mitad) lo habían
hecho ante la imposibilidad de inscribirse
en otro seminario (más orientados a la práctica
clínica más convencional), que en algunos casos
tienen cupos limitados (los que requieren
una intervención directa del cuerpo, como el
de confección de ortesis o educación postural
activa). Ya acostumbrados a recibir alumnos
sin demasiada vocación antropológica, se han
colocado esfuerzos extras en transformar ese
escepticismo (o en algunos casos desconocimiento
completo) inicial. Aunque lejos de provocar
un cambio radical en las expectativas de
todos esos estudiantes, no han sido pocos los
casos en que se logró que la pasividad virara
en un interés y valorización de la mirada antropológica.
La profundidad en el enfoque de
los proyectos y el diseño de estrategias de investigación
etnográfica fundamentadas ya son
resultados habituales que se cosechan en esa
instancia. Sin embargo, el seminario todavía
guarda una deuda profunda: que esos proyectos
se materialicen en investigaciones sistemáticas
en un mayor porcentaje. Presentaciones
merecedoras de las mayores calificaciones, viables
incluso como proyectos de becas, siguen
quedando apenas como destacados ejercicios
de escritura y de imaginación antropológica.
De cualquier modo, más allá de escasa
proliferación de trabajos de investigación, los
estudiantes logran elaborar reflexiones críticas
en torno a las bases conceptuales (como
los sistemas clasificatorios o categorías como“normalidad” o “discapacidad”) y clínicas
(como pueden ser los métodos diagnósticos
y protocolos de tratamiento u otras formas de
intervención) de la propia cultura profesional.
En la misma sintonía, consiguen poner bajo la
lupa al mismo sistema de salud, por ejemplo
reflexionando sobre las diferentes relaciones
de poder entre profesional-paciente y entre las
diferentes profesiones sanitarias. Así es que a
partir de la desnaturalización del sentido común
disciplinar y profesional, es posible advertir
que aquello llamado “cultural” es una figura
clave en los procesos de salud-enfermedadatención.
Y que esa problemática involucra
no sólo a “ellos”, los pacientes, sino también al “nosotros”, en tanto agentes sanitarios enmarcados
en un modelo médico determinado. En
definitiva, se trata de aportes fundamentales
que los estudiantes que atraviesan este espacio
están en condiciones de implementar en las diversas áreas de intervención de la salud en sus
futuras prácticas profesionales.
En este artículo no sólo se ha narrado una experiencia curricular presentada como innovadora en una carrera universitaria específica. En términos analíticos se han explorado las implicancias que la incorporación de una mirada disciplinar provoca en una determinada cultura profesional y académica. De ese modo, se han planteado las posibilidades que la enseñanza de la antropología con énfasis en el “método etnográfico” ofrece en la formación de los terapistas ocupacionales, pero también se hizo especial hincapié en los obstáculos de implementación. La invasión que se produce en territorios limítrofes con disciplinas no necesariamente compatibles, una cultura profesional y académica poco permeable a la investigación sistemática y el propio estilo institucional de la facultad en la que se implementó el seminario, constituyen factores de peso que han impedido una circulación más exitosa de ideas vinculadas con las lógicas de la investigación científica y la producción de conocimiento.
S/T, fotografía. Leticia García
El seminario ha sido diseñado entonces como un modo de contribuir a la formación de terapistas ocupacionales que cultiven una especialidad disciplinar que conlleva además un conjunto de habilidades metodológicas que se consideran imprescindibles para estos profesionales. Necesariamente, estas especificidades teóricas y metodológicas configuran un incentivo constante para descubrir y construir nuevos temas de investigación e intervención, cada vez más respetados y legitimados por la cultura profesional local e internacional, y en diálogo con la “perspectiva transcultural” descripta más arriba. Así, al potenciar habilidades y miradas escasamente desarrolladas en el medio, el seminario se transforma –en ocasiones– en un laboratorio en el que se navega dentro un amplio margen de eventualidades temáticas, develando vacíos empíricos de las ciencias sociales, que la terapia ocupacional está en condiciones de contribuir a llenar. Por ello, la viabilidad de formar profesionales híbridos (terapistas-antropólogos) o con una inclinación antropológica dependerá en gran parte de las posiciones que puedan adquirir estos terapistas en la estructura de los campos profesional y académico. La posibilidad de obtener posiciones en las cátedras, tanto en las pocas específicas de ciencias sociales como en otras de mayor alcance formativo en la profesión, el crecimiento del número de tesis con impronta antropológica, la obtención de becas, son algunas de las formas posibles de obtención de capital académico fundamentales para producir cambios significativos en la cultura profesional. Como también lo es la eventual inserción en el medio hospitalario de terapistas entrenados en el enfoque antropológico, con capacidad de cuestionar las imposiciones del modelo médico hegemónico y los dogmas de la biomedicina. Problemas como la medicalización (en particular de la infancia), los múltiples interrogantes que giran en torno a la sexualidad en la discapacidad (mental y física), la implementación de terapias alternativas o métodos pedagógicos no convencionales, la violencia de género como problemática sociosanitaria, entre otros temas surgidos a lo largo del seminario, constituyen vacíos empíricos que pueden ser abordados por terapistas antropólogos para posicionarse como profesionales acreditados en el campo de la salud, tanto en el ámbito académico, en el estrictamente clínico, como así también en la formulación de políticas públicas. Se trata sin dudas de una ardua inversión para cualquier estudiante de terapia ocupacional, como también para profesionales graduados, pero cuya potencialidad de ganancia y crecimiento, a nivel individual como disciplinar, no es menor.
Notas
* CONICET - Universidad Nacional de Mar del Plata | Argentina. https://orcid.org/0000-0002-8112-2119 gasgil@mdp.edu.ar.
** CONICET - Universidad Nacional de Mar del Plata | Argentina. https://orcid.org/0000-0002-0852-0735 flor.incaurgarat@gmail.com.
1 Facultad de Ciencias de la Salud y Trabajo Social, Universidad Nacional de Mar del Plata.
2 Los autores han cumplido diferentes roles en el dictado del seminario en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Uno de ellos formó parte de la concepción e implementación del seminario que está a su cargo, mientras que la otra autora fue una de las primeras alumnas y hoy forma parte del equipo docente en el dictado de esta actividad curricular.
3 Los inicios de este proceso se remontan luego de la Primera Guerra Mundial, especialmente en Estados Unidos y Gran Bretaña, con el objetivo de brindar rehabilitación a los heridos de guerra. Por el contrario, en la Argentina esta profesión de la salud arribó en la década del ’50 de la mano de terapeutas inglesas, a fin de dar respuesta a la epidemia de poliomielitis que azotó a amplios sectores de la población.
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Fecha de Recepción: 20 de diciembre de 2017
Primera Evaluación: 20 de marzo de 2018
Segunda Evaluación: 13 de junio de 2018
Fecha de Aceptación: 13 de junio de 2018