ARTÍCULOS
El amor como objeto de estudio del feminismo del siglo XXI
Love as a Central Object of Study for Feminist Theory in the 21st Century
Ana Dolores Verdú Delgado1
Universidad Técnica Particular de Loja (Ecuador) Departamento de Ciencias Jurídicas y Sociales
1 Ana Dolores Verdú Delgado trabaja actualmente en la Universidad Técnica Particular de Loja (Ecuador), dentro del Observatorio de Conflictos Socio-ambientales, en el Departamento de Ciencias Jurídicas y Sociales. Este texto se presentó en las XII Jornadas de Historia de las Mujeres y VII Congreso Iberoamericano de Estudios de Género en la Universidad Nacional de Comahue, Neuquén, del 5 al 7 de marzo de 2015.
Resumen
Las relaciones de pareja heterosexuales se han convertido en un objeto de estudio central para la teoría feminista del siglo XXI, por un lado, por la forma en que mantienen y reproducen la desigualdad de género en un contexto de democracia, libertad e igualdad formal, y por otro lado, por las profundas transformaciones que los significados del amor y la pareja atraviesan como efecto de la extensión de estos valores al ámbito de la intimidad. Siguiendo este enfoque, este artículo analiza, a partir de los resultados de una tesis doctoral, la posible influencia de la desigualdad en la percepción y resolución de los conflictos vividos por personas heterosexuales en sus relaciones íntimas. Los resultados de la investigación llevan a valorar el conflicto en la pareja heterosexual como una cuestión central en el análisis de la desigualdad de género, ya que por un lado refleja la insatisfacción generada por las dinámicas desigualitarias que tienen lugar en la comunicación íntima entre hombre y mujer, y por otro lado, exige una intervención por parte de ambos que tiende a reforzar los roles sexuales tradiciones.
Palabras clave: Pareja heterosexual; Género; Conflicto; Desigualdad emocional; Amor.
Abstract
Heterosexual love relationships have become a central object of study for feminist theory in the 21st century, on the one hand, because of the way they maintain and reproduce gender inequality in a context of democracy, freedom and formal equality, and on the other hand, because of the deep transformations that significances of love and couple have undergone when these values have spread to the intimate sphere. In line with these approaches, this paper analyzes, from the results obtained in a PHD thesis, the possible influence of gender inequality on the perception and resolution of conflicts, expressed by heterosexual persons with respect to their intimate relationships. Research results lead to the conclusion that conflict may be a key question for the analysis of gender inequality as, on the one hand, it is an expression of feminine dissatisfaction generated by the inequalitarian dynamics that take place in the heterosexual intimacy, and on the other hand, because it demands an intervention that tends to reinforce traditional gender roles.
Key words: Heterosexual couple; Gender; Conflict; Emotional inequality; Power; Love.
Sumario: 1. Introducción. 2. La relación amor-género. 3. El amor como fuente de poder. 4. La reproducción de la desigualdad a través del amor. 5. Conclusiones: La necesidad de comprender la relación amor-género para construir igualdad.
1. Introducción
La observación de que las relaciones de pareja heterosexuales mantienen y reproducen la desigualdad de género en un contexto de democracia, libertad e igualdad formal las ha convertido en objeto de estudio central para el feminismo del siglo XXI, llegando a ser señaladas por autoras como Anna Jónasdóttir como principal mecanismo de actualización del patriarcado en las sociedades occidentales. El interés por el amor ha sido de hecho constante desde que el feminismo desvela la dimensión política de la sexualidad (Millet, 1995; Firestone, 1979), aunque es en la actualidad cuando adquiere una importancia clave al poner de relieve el carácter sutil y encubierto de la desigualdad entre los sexos.
Este interés refleja asimismo el intento de trascender los modelos teóricos en los que el análisis del patriarcado gira únicamente alrededor del dominio masculino, sin tomar en consideración la voluntad de las mujeres (Burin y Meller, 1999). Así, numerosas investigaciones y publicaciones tratan hoy de profundizar en las relaciones íntimas entre mujeres y hombres atendiendo a las conductas más o menos voluntarias que mantienen o transforman el sistema de género tradicional, y en cómo este sistema moldea las experiencias, conflictos, actitudes y sentimientos en la dinámica de la relación de pareja. Generalmente estos trabajos comprueban la vigencia que los valores patriarcales tienen en el esquema de género interiorizado, por el cual lo masculino, constituido como polo dominante, tendería a asociarse a cualidades asertivas y relacionadas con el poder, al tiempo que la feminidad se expresaría a través de cualidades que refuerzan una posición social subordinada (Burin y Meller, 1999), lo que impide que las relaciones íntimas heterosexuales puedan escapar a la desigualdad aun en un contexto político democrático, pues es la propia subjetividad la que incorpora y recrea con más fuerza las reglas sexistas que todavía moldean las ideas de lo masculino y lo femenino.
Este aspecto hace que la desigualdad entre hombres y mujeres en la actualidad se analice haciendo hincapié en su dimensión simbólica, a través de la cual la cultura prescribe qué es y qué no es normal, legitimando un tipo de dominación que aparecería naturalizada para quienes la ejercen y la padecen (Bourdieu, 2000).2 La centralidad del sexismo en la dimensión simbólica explica cómo inconscientemente podemos acabar reproduciendo un sistema desigualitario entre los sexos principalmente desde la interacción informal y a partir de la propia identidad genérica, a pesar de que la igualdad se haya convertido en un valor tan relevante en las sociedades democráticas.
2. La relación amor-género
La desigualdad emocional es la base fundamental que bloquea
al amor en unas relaciones.
Shere Hite (1988:120)
En los años 80 Shere Hite argumentaba que, a pesar del mayor equilibrio de poder entre los sexos en el ámbito público, la intimidad heterosexual estaba más afectada por un “contrato emocional” que protegería los antiguos privilegios masculinos, exigiendo de las mujeres una mayor dedicación. Este desequilibrio estructural derivaría de unas prescripciones de lo femenino y lo masculino a partir de las condiciones de “dar amor” y de “reprimir las emociones de amor” respectivamente, constituyendo la base fundamental del conflicto en las relaciones heterosexuales. En su investigación sobre mujeres y amor, en la que accede a una muestra de 4.500 mujeres, Hite observa que sólo el 19% de ellas describen relaciones emocionales de igualdad (1988:929) y que “el 79% de las polémicas y peleas en los matrimonios y las relaciones de pareja de uno a cinco años tienen como causa la lucha (o «resentimiento») de las mujeres contra el tratamiento sentimental desigual o poco satisfactorio” (1988:930).
Es más, la pervivencia de la cultura androcéntrica que mantiene este contrato también tendría como resultado la normalización de los valores “masculinos” en el ámbito privado, aspecto que conllevaría el respeto de los hombres a la “regla de distancia emocional” propia de la masculinidad estereotípica, y que para Hite despertaría el rechazo de muchas mujeres, socializadas en una cultura femenina de reglas opuestas. El deseo de reciprocidad de las mujeres tiene de este modo un papel clave en los conflictos presentes en las relaciones afectivas heterosexuales, produciendo incluso que muchas de ellas, agotadas por el esfuerzo de “hacer funcionar” sus relaciones con los hombres, opten por trasladar su amor a otros campos, entre los que Hite menciona la amistad, el trabajo, la política, el arte o la naturaleza (1988:200, 800).
Otras características de la experiencia amorosa de las mujeres en las culturas que combinan igualdad formal y origen patriarcal, según Marcela Lagarde, serían: la carencia derivada de haber sido “desposeídas de poderes, de autoridad, de valor por sí mismas” (Lagarde, 1995:377); la culpabilidad por esta carencia, propia de los colectivos a quienes se victimiza (1995:377-378), el esfuerzo por reparar la carencia, que llevaría a naturalizar un amor esclavo3 o basado en la dependencia, o el que a la antigua obligación de amar se sumen ahora requisitos múltiples para merecer ser amada, como la belleza física o la capacidad de generar recursos (1995:378-379).
3. El amor como fuente de poder
Si el capital es la acumulación de trabajo alienado,
la autoridad masculina es la acumulación de amor alienado.
Anna G. Jónasdóttir (1993:53)
El hecho de que el amor heterosexual reproduzca de tal manera la desigualdad de género tiene para Anna Jónasdóttir consecuencias políticas, pues recorta las posibilidades reales de las mujeres para alcanzar los derechos y oportunidades que tienen desde el punto de vista formal al tiempo que puede llegar a constituir para los hombres una fuente de poder, al darse en condiciones que refuerzan el privilegio masculino con respecto al reparto de beneficios y responsabilidades en torno al cuidado. Y es que, como resultado de ser los principales beneficiarios del amor de las mujeres sin invertir el mismo esfuerzo a cambio, los hombres obtendrían una “plusvalía de dignidad genérica” (1993:70) y de energía que podrían utilizar para otros fines individuales que les garantizarían un mayor éxito social.
La naturaleza asimétrica de esta interacción amorosa contiene para Jónasdóttir una lógica que la haría similar a la explotación implícita en el modelo de producción capitalista, por el modo en que intervienen mecanismos como el control de un grupo sobre otro, la acumulación, o la distribución no recíproca, con los que los seres humanos construímos y mantenemos una determinada estructura de poder, algo que a su vez pondría el acento en la forma en que las mujeres participan en su propia subordinación mediante intercambios voluntarios aunque desiguales. “En ambos casos, la explotación está lejos de conllevar siempre coacción o abuso, y en ambos casos suele beneficiar a ambas partes” (2009:20), aunque lógicamente las relaciones entre los grupos implicados reflejarán las tensiones y conflictos propios de los colectivos afectados por diferentes condiciones de poder, por lo que lo importante no es solamente qué tipo de práctica genera esta relación sociosexual, sino qué resultados produce.
La explotación implícita en la relación existente entre el capitalismo y el trabajador es de estructura similar a la que existe entre hombres y mujeres. En estas dos relaciones de correspondencia se da una transacción desigual en cuanto a bienes y valores: el capital extrae la fuerza laboral durante un tiempo mayor del que paga y se apropia del control sobre el producto de este trabajo extra. Los hombres se apropian de los poderes de cuidado y amor de las mujeres sin dar a cambio lo mismo. Además, esto ocurre en condiciones que dejan a las mujeres incapacitadas para reconstruir sus reservas emocionales y sus fuerzas sociales de autoridad […] (Jónasdóttir, 1993:153).
4. La reproducción de la desigualdad a través del amor
Cuando yo me propongo estudiar la relación amor-género partiendo de estas teorías lo hago centrándome principalmente en el papel que la desigualdad tiene en el conflicto y su resolución en el contexto de la relación afectiva heterosexual, objetivo que impone dos condiciones a la investigación: la necesidad de acceder al discurso directo de mujeres y hombres sobre sus relaciones amorosas, y por lo tanto, de que el estudio emplee técnicas cualitativas, y la conveniencia de que además sea interdisciplinar, pues también las teorías psicológicas que tratan el amor y la pareja, especialmente desde la perspectiva de la inteligencia emocional, abarcan aspectos tales como la equidad, las capacidades emocionales y la gestión de los conflictos. Finalmente reúno una muestra de 46 personas, 23 mujeres y 23 hombres (de entre 18 y 77 años, divididas en tres grupos de edad), a quienes accedo a través de un cuestionario que distribuyo en diversos centros universitarios de la provincia de Alicante (España), cuyo análisis también arroja algunos datos relevantes sobre el imaginario colectivo del amor en este grupo de población.4
Los resultados de esta investigación llevan a valorar el conflicto en la pareja heterosexual como una cuestión central en el análisis de la desigualdad de género, ya que por un lado refleja la insatisfacción generada por las dinámicas desigualitarias que tienen lugar en la comunicación íntima entre hombre y mujer, y por otro lado, exige una intervención por parte de ambos que tiende a reforzar los roles sexuales tradicionales si la relación se mantiene.5 Para ilustrar este argumento he seleccionado los casos de tres mujeres cuyos testimonios representan tres reacciones posibles ante el conflicto derivado de la desigualdad emocional:
1) La adaptación a la desigualdad. El primer caso es el de una mujer de 40 años, funcionaria y estudiante de doctorado, casada diez años con el hombre que es su pareja desde los 20. El matrimonio de esta mujer sigue un patrón común con respecto a la distribución de las tareas domésticas, que se repartirían respetando las preferencias de él y a partir de las condiciones impuestas por sus horarios, puesto que ambos trabajan fuera de casa. Aunque la mujer confiesa no haber realizado apenas trabajo doméstico antes de la convivencia con su marido, es principalmente ella quien asume esa responsabilidad una vez que empiezan a vivir juntos. No obstante, esta mujer desvincula este hecho de los principales conflictos de la pareja, señalando que el origen de éstos tiene que ver más a menudo con la falta de iniciativa de su marido para expresar emociones, para realizar esfuerzos orientados a aspectos comunes o para mostrarle comprensión y apoyo específicamente en sus necesidades y problemas.
“Me gustaría comunicarme más, él es poco hablador, ya te digo, es todo lo contrario a mí, él es poco hablador, muchas veces nos ponemos a hablar y nos peleamos porque, también tiene razón, muchas cosas ya están habladas, porque después de tantos años no hace falta a veces ni hablar, pero yo lo necesito, (…) yo le digo a mi marido esto y no me hace ni caso porque no le interesa porque es verdad que no le interesa, y a veces echas de menos eso, por ejemplo, he ido a alguna carrera y he subido al podium y no ha estado porque él pasa. (…) No he tenido nunca apoyo [llorando].
Muchas veces estas situaciones contienen una desigualdad específica en cuanto al modo en que se manifiesta el poder en la relación, aspecto que esta mujer expresa en el malestar que genera la falta de autodeterminación, haciendo referencia a los conflictos derivados de la tendencia a que sea él quien tome generalmente las decisiones sobre los aspectos más importantes que incumben a la pareja (como el lugar donde vivir o el hecho de tener o no hijos), o a la reacción negativa del hombre hacia las decisiones tomadas por ella. La normalización de este desequilibrio de poder en la relación sería facilitada además por una resolución de los conflictos marcada por la distancia emocional de él y la intervención más rápida y enérgica de ella para restaurar un clima de bienestar. En el siguiente texto esta mujer relata cómo el rechazo de su marido a hablar tras el conflicto hace que ella desista muchas veces de defender sus intereses.
“hay veces que me he enfadado mucho, mucho, y me he tirado días sin mirarle a la cara por haberme dicho unas cuantas veces tonta seguidas, porque he tomado una decisión, o yo qué sé, por lo que sea y me he enfadado al final, porque se puede arreglar hablando. Me parece una cosa muy grave. Para mí ha sido como una ridiculización, entonces, a mí me gustaría hablar con él y decirle mediante el diálogo «eso me ha molestado», pero entonces sé que vamos a discutir…”
La adaptación es, de hecho, la estrategia principal que esta mujer adopta (como otras informantes casadas que no desean romper sus matrimonios) cuando los esfuerzos invertidos en su relación no producen como resultado una mayor reciprocidad. Es en esta fase, a su vez, cuando las mujeres con conflictos en sus relaciones (que no pueden solucionar) empiezan a naturalizar los estereotipos de género que justifican la desigualdad.
“a mí me ayudó el libro ese [Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus] mucho a entender ciertas cosas, porque explica muchas situaciones que a mí me pasan, que quieres hablar y ver que él no quiere, «y es que no me quieres, no me quieres porque si no, arreglarías el tema», «ahora no quiero hablar porque nos vamos a enredar más aún», y luego lo entiendes, y bueno, será él así (…). Es que hablamos lenguajes diferentes, es que somos diferentes en todo.”
2) La dependencia emocional y el sufrimiento. El segundo testimonio corresponde a una mujer de 34 años, soltera y sin pareja, que durante muchos años ha trabajado y vivido de forma independiente, y que en el momento en que la entrevisto también estudia en la universidad. Su caso representa el de muchas mujeres jóvenes que, habiendo llevado una vida autónoma y teniendo un concepto positivo de la igualdad, se reconocen vulnerables en la experiencia del amor con los hombres, y reflexionan sobre cómo la idealización de la pareja, o su tendencia a establecer relaciones dependientes, les ha hecho sufrir.
“Me sorprende la facilidad que tengo para buscar trabajo, o sea, yo, si algo no me gusta no me quedo ahí aguantando, sin embargo, luego en las parejas no me gusta y ahí estoy. (…) Él es de ese tipo de personas que te dejan, ahora vuelven, te dejan. Era muy individualista, y yo ahí era más inmadura y reclamaba demasiado que estuviera conmigo y él no quería, (…) yo no sé por qué, tenía yo una falta de que me quisieran, no sé por qué motivo, como querer siempre estar con él, siempre con él. (…) En vez de intentar agradarme a mí, he intentado más agradar a la otra persona para que me quiera.”
Los conflictos que relata esta mujer, haciendo referencia a su última pareja, dejan ver que esta dependencia se da en un contexto de desequilibrio de poder que no permite que ella pueda ver satisfechas sus necesidades ni cumplidos sus deseos, a pesar de expresarlos abiertamente. En este caso, la mujer también minimiza la importancia de que el trabajo doméstico no se dé de forma equitativa y critica sobretodo que el hombre defina las condiciones de la relación, imponiendo una distancia emocional que a ella le resulta artificial y perturbadora, obligándola a adaptarse o a realizar enormes esfuerzos para mantenerla.
“Él solía irse, entonces yo me hundía totalmente y cuando él quería volvía, yo me tenía que recomponer y decir, venga, si estoy en esta actitud él no va a querer volver, o sea, tengo que intentar estar bien, porque si lloro, él va a decir, «ves, como estás llorando me voy». Entonces me animaba yo sola, intentaba estar mejor, y entonces él, si me veía que yo había cambiado, a lo mejor, o yo le llamaba, o él… a lo mejor, volvía. (…) Todo lo mío eran tonterías, todo lo mío no valía para nada, es que tus amigas son tal, entonces yo tenía que hacer lo que él quería, si no pues tenías que estar sola. (…) empezó a echarme la culpa a mí de todo, que yo era, que yo le agobiaba, o sea, empezó a darme una imagen de mí que no era verdad.”
Aunque la historia de esta mujer incluye episodios de una clara violencia psicológica, su experiencia coincide con la de otras muchas mujeres que igualmente describen relaciones en las que su malestar por la desigualdad se mezcla con una acentuada dependencia que les hace no ser capaces de romper la pareja hasta sufrir durante mucho tiempo un enorme desgaste emocional. Asimismo, este grupo de mujeres considera muy importante en la vida el hecho de tener pareja y poco después de la ruptura inician nuevas relaciones con hombres con la esperanza de que resulten mejores que las vividas.
3) La maduración personal y el desarrollo de una mayor autonomía. En tercer lugar, me he centrado en la experiencia de una mujer de 60 años, divorciada y prejubilada, que asiste como oyente a clases universitarias. El discurso de esta mujer analiza los conflictos de la que considera su relación amorosa más importante, que comenzaría años después de su divorcio y mantendría durante quince años. Como en los ejemplos anteriores, la mujer describe una dinámica de pareja marcada por la diferente implicación emocional de hombre y mujer en beneficio de lo que se considera común, aludiendo en este caso particular a la imposibilidad de que él se comprometa a convivir con ella.
“Esta segunda relación que he tenido después, cuando ya tenía 40 años, fue muy importante pero nunca viví con esa persona, o sea, yo vivía con mi hija, y él vivía en su casa, hubo un momento de querer hacer un proyecto común pero él estaba separado, pero una separación como hacen algunos hombres, o sea, no rompo del todo la relación, lo cual fue la causa de que hubiera una serie de conflictos, que no estuviera tan sumamente clara y desligada de su pasado. (…) Determinados hombres lo último que quieren es hablar, hay personas que huyen del compromiso. Esa relación a mí me produjo muchísimo dolor porque yo he sido muy..., yo soy de todo o nada, o sea, si soy feliz y me vuelco en una relación lo pierdo todo, pierdo hasta la dignidad, entonces eso fue un error en un momento determinado mío, que por no perder a esa persona transigí con cosas que ahora, desde mi prisma de este momento de mi vida digo, pero bueno… La relación al final pasó por muchas etapas y ya cuando se va hundiendo el amor en mí, mujer, si se muere el amor se muere la pasión.”
También como en el caso anterior, la entrevistada hace hincapié en los terribles momentos por los que pasó antes de sentirse con fuerza para romper un vínculo del que no obtiene la satisfacción esperada, destacando la gran dependencia emocional que sentía hacia este hombre y el hecho de que por este motivo hubiera buscado ayuda psicológica.
“en un momento dado fui a un psicólogo por una dependencia emocional de esa persona y entonces sientes que si esa persona te abandona, porque lo sientes así, te mueres, pero afectivamente, porque yo tenía mi vida material relativamente resuelta, pero creas una dependencia, quizá por no haber estado antes en mi primera pareja enamorada hasta las trancas, te entra como una especie, hasta físicamente una ansiedad que dices no, es que no voy a poder, es que me muero sin esa persona…”
El dolor, específicamente para esta mujer, representa una oportunidad para el aprendizaje y la maduración personal, que la lleva a cultivar más las amistades, así como a desarrollar otras facetas de su personalidad y a dedicarse más tiempo a sí misma. Al reflexionar de forma serena sobre la magnitud de éste, la mujer encuentra que quizá un concepto del amor sólo basado en la fusión romántica no resulte saludable ni realista, y que la vida puede estar llena de afectos más allá de la pareja. No obstante, también expresa cierto anhelo por una relación de pareja.
“quizá el error de la pareja hasta el momento, del concepto de pareja, es que, en cuanto hay algo que no haces en común lo ves como una vejación de lo que debe de ser una pareja y eso es una falsedad, porque tú necesitas como persona, tanto hombre como mujer, un momento tuyo, tu espacio, y cuando siempre ha de ser el nosotros y nunca puede ser el tú y yo, eso al final explota por algún lado. (…) Antes de esta etapa en la que estoy tan bien como estoy, y que no quiero tener una pareja, que no tengo ninguna necesidad, sí que ha habido momentos en que he pensado: ¿yo por qué estoy sola? y yo, necesito que me amen, necesito apoyarme en alguien, necesito que me cojan de la mano, que me abracen. Hay otros momentos en los que tu soledad es deseada y yo, además soy una persona con recursos íntimos para escribir, cuidar el jardín, irme a mirar el mar, o sea, tengo recursos para ser feliz en esa soledad, pero claro, el ser humano necesita muchas veces compañía, claro que sí, llamo a mi amiga, me voy aquí, me voy allá, y hay otros momentos en los que has tenido necesidad de cubrir esa soledad con un amor y no lo has tenido.”
La necesidad de replantearse el sentido de las relaciones románticas para poder superar el dolor de las rupturas es, de hecho, algo señalado por muchas de las personas entrevistadas, mujeres y hombres, que en ocasiones implica también un cuestionamiento de los roles de género. No obstante, la crítica a estos roles cuando se hace referencia a los propios conflictos se presenta con mayor frecuencia en las mujeres de mayor edad, para quienes la desigualdad se ha expresado, como ellas explican, con mayor dureza que en la actualidad, sobretodo en aspectos como la sexualidad y las relaciones económicas.
5. Conclusiones: La necesidad de comprender la relación amor-género para construir igualdad
A partir de estas tres experiencias, similares en cierto sentido, pero también únicas, creo que es posible distinguir tres reacciones específicas ante el conflicto que introduce la desigualdad al ámbito de la pareja heterosexual.
Creo que, de forma general, se puede afirmar que tras el dolor asociado al hecho de no recibir el amor que las mujeres consideran propio de la relación de pareja, algunas de ellas se adaptarán (de forma más o menos consciente) a la desigualdad emocional, ajustando sus expectativas a la realidad y naturalizando las diferencias de género. Esta actitud implica, especialmente tras el inicio de la convivencia, una situación en la que ellas asumen más responsabilidades sobre el cuidado del otro y de la relación, enfrentándose al conflicto mediante el reforzamiento de los roles tradicionales. Como se ha visto, es común que tras el conflicto el hombre asuma una mayor distancia emocional y que la mujer movilice todas sus energías para resolverlo, algo que asentaría la base de la desigualdad en el futuro.
Otras mujeres, especialmente las más jóvenes y románticas, optarán por romper la relación (no sin antes haber realizado importantes esfuerzos para salvarla o experimentado grandes sufrimientos), y por iniciar otras con la esperanza de que sean mejores que las vividas, casi siempre obligadas por las circunstancias a desarrollar más sus recursos emocionales, aunque conservando su fe en la pareja. La desigualdad se traduce en estos casos en un desgaste emocional que deja a la mujer en un estado más vulnerable, y si bien tras esta experiencia ella se vuelve más crítica con la relación dependiente, es muy probable que mantenga una pauta relacional basada en la dependencia hasta que no resuelva el problema de autoestima que la falta de reciprocidad suele acarrear.
Y otras mujeres utilizarán el desengaño para potenciar su maduración personal haciendo de su bienestar personal la primera de sus prioridades, aunque eso les haga tener que enfrentarse de forma radical al miedo a la soledad o cuestionar muchas de sus creencias en torno al amor y al género. Esta actitud representa a menudo el final de un proceso en el que la mujer ha podido justificar temporalmente el dolor o el sacrificio del propio bienestar en aras de la relación (al no recibir de ésta lo esperado) o experimentar grandes crisis personales.
Es decir, al analizar de qué forma se da el conflicto en las parejas heterosexuales en el contexto actual observamos algunos fenómenos significativos: por un lado, la desigualdad generaría una acentuada insatisfacción femenina, especialmente en lo relacionado con la falta de reciprocidad en el aspecto emocional, con los cuidados que la mujer espera intercambiar con normalidad y equidad en la intimidad con el hombre. Esta insatisfacción con frecuencia se expresa en un conflicto que pone en evidencia la falta de poder de la mujer dentro de la relación y que tiende a resolverse, si ésta no se rompe antes, mediante el reforzamiento de los mismos roles de género causantes de las dinámicas que producen insatisfacción. Ya que el conflicto enfrenta a la pareja a la necesidad de negociar las condiciones de su resolución, la ausencia de una cultura emocional “desexualizada”, sin contar con las tensiones que se evitan al aceptar lo hegemónico, facilitaría la reproducción de un orden desigualitario, pero normalizado por el peso simbólico de lo tradicional. En coherencia con esta tendencia, se encuentra que incluso las mujeres que no han sido socializadas en el modelo de feminidad tradicional pueden acabar adoptándolo como modo de conservar el vínculo de pareja, lo que significa que mediante el mantenimiento de la desigualdad la mujer todavía puede obtener algún tipo de recompensa (aunque en muchos casos ésta constituya más una percepción que una realidad), y que la distancia emocional masculina de la que las mujeres se quejan podría contemplarse, no sólo como un elemento identitario de la masculinidad, sino también como un aspecto relacionado con el deseo del hombre de conservar el poder en la relación íntima. Por otro lado, también es común que las mujeres decidan romper sus relaciones de pareja por esta causa. En cualquier caso, el coste de energía sigue siendo elevado, pues lo hacen después de haber invertido enormes esfuerzos en la relación, o de haber sufrido de un modo tal que su autoestima y autonomía quedarían afectadas.
En resumen, en el ámbito de la afectividad existe una pauta relacional entre los sexos marcada por la inequidad que contribuiría a la vulnerabilidad social de las mujeres que, al estar en mayor medida afectadas por la carencia, tendrían unas mayores probabilidades de establecer vínculos afectivos con un alto grado de dependencia o de aceptar una relación de abuso. Es más, a la luz de estos datos, el déficit de amor de las mujeres no sólo constituye un indicativo de la vigencia que todavía tiene el sexismo en las sociedades democráticas modernas, sino que también nos permite observar el modo en que los roles de género pueden llegar a violentar la subjetividad humana, reproduciendo la desigualdad entre hombre y mujer desde su interacción informal e íntima y sobre la base de la propia identidad. Transformar esta situación implica necesariamente comprender de qué manera el género afecta transversalmente la experiencia del amor sin pretender subestimar la importancia sustancial que éste tiene, pues como tan claramente expresan las palabras de Marcela Lagarde, “es un derecho humano el derecho al amor” (1995:453).
2 A menudo estas investigaciones se apoyan en la teoría producida desde la Sociología de las Emociones, manejando concretamente los conceptos introducidos en la obra de Arlie R. Hochschild (1979, 1997). Hochschild señala que las emociones también tienen una dimensión normativa, manifiesta en la existencia de normas emocionales (feeling rules), con las que la sociedad prescribe qué se debe sentir y en qué contexto se debe expresar, y observa que las prescripciones de lo femenino y lo masculino incluyen formas diferentes de expresión de la emoción. La interacción entre el sistema de género y el sistema emocional haría que las mujeres acaben asumiendo una mayor responsabilidad sobre el trabajo emocional (emotion work), es decir, sobre el cuidado y apoyo interpersonal orientados al mantenimiento del bienestar y armonía en la relación.
3 Lagarde también utiliza el concepto de “amor-dominación” para referirse al deseo de reproducir en el otro la esclavitud que se siente como propia (1995:374).
4 Los resultados de este cuestionario fueron recogidos por la autora en el artículo “Igualdad y desigualdad de género en los imaginarios sociales del amor de pareja heterosexual”, en POY CASTRO, Raquel y BLANCO GARCÍA, Ana Isabel (2014) (coords.). Género, educación y atención a la diversidad, Cuestiones de Género: de la igualdad y la diferencia, nº 9, pp. 402-427.
5 Los resultados totales de la tesis doctoral pueden consultarse en: VERDÚ DELGADO, Ana Dolores (2015). El amor era un trabajo temporal. Estudio sobre la relación género-conflicto en la pareja heterosexual. Saarbrücken, Editorial Académica Española.
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