ARTÍCULOS

Entre la casa y el ágora: género, espacio y poder en la polis griega

Between house and agora: gender, space and power in the Greek polis

 

Ma. Dolores Mirón Pérez

Instituto de Estudios de la Mujer / Departamento de Prehistoria y Arqueología Universidad de Granada (España)

 


Resumen:

Se analiza y reflexiona en este trabajo acerca del modo en que la sociedad griega clásica organizó en sus espacios, material y simbólicamente, las diferencias y jerarquías de género, como parte esencial del sistema de la polis. Aunque la sociedad de la Grecia clásica estaba bien definida genéricamente, los espacios de género eran permeables y flexibles, debiendo distinguirse entre ideal y práctica social. En la vida real, las mujeres se movían por los espacios públicos; los hombres vivían y trabajaban en la casa; aunque no se movieron por los mismos espacios del mismo modo. Se estudian principalmente dos espacios: el masculino andron, situado dentro de la femenina casa; y la femenina fuente, ubicada en la masculina ágora. Su ubicación, su expresión física, el uso que se hizo de ellos y su simbología nos hablan del modo en que mujeres y hombres estaban en la sociedad, y manifiestan espacialmente las relaciones de género como relaciones de poder.

Palabras claves: Género; Espacio; Poder; Grecia antigua.

Abstract:

The aim of this article is to analyse and reflect on the way how classical Greek society organised through spaces –material and symbolically–, gender differences and hierarchies, as an essential part of the system of the polis. Although genders in classical Greek society were well defined, gender spaces were permeable and flexible; thus we must separate ideal from social practice. In the real life women moved in public spaces; men lived and worked at home; but women and men were not in the same spaces in the same way. Two spaces are especially studied: the male andron in the fwomen and men in the society, and reveal spatially the gender relations as relations of power.

Key words: Gender; Space; Power; Ancient Greece.

Sumario: 1. Los espacios masculinos en la casa: el andron. 2. Los espacios femeninos en el ágora: la fuente. 3. Reflexiones finales.


 

El modo en que cada sociedad usa, vive y piensa el espacio se inscribe, como parte inseparable e indispensable, en su sistema social, político, económico y cultural. Las diferentes instancias de relación social y estructuras de poder necesitan organizarse espacialmente, de manera material y simbólica. En este sentido, el género juega un papel esencial en la formación de los espacios, física y conceptualmente, como elemento fundamental de las identidades humanas, las relaciones sociales, y el entramado político, económico e ideológico (Foxhall y Neher, 2011:491). Las prácticas y las ideologías de género se manifiestan, pues, en espacios físicos y simbólicos, parte esencial e inseparable del modo físico y simbólico en que se organiza una sociedad.

En este trabajo se pretende analizar y reflexionar sobre el modo en que la sociedad griega clásica organizó en sus espacios, material y simbólicamente, las diferencias y jerarquías de género, como parte esencial del sistema de la polis. El discurso griego acerca de la asignación de espacios según el sexo –mundo de dentro, mujeres; mundo de fuera, varones– se encontraba en la base de las conceptualizaciones en torno a los papeles, valores y actitudes de género, y de la justificación de la subordinación de las mujeres. Las dicotomías de género arraigaron tan poderosamente en el pensamiento de las sociedades llamadas Aoccidentales” que siguen, en mayor o menor medida, presentes en la actualidad: femenino/masculino, maternidad/política-guerra, naturaleza/cultura... Estas dicotomías estaban relacionadas entre sí, con las concepciones de lo femenino y lo masculino como eje, y los espacios de mujeres y hombres y el modo en que estaban en ellos. Es una idea presente en los mismos preliminares del mundo de la polis, como ya se observa en el siglo VIII a.C. en los poemas homéricos –bien recogiendo una tradición anterior, bien reflejando la sociedad de su tiempo–, donde la casa es el espacio propio de las mujeres, mientras que el de los hombres es el de la guerra y la política, es decir, el mundo exterior (Homero, Ilíada, 6,490-493; Odisea, 1,355-359; 21,35-353). En este sentido, las conceptualizaciones de género marcaban una división crucial entre los espacios domésticos, propios de las mujeres, y los espacios públicos, masculinos por definición. Estos espacios se expresaban especialmente en casa (oikos), ámbito “natural” de las mujeres, y plaza pública (agora), el ágora, donde residían las principales instituciones de poder masculino. Aunque el mundo de la polis no era unitario, como tampoco el de las mujeres dentro de ellas, y cada ciudad-estado podía expresarse espacialmente de acuerdo a las necesidades de sus diferentes relaciones sociales e instituciones públicas, esta básica división conceptual estaba arraigada en todas ellas, aun cuando se manifestase de maneras variadas1.

La relación entre casa y ciudad era interdependiente, de modo que no era posible trazar una estricta línea divisoria entre lo que hoy en día llamamos “público” y “privado”. Como señala Aristóteles, la ciudad constituye una “comunidad de familias y aldeas para una vida perfecta y autosuficiente”, capaz de satisfacer mejor las necesidades personales y sociales, lo que supone la “vida feliz y buena” (Política, 1280b-1281a). Lejos de considerar polis y oikos como mundos independientes, la civilización griega, a la vez que separaba y definía claramente sus espacios y características, los articulaba estrechamente, de modo que no tenían sentido el uno sin el otro (cfr. Cohen, 1991; Humphreys, 1983:22-32). El pensamiento griego es ante todo dialéctico. Los elementos de una dicotomía –dentro/fuera, casa/ciudad, mujeres/hombres– se interrelacionan y se necesitan, a menudo se confunden y nunca son unidireccionales; se relacionan dialécticamente. Parafraseando un lema del feminismo de los años 70, en Grecia antigua “lo familiar es político”.

Los espacios de género son permeables y flexibles, también en sociedades tan bien definidas genéricamente como la Grecia clásica. Aunque ambos interactúen, debe distinguirse entre ideal y práctica social. En la vida real, las mujeres se movían por los espacios públicos, incluida el ágora; los hombres vivían en la casa. Aunque no sólo importa dónde se está, sino cómo se está; porque mujeres y hombres no   se   movieron   por   los   mismos   espacios   del   mismo   modo.   En   las ágoras de las ciudades griegas había un espacio conceptualmente asociado a las mujeres, la fuente; mientras que en la casa solía existir un ámbito propio de los hombres, el andron (de aner, andros = varón). Es en estos dos espacios sexuados donde incidirá especialmente este análisis. El lugar donde se ubicaban, su expresión física, el uso que se hizo de ellos y las metáforas con las que se pensaron, nos hablan del modo en que mujeres y hombres estaban en la sociedad, y manifiestan espacialmente las relaciones de género como relaciones de poder.

1. Los espacios masculinos en la casa: el andron

El núcleo básico de la polis griega era, como he señalado, el oikos. Este término, que aquí he estado traduciendo por “casa”, definía un concepto más amplio, que englobaba vivienda, familia y propiedades, aunque también se empleaba para designar concretamente cada uno de estos tres componentes. En el seno del oikos se reproducía biológica y socialmente la ciudad, pero también era la unidad básica de actividad productiva, teniendo en cuenta que la vivienda era un espacio de producción –bien para el mercado, bien para consumo interno–, y que de las propiedades del campo se extraían principalmente los recursos que sostenían tanto al oikos como a la ciudad en su conjunto, en un sistema basado mayoritariamente, en lo socioeconómico pero también en lo político –un ciudadano se definía en su triple condición de guerrero, político y propietario agrícola– en la propiedad privada de la tierra. Así, la disciplina que trataba de la administración de la casa, la oikonomia, englobaba de manera inseparable sus aspectos, productivos, reproductivos y morales, entendiéndose en el pensamiento griego que la economía era ante todo la economía del oikos (Mirón, 2004).

Como núcleo básico de producción y reproducción, el oikos podía definir la propia ordenación física de la ciudad. Más allá de que la polis fuese un conjunto de casas, en algunas de ellas, en particular las de nueva planta, como las colonias, la medida física de la casa definía también las medidas en que se ordenaba el núcleo urbano y el territorio. Por ejemplo, en la colonia de Selinunte, las investigaciones arqueológicas han descubierto que la medida de la parcela urbana (oikopedon)  definía las dimensiones de la agrícola  –correspondiente al tamaño de la manzana de casas–, e incluso el área del ágora2. Oikos y polis se definen mutuamente. Existe un paralelismo entre los componentes de la segunda (comunidad ciudadana, núcleo urbano, territorio) y los del primero (familia, casa, hacienda). En las relaciones de poder, si la política de la ciudad estaba dirigida por los ciudadanos –varones–, que tenían dominio sobre el resto de sus componentes – mujeres, extranjeros, esclavos–, a la cabeza de la casa se encontraba un ciudadano, que representaba a la misma ante la polis y tenía autoridad legal sobre su familia y sus esclavas/os (cfr. Westgate, 2007).

En sus componentes humanos, el espacio físico de la casa estaba habitado por la familia y las esclavas y esclavos domésticos. La familia era normalmente de tipo nuclear –padre, madre, hijos e hijas–, aunque podían vivir en la casa la abuela y el abuelo paternos, las hermanas y hermanos del padre que aún no habían contraído matrimonio, y otros parientes y allegados acogidos de manera más o menos temporal.

La casa griega de época clásica (siglos V-IV a.C.) era un espacio encerrado en sí mismo, normalmente con una sola puerta de acceso y pocas ventanas al exterior: de haberlas en la planta baja, era a altura suficiente como para no ser visto el interior desde la calle; respecto al piso superior, las fuentes literarias constatan la existencia de ventanas, e incluso balcones. Aunque los primeros ejemplares se remontan al siglo VIII a.C., coincidiendo con la emergencia de la polis, es en época clásica –momento de su máximo desarrollo– cuando se generaliza un modelo de vivienda articulada en torno a un patio (Westgate, 2007), corazón de la casa, y espacio para actividades religiosas, económicas, y relaciones sociales3. Constructivamente predominaba la pobreza de los materiales y las expresiones de riqueza –arquitectónicas y sobre todo elementos muebles, por lo general poco abundantes– se limitaban al interior de la casa, de modo que ésta tenía hacia el exterior una apariencia modesta, se tratase de viviendas de clases humildes o acomodadas, que tendían a convivir en los mismos barrios. Se ofrecía así una imagen de homogeneidad social –incluso cuando, a partir del siglo IV a.C., al hilo de la profundización de las diferencias sociales, aumenten el tamaño y el adorno de algunas casas–, que se podría relacionar con el ideal de isonomia (igualdad ante la ley), ligado al concepto de ciudadanía propio del sistema de la polis (Westgate, 2007:237-240).

En su interior, la casa contenía un número variable de estancias, organizadas en torno al patio, y cuya función concreta a menudo no es fácil de determinar, así como su asignación a mujeres o a hombres. Las fuentes literarias aluden con cierta frecuencia a los aposentos de las mujeres (gynaikonitis), una habitación o conjunto de habitaciones donde vivían las mujeres, y de los que se llega a decir que estaban guardados por gruesas puertas cerradas con cerrojo. También en la cerámica ática aparecen a menudo puertas en relación con escenas femeninas; es difícil discernir si se trataba de la puerta de la calle o de un aposento interior, contando además con la carga simbólica de las representaciones cerámicas. La arqueología, sin embargo, no confirma la presencia de los aposentos de las mujeres como espacio físico definido (Antonaccio, 2000; Mirón, 2005:354-357; Nevett, 1995). En algunas viviendas de mayor tamaño y adorno, a partir del siglo IV a.C., se observa una cierta separación de la casa en dos ámbitos, normalmente por unión con la vivienda vecina, uno más ricamente construido y adornado, más volcado a las relaciones con el exterior, y otro más modesto, destinado sobre todo a actividades de trabajo y tal vez a dormitorios (Nevett, 1999:109-114). Pero no es posible identificar este último con la gynaikonitis. Se ha señalado que el mencionado diseño de casa cerrada en torno a un patio, vinculado al concepto de ciudadanía en el sistema de la polis, respondería, entre otras, a la necesidad de asegurar la castidad femenina y, por tanto, la transmisión legítima del estatus de ciudadano, siendo las mujeres guardadas de este modo de la visión de hombres extraños (Nevett 1999:68-74). Así que se podría hablar mejor de la casa como espacio eminentemente femenino, separado del mundo exterior de los hombres. Pero éstos también necesitan techo, vivir en algún lado, por más que se afirme un “hombre de bien” pasa poco tiempo en casa (Jenofonte, Económico, 7,2-3).

En primer lugar, los hombres necesitan dormir bajo techo. Arqueológicamente ha sido imposible hasta ahora identificar dormitorios, tal vez porque los elementos del mobiliario que podrían indicarlos estaban fabricados con materiales perecederos, aparte de que podía tratarse de espacios polivalentes; tal vez porque seguramente se hallaban en la planta superior, de haberla, de la que no nos queda en ningún caso restos. La literatura menciona especialmente el tálamo, dormitorio conyugal y lugar fundamental de relación entre el señor y la señora de la casa. Se ubicaba literariamente en la zona más privada de la vivienda, y en él tenía lugar el objetivo fundamental del oikos: la procreación de hijos. Se consideraba el espacio más sagrado de la casa y más digno de preservación (Mirón, 2005:354). Aunque era un espacio mixto, se asociaba literaria e iconográficamente a la señora de la casa, quizá por era ahí donde toda esposa e hija de ciudadanos cumplía su función primordial en la polis: darle hijos.

La casa griega, rural o urbana, era también un lugar de trabajo, incluidas labores de producción. Dentro se ubicaban talleres artesanales y espacios de almacenamiento y transformación de materias primas (Ault, 1994; Cahill, 2002; Nevett, 1999; Thompson y Wycherley, 1972:173-185). Arqueológicamente se han podido identificar espacios como la cocina, despensas, almacenes, talleres y tiendas. Son abundantes los testimonios de trabajos femeninos, como la elaboración del vestido o la transformación de alimentos – singularmente la molienda de grano y la elaboración del pan–; pero también de trabajos de transformación agrícola que se suelen asignar a hombres –prensas para el aceite y lagares para el vino– y artesanales, como fabricación de terracotas, tallado de mármoles, metalurgia, etc. Tiendas y talleres podían estar conectados o no con el interior de la casa; pero lo que cabe destacar es que la mayoría de vestigios de actividades artesanales se encuentran dentro del área de vivienda, sin que haya una clara división entre espacios productivos de hombres y mujeres. De hecho, se observa ante todo flexibilidad en el uso de los espacios, y un desplazamiento temporal de actividades dentro de la casa en función de circunstancias particulares o factores climatológicos (Foxhall, 2000). Por ejemplo, no puede ser casual la coincidencia entre la alta concentración de actividades en el pórtico del patio en las casas de Olinto y el hecho de que la ciudad fuese destruida en pleno verano. Predominan, pues, los espacios polivalentes, usados para una amplia gama de actividades, considerando también que las casas no eran muy grandes y las actividades muchas, y era difícil establecer separaciones estrictas (Nevett, 2010:16-20).

Por otro lado, la idea de que el ciudadano de bien pasa poco tiempo dentro de casa tiene más que ver con la expresión de un ideal aristocrático que con la vida cotidiana de los hombres de clases sociales menos acomodadas. Así, el trabajo artesanal, sedentario y realizado dentro de la casa, fue considerado por algunos autores afeminado ─los zapateros tenían fama de tener la piel blanca como las mujeres (Aristófanes, Asamblea, 386)─ y debilitador del cuerpo y del carácter (Jenofonte, Económico, 4,2-3).

En realidad, aparte de la cocina4, el único espacio particular asignado a un género determinado que ha podido ser constatado por la arqueología, es el andron, la sala de reunión de los hombres, donde tenía lugar el symposium, una de las instituciones más singulares de la masculinidad griega. Los symposia eran reuniones nocturnas, donde los hombres, echados en lechos, bebían vino, comían, conversaban sobre diversos asuntos, se divertían y se relacionaban entre sí. El symposium ha sido reflejado en incontables ocasiones en la literatura y las decoraciones cerámicas griegas, con lo que contamos con suficiente información como para identificar arqueológicamente el espacio donde tenía lugar5. La ciudad que nos ha proporcionado los más numerosos y mejores ejemplos de andrones es Olinto, en la península de Calcídica, cuyas casas –o al menos sus muros inferiores– han sido bien preservadas, gracias a que, tras su destrucción en 348 a.C. por Filipo II de Macedonia, no volvió a ser ocupada. El andron típico de Olinto (Cahill, 2002; Robinson y Graham, 1938:171-185) consiste en una habitación cuadrada, de paredes pintadas, bordeada por una plataforma de cemento con capacidad para colocar sobre ella entre tres y nueve lechos; el centro de la estancia suele estar dotado de algún sistema de drenaje y de un pavimento impermeable, que puede consistir en un cementado, un empedrado y a menudo en mosaicos. Está precedido por una antecámara, también decorada con pinturas y a veces con mosaicos, con la puerta orientada de tal forma que es imposible ver el resto de la casa desde el interior del  andron. De este modo se preservaba la intimidad del resto de la casa cuando había visita, teniendo en cuenta que en Olinto, aunque en algún caso el acceso al andron se hacía desde el vestíbulo mismo, lo habitual era que se hallara en el patio. No era la única función de la antecámara. En la Casa de los Muchos Colores (Cahill, 2002; Robinson, 1946:183-206) se halló en este espacio un grupo de clavos decorativos de bronce a los que estaban adheridos restos de madera quemada, además de platos y fragmentos de una crátera –vaso donde se mezclaba el vino con agua y objeto protagonista en todo symposium–, por lo que podríamos hallarnos ante los restos de un mueble donde se guardaba el equipamiento para el simposio.

Esta tipología del andron con plataforma para los lechos fue típica de época clásica, haciendo su aparición en el siglo V a.C. Además de Olinto, se reproduce en numerosos lugares de Grecia, aunque puede variar de tamaño, forma o ubicación (Ault, 2000:487-488; Nevett, 1999). Por ejemplo en la casa 7 de Halieis (Ault, 1994:88), en el Peloponeso, además de estar el andron provisto de antecámara, su acceso, aunque en el patio, se hallaba junto a la puerta de entrada. En la Casa Central, en la ladera noreste del Areópago, en Atenas, especialmente grande y datada en el siglo IV a.C. (Nevett, 1999:90-91), el andron estaba en el patio, aunque cerca de la entrada, pero carecía de antecámara.

Un ejemplo particular lo hallamos en la llamada Casa de los Mosaicos en Eretria (Eubea), que contaba con dos patios –fruto tal vez de la unión de dos casas–, que señalaban dos áreas arquitectónicamente diferenciadas (Nevett, 1999:108-112). El patio oeste consistía en un peristilo6 y contaba al menos con tres andrones, adornados con ricos mosaicos. El segundo patio era más sencillo, aunque algunas habitaciones estaban empedradas y pintadas, y pudo estar ocupado por un jardín. Podría pensarse que nos hallamos ante la constatación arqueológica de la existencia de la gynaikonitis, pero más que de separación entre hombres y mujeres, cabría hablar de separación entre zona de recepción de invitados –una actividad que debió de tener especial interés para los habitantes de la casa– y la zona tal vez de habitación y trabajo. Por otro lado, esta casa es expresión de la tendencia, a partir de s. IV a.C., a hacer mayor despliegue de riqueza dentro de algunas casas, y a separar entre dos espacios domésticos, tendencia que se relaciona con una aumento de las diferencias sociales, manifestada sobre todo en el incremento espectacular de la riqueza de las clases altas.

Llama la atención el hecho de que al andron se accediera desde el interior de la casa, por lo general desde el patio, e incluso atravesándolo, aunque no había que internarse en otras habitaciones. El patio era precisamente otro de los ámbitos más decorados de la casa, con pinturas parietales y elementos arquitectónicos, de modo que compartía con el andron un carácter “público” dentro del espacio doméstico. Y, sin embargo, era también un lugar de almacenamiento y donde las mujeres tenían a menudo sus telares, solían moler el grano e incluso podían cocinar en él, sobre todo en verano, de modo que el visitante debía pasar –o al menos vislumbrar– el centro de las actividades domésticas. Dado que las fuentes literarias insisten en que las mujeres honestas deben guardarse de la presencia de extraños y desde luego les estaba vetada su asistencia a los symposia7, se debieron articular diversos mecanismos para evitar encuentros incómodos (Nevett, 1995), como la existencia de la antecámara y el cierre de la puerta del andron, o incluso el cese temporal de la actividad en el patio. Después de todo, un symposium no era algo que se celebrara todos los días.

Tampoco constituía el andron un espacio mayoritariamente presente en las casas griegas, ni siquiera en Olinto, ni necesariamente en las de mayor tamaño. Son más las casas cuya presencia no se constata materialmente, y son más propios de las viviendas urbanas que de las rurales, aunque en éstas también puede aparecer de forma ocasional (Nevett, 2010:55-57). La ausencia de restos arqueológicos del andron podría señalar una polivalencia de los espacios: el symposium podría celebrarse en cualquier lugar de la casa. De hecho, en Olinto se ha hallado más cerámica propia del simposio en casas sin andron, lo que tal vez puede indicar asimismo que la vajilla empleada en las casas más acomodadas era de metal –bronce, plata e incluso oro–, más difícil de ser preservado, sobre todo si la ciudad fue saqueada (Cahill, 2002). También sabemos que incluso pudo emplearse el patio, lo cual implicaría una conducta más contenida por parte de los participantes, ya que ahí no podrían estar aislados de las mujeres de la casa (Nevett, 2010:57-61). De la flexibilidad en los espacios de la casa nos habla el discurso del ateniense Lisias Sobre la muerte de Eratóstenes, donde narra cómo en la vivienda de un ciudadano de clase media, los aposentos de los hombres se trasladaron al piso superior –y allí recibía el marido a sus invitados–, y los de las mujeres al inferior temporalmente, porque la esposa acababa de dar a luz y necesitaba acceso rápido y cómodo al agua, que –junto con el espacio “femenino” de la cocina– se hallaba en la planta baja.

El andron mismo pudo ser un espacio polivalente y mixto. Los andrones de Olinto –como suele ocurrir en otros ejemplos en el resto de Grecia–, estaban situados de tal modo que una de sus paredes diese a la calle, lo que podría indicar que se abriría en ella una ventana, sin duda lo suficientemente alta como para evitar verse el interior desde el exterior. Se ha especulado que, de este modo, la luz y el ruido del interior podrían percibirse desde la calle, señalando que la misma celebración del symposium delataba el estatus del dueño de la casa (Cahill, 2002). Sin descartar esta funcionalidad de la ventana, y teniendo en cuenta que los symposia se celebraban de noche y de manera bastante ocasional, también podía indicar un uso diurno de la estancia, quizá como sala de estar o para recibir visitas más cotidianas (Nevett, 2010:49). Sin embargo, aunque la ubicación del andron dentro del espacio doméstico pudo implicar que su uso para el symposium fue más infrecuente que otros, quizá para alguna gente la idea de participar en él fue más importante que la frecuencia real con se celebraba, ya que el symposium pareció convertirse en época clásica en una actividad en la que la mayoría o todos los ciudadanos podían participar y, por tanto, se vinculaba a la misma noción de ciudadanía (Nevett, 2010:62).

En todo caso, el hecho de que el andron, cuando lo hay, sea el espacio más adornado de la casa, significa que se pone especial cuidado en él y mayores recursos económicos que en el resto de la vivienda, denotando el estatus, ante el exterior, de sus habitantes, y en particular de su cabeza de familia. Esta función se extiende al patio como área de paso; y aquí el hecho mismo de mostrarlo, de que el visitante pueda observar no sólo su adorno, sino también su limpieza, su orden y la presencia de signos evidentes de la laboriosidad de sus mujeres, indica que, aunque no pudieran ser vistas, sí podían contribuir a la imagen positiva de la casa y sobre todo del hombre que la gobernaba.

En algunas ocasiones, además del andron y el patio, otras estancias de la casa eran adornadas con pinturas y mosaicos. En la mencionada casa del barrio al noreste del Areópago de Atenas, había dos habitaciones, además del andron, con pavimento de mosaicos, y sin restos del reborde típico de los andrones. Olinto es de nuevo la ciudad que ofrece los mejores ejemplos, en particular en el llamado barrio de las villas, tal vez extramuros, donde se hallaron las viviendas más ricas. En la mencionada Casa de los Muchos Colores, se descubrió un complejo de dos estancias, comunicadas mediante pilares –la más pequeña pudo ser un patio de luces–, en proceso de ser decorada con pinturas y mosaicos; además de indicios evidentes de intensa actividad textil –al menos dos telares e instrumentos para el hilado–, se halló abundante vajilla fina de mesa de uso preferentemente femenino, vasitos rituales –típicos en los cultos de mujeres– y terracotas con representaciones femeninas. Similar disposición ofrece un complejo en la Villa de los Bronces (Cahill, 2002; Robinson, 1946:235-258), decorada con pintura roja y mosaicos, donde se encontraron dos elegantes lámparas, restos de tres muebles –uno quiza para ropa–, vasitos rituales y ungüentarios, de nuevo restos relacionados con lo femenino. El ejemplar más rico corresponde la Villa de la Buena Fortuna (Robinson y Graham, 1938.55-63), una casa de mayor tamaño del habitual, seguramente situada en medio de una parcela agrícola, y cuyo andron ha ofrecido uno de los más sofisticados ejemplos de mosaico de guijarros de época clásica. En el noreste del patio se hallaron dos estancias con disposición semejante a un andron, pero con la antecámara menos subordinada y sin plataforma para lechos; las paredes estaban pintadas en rojo con zócalo blanco, y el pavimento cubierto con mosaicos de motivos simples, estando inscrito en los de la antecámara “Agathe Tyche” (Buena Fortuna), justo debajo de una “rueda de la fortuna”, presente también en varios andrones de la ciudad (Nevett, 1999:77). Es probable que se tratara de salas de estar (diaiteteria), mencionadas por la literatura, que eran empleadas por toda la familia, y donde se recibía las visitas de parientes y amigos cercanos –con la presencia de las mujeres de la casa–, en especial las mujeres a sus amigas, momento en que podían conversar mientras se entregaban al hilado y tejido de la lana8.

Así pues, los lugares mejor decorados de la casa correspondían a los de relación con el exterior: el andron, el patio y la sala de estar. Pero la mucha menor frecuencia de las sala de estar –o al menos de las decoradas– respecto al andron, y la mayor sofisticación en el adorno del segundo, nos indican cuáles fueron los espacios mejor considerados de la casa, al menos de cara al exterior. Así se expresan arqueológicamente las jerarquías de género, siendo los espacios masculinos los que requieren de mayor elaboración y, por tanto, mayores gastos para la misma. Por otro lado, fuera cual fuese la flexibilidad y polivalencia en el uso del andron, seguía estando vinculado conceptualmente al mundo de los hombres.

En este sentido, el andron era tanto una habitación funcional como el símbolo de una función (Jameson, 1990:190-191). Y esta función estaba asociada al cabeza de familia como miembro del cuerpo ciudadano. Como se ha señalado, la casa con patio estaba vinculada al sistema de la polis y a la noción de ciudadanía; y particularmente a las democracias, donde todo varón adulto hijo de ciudadanos participaba en el poder político. De ser dependiente de un hombre poderoso en los sistemas aristocráticos anteriores, se elevó al estatus de cabeza de una casa independiente; la forma cerrada de la casa sugiere una mayor definición del ámbito privado y un mayor control sobre el espacio doméstico; y el incremento de los ámbitos destinados a almacenamiento y producción, el ideal de autosuficiencia que evitaría la dependencia (Westgate, 2007:234). Este tipo de casa puede considerarse, pues, en palabras de Ruth Westgate “la encarnación del ideal de la casa como una unidad semi-autónoma y autosuficiente bajo el control del ciudadano varón, que de este modo ganó la autoridad para participar como un igual en la comunidad política” (2007:241); empoderamiento que supuso la agudización de las diferencias entre hombres y mujeres, y entre libres y esclavos (2007:234-235). Así pues, la casa no era sólo una unidad social de residencia, sino que “connotaba la casa como concepto”; su estructura física expresaba un “oikos nocional”, a la vez que “la función simbólica y conceptual de la casa     generizaba     la     conducta     de     los     individuos     dentro  de  esta estructura” (Antonaccio, 2000:520-521).

2. Los espacios femeninos en el ágora: la fuente

El espacio público definitorio de la polis como comunidad ciudadana fue el ágora, que nació con ella y era su centro, física y simbólicamente. La plaza principal de la ciudad era un espacio de vida, encuentros, rituales, transacciones comerciales y debates políticos, que cumplía una triple función: política, económica y religiosa (ver Lonis, 2000). Era en ella donde solían erigirse las sedes de las principales instituciones políticas y administrativas; en muchas ciudades, allí se reunían los ciudadanos en asamblea. También servía habitualmente de mercado, conteniendo puestos de vendedores de todo tipo, y mesas de cambistas y banqueros. Asimismo estaba dotada con edificios y monumentos cultuales, y era lugar de celebración de juegos, concursos, procesiones y rituales. Allí se hallaba también el pritaneo, donde ardía el fuego del hogar común. Corazón de la polis, como lo era el patio del oikos, era el espacio público por antonomasia, masculino por tanto, o al menos masculino ciudadano.

Frente al carácter cerrado y modesto de la casa, el ágora era un espacio abierto y monumentalizado, al que se procuraba dotar de un conjunto arquitectónico imponente, realizado con los mejores materiales y en cuya construcción y adorno intervinieron los mejores artistas. Reflejaba, pues, la organización política y las preocupaciones de la ciudad, al tiempo que ofrecía, a propios y extraños, la imagen de la polis. Aunque se trataba de un espacio abierto, era también un área sagrada, delimitada, a veces con un muro, normalmente con edificios, y marcada con horoi (mojones) (Thompson y Wycherley, 1972:117-119).

De los edificios del ágora destacaban las estoas, pórticos que solían delimitar el espacio de la plaza, y que servían para guarecerse del sol y la lluvia y, sobre todo, como lugar de encuentro de los hombres, que trataban allí de negocios y asuntos políticos o simplemente conversaban con otros ciudadanos. A veces eran sede de alguna magistratura, y a menudo contenían una serie de estancias en su parte interior, donde se ubicaban establecimientos diversos, entre otros, andrones para la celebración de symposia de carácter público (cfr. Schmitt-Pantel, 1997).

A pesar del carácter eminentemente masculino del ágora, las mujeres también transitaban por ella (Mirón, 2002; Nevett, 2011). No eran pocas las vendedoras que ofrecían sus productos en el mercado. Tampoco faltaban los rituales con presencia femenina. Por ejemplo, el ágora de Atenas estaba atravesada diagonalmente por el Camino Panatenaico, que iba de la Puerta de Dipylon –entrada principal de Atenas, que conducía a la carretera del santuario de Eleusis– a la Acrópolis, centro religioso fundamental de la ciudad, y sede de su patrona, Atenea Polias. Cada año, en la celebración de las Panateneas, y singularmente en las Grandes Panateneas, cada cuatro, procesionaba por esta vía una representación de los diferentes componentes de la comunidad que habitaba en Atenas, entre ellas las mujeres. Incluso en el noroeste de la plaza, y dentro de ella, había un pequeño santuario, delimitado por un simple muro, el Leocoreion, donde se honraba a las hijas de Leos, quienes, según la leyenda, después de consultar el oráculo, habían sido sacrificadas por su padre para salvar la ciudad de la hambruna. En este recinto y el pozo cercano, se han hallado depósitos votivos de pesas de telar, husos, espejos y joyas de oro, que constituyen ofrendas típicamente femeninas (Thompson y Wycherley, 1972:121-123).

Otra de las construcciones típicas del ágora son las fuentes. Por más que la literatura insista en la reclusión de las mujeres en sus casas, la salida a la fuente para abastecerse de agua era un trabajo femenino, o al menos asociado a las mujeres (Keuls, 1985:229-266; Manfrini-Aragno, 1992; Mirón, 2003; Nevett, 211:582-585). Además, específicamente en lo concerniente al mundo ritual, era en las fuentes públicas, sobre todo alguna en el ágora, donde las mujeres recogían el agua para el baño previo a la boda, señalando así la función reproductora de las mujeres como función esencial para la ciudad. En la literatura y, sobre todo, la iconografía –en particular vasos pintados y terracotas–, son frecuentes el motivo de la portadora de agua (hydrophoros) y las escenas de mujeres en la fuente. Son centenares las estatuillas de terracota de hydrophoroi, representando a muchachas con hidrias –vasija que se solía emplear par ir por agua a la fuente– en la cabeza. A su vez, las hidrias pintadas solían representar motivos femeninos, en particular los de mujeres en la fuente. Se ha considerado que las fuentes constituían un lugar público de sociabilidad femenina, frente   a   la   masculina   estoa.   Y   aunque   también   eran   utilizadas   por hombres de toda condición social, las representaciones masculinas son escasas y puntuales frente a la abrumadora presencia femenina. De hecho, la imagen de una portadora de agua podía simbolizar el abastecimiento de agua y sus trabajos. Por ejemplo, el político Temístocles, cuando era supervisor de las aguas de Atenas, mandó erigir una estatua de bronce de una joven, llamada la Hidrófora (Plutarco, Temístocles, 31,1).

Las obras hidraúlicas eran esenciales para el sostenimiento de la ciudad, sobre todo si tenemos en cuenta que en las tierras que abarcó el mundo griego no era la norma que el agua abundase y que la mayoría de las casas no contaban con abastecimiento propio, en forma de pozos y cisternas (Dillon, 1996; Lang, 1968; Thompson y Wycherley, 1972:197-203). Las fuentes públicas –bien sobre manantiales naturales, bien conduciendo el agua mediante tuberías subterráneas desde éstos a otros puntos de la ciudad– no sólo suplían esta escasez, sino que proporcionaban agua fresca y saludable, frente a la de pozos y cisternas. Y, aunque podían erigirse en varios puntos de la ciudad, nunca faltaban en el ágora, facilitando el abastecimiento privado y sirviendo a las necesidades de sus visitantes y de sus numerosos rituales, donde solía emplearse el agua.

Las fuentes del ágora podían ser parte de otras construcciones o ser edificios monumentales por sí mismas, que, como las estoas, bordeaban el ágora, definiendo su espacio. Sin embargo, ni tenían la entidad monumental de las estoas, ni parecían ocupar un lugar preeminente, sino que a menudo se situaban en los márgenes de los márgenes, incluso engullidas por las más destacables estoas. Si analizamos el desarrollo en el tiempo del ágora de Atenas, observamos un proceso muy significativo (Thompson y Wycherley, 1972). Fue en el siglo VI a.C. cuando se estableció el ágora en el lugar donde se ubicaría durante el resto de la Antigüedad. Los primeros edificios –de carácter religioso y político– se concentraban en el oeste, al pie de la colina llamada Kolonos Agoraios, además de la Heliaía –la corte de justicia, apenas un recinto al aire libre delimitado por un muro–, en la zona suroeste. A finales de siglo, aislada del resto de edificaciones en la esquina sureste, se construyó una fuente, porticada y adornada con mármoles, que ha sido identificada –no sin dificultades– con la Enneakrounos (de los Nueve Caños), a la que se suelen asociar las repetidas representaciones de mujeres en la fuente de los vasos áticos de figuras negras9. En su tamaño y monumentalidad, no debió de ser muy diferente de la Estoa Real, justo al otro extremo de la plaza y sede del arconte-rey, una de las principales magistraturas de la ciudad, pero más próxima a las sedes de instituciones políticas. A lo largo del siglo V, conforme el ágora se llenaba de edificios y se delimitaba su lado sur, dicha fuente quedó minimizada entre construcciones más grandes y aparentes: la fábrica de moneda al este, sobre todo, y la Estoa Sur al oeste. En el siglo IV, se construyó otra fuente, en forma de L, pegada a la pared oeste de la Heliaía, quedando en la esquina suroeste del ágora, de tal manera que es difícil precisar si se hallaba o no dentro de los límites de ésta. Ya en época helenística, cuando el ágora acabó de ser delimitada por pórticos en sus cuatro lados, se remodeló la zona sur, donde se construyeron dos estoas paralelas, unidas por un edificio y dando lugar a otra plaza. Las fuentes quedaron encerradas entre magníficas y enormes estoas: la fuente suroeste, a la entrada de esta plaza; la sureste, relegada de tal modo que era más accesible desde fuera del ágora. Las fuentes acabaron por situarse en los márgenes del ágora.

Esta evolución urbanística de las fuentes puede relacionarse con las representaciones en la cerámica ática (Keuls, 1985:229-266; Manfrini-Aragno, 1992; Mirón, 2003). El tema de las mujeres en la fuente, engalanadas y entretenidas en alegres conversaciones, fue muy popular en los vasos de figuras negras de finales del siglo VI, coincidiendo con la construcción de la fuente Enneakrounos. Pero ya en esta época empiezan a aparecer algunas escenas que advierten de los peligros de la fuente, como la presencia de monstruos y de molestos esclavos. Sin embargo, en la cerámica de figuras rojas del siglo V, se observa un cambio de actitud. En primer lugar, el tema se vuelve menos presente, al tiempo que se simplifica la arquitectura de la fuente. Aunque las fuentes alzadas en época clásica también tenían carácter monumental, como se deduce de los restos arqueológicos, esta representación pudo ser debida a una mayor esquematización iconográfica, pero ciertamente la monumentalidad de la fuente queda disminuida ante la muy superior de los otros edificios públicos –y masculinos–. Al mismo tiempo, las escenas grupales –de haberlas– son mucho menos concurridas. Es también ahora cuando aparecen con mayor frecuencia escenas de seducción, acoso y raptos, y en algunos casos las mujeres pueden ser identificadas como esclavas. Precisamente la literatura habla, a finales de este siglo, de cómo las fuentes eran frecuentadas sobre todo por mujeres de las clases humildes y esclavos de las mujeres de las casas más acomodadas. Finalmente, el tema desaparece en el siglo IV, como también lo hace la cerámica pintada.

Este cambio se puede relacionar con un factor económico: la extensión de la mano de obra esclava, que permitiría a las mujeres que disponían de ella “liberarse” de esta tarea dura y pesada. También cabe tener en cuenta el incremento de pozos y cisternas dentro de las casas (Nevett, 2011:584), aunque el agua de las fuentes solía ser de mejor calidad y más apropiada pora beber y cocinar. Coincidiendo también con la marginación del tema de la fuente, en la cerámica ática se tornan muy presentes las escenas que representan a mujeres entregadas a las tareas del interior de la casa (Keuls, 1985:229-266), en concreto los trabajos textiles, lo que coincide a su vez con la extensión de un sentido restringido de la ciudadanía, que abundaría en la ansiedad –ya presente anteriormente, pero ahora magnificada en sus connotaciones políticas– por el control de la sexualidad femenina. No obstante, en particular para las representaciones en figuras negras, se ha señalado que podría tratarse más de escenas rituales que cotidianas. También se ha especulado acerca de un uso de la fuentes por parte de las mujeres en las horas en que los hombres frecuentaban menos el ágora (Foxhall y Neher, 2011:496). En realidad, como ha señalado Lisa Nevett, “es quizá difícial, o imposible, separar el papel de las mujeres como recolectoras de agua a efectos domésticos de su papel como recolectoras de agua para el ritual y el culto (2011:584). En todo caso, la fuente siguió siendo un espacio asociado conceptualmente a las mujeres.

Si bien estas ideas no tuvieron por qué ser compartidas por otras ciudades,  la   asociación de las  mujeres a  la fuente fue generalizada en el mundo griego. Por la información arqueológica y textual, también sabemos que era habitual la presencia de fuentes públicas en los márgenes del ágora. En Delos, por ejemplo, la Fuente Minoé fue construida, la segunda mitad del siglo VI a.C., en los límites septentrionales del recinto religioso, administrativo y comercial del santuario de Apolo, en el centro de la ciudad; la construcción de la Estoa de Antígono, ya en época helenística, la situó en su exterior (Bruneau, 1983:142-144). El caso de la única fuente que hasta ahora se conoce en Olinto es especial. Se hallaron sus restos en la esquina noreste de la explanada que se ha identificado como ágora, en la zona de expansión de la ciudad, fruto de la acogida, en el año 432 a.C., de poblaciones de la región debido a amenazas externas. Por su ubicación, la fuente estaba situada estratégicamente para tener fácil acceso tanto desde la plaza como desde las casas y, como en otros lugares de Grecia, el agua procedía de un manantial fuera de la ciudad; teniendo la particularidad de ser uno de los pocos edificios del agora, por lo demás escasa y pobremente monumentalizada, como el resto de Olinto (Robinson 146:95-101). Puede pensarse que esto otorgaba especial preeminencia a la fuente, pero es probable que, debido a la azarosa historia de Olinto en su último siglo de existencia, se primase el bienestar y la seguridad de sus habitantes, sobre la monumentalización, que se dejaría tal vez para tiempos mejores, que nunca llegaron.

La epigrafía de época helenística (siglos III-I a.C.) nos ofrece un valioso testimonio que nos señala la perduración de los aspectos simbólicos que vinculan a las mujeres con la fuente, y en concreto la del ágora. En un decreto de la ciudad de Teos, entre otros honores a la reina Laodice –esposa del rey Antíoco III de Seleucia–, que había favorecido a la ciudad, se decidió la construcción en el ágora de una fuente con su nombre, de donde todos los sacerdotes y sacerdotisas debían recoger el agua para sus libaciones, los ciudadanos la de sus ofrendas, y las novias la del baño para la boda. Laodice fue una reina de especial presencia pública, cuyas actividades complementaron y colaboraron con la política de su esposo, y actuó en otras ciudades –tal vez fue también el caso en Teos– como patrocinadora del matrimonio (Ramsey, 2011). Poner su hombre a una fuente, y en concreto a aquélla donde las novias han de recoger el agua ritual, la sitúa en el espacio público del ágora, pero resaltando precisamente su género femenino.

La fuente pública fue, pues, un espacio mixto, pero asociado simbólicamente a lo femenino. Necesaria su presencia en el ágora, no sólo por razones prácticas sino también porque la domesticidad de las mujeres precisa ser señalada públicamente, su posición y expresión en la misma ha de situarse en un lugar jerárquicamente inferior a los edificios ligados a las instituciones políticas, ámbito de los hombres. Y también hay que contar con la propia voluntad de las mujeres – incluidas las de clases altas cumpliendo con rituales– de contar con un espacio público donde hacerse ver, relacionarse, hacer amistades y sentirse parte de la comunidad ciudadana.

3. Reflexiones finales

La organización del espacio en la polis griega no supuso una separación estricta entre ámbitos femeninos y masculinos, sino que fue flexible, polivalente y de límites muy porosos. La casa, asociada a las mujeres, era un espacio también de hombres. El ágora, vinculada a los hombres, fue también frecuentada por mujeres. Sin embargo, es evidente la jerarquización, que ponen de manifiesto los restos materiales. El andron aparece como un espacio monumentalizado y destacado dentro de la casa; en realidad, un espacio público dentro de ésta. La fuente, aunque monumentalizada, queda disminuida entre la mayor entidad de los edificios del ágora, además de situarse en sus márgenes; viene a ser una suerte de espacio doméstico dentro de la plaza pública.

Si bien el uso de los espacios es flexible y polivalente, los límites se afirman conceptualmente. La organización material y simbólica del espacio responde a los intereses, necesidades e ideología de mujeres y hombres de la comunidad ciudadana, que son el objeto del presente estudio. Pero cabe señalar que los discursos sobre el espacio y el género reflejan ante todo la ideología de los varones de las élites, que son también los que tienen mayor capacidad de generarlos y transmitirlos. No obstante, estuvieron firmemente asentados en el mundo ritual y simbólico, y su realización material nos indica hasta qué punto llegaron a impregnar todo el pensamiento griego y fueron asumidos mayoritariamente por la comunidad ciudadana, incluyendo a mujeres y hombres de todas las clases sociales.

Las diferencias espaciales de género existieron, sin duda, aun siendo flexibles, en la práctica social, pero fueron sobre todo simbólicas. Los símbolos son poderosos: conceptualizan, reproducen, sustentan y en cierto modo refleja una realidad, o al menos el ideal de realidad que, por tanto, se pretende sea lo auténtico en la práctica. La organización espacial marca diferencias simbólicas y reales, y sobre todo espacios de poder que no pueden traspasarse. No es, por tanto, estar en un espacio lo que marca la diferencia, sino el modo en que se está en ese espacio. El acceso pleno de las mujeres al ágora, con todas sus consecuencias -es decir, participando en plena igualdad en las instituciones públicas- sería la verdadera ruptura de las diferencias y jerarquías genéricas; no basta con la mera presencia. Pero a veces se obvia el recorrido inverso: realmente podrá hablarse de superación del género -no lo olvidemos: una estructura de poder- si no se completa un acceso similar a la casa por parte de los hombres?

Notas

1 Ver, entre otros, Davidson, 2011; Mirón, 2002; Nevett, 2011; Picazo, 2008.

2 La misma ordenación se observa en otras colonias, como Megara Hiblea. Ver Mertens, 2010.

3 Sobre la casa griega de época clásica, ver fundamentalmente Antonaccio, 2000; Ault, 2000; Ault y Nevett, 1999; Hoepfner y Schwandner, 1994; Jameson, 1990; Mirón, 2005; Nevett, 1999; Walker, 1983.

4 La consideración de la cocina como espacio femenino debe matizarse. Aunque las tareas culinarias estaban asociadas a las mujeres, era frecuente la presencia de hombres e incluso la implicación a veces de los mismos en este tipo de actividades. Además, podía ser un espacio polivalente, que, entre otras cosas, incluía el baño.

5 Sobre el symposium, ver entre otros, Murray (ed,), 1990; Schmitt-Pantel, 1997. Sobre el andron, especialmente, Nevett, 2010:43-62.

6 Patio rodeado en todos sus lados por un pórtico con columnas.

7 Otras mujeres no sólo podían asistir al simposio, sino que eran requeridas para amenizar la velada, como prostitutas y flautistas, al servicio del placer de los hombres.

8 Sobre la relación cotidiana de las mujeres con parientes y amigos cercanos, ver Cohen, 1991:84-89. Sobre la amistad entre mujeres, Nevett, 2011:578-582.

9 Esta identificación está lejos de ser aceptada unánimemente. Pausanias (1, 14,1), en siglo II d.C., la ubica en el sureste del ágora; pero Tucídides (1, 15,5-6), en el siglo V a.C., la sitúa al pie de la Acrópolis, sobre un manantial llamado Calírroe, siendo empleada su agua antes de las bodas y para otras ceremonias sagradas. Un intento de conciliación entre la contradictoria información en Owens, 1982. Cfr. asimismo Dillon:1996, para el uso del mismo nombre para distintas fuentes. En todo caso, la fuente Callírroe mencionada por Tucídides se hallaba en la zona del río Iliso, cerca del lugar donde probablemente se hallaba el ágora primitiva de Atenas. Cfr., Valdés, 2001.

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Recibido: 23 de noviembre 2013.
Aceptado: 2 de diciembre 2013