
Solimano, P. J., Guidi, C., Buglione, F. y Lang A. C.
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SEMIÁRIDA, Vol 35, N° Supl. Julio - Diciembre 2025. ISSN 2408-4077 (online), pp. 193-197
social y lo ecológico se influyen mutuamente de forma continua. Desde la antropología ambiental,
autores como Philippe Descola (2005) han cuestionado la universalidad del binomio
naturaleza/cultura, mostrando que muchas ontologías no occidentales -como las animistas o
totémicas- no separan el mundo humano del no humano, sino que los conciben como parte de una
misma red relacional. Incluso, la distinción occidental entre lo humano y lo natural carece de
sentido. Estas ontologías conciben a humanos y no humanos como entidades interconectadas,
eliminando la necesidad de una diferenciación terminológica, ya que los consideran parte de una
misma trama existencial (Descola, 2005)
Ante este panorama, urge construir un enfoque ambiental integrador que supere tanto la
fragmentación disciplinaria como las categorías heredadas del pensamiento moderno. Como
señalan Casas et al. (2017), las clasificaciones rígidas entre ciencias “duras” y “blandas” resultan
obsoletas frente a la complejidad contemporánea. De allí el valor de marcos teóricos como los de
socioecosistemas (Ostrom, 2009), sistemas complejos adaptativos (Levin, 1998; Morin, 1990) o
sistemas científico-territoriales adaptativos (Spinosa et al., 2020), que permiten abordar problemas
no lineales, inciertos y territorializados. En línea con esta visión, la IPBES (2019) propone el
concepto de cambio transformativo, entendido como una reorganización profunda de los sistemas
socioecológicos que implica revisar paradigmas, objetivos y valores, y no solo tecnologías. En este
sentido, las Ciencias Ambientales no pueden reducirse a una técnica de medición de impactos en
matrices, sino que deben afirmarse como un campo de reflexión crítica y de construcción de
alternativas (Leff, 2004; Carpintero & Riechmann, 2010).
En este contexto, el pensamiento complejo (Morin, 1990) ofrece no solo una mirada
integradora, sino también una epistemología adecuada para enfrentar la ambigüedad, la
incertidumbre, la dinámica y la emergencia de lo ambiental. Este enfoque nos obliga a preguntarnos
por el papel de la ciencia: ¿puede la “ciencia normal” (Kuhn, 1962) dar respuesta a la crisis
ambiental? ¿O estamos ante escenarios que requieren de una ciencia “post-normal”, tal como
proponen Funtowicz y Ravetz (1993)? En estas situaciones, donde los hechos son inciertos y los
valores están en disputa, y la complejidad pone en jaque el atomismo y la división, el conocimiento
científico tradicional pierde su neutralidad. La ciencia post-normal propone, en cambio, una
“comunidad extendida de pares” que incluye a actores sociales, comunidades locales y portadores
de saberes no académicos. Este enfoque implica entonces repensar la producción de conocimiento.
La noción de co-producción (Jasanoff, 2004) no se limita a promover la colaboración entre
científicos y actores sociales, sino que cuestiona la propia separación moderna entre hechos y
valores, entre ciencia y política. En los conflictos ambientales contemporáneos, el conocimiento
científico no circula en un espacio neutral, sino en medio de disputas por el sentido, el valor y el
control de los recursos y los territorios. Por ello, un enfoque ambiental basado en la complejidad
exige una apertura epistemológica que reconozca la pluralidad de saberes -científicos, técnicos,
indígenas, campesinos, comunitarios- como componentes activos en la configuración de los
procesos socioecológicos. No se trata simplemente de “integrar” saberes en un marco científico
predefinido, sino de construir espacios genuinos de diálogo, negociación y co-producción, donde
el conocimiento mismo sea objeto de reflexión crítica y transformación.
En este sentido, el abordaje desde las Ciencias Ambientales que aquí se propone no consiste en
una mera suma de disciplinas o marcos conceptuales ni mucho menos una herramienta objetiva de
estudios de impacto o remediación, sino en una praxis reflexiva y adaptativa. Esta praxis debe estar
orientada a la construcción situada de alternativas, capaz de enfrentar la complejidad política,
ecológica y cultural de los territorios.
A su vez, requiere pensar críticamente un modelo de desarrollo propio, teniendo en cuenta los
condicionantes institucionales, presupuestarios y estructurales que atraviesan a los países del Sur
Global (Marchini 2022). Una ciencia ambiental comprometida con la justicia territorial debe poder
navegar contextos de alta incertidumbre, tensionados por desigualdades históricas, conflictos
ambientales persistentes y presiones de homogeneización epistémica. En este marco, la articulación