DOI: 10.19137/circe-2019-2302013
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RESEÑAS
Gallego, Julián, La anarquía de la democracia. Asamblea ateniense y subjetivación del pueblo. Colección: Estudios del Mediterráneo Antiguo - PEFSCEA.
Buenos Aires, Miño y Dávila, 2018, 268 págs.
ISBN 978-84-16467-85-3
Marta Alesso
IDEAE, UNLPam
alessomarta@gmail.com
El título, La anarquía de la democracia, ofrece un atractivo oxímoron, puesto que ante la mera enunciación de “democracia” se evocan una serie de situaciones políticas positivas: soberanía de las decisiones del pueblo, elecciones libres, etc. Por el contrario, el vocablo “anarquía” invoca situaciones de desorden y confusión anómica. Los dos términos juntos en un sintagma invitan a la reflexión, al deseo de dilucidar quién detenta el poder en un sistema donde las funciones ejecutivas están tan centralizadas que se difumina –en una masa un tanto amorfa para el espectador corriente– de administradores, voceros, representantes y profesionales de la habilidad política. Quizá no son las funciones ejecutivas la esencia de la democracia, sino las legislativas, las que mejor se identifican con el pueblo y representan la voluntad general. ¿Dónde reside entonces la amenaza de una anarquía en el corazón de la democracia? Se supone que los orígenes asamblearios de este sistema político implican una situación horizontal en el plano de las decisiones, tomadas por individuos éticos y con cierta empatía recíproca que permite a cada una de las partes ponerse en el lugar de los demás. La verdad es que aun en el marco de la ekklesía griega existe, a la hora de las resoluciones, una superioridad manifiesta de una parte de la ciudadanía sobre la otra, supremacía o ventaja que se ha obtenido mediante una victoria no exenta de agresividad, en sus orígenes y en sus consecuencias. Ya Julián Gallego había abordado en obras anteriores, como en La pólis griega. Orígenes, estructuras, enfoques, la cuestión de las bases sociales de la pólis en consonancia con el surgimiento de la democracia, revisando las nociones de igualdad en articulación con las stáseis, es decir con las posiciones conflictivas o beligerantes entre las diferentes perspectivas sobre la igualdad en la era arcaica y en los primeros conatos democráticos. Aquel enfoque contemplaba la emersión de la pólis en el ámbito del Egeo, donde el papel protagónico de la aristocracia fue cediendo paso paulatinamente a la incorporación de los campesinos en el manejo del estado, y también en los ámbitos coloniales, donde las fundaciones dinamizaban las condiciones más favorables para el funcionamiento democrático bajo una configuración más equitativa. Gallego sigue bastante de cerca las argumentaciones de Aristóteles en su Política, especialmente en la concepción de la stásis (1301b 26-41) que surge entre los que luchan por la igualdad pero discrepan en cómo hay que entenderla, aunque siempre con espíritu crítico, en especial cuando el estagirita asocia a la democracia con el desorden y la anarquía. Así en el capítulo 3 de la primera parte, que se titula justamente “¿Por qué la democracia es anárquica?” (pp. 55-70), la respuesta abreva en consultas y análisis de expresiones de la Política de Aristóteles, pero también contempla las inquietudes que despierta el despliegue de la democracia en Atenas en la Orestía de Esquilo. Sin embargo, en este apartado, lo más interesante es la reflexión sobre las ideas de Platón en República, –que, como sabemos, justifica la división en clases rígidamente separadas– y su afirmación por boca de Sócrates de que democracia surge, cuando los pobres (οἱ πένητες), tras lograr la victoria, matan a unos, destierran a otros y hacen partícipes a los quedan del gobierno y las magistraturas. En la particular visión de este régimen abunda la libertad de palabra, pero en un marco en el que cada uno puede hacer lo que se le antoje en medio de la confusión. La platónica es una perspectiva muy severa de la anarquía democrática. Implica que la democracia deviene anárquica cuando el pueblo como sujeto político coacciona sus capacidades igualitarias y como consecuencia no puede controlar ni contener sus fuerzas en el espacio comunitario. La democracia por el contrario debiera proponerse en cada acto soberano del pueblo reconfigurar su poder alejándose todo lo posible de la reproducción de la dominación oligárquica. En el contexto de la Atenas del siglo V a.C. –percibe Gallego–, el uso del término demokratía presenta una serie de dificultades que impiden comprender cabalmente el concepto tanto desde el punto de vista de una organización constitucional, como de una forma de estado. La descomposición del vocablo demokratía (dêmos más krátos) permite advertir que la denominación rotula más bien la fuerza en acto de un sujeto político que el funcionamiento pautado de un sistema institucional.
Después de una Introducción breve (pp. 11-19) el libro se organiza en cuatro partes: I.- El problema de dêmos, krátos, arkhé (pp. 23-70); II.- Los comienzos de la anarquía democrática (pp. 73-136); III.- Condiciones anárquicas de la decisión democrática (pp. 139-195); IV.- Democracia, populismo: anarquía antigua y moderna (pp. 199-232). Cada Parte, a su vez, se desarrolla en tres capítulos, excepto la última, la IV, que comprende uno solo y la Conclusión.
La frecuentación de los términos dêmos, krátos y arkhé lleva a Julián Gallego a una especulación renovada sobre el tema del “lenguaje de la hegemonía”, problema que ya había enfrentado en un capítulo –“Atenas, entre el Krátos y la Arkhé, el lenguaje de la hegemonía y el agotamiento de la democracia”–, de un libro –Grecia ante los imperios– coordinado en 2011 por Cortés Copete, Muñíz Grijalvo y Gordillo Hervás. En la ocasión el historiador había desafiado los inconvenientes de la bifurcación del doble registro de la noción de ‘hegemonía’: según la concebían los antiguos griegos y según nuestros contemporáneos. Tanto en lo que corresponde a dêmos como a krátos y arkhé, las palabras se resemantizan según el contexto en que se los use. Por gusto personal y por mi especialidad, prefiero el análisis directo de las fuentes (Heródoto, Platón) por sobre las disquisiciones sobre la bibliografía secundaria.
La segunda Parte (“Los comienzos de la anarquía democrática”) avanza durante unas cincuenta páginas, desde un interrogante –¿Quién inventó la política (democrática)?”– hasta “El advenimiento de un poder sin arkhé”, pasando por las reflexiones sobre “Democracia ancestral, democracia actual”. Está encabezada por un comentario sobre el mito del Protágoras platónico (322-c-d) en el que Zeus teme que sucumba la raza humana y entonces envía a Hermes para que traiga a los hombres el sentido moral (el αἰδώς, traducido como “respeto” por Gallego) y la justicia (δίκη), para que haya orden en las ciudades y que todos, absolutamente todos, sean partícipes. En este relato, Gallego ve el surgimiento de una configuración política sin arkhé, sin una autoridad superior a ella misma. También señala que uno de los aspectos más significativos del mito es que “la invención de la política” es un proceso que tiene lugar exclusivamente en un plano transcendente y sobrehumano. Esto supone que para Platón –según Gallego– los mitos ‘políticos’ expresan que el hombre puede ejercer una técnica de manera individual o practicar el arte de la política de manera colectiva. Lo que no puede es inventar estas capacidades, que serían siempre una creación de fuerzas superiores. Hay en Platón una clausura de la posibilidad de que el arte político haya sido ideado por los hombres y también de que el conocimiento y el ejercicio de la política correspondan a la totalidad de la raza humana. Zeus es el donador de la aidós y de la díke. Esto implicaría que la democracia instaura una situación: no todos saben respetar la justicia y ser justos, pero en la democracia se pretende que todos saben cómo actuar en política y nadie puede reprender los errores aduciendo un poder superior y legítimo. El poder superior estaría representado en los dioses, pero ellos ‘inventan’ la política, no la implementan. De allí la anarquía de la democracia y sus implicancias de caos e inseguridad.
Las condiciones anárquicas de la decisión democrática, que es el tema de la Tercera parte, implican desembarcar en el rol central de la asamblea ateniense, entendida como un espacio de organización comunitaria sin jerarquías. Esto significa que la capacidad decisoria del dêmos conlleva una subjetivación que actúa como fuerza instituyente sin un poder de arbitraje superior al propio. No puede evitarse la comparación de estas circunstancias de nuestra Antigüedad con las ideas contemporáneas sobre la política y las eventuales coincidencias entre demokratía y populismo como modos anárquicos de acción popular. Sin embargo, estas reflexiones nos llevan más bien a meditar sobre la destitución de la subjetividad, esto es, que la propia asamblea se suprime a sí misma, anula la capacidad soberana de sus miembros en conjunto y habilita intervenciones regladas o procedimientos de gobierno con fundamentos jerárquicos y estables pero se reserva el control de las decisiones. En este punto, la actividad política del dêmos se articula sobreponiéndose a una tensión entre krátos y arkhé, entre poder y autoridad. Quedan definidos los ámbitos que corresponden a la soberanía del pueblo de características plebiscitarias y los que pertenecen a los dictados de la constitución como único principio de concreción de esa soberanía. El krátos es plebiscitario, la arkhé es constitucional. Pero convengamos que estos dos términos son polivalentes y evocan poderes tanto externos como internos. Si bien el campo semántico de krátos comprende el espacio en que actúan las fuerzas de manera directa y, por su parte, el vocabulario asociado a arkhé refiere a una dominación, establecida y estable, que supone diversos modos de mediación, en la práctica se producen trasvases entre una significación y otra. El libro va elucubrando sobre estas distintas formas del ejercicio del poder por el dêmos en la Atenas democrática. Es una obra que sirve no solo para los historiadores. Los filósofos encontrarán especulaciones atractivas por su originalidad en las relecturas de algún diálogo de Platón y de la tan transitada Política de Aristóteles. También Heródoto es revisado a la luz de ser considerado el autor que hace de Clístenes el fundador de la democracia y que aporta una línea de interpretación que conecta las reformas de Efialtes con el ascenso de Pericles. Los estudiantes y docentes de literatura encontrarán una comprensión renovada de los fenómenos históricos que cimentaron un régimen que posibilitó el auge de las mayores expresiones artísticas de la Antigüedad. El libro es útil en muchos sentidos y para distintas disciplinas.