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ARTÍCULOS
“NO PUEDO BEBER ALCOHOL SI ESTOY SOLA”: SOBRE CÓMO PENSAR LA VIOLENCIA DE GÉNERO Y LAS DROGODEPENDENCIAS
"I can't drink alcohol if i'm alone": On thinking about gender violence and drug dependences
Universidad de Granada
Palabras clave: Violencia de género; Drogodependencias; Espacios recreativos, Alcohol.
Key words: Gender violence; Drug addiction; Recreational spaces; Alcohol.
Las mujeres han sido con frecuencias olvidadas e incomprendidas en el mundo de las drogodependencias. Su uso minoritario de sustancias de comercio ilegal ha llevado con frecuencia a invisibilizarlas y a estigmatizarlas cuando se acercaban a los consumos de drogas y a olvidar así diferentes aspectos de la desigualdad de género, entre ellos el más brutal, el de la violencia de género.
En las últimas décadas se han generado dos nuevas tendencias en relación al impacto del género en los usos y abusos de drogas que están siendo debatidas en este campo de estudio. En primer lugar, en los inicios de los años noventa del siglo XX se señaló una reducción de los ratios que separan a varones y mujeres ante el consumo de algunas sustancias psicoactivas. Esta tendencia fue analizada a principios de los años noventa, por el Consejo de Europa exponiendo que “…en los últimos años el uso de drogas entre las mujeres en Europa está sufriendo dramáticos cambios… con las mujeres progresando rápidamente hacia los mismos niveles de consumo que los varones” (Council of Europe, 1993). En la misma línea, estudios específicos como el de Parker y Measham (2002), mostrarían cómo en Inglaterra las tradicionales distinciones de género basadas en los ratios de prevalencia del uso de drogas, y en los que se veía el ‘ser mujer’ como un factor de protección de cara al uso de drogas, estaban en declive. Creo que, a pesar de este acercamiento a la ilegalidad en algunas franjas etarias y al acortamiento de las brechas de género en los consumos, en general, en su incorporación a los consumos de drogas más problemáticos, de sustancias ilegales, las mujeres siguen siendo minoritarias cuando las comparamos con los varones. Esta es una perspectiva que muestra las consecuencias negativas para los varones, avocados a una identidad que potencia conductas de riesgo, como las violentas, desde que son jóvenes.
Mi propia investigación comenzó en esta misma línea y época. Inicié mi carrera investigadora hace más de 20 años etnografiando contextos de consumo de drogas a través de una tesis doctoral en raves y consumo de éxtasis, mirando con una perspectiva de género; descubriendo que ya en los primeros años 90 del s XX, las chicas se acercaban al consumo de sustancias de síntesis química en entornos recreativos, rompiendo así las normas de género con consumos menos estigmatizantes que los de sustancias como la cocaína o heroína. Los ratios intergénero empezaban a acercarse (Romo-Avilés, 2001). A lo largo de mi trayectoria en investigación y a través de numerosos trabajos realizados sobre el terreno en el ámbito de las drogodependencias he sido consciente de la necesidad de incluir una perspectiva crítica, feminista e interseccional dentro de las áreas relacionadas con la Salud Pública. Ello me ayudó a comprender el impacto del género en Salud, los consumos diferenciales de drogas entre las mujeres y los procesos de medicalización que explican en parte su preferencia por los consumos de drogas “legales” u obtenidas a través del sistema medico. Es común en las investigaciones realizadas el intento de las mujeres de romper con los roles de género y reducir la brecha con los varones, visibilizándose la importancia de la identidad de género y el impacto de los mandatos de género como ejes claves de la comprensión del fenómeno de las drogodependencias.
En segundo lugar y, como tendencia más reciente, se observa en España y en algunos países europeos un incremento en el consumo de alcohol entre las chicas más jóvenes, especialmente en los consumos más abusivos o de riesgo. En este sentido, el último informe de la Organización Mundial de la Salud sobre consumo de alcohol pone en evidencia que en las sociedades occidentales se están produciendo importantes cambios de tendencia en los patrones de consumo de alcohol. Concretamente, en lo que respecta a la reducción de la brecha en los consumos intensivos por parte de las mujeres (WHO, 2014). Por ejemplo, en los países del sur de Europa en las últimas décadas se ha producido un cambio en las pautas de consumo de alcohol entre los y las adolescentes, pasando de un modelo mediterráneo de consumo a uno nórdico (Beccaria & Prina, 2010). En España, según los datos de la última Encuesta Estatal de Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Secundaria (ESTUDES) de entre 14-18 años, la prevalencia de consumo de alcohol es mayor en las chicas con un 76,9% que en los chicos, con un 74,3%. Ha aumentado la presencia de las chicas a las edades más tempranas (14 y 15 años) para patrones de consumo intensivo: binge drinking. Del mismo modo, a los 14, 15 y 16 años el porcentaje de chicas que se ha emborrachado en el último mes es mayor que el de chicos, con un 9,2%, 17,4% y 20,1% respectivamente (ESTUDES, 2016). En este contexto, el objetivo de los jóvenes ya no es beber moderadamente, sino intoxicarse y en estas nuevas pautas de intoxicación aparecen las mujeres más jóvenes (Romo-Avilés, 2018; Romo-Avilés et al., 2016a, 2016b; Beccaria, Petrilli, & Rolando, 2015,; Slade et al., 2016).
Estas tendencias epidemiológicas han llevado a considerar el consumo de alcohol como un “símbolo de género” (Measham y Østergaard, 2009). Tradicionalmente, el consumo público había sido descrito como una forma de demostración de masculinidad. Desde esta perspectiva, los mayores consumos de sustancias de las mujeres jóvenes de la generación actual podrían interpretarse como estrategias que reducen las diferencias de género, introduciendo cambios en las interacciones sociales, lo que contribuye a desafiar las nociones tradiciones de masculinidad y feminidad (Månsson, 2014; Measham, 2008). Las chicas que beben “al mismo nivel” que los chicos están subvirtiendo normas y virtudes de una feminidad apropiada proyectada por la sociedad (Rolfe, Orford y Dalton, 2009).
Desde el punto de vista epidemiológico, estos datos son descritos como un problema de salud pública (Emslie y Hunt, 2009). Sin embargo, en la población adolescente y juvenil, también es importante señalar otras problemáticas asociadas al consumo intensivo de alcohol, como: alteraciones de las relaciones con la familia, los compañeros y el profesorado, bajo rendimiento escolar, agresiones, violencias, alteraciones del orden público y adopción de conductas de alto riesgo, como conducir tras haber bebido (en este sentido, cabe destacar que los accidentes de tráfico en su conjunto son la primera causa de mortalidad en este grupo de edad), y comportamientos sexuales de riesgo, que conllevan embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual. Por último, una de las problemáticas señaladas recientemente y que afecta especialmente a las chicas jóvenes son los episodios de estigma y violencia de diferentes tipos: física, psicológica o virtual asociada a las nuevas tecnologías y a los contextos de desigualdad en los que beben (Observatorio Noctámbul@s, 2016).
La OMS ha señalado cómo anualmente la violencia contra las mujeres se cobra miles de víctimas en todo el mundo (87.000 en 2017). Las estimaciones mundiales publicadas por la OMS (2017) indican que alrededor de una de cada tres (35%) mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja o por terceros en algún momento de su vida. Según Eurostat, en 2015 se registraron 215.000 delitos sexuales violentos en la Unión Europea, de los cuales una tercera parte, 80.000 fueron violaciones. Más de 9 de cada 10 víctimas por violación y más de 8 de cada 10 víctimas por agresión sexual fueron niñas y mujeres, mientras que casi todas las personas encarceladas por tales delitos fueron hombres (99%).
El impacto de la violencia género en mujeres que usan drogas o son drogodependientes es múltiple y muestra la complejidad de los dos fenómenos, multifactoriales e invisibilizados. Partimos de que en el mundo de las drogodependencias como en otros muchos contextos de investigación no ha sido frecuente verlo como un tema de interés u objeto de estudio en las investigaciones o en las intervenciones. En el año 2016, en una investigación realizada entre profesionales de las drogodependencias por el Consejo de Europa para analizar el impacto de la violencia de género entre mujeres consumidoras de drogas se concluye que la violencia en esta población se presenta a diferentes niveles y formas. Las mujeres que usan o abusan de drogas no son ajenas a la violencia que sufrimos el resto de las mujeres. En este sentido padecen:
La violencia contra las mujeres -especialmente la ejercida por su pareja y la violencia sexual- constituye un grave problema de salud pública y una violación de los derechos humanos de las mujeres. Las estimaciones mundiales publicadas por la OMS indican que alrededor de una de cada tres (35%) mujeres en el mundo han sufrido violencia física y/o sexual de pareja o violencia sexual por terceros en algún momento de su vida. La mayoría de estos casos son violencia infligida por la pareja. En todo el mundo, casi un tercio (30%) de las mujeres que han tenido una relación de pareja refieren haber sufrido alguna forma de violencia física y/o sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida. De hecho, un 38% de los asesinatos de mujeres que se producen en el mundo son cometidos por su pareja masculina. En España, las estadísticas recientes indican que el 6,5% de mujeres de 16 años en adelante ha sufrido violencia sexual en algún momento de su vida de alguna persona con la que no mantiene ni ha mantenido una relación de pareja (Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, 2019)
Ahora sabemos que esta violencia tiene unas consecuencias claras sobre la salud de las mujeres y así la violencia puede afectar negativamente la salud física, mental, sexual y reproductiva de las mujeres y, en algunos entornos, puede aumentar el riesgo de contraer el VIH (OMS, Noviembre de 2017). Las mujeres que usan o abusan de drogas no están fuera de estas cifras y forman parte de mismo proceso de vulneración de los derechos humanos que el resto de las mujeres. En segundo lugar tenemos que considerar la violencia asociada al uso o abuso de drogas o a la que se produce con frecuencia en los contextos de prostitución, entornos en los que las mujeres son más vulnerables y pueden verse en el cruce de distintos tipos de violencias. El abuso de drogas puede ser en ocasiones una motivación que utiliza el maltratador. Trabajos de Carmen Meneses (Meneses Falcón, C., 2020) en trata y prostitución en los que el uso y abuso de drogas como un mecanismo de coerción y de control de la víctima Prostitución y trata.
En este sentido, en España no tenemos datos exactos del número de mujeres que viven en situación de violencia de género y tienen un problema de abuso de drogas. El PNSD hablaba en el 2008 de un 53%, (ASECEDI. Diagnóstico y atención de la violencia de género en las personas en tratamiento en centros de día. PNSD, 2008) aunque expertos y profesionales tienen la impresión de que el número es mucho más elevado, a pesar de que no acudan a los recursos. Al no acudir a los registros no podemos disponer de datos más exactos.
Algunos estudios dan un perfil de las mujeres que acuden a tratamiento por un problema de abuso de drogas y dan este perfil (Blanco, Pilar, 2000)
Así que estos datos nos muestran un perfil de mujeres drogodependientes que sufren violencia de género y tienen escasa formación, hijos o hijas dependientes y largos proceso de violencia a sus espaldas que necesitarían investigaciones para comprender su interacción con el proceso de tratamiento de las drogodependencias.
Cuando las mujeres viven una situación de adicción y necesitan tratamiento aparecen dificultades y barreras que nos llevan a pensar en desigualdades de género en el acceso a los recursos. En el caso de mujeres que tienen una adicción y viven en situación de violencia de género.
Junto al debate sobre la falta de sensibilidad de género en los tratamientos vuelven a surgir dudas y tienen que ver de nuevo con otras caras de la violencia de género: no sabemos bien si las mujeres que están en tratamiento por abuso de drogas han sufrido violencia en mayor medida que otras mujeres, ni sabemos si las mujeres que están en situación de violencia usan determinadas drogas para enfrentar la situación y cómo estos procesos se ven influenciados por los contextos de consumo de drogas.
Todos estos serían los espacios iniciales desde los que podríamos empezar a pensar la violencia de género y el uso o abuso de drogas, pero la violencia de género como hecho social no es estática, se trasforma y busca distintos mecanismos de acción. Y en nuestros días la violencia entre personas jóvenes y adolescentes tiene un lenguaje particular que se asocia al ocio y a la tecnología. En nuestro caso nos ha interesado investigar sobre las conexiones de la violencia con el uso o abuso intensivo de alcohol (Violencia de Género e Interpersonal en los contextos recreativos de ocio adolescente”. Proyectos de I+D+I .Programa Estatal de Investigación, Desarrollo e Innovación orientada a los Retos de la Sociedad. Referencia FEM2016-77116-C2-1-R.).
La relación entre el consumo de drogas y la violencia es compleja, ya que depende de las sustancias psicoactivas consumidas, del contexto en el que se produce el consumo y las expectativas que se generan en el mismo. Autores como Fagan ya argumentaron en los años noventa que el contexto de consumo es fundamental y que la intoxicación producida por algunas sustancias tiene un impacto significativo en las capacidades cognitivas y funcionales. La naturaleza de este impacto varía de acuerdo a la sustancia utilizada, pero, en última instancia, está moderada por el contexto social y cultural en el que tiene lugar la conducta. Hay sustancias, como el alcohol, sobre las que existe una fuerte evidencia de su relación con la violencia (Parker & Auerhahn, 1998). Sabemos que el riesgo de comportamiento violento aumenta proporcionalmente cuando se incrementa el nivel de alcohol en sangre (Norström, Rossow & Pape, 2017) y diferentes estudios han demostrado que en los casos de binge drinking o de consumo intensivo aumentan las probabilidades de victimización (Yan et al. 2010; Frederiksen, Helweg-Larsen & Larsen, 2008; Jennings, Piquero & Reingle, 2012). Del mismo modo, distintas investigaciones han revelado que el consumo de diferentes sustancias está relacionado con la violencia física y psicológica en las parejas adolescentes (Sabina, Schally & Marciniec, 2017), siendo el alcohol uno de los factores de riesgo más ampliamente estudiado (Choi et al., 2017), que aumenta la vulnerabilidad y donde las víctimas pueden consumir más alcohol y llevar a cabo pautas de policonsumo (Parker and Bradshaw , 2015).
En relación a los contextos de consumo intensivo de alcohol juvenil, Pedersen, Copes and Sanberg (2016), a través de una investigación cualitativa sobre la configuración de la fiesta nocturna, han resaltado la importancia de atender a las características socioculturales en situaciones de violencia relacionadas con el alcohol. Melotti and Passini, (2018) incluyen las variables sociopsicológicas (actitudes y cultura de la violencia) a tener en cuenta en la influencia de la relación entre el uso de drogas y el comportamiento violento.
Los datos disponibles muestran que en España los y las adolescentes llevan a cabo consumos muy intensivos de alcohol. El consumo intensivo de alcohol de los y las adolescentes suele llevarse a cabo en el contexto de lo que algunos autores han llamado “cultura de la intoxicación”. Espacios recreativos en los que el consumo excesivo de alcohol se considera placentero, implica divertirse y ser sociables (McCreanor et al., 2008; Measham & Brain, 2005; Szmigin et al. al., 2008). Como ya hemos visto, en España como en otros países europeos se ha venido produciendo una incorporación de las mujeres al consumo intensivo de alcohol y un aumento relativo en su frecuencia, nivel de consumo de alcohol y embriaguez auto-reportada (Romo et all, 2016, 2017, Atkinson, Sumnall, &Bellis, 2012a; Batán, 2015; Hibell et al., 2012; Slade y et al., 2016). Estas mujeres son participantes activas de los ambientes públicos de consumo, y como los hombres jóvenes, toman parte en una cultura de bebida e intoxicación como búsqueda de placer, pertenencia al grupo y vínculo entre amistades, tanto en espacios públicos como dentro del hogar.
También existe evidencia de que el abuso de diferentes sustancias está relacionado con la violencia en las física y psicológica en las parejas adolescentes. Algunos estudios han mostrado que la violencia en las parejas adolescentes aumenta la vulnerabilidad ante el consumo y las víctimas pueden consumir más alcohol y llevar a cabo pautas de policonsumo. (Parker and Bradshaw , 2015) Estudios como el de (Vijay Singh et all 2015) Muestran que 1 de cada 4 de los que acuden a los hospitales por intoxicación etílica ha padecido violencia en la pareja.
Hemos de tener en cuenta que el consumo de alcohol y la intoxicación se han considerado tradicionalmente como comportamientos masculinos y las mujeres continúan enfrentándose a más juicios sociales que los hombres por su consumo de alcohol, intoxicación, apariencia y expresión de su sexualidad en los ambientes de consumo (Romo-Avilés, N, 2001;Atkinson & Sumnall, 2016).
Beber intensivamente a menudo puede estar relacionado con el riesgo de violencia física (Campbell, 2000; Hunt et al., 2005; de Visser y Smith, 2007) y beber entre mujeres a menudo se ha asociado con vulnerabilidad a amenazas de riesgo sexual. Estos contextos de consumo de alcohol y espacios de ocio pueden ser espacios privilegiados para la violencia de género con conductas como el sexting. Llamamos <<sexting>> a la práctica que consiste en compartir texto, fotos y vídeos íntimos a través de Internet y redes sociales, utilizando para ello principalmente el teléfono móvil. En estos contenidos pueden explicitarse desnudos, como contenido sexual explícito o no. En el caso de las fotografías, estas suelen seguir la estructura de los selfies, y además pueden implicar a una o varias personas (Calvo, 2016; Ringrose et al., 2012).
Algunas de nuestras investigaciones (Romo et al., 2018) muestran que los entornos de ocio juveniles pueden ser espacios en los que el alcohol potencia los comportamientos violentos. Y nuestros datos también indican que la violencia no se ejerce igual hacia las chicas que hacia los chicos. En una investigación realizada con el objetivo de estudiar cómo aparece la violencia en los contextos de consumo de alcohol recreativo. A través de una metodología cualitativa accedimos a una muestra de personas jóvenes que en España participaban en los espacios recreativos en los que se consume alcohol y así nos explicaban algunas de las situaciones de violencia de género en las que se habían visto inmersos. Entre las personas entrevistadas son recurrentes las alusiones a formas de violencia contra las chicas asociadas al consumo de alcohol, traduciéndose en un acoso y presión sobre la sexualidad femenina por parte de los varones que limita su libertad de acción, tal y como nos informa una de las chicas que entrevistamos:
Otros te insisten, pero cuando ya están bebidos, no hay forma de que se vayan (…) Sí, cuando yo estoy sola de noche. Por ejemplo, si he ido alguna vez sola y de repente se ponen a gritarme por detrás, los típicos tíos y yo intento pasar de ellos y luego vienen y se me ponen al lado a hablarme y los ves que van colocados perdidos (…) Es más difícil intentar que entren en razón. Que aún así ya de por sí no lo hacen y te siguen insistiendo, pero si ya van bebidos, es mucho más difícil... (Patricia, 2001).
Junto a la presión violenta que fuerza en ocasiones a las chicas en el entorno de ocio para mantener conductas sexuales pueden aparecer en los contextos de ocio juveniles en los que se consume alcohol formas de difusión de la imagen pública y vulnerabilidades sobre el control de su difusión. El punto de partida es que al ser un espacio colectivo en el que se utilizan las redes sociales las imágenes se difunden en algunos caso sin control y muestran los efectos del abuso de alcohol. Entre las personas que hemos entrevistado hay opiniones divergentes ante esta situación. En algunos casos, como el que exponemos a continuación, no se le da importancia a la difusión de imágenes. María señala que no le importa ni valora el hecho de que se difundan imágenes bajo los efectos del alcohol por ser algo normalizado:
¿Ha habido alguna vez fotos que se hayan subido de marcha y a ti no te hayan gustado? X: No, a mí me da igual lo que suban. No sé, si salgo mal pues me da igual. E: Pero me refiero a que te hayan sacado borracha… X: Puede que lo hayan hecho. Bueno de hecho hay muchas fotos en las que salgo borracha, pero no me importa mucho. Pienso que es algo que hace todo el mundo, entonces no tengo por qué avergonzarme (María, 1998).
Entre las personas entrevistadas se han señalado momentos en los que se produce una difusión intencionada de algunos contenidos en las redes sociales con el objeto de hacer públicos los excesos y efectos en el consumo abusivo de alcohol y/o el espacio en el que se consume y se suele considerar como en el caso de Silvia parte de la salida o de las posibles consecuencias de estar en esos espacios. Así nos lo contaba:
Cuando tú estás en una discoteca bebiendo, tú normalmente tienes el móvil en la mano y es verdad que tú no vas a grabar al que está muy borracho en el suelo, porque primeramente se va a dar cuenta, pero sí que es cierto que con la tontería para acá, para allá, en plan tú estás haciendo un vídeo y puede que salga detrás el que estaba malo perdido, borracho. Y eso después pues pueden hacer capturas de fotos, subir una foto en la que estabas borracha y borrarla al momento para que no la vea nadie, pero al momento ya alguien le ha hecho una captura. La captura se pasa por un grupo de amigos, que puede llegar a muchos móviles y eso sí… (Silvia, 2000).
En otros casos que hemos recogido, la difusión de imágenes sin consentimiento provoca sorpresa y contrariedad por esa pérdida de control de la imagen personal en los contextos de consumo de alcohol que, al fin de cuentas, son espacios públicos.
Y cuando las niñas se emborrachan ponen imágenes en Instagram? X: Eso les ha pasado a amigas mías, de ir borrachas, de que las graben y luego decir, “Pero vamos a ver ¿Cuándo he dicho yo esto?” o “¿Cuándo ha pasado esto?” X: Pues los amigos. Los amigos que a lo mejor van mejor las graban o los graban y lo suben y luego dice el muchacho: “¿Pero qué necesidad tengo yo de que me vea, por ejemplo, todo Instagram o todo Facebook borracho?”, “Si me veis vosotros que sois mis amigos, pues bueno, pero no me tiene por qué ver todo el mundo”. Eso me ha pasado a mí en pandilla, les ha pasado a amigos míos… y cada uno sabe las consecuencias que puede tener eso, porque el niño puede coger y si quiere como es menor, pues denunciar al otro y decir “Es que has puesto esta imagen mía” (Ana, 2001).
Como podemos ver en estos últimos verbatims, la difusión de imágenes permite divulgar conocimiento de las personas y del contexto en el que consumen alcohol. Ello abre las puertas a la valoración social del comportamiento, vulnerabilidad que puede dar lugar a situaciones de acoso, burla y difusión no consentida de imágenes. Un aspecto más de la vulnerabilidad que se produce en los contextos recreativos en los con se consume alcohol de manera abusiva son los casos de sexting que han aparecido entre las personas entrevistadas. Hemos observamos diferentes tipo de sexting en los contextos de consumo abusivo de alcohol, uno consentido, como forma de conocer a la persona, experimentación y expresión de la propia sexualidad, construcción de la identidad o de autoconocimiento en relaciones de noviazgo:
Sí, vídeos no, pero fotos… bueno, las fotos de ese estilo se llaman “nudes” en inglés. Yo con mi pareja sí mandamos muchas, pero suele ser de broma, en plan haciendo posturas raras o cosas así. No tiene connotación erótica, es más con connotación de reírse […] con mi cuerpo no tengo ningún complejo […] no me importa en absoluto ver a un cuerpo desnudo o que me vean a mí desnudo (Iván, 2002).
Y otro tipo de sexting que tiene que ver con el uso no consentido de la imagen personal y que entre las personas que hemos entrevistado suele ser más común hacia las chicas. Este lleva consigo amenazas de publicar fotos comprometidas en alguna red social, mandarlas o difundirlas entre otras personas cuando se rompe una relación amorosa.
No en una red social tipo Instagram o Twitter […] no ahí pero, por ejemplo, sí que se de gente de mi pueblo que ha tenido alguna novia y han acabado mal y por ejemplo se pasaban entre ellos fotos desnudos y pues a lo mejor el chico, supongo que sería él, pasaba fotos de ella a gente, total que le acabó llegando a todo el mundo. E: ¿Y qué se las pasaba por Whatsapp? X: Por Whatsapp (Enrique, 1999).
La práctica del sexting, entendida como una conducta de expresión de la sexualidad por parte de los y las adolescentes, conlleva riesgos y vulnerabilidad, de manera que lo que en principio puede interpretarse como un comportamiento de experimentación propio de la juventud, puede desembocar en conductas violentas, como la sextorsión. En este sentido Patricia nos contó en su entrevista la experiencia vivida con su ex pareja:
Comentarios y cosas así para amenazarme, como éste que te he dicho yo de: “O en un mes me haces algo o no sé qué” y me negué ¿No? Y entonces pues empezó a subir fotos que ni siquiera eran mías, de una chica así desnuda diciendo cosas (…) y ahora cuando le veo por la calle me mira con una cara de: “Tengo tus fotos” y yo: “Imposible que las sigas teniendo” (…) Él me empezó a mandar un montón de fotos suyas, pero es que todos los chicos… o sea, te mandan fotos así y dicen: “Ahora tú” y yo: “No” (…) Sí, pero una vez sí le mandé a uno una foto… de la parte de arriba, pero ya está. Y también sus amigos venían detrás de mí. Y ahora me mira… si es que yo le cogí el móvil y le obligué a quitar la foto (...) porque la puede tener en todos los sitios guardada, y yo la borré y digo: “Bueno, a no ser que la tenga en el ordenador” (…) la tenía ahí para amenazarme de que le mandase más fotos (Patricia, 2001).
El sistema de género ordena, otorga valores, normas, costumbres y comportamientos, contribuyendo así a las diferencias en exposición y vulnerabilidad a factores de riesgo para la salud de hombres y mujeres (Sen y Östlin, 2007). Mirar con perspectiva de género visibiliza desigualdades que impactan sobre el uso y abuso de drogas, una de las más graves es la vivencia de la violencia de género entre las mujeres que usan o abusan de sustancias psicoactivas.
Sabemos que las mujeres que usan, abusan de drogas o sufren una drogodependencia padecen diferentes formas de violencia de género. También debemos tener en cuenta que las mujeres víctimas de violencia de género pueden abusar de diferentes sustancias y no recibir el mejor tratamiento.
La OMS ha advertido de que la violencia contra las mujeres ha adquirido dimensiones epidémicas. Las mujeres que han padecido violencia de género llegan a los centros de salud con distintos problemas de salud física y mental. Es probable que las mujeres acudan antes a los centros de salud pidiendo ayuda que a los servicios sociales o el sistema de justicia, por ello se ha visto un ligar privilegiado para las que necesitan ayuda. La violencia es un factor de riesgo para diferentes problemas de salud. Distintas investigaciones han mostrado un incremento en los daños, dolor crónico, problemas gastrointenstinales, enfermedades ginecológicas incluyéndose enfermedades de transmisión sexual, depresión, o stress postraumático están bien documentadas.
Los centros de tratamiento de las drogodependencias deberían incluir la violencia de género como un eje central sobre el que trabajar con las personas que atienden ya que las consecuencias para la salud de las mujeres de la violencia de género podrían ser más graves que los propios usos o abusos de drogas.
Por otro lado, las mujeres víctimas de violencia de género deberían incluir el tratamiento de sus posibles problemas cuando usan drogas en los centros de atención a víctimas de violencia de género.
En relación a los nuevos usos de drogas, como los consumo intensivos de alcohol entre las mujeres más jóvenes, sabemos que cuando las mujeres consumen drogas rompen los límites de la normatividad de género. Es común que aparezca la sexualidad como elemento central. Es posible que esto aumente su vulnerabilidad, ya que son mujeres que han fracturado el sistema de género y dejan de ser “buenas mujeres”.
Tradicionalmente, el consumo público de alcohol había sido descrito como una forma de demostración de masculinidad; una práctica que pone en valor la representación de comportamientos asociados a la capacidad de aguante y la adopción de riesgos. Desde esta perspectiva, los mayores consumos de sustancias de las jóvenes de la generación actual, podrían interpretarse como estrategias que reducen las diferencias de género, introduciendo cambios en las interacciones sociales, lo que contribuye a desafiar las nociones tradiciones de masculinidad y feminidad.
Puede que el avance hacia la igualdad conlleve para las chicas más jóvenes la incorporación a conductas de riesgo consideradas típicamente como masculinas. La frase de Measham “doing gender doing drugs” (2002), señala la conexion entre identidad de género y uso de sustancias y probablemente sea clave en la configuración de la personalidad de la persona adolescente. Las chicas están redefiniendo el sistema de género a través de prácticas relacionadas con el consumo de alcohol. Los cambios en los patrones normativos de consumo que están contribuyendo a revelar toda una serie de rupturas de género. Rupturas que tienen que ver, en primera instancia, con el hecho de que las adolescentes asocien el consumo de alcohol al placer, así como a hacerlo en espacios públicos. Sin embargo, es en los contextos de consumo de alcohol donde la violencia de género se redefine en micromachismo a través del uso de nuevas tecnologías mostrando sus nuevas caras.
Bibliografía: