https://doi.org/10.19137/anclajes-2021-25114

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RESEÑAS
El dragón en la biblioteca. Lezama Lima y la literatura cubana (1948-2002).Guadalupe Silva. Buenos Aires, Katatay, 2019, 289 páginas.

“Un dragón en la biblioteca” es la  metáfora que José Lezama Lima plasma en La cantidad hechizada (1970) para  referirse a Confucio y connotar un doble ejercicio del pensador chino: fundador  y, a la vez, reinventor de tradiciones. En esa construcción paradójica, el  propio Lezama define su labor escritural. Con esta potente imagen de inicio, Guadalupe  Silva nos propone un encuentro con el dragón lezamiano a partir de rodearlo en  su biblioteca, de reparar en los diálogos polémicos que el escritor habanero mantuvo  con sus contemporáneos y de señalar las rupturas con la tradición. En el revés  de este espejo metafórico, Silva también nos presenta de qué maneras se ha  resignificado el canon cubensis durante los siglos XX y XXI.
  Guadalupe Silva  tiene una extensa y valorada trayectoria en el estudio de las literaturas  latinoamericanas e integra desde su conformación, en el año 2005, el Grupo de  Estudios Caribeños del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la  Universidad Nacional de Buenos Aires. El trabajo germinal con la obra de José  Lezama Lima se remonta a su tesis doctoral. Este libro constituye, en  consecuencia, la síntesis de los itinerarios de lectura trazados en su camino  como investigadora. Si el ensayo ha sido metaforizado como el “cuarto en el  recoveco”, aquel espacio donde se amontonan ideas anotadas en los márgenes,  podemos conjeturar que este cuerpo de ensayos sobre la obra de Lezama nos  revela ese sinuoso, espiralado y obsesivo oficio de análisis, pero el valor  agregado reside en iluminar polifónicamente las zonas oscuras de un autor cuyo  estilo barroco ha sido con insistencia estimado en los límites de la  dificultad, de lo ininteligible. En este sentido, cada entrada capitular de la  obra repone al lector las coordenadas socio-históricas y culturales que  contienen a los textos analizados. La presentación poliédrica de la obra de  Lezama permite desarmar la complejidad y ubicar sus escritos en tramas que se  tornan comprensibles y revelan la configuración de un campo letrado signado por  la retroalimentación propia de la insularidad.
  La “Introducción”  que nos presenta la autora constituye la antesala para explicarnos por qué la  metáfora del dragón habilita las lecturas y recorridos que este libro sugiere.  La alegoría que alude un ser anclado en tiempos mitológicos, monumental,  creador y destructor se desanda en doce capítulos organizados en dos partes. En  la primera, denominada “Lezama Lima”, asistimos a la constitución de la imagen  del dragón y del reino de su mundo. Esta primera parte se organiza en la  centralidad de la obra Paradiso (1966) como suma de la poética lezamiana. En este sentido, los seis capítulos que conforman  la primera parte tienen como objetivo problematizar los contactos con la  tradición y situar las rupturas, en el proceso de emergencia y recepción de Paradiso.  Silva propone, como punto de partida para analizar esta novela, contextualizar  el momento de consagración del origenismo durante la década del cuarenta —y con  ello señalar el protagonismo en la escena cultural de Lezama Lima— para recuperar  las líneas de su programa estético. Con esta intención, el primer capítulo  retoma el debate de 1949 con Jorge Mañach, a través del cual Silva expone una  serie de hechos que permiten que Lezama y su grupo fuesen reconocidos como  exponentes de una nueva sensibilidad poética, la que perfila al grupo  origenista. Al análisis de ese debate como punto de inflexión, se suman otros  recorridos textuales, como la lectura del conjunto de crónicas que Lezama Lima  publica en el Diario de la Marina entre 1949 y 1950.
  En su tesitura de Paradiso como poiesis, Silva revisa las interpretaciones que la crítica ha fijado:  como texto que subraya la cubanidad, como texto experimental (barroco) y como texto  hermenéutico (simbólico). Sin embargo, señala que esas lecturas que la tornan  una novela inclasificable no son excluyentes y formula un análisis que explora  múltiples niveles metafóricos para demostrar que es posible articular estas  posiciones en una tensión constante entre tradición y ruptura, así lo enuncia:  “La misma novela que rinde homenaje a sus antepasados con un espíritu que no  dudaría en llamar conservador, también atenta contra el beneplácito del lector  tradicionalista cuando expone abiertamente su erotismo homosexual” (15). Bajo  la premisa de leer el texto y de leer al autor en el texto, Silva expone una  hipótesis de correspondencia: en tanto Paradiso resulta una obra difícil  de clasificar, la figura desconcertante de Lezama se constituye de la misma  manera “ciertas imágenes de la persona fueron proyectadas sobre su obra y  viceversa: ciertas marcas de estilo se plasmaron en la estampa del escritor”  (16). En los capítulos destinados a reconstruir la imagen de Lezama Lima, Silva  recupera el libro de Carlos Espinosa Domínguez, Cercanía de Lezama Lima (1986), un “archivo de memorias” que está compuesto por entrevistas a distintas  personas que conocieron al escritor. En este apartado, la autora explicita un  ejercicio de lectura sobre el singular archivo para reconocer las distintas  figuraciones del autor cubano: “el maestro”, “el poeta”, “la víctima”, “el  patriota”, el “señor barroco”. Esta primera parte se cierra con reflexiones  respecto del proceso de revalorización que a mediados de los ochenta se realiza  de las figuras de José Lezama Lima, Cintio Vitier y Eliseo Diego, quienes son  reinscriptos en el canon nacional como parte de una estrategia político estatal  de reivindicación de la Revolución Cubana.
  En la segunda parte,  organizada bajo el título “Caminos cruzados del canon cubensis”,  Guadalupe Silva presenta ciertas temáticas que ponen en evidencia los mecanismos  de legitimación y de exclusión propios de la conformación del canon y analiza de  qué maneras interviene en esas discusiones Lezama Lima. Con tal propósito, en  los dos primeros capítulos se reponen y contextualizan los estudios sobre el  barroco americano que realizaron José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Severo  Sarduy entre las décadas del cuarenta y del setenta. La autora reconstruye con  precisión una compleja trama de vínculos y filiaciones, de discrepancias y  divergencias en torno a las definiciones de un barroquismo americano para  perfilar el locus enuntiationis que proyecta cada uno de estos  escritores.
  A su vez, Guadalupe  Silva contrapone estas valoraciones con la perspectiva impugnatoria de Lorenzo  García Vega cuya obra Los años de Orígenes (1979), publicada en el  exilio, es recuperada bajo ese acento para contrastar el “imperio de la imagen”,  “el culto literario y la sacralización del escritor” que pondera el grupo  origenista. En estos capítulos, la figura de Lezama vuelve a ser centro de  atención para repensar la disputa por los linajes y las sentencias fomentadas  por la crítica. Silva articula estas formulaciones a partir de considerar la  posición adoptada por Cintio Vitier, cuya figura opera como un vértice tensor  de los imaginarios que se fundan sobre Orígenes. En tal sentido, la imagen de  los “dos Lezamas”, el martiano y el vanguardista, se reactualiza en una lectura  cruzada de los textos de Sarduy y de la voz “fracturada, disidente y  detractora” de García Vega.
El noveno capítulo  es dedicado a revisar otro perfil del campo letrado cubano: el del intelectual  disidente, para ubicar en esa polaridad la figura de Reinaldo Arenas. La presentación  de la novela El mundo alucinante en 1966 en el concurso convocado por la  Unión de Escritores y Artistas de Cuba –UNEAC, cuenta con el voto a favor de  José Lezama Lima y de Virgilio Piñera, pero los otros tres integrantes del  jurado —Alejo Carpentier, José Antonio Portuondo y José Pita Rodríguez— la  consideraron contraria al régimen y la obra del joven Arenas no logra el primer  premio. Se decide, además no publicarla en la isla. Esta devolución convierte a  la obra en un texto paradigmático del intelectual perseguido y exiliado. La  novela sobre Fray Servando Teresa de Mier, leída en clave autobiográfica  funciona como una tragedia paródica, como una profecía que anticipa el  derrotero funesto de Arenas. Sin embargo, Silva repara en el carácter  beligerante y disruptivo de un texto que a la manera de una picaresca mordaz  interpela a los lectores y funda un polo antagónico al relato triunfante de la  Revolución.
Los últimos  capítulos ponen en escena una serie de textos ensayísticos y ficcionales de  José Antonio Ponte, para reconocer en este autor la mirada “arqueológica  respecto de la historia socialista”. La retórica de la ruina desde la cual Ponte  erosiona la tradición origenista habilita las lecturas cruzadas que Guadalupe  Silva propone para revelar de qué manera la monumentalidad de José Martí se  fractura en el orden del discurso y de la representación, o por qué una  publicación como Diáspora(s) (1997-2002) instala desde el significante  plural múltiples debates sobre la relación de la literatura y el Estado e  instala nuevas formas de entender la función de la poesía.
La imagen del dragón  que circula por una biblioteca supone abarcar un espacio inmenso, de marcas visibles  pero, al mismo tiempo, implica adentrarse en los recovecos, iluminar los  intersticios de la acumulación. Ese doble movimiento por los espacios, los  textos y los cuerpos se activa cuando leemos este conjunto de ensayos,  elaborados a partir de un asedio consciente y de lecturas minuciosas que  revelan las huellas que el gigante dragón ha dejado. 
María Pía Bruno
    Instituto de Investigaciones  Literarias y Discursivas (IIyLD)
  Universidad Nacional de La  Pampa
  Argentina
  ORCID: 0000-0002-8429-5227