DOI: http://dx.doi.org/10.19137/circe-2022-260108
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RESEÑAS
Cavallero, Pablo A. La lengua griega en Bizancio.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 2021, 392 págs.
ISBN 978-84-00-10835-9/ e- ISBN 978-84-00-10836-6
Pocos son los especialistas en griego bizantino en nuestro país. La carencia de eruditos en este campo se debe a que exige una sólida formación en griego clásico y también un conocimiento profundo de las transformaciones de la lengua cuando se populariza como koiné de la época helenística, en primer lugar. Los estudios deben extenderse a los corpora de la Edad Media y comienzos del Renacimiento. Es decir, para llegar a ser un especialista en griego bizantino, el investigador debe cubrir todos esos estudios previos y sólo luego convertirse en un analista atento e idóneo de las modificaciones que sufre la lengua desde el siglo iv al xv, en especial cuando los rasgos populares se alejan de las expresiones cultas y aparecen cambios lingüísticos notables como la reducción de las declinaciones y del paradigma verbal, así como mutaciones en la significación de los términos, entre otros muchos fenómenos. Todo este largo itinerario recorrió Pablo Cavallero, que suma a sus cuantiosos antecedentes un proyecto sumamente importante: la dirección de la edición en griego, con introducción, traducción y notas, de la obra completa de Leoncio de Neápolis, escritor del siglo vii.
Sorprende al mundo editorial –y para beneplácito de quienes nos dedicamos al griego antiguo– la aparición de este libro La lengua griega en Bizancio, publicado por el CSIC de España. En honor de verdad, ofrece una lectura tan clara y bien organizada que cualquier interesado en la materia puede enfrentarlo sin sentir que tropieza con un nudo gordiano arduo e insoluble. Puesto que todo conocimiento, incluido por supuesto el de los estudios clásicos, sirve a partir de que se lo comparte, este libro es una clara prueba de ese compromiso; no tiene sentido llegar a saber tanto y tan profundamente si la utilidad de ese saber es ociosa. Pero debemos reconocer que también es necesaria una gran generosidad para decidir que aquello que llevó tanto tiempo y tanto esfuerzo pueda allanarse y hacer posible para otros el adquirir esas competencias de manera cómoda y rápida.
Después de una nota previa sobre la transcripción de nombres bizantinos, en la que el autor aclara que sigue La transcripción castellana de los nombres propios griegos de Manuel Fernández Galiano, a pedido de la editorial, pero que propone también un sistema de transliteración que permite reconstruir la pronunciación real. Continúa una breve “Introducción” (pp. 15-21) en la que confirmamos que, además de emplear las diversas ediciones, el autor acude a los textos provistos por el Thesaurus Linguae Graecae (TLG) y al sitio http://www.papyri.info/browse/ddbdp/, para consultar los papiros.
El primer capítulo, “El problema de la ortografía” (pp. 23-30), nos ilustra sobre las diferencias entre la ortografía de los manuscritos bizantinos y la de los textos clásicos, por un lado, y los medievales, por otro, y nos remonta a los procedimientos aplicados por los gramáticos helenísticos e imperiales. Aristófanes de Bizancio, por ejemplo, inventó hacia el año 200 a. C. el sistema de los dos espíritus –áspero y suave– y de los tres acentos –agudo, grave y circunflejo–. Sin embargo, estos signos aparecen apenas a partir del siglo viii, no se encuentran en los manuscritos más antiguos. Hay otras cuestiones interesantes: el acento grave originariamente se colocaba en toda sílaba átona y hacia el año 300 se lo reservó para reemplazar al agudo oxítono cuando le sigue otra palabra de la misma frase. En griego bizantino no se coloca el espíritu en la ῥ inicial, tampoco la corónide que indica crasis. Respecto de iota adscripta/suscripta, se dejó de representar, puesto que no se pronunciaba, pero fue restablecida en el siglo ii. Son todos datos con los que podemos ilustrar las clases cuando damos los primeros pasos en la enseñanza del griego.
“Del griego clásico al bizantino. Los dialectos y los primeros cambios de la koiné” (pp. 31-50) es uno de los apartados más interesantes para quienes somos docentes de griego clásico en la Universidad. Aquí tenemos, por fin, sistematizados los rasgos fonéticos, morfológicos (tanto verbales como nominales) y sintácticos que empiezan a difundirse a finales del siglo v a. C. y que perduran en los períodos postclásico, helenístico e imperial. Sabemos que la lengua griega nunca fue uniforme; no obstante distinguimos dos grandes conjuntos, clasificados uno como ‘jónico’ o con sonido eta (η) y otro como ‘no jónico’ o con sonido alfa (α). Al primero comprenderían el jónico y el ático y, al segundo, el dórico, el eólico y el aqueo. Quedaría aparte el arcado‐chipriota, que se supone derivado directamente del micénico. Observamos que el concepto koinè diálektos o “lengua común”, cuya definición aceptábamos y repetíamos, tiene hoy muchos puntos de discusión. Se dice generalmente que es una mezcla de dialectos y que tiene base ática. Estamos familiarizados con la koiné por la lectura de la Septuaginta, del Nuevo Testamento y de la primera literatura cristiana. También es la usual en la novela imperial, así como en textos de Galeno, Polibio, Epicteto, es decir en la historia y la filosofía de los primeros siglos. Pero no la encontramos en la poesía, la oratoria, ni en el movimiento aticista.
El tercer capítulo (pp. 51-65) refiere al “Griego bizantino” específicamente. Las intensas relaciones entre Oriente y Occidente, aun cuando Constantinopla era ya la ‘Nueva Roma’, se refleja en el hecho de que el ceremonial, la legislación, la organización militar y administrativa se mantienen con modalidad grecorromana, no oriental. Los enfrentamientos con fines políticos y objetivos nacionalistas no impiden la colaboración y el intercambio en el terreno de las letras y de la filología. En los scriptoria de Constantinopla se llevaba a cabo la ingente tarea de reproducción y copia de autores griegos, lo cual significaba que eruditos europeos se trasladaban por cuenta propia, pero con mayor frecuencia por pedido de príncipes, nobles y clérigos, para transportar, adquirir o estudiar códices manuscritos y retornar a sus respectivas patrias con el fin de volver a integrarse en sus propias comunidades occidentales, en los ámbitos de la educación, las letras, las artes, e incluso del comercio y la economía.
Como en toda evolución de una lengua, en la bizantina se producen fenómenos de analogía y de asimilación/disimilación. Percibimos que la lengua oral evoluciona con innovaciones desarticuladas y, por otra parte, la retórica y lengua escrita en general llegan a formas tan alejadas del común, que ‘bizantinismo’ comienza a ser sinónimo de ‘artificioso’, de ‘complicado’ e incluso ‘retorcido’. Es así que la expresión retórica prefiere la hipotaxis, el optativo oblicuo, conserva el dual, la variatio léxica y usa arcaísmos. Por su parte, la hagiografía, la cronística y la epistolografía prefieren la parataxis, el participio concertado y el genitivo absoluto, menos artificiosos, como también los neologismos y barbarismos de la lengua oral. En este largo período, no hay que omitir la presencia de algunas influencias lingüísticas que operan sobre el griego: del árabe, de los lombardos en Italia, de los eslavos, etc.
El título “Fonética” (pp. 67-66) atiende a cuestiones como el iotacismo creciente, es decir, se produce y avanza la transformación en el sonido iota de otras vocales o de un diptongo. Es el fenómeno que nos dificulta tanto entender el griego moderno oral actual: leer un cartel o un periódico cuando estamos en Grecia no es tan dificultoso, pero entender cuando hablan es prácticamente imposible. El iotacismo afecta en numerosas ocasiones a los diptongos ει y οι, pero sobre todo a la η e inclusive a la υ, lo cual provoca confusión y desconcierto. Previamente al iotacismo o por influencia de él, hubo pérdida de la cantidad vocálica: existe confusión entre η y ε y entre ω y ο. Entre otros cambios, se percibe que las consonantes dentales y velares, por ser las más débiles, suelen caer (por ej., σανίδα > σανία), como así también las vocales palatales (ε/αι, ι, υ, ει, η, οι, υι) frente a las velares (α, ο, ου). Definitivamente se pierde la espiración inicial (por completo en el siglo v), ya débil en la koiné por influjo de la psilosis de varios dialectos.
El extenso capítulo dedicado a la “Morfología” (pp. 77-192) discrimina entre morfología verbal, nominal y morfología de las formas invariables. Respecto de los modos verbales, hay una pérdida gradual del optativo, que empieza a coincidir a veces con el subjuntivo y a veces con el indicativo. Va desapareciendo el aumento silábico‐temporal en los tiempos históricos y en ocasiones se produce una mezcla de las formas de los temas de presente y los de aoristo, es decir, resulta una especie de combinación entre el aspecto infectivo y el confectivo. Gradualmente y con mucha oscilación van apareciendo nuevas desinencias en todo el sistema verbal tanto en la voz activa como en la media pasiva y los imperativos de terceras personas van decayendo hasta desaparecer.
En cuanto a la morfología nominal, se pierde gradualmente el dativo solo, que va a desaparecer por completo en el siglo x, reemplazado en general por construcciones perifrásticas: πρὸς, εἰς ο μετὰ + acusativo. Sucede la extraña circunstancia de que el sistema preposicional tiende a reducir el número de variables, pero a aumentar su frecuencia. El caso dativo puede ser reemplazado también por un doble acusativo o por un genitivo. Se pierde definitivamente el número dual y hay un debilitamiento del vocativo, suele aparecer el nominativo en esa función. Lo más notable es que se produce el fenómeno de metaplasmο, esto es, emergen cambios fonéticos por adición, por supresión o por combinación de sonidos y esto desemboca en un cambio de declinación; por ejemplo, sustantivos de tercera declinación pasan a primera o a la segunda, como los del grupo velar + dental: κτ (con caída de la velar). Se acentúa la oscilación del género de los sustantivos (por ej. el masculino πλοῦτος pasa a neutro) y disminuyen los femeninos de segunda, que se van a limitar a los topónimos. Algunas preposiciones van desapareciendo y otras concentran matices. Estas transformaciones y otras muchas están debidamente sistematizadas en este libro en una serie de premisas con diversos ejemplos que sustentan las explicaciones.
En lo que atañe a las formas invariables, recordemos que el griego clásico tiene diez infinitivos indeclinables, que podían en ocasiones sustantivarse anteponiendo el artículo. Estas formas se van reduciendo y se van perdiendo, lo cual influye en la sintaxis de la subordinación, dado que muchas subordinadas se construían con infinitivo. Fueron desapareciendo gradualmente esas diez variedades clásicas –según voz y aspecto– del infinitivo: por ejemplo, la terminación activa ‐ειν suele aparecer como ‐ει. Los adverbios de modo terminados en ‐ως se conservan pero empiezan a convivir con la forma del adjetivo neutro plural con el mismo valor adverbial (por ej, καλῶς = καλά, μεγάλως = μεγάλα). Aparecen además adverbios nuevos, como τώρα, crasis de τῇ ὥρα, ‘en este momento, ahora’, que reemplaza a νῦν. Los adverbios de negación οὐ y μὴ se conservan con las distinciones propias del griego clásico, pero es frecuente que oscilen sus empleos e intercambien sus contextos. Se van reduciendo los adverbios preposicionales, pero se conservan los coordinantes copulativos καὶ, οὐδὲ, μηδὲ, οὔτε, μήτε, el disyuntivo ἢ y el ilativo‐consecutivo γὰρ.
El capítulo dedicado a la “Sintaxis” (pp. 193-240) ofrece un panorama de las variantes según los autores desarrollen un estilo bajo, uno medio o uno alto. Cualquier síntesis de este extenso e interesante apartado resulta injusta con su rico contenido. Señalemos que se explica largamente el uso sintáctico de los casos (por ej., la reordenación del genitivo) y la desaparición de algunos modos, como el optativo, y el uso creciente de otros, como el subjuntivo con ἵνα con valor de imperativo. Se pierden construcciones como la de acusativo + infinitivo y aparecen otras, como la combinación de infinitivo con sujeto nominativo. Se empiezan a manifestar giros preposicionales como sintagmas (por ej. διὰ + acusativo con el valor de ‘en busca de’) y también giros preposicionales como subordinantes (por ej., ὥσπερ + infinitivo en reemplazo de un participio). Como cuestión curiosa, encontramos que el artículo usado como relativo, que es un fenómeno arcaico –homérico y jónico–, reaparece en el griego bizantino. Igualmente, volvemos a encontrar el artículo con valor de demostrativo, valor que era el original de los artículos.
Pero sin duda, el capítulo más apasionante y nutrido es el que corresponde a “Léxico” (pp. 241- 338). Sabemos que el léxico bizantino está signado por la línea cronológica Septuaginta‐Nuevo Testamento‐Padres de la Iglesia, con interferencias frecuentes de Filón de Alejandría y Flavio Josefo a modo de eslabones. Pero desconocemos los influjos de muchas otras lenguas sobre el griego en este extenso período. El ascendiente del latín es relevante y crea neologismos, pero también abundan influjos del hebreo, del siríaco, del turco, del francés, del italiano y, en menor medida, del catalán y del provenzal; y hasta del ruso. Estas influencias promueven tecnicismos, no solo eclesiásticos y administrativos, militares y jurídicos, sino también de las ciencias y las artes. Estas páginas ofrecen un extenso listado de neologismos según su aparición cronológica (siglos iv al xv), con mención de autor o texto en el que se registran. Cabe resaltar que también se produjo un influjo del griego bizantino hacia Occidente, sea a través del latín, sea a través del italiano, del francés o del veneciano.
No hay duda de que la bibliografía –discriminada en diccionarios y léxicos, gramáticas y bibliografía específica– es exhaustiva y completa y damos por sentado que da cuenta de todo lo fundamental publicado hasta la fecha, pero lo que nos parece más útil es el índice analítico que agiliza sobremanera la búsqueda de cada ítem según nuestro interés puntual. Colabora complementariamente el índice de temas y voces, ordenados alfabéticamente, primero en español y después en griego.
Esta obra es única en su género. Pablo Cavallero ha logrado el objetivo de brindar un tratado de consulta asequible y abarcador de todos los temas gramaticales del griego bizantino, inclusive los más problemáticos, mediante explicaciones claras y de fácil comprensión. Gracias a este volumen, cualquier docente de griego clásico tendrá la posibilidad de consultar un determinado tema gramatical, una expresión nominal, una construcción verbal o un uso preposicional para enriquecer la enseñanza de la lengua en las aulas con reflexiones y fundamentos ampliatorios sobre su evolución.
Por Marta Alesso
ORCID: 0000-0002-0785-0978
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