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ARTÍCULOS
Valores epistémicos y sociales del discurso científico: primera parte
Epistemic and social values of scientific discourse: part one
Eduardo Sota
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
eduardomsota@gmail.com
Resumen: Es frecuente la distinción entre juicios descriptivos, valorativos y normativos. La doxa científica tradicional ha procurado justificar que solo los primeros poseen contenido cognitivo mientras que los otros distorsionan la empresa científica. La incontaminación de tales juicios ha sido el desiderátum del ideal de la ciencia “libre de valores” que bajo diversas estrategias y concesiones ha mantenido una vigencia robusta. En principio, desarrollaremos una versión más o menos convencional y actualizada del ideal de la ciencia “libre de valores” –en particular, la expuesta por Lacey– para, a continuación, dar lugar a diversas críticas emplazadas desde diversos supuestos y con distintos alcances. La estrategia adoptada será pasar a examen diversas tesis proporcionadas por los mismos científicos y/o epistemólogos sociales para destacar que todas ellas coinciden en que los valores denominados no epistémicos no sólo son legítimos sino que, y bajo determinada perspectiva uno podría afirmar que es indistinguible la diferenciación entre juicios de valor epistémicos/no epistémicos –señaladamente, la enunciada por Kitcher–. En esta dirección daremos, empero, un paso más fuerte y sostendremos –en la segunda parte– que las teorías sociales también conllevan juicios normativos, esto es, de construcción del mismo objeto de estudio y esto desde ciertos componentes axiológicos y con consecuencias (normativas/prescriptivas) acerca de cómo debe ser tratado ese sujeto-objeto.
Palabras clave: Ciencia; Valores; Lo epistémico; Lo normativo; Constructivismo.
Abstract: The distinction between descriptive, evaluative and normative judgments is frequent. Traditional scientific doxa has tried to justify that only the first have cognitive content while the others distort the scientific enterprise. The uncontamination of such judgments has been the desideratum of the ideal of “value-free” science that under various strategies and concessions has maintained a robust validity. At the beginning, we will develop a more or less conventional and updated version of the ideal of “value-free” science –particularly the one expounded by Lacey– to give afterwards rise to various criticisms based on different assumptions and with different scopes. The strategy adopted will be to examine various theses provided by the same scientists and / or social epistemologists to highlight that they all agree, that is, the so-called non-epistemic values are not only legitimate but, and under a certain perspective, one could affirm that the differentiation between epistemic / non-epistemic value judgments is indistinguishable –especially, the statement made by Kitcher–. However, we will take a stronger step in this direction and argue - in the second part - that social theories also involve normative judgments, that is, the construction of the same object of study and this from certain axiological components and with (normative / prescriptive) consequences about how that subject-object should be treated.
Keywords: Science; Values; Epistemic; Normative; Constructivism.
Fecha de recepción: 03/04/2021/ Fecha de aceptación: 30/10/2021
Introducción
Nuestro trabajo se dirigirá a mostrar las diversas peculiaridades que asume la relación juicios de hecho y juicios de valor en las ciencias sociales. Es más, aunque Moulines (1991) trata indistintamente ‒más por razones prácticas que estrictamente lógicas‒ los juicios de valor de los normativos (no es lo mismo decir “es malo estrangular a la gente” que “no debes estrangular a la gente”), nosotros sostendremos dicha distinción. En efecto, nos comprometeremos con la tesis de que no sólo las ciencias sociales contienen inexcusablemente valores sociales y morales sino también, y bajo determinadas presuposiciones, compromisos de naturaleza normativas y prescriptivas, es decir, relativas a qué hacer con determinadas conductas y comportamientos, cómo y hacia dónde orientarlas.
Básicamente, el trabajo se dividirá en dos partes principales: en una primera, se formulará una versión actualizada del desideratum “ciencia libre de valores” o “neutralidad axiológica” –adoptada decididamente por Lacey‒ y algunas críticas focalizadas en determinados aspectos, que ha llevado a debilitar a la misma e, incluso, a mostrar su improcedencia –aquí nos detendremos especialmente en Kitcher‒ . De todos modos, así como rechazamos el presunto carácter universal de la tesis en cuestión tampoco queremos incurrir, bajo una imagen invertida, en un condición uniforme y universal de la “carga valorativa” de la ciencia. Creemos que ella adopta diversas características y fuerza de acuerdo a que disciplina científica nos refiramos, sean estas pertenecientes a las ciencias naturales o sociales. Precisamente, nuestra segunda parte se abocará más particularmente en las modalidades que adopta en las ciencias sociales. Una de ellas es que, a diferencia de las distinciones convencionales y que gozan de fuerte consenso, los valores sociales y morales tienen también un carácter epistémico, generalmente de naturaleza performativo, aunque son diversos los usos que adoptan la incidencia de los valores en las proposiciones científicas de las teorías sociales. Pasaremos a examen algunas de las posturas que los mismos cientistas le asignan al peso de los valores en el discurso científico (social) para finalizar en un caso que creemos de carácter más radical, por el cual la dimensión axiológica es constitutiva del objeto-sujeto construido y supone, por ello mismo, unas derivaciones normativas que producen instituciones, cuerpos jurídicos, personal especializado, etc., para tener que habérsela con estos sujetos que son, ora virtuosos, ora viciosos, victimarios o víctimas, y así. Es decir, el discurso científico (social), desde su especificidad en la caracterización del fenómeno bajo estudio, interviene decididamente, junto a otras prácticas sociales y discursos (jurídicos, por ejemplo) en la orientación y formas de vida de los sujetos sea que éstos se adapten o resistan en mayor o menor grado a tales intervenciones.
Ciencia “libre de valores” y sus críticas
El célebre apotegma weberiano acuñado desde las etapas fundacionales mismas de las ciencias sociales, ha recorrido diversas fases, formulaciones y modificaciones.
Si bien lo desarrollaremos in extenso más adelante –bajo las formulaciones de Lancey‒, esbozaremos inicialmente una versión genérica del citado ideal para, a continuación, dejar planteados los diversos criterios o clasificaciones desde donde y desde qué niveles se lo cuestiona de modo de precisar la instancia bajo la cual desarrollaremos preferentemente nuestro análisis. El ideal de una ciencia libre de valores establece que la justificación de los resultados científicos no debería estar basados en valores no epistémicos –claro que esto supone la aceptación de valores epistémicos o internos a la ciencia‒, sean estos morales o políticos. Derivan, directa e independientemente de principios democráticos del ideal de autonomía personal:
como las decisiones políticas están informadas [en parte] por resultados científicos, el ideal libre de valores asegura –en una sociedad democrática- que las metas colectivas son determinadas por instituciones democráticamente legitimadas y no por un puñado de expertos. Respecto a las decisiones privadas, la autonomía personal sería puesta en peligro si los resultados científicos de los que dependemos en nuestra vida diaria estuvieran empapados con suposiciones morales (Betz, 2013, p. 207).
Los argumentos que controvierten esta tesitura y se inclinan por la opuesta –la carga valorativa de las ciencias‒, se apoyan, fundamentalmente, en el rechazo de la diferencia entre hechos y valores, en la tesis de la subdeterminación de las teorías y en consideraciones acerca del proceso social de la ciencia (Kincaid et al., 2007). Otros criterios que, según Douglas, han contrariado la liberación valorativa son el reto descriptivo, los desafíos de los límites y el normativo. El primero procede de la comunidad académica feminista que ha mostrado la generalizada dificultad de eliminar los valores del proceso y resultados de la empresa científica. Para ello propician un conjunto de principios que deberían estructurar las comunidades científicas para fortalecer la producción del conocimiento estimulando los foros públicos para la crítica, la igualdad en la autoridad intelectual, la sensibilidad a las críticas y valores compartidos en orden a ser capaces de producir afirmaciones meritorias de ser llamadas “conocimiento”. La reestructuración de tales comunidades revelaría los valores ocultos incrustados en la ciencia y su carácter sexista, entre otros sesgos nocivos. El segundo critica el ideal en cuestión basándose en la implausibilidad de establecer una clara distinción entre valores epistémicos y no epistémicos. Así se puede ilustrar, en principio, con Rooney quien sostiene que en diferentes momentos históricos los valores no epistémicos –sean culturales o religiosos‒ han influido en lo que ha sido pensado como valores puramente epistémicos. Seguramente es complejo sopesar la gravitación que puedan tener unos y otros valores en la imbricación, pero más difícil es que sobre dicha combinación se pueda sostener la plausibilidad del ideal que se pretende defender. Por último, el desafío normativo es más crudo y directo en su crítica al punto que denomina dicho ideal como el “argumento del error”. Uno de sus apoyos es, precisamente, que la subdeterminación define que la incerteza es endémica y central en la ciencia lo que provoca una brecha inductiva en toda afirmación científica por lo que el “riesgo inductivo” acompaña toda decisión que se adopte siendo esta necesariamente insegura:
A causa que los científicos tienen responsabilidades de no ser ni imprudentes ni negligentes y así considerar y sopesar las consecuencias de los errores, el ideal libre de valores es un ideal equivocado. Es también equivocado porque permite que los valores epistémicos tengan demasiada capacidad para influir en la ciencia. Tomados juntos, estos argumentos parecen destructivos del ideal libre de valores qua ideal (Douglas, 2016, p. 8).
Este último desafío, guarda semejanza con la tesis de la subdeterminación citada más arriba por los tres autores, mientras que el desafío descriptivo lo guarda con las consideraciones del proceso social en cuanto tienen un “aire de familia” más afín con un abordaje propio de la sociología de la ciencia. Más allá de la mayor o menor precisión de estas relaciones sí nos interesa vincular la citada más arriba partición hecho-valor y el aquí denominado desafío de los límites; es decir, analizar las dicotomías valores epistémicos-no epistémicos, hecho-valor y a lo que podríamos agregar objetivo-subjetivo.
Sin embargo, antes de avanzar en esta tesis de la “carga valorativa” (epistémicos y no epistémicos) de la ciencia y que ahondaremos más adelante apoyándonos en Kitcher, retomaremos lo prometido al principio de esta introducción que es la de formular una versión más actualizada, precisa y renovada del lema weberiano de una ciencia libre de valores. En efecto, actualmente, casi en solitario y eludiendo toda la herencia kuhniana al respecto, Lacey nos proporciona una exégesis sofisticada y precisa de la tesis que pretendemos criticar aquí: la neutralidad axiológica o ciencia libre de valores, en la cual podemos distinguir en su contenido una tesis ontológica y otra metodológica. Para el autor, la ciencia y los valores no se interpenetran o en todo caso bajo niveles muy restringidos (los epistémicos en particular pero no así los sociales) como veremos más adelante y la proclama que pretende defender “la ciencia libre de valores” es menos un hecho que una idealización del hecho. La misma tiene una procedencia metafísica ya que los hechos de la naturaleza son caracterizables y explicables en términos de estructuras, procesos y leyes subyacentes y esta es la tesis ontológica:
(…) las estructuras, leyes y procesos que conforman el orden subyacente del mundo son ontológicamente independientes de la investigación humana, percepción y acción; no varían con el compromiso teórico, perspectivas, intereses o valores del investigador (Lacey, 1999, p. 3).
Las entidades que pueblan dicho mundo están simplemente para ser descubiertas y están desprovistas de cualquier vínculo con los valores, aunque sí es reconocible que los valores derivan de la relación de los objetos con la experiencia, práctica u organización social de los seres humanos, pero allí se encuentra lo que nosotros identificamos como una tesis metodológica. Antes de desarrollar ésta, veamos la distinción de los tipos de valor que lleva a cabo. Cuando un agente (X) sostiene un valor (v) la expresión fundamental es: “X valora que ɵ sea caracterizado por v”, siendo ɵ un objeto. Según sean las diferentes instanciaciones de ɵ tendremos distintos tipos de valores; por ejemplo, si ɵ son personas y relaciones entre personas, valores sociales; si ɵ obras de arte, valores estéticos; si ɵ teorías científicas, valores cognitivos. A pesar de que gramatical y lógicamente los valores cognitivos o epistémicos tienen mucho en común con los otros valores, sostener un valor cognitivo v involucra una actitud proposicional de segundo orden, “una creencia acerca de creencia, una creencia de segundo orden que siendo caracterizada por v contribuye a hacer a una creencia (de primer orden) racionalmente aceptable” (ibid., p. 46). Como la mayoría de los autores abocados al tema ubica la discusión crucial en una de las gruesas divisiones que distingue Hicks:
1. Una fase pre-epistémica durante la cual los programas de investigación son elegidos y las hipótesis formuladas.
2. Una fase epistémica durante la cual las hipótesis son evaluadas en términos de sus relaciones a la evidencia empírica y son aceptadas o rechazadas.
3. Una fase pos-epistémica durante la cual las hipótesis aceptadas son utilizadas en otras investigaciones; esta fase también incluye los impactos de las hipótesis aceptadas en la sociedad más amplia (Hicks, 2014, p. 3273).
En la línea de defensa de concebir una ciencia libre de valores o, a lo sumo, aceptar a los cognitivos como pertinentes al conocimiento relevante como tal, Lacey distingue tres momentos o contextos de actividad científica: la adopción de una estrategia –M1-, la aceptación de teorías - M2- y la aplicación del conocimiento científico - M3 -. En efecto, en M2:
T (es una teoría) es correctamente aceptada para un dominio específico de fenómenos si y solamente si manifiesta los valores cognitivos en grado elevado y si, dados los “patrones” corrientes para “medir” el grado de manifestación de los valores cognitivos no existe una perspectiva plausible para obtener un grado mayor. Dado A como fin de la ciencia y dado que son las teorías las que expresan un entendimiento de los fenómenos, no existe papel racionalmente destacado para los valores sociales en M2; el hecho de que T pueda manifestar en grado elevado algún valor social no cuenta racionalmente ni a favor ni en contra de su aceptación correcta (Lacey, 2003, p. 143).
De este modo, los valores cognitivos son relevantes para el contexto de aceptación y/o justificación - M2- de las teorías mientras que los valores sociales (bajo los cuales se subsumen todos los otros, incluidos los subjetivos cuyas tensiones y aporías con lo objetivo abordaremos más adelante a propósito de Douglas) son adscriptos al viejo contexto de descubrimiento y al contexto de aplicación, M1 y M3, respectivamente, y no juegan rol relevante alguno a la hora de la justificación de las teorías evaluadas y aptas para aceptar. Como se advierte claramente, esta posición prolonga y reitera inequívocamente las posiciones ortodoxas de la Concepción Heredada o positivista por la cual el contexto de justificación está incontaminado de valores sociales (aunque sí es compatible con los valores epistémicos o cognitivos) y ajeno a los condicionamientos históricos y políticos. En este sentido, no hay un registro de la disipación de la demarcación contexto de descubrimiento/contexto de justificación que implicó el giro historicista y sociológico de cuño kuhniano que se imprimieron a las indagaciones epistemológicas en la década del sesenta. Naturalmente, nuestro autor elegido –señaladamente, Kitcher‒ para replicar a Lacey asume muchas de las tesis planteadas por dicho giro historicista.
Identificado el contexto bajo el cual desarrolla su discusión veamos más pormenorizadamente la que consideramos su principio metodológico. El sostenimiento de la libertad valorativa de las teorías científicas descansa en el papel fundamental que juegan los juicios de valor cognitivos en la aceptación o rechazo de las teorías, tales como el poder predictivo y adecuación empírica, entre otros. Sucintamente, dicha tesis reposa en el trípode conformado por la imparcialidad, neutralidad y autonomía. La imparcialidad es relativa a la aceptación de teorías. Una teoría (T) es aceptada respecto de un dominio (D) de fenómenos y cosas
Aceptar T (de D) es juzgar que está bien apoyada, que no necesita ulterior investigación… El núcleo de la imparcialidad es que T es “correcta” o “propiamente” aceptada solo si tales juicios están basados únicamente sobre evaluaciones del valor cognitivo de la teoría (Lacey, 1999, p. 67).
El núcleo de la imparcialidad es que una teoría es completa o correctamente aceptada solo si tales juicios están basados únicamente en evaluaciones que incluyan juicios de valor cognitivo de la teoría y con exclusión de valores sociales, morales o políticos. El otro componente que sostiene la libertad de valores es la neutralidad de valores que presupone, a su vez, la imparcialidad e implica, básicamente, tres supuestos: las teorías científicas no tienen juicios de valor entre sus implicaciones lógicas; aceptar una teoría no tiene consecuencias cognitivas en todo lo concerniente a los valores que uno sostiene; las teorías científicas están disponibles para ser aplicadas con el objetivo de promover proyectos vinculados con cualquier valor. La autonomía, como tercer principio que sostiene la libertad de valores, concede autoridad únicamente a la comunidad científica respecto a la definición de los problemas y evaluación de las teorías sino también para determinar las cualificaciones requeridas para la pertenencia a dicha comunidad y decidir el contenido de la educación científica.
Estos tres principios son sucesivamente reformulados por Lacey en función de las dificultades que va afrontado para su justificación. El resultado es que al menos dos de ellos, el de autonomía y neutralidad, van perdiendo fuerza y alcance mientras que se preserva sobre todo el de imparcialidad que nos dice que a la hora de aceptar o rechazar una teoría los valores cognitivos juegan un rol crucial y ninguno los valores no cognitivos.
Sucintamente, ambas tesis defendidas por Lacey, la ontológica –según la cual la estructura del universo es ajena a la acción humana y desprovista de cualquier vínculo con los valores- y la metodológica –centrada particularmente en el principio de imparcialidad-, las rebatiremos con las afirmaciones de Kitcher quien si bien se asume como un realista moderado lo concibe como compatible con un cierto constructivismo ya que el mundo es parcialmente como lo hacemos en tanto que organizamos la naturaleza a través del pensamiento y el lenguaje. El autor se vale de la analogía con la cartografía para dar cuenta del desarrollo científico y su carácter contexto-dependiente. Los mapas más nuevos introducen entidades nuevas que fueron anteriormente omitidas y las representaciones de las relaciones espaciales entre entidades más precisas. Tales mapas introducen elementos convencionales y los estándares de precisión varían. Como la mayoría de las teorías científicas y al igual que los mapas, tomados como un todo, son falsos, aunque contiene cantidades considerables de verdad. Lo compromisos con un modesto realismo que el autor quiere mantener, le parece compatible con sostener que los intereses y valores humanos cambian; las convenciones de lectura identifican los modos de dividir el dominio espacial que son de interés para los hacedores de mapas y aquellas convenciones dependen de las metas e instituciones de la sociedad en la cual los mapas son usados. Las convenciones cartográficas y modos de dividir y relacionar entidades evolucionan en respuesta a los cambiantes propósitos humanos y la tarea es producir mapas que sean pertinentes para los intereses de esa sociedad. Análogamente, los objetivos de las ciencias es resaltar los temas que son significativos para una sociedad en un estadio determinado de su evolución cultural; “… así la historia de las ciencias generalmente descubriría una sucesión de lenguajes estructurados, a menudo imperfectamente, para la búsqueda de problemas que aparecen como más importantes” (ibid., p. 59). La tesis que pretende discutir es aquella que pretende aislar un lenguaje privilegiado que identifique las clases naturales reales y lo objetos y propiedades genuinos y, precisamente, la empresa científica busca aprender este lenguaje y formular las verdades básicas acerca de la naturaleza. Su análogo en la cartografía sería construir un atlas ideal. Las hojas de este atlas expresan sucesivos mapas que son significativos en la medida en que pertenecen a un hipotético compendium hacia el cual nos dirigimos, pero nunca alcanzaremos. No hay razones, según Kitcher, para sostener semejante desiderátum ya que, nuevamente en analogía con la cartografía, también hay que incorporar la significación para la comunidad:
viendo algunos tipos de decisiones acerca de qué representar y cómo representar como el resultado de aspectos de los modos de vida de las comunidades. Deberíamos abandonar la idea que la cartografía sea gobernada por una meta contexto-independiente” (ibid., p. 60).
Desechado ésta como un mito, la ciencia significativa debe ser entendida en el marco de un grupo particular con intereses prácticos específicos y con determinada historia. Bajo este marco contexto-dependiente el autor defenderá que los valores sociales y políticos son intrínsecos a la práctica científica y cuestionar el mito de la pureza por el cual se sostiene una frontera enérgica entre ciencia pura y aplicada, entre “investigación básica” y tecnología. Difícilmente goce de muchas adhesiones la idea de que el objetivo de la ciencia sea descubrir verdades ya que un vasto número de enunciados de ellas son inútiles para afirmarlas por lo cual Kitcher señala que las ciencias se dirigen a encontrar verdades significativas. Una noción de significación epistémica contexto-independiente aísla las “ciencias básicas” de los valores sociales y políticos, afirmando que las verdades epistémicamente significativas son valiosas, en principio, por si mismas. Sin embargo, como destaca Kitcher, algunas de esas verdades pueden tener consecuencias desafortunadas por lo que dichos valores son intrínsecos a las ciencias como ya señalamos. Las verdades significativas son dependientes del contexto por lo que propicia un pluralismo dependiente del contexto. Su realismo cum constructivismo determina, al menos parcialmente, el mundo tal como lo hacemos y entre ellos intervienen la matriz de intereses y valores que sostenemos en un contexto determinado y en el cual cobran una significación definida. Veamos sino las categorías que empleamos, que son epistémicas y valorativas a la vez, al menos en ramas determinadas de las ciencias como se destaca a propósito de la biología y el ejemplo brindado por Kitcher de la noción de raza. A pesar que hoy se reconoce que responde a una mala biología aún hoy se sufre los efectos provocados por esa pasada práctica de dividir a los seres humanos en razas:
La historia de acciones basadas en la aceptación de diferencias raciales ha dejado marcas en las condiciones relativas de diferentes poblaciones, en términos socioeconómicos, en la disponibilidad de oportunidades (…) y no menos en la concepción que la gente tiene de sí misma, de sus familias y de su pasado (ibid., p. 52).
Este breve recorrido con Kitcher ha pretendido cuestionar ese viejo prejuicio metafísico de un universo silente ajeno a toda acción y propósito constructivo humano animado, entre otros elementos, por un plexo valorativo que confiere significatividad a las verdades que se buscan. Por ende, el corolario es que la distinción valores cognitivos y no cognitivos se difumina y estos valores son cambiantes ya que son contexto-dependientes.
Volviendo ahora a lo que consideramos el principio metodológico basado en el trípode de neutralidad, autonomía e imparcialidad, reparamos que es precisamente éste último el principio fuerte que está por detrás del desiderátum de la ciencia “libre de valores” puesto que estima cuán bien las teorías manifiestan ciertos valores cognitivos tales como el poder explicativo y predictivo y que juegan un rol esencial en la aceptación o rechazo de teorías y presupone que los valores cognitivos deben ser claramente distinguidos de otros tipo de valores e incluso, estos últimos desechados. En definitiva, la imparcialidad, en términos de Lacey, nos asegura el ideal de objetividad por el que la contrastación de las teorías en términos de evidencia empírica y criterios cognitivos es incompatible con la asunción de compromisos éticos y sociales. Seguramente no nos equivocamos si señalamos que es, precisamente, la noción de objetividad la que funge como la otra cara de la moneda de la libertad de valores; es decir, la ilusión de una suerte de reproducción cognitiva in toto del objeto, sin interferencia valorativa excepto los valores cognitivos como ya señalamos. Veamos las diversas acepciones que señala Lloyd (1995: 351-381) a propósito de “objetividad” u “objetivo”: a) objetivo significa desinteresado, impersonal, no sesgado; b) objetivo significa públicamente accesible, observable; c) objetivo significa “existiendo independientemente de nosotros” o separadamente de nosotros; d) objetivo significa “existiendo realmente”, la manera en que las cosas realmente son. Naturalmente (a)-(d) no son equivalentes ya que objetivo es predicado de diferentes entidades: (a) es una propiedad del sujeto del conocimiento, mientras que (b) y (c) supone una relación entre el conocimiento y la realidad y (d) es el estatus de lo que es a pesar de su relación con el sujeto; en efecto, ellas no son equivalentes en el sentido de, por ejemplo, Dios, si tal ser existe, es real y objetivo (en el sentido de (d)) pero no siempre se presume que sea público. Ahora bien, cuando a estas diversas acepciones se las hace converger para otorgar un sentido único al vocablo objetivo nos deslizamos en lo que Lloyd denomina “tiranía ontológica”:
Examinemos la afirmación fuerte que la realidad ‘objetiva’ –la realidad convergente a través de la aplicación de métodos objetivos- es igual a toda la Realidad Real. Una tal ecuación parece ser un juicio que la Realidad Real puede, en su totalidad, ser alcanzada o conocida a través de su ser públicamente accesible en el modo propio, combinado con el tipo correcto de desinterés del que conoce. Llamo a esta posición la “tiranía ontológica” (1995, p. 356).
Determinadas tradiciones metafísicas y epistemológicas han configurado estas opresivas propiedades –bajo la restricción de estar reunidas conjuntamente‒ de la noción de objetividad que es correlativa de las mismas altas e irreales exigencias que tiñen a la noción de ciencia libre de valores. Naturalmente no sólo nos desembarazaremos de la convergencia de estos cuatro sentidos en una caracterización univoca de objetividad por considerarla artificiosa y a contramano de la misma práctica científica, sino que también discutiremos el modo en que son caracterizados los sentidos mismos de (a)-(d). En efecto, (a) y tal vez (b), remiten abiertamente al principio de imparcialidad de Lacey, la adopción del “punto de vista de ningún lugar” regulado por los valores cognitivos, con la exigencia de que se debe extirpar toda preferencia o sesgo subjetivo proveniente de los valores sociales o políticos; por otra parte, (c) y (d) coincidirían más con la tesis ontológica de Lacey. Precisamente, la perdurable asociación de “libre de valores” y objetividad va a ser desechada por Douglas (2007) sin que provoque un perjuicio sobre la misma. Al respecto distingue siete acepciones de la noción de objetividad:
a. La objetividad “manipulable” es invocada cuando hemos conseguido poner suficientemente en marcha un objeto de interés de modo que lo podemos usar en otro sitio.
b. La objetividad “convergente” se exhibe cuando evidencias de áreas distintas de investigación apuntan hacia el mismo resultado o cuando metodologías epistemológicamente independientes producen las mismas respuestas.
c. La objetividad “distanciada” se refiere a la prohibición de usar valores en lugar de evidencia; ellos sólo nos ayudan a determinar cuánta evidencia requerimos antes de aceptar una afirmación.
d. La objetividad como “neutralidad valorativa” alude a muchos debates en curso e irresueltos aún que aconsejan adoptar una posición reflexivamente equilibrada relativa a los valores. Por supuesto que es adecuada para determinados casos y no para cuando se exige una posición de claro rechazo ante posturas racistas o sexistas.
e. La objetividad “procedimental” se da cuando un proceso es organizado de tal manera que, independientemente de quien lo realice, siempre se produce el mismo resultado, por ejemplo, a la hora de calificar los resultados de exámenes de multiple-choice.
f. La objetividad “concordante” con respecto a un juicio sobre un evento, por ejemplo, se produce cuando es debido menos al seguimiento de normas rígidas, sino que simplemente ocurre; cuando un grupo de observadores independientes acuerdan que algo es el caso lo que aumenta la confianza en la objetividad de la evaluación. Este acuerdo intersubjetivo es esencial para la objetividad científica como así también el siguiente.
g. La objetividad “interactiva” sucede cuando un grupo de pares se reúnen para discutir sobre los resultados que deberían alcanzarse a propósito de un tema determinado. Por supuesto que plantea un sinnúmero de problemas en cuanto a los requisitos de pertenencia del grupo, los mecanismos de participación y lo que supone llegar a consensos, entre otros.
La autora, Heather Douglas, señala que esta caracterización diversificada de la objetividad, atendiendo a distintas acepciones semánticas deja en claro que la libertad valorativa no es necesariamente incompatible con ella –particularmente expresado en el punto (d)‒ y que el rechazo de dicho principio no es una amenaza para la objetividad de la ciencia. Por otra parte, no pretende que su argumento se aplique a todas las áreas de las ciencias sino en aquellas que tienen un impacto sobre las prácticas humanas:
En cualquier caso, los debates sobre si hay claras y significativas consecuencias sociales del error en áreas particulares de investigación sería un cambio bienvenido de la afirmación que ningún valor no epistémico no debería jugar ningún rol en la ciencia. Comprender la ciencia de esta manera requerirá reunir los valores de la ciencia con los sociales y los de la política y la moral (Douglas, 2007, p. 136).
Pero confrontemos ahora esta caracterización distinta de la objetividad a la proporcionada por la “tiranía ontológica” que “afirma que los métodos objetivos nos proveen de nuestro único acceso a la ontología de lo real. Esto es así solo si lo que realmente existe es por completo independiente de nosotros” (Gómez, 2014, p. 141). Para Douglas la “neutralidad valorativa” es sólo metódica, es decir, provisoria en cuanto no hay mayor elemento de prueba a favor o en contra de una tesitura respecto de un debate en curso pero no es sostenida como una posición de principio. Respecto de los enunciados (b) y (c) que suponen una relación entre el conocimiento y la realidad y que implican un único acceso a lo real bajo el supuesto (d) de que lo que hay es independiente de su relación con nosotros, ésta última es la tesis ontológica ya rebatida por el constructivismo moderado (compatible con el realismo) de Kitcher, al que se agrega el propio rechazo de Douglas:
Esta restricción [que las definiciones sean operacionalizables] elimina la consideración de alguna noción más metafísica de objetividad, tal como una perspectiva aperspectivista o ser independiente del pensamiento humano. En razón de que corrientemente no tenemos modo de obtener estas nociones de objetividad, ellas son inútiles para evaluar la objetividad de la ciencia o la objetividad de otros esfuerzos humanos (2007, p. 131).
Por ende, el supuesto de que hay un único camino ((a) y (b)) de acceso a lo real se difumina puesto que el conjunto de criterios formulados por la autora incluye una variedad de prácticas, hipótesis, experimentos y manipulaciones dirigidos a alcanzar una objetividad concebida como un ideal regulativo en el que inciden decididamente no sólo los valores epistémicos sino también –y en ocasiones indistinguiblemente‒ los no epistémicos condensado en el núcleo de la objetividad aquí pergeñada: la objetividad “interactiva” que vuelve siempre provisorios los consensos alcanzados. Esta objetividad
(…) involucra un proceso más complejo que la objetividad concordante. En vez del simple acuerdo este sentido de objetividad requiere de discusión entre los participantes. En vez de un inmediato asentimiento a un informe de observación los participantes son requeridos a argumentar entre ellos, a averiguar la fuente de sus desacuerdos. Es en el espíritu de este sentido que requerimos que los datos científicos sean compartidos, las teorías discutidas, los modelos abiertos a examen y, si es posible, los experimentos replicados. La comunidad de discusión abierta ha sido considerada largamente crucial para la ciencia (Douglas, 2009, p. 127).
A semejanza de Longino (1998) destaca que el mismo carácter social de la ciencia incrementa la objetividad del conocimiento ya que son prácticas sociales que requieren heterogeneidad de puntos de vista y un ethos crítico al interior de la misma comunidad científica.
En orden a avanzar en el desdibujamiento de los límites y fronteras que establecen dicotomías un tanto artificiosas, pondremos en conexión la noción de objetividad con la de subjetividad, para advertir que más que sumar otra dicotomía, encontramos diversos niveles de solapamientos. Lo subjetivo, noción igualmente compleja como lo objetivo, está frecuentemente asociada con los atributos de irracional, arbitrario y no-cognitivo. Podemos apreciar un amplio abanico que va desde experiencias absolutamente intransferibles a otras de carácter gratuito donde los elementos subjetivos interfieren con los procesos de conocimiento como en la falacia “quiero que X sea verdadero, por ende, X es verdadero”; esto es precisamente lo que pretende evitar la objetividad “distanciada”. Sin embargo, no todos los elementos de este tipo pueden ser perjudiciales en los procesos de razonamiento ya que determinadas intuiciones o sentimientos podrían inspirar opciones metodológicas fructíferas. Generalmente, a los valores no epistémicos se les atribuyen introducir valores subjetivos en la ciencia, por ende, los juicios éticos basados en valores sociales son, generalmente, rotulados como subjetivos en el sentido de no racionales. Sin embargo, las restricciones sobre el uso de seres humanos, formulados desde los valores éticos, en los experimentos médicos no parece perjudicial sino más bien, y cuanto menos, un juicio prudencial.
En todo caso si los valores son o no subjetivos en sí mismo permanece en un terreno ambiguo. Quizás en algunos casos
(…) donde los valores son abiertamente debatidos y las razones para sostenerlos son exploradas, los valores trascienden la localización de la subjetividad en el espacio compartido de la intersubjetividad. ¿Si hay acuerdo en un conjunto de valores eso significa que los valores son concordantemente objetivos? ¿Si los valores son acordados después de mucho debate entre un grupo diverso, la objetividad interactiva resulta ser evidente? Si el análisis de la objetividad es el propósito este sería el caso. Ese de que la idea de valores objetivos puede ser ambas, conceptualmente coherente y aun así parecer discordante indica el complejo terreno que cubre la “subjetividad”, algo de lo cual puede muy bien solaparse con la “objetividad” pero no exactamente oponerse (Douglas, 2004, p. 470).
El corolario de estas observaciones es, por el contrario que, lejos de una dicotomía hay más bien una interpenetración por la cual la subjetividad no es precisamente carencia de objetividad y la objetividad no es precisamente la superación de la subjetividad, guardando analogía y en paralelismo con los valores epistémicos y no epistémicos por lo cual se puede advertir una diferencia de grados y no de “esencias”.
La otra dicotomía pendiente de plantear, distinta faceta de las anteriores, es la formulada por los emotivistas quienes sustraen de contenido cognitivo a los juicios de valor, como Ayer, para quien los conceptos éticos son simples seudo-conceptos en tanto la presencia de un símbolo ético no añade nada a su contenido factual:
Es como si dijese “Usted obró mal al robar ese dinero”, con un especial tono de horror, (…) El tono o los signos de exclamación no añaden nada la significación literal de la oración. Sólo sirven para demostrar que la expresión está acompañada de ciertos sentimientos del que habla (Ayer, 1984, p. 130).
Este es el denominado “tercer dogma” (el primero es la distinción esencial entre juicios sintéticos y analíticos y el segundo, la “reducción” de los enunciados teóricos a observacionales) del positivismo formulado por Putnam (2004) para quien esta corriente no se limita a hacer una distinción intelectual entre juicios de hecho-juicios de valor sino concebirlos como géneros cualitativamente distintos, como una suerte de entidades ontológicas disyuntas. Esta dicotomía remite a la semántica figurativa” de Hume basada en la relación de semejanza por la que verificamos el valor de verdad de un enunciado de acuerdo a si el hecho se parece o no a la imagen que de él nos hacemos. No ocurre así con enunciados como “la guerra es mala” ya que no hay una “cuestión de hecho” para el predicado en cuestión. Es esta implausibilidad de justificación cognitiva la que lo arroja al sinsentido de la irracionalidad y se gana la sospecha de subjetivo en el sentido de meramente arbitrario y caprichoso. Para Putnam se trata de una cuestión de gradientes por lo cual concibe que la relación entre los términos en cuestión es de “imbricación”. Así, la afirmación de un historiador tal como “el emperador era cruel” tiene dimensiones pasibles de descripción como así también componentes normativos que apuntan a una cualificación moral. En todo caso, el enunciado incluye ambos aspectos o tendrán que ser discriminados en cuanto a lo que se pretende transmitir de acuerdo al contexto de enunciación. El vocablo en cuestión –“cruel”‒ se incluye entre los denominados “conceptos éticos densos” (para diferenciarlos de los “finos” que poseen un carácter más abstracto, tales como “libertad”, “igualdad”, etc.). El empleo de dicha palabra por parte del historiador con fines descriptivos no puede eludir la reverberación ética: “cruel” simplemente ignora la presunta dicotomía hecho/valor y se permite el lujo de ser empleado unas veces para propósitos normativos y otros como término descriptivo. En la literatura filosófica, tales conceptos son llamados a menudo “conceptos éticos densos” (2004, p. 50). Esta sustantiva tesis es denominada por Betz como una “crítica semántica”. Ella “afirma que los enunciados factuales y normativos están irreductiblemente entretejidos a causa de la existencia de conceptos densos. Esto es porqué la ciencia no puede deshacerse de juicios de valor; como una consecuencia, el ideal de ciencia libre de valores es irrealizable (Betz, 2013, p. 208).
El camino recorrido hasta el momento ha sido brindar una formulación ceñida y actualizada del renombrado principio de “neutralidad axiológica” de la ciencia de impronta weberiana aunque bajo una formulación genérica y un tanto vaga que gana en precisión y rigurosidad con el desarrollo de dicho principio por Lacey. Si bien va tomando distancia de un punto de vista absolutista y concediendo cierta incidencia de los valores no cognitivos en las instancias heurísticas y estratégicas de formulación de hipótesis y en la de aplicación - M1 yM3 , respectivamente- es intransigente respecto a la incontaminación de valores cognitivos o epistémicos y no cognitivos o sociales en el contexto M2 donde bajo esa trinchera se pretende aún defender la máxima “libre de valores” bajo el principio de imparcialidad. Citamos una miríada de tesis, apoyadas en distintas justificaciones, para refutar las posiciones defendidas por Lacey para limitarnos, finalmente, a desarrollar con mayor profusión la de Kitcher. Lejos del desideratum del atlas ideal como metáfora del progreso del conocimiento “objetivo” garantizado por el aislamiento de los valores cognitivos. asociado al programa de Lacey, Kitcher privilegia la noción epistemológica de “prácticas científicas” que incluye esquemas explicativos, paradigmas de experimentación, los instrumentos utilizados y el criterio para el buen uso de ellos y sus resultados, entre otros. Este autor “sostiene que en cada una de las prácticas, desde la preguntas y los esquemas explicativos hasta las pautas metodológicas, intervienen valores, debido a que las preguntas son significativas en tanto lo sean para lograr el objetivo de la ciencia, que es, como verdades significativas” (Gómez, 2014, p. 124). En efecto, y como ya dijimos, si bien el objetivo de la ciencia es la verdad, se trata de la verdad significativa por lo que las diversas prácticas científicas que se desenvuelven en el marco de diversos mapas, son dependientes de un contexto por lo que es significativo en un contexto puede no serlo para otros por lo que se postula un pluralismo dependiente del contexto. En suma, los valores cognitivos están entremezclados y balanceados con intereses prácticos por lo que, tomando prestada la expresión de Putnam, no sólo están imbricados los valores y los hechos sino los valores epistémicos y no epistémicos como lo ejemplifica el autor a propósito de la noción de raza en biología.
Hasta aquí –en esta Primera Parte‒ hemos explicitado el carácter controversial que ha fungido como una suerte de dogma en la tradición positivista, cual es la neutralidad axiológica de la ciencia, si bien bajo una formulación compleja y matizada como es la planteada por Lacey. En confrontación con ella hemos destacado la historicidad de las ciencias conformada por diversos mapas y regulados por diversos intereses y valores que atraviesan los distintos componentes que configuran las prácticas científicas, haciéndose indistinguible la dicotomía valores epistémicos y sociales. Lo expuesto, lo ha sido considerando a la empresa científica genéricamente concebida; a continuación, en la Segunda Parte, haremos un análisis más pormenorizado de cómo se desenvuelve esta problemática y adquiere características más específicas en el ámbito de las ciencias sociales ya que destaca sus compromisos epistemológicos y metodológicos en el momento mismo de la construcción y evaluación de su objeto por revelar más patentemente la interrelación entre los componentes fácticos, valorativos (cognitivos y no cognitivos) y normativos.
Referencias bibliográficas
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