DOI: http://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2017-210109
REENCUENTRO
S/T (colección Volver), fotografía. Patricia Bonjour
Habida cuenta del entrañable, inseparable nexo entre
cultura y educación, se nos suscitan interrogantes
acerca del papel de la escuela pública en la integración
de la cultura del saber y la cultura del ser para consolidar una
genuina cultura válida. Apelamos al que podemos llamar provisionalmente
modelo pampeano para la búsqueda de respuestas
que nos permitan ahondar en el problema y, de paso, recortar el
perfil de nuestra identidad cultural.
El territorio de La Pampa nació, institucionalmente, el mismo
año que la Ley 1420 de Educación Común, en 1884. El Congreso
Pedagógico de 1882, y el histórico debate legislativo que constituyen el marco de referencia para la promulgación
de la hoy arrumbada ley –nunca totalmente
cumplida– se constituyeron en sustrato ideológico
incuestionable del modelo pampeano..
Bien sabe (o acaso apenas lo sepan las generaciones
de maestros formados en pleno deterioro
del normalismo argentino) bien se sabe
que el magisterio puntano, entrerriano y pampeano
en nuestro territorio, se formó en los términos
pedagógicos y filosóficos requeridos por
un “proyecto nacional” centrado en una economía
agroexportadora y, en la Pampa Central,
eventualmente de cuño agrario pastoril.
“la escuela del desierto”, como la llamó Eduardo Thames Alderete en su libro, al igual
que los Informes de fines y principios de siglo
elaborados por los visitadores e inspectores,
presidentes e inspectores, presidentes y vocales
del Consejo Nacional de Educación, reflejan
claramente la inquietud sarmientina de transformar
el país –todo el país– en una inmensa
escuela forjadora del hombre nuevo de una
Argentina gestada en el ideario de la Revolución
de Mayo y proyectada en la Generación
del 37 a través del Dogma Socialista de Esteban
Echeverría, las Bases y puntos de partida
para la organización política de la República
Argentina que el luminoso Alberdi planteó como avanzada de la democracia, el repertorio
antiautoritario de Juan María Gutiérrez y, claro
está, Educación Popular, texto fundamental
y fundador de la pedagogía argentina en el que
Sarmiento asienta la premisa de su laborioso
quehacer, “educar al soberano” a la par del
lema alberdiano “gobernar es poblar”.
Viajeros ilustres, sabios cabales, escritores-
periodistas, políticos destacados, dramaturgos,
cubrieron el espacio bibliográfico, los
cuadros de viajes, las memorias, las crónicas,
vaticinando el venturoso futuro de la que sería –allí nomás, al filo de la llamada “conquista del
desierto”– una nueva provincia. Para garantizar
las exitosas jornadas venideras allí estaban,
juntos, el arado y la escuela. Nacían los pueblos,
y con ellos, una cultura distinta de acuerdo
con la forma de ser de los pobladores en su “habitar” precario de colonos.
Las denuncias de quienes no cayeron en la
trampa de los terratenientes y se ampararon en
la Liga Agraria en la década de 1910 a 1920,
llámense georgistas o socialistas, sean tildados
de anarquistas o maximalistas, revelan la frustración
y el desengaño de aquella “quinera del
trigo”. Los que pagaron con cárcel, pobreza y
desgracia la patriada de enfrentar a las empresas
latifundistas, contaron –bueno es señalarlo–,
con la solidaridad de un solo gremio: el de
los maestros.
La escuela pampeana –la rural y la urbana– se sostuvo en la dignidad de los principios
rectores que le dieron origen. Siempre hubo un
maestro allá donde los trabajadores del campo
y las aldeas de la vasta ruralia pampeana necesitaron
apoyo. Se cuentan por decenas los
docentes que fundaron periódicos revistas, bibliotecas
populares e instituciones culturales.
Si en algún momento de nuestra batalla contra
el analfabetismo supimos y pudimos estar
en la vanguardia de los estados con menores
tasas, fue porque pueblo y escuela fueron uno
sólo en la lucha contra la ignorancia.
Esa unidad entre pueblo y escuela posibilitó la apertura hacia el encuentro de un ideal antropológico
que restañase las heridas y las llagas
abiertas por las guerras de exterminio contra
el indio. Ya es un lugar común hablar de la Argentina
como un “crisol de razas”. Pero no lo es
tanto si, por encima de la remanida metáfora, se
piensa que aquí, en La Pampa, las escuelas del
pueblo –las de la ley 1420– fueron eso.
Nuestra escuela no aculturó, integró. Allí nos mezclamos todos, los hijos de inmigrantes
españoles, italianos, alemanes, franceses: los
criollos hijos de los milicos en “la conquista” que, al igual que el indio, pagaron su tributo de
sangre para fertilizar las tierras del latifundista;
y claro está, los diezmados herederos de las
dos grandes dinastías aborígenes.
Maestros como Daniel Gatica, los Guaycochea,
Enrique Stieben, Téllez de Meneses, Miguel
de Fougeres –y cito solamente algunos– aprendieron la dulce lengua mapuche para que
se estableciera una relación empática bilingüe
que fuera a la vez bicultural. Las toponimias
de Gatica, Guaycochea y Stieben constituyen,
junto con trabajos del excepcional docente que
fue Ramón Elizondo, testimonios bibliográficos
que reflejan en qué medida el magisterio
pampeano hizo suyo el mandato de la ley. La
integración étnica abarcó igualmente a los extranjeros
e hijos de extranjeros que se expresaban
en las formas dialectales europeas. El
idioma nacional fue el factor de cohesión sociocultural.
No se adoptaron por cierto criterios
didácticos orientados hacia la regionalización
de los contenidos. La meta, por entonces, fue la de enfatizar lo nacional, máxime en estas
tierras de “pan llevar”, tierras de aluvión inmigratorio
todavía sin identidad regional.
No creemos que fuera negativa esa enfatización
de lo nacional. En lo familiar, en lo político,
en lo económico, en la interrelación social,
la educación nacional –sin prejuicios chauvinistas– fue, aún con sus exageraciones patrioteras,
el principal factor de unidad cultural.
Aquella tríada Región-Nación-Universo,
que servía de apoyo a la unidad ecuménica de
una cultura sin adjetivos y que José Ingenieros
planteó inductivamente en su “Sociología argentina” sostuvo, aquí en La Pampa, un planteamiento
deductivo, es decir, marchó de lo
general a lo particular. La escuela y sus maestros “hicieron patria” subsumiendo lo regional
en lo nacional.
La tesis que sostuviéramos en el Simposio
Nacional de Folklore (Cosquín 1968) estaba referida
a lo que, en acuerdo con las proposiciones
de Antonio Gramsci, constituye un folklore de
confluencia, de base sencillamente dialéctica.
Los maestros de La Pampa refrendaron en
los hechos las consignas de un saludable nacionalismo,
a la vez que participaron activamente
en las asambleas destinadas a reivindicar los
fueros del campesinado. Fue por eso,
y por su empeño en crear condiciones
favorables para el desarrollo del cooperativismo,
que en las postrimerías
del gobierno de facto del uriburismo,
se hiciera constar en la Memoria de
esos aciagos años que “las escuelas de
La Pampa constituían una verdadera
vergüenza nacional, algo así como
una sucursal bolchevique de la cual la
Asociación de Maestros Pampeanos
constituía el “presidium soviético en
La Pampa”.
Esa acusación que a la postre –viniendo
de quien venía– resulta un elogio,
tenía un asidero seguramente en el
Manifiesto al Pueblo de La Pampa hecho
público el 11/10/1928, en ocasión
del Congreso de Maestros Pampeanos
y del que participaron 364 delegados
de todo el ex territorio. El fraternal llamado
al laborioso pueblo pampeano
inserto en el documento, para luchar
hombro a hombro con los maestros “en
la obra de mejoramiento social y cultural” de la población, encontró amplia
resonancia en la prensa diaria y periódica de la
República. Uno de los participantes, el maestro
y abogado Edmundo Rosales dijo entonces
que “La decisión del magisterio pampeano de
hermanarse con los obreros y los campesinos
en esa lucha ardua por una mayor justicia en
la distribución de la riqueza social y por el derecho
a la cultura, es una declaración que lo
honra”.
El fervor cultural del magisterio pampeano
hizo que la escuela no quedase cercada en un
didactismo aséptico. El hecho de que ninguna
localidad careciera de una Biblioteca Popular,
incorporó a la educación sistemática un
soporte para sistemático que, tal como se señaló en el Primer Congreso de bibliotecas de
La Pampa en 1957, “fue el indicado preciso de
la variable cultural que sirvió de baremo para
establecer los índices cualitativos del progreso
y la evolución provincial”. Ese hecho tuvo casi
siempre, un maestro a la cabeza.
S/T (colección Volver), fotografía. Patricia Bonjour
También los maestros encabezaron la lista protagónica del periodismo regional pampeano. Los maestros pampeanos, por último, fueron precursores de una cultura regional en las letras, y ayer como hoy, aportaron su talento y creatividad más allá de las aulas.
Notas
* (1921-2004) Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación. Maestro Normal Nacional. Docente en la Universidad Pedagógica de México, y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Escritor, periodista, investigador. Profesor Emérito de la UNLPam. Secretario Académico de la UNLPam. Profesor Titular de la Cátedra Pedagogía Universitaria. Director de la Maestría en Evaluación de la Facultad de Ciencias Humanas.
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