RESEÑAS
EIDER DE DIOS FERNÁNDEZ: SIRVIENTA, EMPLEADA, TRABAJADORA DE HOGAR. GÉNERO, CLASE E IDENTIDAD EN EL FRANQUISMO Y LA TRANSICIÓN A TRAVÉS DEL SERVICIO DOMÉSTICO (1939-1995), MÁLAGA, UMA EDITORIAL, 2017, P.477
La invisibilidad de las mujeres como sujeto histórico resulta doblemente cierta si se trata de las mujeres humildes ocupadas en el servicio doméstico, cuyo trabajo no solía verse reconocido como tal. Su historia está por escribir, y esta investigación de Eider de Dios Fernández arroja luz sobre este sector durante el franquismo, la Transición y los primeros gobiernos socialistas; un periodo del que habitualmente despiertan mayor interés otros aspectos, fenómenos y protagonistas. Hay, por lo tanto, una primera virtud del libro que interesa subrayar desde ya: la originalidad de su objeto de estudio, sumido en un abandono clamoroso.
La autora, que metodológicamente inscribe su trabajo “dentro de la historia postsocial y la historia de género”, se proponía “comprender los cambios en las relaciones sociales y de género a través del análisis del servicio doméstico”, que se convirtió en “el horizonte de vida de numerosas chicas pobres”: para ellas y sus familias no había otra estrategia de supervivencia en buena parte del periodo estudiado. De hecho, muchas lo percibían como lo más parecido a una Escalera de Penrose de la que no podrían salir jamás. Y su análisis también ayuda a entender cómo las mujeres de diferente extracción social construyeron sus propias identidades, en parte recíprocamente.
El título de la obra no refleja que se trata fundamentalmente de un estudio local centrado en el Gran Bilbao; pero lo es en el mejor de los sentidos, a lo que debe añadirse que el grueso de sus protagonistas habían emigrado desde otros lugares de España y que muchas fuentes manejadas realmente son de carácter estatal. En cualquier caso, no cabe duda de que buena parte de las apreciaciones que contiene sobre la memoria y la experiencia de estas mujeres se podrían extrapolar a otras ciudades industriales.
Junto con la consabida bibliografía secundaria, la investigación se ha apoyado en fuentes hemerográficas, fondos documentales de numerosos archivos, un volumen considerable de publicaciones de época, medio centenar de películas y, como material insustituible, más de una veintena de testimonios orales valiosísimos. Naturalmente, las situaciones e impresiones descritas varían a lo largo del tiempo, siendo además muy distintas entre las internas y las interinas.
Como explica la autora, el servicio doméstico fue uno de los pocos trabajos femeninos que aumentó después de la guerra, y concentró el mayor número de mujeres activas; un sector ajeno a la regulación laboral y convertido prácticamente en una institución familiar. Siempre había sido una demostración pública de la categoría social, pero después de 1939 se convirtió en “algo más que una estrategia de supervivencia”, ya que no dejó de formar parte del proyecto de reeducación nacionalcatólico y “de la visión jerárquica y paternalista con la que el franquismo quería organizar la sociedad”. Las niñas eran preparadas para ejercer como señoritas o sirvientas en un marco de relaciones de subordinación y obediencia. No hay que olvidar que se trataba de un colectivo que en las décadas anteriores había llegado a sindicarse y a protagonizar huelgas, por lo que tampoco debe soslayarse la dimensión ideológica que subyacía en muchos casos.
En la obra se suceden unas categorías que encierran mucho interés, también, para la historia conceptual: sirvienta, empleada doméstica y trabajadora de hogar. Efectivamente, más allá de las tareas encomendadas —limpiar, cocinar, planchar, hacer recados, cuidar niños…— las connotaciones asociadas a uno y otro concepto no eran inocentes. Hablar de “empleadas” respondía a un lenguaje más moderno que, en determinados contextos, venía a asimilarlas tácitamente a ciertas clases medias cualificadas; mientras que referirse a “trabajadoras” —salto que se produce ya en la Transición— las encuadraba más bien en el movimiento obrero. Y no utilizar ninguna de esas dos categorías implicaba, en un sentido foucaultiano, restarles fuerza, como se encarga de subrayar la autora, que también recuerda que otras denominaciones, como sirvientas, criadas o chachas, terminarán siendo rechazadas por las propias aludidas debido a su connotación peyorativa. Ya a partir del desarrollismo, una vez decaiga la figura de la interna frente a la pujanza de la interina, era evidente que “ya no se trataba de «servir», sino de prestar un servicio por horas”.
Siguiendo una estructura cronológica, Eider de Dios analiza la evolución de dichas categorías —a la luz de las circunstancias personales de las trabajadoras, su estado civil, su mentalidad, sus motivaciones…—, pero también desentraña vertientes que exceden lo puramente laboral para entrar en el terreno de las cambiantes relaciones con los dueños de las casas, los vínculos emocionales y cuasiclientelares (esa especie de semiadopción), las separaciones físicas o simbólicas (espacios, comidas, uniformes…), los discursos y representaciones en el imaginario, los aprendizajes informales, las identidades subjetivas, las “nuevas estructuras del sentir”, el reconocimiento o la estigmatización social, la interrelación entre mujeres y unas feminidades que se redefinen, los modelos de ama de casa (y lo que llama “el paradigma acumulativo”), las implicaciones de la tecnificación, la presencia de la criada como personaje recurrente en muchos productos culturales, etc. También se examina el papel de organizaciones como las Hermanas Inmaculadas del Servicio Doméstico —verdadera agencia de colocación—, Acción Católica o la Sección Femenina, que trataron entremedias de tutelar a las muchachas del servicio, de acuerdo con unos parámetros bien distintos a los que luego encarnará la JOC, cuyas reivindicaciones se orientarán más claramente a la dignificación en el marco de las nuevas propuestas emanadas del Concilio Vaticano II. O las representaciones en el cine, donde la autora ve algo más que ridiculización, por darles al fin y al cabo visibilidad y reflejar alguna de sus problemáticas y nuevas identidades.
A medida que avanza el libro, se pone de manifiesto que trabajar fuera de casa, franquear en parte la domesticidad, encerraba un componente liberador, hasta de reafirmación de la autonomía femenina, que se acentúa al correr del tiempo y afecta tanto al modo de ver la relación laboral con los empleadores como a las relaciones de género en casa, puesto que se erosiona un modelo en el cual era el marido quien asumía el papel de breadwinner o sostén principal de la familia, y que veía en el reparto corresponsable de tareas una merma de su virilidad, máxime en un contexto de crisis de la masculinidad obrera. En los ochenta, como resume la autora, cada vez más mujeres “estaban dejando de tolerar ese modelo de varón”.
La obra, por último, incorpora el relato de la movilización organizada de estas mujeres hasta el Movimiento de las Trabajadoras de Hogar, así como de los diferentes proyectos que intentaron regular el servicio más allá de los precarios conatos del franquismo (1944, 1959, 1961) y de los inverosímiles planteamientos que lo consideraban un trabajo pero excluyéndolo de toda regulación laboral. Extraña Democracia fue aquella que permitió la naturaleza absolutamente discriminatoria del Real Decreto de 1985, lo que para Eider de Dios no dejaba de ser “una expresión de los límites de la Transición”.
El libro contiene, en fin, numerosos elementos para la reflexión y el análisis de este sector también en la actualidad. En este sentido, destacaría la metáfora que define a la empleada del hogar como “el caballo que permitía el galope entre ambas esferas, la laboral y la familiar” por parte de otras mujeres, es decir, la trabajadora que posibilitaba que otras, a su vez, llegaran a serlo. La problemática, ciertamente, fue muy debatida en el movimiento feminista, que reclamaba un cambio de paradigma que favoreciera una verdadera “liberación de la mujer” que no descansase sobre la explotación o la precariedad de otras, cuestionando la ética de ese “modelo de emancipación femenina”.
He aquí la historia de unas mujeres que, como afirma la propia autora, “estaba aún por contar”. Y ella lo hace con una solvencia que le ha valido la concesión del prestigioso Premio Internacional Victoria Kent en su XXVIIª edición. Se le puede reprochar, quizás, la ausencia de material gráfico, pero el libro invita a descubrir una línea de investigación abandonada en la que todavía hay mucho que trabajar, tanto a escala local como respecto a periodos anteriores. A mi juicio, la dignificación de este colectivo —fuera del terreno estrictamente laboral— también gana cuando por fin se escribe su historia.
Sergio Sánchez Collantes
Universidad de Burgos