DOI: http://dx.doi.org/10.19137/huellas-2021-2512
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Cita sugerida:. Patronelli , H.(2021) De la crisis de hegemonía al ascenso de la región del Asia-Pacífico. China en el actual orden geopolítico mundial. Revista Huellas, Volumen 25, Nº 1, Instituto de Geografía, EdUNLPam: Santa Rosa. Recuperado a partir de: http://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/huellas
ARTÍCULOS
De la crisis de hegemonía al ascenso de la región del Asia-Pacífico. China en el actual orden geopolítico mundial
From hegemony crisis to the rise of Asia – Pacific region. China in current world geopolitic scene
Da crise da hegemonia da região à ascensão da Ásia-pacifico. A China na atual ordem geopolítica mundial
Hilario Patronelli 1
Universidad Nacional de La Plata
hpatronelli@gmail.com
Resumen: El presente artículo tiene como objetivo general analizar la crisis de hegemonía estadounidense y el ascenso económico que experimenta la región de Asia-Pacífico. El poder global se localiza en nuevos territorios, se desplaza el eje Norte-Occidente por el del Sur-Oriente. Según Giovanni Arrighi (2007), el ciclo hegemónico de los Estados Unidos está en su fase de decadencia, por lo cual ya no puede imponer su orden geopolítico mundial. El ascenso del sudeste asiático experimentado en la década de 1990 conformó un desplazamiento del poder a esta región. En particular, China aparece como el principal competidor de los Estados Unidos, sobre todo en nodos claves de la alta tecnología. La insubordinación del gigante asiático le permitió un ascenso económico fabuloso, una mayor competitividad de sus empresas con respecto a las de capitales estadounidense y un desplazamiento del poder geopolítico. China sustituye a Japón como el líder regional, además de convertirse en el principal socio comercial de África y de América Latina. La guerra comercial entre Estados Unidos y China dan muestras de la crisis terminal de hegemonía. Ya no existe el consenso, sino la dominación sin hegemonía. Está abierta la puerta para un nuevo ciclo hegemónico, ¿será el de China?
Palabras clave: Hegemonía; China; Estados Unidos; Geopolítica; Poder global
Summary: The main purpose of this article is to analyze the USA hegemony crisis and the economic rise experienced by the Asia-Pacific region. Global power is located in new territories, shifting from the North-West axis to the South-East axis. According to Giovanni Arrighi (2007), the hegemonic cycle of the United States is in its declining phase, consequently without being able to impose its world geopolitical order no longer. The rise of Southeast Asia experienced in the 1990s resulted in a shift of power to this region. In particular, China appears as the main competitor of the United States, especially in key high-tech nodes. The insubordination of the Asian giant allowed for a fabulous economic rise, companies greater competitiveness in comparison to those of American capital and a displacement of geopolitical power. China replaces Japan as the regional leader, in addition to becoming the main trading partner for Africa and Latin America. The trade war between the United States and China reveal the terminal crisis of hegemony. Consensus no longer exists, but domination without hegemony. The door is open for a new hegemonic cycle, will it be Chinese?
Keywords: Hegemony; China; United States; Geopolitics; Global power
Resumo: Este trabalho tem como objetivo geral analisar a crises hegemônica norte-americana e a ascensão econômica que experimenta a região da Ásia-Pacífico. O poder global se localiza em novos territórios, desloca-se o eixo Norte-Ocidente pelo Sul-Oriente. Segundo Giovanni Arrighi (2007), o ciclo hegemônico dos Estados Unidos está em sua fase de decadência, por isso já não pode impor sua ordem geopolítica mundial. A ascensão do sudeste asiático experimentado na década de 1990 produz um deslocamento de poder a esta região. Em particular, a China aparece como o principal competidor dos Estados Unidos, sobretudo em nodos chaves da alta tecnologia. A subordinação do gigante asiático lhe permitiu uma ascensão econômica fabulosa, uma maior competitividade de suas empresas em relação às de capitais norte-americano e um deslocamento do poder geopolítico. A China substitui o Japão como líder regional além de transformar-se no principal sócio comercial da África e da América Latina. A guerra comercial entre os Estados Unidos e a China oferecem amostras da crise definitiva da hegemonia. Já não existe consenso, senão a dominação sem hegemonia. Está aberta a porta para um novo ciclo hegemônico. Será o da China?
Palavras-chave: Hegemonia; Estados Unidos; Geopolítica; Poder Global
RECIBIDO 15-02-2021/ ACEPTADO 31-03-2021
El presente artículo tiene como objetivo general analizar la crisis de hegemonía estadounidense y el ascenso económico que experimenta la región de Asia-Pacífico. El poder global se localiza en nuevos territorios, se desplaza el eje Norte-Occidente por el del Sur-Oriente.
Estos procesos de desterritorialización y de re-territorialización que plantea Haesbaert (2011) generan una dicotomía entre los sectores globalistas y americanistas hacia el interior del imperio. Para los primeros la necesidad de la deslocalización es necesaria para poder mantener la supremacía en el aparato industrial-militar, mientras para los segundos esto se podría traducir en una pérdida de la seguridad nacional.
Wallerstein (1984) pone el énfasis en la esfera económica para determinar las características de un Estado hegemónico, lo cual es clave para entender los procesos de decadencia de hegemonía. Por su parte Brzezinski (1998) entiende que el poder relativo de Estados Unidos está en franco retroceso, reconoce un mundo multicéntrico y multipolar pero a su vez sostiene que China no va a ocupar ese lugar por su política de “ascenso pacífico”.
En cambio, para Giovanni Arrighi (2007), el ciclo hegemónico de los Estados Unidos está en su fase de decadencia, por lo cual ya no puede imponer su orden geopolítico mundial. El ascenso del sudeste asiático experimentado en la década del 90 conformó un desplazamiento del poder a esta región. En particular, China aparece como el principal competidor de los Estados Unidos, sobre todo en nodos claves de la alta tecnología. La insubordinación del gigante asiático le permitió un ascenso económico fabuloso, una mayor competitividad de sus empresas con respecto a las de capitales estadounidense y un desplazamiento del poder geopolítico. China sustituye a Japón como el líder regional, además de convertirse en el principal socio comercial de África y de América Latina.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China da muestras de la crisis terminal de hegemonía. Ya no existe el consenso, sino la dominación sin hegemonía. Está abierta la puerta para un nuevo ciclo hegemónico, ¿será el de China?
En el análisis de los sistemas-mundo (Wallerstein, 1984) la hegemonía interestatal es un fenómeno que no se produce asiduamente, sino al contrario, se deben conjugar determinados elementos que contemplaré más adelante. Esto solo ha ocurrido tres veces: la hegemonía de Holanda hacia mediados del siglo XVII, la hegemonía de Gran Bretaña a mediados del siglo XIX y la hegemonía de Estados Unidos a mediados del siglo XX.
Hablar de hegemonía nos lleva indefectiblemente a definirla. Según la Real Academia Española es “la supremacía que un Estado ejerce sobre otro”. Esa supremacía puede ser entendida desde una sola particularidad: el poder militar. Sin embargo, Arrighi (2007) plantea la hegemonía como algo diferente a la dominación. Para ello parte de la definición de Gramsci:
ésta es el poder adicional del que goza un grupo dominante en virtud de su capacidad para impulsar la sociedad en una dirección que no sólo sirve a sus propios intereses, sino que también es entendida por los grupos subordinados como provechosa, conforme a un interés más general. Es el concepto inverso de la “deflación de poder” con la que Talcott Parsons designaba situaciones en las que una sociedad no puede ser gobernada sino mediante el uso generalizado o la amenaza de la fuerza. Si los grupos subordinados tienen confianza en sus gobernantes, el sistema de dominación no precisa recurrir a la coerción, pero cuando esa confianza se desvanece no cabe otro recurso que la fuerza. Siguiendo lo anteriormente planteado por Gramsci, la hegemonía se puede entender del mismo modo como “inflación de poder” que deriva de la capacidad de los grupos dominantes para hacer creer que su dominio sirve no sólo a sus intereses sino también al de los subordinados. Cuando esto desaparece, la hegemonía pasa a ser pura dominación, o lo que Ranajit Guha ha llamado “dominación sin hegemonía” (Arrighi, 2007: pp. 159-160).
En síntesis, la hegemonía establecería el consenso para impulsar el sistema interestatal en la dirección que se desea, priorizando el interés no sólo propio sino del grupo subordinado. En cambio, la dominación estaría vinculada con la imposición del poder real, en muchos casos militar, para determinar los intereses propios sin el beneficio de ese grupo subordinado.
Siguiendo a Wallerstein la hegemonía implica el dominio en las esferas de la actividad ideológica, política y económica, pero se asienta firmemente en la consecución de la supremacía económica, que supone tres fases. En la primera, el Estado hegemónico ha logrado superar en eficacia productiva a sus rivales. En la segunda, los comerciantes gracias a esa superioridad, pueden conseguir ventajas comerciales. En la tercera, los banqueros del Estado pueden adquirir el control financiero de la economía-mundo. Cuando la producción, el comercio y las finanzas de un Estado son más eficientes que la de todos los Estados rivales, ese Estado es hegemónico. Dichos Estados pudieron alcanzar el dominio en el sistema interestatal sin amenazas de expansión territorial, sino procurando equilibrar las fuerzas para impedir que se formasen coaliciones rivales y crecieron lo suficiente como para suponer una amenaza para el liderazgo político del Estado hegemónico.
Tras el momento de auge y posterior asentamiento de un Estado hegemónico, se produce gradualmente su decadencia. Las propias características del liberalismo permiten que los rivales del hegemón copien los adelantos técnicos e igualen su eficacia productiva. De este modo, los tres elementos planteados por Wallerstein decaen: primero la superioridad en el sector productivo y posteriormente en el comercial y en el financiero. En la práctica, los dos casos de decadencia de las potencias hegemónicas han sido amortiguadas por la alianza del viejo Estado hegemónico en declive con el nuevo Estado hegemónico que surge: los holandeses fueron al principio los socios menores de Gran Bretaña, papel que desempeñaron los británicos con respecto a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo a Brzezinski y Arrighi, más adelante explicaré la decadencia de la hegemonía estadounidense y el rol que juega China en el nuevo sistema interestatal.
Como se planteó en el apartado anterior, el modelo dinámico de la hegemonía y la rivalidad se asienta en tres elementos claves. A su vez, podemos establecer un periodo de ascenso, otro de triunfo, de madurez y por último de decadencia de la hegemonía, que están en consonancia con los ciclos largos de Kondratieff: una fase de crecimiento y otra de estancamiento. Desde la perspectiva del sistema-mundo, esta pauta cíclica es propia del funcionamiento del modo capitalista de producción. Es imposible un crecimiento acumulativo lineal simple y por ellos son necesarias fases intermitentes de estancamiento.
Para Taylor y Flint (2002), una de las características fundamentales del modo capitalista de producción es que no existe un control centralizado general. El mercado confía en que la competencia regule el sistema, y para que haya competencia los empresarios tienen que tomar decisiones que no están sometidas a un control central y las toman con el fin de obtener beneficios a corto plazo. En la fase de crecimiento a todos los empresarios les interesa invertir en producción (nuevas tecnologías) puesto que las perspectivas de obtener beneficios son favorables; pero, al no haber una planificación central de la inversión, esas tomas de decisión a corto plazo acaban provocando una sobreproducción que origina el fin de la fase. En la fase de estancamiento, las perspectivas de obtener beneficios son escasas por lo que hay una subinversión en producción en detrimento de la especulación financiera. Este modo de actuar tiene sentido para los intereses individuales de los empresarios, pero es irracional para el conjunto del sistema. Esta contradicción, a la que se suele denominar anarquía de la producción, origina ciclos de inversión. Tras extraer la mayor cantidad de beneficios posible de un conjunto de procesos productivos basados en una oleada de tecnologías en la fase de crecimiento, en necesario que tenga lugar la fase de estancamiento para reorganizar la producción y crear condiciones nuevas para la expansión basada en otra oleada de innovaciones tecnológicas.
Siguiendo a Haesbaert (2011), la fase de estancamiento coincide con los procesos de desterritorialización tanto desde una perspectiva económica como política: la primera se concibe prácticamente como sinónimo de globalización económica, ya que se va conformando un mercado mundial con flujos comerciales, financieros y de informaciones cada vez más independientes de bases territoriales bien definidas, como la de los estados nacionales. Particularmente dentro de este proceso, el capitalismo posfordista sería el responsable del debilitamiento de las bases territoriales, o más ampliamente, espaciales en la estructuración general de la economía, en especial en la lógica locacional de las empresas (como es el caso de la desindustrialización que experimenta Estados Unidos y Europa en la década del 80 y su reubicación en la periferia). La desterritorialización aparece como sinónimo de “deslocalización”, que subraya el carácter multilocacional de las empresas cada vez más autónomas. Sin embargo, según Deleuze y Guattari (citado por Haesbert 2011) el Estado produce una territorialidad que no destruye por completo la territorialidad tradicional, sino que se apropia de estás integrándolas. Se trata de una des-reterritorialización compleja, pues al mismo tiempo que destruye las territorialidades previas, las reincorpora y produce una nueva forma territorial de organización social. Para sustituir a estas industrias deslocalizadas, se introducen otras innovaciones e industrias que hará funcionar la producción en la nueva fase de crecimiento y que se localizaran en los centros globales.
Siguiendo el análisis de Arrighi (2007), la crisis de hegemonía es la situación en la que el Estado hegemónico vigente carece de los medios o la voluntad para seguir impulsando el sistema interestatal en una dirección que sea ampliamente percibida como favorable, no sólo para su propio poder, sino para el poder colectivo de los grupos dominantes del sistema. Dicha crisis no necesariamente pone fin a las hegemonías, pero si señalan problemas en la conducción del sistema.
La madurez de la hegemonía estadounidense se consolida en el periodo de segunda posguerra, donde aparece la Unión Soviética (URSS) como su principal competidor, en el marco de un mundo bipolar. La contención del poder soviético se convirtió en el principio organizador de la hegemonía estadounidense, cuyos medios fundamentales para materializar esa contención serían el control sobre el dinero mundial (patrón dólar) y el poder militar (alianza de la OTAN). Además, la reconstrucción del aparato industrial alemán y japonés fue algo consustancial a la internacionalización del Estado bélico-asistencial estadounidense. Es decir, según Kennan (citado por Arrighi 2007, p. 163), “la política de contención fue siempre pre limitada y prudente, basada en la idea de que en el mundo existían cuatro o cinco estructuras industriales: los soviéticos contaban con una y Estados Unidos con el resto”.
El desarrollo desigual bajo hegemonía estadounidense fue un proceso alentado conscientemente “desde arriba” por un Estado bélico-asistencial globalizador, lo cual explica la rápida expansión de posguerra. Sin embargo, también explica la particular combinación de límites y contradicciones que la transformaron en el estancamiento relativo de las décadas del 70 y 80. La homologación exitosa crea nuevos competidores, y la intensificación de la competencia ejerce una presión a la baja sobre los beneficios de las empresas existentes.
En cuanto a las contradicciones políticas, las dificultades en imponer sus objetivos políticos y sociales estallaron. Si bien la mejora y la expansión de los aparatos productivos de Japón y Europa Occidental crearon condiciones para la consolidación de la hegemonía, las diferencias entre el Sur y el Norte se ampliaban. El Estado bélico-asistencial estadounidense no alcanzó sus objetivos políticos y sociales en el Tercer mundo a pesar del intento industrializador de estos.
Este fracaso fue sobresaliente en la Guerra de Vietnam (1955 – 1975), donde Estados Unidos se vio derrotado pese a la escalada de sus bajas y a un despliegue de armamento sin precedentes. El resultado fue la pérdida de gran parte de su credibilidad política y del control del sistema monetario mundial, y con ello la aparición de la “crisis-señal” (1968 – 1973) según Arrighi.
La década del 80 y 90, denominada como la belle époque, revirtió efímeramente la crisis-señal mencionada anteriormente, provocando un resurgimiento económico y del poder militar de Estados Unidos, sobre todo a partir de la disolución de la URSS y la consecuente consolidación de un mundo unipolar. Estados Unidos se convirtió en el gendarme del mundo y el único capaz de regir los destinos del sistema interestatal, materializándose en lo que George Bush hijo estableció como la nueva estrategia imperial para desterrar la crisis-señal: “el proyecto para un nuevo siglo americano”. El fin de la guerra fría había terminado con la amenaza comunista global, por lo cual el fundamentalismo islámico (traducido en terrorismo por EE.UU.) y los “estados delincuentes” (aquellos países que intentan tener un mayor grado de autonomía en el sistema-mundo) se convertirían en la nueva amenaza para el pueblo estadounidense, provocando un respaldo unánime del Congreso para la escalada militar en Afganistán (2001) e Irak (2003).
La doctrina Powell, es decir, el reemplazo del uso gradual y prolongado de la fuerza por un avance abrumador y retiro rápido de las fuerzas da paso a la estrategia de la guerra de “bajo riesgo” en Afganistán, con el objetivo de no solamente combatir al “terrorismo” sino de reconfigurar el rol de Estados Unidos en la geografía política de Asia occidental. La invasión a suelo iraquí se convirtió en una piedra en el zapato estadounidense y cada vez que avanzaba se tornaba más molesto. La resistencia iraquí, a diferencia de la vietnamita, no contaba con un gran potencial armamentístico, ni con la experiencia de la guerrilla en un ambiente favorable ni tampoco con el apoyo de una gran superpotencia. Si Vietnam se había convertido en la “crisis-señal”, Irak iba a terminar socavando las expectativas hegemónicas del gigante para terminar convirtiéndose en la “crisis-terminal”. Queda expuesta la deflación que había experimentado el poder estadounidense como consecuencia de la transformación de hegemonía en pura dominación.
El resultado de la guerra en Irak acentúa la crisis de hegemonía cuando atendemos el impacto en la economía política global. Por un lado, la escalada militar en Asia conduce a que Estados Unidos se convierta en el país más endeudado del mundo, cuyo resultado es el déficit cada vez mayor de su balanza de pagos por cuenta corriente, frente al superávit que experimenta el resto del mundo (concentrado en los países emergentes). Por consiguiente, los más importantes financiadores del déficit por cuenta corriente estadounidense han sido los gobiernos de Asia oriental. Por otro lado, Arrighi resume la situación estadounidense de dominación sin “hegemoney” comparándolo con el declive británico. El creciente déficit por cuenta corriente estadounidense refleja un deterioro en la situación competitiva de las empresas estadounidenses en su propio país y en el extranjero (no sólo en sectores de baja tecnología, intensivos en trabajo, sino también en las actividades de alta tecnología, intensivas en conocimiento) contrarrestándolo parcialmente, aunque con menor éxito que Gran Bretaña, a partir de la especialización en la intermediación financiera global. A diferencia de este, Estados Unidos no cuenta con un imperio territorial del cuál extraer los recursos necesarios para mantener la preeminencia político-militar en un mundo cada vez más competitivo.
Resulta necesario introducirse en el pensamiento de Brzezinski (1998) para poder entender los problemas que los Estados Unidos enfrentan en su estrategia de dominación global. El autor percibe hacia fines de la década del 90 una primacía norteamericana a nivel mundial producto de la desintegración de la URSS y su consecuente triunfo en la Guerra Fría. En “El Gran tablero mundial” (Brzezinski, 1998) se plantean los objetivos de Estados Unidos para formular su geoestrategia2 global e integral para preservar el rol como “arbitro del mundo”, poniendo el foco en Eurasia. Frente a un continente tan densamente poblado, tan diverso culturalmente, y compuesto por Estados que tienen sus propios planes de proyección geopolítica como los que integran Eurasia, hace falta “un despliegue cuidadoso utilizando maniobras, diplomacia, coaliciones, cooptación y otros recursos políticos” (Boron y Massholder, 2014, p. 42). Dentro de ese continente estratégico, Brzezinski alertaba sobre potenciales “contingencias relacionadas con los futuros alineamientos políticos que intenten empujarlos a los Estados Unidos fuera de Eurasia”. Entre esas contingencias, continuaba, “el escenario potencialmente más peligroso sería el de una gran coalición entre China, Rusia y quizás Irán, una coalición antihegemónica unida no por una ideología sino por agravios complementarios” (Boron y Massholder, 2014, pp. 42-43). En 2014, está alianza antihegemónica se consolida cuando la India solicita su incorporación a la Organización de Cooperación de Shanghai, forjada por Beijing y Moscú, y a la cual ya se había adherido Irán y otras potencias asiáticas.
A partir de la caída de la URSS, Estados Unidos queda en posición de única superpotencia realmente global, cuyo poder no residía solamente en la capacidad de movilizar recursos económicos y militares, sino en la posibilidad de difundir masivamente un conjunto de elementos vinculados a los patrones de consumo, valores, mentalidades y de identidades políticas construidas en Estados Unidos. Por lo tanto, la dimensión global que representa la dominación se debe basar en cuatro pilares: la supremacía militar, económica, tecnológica y cultural.
Brzezinski pone mucho énfasis en el dinamismo económico de Estados Unidos, que le permitió, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, representar el 50 % del Producto Nacional Bruto mundial. Hoy, aquella cifra se ha reducido a poco menos de la mitad, y todo indicaría que seguirá disminuyendo.
En el plano tecnológico y de la innovación, el fenómeno que se produce en el siglo XXI es que la ciencia ya no es aprovechada sólo por los norteamericanos, sino también por los que pueden asistir a las universidades de elite, en donde se producen los grandes desarrollos tecnológicos. Son principalmente orientales: chinos, japoneses, surcoreanos, malasios, indios, etc., dado que la situación económica imperante en Estados Unidos priva de posibilidades a una familia tipo norteamericana de enviar a sus hijos a la universidad. Se produce entonces, un traslado de esta capacidad tecnológica hacia países asiáticos, cuyos jóvenes, van a estudiar a Estados Unidos o Europa, conocen lo más avanzado de la tecnología contemporánea y luego regresan a sus países de origen.
En el plano militar, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia mundial. Sin embargo, esta supremacía no ha logrado traducirse en la posibilidad de una dominación efectiva, como los casos de las guerras desatadas por los Estados Unidos contra Afganistán o Irak.
Si bien en ningún momento Brzezinski habla de una crisis de hegemonía y de un posible reemplazo de Estados Unidos por China como potencia global, el crecimiento experimentado por el gigante asiático en las últimas décadas prende la alarma. Frente a este ascenso, la idea de construir un “Occidente más grande y vital” se presenta como un objetivo central para aglutinar países en torno a los valores y creencias de los Estados Unidos. Se entiende por Occidente a “una combinación de creencias espirituales, principios filosóficos ligados a la satisfacción del individuo, los derechos civiles y el compromiso con las leyes de los Estados democráticos”. Es decir, lo que están proyectando como la extensión de Occidente es sobre todo la dominación cultural. (Boron y Massholder, 2014: 46)
La evidente declinación hegemónica de Estados Unidos lleva a Brzezinski a plantear algunos elementos necesarios para conservar la primacía mundial:
La deuda nacional: la deuda pública de Estados Unidos supera a su producto bruto. Antes el centro era el acreedor de las periferias, ahora es al revés: China, Japón, Corea del Sur, Rusia, Brasil y la India son algunos de los principales acreedores de la deuda pública estadounidense.
Sistema financiero: la financiarización del sistema capitalista llevó a un fuerte proceso de estancamiento y recesión.
Desigualdad social y económica dentro de Estados Unidos: una fuerte concentración de los ingresos en favor del 10 % más rico
Una infraestructura decadente: a diferencia de China que tiene una extensa red de trenes de alta velocidad (no solo de pasajeros sino también de carga), Estados Unidos cuenta con el uso de camiones para movilizar sus mercancías lo cual genera una pérdida de competitividad económica.
Por último, sostiene que esta declinación no lleva al cambio de una potencia por otra, sino que estamos ante un mundo complejo, que es multicéntrico y multipolar. En la actualidad no existe esa primacía total, sosteniendo que China no quiere ocupar ese lugar, en consonancia con la siguiente máxima que Deng Xiaoping aconsejó a los diplomáticos chinos (el soft power y la política de ascenso pacífico) y que Brzezinski dice que Estados Unidos debe tener muy en cuenta: “observe las cosas con calma, asegure su propia posición, trate los asuntos internacionales con mucha mesura, esconda nuestras capacidades y apueste al tiempo. Sea bueno en eso de mantener un perfil bajo, y jamás diga que usted quiere ser el líder”. (Boron y Massholder, 2014: p. 48).
La perestroika china llevada adelante por Deng Xiaoping en 1978 generó una apertura gradual de su mercado, siendo el puntapié inicial para que el país experimentara un fabuloso crecimiento económico que se mantuvo durante los últimos 40 años, conformando un sistema económico mixto conocido como economía de mercado socialista o “socialismo a lo China”. El gigante asiático fue un jugador silencioso en el gran tablero mundial hasta iniciado el siglo XXI donde logra ingresar a la Organización Mundial del Comercio y comenzar a competir en las grandes ligas del capitalismo. Esta ha sido una característica del pensamiento estratégico de los orientales materializada por el antiguo filósofo Sun Tzu la cual se concentra en el debilitamiento psicológico del adversario y la persistencia paciente para lograr sus objetivos, compatible con la doctrina del heping jueqi (emerger rápidamente de forma pacífica) formulada por primera vez en 2003 en el Foro Boao para Asia donde China busca la expansión pacífica, diferenciándose de las potencias predecesoras. “China no emprenderá la violencia para apoderarse de recursos y buscar la hegemonía mundial, sino que pretende crecer y avanzar sin trastornar el orden existente, de forma que beneficie a sus vecinos” (Funabashi 2003, citado por Arrighi 2007, p. 305). La expresión “ascenso pacífico” ha sido reemplazada a favor del “desarrollo pacífico” o la “coexistencia pacífica”, asentada en la proclamación del ex presidente Hu Jintao en 2004 de los “cuatro noes” (no a la hegemonía; no a la fuerza; no a los bloques; no a la carrera armamentística) y los “cuatro síes” (sí a generar confianza; sí a reducir las dificultades; sí a desarrollar la cooperación; sí a evitar la confrontación). Esta doctrina no entra en contradicción con el desarrollo de las fuerzas armadas, según el gobierno chino, ya que la política de defensa nacional se centra en la autoprotección.
El correr del siglo XXI nos marca que el poder geopolítico se ha desplazado a Oriente, donde China ha sustituido a Estados Unidos como la principal economía del mundo. Una de las principales preocupaciones del imperio estaba puesta en su creciente déficit comercial con China, lo que había generado una pérdida de empleos estadounidense en sectores de la industria de maquinaria, equipos de transporte y semiconductores. China había logrado una supremacía productiva, anulando la competitividad estadounidense. Para el analista político James Pinkerton el principal error de Estados Unidos fue la deslocalización productiva, que no solo generó una pérdida de competitividad y empleos, sino que amenaza y pone en riesgo la seguridad nacional:
unos Estados Unidos posindustriales serían incapaces de producir instrumentos bélicos necesarios […] Si se mantienen las actuales tendencias, los chinos tendrán la posibilidad de desconectar simplemente nuestra economía y así no podremos combatir contra ellos, aunque quisiéramos o tuviéramos que hacerlo, lo que podría hacer la guerra aún más tentadora para los chinos. (Arrighi 2007, p. 310).
Esta dicotomía entre los intereses de las empresas estadounidenses y los intereses nacionales de Estados Unidos viene siendo tema de discusión entre americanistas y globalistas desde el gobierno de George Bush hijo. Los sectores más conservadores insisten con la amenaza de la deslocalización para la seguridad nacional, instando a las empresas estadounidenses a que regresen a su territorio o reformulando los acuerdos de libre comercio. Sin embargo, el complejo militar-industrial estadounidense duda si se puede mantener la primacía militar sin cierta deslocalización, sea China u otro país. Por otro lado, los demócratas y organizaciones obreras ponen el acento en la pérdida de empleos, pidiendo medidas más proteccionistas, lo que podría obligar a China a revaluar el yuan, con el peligro de que el dólar se devalúe rápidamente, poniendo en discusión la influencia política global de Estados Unidos. En consonancia con esto último, el riesgo del proteccionismo sería desacelerar el consumo interno de Estados Unidos producto del aumento de los precios, algo que ningún gobierno está dispuesto a hacer.
Durante el gobierno de Obama (2009-2017), China asume un papel central en la política exterior de Estados Unidos. La estrategia global cambia de rumbo: Medio Oriente deja de ser el centro de atención para concentrar los esfuerzos en la región de Asia-Pacífico producto de la emergencia de China, que en 2010 se convierte en la segunda economía mundial superando a Japón y dejando atrás a Estados Unidos en la producción de manufacturas y energía. La estrategia empleada para recuperar el terreno perdido consiste en desplegar el 60 % de la fuerza área y naval en la región de Asia-Pacífico, el establecimiento del Acuerdo Transpacífico3 (que no incluye a China), el empleo del “poder inteligente” que busca capitalizar los conflictos y disputas de China con sus países vecinos y mantener las relaciones comerciales con China. Sin embargo, esta estrategia no logró contener el avance del gigante asiático, provocando una mayor presencia en las áreas de conflicto, modernizando su aparato militar y desarrollando nuevas iniciativas como la Asociación Económica Regional, el Área de Libre Comercio del Pacífico Asiático, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, entre otras.
Con la llegada de Donald Trump al poder (2017) se vuelve a poner en el centro la agenda americanista, donde se identifican diversos temas prioritarios desde los comerciales (déficit de Estados Unidos con China, incremento de aranceles, desempleo en Estados Unidos), financieros (transnacionalización del yuan, incremento de las reservas internacionales de China, financiamiento de déficit estadounidense) y políticas (vinculadas a los derechos humanos y la explotación de la mano de obra en China, relaciones bilaterales y apoyo a los movimientos de liberación nacional en América Latina, Asia y África). Otro tema de interés es la expansión comercial y de inversión extranjera de China, su creciente rol en las instituciones financieras internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), el incremento de la capacidad militar, desarrollo de ciencia, tecnología e innovación, entre otras.
Es eslogan de la campaña presidencial de Donald Trump “Make America Great Again” (Haz América [Estados Unidos] grande de nuevo) fue profundizado con la consigna “China te quita tu trabajo, por eso vota a Trump”. La bandera del problema del empleo está sostenida por la gran cantidad de puestos de trabajo que migraron hacia China en las últimas dos décadas y que Trump pretende revertir. La globalización neoliberal generó una vinculación productiva a través de las cadenas de valor internacional que en algunos casos perjudicó a las empresas instaladas en territorio estadounidense pero a la vez benefició a otras empresas norteamericanas que se trasladaron a la periferia en busca de mano de obra barata. Esto desnuda la perdida de hegemonía estadounidense en términos estrictamente productivos. Volver a producir en los Estados Unidos o renegociar los tratados de libre comercio podrían convertirse en un boomerang para Trump. Esto podría traducirse en menor competitividad con China debido a los costos salariales y un aumento de las mercancías que no solo generaría precios más altos, sino que también podría anular la generación de empleos.
La cumbre entre Donald Trump y Xi Jinping de 2017 tuvo como eje central el incremento de las exportaciones de Estados Unidos hacia China con el objetivo de reducir el déficit comercial. En cuanto a esto, China flexibilizaría las restricciones a las exportaciones cárnicas desde los Estados Unidos, pero además le permitiría el acceso a su mercado financiero, teniendo en cuenta que los inversionistas extranjeros no pueden mantener una participación mayoritaria en las empresas chinas de seguros y en las sociedades de valores. Tres años más tarde, ambos mandatarios firmaron el acuerdo “más grande que haya en el mundo”, según palabras de Trump. En la primera fase de este acuerdo, Xi Jinping se compromete a comprar u$s 100.000 millones en bienes y servicios por año, de los cuales casi la mitad correspondería al sector energético, ya que China cubre tres cuartas partes de su energía doméstica desde el exterior. La guerra comercial estaba llevando a una desaceleración de la economía mundial que a ninguna de las dos superpotencias les convenía. Resta dilucidar quién saldrá mejor parado en el futuro tras estos acuerdos, que a priori era necesario para retomar la senda del crecimiento y la generación de empleo en los Estados Unidos (venía en alza pre pandemia COVID-19) y para China resultaba clave ya que en el primer semestre de 2019 los flujos comerciales entre ambos había caído 13,6 %, muestras de que la guerra comercial estaba teniendo su impacto negativo, además de que los orientales estaban registrando el menor crecimiento económico de los últimos 30 años. Las piezas se mueven como en un tablero de ajedrez, la estrategia proteccionista de Trump parece ser conservadora y no está dispuesto a dar un paso en falso para que su rey quede acorralado. Lo tragicómico sería que el propio mercado derrumbe el sueño americano.
En la economía-mundo la hegemonía no es un fenómeno que ocurra a menudo, sino que aproximadamente cada un siglo se conjugan ciertos elementos que la ponen en discusión.
La mayoría de los autores trabajados coinciden en que existe un declive hegemónico que pone el riesgo el nuevo siglo americano. Sin embargo, no todos se animan a afirmarlo y tampoco vislumbran quién será el nuevo hegemón.
Arrighi desarrolla con precisión la crisis de hegemonía de Estados Unidos destacando dos momentos claves: la “crisis-señal” (1968-1973) y la “crisis-terminal” (2001-2011). A esto agrega que el centro del poder se desplazó hacia Asia-Pacífico y que China particularmente está socavando la competitividad estadounidense.
Brzezinski no plantea una crisis de hegemonía y tampoco ve en el gigante asiático un actor que dispute la hegemonía debido a su política de soft power. Sin embargo, reconoce un declive en el poder real de Estados Unidos debido a su enorme deuda pública, las desigualdades sociales y económicas hacia su interior, la pérdida de competitividad, entre otras.
Si tenemos en cuenta lo que Wallerstein define como hegemonía, el autor pone el acento es la esfera económica, destacando tres fases. Tanto en la primera como la segunda fase, podemos sostener que China ha logrado superar en eficacia productiva y ha conseguido ventajas comerciales sobre Estados Unidos. Las medidas proteccionistas y la revisión de los tratados de libre comercio llevados a cabo por la administración Trump son una muestra de esto. Sin embargo, China todavía no adquirió el control financiero de la economía-mundo. La partida de ajedrez se puso en marcha. Parece que China está dispuesta a hacer jaque mate.
Referencias bibliográficas
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Notas
1 Profesor en Geografía (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación –FaHCE- Universidad Nacional de La Plata –UNLP-). Estudiante de la Maestría en Políticas de Desarrollo (FaHCE - UNLP). Docente del Departamento de Geografía (FaHCE - UNLP) e investigador del Centro de Investigaciones Geográficas –CIG- e Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales –IdIHCS-, Universidad Nacional de La Plata –UNLP-. Profesor ayudante diplomado de la cátedra de Geografía de Asia, África y Oceanía (FaHCE - UNLP). Integrante del proyecto de investigación “El atlántico sur y sus relaciones con otras regiones de interés geopolítico mundial. Estudios de casos frente a las actuales tendencias hegemónicas” (CIG – IdIHCS - UNLP). Estudios vinculados a la Geografía Política y a las regiones del Atlántico Sur, África y Asia.
2 Según Merino (2018) la geoestrategia es la gestión de los intereses geopolíticos y, además, económico-políticos, lo cual desborda el análisis anclado meramente en la categoría Estado-nación, incorporando a los actores económico-políticos transnacionales.
3 El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (firmado en 2005) es un tratado de libre comercio que busca rebajar barreras comerciales, establecer un marco común de propiedad intelectual, reforzar los estándares del derecho del trabajo, derecho ambiental y establecer un mecanismo de arbitraje de diferencias integrado por Estados Unidos, Brunei, Chile, Nueva Zelanda, Singapur, Australia, Canadá. Japón, Malasia, México, Perú y Vietnam. En 2017 Estados Unidos se retira.