https://doi.org/10.19137/anclajes-2021-2518

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ARTÍCULOS
Llamado a Julián del Casal. La vida del poeta en José Lezama Lima y Antonio José Ponte
Call to Julián del Casal. The poet’s life in José Lezama Lima and Antonio José Ponte
Chamada a Julián del Casal. A vida do poeta em José Lezama Lima e Antonio José Ponte
Marcela Zanin
Instituto de Estudios Criticos en  Humanidades, IECH
  Universidad  Nacional de Rosario
  Argentina
  marzanina@gmail.com
  ORCID: 0000-0002-6818-4753
Resumen: El artículo trabaja en torno a la mediación biográfica en Hispanoamérica. Indaga sobre el proceso de construcción y deconstrucción de la vida de un poeta emblemático del siglo XIX para la literatura cubana: Julián del Casal. A partir del poema “Oda a Julián del Casal” (1963) de José Lezama Lima, escrito en ocasión del primer centenario de la muerte de Casal, se reflexiona sobre la apelación a construir otra vida de poeta que pudiera ser vital y alternativa para el sistema literario y cultural cubano. Se traza así una aproximación desde la pregunta por el significado de la vida de un poeta para otro, subrayando el modo disruptivo de creación que la postura lezamiana habilita, desde “Julián del Casal” (1941) y “Oda a Julián del Casal” (1963), hasta los ensayos sobre Casal de Antonio José Ponte enEl libro perdido de los origenistas (2004).
Palabras clave: Julián del Casal ; Lectura ; Vida ; Poesía modernista latinoamericana ; Ensayo
Abstract: The article deals with biographical mediation in Latin America. It examines the process of construction and deconstruction of the life of an emblematic 19th century Cuban poet: Julián del Casal. The poem “Oda a Julián del Casal” (1963) by José Lezama Lima, written for the centenary of Casal’s death, reflects on the possibility of building a vital poetic life as an alternative to the Cuban literary and cultural system. This question about the meaning of life, made by one poet to another, underlines the disruptive mode of creation that the Lezamian position enables, from “Julián del Casal” (1941) and “Oda a Julián del Casal” (1963), to the essays on Casal by Antonio José Ponte in El libro perdido de los origenistas (2004).
Keywords: Julián del Casal ; Reading ; Life ; Latin american modernist poetry ; Essay
Resumo: O artigo trata da mediação biográfica na América Latina. Investiga o processo de construção e desconstrução da vida de um poeta emblemático do século XIX para a literatura cubana: Julián del Casal. A partir do poema “Oda a Julián del Casal” (1963) de José Lezama Lima, escrito por ocasião do primeiro centenário da morte de Casal, refletimos sobre o apelo à construção de uma outra vida de poeta que pudesse ser vital e alternativa para o sistema literário e cultural cubano. Assim, é feita uma abordagem da questão do sentido da vida de um poeta para outro, sublinhando o modo de criação disruptivo que a posição lezamiana permite, desde “Julián del Casal” (1941) e “Oda a Julián del Casal” (1963), até os ensaios de Antonio José Ponte sobre Casal em El libro perdido de los origenistas (2004).
Palavras-chave: Julián del Casal ; Leitura ; Vida ; Poesia modernista hispano-americana ; Ensaio
Por toda  nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los  elogios y las tristezas.
   José Martí
En un trabajo anterior, realizado  en el marco de una investigación radicada en la Universidad Nacional de  Rosario, “Biografías literarias en Hispanoamérica. El decadente, el maldito y  su biógrafo”, abordé el proceso de interpretación biográfico realizado por el  escritor colombiano Fernando Vallejo en Almas  en pena, chapolas negras (1995). Allí me interesaba reflexionar sobre los diferentes  conflictos y armonías que el transcurso de mediación biográfica imponía en la  valoración de una figura central, para el canon de la literatura colombiana,  como la del poeta modernista José Asunción Silva; y cómo en ese proceso el mito  de Silva no era un argumento para la escritura de la biografía sino que  devenía, a lo largo del relato de Vallejo, un hilo donde continuar ejercicios  de autofabulación –ya fuera guiándolo o desviándolo–  según las necesidades  impuestas por la tarea del biógrafo. Se trataba de enfocar el interés en el  sentido de la lectura de Vallejo, el de su sofisticada trama, cuando ésta  develaba otras operaciones, casi interminables por método, en las cuales “la  vida” de Silva emergía en el transcurso de diferentes voces, como una presencia  cuestionadora de la leyenda casi hagiográfica tejida a lo largo de la historia  literaria colombiana.  Voces disímiles, y también textualidades varias;  voces otras, textos de otros (biografías, anuncios, avisos, paliques,  reportajes, recuerdos, retratos, crónicas, artículos, necrológicas), le sirven  a Fernando Vallejo para hacer de la biografía un reto de tiempo presente destinado  a descolocar la leyenda del poeta modernista, para disponer del cuerpo del  poeta biografiado desde el propio cuerpo de su escritura irreverente.
  En línea con  este trabajo –retomando la perspectiva– quisiera situar ahora el sentido de las  operaciones de lectura biográfica alrededor de la figura de otro poeta del  siglo XIX, Julián del Casal. Y, más precisamente, preguntar por el valor de las  lecturas biográficas de José Lezama Lima y Antonio José Ponte. Realizar un  abordaje aproximativo al sentido y la direccionalidad de estas lecturas, ya sea  en el ámbito del ensayo o de la poesía, y señalar sus posibles extensiones en  la narración.
  Por supuesto, se  sabe, el cuadro de situación es diferente; porque diferentes son las geografías  culturales y las historias de Cuba y de Colombia; diferentes los campos  intelectuales, el colombiano, el cubano; como así también los problemas  abiertos desde cada punto de posicionamiento de escritura. No obstante, y a la  hora de pensar en un proyecto de investigación sobre la biografía literaria en  Hispanoamérica, marco en el cual se sitúan estas reflexiones, en ambos emerge  de modo central y decisivo la pregunta por el sentido de reconstrucción de la  vida de un poeta; en ambos aparece la emergencia del sentido político, de un  sentido posicionado, puesto en posición, para leer el par vida-obra de un  poeta, y sobre todo, de un poeta modernista en el siglo XX.
¿Qué significa  reconstruir la vida de un poeta para otro?, ¿qué dimensión adquiere la vida –y  la poesía– de Casal en la escritura y la obra de José Lezama Lima y de Antonio  José Ponte?, ¿en qué consiste la operación de crear la figura de un poeta  emblemático con el corpus casaliano? Continuando el hilo de estas  preguntas, intentaré un desarrollo aproximativo sobre algunas cuestiones  iniciales.
La “Oda a Julián  del Casal”, el extenso poema que José Lezama Lima publica en 1963[1] en  ocasión del Centenario de la muerte del poeta modernista, perfila un singular  llamado; la celebración –la Oda– que es el poema está asentada, situada,  proferida, quiero decir, desde una llamada, desde un pensamiento de la llamada como pensamiento del don, donde lo que se da no se da sino a aquel que se  entrega a la llamada y sólo si es bajo la forma pura de una confirmación de la  misma, que es repetida porque es recibida[2];  el llamado a otros a dejar circular, a dejar andar, podría decirse, la figura  de Julián del Casal de manera distinta. Más precisamente, teniendo en cuenta el  punto a desarrollar aquí, el gesto que constituye la perspectiva del homenaje  de Lezama, desde el cual se dice la celebración, es el de la apelación a otro  modo de acercamiento a la imagen de Julián del Casal, una manera de la  llamada que prefigura a los lectores futuros. El “Déjenlo” inicial  (recordemos aquí tanto el comienzo de la primera estrofa del poema:  “Déjenlo, verdeante, que se vuelva; /permitidle que salga de la fiesta/a  la terraza donde están dormidos.”, como el inicio de la segunda: “Déjenlo que  acompañe sin hablar,/permitidle, blandamente, que se vuelva/hacia el frutero  donde están los osos/con el plato de nieve, o el reno/ de la escribanía, con su  manilla de ámbar/por la espalda. Su tos alegre/espolvorea la máscara de  combatientes japoneses.”) abre sistemáticamente  un recorrido diferenciado sobre la figura del modernista; lo abre, e insiste en  subrayarlo a lo largo del extenso poema. Parte el campo de los lectores de  Julián del Casal, llama para diferenciar las escuchas (aquel  espacio delimitado con énfasis en la poesía de Casal, “De mi vida misteriosa,  /tétrica y desencantada,/oirás contar una cosa/que te deje el alma helada”  (Monner Sans 209)): por una parte aquellos lectores comprendidos en el  “déjenlo”, los marcados en los dos primeros versos, y, por otra, el  destinatario del homenaje, el tú, Casal (espacio éste, el de la conversación  entre poetas, también central en la poesía del modernista, tómese como ejemplo  el diálogo con Rubén Darío, escenificado en el poema “Páginas de vida”). Así la  Oda se vuelve, como el mismo Casal en el acto de volverse, un doble diálogo  porque a la vez que se celebra el homenaje y la exaltación del poeta muerto en  el camino de la prosopopeya (se da vida a Casal, se lo regresa a la vida  a través de escenarios decadentes revalorizados, puestos en juego como el valor  primero a destacar), se interpela a otros a construir en torno a éste otra  versión de la historia (de su vida y de la historia de la literatura cubana).
Lo que me  interesa señalar desde esta perspectiva, y para estas breves notas, respecto  del movimiento desplegado en la Oda, es el pedido primero, al vosotros inicial, la exigencia, casi, de un tratamiento diferente de la vida y de la  obra del poeta celebrado; porque en esa solicitud el poema se orienta y  posiciona otro modo de la crítica en torno al poeta. Lezama ofrece una manera  poco usual de acercamiento a Casal, se aparta de los modos tradicionales de  tratarlo, o de ocultarlo –si somos más precisos–, para abrir una senda, más  visible y ostentosa, encauzada, por supuesto, en la perspectiva de su ensayo  “Julián del Casal” –publicado originalmente en el Suplemento dominical del  diario El Mundo de La Habana en junio de1941. Según Arnaldo M.  Cruz-Malavé[3] el ensayo “Julián del Casal” fue el resultado de una verdadera  investigación en los archivos personales de la familia de Casal que, si por una  parte, se situaba en el marco más amplio de las investigaciones de archivo que  venía realizando un grupo de intelectuales cubanos como “José María Chacón y  Calvo en literatura y Fernando Ortiz en etnología con el propósito de aclarar los  fundamentos de lo que ellos concebían ya como la ‘decadencia’ o frustración del proyecto nacional decimonónico en el período  republicano”; por otra, mostraba la fuerte intervención de Lezama  Lima colocando al poeta decimonónico en una zona “de lo ilegible, zona también del cuerpo y la  sexualidad, de los rastros, rumores y roces, de lo que Lezama llama aludiendo a  Baudelaire, la ‘vida previa y misteriosa’ de Casal” (s/p).
La llamada de la  Oda deviene, en ese recorrido, una llamada de atención, para todos los  que tratan una vida y una obra desde un punto exterior fijo y binario (el poeta  evadido/el poeta comprometido); la apelación funciona de una manera muy  singular en ese poema invocando a dejar que la figura de Casal se vuelva otra  cosa, a dejarla volverse una inquietante mirada que pudiera influenciar a  Baudelaire; esto es, a tratarla por fuera de la perspectiva del mero archivero  y buscar así el punto propicio y adecuado, el del cuerpo del poeta (sus roces y  rumores, su vitalidad), por un lado, y revisar la configuración poética de la  crítica cubana, por el otro.
Llamada a empezar de  nuevo, entonces, que conlleva la intención de reescribir la historia de la  poesía cubana. Lezama insiste: hay que empezar de nuevo, como siempre, como  “cada vez” (Lezama Confluencias 181); hay que leer por fuera de las  “influencias” cuantitativas, porque eso sería leer de modo superficial; hay que  buscar la “necesariedad” de un poeta en el campo de su emergencia. Lezama  radicaliza la llamada, haciendo de la vida de Casal una figura ambigua, y  actualizando su condición de factor necesario para renovar el sistema poético y  crítico de la literatura cubana. La vida retocada y puesta en escena del poeta  de fines del siglo XIX emerge entre la singularidad del cuerpo y la no  subjetividad de los objetos; entre una muerte particular y el espectáculo del  esteticismo y el dandismo. Una vida ambigua, ciertamente, pero sin duda  oficiada por el trabajo del poema, por la llamada efectuada desde las  modulaciones de la Oda.
Ahora bien, la  pregunta aquí, en el rumbo de Lezama, sería: ¿cuándo se hace necesario un  poeta? Cada vez efectuada en la singularidad de la lectura (la de José Lezama  Lima, la de Virgilio Piñera, la de Antonio José Ponte); cada vez, y  puntualmente, en los momentos que poesía y vida se justifican para dar  cuerpo a la emergencia de lo propio. Cada vez que se muestra el punto en el  cual el poeta está listo para la recepción de otro poeta, entendiendo ese  engarce como momento de una sensibilidad, de expresión de una sensibilidad  encontrada, y, por supuesto, cubana y americana. Podría decirse: el punto de  los encuentros más que de los resultados, que el de las causas. El punto  configurado por los encuentros azarosos, aquellos asombros que nos esperan en  los ensayos de Jorge Luis Borges, cuando de argumentar, por ejemplo, el asunto  de la tradición argentina se trata[4].
Pero volviendo a  Lezama, decía que éste define un punto crítico develado en el ejercicio mismo  de su poema o de su ensayo (impulsado por el mismo): el valor de Casal poeta en  un siglo XIX modernista creado y recreado a través de imágenes, anécdotas,  pequeños detalles que se vuelven esenciales por efecto de la lectura poética.  Si la crítica antes había sido un trabajo de archiveros, ahora la memoria  poética actualiza escenas, estampas nucleares de la vida de Julián del Casal  para hacer de la cuestión una de cuerpo a cuerpo entre poetas. Del  cuerpo de Casal (del corpus de su obra), de la materialidad de su risa, del  verde de sus ojos, de sus disfraces, etc., Lezama realiza un encuentro  productivo a partir del cual se trazan diferencias, rasgos y singularidades (su  esteticismo, su dandismo devienen en la diferencia); un encuentro, entonces, a  partir del cual se abre en más de un sentido la cuestión de la cubanidad, en lo  que a especificidad de la literatura se refiere. Y dentro de ella, por  supuesto, el sentido de lo que significa ser un poeta en Cuba, un poeta moderno  en la Cuba de fines del siglo XIX.
Abrir sentidos y  direcciones fue lo que su crítica poética propició; de ese modo trabajó,  convocó y entregó Lezama el cuerpo de Casal a las lecturas por venir. Por eso,  en la Oda la cuestión de los lectores, la apelación a estos, se configura como  la acción que define y concentra el homenaje. Apelar, llamar a realizar  una lectura otra, que enrarezca, que deje el adelgazado y viejo cuerpo de Casal  –el construido por los archiveros, el cuerpo inerte del poeta desvinculado de  su tiempo– para que el poeta se vuelva otro (pura visibilidad: pura imagen,  pura posibilidad para el sistema poético cubano, diría Lezama). Toda una  operación de lectura de tipo biográfico, de lectura poética biográfica en tanto da cuerpo (presencia, peso fundador) a Julián del Casal a fines del  siglo XIX. Un escandaloso cariño, que hace de Casal el más vivo de los muertos.  Así, se lee en la penúltima estrofa de la Oda: 
La misión que te fue encomendada,
descender a las profundidades con nuestra chispa verde,
la quisiste cumplir de inmediato y por eso escribiste:
ansias de aniquilarme sólo siento.
Pues todo poeta se apresura sin saberlo
para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.
Ahora ya sabemos el esplendor de esa sentencia tuya,
quisiste llevar el verde de tus ojos verdes
a la terraza de los dormidos invisibles.
Por eso aquí y allí, con los excavadores de la identidad,
entre los reseñadores y los sombrosos,
abres el quitasol de un inmenso Eros.
Nuestro escandaloso cariño te persigue
y por eso sonríes entre los muertos.
Más que cuestión de  fechas, la pertenencia a un grupo literario es asunto de afinidades. Una  historia de la literatura reglada sólo por las fechas resulta pobre, necesita  su parte de novela que devele lo caprichoso, sorprendente, misterioso en fin,  de la amistad entre poetas, de sus amores y sus odios.
Antonio José Ponte, El  libro perdido de los origenistas
Entre esos lectores por venir está,  sin duda, Antonio José Ponte. Situado en la apertura propiciada por Lezama,  respondiendo a su llamada, el escritor retoma la cuestión del valor de Julián  del Casal en la literatura cubana acentuando el cuerpo a cuerpo entre poetas,  remarcando el sentido político de los cuerpos, la posición que estos ocupan en  la historia de la literatura.
Así, El libro  perdido de los origenistas exhibe y sostiene, con intensidad, el valor de  una figura como la de Julián del Casal, poco “útil para los ideólogos”, en  tanto modelo puro del hombre de letras (sabemos: opuesto al hombre de acción  política: la eterna disyuntiva encarnada en la oposición José Martí/Julián del  Casal). Los ensayos que componen el libro –publicado en 2004– fueron escritos,  nos cuenta Ponte, a lo largo de más de diez años, y si se hallan ordenados  cronológicamente es, por pura decisión del escritor, para evitar “repeticiones”.   Muchos de ellos hablan de un hábito: el de historiar un objeto; una acción que  implica el despliegue de una “parafernalia museística”; no obstante, todo ese  aparataje (por lo de “parafernalia”, digo) está destinado no a la momificación  de los objetos tratados sino a la vivificación de los mismos, no a la creación  de monumentos sino a la actualización de sus presencias (una  parafernalia, entonces, “museística sin museo”, podría acotarse, para repetir  la idea de un Casal “poeta sin estatua y sin museo”). Para decirlo con  claridad: la escritura ensayística de Ponte trabaja la presencia emblemática de  los escritores, y entre ellos, de manera central, el emblema que deviene el  escritor Julián del Casal[5].  Recordemos que el emblema es un montaje de imagen visual y signo lingüístico, a  partir del cual se puede leer como en un rompecabezas lo que significan las  cosas (figuras y letras relacionadas según un trabajo de interpretación). Si el  emblema se interpreta, si a partir del mismo se inicia una narración, una historia,  el siglo XIX cubano también puede ser contado, haciendo centro en la figura de  Julián del Casal (por lo tanto: no de la manera tradicional sino a contrapelo  de ésta, acentuando el valor constructivo de la narración, lo que Lezama  entendía como hacer “calembours” con el siglo XIX), para observar la  posición que define su figura, el dónde se (la) coloca. Por lo tanto,  las cuestiones de la historia literaria vienen a ser cuestiones de disposición  literaria (de política literaria y de novela literaria). El modo en que se  dispone de una figura marca la relación con las escrituras del pasado –de la  figura trabajada y de la autofiguración de la escritura presente, la que dice  “yo” en el ensayo. Crítica literaria, entonces, la de José Antonio Ponte  convertida en crítica biográfica; trabajo de figuración y de  autofiguración a un mismo tiempo, cruce entre biografía y autobiografía, entre  retrato y autorretrato[6].
Disposición de  la silueta de los otros y de la propia en un juego de implicancias varias: se  recupera la figura de Casal, se pone su cuerpo en escena, se le da espacio, se  crea una realidad biográfica (se lo re-presenta, se lo vuelve a  presentar en un lugar y en una acción –lo mismo que hace Lezama, ya sea tanto  en la Oda como en el ensayo–), para situar el propio cuerpo del escritor  contemporáneo (el de Ponte) –y colocarlo en estrecha relación con la revista Orígenes[7].
Recordemos: las  cuestiones de historia literaria son cuestiones de disposición de cuerpos. El  punto de encuentro se configura, así, de manera ejemplar, en “Casal contemporáneo” (el segundo de los ensayos del  libro –el perdido por los origenistas) desde la faz de Julián del Casal peatón,  desde “el habanero que transita su ciudad”, escritor del centro de la ciudad  aun si se embarcara, en algunas ocasiones, en raros viajes (¿reales o  imaginarios?). Aquello que hace contemporáneos a Casal y a Ponte son sus rasgos  de escritores urbanos, la posición suelta del flâneur en la ciudad (la  posibilidad de “sentir a Casal” en La Habana emerge en ese aspecto). Los  hábitos del flâneur y el hábito, el blasón, la usual vestimenta negra,  ofician el punto de encuentro (nuevamente, el azar de la lectura de Borges, el  punto de encuentro propiciado de Lezama); Casal vestido de negro como  Baudelaire, los amigos neoyorquinos de Reina María Rodríguez vestidos de negro  como Casal.
Antonio José  Ponte, por supuesto, entre ellos, escribe: “El negro de la ropa de Casal tuvo  que ser entonces el mismo que Reina María Rodríguez encuentra actualmente en  sus amigos, en muchos de nosotros: la ropa negra, teñida y exprimida muchas  veces, de newyorkinos que aparentamos y tal vez parecemos. No importa que el  norte de la modernidad haya cambiado de París a New York, la simulación del  negro en la ropa nos acerca a Casal” (El libro perdido 38-39). Modos de  habitar la tradición literaria, modos de vestirla, de negro. Modos de desplegar  la vida, y de contarla, de novelarla; de vestir y también de vivir un interior  (una habitación), modos de habitar la literatura, aquellos que emparentan, por  ejemplo, a Calvert Casey con Julián del Casal de tal manera que los sucesivos  decorados del interior casaliano recuerdan el relato “El regreso” de aquel.
Si algo quiere  saber el crítico biográfico –moderno, contemporáneo– es, precisamente, y de  allí su persecución del inventario de la habitación, más sobre el oficio del  poeta, “saber más de sus hábitos” dice, saber más del cuidado de los objetos  porque entre ellos se halla el poema. Zurcir el traje, martillar un sillón  desfondado, arañar un cuerpo liso y bruñido para sacar el poema constituyen las  acciones de cuidado necesarias para conformar la vida del poeta; la praxis es  una sola, el trabajo reúne a los elementos en el plano de la vida, a todos  abarca la misma poesis (se trata de un hacerse que hace los objetos).   “Casal cuidaba sus objetos lo mismo que su ropa o alguna rima suya”. (También  el poema de Virgilio Piñera sobre Casal habla de este cuidado: “Como un pájaro  ciego/que vuela en la luminosidad de la imagen /mecido por la noche del  poeta,/ una cualquiera entre tantas insondables /vi a  Casal / arañar un cuerpo liso, bruñido./ Arañándolo con tal  vehemencia / que sus uñas se rompían, /  y a mi pregunta ansiosa  respondió/ que adentro estaba el poema.”) (Piñera 122)
La intuición, la adivinación  casaliana fue, para Ponte, la comprensión básica de la autonomía del poema, de  la autonomía de la poesía. El intento de hacer coincidir vida y poema acarrea,  por tanto, las oposiciones entre el arte y la vida (numerosas en la poesía de  Casal: exterior/interior, enfermedad/salud, prosa/poesía,  esteticismo/compromiso, etc.). Sin duda, un conflicto que desencadena un sinfín  de trabajos poéticos, sobre el poema y sobre el cuerpo; sobre el hábito, los  hábitos y la habitación. El poeta es poema y es figura, esa es la lección de  Julián del Casal, lo que los lectores por venir aprenden, lo que la propia  generación de José Antonio Ponte defiende, el querer ser apreciados “por lo que  pueda desplegarse en una hoja de papel y en una habitación. No importa que ésta  sea un rincón mínimo, allí se transparenta lo que somos, lo que buscamos para  que nuestras vidas no traicionen la poesía perpetrada en los libros” (El  libro perdido 40).
Pero además, el  crítico biográfico construye (a partir de este otear a hurtadillas del  ensayo) un lugar para la vida-obra de Casal que sistemáticamente revuelve el  tedio del archivo. “Los ortopédicos rodean a Casal, procuran corregirlo no  solamente en obra literaria, también en vida. Se entrometen, quieren  regimentarlo a dieta de lectura, a terapia de viaje”, escribe Ponte.  Que lo  revuelve, decía, llevando la disputa, la controversia, a un plano central del  ensayo para reclamar su derecho a la discusión de la figura, y la contundencia  de la misma.
Yo diría que en  el trabajo de situar la propia palabra de escritor, desde la escritura  ensayística, Ponte revuelve el archivo para dejar que Casal se vuelva –no olvidemos la fuerte interpelación lezamiana, porque aquí en la respuesta a  su llamada adquiere fuerza de letra. Que se vuelva fermento, en  el camino de Lezama –en la senda de Orígenes–, abandonando la condición  de fósil a la cual lo había sometido aquella ortopedia que había logrado  adelgazarlo hasta lo invisible. Lo que se pone en juego es la sobrevivencia de  Casal, en la palabra del ensayista contemporáneo. Si voraz éste, porque  arrebata su nombre a los archiveros de turno, también firme en la tarea de  disputarlo en el ámbito de la propia vida, en el campo de la autofiguración.
 
Escribe Ponte: 
Nací en 1964, en la edición de 1963 leí por primera vez a Casal. Se publicaban sus prosas y sus poemas para el centenario de su nacimiento. Dentro de un año celebraremos otro centenario, el de su muerte. Casal tiene mi edad entonces, resulta mi contemporáneo también porque lo avivan esas dos fechas redondas de cien años: la que festejan los cuatro tomos y la que celebraremos en octubre próximo. (El libro perdido 45)
Y así, ocupa la figura del escritor joven que en la línea de la recuperación lezamiana pide el retorno de Casal “para nosotros”. Repite desde sí, y para sí, el gesto del grupo Orígenes, el deseo de confeccionar un canon (ahora otro, desde su lectura joven) centrado en la pregunta por el lugar de una vida poética. Resultar contemporáneo de Casal significa, entonces, ambicionar un lugar para la poesía, para la literatura en el que no cabe la sentencia de Varona, aquella que decía: “Porque aquí […] se puede ser poeta; pero no vivir como poeta”. Sin duda, Ponte mueve de lugar la consigna, la desplaza, para cuestionarla; y en ese camino postula contralecturas, minadoras del canon oficial e insiste en la rebeldía de las “bellas letras”, aquella que construye a Casal como emblema. Arrebatar el nombre de Julián del Casal a la memoria de los archiveros posibilita estos desplazamientos; porque la acción misma (del arrebato) socava el discurso prepotente de la nacionalidad cubana, el del régimen estatal hasta hacerlo trizas. La poesía se vuelve una toma de posición, una ética enfrentada a tanta moral provinciana (a tanta moral de archivero). La posición del ensayista se afirma en un punto irreductible, el del valor de ámbito de lo literario; la misma insiste en la certeza, en la convicción, de que en Cuba no sólo se puede ser poeta, sino vivir como poeta; lo que significa, en suma, salvaguardar la autonomía de la literatura en el seno de lo político estatal.
Referencias bibliográficas
1. Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires, Emecé, 1983.
2. Del Casal, Julián. Poesía completa. Recopilación y ensayo preliminar de M. Cabrera Saqui, La Habana, Publicaciones del Ministerio de Educación, 1945.
3. Derrida, Jacques. Dar el tiempo. Barcelona, Paidós, 1995.
4. Lezama Lima, José. Tratados en La Habana. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1969.
5. Lezama Lima, José. Poesía Completa. La Habana, Editorial Letras cubanas, 1985.
6. Lezama Lima, José. Confluencias. La Habana, Editorial Letras cubanas, 1986.
7. Monner Sans, José María. Julián del Casal y el modernismo hispanoamericano. México, El Colegio de México, 1952.
8. Piñera, Virgilio. La isla en peso. Barcelona, Tusquets, 2000.
9. Ponte, Antonio José. El libro perdido de los origenistas. Sevilla, Renacimiento, 2004.
10. Ponte, Antonio José. La fiesta vigilada. Barcelona, Anagrama, 2007.
11. Vallejo, Fernando. Almas en pena, chapolas negras. Bogotá, Alfaguara, 2008.
Notas
[1] El poema se incluye en “Poemas no publicados en libros” (Lezama Lima PC 578, 585).
[2] Pienso aquí a partir de las reflexiones de Jacques Derrida en torno al “don”, a las interrogaciones sobre su naturaleza; específicamente a los varios órdenes de lo dado desarrollados en el capítulo II del libro Dar el tiempo (el título del capítulo es “Locura de la razón económica: un don sin presente”). Las mismas me permiten especular sobre las relaciones de vinculación y desvinculación, a un mismo tiempo, que se dan en la Oda; pensar en el espacio paradójico abierto en el homenaje cuando la palabra “déjenlo” lo que hace es efectuar la llamada como tal, la llamada a rendirse, a desplazarse a la llamada misma, con la sola intención de exponerse a ella. Rendirse y desplazarse son las acciones que determinan al poema de Lezama, a la enunciación de sus propias palabras y a los homenajes y celebraciones futuras (Derrida 56, 57).
[3] Arnaldo M. Cruz-Malavé escribe la introducción y las notas al ensayo “Julián del Casal” publicado por La Habana elegante, segunda época (www.habanaelengante.com) que luego estuvo destinada a formar parte de la Colección de ensayos completos de Lezama Lima (comentados por diferentes críticos) en la Editorial Confluencias de Almería, España, coordinada por Leonor A. Ulloa, Justo C. Ulloa y Javier Fornieles Ten. El ensayo de Lezama, para esa publicación, estuvo basado en la primera edición de Analecta del reloj (1953) y fue cotejado con las Obras completas (Aguilar, 1977) y la versión original de 1941. La introducción a la cual nos referimos sitúa con precisión el entorno histórico cultural en el que aparece el ensayo y el modo en que Lezama interviene en las polémicas de la época desarticulando la figura de Julián del Casal como escritor de la evasión de lo local e imitador de la literatura extranjera.
[4] Cfr. en los ensayos de Discusión, “La poesía gauchesca”, “El escritor argentino y la tradición” el valor del azar en las argumentaciones en torno al problema de la tradición literaria argentina (Borges 179-197, 267-274).
[5] Ya Lezama Lima se había referido a la vida emblemática de los poetas modernistas en uno de los fragmentos de sus “Coordenadas habaneras”; o, más precisamente, había trabajado la vida y presencia de los modernistas desde el emblema. El fragmento 37 de los Tratados en La Habana aborda el “vivir” de los modernistas –de los canónicos, Casal y Darío– a partir de los signos emblemáticos que singularizan a cada uno de ellos, abre una puerta para curiosear lo que llama “la candorosa heráldica de los poetas”. (Lezama Lima Tratados 259, 260).
[6] En este sentido, en el de los cruces genéricos y constitutivos consignados puede leerse el trabajo del escritor en La fiesta vigilada (2007).
[7] La revista Orígenes, de Arte y Literatura, se publicó en La Habana desde 1944 hasta 1956. Ponte recoge en El libro perdido de los origenistas (2004) una tradición de escritores nacionales ligada al corpus de esta revista para resituarlos y erigirse como continuador de la misma.
Fecha  de recepción: 14/07/2020
    Fecha de aceptación: 04/09/2020