Ahumada, Nadia. Extensión, Universidad y Feminismos: compromiso con nuestro tiempo. Entrevista a Diana Granados Soler. Cuadernos de Extensión Universitaria de la UNLPam, Vol. 9, N.º 2, julio – diciembre 2025. Sección: Entrevista, pp. 243-253. ISSN 2451-5930 e-ISSN 2718-7500. DOI https://doi.org/10.19137/cuadex-2025-09-0212


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ENTREVISTA

 

 

Extensión, Universidad y Feminismos: compromiso con nuestro tiempo

Nadia Ahumada

Universidad Nacional de Entre Ríos

nadia.ahumada@uner.edu.ar

ORCID: https://orcid.org/0009-0003-8984-8154

Fecha de recepción: 25-06-2025 | Fecha de aceptación: 28-06-2025

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Diana Granados Soler.

Encuentro Conspirando por la Paz. 2023. Foto: Archivo Corporación Ensayos para la Promoción de la Cultura Política.

Trabajadora Social y Magíster en Antropología (UNAL); candidata a Doctora del Doctorado de Antropología de la Universidad del Cauca, Colombia. Bogotana, residiendo en el suroccidente de Colombia, en una región que se llama el Cauca. Se reivindica como activista feminista. Ha dedicado su vida al trabajo académico y de investigación comunitaria. Ha sido docente universitaria en el programa de Trabajo Social en la Universidad del Valle y en el programa de antropología de la Universidad del Cauca. Integrante del Semillero de Investigación Taller de Etnografía y del área de investigaciones del Fondo Lunaria. Se encuentra trabajando en su tesis doctoral sobre las trayectorias del neopentecostalismo en una región habitada por el pueblo indígena nasa en el norte del Cauca.

Te presentas como activista-académica, lo cual resulta significativo en un contexto regional en el que las militancias y los activismos son desprestigiados, cuando no atacados. ¿Podrías profundizar sobre esta concepción? ¿Cómo ha incidido la extensión para que te percibas de esta manera?

Es un tema muy vigente, ya que existen ataques en el escenario académico cuando tienes una perspectiva que reivindica los vínculos de la academia con las comunidades, con los territorios, con proyectos políticos críticos; se cuestiona que la universidad o la academia estén en relación con proyectos políticos comunitarios. Veo la necesidad y la importancia de tejer este puente y este vínculo. Tenemos experiencias críticas, especialmente en América Latina, que nos han heredado estos legados positivos que podemos incorporar para pensar esta relación de activismo y academia. Fundamentalmente, desde la segunda mitad del siglo XX la perspectiva crítica proveniente del trabajo educativo de Paulo Freire, pero también los procesos ligados a la investigación-acción participativa en Colombia, otras experiencias en Bolivia, etcétera, nos plantearon la necesidad de este vínculo y cuestionaron lógicas excluyentes de las universidades. Reivindico la idea y necesidad de construir apuestas políticas desde un conocimiento que tiene que ser amplio, democrático, público y que valore diferentes formas de conocer; especialmente desde el vínculo con comunidades campesinas, comunidades indígenas, comunidades negras. Reivindico esta herencia que compartimos, y no me sitúo en un rechazo absoluto a la academia, sino en una posición de transformación de esa academia. Creo que existen numerosas experiencias en la relación entre academia y movimiento social que es necesario analizar, revisar críticamente, reconocer su riqueza y potenciar.

A estas ideas convergen las perspectivas feministas que yo conocí y viví en la universidad. Los feminismos son también perspectivas de pensamiento diverso para situarnos en el mundo y para actuar en él. Yo creo que esto, lejos de una mirada superficial que plantea que quienes hacemos academia y activismo lo que hacemos es política y estamos todo el tiempo siendo complacientes con ideas políticas que solemos no cuestionar, es todo lo contrario. Creo que lo que hacemos es también construir perspectivas críticas sobre las mismas formas a veces de hacer activismo, las mismas luchas sociales, pero en función también de su transformación y de su potencialización. Entonces, no es una posición que idealice a las comunidades o que considera que todos los sujetos, sujetas y sujetes de opresión per se están buscando la transformación o la emancipación, no se trata de eso; ni se trata de idealizar los movimientos. Se trata de entender que necesitamos construir una perspectiva transformadora de la opresión y ojalá emancipadora. Juntar formas y perspectivas distintas de conocer es un camino posible, pensando esa triada; activismo, academia y unos feminismos que se tejieron en las calles pero que también se nutrieron de la universidad. Eso lo sitúa muy bien bell hooks en su libro Feminismo es para todos, como su propia experiencia al llegar a la universidad y enfrentar las opresiones, pero también aprovechando la universidad para enriquecer sus perspectivas y las luchas callejeras y feministas del momento.

Esa es para mí la perspectiva en la que yo me sitúo para reivindicar el lugar de un activismo académico y también atravesado por las perspectivas feministas.

Desde tu posicionamiento transfeminista, ¿cuáles consideras que son los aportes centrales que este movimiento hace a las universidades y a la extensión en particular, en momentos de profunda antidemocracia?

Hay corrientes distintas sobre extensión, pero la extensión crítica a mi modo de ver es la que nos ubica en esa posibilidad de vínculos entre academia, perspectivas comunitarias y políticas críticas. Entonces, situándonos en esa perspectiva crítica de la extensión es que los feminismos críticos nutren, porque plantea justamente un conocimiento para la transformación. También los feminismos nos planteamos la premisa de lo situado como una premisa epistemológica que yo creo que es fundamental para los proyectos de extensión. Conocemos, vivimos, experimentamos, sentimos también de manera situada, social, cultural, histórica y territorialmente. Qué conocer, en qué formarse, qué investigar es un acto que también tiene que reivindicar el lugar situado desde donde lo estamos haciendo, para no homogeneizar el conocimiento, para evitar los sesgos y para reconocer también la diferencia y la desigualdad.

Toda la riqueza de los estudios de género y feministas aportan a la extensión para pensar cómo se sitúan esos sujetos y esas sujetas que se vinculan en los proyectos, tanto estudiantes como docentes y actores comunitarios; cómo son atravesados también por desigualdades de poder y de género. Y cómo reconocemos esas desigualdades, intentamos hacer prácticas horizontales, pero a veces no partimos de los mismos lugares. Entonces, cómo reconocemos esas limitaciones y trabajamos en función de cuestionar también relaciones de poder jerárquicas y de género desiguales. Y eso implica que los proyectos de extensión también vinculen perspectivas de género y feministas en su diseño y en su desarrollo.

En la Escuela de Verano ULEU UNLPam, en el Panel de Internacionalización, planteabas la extensión crítica y solidaria, lo cual me resultó novedoso, aunque, como explicaste, esta concepción retoma las banderas de los intelectuales de los 70. También mencionaste que la solidaridad se construye desde la identificación colectiva de las necesidades ¿Podrías profundizar a que te referís cuando hablas de extensión solidaria? ¿Cuáles consideras que son hoy las expresiones más urgentes de desigualdad?

Que la solidaridad nace de una necesidad compartida es una frase de María Teresa Findji, una de las voces solidarias de aquellas épocas hasta la actualidad, pero también de diferentes personas que en los años 70 se comprometieron con las luchas por la tierra y con la emergencia de uno de los movimientos indígenas más importantes de América Latina, en la región del Cauca. Algunos y algunas de las personas solidarias eran provenientes de las universidades, pero otros y otras no, estaban por fuera y desempeñaban otros roles en la sociedad, pero encontraban la necesidad de expresarse solidariamente con las luchas del momento en un contexto de una represión atroz y en el marco de un terrorismo de Estado que tenía una perspectiva anticomunista, represora. En Colombia no tuvimos formalmente una dictadura, pero sí teníamos un poder militar con atribuciones que violentaban los derechos humanos. Era un momento muy difícil con relación a esta violencia y, al mismo tiempo, de esperanza; con colectivos ligados a la lucha por la tierra de los movimientos indígenas, campesinos, negros, que reivindicaban la necesidad de recuperar la tierra para recuperarlo todo, en un país profundamente rural y con unos índices de desigualdad sobre el acceso a la tierra (en esa época y todavía, para seguir hablando de las desigualdades).

Entonces, esta perspectiva vista hoy sobre la solidaridad, para mí es como otro legado que puede ser muy importante para fundamentar perspectivas de extensión crítica porque estamos hablando de cómo construir esos vínculos. Rita Segato y Raquel Gutiérrez nos hablan también sobre este tema, de cómo construir otras formas de vínculos entre universidad, territorios, comunidades. Pienso que esta perspectiva de la solidaridad, que no es un valor superficial o de ayuda, tiene la potencia de ser un valor político de cómo sus luchas también pueden ser mis luchas.

Y podemos también pensar que lo que nos une puede ser transformador para usted y para mí. La solidaridad reivindica esa perspectiva de construir apuestas vitales colectivas. Hallar estas necesidades que son conjuntas y que nos atraviesan de modos diferentes, pero que nos conectan de alguna manera y nos permiten pensar en la investigación, en la educación, es clave para identificar las opresiones y para construir las posibilidades de transformación. Por eso, creo que la solidaridad, vista desde esta perspectiva crítica, es como una posibilidad de sentirnos vinculadas, vinculados y no como ayudadores, no como mesías salvadores, sino como “parte de”.

Y, respecto del tema de las desigualdades más urgentes hoy, creo que el mundo caótico en el que estamos nos está mostrando cosas. Una de ellas es que estamos en una profundización de un capitalismo neoliberal que gran parte de él se desenvuelve en el campo digital, en el mundo de las redes, de las plataformas. Sin embargo, sigue siendo un capitalismo de la producción y reproducción de la desigualdad; donde la acumulación se hace a cualquier costo, incluso al costo del planeta mismo. Las desigualdades continúan estando atravesadas por ese modelo capitalista: neeoliberal, acumulador, despojador del mundo, sostenido en una concepción del planeta como recurso infinito. Y eso ya nos sitúa frente a desigualdades que son profundamente económicas, y están íntimamente vinculadas a la crisis climática.

Y, por otro lado, los consensos que creíamos consolidados como sociedad ya no están. Mucho se ha trabajado en torno a la discusión de que el género es una construcción social y cultural, en las identidades diversas de género. Sin embargo, cuando vemos que en algunos países –donde estos avances ya eran una realidad– se empieza a retroceder, se evidencia que persiste una profunda desigualdad en el campo de lo social y lo cultural. Estamos hablando de la negación de derechos: si alguien no existe para tu jurisprudencia o tus leyes, si su género no es legal, pues esto es un problema de derechos, de acceso a cualquier derecho, es la negación de la vida misma. Creo que ahí hay un crecimiento exacerbado también de la desigualdad. Estamos también atravesando un cambio en lo político, con una punta de transformación tecnológica y la inteligencia artificial. Ya parece que vamos a conversar todo el tiempo con robots; mientras que una gran parte de la población está desconectada, sin acceso a electricidad, con dificultades crecientes para acceder al agua debido al cambio climático. Estamos, entonces, frente a desigualdades cada vez más exacerbadas, donde los ricos son pocos y cada vez más ricos.

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Diplomado reconstrucción de la memoria histórica del Plan de Vida Cxha Cxha Wala, 2024. Foto: Archivo semillero Taller de Etnografía.

¿Cuáles son las posibilidades que observás o las tensiones de construir esas necesidades solidarias colectivamente en este mundo, donde la inteligencia artificial parece que nos ha invadido rápidamente? ¿Qué potencias hay ahí y qué resistencias también podés observar en este mundo atravesado por la virtualidad?

Yo creo que construir esas relaciones quizá no sea fácil en este momento, pero es necesario, y es casi urgente. Porque cada vez los vínculos orientados a la defensa de la vida, al cuidado de los territorios en un sentido amplio y al cuestionamiento del orden capitalista, pues estos lugares cada vez son más reprimidos, más oprimidos, más cuestionados. Creo que, justamente por eso, es necesario dar la pelea, como decimos acá. Y yo creo que los proyectos de extensión nos posibilitan dar esa pelea conjunta, tejer posibilidades de transformación que conectan distintas experiencias de vida y también distintos lugares de conocimiento. Ahí es donde reconozco su potencial y su riqueza, especialmente en la posibilidad de vincular la formación profesional universitaria con la vida misma.

Yo valoro mucho lo que Humberto Tommasino nos decía en una sesión de formación en el país Vasco, que el centro de la extensión era el estudiantado; sin ese compromiso estudiantil con estas posibilidades de hacer extensión crítica, que les permita investigar y que les permita al mismo tiempo formarse y construir con otros y otras y entender de este mundo, pues no tiene ningún sentido. Entonces, yo creo que ahí hay resistencias, posibilidades y esperanza también necesarias.

Retomando lo que venías diciendo acerca de entender al estudiante en el centro, de pensar en profesionales comprometidos y solidarios con los tiempos, en una de tus conferencias planteabas temas que suelen quedar por fuera del ámbito universitario y frente a los cuales es preciso no ser neutral. Por ejemplo, mencionabas el genocidio en Gaza-Palestina, las políticas antigénero, antiinmigratorias. ¿Cómo pensás que la extensión crítica disputa estos temas, en los que la pretensión de neutralidad suele ponerse como barrera a los compromisos sociales? ¿Cómo creés que la extensión nos posibilita poder pensarnos y formarnos sin este velo de neutralidad que suele estar puesto en la construcción del conocimiento científico en general y particularmente en las formaciones universitarias?

Como hemos hablado, no hay una sola perspectiva de extensión y la mayoría tiene un enfoque distinto al del que estamos intentando impulsar y conversar en esta entrevista. Pero yo creo que incluso para esos proyectos de extensión que se sitúan en una relación más productiva, más de rentabilidad, más de establecer relaciones con actores empresariales, buscando un desarrollo de conocimientos al servicio del capital, no al servicio de la transformación y de la comprensión de las desigualdades que estamos viviendo; incluso esos proyectos entienden que no se puede ser neutral. Porque, por eso, deciden cuál es su orientación y dónde poner el foco, sus recursos y su interés. Permiten la formación de estudiantes, la vinculación de docentes y el diálogo con actores de la sociedad, pero están dejando de lado la comprensión acerca de para quién está destinado ese conocimiento, que es lo fundamental del proceso de extensión.

Es la rentabilidad o la capacidad de identificar lo roto que está el tejido de nuestra sociedad en múltiples dimensiones y las posibilidades que tenemos de, a partir de la construcción de conocimientos, reconstruir ese tejido y disminuir las desigualdades o al menos cuestionarlas.

Yo creo que quienes cuestionamos o asumimos que el conocimiento no es neutral, pero además tomamos una posición política según la cual necesitamos profundamente comprometernos con las desigualdades y con las posibilidades de transformación, pues no solo asumimos que el conocimiento no es neutral, sino que entendemos que hay posibilidades de acción y de transformación ubicando o construyendo proyectos político-académicos entre estudiantes, docentes y actores comunitarios. Por ejemplo, soy parte de un semillero de investigación universitario, un semillero de Taller de Etnografía, el cual se ha propuesto también construir en varias dimensiones, mientras los y las estudiantes se forman, lo hacen también en la construcción de vínculos y relaciones con procesos organizativos. Un caso es una investigación sobre la reconstrucción de la memoria histórica, el acceso a la tierra y el poblamiento, que pueden resultar fundamentales para defender una tierra, para defender el derecho a estar ahí.

En estos procesos se logran vincular los conocimientos y aprendizajes que tienen los y las estudiantes con los conocimientos y aprendizajes que tienen los y las comuneras, algunos de ellos provenientes de universidades y otros no. Digamos que eso es una posibilidad de hacer de la extensión un lugar también no neutral para la transformación. Esto en los niveles locales, territoriales, donde nos estamos moviendo en el cotidiano.

No olvidemos el mundo global en el que estamos. Como vi hace poco en un mensaje que circuló por redes, después de lo de Palestina, no podemos volver a ver el mundo de la misma manera. No perder la posibilidad de la indignación y donde se pueda hacer, movilizar, cuestionar este abuso del poder. Desafortunadamente, es mucho por lo que tenemos que conmovernos y preocuparnos. Por ejemplo, Gaza, pero también todos estos crímenes ambientales, toda esta crisis climática producto de crímenes ambientales, todo el tema de abuso de hidrocarburos, de contaminación de fuentes hídricas, de un consumo desmedido, etcétera. O sea, hay muchos motivos para conmovernos, y creo que la universidad, y en particular la extensión, que siempre nos propone este vínculo, no puede perder esa capacidad de conmovernos frente a nuestras realidades más inmediatas, pero también del mundo en el que vivimos.

Hablaste del semillero de formación universitaria. ¿Es una experiencia, una modalidad?

Los semilleros, en el caso de la Universidad de Cauca, son subgrupos de investigación y se consideran como los escenarios en los que los y las estudiantes tienen la posibilidad de formarse en procesos de investigación. Hay semilleros de distintas orientaciones o campos de conocimiento y también ubican diferentes formas de trabajar. Lo hacemos algunos al interior de las universidades y en otros casos buscamos estos vínculos y estas relaciones entre universidad y nuestro contexto más local. El taller de Etnografía es un semillero de investigación de antropología, es como una pequeña forma de extensión institucionalmente no vista así, porque está más pensada desde la investigación propiamente como se separa estos mundos; cuando son mundos que deberían estar más juntos. Lo que intentamos en el semillero es que no se rompa esta posibilidad de formación estudiantil y docente de la mano, de la comprensión y el trabajo también con demandas comunitarias, con perspectivas que buscan también o que le dan un lugar a lo que sabemos hacer, en nuestro caso antropología.

Pero, eso que sabemos hacer no es lo único que se puede hacer, sino que eso se puede poner en red con otro tipo de conocimientos y de saberes también para buscar el cuestionamiento de desigualdades en distintos órdenes. Y, al mismo tiempo que las y los estudiantes se forman, las comunidades también.

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Encuentro semillero de investigación Taller de Etnografía, Unicauca. 2024. Foto: Archivo semillero Taller de Etnografía.

Para finalizar, una pregunta más situada en tu contexto en Colombia; un momento histórico. Vos mencionas en una de las entrevistas que, después de 200 años de republicanismo, hay un gobierno progresista o denominado de izquierda. ¿Cómo están viviendo las universidades este momento político y desde la extensión particularmente? ¿Se presentan nuevas preguntas en las formas en cómo se relaciona la universidad con el Estado y con los movimientos sociales?

Este es un hecho político en la historia nuestra que sí marca un cisma, o sea, la posibilidad de haber elegido democráticamente un gobierno que se disputa, se distancia, cuestiona a los poderes políticos de las élites tradicionales que por 200 años nos han gobernado. Ahora, es un gobierno que también ha tenido que hacer alianzas, estrategias, porque este Estado que se ha constituido por 200 años no se transforma en tres o cuatro años. Y ahí está el riesgo, y que también ya lo hemos visto en otras experiencias en América Latina, de asumir el escenario del gobierno como un escenario de cambio y de transformación posible. Y yo creo que lo es en un largo plazo, porque todas estas estructuras que son, pues, patriarcales, violentas, desiguales, no se transforman de un momento para otro.

Esto es como esta paradoja que tenemos cuando hay estas apuestas de gobiernos que buscan transformaciones para cuestionar la desigualdad y disminuirla, y en la práctica cuestan mucho las transformaciones reales y radicales en este sentido. Este gobierno se la jugó por intentar una reforma educativa, que aún no ha sido posible, porque también parte de sus reformas han sido bloqueadas, porque el Congreso que tenemos no es mayoritario a favor de esta perspectiva de cambio. Creo que también se arriesgó al intentar que las universidades llegaran a zonas donde antes no estaban presentes, y eso todavía es un proceso. Sigue habiendo mucho debate sobre qué implica, si hacer universidades nuevas o que las universidades públicas que ya estén puedan ampliar sus recursos, su capacidad de llegar a otros territorios y si llegan, en qué condiciones y con qué perspectivas y qué conocimientos van a reconocer. También apostó por una política de gratuidad y de acceso a la universidad. Se volvió a poner sobre la mesa esta discusión, pero tampoco hay presupuesto nacional que pueda garantizar del todo un funcionamiento universitario completamente público, por lo que sigue siendo una añoranza. Es un proceso y todavía no lo estamos viviendo de esa manera.

Estamos también en un momento que nos está mostrando la frustración de no poder haber acelerado las transformaciones; pero también de vivir la experiencia de gobernar cuando tienes mucha gente del movimiento social con muchas capacidades, pero quizás sin la experiencia necesaria para manejar este monstruo estatal, capacidad que no se construye de un día para otro. En este contexto, es importante pensar a la universidad y a la extensión en relación con el Estado, y qué aportes pueden hacer en este momento.