DOI: http://dx.doi.org/10.19137/circe-2021-250204
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ARTÍCULOS
Variedades del convencionalismo y del naturalismo en la reflexión antigua acerca del lenguaje
Varieties of Conventionalism and Naturalism in Ancient Reflection on Language
Eduardo Sinnott
[Universidad del Salvador]
[eduardosinnott@hotmail.com]
ORCID:0000-0002-7609-3704
Resumen: En el Cratilo platónico se plantea por primera vez la cuestión del fundamento de la significación lingüística; se lo hace en el marco de la oposición entre naturaleza (φύσις) y convención (νόμος), en la que se basó también el debate posterior acerca del tema. En el trabajo que sigue se presenta un repaso de los aspectos teóricos más importantes de los argumentos de las tesis naturalista y convencionalista expuestas y defendidas en ese y en otros textos de la tradición antigua, y se esboza una tipología de las variedades que en esa tradición se ofrecen de aquellas dos posiciones.
Palabras-clave: Naturalismo; Convencionalismo; Platón; Aristóteles; Estoicismo; Epicureísmo
Abstract: The question of the basis of linguistic significance is raised for the first time in Plato's Cratylus, in the context of the opposition between nature (φύσις) and convention (νόμος), on which later debate about the matter was also based. This work presents an overview of the most important theoretical aspects of the arguments of the naturalist and conventionalist theses as presented and defended in Cratylus and in other texts of the Ancient tradition, and outlines a typology of the varieties of both positions as offered in that tradition.
Keywords: Naturalism; Linguistic; Conventionalism; Plato; Aristotle; Stoicism; Epicureanism
Recibido: 10-05-2021/ Evaluado: 11-07-2021/ Aceptado: 13-07-2021
Νόμος - φύσις
La oposición entre naturaleza (φύσις) y convención (νόμος), que es el marco del debate platónico en torno del lenguaje expuesto en el Cratilo, deriva inmediatamente de la reflexión de la sofística acerca de los fundamentos de las normas éticas y políticas: aquellas dos nociones y la relación de oposición entre ambas precedieron, pues, a la elaboración del diálogo, pero su proyección al tema particular del lenguaje fue, hasta donde consta, cosa original de Platón1, que debe de haber visto en ellas términos aptos para definir la relación entre el lenguaje y las cosas o, más bien, entre el lenguaje y la verdad, que es el tema en que en este diálogo se centraron ante todo o en principio la atención y el interés del filósofo2. Las nociones de φύσις y de νόμος, formadas de modo independiente la una de la otra, habían cobrado en época clásica un matiz nuevo y pasado a constituir una oposición antitética cercana a la moderna de ‘naturaleza-cultura’3. En el pensamiento arcaico el νόμος4 era entendido como la norma humana más alta, sancionada y respaldada por los dioses, y por eso incuestionable e ineludible. Inicialmente la palabra no habría hecho referencia a la costumbre o a la ley, sino más bien al ordenamiento válido que estaba por encima del individuo y de la comunidad y que regía la vida de ésta. Fueron, según parece, el conocimiento de los νόμοι de otros pueblos, difundido por la etnografía jonia y la consiguiente ampliación del horizonte los factores que hicieron que la idea de νόμος perdiera su validez irrestricta y se la asociase a las costumbres y los usos de los diversos pueblos, que son obligatorios para los miembros de cada uno de ellos, pero no para los de los otros; esto es, se comprobó que no existía un νόμος humano universal, sino distintos νόμοι5. Un paso más en esa dirección llevó a que se viera en el νόμος el producto de la convención humana, cuyo único fundamento era sólo el acuerdo de los hombres, que, llegado el caso, podía ser puesto en tela de juicio o aun desobedecido6. Por otro lado, desde antes del siglo V a.C. la noción de φύσις había expresado la idea general de ‘lo dado’, esto es, del modo de ser que las cosas tienen de por sí o lo que ellas real o verdaderamente son, y ello por oposición a lo accidental, lo subjetivo y lo fenoménico7. En la segunda mitad de ese siglo la antítesis entre las nociones de φύσις y de νόμος se fijó o se consolidó en el contexto de las ya mencionadas elaboraciones del pensamiento sofístico en torno de la cuestión del fundamento de las reglas éticas y políticas; y ello en especial a propósito de la justicia en las relaciones de poder que se dan en el seno de una comunidad política. En el planteo de los sofistas lo regular parece haber sido ver a los miembros o a los grupos de la comunidad política en términos de fuertes y débiles por naturaleza (φύσει), y entender que para mitigar o anular la tensión o la oposición que real o potencialmente se daba por eso entre ellos, se decidía superponer o sumar a aquella distinción natural la ley (νόμος) positiva, la cual, según las elaboraciones sofísticas mejor conocidas, o consolidaba el dominio de los fuertes sobre los débiles o protegía a los débiles del dominio de los fuertes8.
La corrección de los nombres
En el Cratilo el debate es presentado expresamente como debate acerca de la “corrección” (ὀρθώτης) de los nombres9, noción que corresponde a la de ‘propiedad’ en el uso de las palabras. La pregunta es, pues, en principio, si la “corrección” de las palabras se funda en la naturaleza (φύσις) o en la convención (νόμος). También estas ideas de corrección y de incorrección lingüísticas habían sido relevantes en las elaboraciones de los sofistas: consta, en efecto, que algunos de ellos se preguntaron acerca de la “corrección” en el sentido de la adecuación en el uso o en la aplicación de las palabras, y eso tanto en el sentido de las relaciones de la palabra con la cosa denotada (Protágoras) cuanto en el del matiz semántico particular o específico apropiado para determinado contexto de uso (Pródico), y acaso aun en el sentido de la congruencia entre el vehículo fónico y el contenido (Hipias). Al menos, eso es lo que se extrae de una documentación escasa y parca. Protágoras parece haber tratado de la corrección de los nombres (ὀρθοέπεια; ὀρθώτηςτῶν ὀνομάτων) desde un punto de vista relacionado con la clasificación de las palabras basada en la distinción genérica, que aparentemente fue introducida por él con un criterio ‘naturalista’; sobre la base de ese criterio habría sugerido apartarse del uso lingüístico consagrado o, acaso más probablemente, hacer que el oponente en un debate incurriese en un solecismo al hacérsele notar que el género gramatical de las palabras que usaba no concordaba con el género “objetivo” de la cosa10. El interés de Pródico parece haber estado dirigido a la semántica, y recaído, en particular, en precisar la “distinción” (διαίρησις) que se daba entre palabras ligadas entre sí por una similitud semántica: se trataba de identificar el matiz propio de cada una de ellas, a fin de que su uso en determinado contexto fuese el correcto o propio: la suya parece haber sido, pues, una teoría referente a la distinción entre palabras desde ese punto de vista, y, a la vez, una teoría normativa del uso correcto consiguiente11. De eso parece haber resultado el primer intento de analizar de manera sistemática la semántica del léxico corriente. Por último, de las escuetas noticias referentes al enfoque que Hipias hacía de las palabras se desprende que ese sofista se interesaba en la “potencia” (δύναμις) y en la “corrección” (ὀρθώτης) de las letras, las sílabas, los ritmos y las armonías12. No es claro a qué se refería exactamente todo eso, pero no es imposible que se tratase de hipótesis acerca de una relación de armonía ‘natural’ que los sonidos de las palabras guardarían con el contenido de que eran vehículo o con las cosas denotadas por ellas, y que en su investigación Hipias apelase a un método de segmentación ‘etimológica’ como la que se practica en el Cratilo13.
Este repaso de las escuetas noticias referentes a las ideas de los sofistas acerca de las palabras sugiere que Platón, movido por el interés en dar un primer paso para determinar la forma en que la verdad se contiene en el lenguaje, recogió del debate de la sofística, por un lado, el tema de la ‘corrección’ de las palabras, y, por otro, para hacer de ella el marco del tratamiento del tema, la oposición entre las nociones de naturaleza y convención, a las que, como se ha recordado ya, algunos sofistas habían recurrido para debatir la cuestión del fundamento de las normas políticas. En la formulación platónica del tema, la cuestión pasa a ser la de si la relación ‘correcta’ entre las palabras y las cosas se funda en la naturaleza o en la convención, y ello en una visión de la verdad de sesgo nominativista, esto es, en un enfoque que propende a ver como equivalentes las nociones de “corrección”, “propiedad” y “verdad” y a conferirle o atribuirle valor de verdad a la palabra aislada. La cuestión no concierne, pues, al modo en que el lenguaje haya pasado a la existencia; antes bien, las dos posiciones presentadas en el diálogo dan por sentado por igual que las palabras no existen desde siempre, y que no pasaron a la existencia ni en forma espontáneo ni por obra los dioses, sino que han sido instituidas, y que eso fue fruto de la intervención humana14. Por tanto, desde el punto de vista genético, para ambas posiciones la significación lingüística se funda en un νόμος. La cuestión es, pues, como se ha dicho arriba, la de si entre palabras y cosas existe una relación natural (φύσει) o convencional (νόμῳ) que hubiese presidido su institución, es decir, si en algún sentido la asociación entre un significante y un significado se basa o no se basa (o si originariamente se ha basado o no se ha basado) en el modo de ser propio de la cosa significada. Para la posición convencionalista, que es representada en el diálogo por Hermógenes, el fundamento de la significación es nada más que el “convenio” (συνθήκη) y el “acuerdo” (ὁμολογία) tácito o expreso de los hablantes, y la consiguiente “costumbre” (ἔθος), y el uso "correcto" es el que concuerda con ellos, siendo eso condición suficiente para que la palabra sea eficaz desde el punto de vista comunicativo. Para el naturalismo, defendido en el diálogo por el personaje epónimo, existe en cambio, una “corrección natural” (φύσει πεφυκυῖα) y por eso universal15, dada por el hecho de que el significante guarda con el significado una relación de motivación (que se sugerirá después que es de índole icónica) que ha sido establecida originariamente, y que es aún actuante o al menos está todavía latente en los sonidos. Para el convencionalismo lo relevante o lo pertinente es la funcionalidad comunicativa de las palabras; para el naturalismo, en cambio, sobre la eficacia comunicativa prevalece la adecuación de las palabras a las cosas en el sentido indicado, por lo que admite eventualmente la notable paradoja de afirmar que determinada palabra, que sirve para la comunicación, no debiera, sin embargo, ser reconocida como ‘correcta’ o que no debiera ser reconocida siquiera como palabra16.
Ninguna de las dos posiciones enfrentadas está respaldada por elaboraciones teóricas siquiera un poco detalladas; se trata, en realidad, nada más que de visiones o de opiniones que sus defensores apenas si esbozan. Es Sócrates quien toma a su cargo el trabajo de reconstruir ambas tesis, para lo que establece los presupuestos y despliega las implicancias de cada una, y elabora las críticas y las defensas posibles de una y otra.
Refutación y defensa del naturalismo
Son dos los argumentos más importantes en que basa Sócrates en el Cratilo la refutación del naturalismo17. Con ellos se valida ipso facto la visión convencionalista. La fuerza de los argumentos hace que, en su defensa, la posición de Cratilo retroceda de la que sería una primera versión ‘extrema’ de la tesis naturalista a una versión ‘moderada’ o ‘atenuada’ de esa misma tesis. De estos argumentos, el primero ([1]) se sitúa en el plano fáctico y externo a una lengua; el segundo ([2]), en el plano formal, y atiende a la estructura interna de la expresión lingüística. A nuestro modo de ver, el primero de ellos presenta un indicio en el sentido de una prueba de que la tesis naturalista de hecho es falsa y, el segundo, una demostración de que esa tesis no puede ser verdadera.
[1] El argumento más a mano contra del naturalismo en todas las épocas es el basado en el hecho incontestable de la existencia de una pluralidad de lenguas. Este argumento da por sentado que la verdad de la tesis naturalista implicaría la ‘necesidad’ y, por tanto la ‘universalidad’ de una correspondencia determinada entre palabra y cosa, así que los nombres no podrían variar diacrónicamente ni podría haber diferencias intralingüísticas ni interlingüísticas: toda la humanidad emplearía siempre, desde siempre y por siempre, un mismo y único lenguaje; forzosamente debiera haber, pues, un lenguaje universal invariable; ahora bien, como es notorio que ése no es el caso, la tesis naturalista es falsa. Las formas teóricas posibles de eludir esa conclusión parecieran ser dos: una [a] consiste en situar los lazos naturales en el ‘pasado’, esto es, en el punto de partida histórico del lenguaje, y limitarlo a él; y otra [b], en situarlos en el ‘futuro’, esto es, como algo por darse en una suerte de punto de llegada del lenguaje, y ello ya sea que se imagine ese estado como asequible históricamente o sólo como una meta teórica, ideal o utópica que siempre haya de estar tras el horizonte. De esas dos posibilidades, en el Cratilo sólo se insinúa la primera ([a]), de la que resulta una versión ‘atenuada’ del naturalismo, que resistiría al argumento de la diversidad de las lenguas si se llegase a probar y hacer admitir la posibilidad (cuya compatibilidad con la tesis básica del naturalismo no sería, por cierto, fácil fundamentar) de que un lenguaje originariamente natural pudiera haber ido perdiendo los rasgos de tal, y ello ya sea a causa [i] de una variación fónica ya originaria de las palabras o [ii] de la distorsión ‘histórica’ que el uso lingüístico pudiera haber conllevado. En el curso de su diálogo con el convencionalista Hermógenes, el propio Sócrates, en el segmento en que toma a su cargo la defensa de la tesis naturalista, sugiere, en efecto, por una parte, [i] la posibilidad de que los nombres hayan sido concretados en formas diferentes por no habérselos forjado en (o con) los mismos materiales fónicos 18; en esa sugerencia (que en el diálogo no se desarrolla ni se aclara) se verían como compatibles o no excluyentes entre sí la ‘naturalidad’ y la variación ‘originaria’; pero habría que explicar, por cierto, la diferencia entre la constante formal y la diversidad material que la hipótesis supone. En la primera sección del diálogo (y en la parte ‘etimológica’) se introduce [ii] la idea de que las palabras ‘naturales’ originarias hayan sufrido variaciones históricas consistentes en mutaciones parciales causadas por un uso que les habría quitado y agregado sonidos por razones tales como la preferencia por la eufonía o la comodidad articulatoria, sin que, sin embargo, las formas hubieran perdido por eso su capacidad significativa19. Estas sugerencias ([i] y [ii]) definen, pues, variedades de una visión naturalista ‘moderada’ o ‘atenuada’ que, a diferencia de una extrema, tolera la divergencia (originaria o histórica) entre los significados funcionales y los significados etimológicos, y que sería compatible con el cambio diacrónico y la diversidad lingüística. Pero para que la relación entre sonidos y contenidos pueda no ser concebida como estrictamente necesaria, constante e invariable desde el punto de vista histórico, pareciera indispensable admitir, además, que en la ‘corrección’ de los nombres se tiene que haber dado una suerte de redundancia que hiciera que esa ‘corrección’ subsistiese o permaneciese latente (y fuese recuperable) aun cuando la configuración fónica hubiese cambiado (al menos dentro de ciertos márgenes), y eso, ya sea accidentalmente o a causa de la modificación que los hablantes introdujeran deliberadamente en ella en conformidad con su sentido de la eufonía o la cacofonía. Por tanto, en esta visión atenuada se podría admitir al mismo tiempo la institución natural de las palabras y su eventual diversificación ‘histórica’ o ‘babélica’ en una pluralidad de lenguas que no exhibieran (o al menos superficialmente no exhibieran) semejanzas entre sí. La alternativa ([b]) señalada arriba, que en el diálogo no es tomada en cuenta, supondría más bien una visión dinámica y teleológica de la naturaleza en la que esta se desplegase en el tiempo y que, a lo largo de de un desenvolvimiento constante y siempre imperfecto e inadvertido, se acercase a un lenguaje natural20.
[2] El argumento más eficaz que en el diálogo se aduce en favor del convencionalismo es el basado en la estructura compositiva de la articulación lingüística21. El argumento muestra que en un lenguaje que ostenta esa estructura no se dan las condiciones teóricas de posibilidad que supondría una posición naturalista, de modo que no es ‘posible’ que sea cierto lo que esa posición pretende. El enfoque hace que el análisis socrático desplace la relación semántica (y el lugar del valor de verdad) llevándola del nivel la palabra al nivel de los sonidos mínimos: paso que, según se ve ahora, la tesis naturalista obliga a dar; esto es, esa tesis obliga a suponer que la significatividad (y la verdad) se sitúan ya en el nivel de las unidades fónicas indivisibles (στοιχεῖα), que justamente por eso debieran ser vistas como “palabras primarias” (πρῶτα ὀνόματα). Ahora bien, la modalidad de relación significativa que se podría dar entre los ‘sonidos simples’ y las cosas, o entre los sonidos simples y los componentes ontológicos (o semánticos o conceptuales) ‘mínimos’ de las cosas, sólo podría ser la de la iconicidad, pues no se ve que una revelación de la cosa por obra de las palabras que no esté fundada en una convención, pueda ser algo distinto de una relación ‘imitativa’, esto es, de una relación basada en la “semejanza” (ὁμοιότης) entre sonido y cosa. En tal caso, para mostrar que es acertado, el naturalismo debiera poder reconstruir o deducir el “arte” (τέχνη) de que debiera haber dispuesto un “nominador” (ὀνομαστικός) que por medio de sonidos hubiese imitado la forma de ser real y estable de las cosas (la οὐσία de ellas). Ahora bien, para mostrar que un arte así es concebible, el defensor del naturalismo tendría que probar que es posible identificar las unidades fónicas mínimas del plano de la expresión; que es posible identificar también las unidades mínimas del plano del contenido; que es posible establecer, sobre la base de la semejanza, la correspondencia natural entre unas y otras; y, todavía, que es posible determinar la gramática, es decir, las reglas combinatorias con arreglo a las cuales las unidades mínimas se reúnen en unidades compuestas (o “palabras segundas” [δεύτερα ὀνόματα]) y estas en “enunciados” (λόγοι), que representen icónicamente las cosas y los estados de cosas en general. La reconstrucción de un código y una gramática semejantes no es posible, por cierto, según se admite en el diálogo, y ello porque en el lenguaje sonido y sentido se enlazan sólo en el nivel léxico, y no antes. Es explicable, por eso, que el más sencillo intento de probar la existencia de un relación icónica y evocativa entre los sonidos y las cosas, y ello a partir del nivel de los sonidos elementales, se despeñe en las inconsistencias, las extravagancias, la circularidad y las aporías, etcétera, propias de la explicación naturalista: la pretensión del naturalismo, es, concluye Sócrates, excesiva y ridícula22. No es posible, pues, probar que la significación lingüística se base en una relación natural (φύσει); es posible, en cambio, probar que si el lenguaje tiene, como se ve, la estructura compositiva que tiene, la significación no puede basarse en una relación natural; y si la alternativa de la tesis naturalista es la tesis convencionalista, entonces el fundamento de la significación lingüística es la “costumbre” (ἔθος), esto es, una “convención” (συνθήκη) tácita23.
El convencionalismo moderado
El convencionalismo es, pues, la visión definitiva de Platón acerca del problema. Por otra parte, esa tesis parece haber sido la generalmente aceptada en la etapa clásica; al menos, no hay testimonio que muestre o que sugiera que se hubiese visto indispensable volver a debatir el punto. Aristóteles recogió la tesis convencionalista como parte de la herencia platónica, y junto con ella los argumentos que habían llevado a su maestro a sostenerla, esto es, por un lado, [1] el fundado en el hecho de la pluralidad y diversidad de lenguas, y, por otro lado, [2] el derivado de la estructura de la expresión lingüística24. Aristóteles precisa que una significatividad fónica φύσει se da únicamente en el ámbito de la comunicación animal25, en el que la tesis naturalista es, pues, válida. En la comunicación animal los contenidos (que son sólo expresivos y conativos) están, en efecto, enlazados en forma natural a las emisiones fónicas que son su vehículo26, y ello en contraste con los significados lingüísticos, que no están unidos de ese modo a sus vehículos fónicos, sino que lo están, dice Aristóteles en sus propios términos, de manera accidental27, razón por la que no podría haber “demostración” (ἀπόδειξις) alguna de que los sonidos de una palabra tengan determinado significado28. El modelo icónico de la significación propio del naturalismo supone, como se ha visto, que el vehículo está determinado o motivado por la cosa mediante un lazo de similitud, en cuyo caso la configuración del signo no sería ya ‘contingente’, sino parcial o enteramente ‘necesaria’; en esa última hipótesis, por tanto, la relación de significación podría ser explicada o justificada; pero como se acaba de ver, en la visión de Aristóteles la relación de significación no es demostrable, y ello porque no hay ciencia de los lazos accidentales29.
Con la afirmación aristotélica del convencionalismo se consolida, pues, y se prolonga en el período clásico la hegemonía de esa tesis. Ahora bien, el sesgo del convencionalismo antiguo es ‘moderado’ (y no extremo o radical), en la medida en que afirma que solamente los vehículos fónicos, esto es, los ‘significantes’ son de índole convencional, pero da por sentado que los ‘significados’ o los contenidos semánticos básicos del lenguaje en su uso denotativo, no lo son; cabe decir, por tanto, que esos significados han de ser ‘naturales’ y, por tanto, universales30. Para esta variedad del convencionalismo, el lenguaje, en lo que concierne al nivel de las articulaciones semánticas, se ajusta a las cosas o se pliega a ellas en el sentido de que las distinciones semánticas recogen distinciones dadas primero ‘en las cosas’ y se corresponden con ellas: el convencionalismo moderado presupone, por eso, una forma de realismo; en Platón esas cosas son las especies o los arquetipos: si se toma en cuenta lo que en el testimonio de Aristóteles se dice acerca de la metodología usual en la Academia, se ve que para establecer que hay Ideas y de qué las hay, Platón y sus discípulos tomaban como guías las palabras, con lo que se daba por sentado que en el lenguaje ya se había operado la reunión de la diversidad en una unidad que le precedía31. En la Academia aquello a lo que los significantes en última instancia apuntaban eran, pues, las Ideas. En Aristóteles, que, por cierto, no admite el postulado de un mundo eidético, los contenidos son unidades conceptuales que derivan del terreno de la percepción, o, dicho de manera genérica, son contenidos que tienen su base cognoscitiva primera y su motivación en el terreno de la percepción32.
El naturalismo y el convencionalismo del período helenístico
Aunque la temática del lenguaje es planteada en el marco de la misma oposición, el enfoque que se hace de ella en el período helenístico diverge notoriamente del de la etapa anterior, como se advierte en los testimonios de las doctrinas estoica y epicúrea. Por un lado, esas filosofías incorporan el tema de los orígenes históricos del lenguaje33, lo que hace que la oposición entre φύσις y θέσις se desdoble, pudiendo ser distinta según se considere el tema de los orígenes del lenguaje o el tema del fundamento de la significación. En lo que atañe a los orígenes y, hasta donde los testimonios permiten ver, para los estoicos, las palabras no habrían surgido en forma espontánea o mecánica, sino que eran resultado de una institución establecida en forma deliberada por un dios ὀνοματοθέτης o por varios ὀνοματοθέται que por vía imitativa les habrían impuesto a las cosas nombres apropiados a lo que ellas son; en esa medida el lenguaje, que por la índole de la relación de significación es φύσει, es al mismo tiempo νόμῳ (o, como se dice en la época, θέσει), porque ha sido instituido34. En el primer aspecto de esa tesis los estoicos están claramente en la línea de un naturalismo extremo o radical del estilo del que en el Cratilo sugiere el personaje epónimo35. De ahí deriva la certeza estoica de que las palabras no sólo pueden ser justificadas racionalmente, sino que se las puede emplear como guía para conocer la verdad de las cosas, ya que la encierran o aún la expresan: originariamente las palabras contenían, en efecto, los ἔτυμα, esto es, la verdad y la realidad de lo que ellas significan o denotan. Por eso los estoicos se esforzaron por desarrollar una ‘etimología’ cuyo propósito era mostrar o acreditar esa verdad. Explicaban la diversificación de la lengua originaria en una pluralidad de lenguas aduciendo como causa el uso lingüístico, el cual, como en el Cratilo, habría obscurecido las relaciones naturales en que el lenguaje reposaba inicialmente; pese a eso, por medio de un análisis metódico se podía recobrar o volver a hacer perceptibles esas relaciones36.
El sesgo de la visión epicúrea es antagónico al de los estoicos en todos los puntos de relevancia37. Por cierto, para Epicuro es impensable una institución divina del lenguaje, y ello en razón de una tesis central en su filosofía, a saber, la de que los dioses no intervienen en el mundo de los hombres, cosa que reviste gran importancia en su ética. En lugar de eso, presenta, acerca de los orígenes del lenguaje, una tesis de sesgo ‘evolucionista’ en la que se combinan o se suceden dos momentos, uno natural y uno convencional38. De acuerdo con Epicuro el lenguaje propiamente dicho no se originó en una convención39, sino que tuvo como punto de partida emisiones fónicas ‘naturales’ prelingüísticas, comparables a las de los animales40. Esas emisiones, que eran una parte de la reacción que en los hombres primitivos suscitaba la experiencia de las cosas sensibles, asumieron de manera espontánea la función de comunicar contenidos afectivos. Sólo más tarde, en un segundo estadio, esas emisiones habrían adquirido una configuración definitiva, con lo que pasaron a constituir propiamente un lenguaje, y ello a través de una convención instituida en cada grupo humano41 por razones prácticas, pues las expresiones habrían llegado a ser complejas y ambiguas, y convenía entonces conferirles formas más sencillas42. La circunstancia de que en cada caso las reacciones fónicas y las convenciones hubiesen sido las propias de cada grupo humano explica, pues, la diversidad lingüística, a la que Epicuro ve, pues, como un hecho originario.
Por cierto, la dificultad teórica más grande de la explicación del epicureísmo pareciera ser la de aclarar o mostrar la manera en que se podría concebir el paso de lo prelingüístico a lo lingüístico, paso que, cabe suponer, tendría que haberse dado en dos planos solidarios: [a] por una parte, en el ‘funcional’, pues haría falta dar cuenta de la transición desde las funciones sólo expresivas y conativas que tendrían las reacciones fónicas espontáneas originarias inarticuladas, cuya recepción, por otra parte, se habría dado simpatéticamente, a la función ‘denotativa’ que es específica del lenguaje, a la que acompaña una recepción ‘comprensiva’ o intelectual; [b] por otra parte, el paso tendría que haberse dado también en el plano ‘estructural’ de la expresión, esto es, como paso de una expresión continua a una expresión articulada, esto es, formada por unidades discretas combinables que se organizan a su vez en distintos niveles de articulación, y ello de acuerdo con reglas o según una gramática. Pareciera que en ninguno de los dos aspectos podría haberse dado lo que se dice un salto, por más que tampoco es fácil representarse una transición gradual. No es menos difícil imaginar un acuerdo explícito (que supondría un nivel metalingüístico de expresión) entre hombres que todavía no cuentan con un lenguaje43. Sea como fuere, la visión resultante puede ser caracterizada como la de un convencionalismo moderado, en la medida en que, según parece, los significantes convencionales son vistos por Epicuro como vehículos de contenidos preconceptuales aislados y fijados en la percepción a partir de los rasgos sensible que esa capacidad recoge de las cosas44; los contenidos serían anteriores al lenguaje e independientes de él.
El convencionalismo fue defendido también en la tradición escéptica, como parece lógico, y como de hecho lo dice de manera expresa Sexto Empírico45. La versión de esa tesis en Sexto se basa en argumentos semejantes a los de la versión clásica, y coincide en buena medida con ella, aunque propende a ser más extrema y adquirir por momentos la coloración nominalista de un convencionalismo radical. Sexto, que reduce la visión epicúrea al momento prelingüístico, rechaza tanto esa variante del naturalismo, esto es, la de la reacción fónica natural en el sentido de espontánea, cuanto la variante estoica; a su entender, ellas corresponden a los dos sentidos posibles del uso de φύσει a propósito del lenguaje, a saber, por un lado, aquel según el cual son ‘por naturaleza’ las palabras emitidas por los primeros hombres, y, por otro, el de que son ‘por naturaleza’ las palabras cuya forma actual presuntamente nos mueve a pensar (o nos revela) que las cosas que ellas designan son de tal o cual modo, incluso cuando no creamos que es así46. El primero de esos dos sentidos atiende, pues, al tema del origen del lenguaje, y el segundo al del fundamento de la significación. Sexto descree de ambas formas de ver: para él lo que es por naturaleza afecta de manera constante e igual a todas las cosas en todas partes y en todos los tiempos; por tanto, si los naturalismos lingüísticos estuvieran en lo cierto, todos los hablantes, griegos y bárbaros, se entenderían de manera espontánea, lo cual no es, por cierto, el caso47; por tanto, las palabras significan por convención.
En las críticas que le dirige al naturalismo no introduce Sexto, pues, argumentos nuevos; pero sí parecen exhibir un matiz novedoso sus implicancias y su horizonte. Sexto reitera, como se acaba de ver, el argumento clásico de la pluralidad de lenguas; pero suma a él el de la variabilidad sincrónica de las lenguas48, y, sobre todo, subraya el alcance de la incidencia de la voluntad significativa del hablante individual; con ello sitúa Sexto la cuestión de la significación tal como esta se da en el nivel del habla y en la sincronía, y ya no sólo en el nivel abstracto de la lengua (como en los planteos precedentes): es en cada caso el hablante el que decide qué significar, y lo hace por medio de las palabras que él decide 49; en la libertad del hablante en ocasión de la selección léxica se cifra un factor sincrónico de la variabilidad y aun de incertidumbre o indeterminación de los contenidos; eso redunda en una inestabilidad de los significados que en cierto modo es constitutiva de ellos, y que hace que sea imposible determinarlos fuera de los actos concretos de habla. Eso lleva a Sexto a afirmar que no es posible una ciencia de los nombres, puesto que, como es sabido, la ciencia supone un objeto firme y estable, mientras que todo cuanto es por convención y depende de nosotros se singulariza, en el plano del uso, por la erraticidad y la variación constante 50. En eso se debe incluir la divergencia de sentido que se da entre la intención expresiva del emisor y la interpretación hecha por el receptor. Cabría decir, por tanto, que para Sexto no es posible un diccionario; o bien, que, a su juicio, un diccionario nos ofrece sólo la imagen abstracta y ficticia de una estabilidad semántica que en el uso lingüístico concreto no se da 51.
Observaciones finales
A partir de las comprobaciones básicas hechas en lo que precede es posible ensayar un esbozo tipológico de las variedades del convencionalismo y del naturalismo lingüístico sostenidas, o siquiera sugeridas, en los autores considerados. A fin de precisar lo propio de cada una, es posible diferenciar, mediante nociones modernas, por una parte, [a] los niveles lingüísticos en que las posiciones se sitúan o a los que atienden, a saber, el nivel del habla o el nivel de la lengua; y, por otra parte, [b] apreciar, en términos de ‘extremo’ o ‘moderado’, el decisivo aspecto del grado de dependencia o independencia que entre esos dos planos reconocen las distintas posiciones. Pues bien, lo dominante parece haber sido situar la cuestión en el nivel abstracto de la lengua, y no en el nivel concreto del habla, el cual sólo parece haber sido privilegiado por Sexto Empírico, en cuyo planteo eso conlleva entender que el sentido de las palabras puede ser registrado sólo en los actos de habla, y que de un acto a otro se registran variaciones dentro de límites borrosos. Las otras posiciones tienen como horizonte el sistema, y, como sea visto, se las puede distribuir entre dos polos en lo que atañe al alcance de la posición que sustentan: dos polos disímiles, en la medida en que solamente en uno de ellos, a saber, en el naturalismo se registra, al lado de una posición ‘moderada’ o ‘atenuada’, una posición ‘extrema’; en el convencionalismo antiguo, en cambio, se da sólo una variante ‘moderada’. Pues tanto el Cratilo del diálogo cuanto los estoicos afirmaron una correspondencia natural estricta (de sesgo icónico) y, por tanto, ‘extrema’ (al menos en el caso de la correspondencia originaria) entre significante y significado: imaginan, en principio, una lengua universal e invariable en el que cada significante está enteramente determinado o motivado por el modo de ser de la cosa, por lo que la trasunta o evoca. Pero el reconocimiento, que, según se ha visto, ambas versiones del naturalismo estricto se ven obligadas a hacer, de que ostensiblemente en el estado actual de la lengua eso no se verifica, los lleva a admitir o a suponer que aquella correspondencia debe de haberse ido atenuando a causa del uso; en esa medida, por tanto, el naturalismo pasa, de ser extremo, a ser ‘moderado’ o atenuado. El convencionalismo presenta nada más que una variante ‘moderada’, en la que el significante es convencional y el significado está ya determinado o deslindado en la naturaleza o en la realidad. Ésa parece ser la visión básica del convencionalismo platónico, del aristotélico y del epicúreo; en este último caso, al menos si se toman en cuenta las formas plenamente lingüística y no las emisiones fónicas prelingüísticas no denotativas. No parece haberse dado, pues, en la Antigüedad, forma alguna de convencionalismo extremo o radical; o bien, en todo caso, se da quizás una visión afín, aunque propiamente no idéntica, a esa posición, en el enfoque escéptico 52. Pero no parece que siquiera en el enfoque escéptico cupiese esperar que se afirmara o se insinuara una tesis radical que afirmase la índole convencional tanto de los significantes cuanto de los significados en el sentido en que lo ha hecho el saussureanismo en el siglo XX53. Por cierto, se podría decir que el hecho de que en el caso de de Saussure se trate de una tesis lingüística o científica, y no de una tesis filosófica, invalida su comparación con las tesis antiguas consideradas: se suele entender, en efecto, que el alcance de la tesis saussurreana es sólo metodológico o teórico, y que se liga a la voluntad de su autor en dejar establecida la autonomía del signo y la del sistema lingüístico, la cual supone su independencia respecto de la realidad extralingüística en general y, por tanto, respecto de toda distinción natural, cultural o histórica dada 54. La autonomía del objeto de estudio, regulado sólo, pues, por una legalidad inmanente, es vista en de Saussure como condición de la autonomía de la ciencia misma que la estudia. La radicalización de la posición convencionalista es, pues, solidaria de esa idea, que hace que no se plantee o que pierda relevancia la cuestión del alcance cognoscitivo del lenguaje y, con ello, la de la relación entre el lenguaje y la verdad, que fueron las preocupaciones que presidieron ya desde la Antigüedad el debate entre convencionalistas y naturalistas.
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1 Se ha creído reconocer anuncios del tema en filósofos presocráticos; cfr. Heráclito (DK 22b.48); Parménides (DK 28B. 8. 38-44); Empédocles (DK 31B. 9.5); Demócrito (DK 68B. 9).
2 Después del Cratilo, la reflexión platónica acerca de las relaciones entre el lenguaje y la verdad se reanuda en el Teéteto y concluye en el Sofista; solamente en este tercer diálogoestablece Platón en forma clara la distinción entre el nivel del sentido de la palabra aislada y el de la referencia del enunciado al plano extralingüístico en la que se funda la posibilidad de la verdad y la falsedad; cfr. Sofista 252d-253e. Los análisis del Cratilo se desenvuelven en el plano de la palabra aislada, a la que se concibe o se propende a concebir como provista de referencialidad y susceptible, por eso, de valor de verdad por sí sola. Como señaló Steinthal (1971: 139) a propósito de este punto, “Platón avanza despacio: cada paso, un diálogo”.
4 Νόμος, derivado de νέμω (= “repartir”; “atribuir de acuerdo con la costumbre o la conveniencia”), hace referencia a lo que está en conformidad con la regla, la costumbre o la ley. Cfr. Chantraine (1984: 742). En el fragmento de Empédocles señalado en la nota 1 se documenta la ocurrencia más antigua de la palabra con sentido nítidamente lingüístico.
5 Un lugar clásico a este respecto es Herodoto (Historias 3. 38. 3-4), quien subraya el contraste entre las costumbres funerarias de culturas diversas y la fuerza del νόμος sobre aquellos para los que rige. La cita de Píndaro con que allí se cierra ese relato se reitera significativamente en el Gorgias platónico con el mismo sentido. Cabe notar que en la tradición filosófica ya Jenófanes de Colofón había hecho notar la diversidad cultural que se refleja en la idea y en representación de las divinidades.
6 Cfr. Heinimann (1978: 63-65). Por esa vía el νόμος humano y el νόμος divino llegaron a constituir una oposición, como se ve en Sófocles en el notable parlamento de Antígona (vv. 449-470) en que se contraponen las leyes ‘no escritas’ (o ‘naturales’) de los dioses a las leyes positivas proclamadas por su tío Creonte. La oposición reemerge en Aristóteles bajo la forma de oposición entre legalidad natural (τὸ φυσικόν) y legalidad convencional o según la ley (τὸ νομικόν); cfr. Ética Nicomaquea 5.7. 1134 b19-1135a 9. En Retórica 1.13. 1373b. 1-27 se los contrapone en términos de la ley común (κοινὸςνόμος) a todos los hombres, que es ley según la naturaleza (κατὰφύσιν) y ley particular (ἴδιος νόμος) que cada pueblo establece para sí mismo. La institución y la modificación de las leyes y de los sistemas políticos (Solón; Efialtes) debe de haber colaborado a poner de manifiesto con toda claridad que el νόμος procedía sólo de la decisión humana y que, por tanto, era variable, histórico y no forzosa o irrestrictamente obligatorio.
7 Cfr. en detalle el fragmento de Demócrito mencionada supra en la nota 1.
8 Así, en la visión de Trasímaco el νόμοςes instrumento de los más fuertes para dominar a los más débiles (cfr. República 338a-344c), y en la de Calicles (cfr. Gorgias 483e-484e; 491e-492c) es, inversamente, instrumento de los más débiles para protegerse del más fuerte.
9 Cratilo 383a.
10 Cfr. Aristóteles, Refutaciones Sofísticas 14 173b18-174a10; Retórica 3.5 1407b6-8; Poética 19 1456b13-18. Protágoras habría sostenido que se tendría que decir, por ejemplo, ὁ μῆνις, debido a que el género que en el uso se le daba a la palabra no correspondía al género de la cosa denotada. Cabe recordar que en Nubes Aristófanes (pensando acaso en Protágoras) refleja en forma caricaturesca la preocupación de la sofística por ese tema: en un diálogo con Estrepsíades, que parece estar en la línea de la ὀρθοέπεια de Protágoras, Sócrates dice que si un animal es femenino, se lo debe denotar con una palabra con desinencia femenina, y con una masculina, si es masculino, o, en todo caso, acompañarlas con el artículo del género que en verdad le corresponde, y que eso es hablar correctamente; cfr. Las Nubes (vv. 659; 679; 742).
11 La tarea de Pródico habría concernido a las relaciones semánticas jerárquicas del tipo de las conocidas hoy como de hiperonimia, hiponimia y cohiponimia. Pródico diferenciaba, por ejemplo, entre los verbos ἀμφισβητεῖν: ἐρίζειν aduciendo que, si bien comparten un mismo significado básico ("debatir”), el primero supone que los sujetos de la acción son amigos, y el segundo, que son enemigos. En el Cratilo (384c) Sócrates hace referencia a Pródico, y a su lección “acerca de los nombres” (περὶ τῶν ὀνομάτων); y asegura que, de haberla podido escuchar, podría comunicarle a su interlocutor "la verdad acerca de la corrección los nombres” (τὴν ἀλήθειαν περὶ τῶν ὀνομάτων ὀρθώτητος). El contexto sugiere, pues, con bastante claridad que la lección de Pródico trataba del mismo tema que es punto de partida en el debate del Cratilo.También en otros lugares de la obra platónica se hace referencia a las distinciones semánticas entre las palabras (el ὀνόματα διαιρεῖν) hechas por Pródico y a su relación con la corrección de su empleo (la περὶ τῶν ὀνομάτων ὀρθώτητος); cfr. Eutidemo 277c; Laques 197d; Protágoras 341a-c; Cármides 163a-b. Cfr. también Aristóteles, Tópicos 2.6. 112b22
12 Cfr. Platón, Hipias mayor 368d; Hipias menor 285b. Como es usual en las fuentes antiguas, con ‘letras’ se hace referencia a los sonidos que ellas representan. En lo que sigue no tendremos en cuenta los textos de Gorgias concernientes al lenguaje porque refieren a dominios distintos del que aquí consideramos.
13 Cfr. Jenofonte, Memorabilia 3. 14. 2; 6. 2. 20; 4. 7.
14 En Cratilo 438c, Sócrates rechaza la hipótesis de una intervención divina, que él ve como un recurso del tipo deus ex machina. Sólo en 384d, antes de iniciarse propiamente la discusión, las nociones de convención y naturaleza aparecen como alternativas, pero más adelante las dos posiciones admiten la idea de un ὀνοματοθέτης o νομοθέτης, esto es, un legislador que en el pasado hubiese instituido los nombres de las cosas.
15 Cfr. Cratilo 383a; 384a.
16 Cabe notar que si bien en el momento inicial el convencionalista Hermógenes había insistido en las nociones de función y eficacia comunicativas como criterio fundamental, y había planteado la cuestión en ese marco, Sócrates hace que el debate se desplace desde el terreno de la comunicación al terreno de la verdad, más afín a la posición naturalista; para hacerlo, Sócrates establece como presupuestos, por un lado, el reconocimiento de que las “cosas cosas” (τὰ ὄντα) tienen una manera de ser definida y estable (una οὐσία), independiente de los sentidos que un hombre mensura pretendiera imponerle (Cratilo 385e-386a), y, por otro, que, tomada aisladamente, la palabra (el ὄνομα) tiene un valor de verdad, de lo que resulta que la “corrección” de la palabra consiste en que es verdadera respecto de la cosa que ella denota o significa; cfr. Cratilo 385b-d. El desplazamiento del dominio de la significación al dominio de la verdad o el reemplazo del uno por el otro se apoya en una fallacia divisionis que traslada al nivel de las palabras (de los ὀνόματα) que componen, a título de partes, el todo del “enunciado” (λόγος), las cualidades de verdadero y falso que legítimamente sólo corresponde al todo, es decir, al enunciado. Sócrates regresa al criterio de la funcionalidad comunicativa en la crítica del naturalismo presentada en el cierre del diálogo.
17 Aparte de esos dos, en el diálogo se consignan otros argumentos clásicos en favor de la tesis convencionalista, a saber, la posibilidad de cambiar los nombres propios (384d) y, en forma teórica al menos, los comunes (385a), y la existencia de nombres diversos para la misma cosa (385e). Es posible que todos ellos hubiesen sido esgrimidos ya por Demócrito.
18 Cfr. Cratilo 389d-390a.
19 Cfr. por ejemplo, Cratilo 398c y 399a.
20 Es probable que esta imagen no corresponda a ninguna de las formas platónicas de plantear las cosas, pero presumo que sería posible en una visión como la que de “lo natural” (τὸ φυσικόν) insinúa Aristóteles en un problemático y acaso lacunario lugar de la Ética nicomaquea, a saber, 5. 7. 1134b. 30-35.
21 Esto es, el hecho que se dé en ella una secuencia de niveles de integración, en la que las unidades específicas de cada uno de ellos se combinan entre sí para constituir las unidades del nivel inmediato superior, a saber, los elementos fónicos, las sílabas, las unidades léxicas, el enunciado y el discurso; cfr. Sinnott (2019a). Lo que sigue arriba toma en cuenta principalmente Cratilo 421c-428d.
22 Cratilo 425d: "γελοῖα"; 426a: “ύβριστικὰ [ ... ] καὶ γελοῖα". Como hemos señalado ya, es en el Teéteto donde Platón establece la diferencia estructural existente entre los elementos fónicos y las unidades léxicas, y es en el Sofista donde muestra que el lugar de la verdad es el enunciado (λόγος). Cfr. Sinnott (2019b). El que la relación de significación se da sólo en el nivel de las palabras y aún no en el de los sonidos elementales ni en de las sílabas está expresado con particular claridad en Aristóteles, Poética 20. 1056 b. 22-24; 34-38; 1457a. 10-18.
23 Gracias a ella, le dice Sócrates a Cratilo, “al pronunciar esto, pienso en aquello, y tú sabes que pienso en aquello”. Cratilo 434d; cfr. 435a-b; cfr. Schmitter (1988); Derbolav (1971). Es la misma visión la que Platón admite en la Carta VII (343b), en que reconoce que el όνομα de toda cosa carece de fijeza, y que nada impide que las cosas que llamamos “circulares” se llamasen “rectas” e inversamente, ni sería más fija para quienes cambiasen esos nombres.
24 Se hace referencia a la diversidad lingüística, entre otros lugares, en las líneas iniciales de Acerca de la interpretación 1, donde se declara que la “palabra” (ὄνομα) es “voz significativa por convención” (φωνὴ σημαντικὴκατὰσυνθήκην); en 2. 16b. 26-29 se muestra que el que la estructura compositiva de la expresión lingüística es solidaria de su carácter convencional, y que, inversamente, la ausencia de una estructura así, más la consiguiente índole de continua (y por tanto no segmentable) de una expresión fónica, es correlativa de su índole natural. Dice Aristóteles: “[He afirmado que el nombre (ὄνομα) tiene un significado] por convención [κατὰ συνθήκην] porque ningún nombre es por naturaleza [φύσει], sino [que lo es] cuando se constituye en símbolo; pues las voces inarticuladas (ἀγράμματοι), como [lo son] las de los animales, ponen de manifiesto algo, pero ninguna es un nombre”. Acerca de estas líneas, cfr. Sinnott (2019b). El punto es, pues, que la estructura articulatoria del lenguaje es incompatible con el postulado naturalista.
25 En la definición del nombre en Acerca de la interpretación 1. 16b. 26-29 la fórmula κατὰσυνθήκην expresa justamente la diferencia específica que, dentro del género φωνὴ σημαντική, distingue las unidades lingüísticas de las voces significativas que, como se señala a continuación, no son convencionales, sino “por naturaleza” (φύσει).
26 Política 1. 10. 1253a.9-16.
27 “En efecto, el lenguaje es causa de la comunicación de un contenido porque es audible, pero no [es causa de eso] por sí mismo, sino accidentalmente: consiste en nombres, y todo nombre es un símbolo”. Aristóteles, Acerca del sentido 1. 437a. 12-16. Desde este ángulo φύσει se opone a κατὰ συβεβηκός. Aristóteles emplea σύμβολον justamente como denominación específica de los signos convencionales.
28 Cfr. Aristóteles, Segundos Analíticos 2.7. 92b. 32-33: “Además, ninguna demostración podría demostrar que esta palabra significa esta cosa determinada”.
29 Cfr. Metafísica 5. 30. 1025a. 24-30.
30 Es una clara implicancia de la afirmación de Acerca de la interpretación 1. 16a. 3-9, según la cual para todos los hombres son las mismas tanto las cosas que son referentes de las palabras cuanto los “símiles [ὁμοιώματα]” que les corresponden en el alma.
31 Cfr., por ejemplo, Metafísica 1. 6. 987b. 10; 9. 990b. 5-8; 13. 4. 1078b. 30-1079a. 5.
32 Como se desprende de Acerca de la interpretación 1 16a. 3-8, donde se afirma la identidad o invariabilidad de las cosas (τὰ πράγματα) frente a la variación de las voces, y la existencia de una relación analógica entre las cosas y su registro cognoscitivo, esto es, las “afecciones del alma” [παθήματα τῆς ψυχῆς]), frente a la variabilidad de los signos fónicos y los signos escritos.
33 Ni Platón ni Aristóteles habían asociado propiamente la cuestión del carácter o convencional o natural del lenguaje con la idea de una institución ‘histórica’ de él. Como se ha visto, en Platón la figura de un “legislador” (νομοθέτης) que hubiera instituido el lenguaje, parece ser nada más que teórica, no histórica; esto es, una construcción deductiva a la que se le reconoce, respecto de la cuestión planteada, sólo valor aclaratorio.
34 Cfr. Orígenes, Contra Celsum 1. 24 = SVF 2. 146.
35 La fuente principal de los estoicos pareciera ser justamente el Cratilo, texto que se tiene la impresión de que no llegaron a conocer en forma directa o completa, pues no toman en cuenta o ignoran la disposición crítica de Sócrates ni la demostración de la imposibilidad de naturalismo expuesta allí. Acerca de este punto, cfr. Sinnott (2003) y la bibliografía allí aducida; cfr. también Allen (2005).
36 Para lo que desarrollaron una metodología destinada a recobrar los cunabula verborum; esa metodología se halla atestiguada en San Agustín (Principia dialecticae).
37 Cfr. Carta a Herodoto 75-76. Un complemento importante de esa sucinta exposición es Lucrecio, De la naturaleza de las cosas 6. 1028-1090. Cfr. Verlinsky (2005).
38 Cfr. De Lacy (1939: 87).
39 Carta a Herodoto 75: μὴ θέσει γενέσθαι.
40 Cfr. Proclo, in Platonis Cratylum 19: “Epicuro decía que ellos [los primeros hombres] no establecieron los nombres de las cosas sobre la base de un conocimiento (ἐπισταμένως) [como en el estoicismo], sino a causa de una moción física (φυσικῶς κινούμενοι), a la manera del que tose, muge, brama o gime”.41 Carta a Herodoto 75: κοινῶς καθ’ ἕκαστα ἔθνη τὰ ἴδια τεθῆναι.
42 Carta a Herodoto 76: ἧττον ἀμφιβόλους καὶ συντομωτέρους.
43 La problematicidad y la riqueza del punto reclamaría, sin duda, un estudio específico.
44 Cfr. Long (1997: 33); Gensini &Vitali (2017).
45 Esquemas pirronianos 214: τὰ ονόματα θέσει σημαίνει καὶ οὐ φύσει,; cfr. Contra los matemáticos 144-154.
46 Contra los matemáticos 143. Con eso último Sexto debe de hacer referencia a la paradójica discrepancia entre el que, según el naturalismo, es el sentido originario y “verdadero” de las palabras y el sentido con el que está asociado a ellas en su uso lingüístico actual. Sexto critica la etimología (estoica) en Contra los matemáticos 241-247.
47 Cfr. Contra los matemáticos, 145;147. Para Sexto lo que es por naturaleza ostenta los rasgos que Aristóteles le atribuye a lo que se ajusta a una legalidad natural (τὸ φυσικόν) en Ética nicomaquea 5. 7. 1134b. 19-20.
48 Sexto no toma en cuenta, pues, sólo las variantes interlingüísticas, sino también las intralingüísticas, que incluyen las diferencias dialectales, geográficas y aun distráticas en general. En este punto parece recoger una tradición de observaciones que debe de remontarse al menos a Protágoras (cfr. supra la nota 10), como lo sugiere la recurrencia de los ejemplos. A las inconsistencias de la clasificación genérica de las palabras, se suma que esas distinciones gramaticales no son las mismas en todas las regiones de Grecia; cfr. Contra los matemáticos 152 y 154.
49 Cfr. Esquemas pirronianos 214.
50 Sexto piensa, en efecto, que no puede haber, como pretenden sus adversarios (estoicos), una ciencia de los significados (que han de ser los λεκτά de que hablaban esos filósofos). También en este lugar de Sexto parece haber ecos de Aristóteles; cfr. Etica nicomaquea 5. 5. 1133a. 28-31 y Política 1. 9. 1257b. 10-13.51 En relación con la normativa (cuestión que no estaba en el temario de la etapa clásica, pero que es de mucho interés en la etapa helenística) piensa Sexto consecuentemente que, ante la pluralidad de usos, no cabe consagrar ninguno de ellos como norma lingüística: el uso es irregular e inconstante; en cada caso el hablante escoge entre las variantes funcionales la pertinente para la situación comunicativa y al que entiende que es el valor semántico vigente. Cfr. Esquemas pirronianos 149; 153; 229-235; 236-239; 241.
52 Sería acaso propia del convencionalismo radical el que Platón parece tener en mente en Cratilo 385d-386a cuando asocia la tesis de Hermógenes con la tesis del homo mensura de Protágoras.
53 La radicalización se expresa nítidamente en la idea de que la forma lingüística es el único factor por el que adquiere una configuración lo que de Saussure describe como la “masa informe del pensamiento”, esto es, la masa de los contenidos semánticos posibles y aun indiferenciados. Cfr. Engler (1967: 127).
54 La propia tradición lingüística posterior no siempre coincidió con ese postulado. Cfr., por ejemplo, Benveniste (1939); Fonagy (1971; 1972). Cfr. asimismo, Büchner (1968).