DOI: http://dx.doi.org/10.19137/aljaba-2019-230108

ARTÍCULOS

 

REFLEXIONES SOBRE GENEALOGÍAS, MEMORIA Y ESCRITURA DE MUJERES: EXPERIENCIAS Y PALABRAS AL DESCUBIERTO

Reflections on genealogies, memory and writing of women: experiences and words exposed

 

María Dolores Ramos y Víctor J. Ortega
Universidad de Málaga, España

 

Resumen: Las genealogías femeninas contribuyen a rescatar los perfiles biográficos y las herencias recibidas de nuestras antepasadas en épocas, culturas y sociedades diferentes. Constituyen un método de investigación para restablecer los hilos de la memoria, revisar las narrativas históricas desde enfoques feministas y resaltar las diversidades, singularidades y fisuras frente a las teorías globalizadoras y las manifestaciones hegemónicas del poder. El artículo, planteado en sintonía con los últimos debates sobre la Biografía y la Autobiografía como género histórico-literario, muestra la capacidad de las mujeres para actuar como agentes de cambio, resistencia y oposición, contribuye a establecer los procesos de construcción/deconstrucción de las identidades y subraya el protagonismo femenino en la producción de fuentes históricas.

Palabras clave: Genealogías; Feminismos; Memoria; Biografías; Autobiografías

Abstract: The genealogies of women help to rescue the biographical profiles and inheritances received from our ancestors in different times, cultures and societies. They constitute a research method to reestablish the threads of memory, revise historical narratives from feminist approaches and highlight diversities, singularities and fissures in the face of globalizing theories and the hegemonic manifestations of power. The article, presented in line with the latest debates on Biography and Autobiography as a historical-literary genre, shows women’s capacity to act as agents of change, resistance and opposition, contributes to establish the processes of construction / deconstruction of identities and emphasizes the female protagonism in the production of historical sources.

Key words: Genealogies; Feminisms; Memory; Biographies; Autobiographies

Sumario: Introducción. Genealogías a la luz: lo que tiene nombre, aviva los recuerdos y enriquece las palabras. Perfilando biografías y autobiografías: la trama de las identidades. A modo de cierre.

Introducción

En los últimos años del franquismo y los inicios de la Transición democrática, época de grandes movilizaciones protagonizadas por los obreros, los estudiantes y las mujeres, los colectivos feministas se comprometieron a fondo en la tarea de descubrir a sus antecesoras, las republicanas de los años treinta, las modernas de los años veinte y las pioneras del siglo XIX. La historia construida desde el poder por la Dictadura y la desmemoria generalizada habían ocultado a las mujeres como sujetos y agentes sociales. Los relatos del bando vencedor en la Guerra Civil borraron los modelos de feminidad surgidos en los años veinte, las huellas de la participación de las mujeres en los movimientos sociales y la existencia de los feminismos hispánicos. Es cierto que en ese desierto surgieron con carácter pionero las obras de María Lafitte (1902-1986), condesa de Campo Alange, una intelectual liberal enfrentada a su tiempo. La secreta guerra de los sexos (1948; reed. 2008) y La mujer en España. Cien años de su historia (1964) abrieron el camino y pusieron de relieve la necesidad de hablar de las mujeres, recuperar sus biografías y construir su historia a partir de conceptos y métodos no androcéntricos (Moreno, 1990; Scott, 2008), pero hubo que esperar a los años setenta para que la conjunción entre historia social e historia de las mujeres, enmarcadas respectivamente en los postulados de la izquierda marxista y la teoría feminista, propiciara la recuperación de un pasado que había sido eliminado o reescrito en clave totalitaria y misógina.
La hispanista Geraldine Scanlon (1976) rescató a numerosas líderes y asociaciones olvidadas y difundió la tesis de la debilidad histórica del feminismo español, atribuida al atraso del proceso industrializador, el peso de la Iglesia católica y la escasa incidencia de las clases medias. Pero al utilizar el sufragismo anglosajón como rasero ignoró otros relatos emancipadores ligados a las culturas políticas de izquierdas y que sustentaron los feminismos ibéricos desde finales del siglo XIX. Las investigaciones sobre las mujeres en la República y la Guerra Civil española pusieron de relieve la importancia de unas genealogías femeninas formadas por sujetos históricos que aparentemente no habían existido, las “rojas” o “desafectas” borradas de los registros históricos, las represaliadas, presas y exiliadas, así como la necesidad de rescatar sus discursos y experiencias (Capel, reed. 1992; Nash, reed. 2016; Martínez y Ramos, 2014).
Estos ejemplos sirven para reflexionar sobre las genealogías femeninas y su importante papel a la hora de rescatar perfiles, trayectorias, discursos y experiencias, restablecer los hilos de la memoria y rehacer las narrativas históricas, mostrando las líneas de tensión entre lo público y lo privado, lo visible y lo oculto, los saberes “descalificados” y las teorías globalizadoras, y los obstáculos que han impedido que los relatos de/sobre las mujeres se desplacen desde los márgenes a las posiciones centrales en las dinámicas históricas (Barco et al., 2019; Ramos y Ortega, 2019). En este sentido el papel jugado por los feminismos ha sido fundamental, al mostrar la labor de las pioneras, sus ideas y experiencias, así como los vínculos entre sucesivas generaciones de mujeres, un hecho de enorme valor estratégico y simbólico para combatir olvidos, silencios y ausencias (Restrepo, 2016; Ciriza, 2006). Asimismo, la decisión de las mujeres de reconstruir su pasado en el marco de los debates entre igualdad y diferencia, desde sus propias elecciones teóricas y políticas, desde sus discrepancias, dentro y fuera del campo de los feminismos, ha tenido y tiene enorme importancia. Tensionadas por la doble jornada, los trabajos maternales, las tareas de cuidado, las involuciones políticas, crisis económicas, etapas bélicas y otras circunstancias, entendieron que su protagonismo no había sido debidamente explicado ni valorado, y que la “desmemoria” y las conexiones deshilvanadas sobre su pasado se debían, entre otras razones, a su situación periférica en sociedades en las que el hecho de ser varón, de raza blanca, clase alta, heterosexual y padre de familia era un “bien social”, un “capital” político y cultural para acceder a todo tipo de recursos (Amorós, 2005). Sin embargo, las voces y experiencias surgidas fuera de la esfera de poder hegemonizada durante siglos por las elites masculinas otorgaron nuevos significados a la “otredad”, reforzaron los discursos, tradiciones y redes sociales de los excluidos en general y de las mujeres en particular, cuyos lazos políticos, morales y afectivos originaron actos transgresores y situaciones de tensión, inestabilidad y conflicto (Valcárcel, 1997).
El estudio de las genealogías femeninas visibiliza a las mujeres; muestra los eslabones de la cadena establecida entre sucesivas generaciones, refleja aprendizajes, tradiciones, estrategias y transformaciones, y resalta la necesidad de recuperar retazos desconocidos de su memoria individual y colectiva. Invita también a reflexionar sobre las dificultades surgidas para establecer la filiación fuera del sistema patrilineal y las discontinuidades de las trayectorias femeninas desde el punto de vista político, social y cultural (Díaz, 2015, p.15). “Nacemos de mujer”, en efecto; sin embargo el patriarcado excluye al sexo femenino de las genealogías teóricas, obstaculiza la reconstrucción de las memorias de mujeres en el ámbito público, subordina su posición en las relaciones sociales de género y desplaza sus comportamientos hacia la periferia de lo que se considera relevante (Irigaray, 1985; Muraro, 1994; Rich, 1996). Por este motivo, cuando se producen excepciones no crean “escuela ni estilo”, sino todo lo contrario: facilitan la invisibilidad y la ausencia de reconocimiento, reflejan la subordinación de la mayoría, los forzados vínculos de las mujeres con los espacios domésticos, sus problemas para acceder a la esfera pública en igualdad con el otro sexo, y otorgan sentido al cuerpo -individual y social- como territorio donde se encarnan, positiva o negativamente, las experiencias, los poderes y deseos (Val y Gallego, 2013; Llona y Aresti, 2007; Hernández, 2015).
No es casual que la historia de las mujeres haya otorgado una importancia creciente a la literatura normativa y de ficción, el ensayo y las obras de contenido moral para estudiar discriminaciones, segregaciones y rupturas, para conocer mecanismos socializadores y transferencias culturales, para analizar la producción y reapropiación de discursos, la construcción de las identidades y los modelos de género. Particularmente útiles son las biografías, memorias y diarios de mujeres, que, como tendremos ocasión de ver en las páginas que siguen, no sólo reflejan aspectos subjetivos y colocan a sus autoras en el espacio público, donde serán juzgadas, aceptadas, ignoradas o rechazadas, sino que establecen mediaciones, aunque no de forma lineal, entre los hechos históricos y el presente, entre sociedades, culturas y ámbitos geográficos diferentes y resalta que “la memoria no es pasado muerto sino fuerza viva que se vincula al presente desde los avances y retrocesos y nos da luces para el futuro “ (Restrepo, 2016, p.49).

Genealogías al descubierto: lo que tiene nombre, aviva los recuerdos y enriquece las palabras

Virginia Woolf habla en Una habitación propia (1929; reed. 2013) de las mujeres en general y de las escritoras en particular, denunciando su exclusión del canon histórico-literario así como la necesidad de reconstruir unas tradiciones femeninas opuestas a las pautas patriarcales. Previamente, en Orlando (1928; reed. 2014), al trazar la biografía de la aristócrata Vita Sackville-West1, su amante en los años veinte, resaltaría el peso de la misoginia y plantearía otras cuestiones relacionadas con la homosexualidad y la bisexualidad. De este modo rompió en su época los clásicos estereotipos de sexo-género y el modelo heterosexual. La obra de Woolf constituye una invitación a explorar la relación entre historia y literatura, así como a descubrir cómo incide esa relación en las identidades y el imaginario. Sus ideas, que se anticiparon a las de autoras posteriores (Scott, 2008; Amstrong, 1991) se basan en la consideración de que el lenguaje -hablado, escrito, gestual- , tiene un importante peso en las experiencias sociales.
La literatura femenina ha roto silencios seculares. Recordemos que la española Carmen Baroja, una de las autoras de la generación del 98, permaneció excluida durante muchos años de su propia saga familiar en la que el protagonismo intelectual se lo llevaron sus hermanos Pio y Ricardo. Relegada por sus padres a la hora de recibir una formación cultural que se consideraba “propia de hombres”, fue rescatada por la crítica feminista y la historia de las mujeres (Baroja, 1998). No hablamos de un caso aislado. La incorporación de las genealogías femeninas a la literatura ha sido tardía. La escritora Susana Tamaro refleja en la novela Donde el corazón te lleve unas relaciones entre mujeres que han sido escasamente tratadas en narrativas y ensayos (Ramos, 2003). Una ausencia basada en las leyes, normas y construcciones simbólicas de la “casa del padre”, que tienen por insignificantes los afectos, encuentros y desencuentros femeninos. Así lo reconoce Laura Freixas en el libro Madres e hijas (1996)2, donde resalta la formidable “salud” de La Orestiada, Hamlet, El Rey Lear, Padres e Hijos y Los hermanos Karamazov, por citar algunos ejemplos de genealogías masculinas en la literatura frente a la más escasa y reciente presencia de genealogías femeninas: Una muerte muy dulce (Simone de Beauvoir, 1964; reed. 2003), La mala hija (Carla, 1993), La pianista (Jelinek, 1983; reed. 2005), La casa de los espíritus (Allende, 1988) o El club de la buena estrella (Tan, 1994) son historias de mujeres contadas por mujeres, piezas de una escritura dotada de rasgos específicos que ha suscitado el malestar de una parte de la crítica y la alarma en quienes defienden una “escritura neutra” y “aséptica”, construida, supuestamente, al margen de las identidades, ideologías y experiencias personales.
Sin embargo, aunque las mujeres hayan silenciadas durante siglos no carecen de tradiciones y se reconocen en las biografías y luchas de sus antepasadas. Así, La ciudad de las damas, el texto de Christine de Pizan (1405; reed., 2013), abrió una interesante controversia filosófica, política y literaria, la “Querella de las Mujeres”, en torno a la igualdad, la desigualdad y la diferencia entre los sexos. Su autora tuvo que tallar y resituar “las piedras”, los materiales discursivos, a fin de levantar una ciudad alegórica, un texto-recinto en defensa de las damas, que se encontraban “abandonadas como un campo sin cerca”. Aunque las mujeres habían enarbolado históricamente el bastón de la paz, utilizado la regla de la justicia y tejido sus propias redes, la historia guardaba silencio sobre ello. Es muy significativo que Pizan refleje ideas anteriores y adelante significados posteriores (Ramos, 2004; Zavala, 1996). El lenguaje del deseo, obra de Hadewijch de Amberes (fallecida en 1248), escrita en lengua flamenca, trata de la actividad intelectual de las beguinas, mujeres “heterodoxas” que formaron parte de un amplio movimiento contemplativo en la Europa medieval (Tabuyo, 1999; Rivera, 1994). La mística Teresa de Cartagena (1435-?) también utiliza en sus escritos el idioma materno, el castellano (Cortés, 2004), abriendo caminos a Teresa de Ávila (1515-1582) y Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). Esta forma de mirar el pasado nos lleva a revisar los textos desde una perspectiva que plantea un diálogo entre ellos y desvela que la conciencia genealógica del conocimiento y la cultura son un asidero para armar la identidad (González, 2018, p. 31). Marie de Gournay (1656-1645), otra autora inmersa en la “Querella de las mujeres”, parte de su propia experiencia para reflejar los mecanismos de desautorización femenina. Sin apartarse del discurso de la razón y la defensa de la igualdad, considera que el pensamiento secular del mundo clásico, las ideas religiosas y el ordenamiento jurídico-político fueron los grandes causantes de la discriminación femenina. Esta opinión pasó a las feministas ilustradas del siglo XVIII (Mary Wollstonecraft, Olimpe de Gouges, Inés Joyes y Josefa Amar y Borbón, entre otras) y originó una genealogía-memoria del derecho de las mujeres a cimentar saberes e investirse de autoridad (Bolufer, 2008; Wollstonecraft, 2000; De Gouges, 2018; Amar y Borbón, 1994).
Los casos se multiplican. El patrimonio político y cultural de las románticas y las socialistas utópicas pasó a las internacionalistas españolas del Sexenio Democrático (1868-1874), que, tras readaptarlo, lo transmitieron a las librepensadoras, anarquistas y socialistas del cruce de los siglos XIX a XX. Esa herencia llegó a las sufragistas de los años veinte-treinta y formó parte, modificada nuevamente, del proceso de modernización abordado en la Segunda República (Espigado, 2005a; Ramos, 2011; Ramos y Moyano, 2019). Precisamente uno de los síntomas de la modernidad es la
irrupción de voces femeninas, individuales y colectivas, que expresan deseos, expectativas y reivindicaciones. Las mujeres hablan de ellas, entre ellas, para ellas y para las/los demás, combatiendo los silencios impuestos por el patriarcado. El habla femenina, cada vez más politizada, provocó la ruptura de pautas de comportamiento, consolidó nuevos modelos de género e incentivó el miedo a la indefinición sexual, al “tercer sexo”, concepto aplicado a los sujetos cuyos roles se apartaban de las normas hegemónicas. Impulsó también la irrupción de proyectos feministas, la extensión de la ciudadanía y la canalización de luchas decisivas para la democracia y la emancipación humana (Ramos, 2014).

Perfilando biografías y autobiografías: la trama de las identidades

La feminidad y la masculinidad son categorías reelaboradas históricamente e inmersas en un entramado sociocultural en el que el género es un elemento transversal. Por esta razón, entre otras, las identidades en general, y las de género en particular, no son fijas, pueden ligarse, oponerse, segmentarse o permanecer sin amarrar a la espera de formar parte de una posible red de significados (emancipación, feminismo, antifeminismo, secularización, clericalismo, por citar algunos). Quién es quién, quiénes somos, quiénes fuimos, quiénes son las /los otros, quién es a medias, quién no es, cómo nos ven, cómo vemos a los demás, son preguntas relacionadas con la conciencia identitaria. La escritora Sybille Bedford comenta al respecto: “Los Kisling y los Huxley son los Kinsley y los Huxley mismos…Los Falkenheim, Nairn y Desmirail no son Falkenheim, Nairn y Desmirail… Mi madre y yo somos un porcentaje de nosotras mismas… Éstos, y todos los demás y todo lo demás, son lo que me parecieron a mí en distintas épocas” (Bedford, 2010, pp.11 y 15). Evidentemente, el hecho de nombrar es un acto mediante el cual nos ubicamos y nos ubican (Thiebaut, 1990).
Pero la importancia otorgada a los discursos no debe conducir a una huida nihilista de la realidad basada en la deconstrucción sistemática como procedimiento de lectura. Esta práctica supondría alejarse del terreno de la disciplina histórica entendida como “conocimiento científico, racional, verificable, contrastable y causal” (Moradiellos, 1993). Por otra parte, la feminidad y la masculinidad no sólo se construyen en el campo de los discursos sino en el de las experiencias articuladas a partir de intereses de clase, relaciones de sexo-género, culturas políticas y creencias, por citar algunos aspectos. La dificultad para llegar a un entendimiento entre las mujeres, incluso entre aquellas que comparten la misma posición social y similares ideas, rituales y prácticas de vida, la experimentan también los hombres. Las posibles diferencias entre mujeres, entre hombres, y entre mujeres y hombres, se perciben incluso en el interior de cada mujer y cada hombre, debido a que todo sujeto lleva dentro varios “yoes”, simultáneos o sucesivos, y desempeña roles muy diversos y plurales (Braidotti, 2000; Bolufer, 2014).
Las biografías, incluso en sus formas noveladas como Mariana, la monja portuguesa (Vaz, 1998) o Teodora, emperatriz de Bizancio (Bradshaw, 1996), aspiran a ofrecer una visión lo más completa posible del personaje estudiado. Los usos biográficos conformados en los pasados años setenta innovaron un campo que se había ocupado casi exclusivamente de las hazañas masculinas, de los hombres de las élites, de los personajes ilustres de una época, salvo algunas excepciones representadas por reinas-regentes, santas, monjas, cortesanas, benefactoras, escritoras, pintoras y destacadas pioneras sufragistas. Hay que recordar que históricamente las mujeres han sido ubicadas en los márgenes y que su notoriedad no ha sido suficiente para dejar huella indeleble en la memoria futura (Espigado, 2005b). Su visibilidad se debe en gran medida a los estudios de género y feministas, que han innovado conceptos, métodos y líneas de investigación. Desde este enfoque las biografías femeninas ponen de relieve trayectorias de vida que invitan a reflexionar sobre las nociones de inclusión/ exclusión y sobre los conceptos de “celebridad, notoriedad, transgresión o marginalidad que rigen, muchas veces de manera implícita, en las formas de memoria, de olvido y recuperación de discursos y experiencias” (Gallego y Bolufer, 2016, pp.19-20). Estos estudios han articulado lo individual y lo colectivo, lo público y lo privado, la vida y la obra, la persona y el personaje, contraviniendo la idea del marido de la insigne escritora gallega Rosalía de Castro (1837-1885), el historiador y periodista Manuel Murguía, que sostenía que las mujeres no debían tener hechos ni biografías (1886). Esta opinión, muy extendida, obligaba a las mujeres, incluso a las más celebres, a exhibir una marca de virtud y mantener una estrategia de acomodación acorde con el modelo de feminidad hegemónico, llevando a cabo unas actuaciones, -lo que Judith Butler (1990) denomina gender perfomance- que acabaron por formar parte de su subjetividad.
Un breve recorrido por la “historia biográfica” realizada en España en el primer tercio del siglo XX muestra el decisivo papel de Ortega y Gasset, impulsor de la Colección “Vidas Españolas e Hispanoamericanas del siglo XIX” (Cáliz, 2014) y la huella en el estudio de modelos femeninos de Lytton Strachey (Victoria I, 1995), Stefan Zweig (María Antonieta, 1937) y André Bretón (Sand, 1973). En la Colección de Ortega y Gasset encontramos seis biografías femeninas entre los 59 títulos publicados durante el periodo 1931-1942: las reinas Isabel II (1932) y María Cristina de Habsburgo (1936), la condesa de Montijo (1932), las escritoras Fernán Caballero (1931) y Concepción Arenal (1942) y la monja Sor Patrocinio (1936) (Tavera, 2016). En los años veinte-treinta varias escritoras trasladaron los cambios culturales de la modernidad a los estudios biográficos. Es el caso de Carmen de Burgos (Colombine): La Emperatriz Eugenia, su vida (1920), Margarita Nelken: Las escritoras españolas (1930) y María Luz Morales: Las Románticas (1930), autoras que sacaron a relucir trayectorias de vida de mujeres que tenían una incuestionable autoridad política o intelectual. Pero son obras aisladas. La presencia femenina en las vanguardias intelectuales y artísticas del primer tercio del siglo XX, dinamizada por núcleos de sociabilidad como la Residencia de Señoritas o el Lyceum Club (De Zulueta y Moreno, 1993; Fagoaga, 2002; Vázquez Ramil, 2012; Cuesta y Turrión, 2016) y la importancia en el plano literario, pictórico o ensayístico de María Zambrano, María Teresa León, Rosa Chacel, Maria Blanchard, Maruja Mallo o Remedios Varo, por citar algunos nombres, no contribuyeron a crear un espacio biográfico femenino en la década de 1930 (Aguado y Ramos, 2002; Mangini, 2001; Kirkpatrik, 2003).
La Guerra Civil española se llevó por delante bienes materiales y culturales, modelos de género y pautas de vida. El franquismo potenció galerías de mujeres -básicamente reinas, santas y “patriotas”- cuyas virtudes morales, acordes con los valores de la Dictadura, agrandaban sus perfiles a los ojos de curas, maestras, mandos de Sección Femenina y de Acción Católica de la Mujer. Durante largos años biografías y autobiografías sirvieron para educar a las mujeres en el canon de feminidad del nacional-catolicismo (Di Febo, 2003). Eran semblanzas femeninas acordes con los conceptos de “domesticidad”, “religiosidad total” y “moral católica” difundidos en libros de lecturas, enciclopedias escolares y revistas de Sección Femenina –Y[sabel], Medina, Bazar, Ventanal, Consigna- y Acción Católica de la Mujer, entidad que otorgó a sus publicaciones un matiz más confesional que la anterior: Misión, Para nosotras, Senda, Cumbres, Volad, Tin-Tan y Alba de juventud. También el “Cine de Cruzada” o “Cine Patrio” llevó a la pantalla biografías de mujeres para apoyar los ideales del nacional-catolicismo. Cabe recordar, entre otras, Inés de Castro (1944), Reina Santa (1947), Locura de amor (1948), Agustina de Aragón (1950) y La leona de Castilla (1951) (Rincón, 2014; Pereira, 2016). El relato cinematográfico fue un importante mecanismo socializador a la hora de difundir valores, estereotipos, roles y pautas de comportamiento.
En otro orden de cosas, las biografías colectivas abordan vidas paralelas, semejanzas, paralelismos, antecedentes y “hechos descendentes” ignorados por la historia, a veces con un sentido intergeneracional. Un precedente de estos estudios son las “galerías de mujeres” elaboradas por escritoras decimonónicas y publicadas en seriales de prensa, repertorios, compilaciones, catálogos y guías de urbanidad (Ginés Ortiz, 1874; Sáez, 1881). Estos materiales muestran la “tenue evolución del modelo cultural de feminidad a finales del siglo XIX”, el escaso protagonismo civil de las mujeres y la necesidad de tamizar las trayectorias de vida “disfuncionales”. Los catálogos de Faustina Sáez de Melgar y Adela Ginés y Ortiz están escritos por mujeres krausistas, liberales, espiritistas y católicas, entusiastas defensoras de la educación y el trabajo femenino, resaltan la importancia del entorno familiar y las instituciones sociales en la formación del modelo de feminidad y multiplican los bocetos sobre las mujeres de las clases medias, principales destinatarias de estas publicaciones en el mundo ibero-luso-americano3. Adela Ginés plantea los estereotipos femeninos como una herramienta educativa necesaria para acometer las tareas de regeneración social. Un objetivo utilitario que recae en las madres con una doble finalidad: transmitir a las hijas los conocimientos relacionados con el ámbito doméstico y a los hijos la necesidad de prepararse para triunfar en la esfera pública. De acuerdo con estos planteamientos, la escritora sostiene que el matrimonio es el acontecimiento más importante en la vida de una mujer y que toda esposa debe cuidar a su familia y ocuparse del hogar sin caer en la monotonía, que es la causa del “divorcio de los corazones” (Ginés y Ortiz, 1874; reed., 1995, p. 103).
La renovación de la biografía se sitúa en 1970, año en que Nancy Milford publica Zelda (reed.1990), un estudio sobre la escritora, pintora y bailarina Zelda Scott Fitzgerald (1900-1948), logrando reconstruir las desconocidas experiencias de una mujer creativa, moderna y feminista, una de las primeras flappers de los Estados Unidos. Es significativo que su novela Save Me the Waltz (1932) fuera censurada por el también escritor Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), su marido, que gozó de entera libertad para publicar El Gran Gastby y Suave es la noche, entre otras obras. Zelda reflejó en el manuscrito los conflictos, celos y mecanismos controladores de su esposo, adicto al alcohol, y la enfermedad nerviosa de ella, que acabó llevándola a una clínica de salud mental. Encontramos conexiones entre esta relación tóxica y la del matrimonio formado por el poeta británico Ted Hugues (1930-1998) y la escritora norteamericana Sylvia Plath (1932-1963), antigua alumna del Smith College, la afamada universidad femenina donde estudiaron Betty Friedan, Gloria Steinen y Margaret Mitchel, entre otras discípulas (Wagner-Martin, 1989). Plath publicó varios libros de poemas, obteniendo el Premio Pulitzer a título póstumo (1982), y una extensa obra autobiográfica en la que sobresalen sus Diarios, varias colecciones de Cartas y la novela La campana de cristal (1963). En estos textos denunció los reiterados actos de violencia que sufrió a manos de su esposo, así como el hecho de sentirse atrapada en una relación sentimental marcada por los escarceos amorosos de aquel y las aspiraciones feministas y el sentido de la libertad de ella. Sylvia Plath se suicidó los 30 años: “Mi tragedia -escribió poco antes- es haber nacido mujer (…), tengo que canalizar mis energías en la dirección y la fuerza de mi compañero”4.
Esta perspectiva analítica otorga valor a las experiencias, las emociones y lo cotidiano, confiriendo a la biografía del género mujer un carácter opuesto al estereotipo positivista de “vidas ejemplares” (Davis y Burdiel, 2005; Barrera, 2015). Otorga singularidad a lo subjetivo, sin renunciar al contexto histórico, a la par que posibilita registros, articulaciones e interacciones que interfieren entre sí o se potencian unos a otros (Borderías, 1997). Las historias de vida de mujeres muestran casos de resistencia al poder y a las normas, prácticas sociales renovadoras, transgresoras, y estrategias para superar la marginalidad o la exclusión. Más que el hecho de narrar puntualmente una serie de acontecimientos, desde el nacimiento a la muerte, proponen “un viaje hasta llegar a conocer a otra mujer… siendo conscientes de que el silencio es lo verdaderamente dominante y, a veces, significativo en la reconstrucción biográfica” (Espigado, 2005b, p.259).
También en los años setenta del pasado siglo comenzó a reformularse la escritura autobiográfica femenina. Según Carolyn G. Heilbrun (1994), la publicación en 1973 de las memorias de May Sarton: Journal of a Solitude (reed. 1992), no sólo sirvió de catarsis a su autora para sobrevivir en un mundo hostil, sino que planteó cuestiones de enorme interés: la relación entre sujeto y poder, los puentes existentes entre memoria y escritura o el establecimiento de pautas en la elaboración del método autobiográfico (Lejeune, 1985; Del Valle, 1995). No hay que olvidar que hablamos de un género histórico-literario que incluye vivencias, rememoraciones y justificaciones abordadas desde diferentes enfoques (Massanet, 1988, p.48). De ahí que los recuerdos adopten a veces los rasgos de una historia externa y otras la forma de una historia interna, mucho más intimista, sobresaliendo en ambos casos la voz del sujeto sobre las demás. Hablamos de materiales cualitativos que reflejan espacios de asimilación, tensión, ruptura o claudicación y conflictos de orden social, cultural y emocional. Son plurales: cartas, diarios, memorias, declaraciones personales y novelas autobiográficas como Nada de Carmen Laforet, publicada en 1944 (reed. 2010), y han recibido el nombre de “ego-documentos”, ya que apelan a un intrincado laberinto de recuerdos, experiencias, pensamientos, emociones y sentimientos personales. Su análisis suele dejar al descubierto, cuando se utiliza la perspectiva de género, el aislamiento, la soledad, la necesidad de las mujeres de abandonar el “cuarto de atrás” y el mirar “entre visillos”, como señala escritora Carmen Martín Gaite (1992 y 2009). Sin duda esta forma de escritura tiene mucho que aportar al proyecto de recuperación y transmisión de una historia donde la interrelación de las esferas pública y privada, lo cotidiano, las vivencias subjetivas, la cultura femenina y las rupturas producidas desde la conciencia de la diferencia, la exclusión y la desigualdad, ocupan los espacios centrales del discurso.

A modo de cierre

El propósito de las líneas anteriores ha sido aportar nuevos elementos para la reconstrucción de las genealogías femeninas en diferentes épocas, contextos y sociedades. Hemos querido explorar discursos, voces, escritos y experiencias desde el punto de vista individual y grupal mediante enfoques integrados en propuestas histórico- literarias que permiten visibilizar a las mujeres, mostrar los procesos de construcción/ deconstrucción de las identidades y los modelos de género en función de diversas categorías analíticas y momentos históricos De ahí que la autoconciencia, la memoria, el compromiso, la historia y las formas de escritura reflejen la capacidad de las mujeres para pensar y actuar en consonancia con la feminidad hegemónica o para ser agentes de cambio, oponerse a las jerarquías de género y afrontar el poder patriarcal de manera directa o indirecta, individual o colectivamente.
La escritura biográfica y autobiográfica resalta las historias de vida de mujeres excepcionales por su estatus, sus ideas, sus circunstancias y estrategias, pero también las trayectorias de numerosas “desconocidas” que han sido rescatadas del olvido. Proponemos la necesidad de seguir trabajando para conocer a nuestras antepasadas, averiguar sus aprendizajes, sus herencias, y el modo en que entregaron el testigo a las generaciones sucesivas. Con independencia de lo que ya sabemos, el entramado de sus vidas, de su historia, la urdimbre, es lo que no vemos y hay que descubrir. Tenemos que construir y atravesar numerosos puentes para desvelar sus discursos y experiencias, entrever sus rostros, escuchar sus voces, conocer las razones por las que se vieron obligadas a guardar silencio o a romperlo, o a rebelarse, restableciendo así significativos trazos de sus vidas.

Notas

1 Vita Sackville-West (1892-1962), poeta, novelista y biógrafa, autora, entre otras obras, del poema La Tierra y de la biografía Juana de Arco (2003). Tuvo un matrimonio abierto con el aristócrata Harold Nicholson, con el que tuvo dos hijos. Considerada una figura “andrógina”, no ocultó su bisexualidad. Mantuvo relaciones, entre otras mujeres, con su amiga de la infancia Violet Trefusis (1894-1972), con la que recorrió Francia a comienzos de los años veinte, vestidas ambas con ropas masculinas. Un testimonio de esta relación es el epistolario amoroso dirigido a Vita por TREFUSIS (1990).

2 El libro reúne las aportaciones de Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Josefina Aldecoa, Esther Tusquets, Cristina Peri Rossi, Ana María Moix, Soledad Puértolas, Clara Sánchez, Paloma Díaz-Mas, Mercedes Soriano, Almudena Grandes y Lucía Castro.

3 Destacan, entre las redactoras, las escritoras Joaquina Balmaceda, Rosario de Acuña, Blanca de los Ríos, Emilia Pardo Bazán, Ángela Grassi, Sofía Tartilán, Concepción Gimeno de Flaquer, Eugenia Estopa, Josefa Massanes y Ana María Solo de Zaldívar (Ramos, 2014, p.27).

4 Resulta clarificadora la consulta del artículo de DIAZ, Jenn (2013), “El club de los poetas suicidas: Sylvia Plath, JotDown, 13 de abril de 2013: http://www.jotdwn.es/2013/04/el-club-de-los-poetas-suicidas-Sylvia-plath (consultado en 20-XII-2018).

 

Fuentes literarias

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Recibido: 30/06/2019
Aceptado: 10/08/2019