Quinto Sol, vol. 29, nº1, enero-abril de 2025, ISSN 1851-2879, pp. 1-20

http://dx.doi.org/10.19137/qs.v29i1.8393


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Dossier

Jóvenes del futuro. Militancia y sociabilidad juvenil en las tomas de escuelas en la ciudad de Rosario en 1973

Young people of the future. Militancy and Young sociability in the ocuppations of the high schools. Rosario, 1973

Os jovens do futuro. Militância e sociabilidade juvenil nas tomadas de escolas na cidade de Rosário em 1973

Laura Luciani

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional de Rosario.

Facultad de Humanidades y Artes. Instituto de Investigaciones Socio-Históricas Regionales

Argentina

Correo electrónico: lauluciani@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2449-5012

Resumen

En el presente artículo se analiza la ocupación de escuelas secundarias en la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe, Argentina) durante el año 1973, con el objetivo de identificar las características que tuvo ese proceso. Se sostiene que las tomas no fueron iguales en su composición y desarrollo. No obstante, permitieron la gestación de un amplio movimiento estudiantil que articuló demandas centrales entre 1973 y 1975. Asimismo, se argumenta que fueron en paralelo, y convergieron con la ampliación de la militancia política de estudiantes secundarios. Además, es posible examinar la ocupación de instituciones educativas en clave generacional, dado que la politización de las y los jóvenes se articuló con nuevas formas de sociabilidad juvenil. En esa línea, se recuperan diversas experiencias que habilitan a redefinir el universo joven en los primeros años setenta.

Palabras clave

movimiento estudiantil; participación política; escuelas; juventud

Abstract

This article analyzes the occupation of secondary schools in Rosario (Santa Fe, Argentina) during the year 1973 in order to identify the characteristics of this process. It is argued that the occupations were not similar in their composition and development, however, they allowed the gestation of a broad student movement that articulated central demands between 1973 and 1975. It is also argued that they were in parallel and converged at a time of expansion of political militancy of secondary students. It is also maintained that it is possible to analyze the occupation of educational institutions in a generational key where the politicization of young people was articulated with new forms of youth sociability. In this line, the article recovers various experiences that enable us to redefine the young universe in the early seventies.

Keywords

student movements; political participation; school; youth

Resumo

Este artigo analisa a ocupação de escolas secundárias na cidade de Rosario (província de Santa Fe, Argentina) durante 1973, com o objetivo de identificar as características desse processo. Argumenta-se que as ocupações não eram iguais em sua composição e desenvolvimento. No entanto, elas permitiram a formação de um amplo movimento estudantil que articulou demandas centrais entre 1973 e 1975. Argumenta-se também que elas eram paralelas e convergiam com a expansão da militância política entre os alunos do ensino médio. Além disso, é possível examinar a ocupação das instituições educacionais a partir de uma perspectiva geracional, uma vez que a politização dos jovens se articulou com novas formas de sociabilidade juvenil. Nesse sentido, são recuperadas várias experiências que nos permitem redefinir o universo juvenil no início dos anos setenta.

Palavras-chave

movimento estudantil; participação política; escolas; juventude

Recepción del original: 1 de julio de 2022.

Aceptado para publicar: 22 de abril de 2023.

El 7 de mayo de 1973 Silvia escribió en su diario íntimo, aquel que le regaló su padre meses antes, cuando cumplía catorce años, algunas preocupaciones personales sobre la vida, la revolución y las generaciones jóvenes:

Y esta es mi vida, queriendo cada vez más lo que se necesita, una educación mejor, una vida distinta, la REVOLUCIÓN SOCIAL, pero creo que falta mucho, primero tenemos que cambiarnos nosotros por dentro, dejar de boludeces, pensar en cosas concretas e importantes, no como hoy una piba de la escuela, tenía una poesía que más boluda imposible (y tus labios rozaron los míos y nuestros ojos se miraron y qué sé yo que otras estupideces más) si estos son los jóvenes del futuro mejor que no vengan porque sino ya veo qué revolución vamos a hacer.[1]

Días después se sumaba a las tomas de escuelas que se desplegaron a lo largo del país y que tuvieron una fisonomía particular en la ciudad de Rosario.[2] Sus sentimientos, expresados en el diario, reflejaban la expectativa de una joven respecto de horizontes emancipatorios, las tensiones con proyectos disímiles a los suyos y, al mismo tiempo, evidenciaban los inicios de un camino a tientas: aquello que convocaba desde su diario eran anhelos de una adolescente con inquietudes sociales y de cambio personal.

En este artículo se propone abordar, a partir de la historia de Silvia, muchas historias de estudiantes varones y mujeres de escuelas ocupadas y de sociabilidades juveniles que se expresaron con persistencia durante el gobierno camporista,[3] y dejaron una estela que, por un breve tiempo, modificó las dinámicas estudiantiles. También se reflexiona sobre el proceso de politización que convergió con la toma de escuelas secundarias en 1973, fundamentalmente para conocer cómo se constituyó en un elemento clave en la reconfiguración de determinadas experiencias políticas, sociales y culturales, modificando la escena juvenil.

El estudio de este suceso permite identificar algunos rasgos específicos de la militancia secundaria, al tiempo que habilita a construcciones más complejas entre las prácticas políticas y la sociabilidad juvenil. En este sentido, se sostienen algunas hipótesis fundamentales. En primer término, que la ocupación de escuelas fue paralela a la consolidación de identidades políticas, inscriptas en lógicas más generales de radicalización social. En segundo lugar, que la acelerada politización del estudiantado de los colegios secundarios amplió, diversificó y modificó las dinámicas de sociabilidad juvenil en los primeros años setenta, por lo cual lejos de escindir la militancia de la sociabilidad es necesario reponer ciertas coordenadas que permiten abordarlas en conjunto. Las prácticas políticas emergentes en espacios educativos habilitaron nuevas formas de pensarse como actores y actoras en clave generacional. Las tomas, movilizaciones, panfleteadas y asambleas, así como los conflictos, las negociaciones y los acuerdos con las autoridades, gestaron un espacio que se constituyó en el cruce entre las prácticas culturales y políticas.

Al definir la escala al estudio local, la ciudad se convierte en una lente ampliada para complejizar y matizar las lecturas sobre esa problemática. La selección de casos se reduce a una sola ciudad, Rosario, con el objetivo de analizar el ámbito de construcción y redefinición de la militancia política juvenil y su confluencia en la ocupación de escuelas secundarias. Flabián Nievas (2000) ha planteado que las tomas de instituciones educativas fueron significativas en la provincia, destacándose en la urbe rosarina. El relevamiento evidencia que las escuelas técnicas nacionales y provinciales, normales, profesionales de mujeres y confesionales fueron objeto de diversas tensiones que, en algunos casos, implicaron el cierre del establecimiento por parte de las autoridades –la mayoría de los colegios confesionales–, la toma de escuelas por varios días o meses y, en otros –donde no se llegó a esa determinación–, el surgimiento de cuestionamientos estudiantiles que disputaron con las autoridades (Luciani, 2022).[4]

La primavera en otoño, la ocupación de escuelas

Apenas iniciado el gobierno de Héctor Cámpora se produjeron las primeras tomas en escuelas secundarias, que siguieron lineamientos similares a la ocupación de instituciones públicas en toda la Argentina. Las acciones devenían de tiempos de radicalización política en alza, que jalonaron la dictadura desde finales de la presidencia de Juan Carlos Onganía y abrieron un escenario de acción que involucró a diferentes sectores de la sociedad en el marco de la salida electoral (Pucciarelli, 1999; Cernadas y Lenci, 2021). El tiempo en el cual se produjo la ocupación de establecimientos fue, para gran parte del estudiantado, un momento propicio para alentar demandas largamente postergadas y desterrar dinámicas autoritarias en todos los espacios. En líneas generales, han sido definidas como estrategias de acción de diversas agrupaciones políticas, con preeminencia de las que se inscribían en el arco peronista, en contra del llamado continuismo del funcionariado designado bajo la dictadura. Para Nievas (1999) eran la expresión de un doble proceso antagónico, la licuación de las jerarquías establecidas en la institución, por un lado, y la alteración y el reforzamiento del nuevo orden por el otro, donde la mayoría representaba el acompañamiento al gobierno camporista. Según Maristella Svampa (2003), no tenían una conducción única e involucraban a diversos sujetos, en tanto que otras investigaciones destacaron el carácter democratizador que abrió ese proceso (Viano, 2013). Estos análisis permiten asumir que las tomas fueron mucho más que la lucha contra el continuismo, en ellas convergieron proyectos colectivos más o menos autónomos junto con las aspiraciones de quienes asumieron el gobierno en mayo de 1973, que brevemente acompasaron sus expectativas, aun con tensiones.

La ocupación se produjo fundamentalmente en instituciones públicas y, en menor medida, en ámbitos privados. Algunas cifras muestran la magnitud de esta forma de protesta: en el breve lapso de dos meses se registraron al menos 2000 hechos. Fueron noticia en medios nacionales y en revistas militantes, que relevaron los acontecimientos de distinto modo. El pico máximo se produjo durante la primera quincena de junio, revirtiéndose la situación en las semanas siguientes, de cara a la llegada de Juan D. Perón al país. El registro de establecimientos educativos, tanto universidades como escuelas, evidenció una cartografía múltiple y diversa. Las tomas se produjeron en diferentes ciudades del país y con mayor visibilidad en las grandes urbes, pero también en las pequeñas localidades, lo cual advierte respecto a la importancia que tuvo la participación estudiantil en esta coyuntura.

En la provincia de Santa Fe se verificaron tomas en diversas ciudades y establecimientos. En la comuna de Pavón, departamento Constitución, el edificio comunal fue ocupado por un centenar de personas (Adriani, 2000). En Rosario, la capital, se produjeron hechos similares en edificios estatales, incluidos espacios pertenecientes a la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Se tomaron dependencias en forma conjunta por docentes, no docentes y estudiantes, entre finales de abril y principios de mayo.[5] No serían las únicas de ese año, las agrupaciones estudiantiles peronistas tomaron nuevamente los edificios en julio para ratificar la figura del rector Roberto Ceretto luego de la renuncia de Cámpora, y volvieron a hacerlo en octubre cuando este presentó su dimisión al presidente Juan D. Perón.[6] La Escuela Industrial de la ciudad de Santa Fe, que dependía de la UNL, fue parte de ese proceso. Allí, el estudiantado alentó y acompañó la destitución de las autoridades y la intervención dispuesta desde la universidad (Naput, 1999; Alonso, 2009). En cabeceras departamentales, aun en aquellas con menor densidad poblacional, también las escuelas fueron foco de conflictividad. Es el caso de las ciudades del radio del cordón industrial de Rosario, como Capitán Bermúdez donde se ocupó la Escuela Técnica N° 1, o la Escuela Nacional Técnica (ENET) de la ciudad de San Lorenzo. Asimismo, en la localidad de Casilda, cabecera del departamento Caseros, hubo un intento de ocupación que fue repelido a los tiros por el director.[7] Incluso en aquellas ciudades donde no se produjeron tomas se constituyeron espacios de organización estudiantil y hubo un proceso de agitación política. En Rafaela, departamento Castellanos, entre finales de la dictadura y el inicio del gobierno de Cámpora se creó y creció la Asociación de Estudiantes Secundarios, espacio que nucleó a jóvenes con distintas extracciones políticas, bajo el impulso de militantes de la Juventud Peronista (JP). Ello permite verificar el proceso de politización creciente del estudiantado de colegios secundarios que, con configuraciones y estrategias diversas, permitió la emergencia y el crecimiento de diferentes agrupaciones (Gutiérrez y Pongolini, 2015).

Rosario lideró el ranking de instituciones educativas secundarias ocupadas, tanto si la comparamos respecto al mismo proceso en otras latitudes del país como en su relación con otras dependencias apropiadas en la ciudad. Según los datos expuestos (Nievas, 2000) se tomaron 34 escuelas, cifra que supone un 36% del total de ocupaciones en Rosario; mientras que en Capital Federal solo representaron el 13,3% en relación con el total. Otras indagaciones señalan que en Rosario fueron tomados casi la totalidad de los establecimientos nacionales, normales y técnicos, y también se registró la ocupación de algunos colegios provinciales (Luciani, 2022). El arzobispo a cargo, Monseñor Guillermo Bolatti, decidió levantar las clases en escuelas bajo su égida y en aquellas pertenecientes a la congregación San Juan Bosco: el colegio San José y María Auxiliadora. La medida se sustentaba en el “salvaguardo de la integridad de las personas y bienes”.[8]

En los casos reseñados el objetivo común era evitar el continuismo de la dictadura en la escuela, pero evidenciaron dinámicas diferentes; tuvieron ritmos de politización y de acción estudiantil diversos que articularon problemáticas específicas de la institución con el nuevo contexto político. Esta situación da cuenta, además, de un proceso breve y acelerado, especialmente si lo comparamos con la trayectoria del movimiento estudiantil universitario. Ello no significa que la acción en colegios secundarios no tuviese un devenir propio, ya que su presencia fue visible en distintos momentos de conflictividad, algunos junto a sus pares de la universidad y otros en soledad. Esos sucesos dejaron huellas en las memorias estudiantiles y se vincularon a luchas centrales previas, como el debate en 1958 sobre la educación “laica o libre”, o las movilizaciones sociales de mayo y septiembre de 1969, conocidas como “rosariazos”. No obstante, la agitación social que se extendió en 1973 tuvo un cariz diferente y la activación del estudiantado secundario adquirió un carácter masivo y diferenciado de las acciones de sus pares de la universidad; por ende, es factible pensar que fue uno de los momentos de mayor autonomía de sus reivindicaciones.

La investigación permite advertir los matices y las complejidades que se inscriben en ese acontecimiento y deconstruyen el sentido unívoco otorgado a los procesos de movilización estudiantil. Previo a las ocupaciones y luego del llamado a la apertura política, ya se había iniciado –en algunas escuelas– un trabajo lento y clandestino de organización del centro de estudiantes. Estos son los casos del Superior de Comercio y del Instituto Politécnico que dependían de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), por tanto, en estrecha vinculación con la participación política en ese ámbito. No eran los únicos establecimientos donde las y los estudiantes comenzaban a discutir la temática. Silvia estudió en el colegio privado Dante Alighieri y recuerda que los primeros encuentros por la creación del centro se dieron entre finales de 1971 e inicios del año siguiente, cuando se reunían en la Facultad de Medicina de la UNR. Asimismo, ya desde abril se habían iniciado una serie de protestas en algunas escuelas técnicas, como es el caso de la ENET N° 1.[9]

Para 1973, la vida política estudiantil entraba en una nueva etapa de discusiones y debates que, en muchos casos, contaba con una frágil tradición. A la Federación Juvenil Comunista (FJC), la agrupación estudiantil más antigua, se incorporaban otras vinculadas al Partido Socialista; al Partido Comunista Revolucionario, surgido al calor de las escisiones al interior del Partido Comunista (PC); agrupaciones trotskistas como la Juventud Socialista Avanzada (JSA), creada en 1972; y agrupaciones peronistas diversas, entre las cuales estaban la Juventud de Secundarios Peronistas (JSP), nacida en 1972 y vinculada al Frente Estudiantil Nacional, y pequeñas organizaciones peronistas emergentes, como el Movimiento de Acción Secundaria y Secundarios del Pueblo, que entre abril y junio de 1973 confluyeron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), perteneciente a la Tendencia Revolucionaria y cercana a Montoneros (Di Terlizzi, 2019). La existencia de agrupaciones estudiantiles tampoco debe ser amplificada, ya que en general la participación de jóvenes en la actividad política era menor si la comparamos con el total de la población estudiantil, lo cual no impidió que tuviesen presencia en las escuelas rosarinas. Claudia militaba en la FJC y recuerda que era difícil hacerlo en el colegio Normal N° 2 donde ella cursaba el secundario: “logré afiliar muy poca gente, dos personas”,[10] por lo tanto, su militancia se desarrollaba fundamentalmente fuera del horario escolar. Pero en el marco de las elecciones, y luego de la asunción de Cámpora de la presidencia, ese panorama se vio desbordado. Es posible señalar que la mayoría de las agrupaciones estudiantiles crecieron y algunas, incluso, se gestaron al calor de esos acontecimientos. La UES se refundó y fue potenciada por el proceso de radicalización política vivido en las escuelas secundarias, por lo cual su incremento fue en proporciones mayores.

En una búsqueda por sintetizar los nudos problemáticos que atravesaron las ocupaciones de las escuelas, interesa puntualizar en la relación entre quienes realizaron esas medidas y el gobierno, los objetivos propuestos y los matices desplegados en cada caso. En esa línea se destaca que las tomas, aun cuando se constituyeron como escenario de apoyo al gobierno democrático, a poco de producidas se evidenció la tensión entre aquellos que participaban de la acción y las autoridades. Las primeras no contaban con el beneplácito de los sectores que abogaban por el pacto social, tal como da cuenta el expediente iniciado por miembros del cuerpo legislativo que solicitaron un relevamiento sobre la situación de “tomas y apropiaciones de establecimientos de bienes públicos y privados” y las medidas desplegadas. En las fundamentaciones expresaron que las acciones iban contra la institucionalidad y “no estaban en la plataforma o el programa de gobierno de ninguna fuerza política”.[11] De igual modo, el ministro de Educación Jorge Taiana señaló a los medios que “los vejámenes y la violencia física contra las personas y los establecimientos son y serán rechazados”.[12] Las tomas configuraron un escenario de disputa política al interior del gobierno y reverberaron diferentes posicionamientos que variaron desde el acompañamiento hasta la crítica (Ramírez y Abatista, 2022). El 14 de junio, Juan Manuel Abal Medina, entonces secretario general del Movimiento Justicialista, instó al cese de las ocupaciones y, si bien el número de edificios ocupados decreció, el acatamiento no fue total. En el caso de los colegios rosarinos vale señalar que algunos se mantuvieron tomados unos días más y el estudiantado siguió en alerta, señalando las tensiones entre quienes iniciaban la devolución del establecimiento a las autoridades y aquellos escenarios donde el conflicto se mantuvo.

Otro problema a destacar refiere a los objetivos. Aun cuando fueron en consonancia con el proceso nacional, retomaron demandas específicas. La prensa periódica local identificaba una serie de demandas, tanto específicas como generales: la renuncia de autoridades o docentes, nuevos espacios como bibliotecas y laboratorios, o la participación de estudiantes en la definición de los planes de estudio. Como planteo más general, se reclamaba el medio boleto estudiantil y un mayor presupuesto para educación.[13] Además, se sumaba la eximición con una calificación de seis puntos y la creación de centros de estudiantes donde no los hubiera, así como la modificación de las normativas respecto a la vestimenta; reclamos que excedieron a la ocupación de la escuela y se mantuvieron a lo largo de todo el año. Según un informe policial, el estudiantado de la ENET N° 2, que tuvo repetidas situaciones de conflicto con las autoridades a inicios de 1973, reclamaban el cese de sanciones a los estudiantes[14] y que se mejorara el trato por parte de los docentes. En el Instituto Politécnico, la asunción de Enrique Gomara como director provocó el descontento estudiantil y llevó a la ocupación del establecimiento.

En muchos casos las acciones fueron contra los directivos, en otros implicó el acuerdo –obligado– con ellos. En los colegios Nacional N° 1 y Normal N° 2 la toma se realizó con el consentimiento de las autoridades. En el primer caso, Matías recuerda que los representantes del centro de estudiantes visitaron a la rectora en su domicilio y le comunicaron la decisión de ocupar la escuela.[15] Esa notificación suponía tener acceso a las llaves de la institución y alcanzar compromisos mínimos. Para Claudia, esa medida en el Normal 2 también fue acordada:

El día anterior a la toma la directora sale a decir que unas subversivas y subversivos quieren, viste todo el discurso ese de que quieren alterar el orden y qué sé yo. Y al otro día yo voy a la escuela y me encuentro que la escuela está tomada. Pero estaba tomada con el acuerdo de las autoridades porque la dirección quedó completamente cerrada, cerrados todos los lugares neurálgicos de la escuela.[16]

Las diferencias en el desarrollo de cada ocupación devienen de la potencia política que adquirió el movimiento estudiantil en cada caso, de las relaciones más o menos conflictivas con las autoridades, así como de la presencia de demandas históricas, elementos que incidieron en la temporalidad y en los resultados obtenidos. Más allá de los triunfos parciales, este acontecimiento abrió un lento proceso para la organización a nivel más general y la apertura a las elecciones. En el Politécnico, donde las fuerzas de la UES no habían sido significativas, el centro de estudiantes quedó en manos de una agrupación que las personas entrevistadas recuerdan como de “derecha”. Recién en 1974 la lista Azul y Blanca, conformada por representantes de la UES y acompañada por una gran cantidad de jóvenes, ganó las elecciones. En el colegio Nacional N° 1 el centro ya se había constituido y comenzaron a realizar actividades que incluso excedían a la vida institucional. Así, en 1973 organizaron un recital y trajeron la obra musical Cantata La Forestal.[17] En la escuela Superior de Comercio, donde la UES concitaba más estudiantes, logró ganar la mayoría de los representantes delegados de curso y hegemonizar el centro.[18] También la Tendencia Revolucionaria accedió a importantes espacios de gestión, lo cual verifica un acotado y breve proceso de institucionalización de la militancia revolucionaria (Tocho, 2020), desde el cual la UES irradió militantes a otras escuelas. En definitiva, los colegios vivieron un proceso de agitación y de activación que se visibilizó en la realización de actividades políticas y culturales, organizadas por estudiantes de manera autónoma.

Los espacios de encuentro entre dirigentes de diversas escuelas se rehabilitaron con las tomas. Fueron un “ir y venir” donde se intercambiaban ideas y proyectos que, más allá de las diferencias partidarias, pretendían aunar el reclamo a partir de la formación de una coordinadora. Esteban recuerda:

En aquel momento integraba un grupo de cuatro compañeros que éramos los que coordinábamos la tarea de los distintos colegios con un solo objetivo: la formación de centro de estudiantes para la famosa lucha del medio boleto y tener un instrumento, una herramienta, que uniera todos los centros de estudiantes por el medio boleto.[19]

Así se conformó la Coordinadora Única de Estudiantes Secundarios (CUES) que llevó adelante distintas actividades públicas entre 1973 y 1975. La más significativa fue la movilización estudiantil por el medio boleto que en varias ocasiones ocupó las calles, una de ellas fue en 1975 e implicó la participación de miles de estudiantes. Los reclamos desbordaron las paredes escolares y articularon demandas más generales que se sostuvieron luego del fin de las ocupaciones. Las y los jóvenes no abandonaron el escenario político, más bien profundizaron ese proceso y resignificaron sus espacios de inserción y de acción por un tiempo acotado.

“Una fiesta de solturas”. La toma como experiencia juvenil y militante

Es difícil definir los contornos de las militancias, los momentos fundantes que la hacen fluir y proyectarse, que condensan la polifonía de voces que construyen las subjetividades políticas (Oberti, 2015). En las narrativas de quienes asumieron cierta militancia en algún momento de su vida no hay un punto de inicio único: algunas se inscriben en la tradición familiar, en la socialización escolar o en los vínculos que en ella se establecen; y otras en las huellas profundas que imprimieron a sus vidas las experiencias sociales y políticas coetáneas (Viano, 2011; Necoechea Gracia, 2013). No obstante, la condición de politicidad de los sujetos se instituye en las acciones colectivas, allí muta, fluye, estalla y madura en actos; es decir, en los movimientos que expresan “la articulación vital y compleja entre lo sentido, lo pensado, lo actuado y lo narrado” (Bonvillani, 2020, p. 197). Los testimonios asumen el desafío de relatar esos primeros impulsos, dotando de sentido a las acciones. La toma surge en ocasiones como un catalizador de experiencias, en la cual abrevan los caminos iniciáticos previos y de quienes los emprendieron luego. Esteban y Jorge recuerdan sus comienzos en la militancia peronista, entre finales de la dictadura y la campaña electoral, cuando eran tan solo unos pocos. De allí surgió la UES, que en Rosario se definió de ese modo ya en el marco de las tomas y tuvo en el Superior de Comercio una presencia singular y de amplio crecimiento. Pero, en muchos casos, la militancia no implicó una identidad fija y los sucesos de junio de 1973 fueron un puntapié que echó a rodar otros proyectos. Este es el caso de Silvia, cuya militancia comenzó luego de la ocupación del colegio privado Dante Alighieri:

Yo en ese momento de las tomas no estaba en ningún lado, después empezamos a formar el Movimiento Juvenil Revolucionario, que era un invento… de la Dante éramos 4 y la idea nuestra era hacer un movimiento revolucionario relacionando la lucha obrera con el arte… y duramos una primavera [risas].[20]

Esa primavera devino luego en otras estaciones políticas cuando se acercó a la JSA, espacio organizado desde el PST. Luis formó parte de los debates sobre la creación del centro de estudiantes del Politécnico y también comenzó a militar después de las tomas, de cara a las elecciones estudiantiles. Las motivaciones que llevaron a las tempranas militancias eran múltiples y devenían de un marco de análisis más general de la realidad política argentina, que incorporaba desde la masacre de Trelew[21] hasta la salida electoral, junto con la situación específica de cada escuela o la historia política familiar. Denotaban el incremento significativo del involucramiento de estudiantes en la vida política, por un breve lapso, sin que ello significase que la politización alcanzara en igual proporción a escuelas y jóvenes. Laura recuerda que en el caso del Normal N° 1, cuya población escolar era femenina, el edificio fue apropiado por el alumnado del profesorado y quedaron al margen las jóvenes de enseñanza secundaria. En su caso, y el de pocas compañeras militantes, acompañaron el proceso gestado en otras escuelas.[22] En algunas instituciones la ocupación duró apenas un par de días, sin embargo, habilitó un conjunto de demandas y el activismo a un puñado de estudiantes. En este sentido, es posible pensar que muchos y muchas jóvenes se involucraron parcialmente en las tomas, se acercaron a debatir la situación y así creció significativamente la militancia. Paralelamente, una proporción mayor se quedó al margen, con lo cual la medida de fuerza se consideró como unas vacaciones anticipadas.[23] Sergio cursaba en los primeros años del Politécnico y no tenía acercamiento a la militancia, recuerda su participación como un juego que “se hacía porque los demás lo hacían. No había conciencia política en la mayoría”.[24]

No es posible dirimir el mayor o menor compromiso con relación a la cronología de vida de cada estudiante, pero no podemos menospreciar la convivencia de diferentes capas de subgeneraciones que confluyeron y les otorgaron sentidos diversos a las tomas. Para quienes cursaban los últimos años de la escuela secundaria y participaron activamente en ese proceso, solo un puñado de años los diferenciaba de aquellos y aquellas que iniciaban su periplo en las escuelas. Tenían ya un conocimiento de las dinámicas de la institución, de sus autoridades e incluso una práctica política más consolidada. “Lo hacíamos porque los demás lo hacían” denota el carácter transitorio de la experiencia para un joven que cursaba su segundo año, que participaba solidariamente con sus compañeros, sin expresar en ello el interés por la actividad política. La ocupación de las escuelas se nutrió, entonces, de militantes de diversas agrupaciones, simpatizantes e incluso independientes que fueron virando en sus posiciones al calor de los acontecimientos.  

Como proceso de organización y de activación política, la toma señaló un punto de inflexión en el movimiento estudiantil secundario. Habilitó nuevas formas de pensarse en tanto jóvenes que excedieron el marco político y calaron profundamente en las relaciones intergeneracionales y con sus pares. Para muchos, la toma fue más que la toma. Fue la forma en que se involucraron varones y mujeres jóvenes en una de sus primeras experiencias políticas, más allá de los caminos que luego tomaron, en sus primeras transgresiones a la autoridad y a la ley paterna; es decir, al mundo adulto. También es la configuración de nuevos lazos de sociabilidad, de amistad y de noviazgo.

Por ello, cuando las personas entrevistadas hurgan en los recuerdos de su vida estudiantil, la toma ocupa un lugar vital, especialmente para quienes fue un espacio iniciático de la militancia política. Ese sentimiento, no obstante, es recordado de manera diferente en varones y mujeres. Para algunas entrevistadas el hecho se asocia tanto a la experiencia militante como a la transgresión de las normas paternas. Muchas debieron mentir para participar, como es el caso de Laura que, siendo alumna de una escuela Normal, participó en la acción que se llevó adelante en el Superior de Comercio:

–y vos ¿te quedabas a dormir en otras tomas?

–sí, en la del Superior [risas]

–¿por qué? ¿eran las más divertidas?

–De noche eran las únicas divertidas [risas] … o sea, yo me quedaba a dormir diciéndole a mi viejo que me quedaba a dormir de una amiga… mi viejo, salvo la recorrida de las elecciones del 11 de marzo… nunca, políticamente nunca me dejaba participar.[25]

En otros casos buscaron resistir las normas de “no dormir fuera de casa” de otro modo. Silvia recuerda que “había un grupo que se quedaba a hacer guardia a la noche. Yo estaba enojada porque mis viejos no me dejaban. Pero eran las 7 de la mañana e iba con las facturas [risas] y nos comíamos las facturas”.[26] El diario de Silvia recupera parte de la tensión expresada entre su iniciación a la política y la relación con sus padres, señalando una brecha generacional que se profundizó a medida que ella reafirmaba sus experiencias de militante: “Mi militancia está más o menos bien, mis viejos me hinchan bastante las bolas pero logro hacer algo cada día… Estamos haciendo un trabajo de hormigas. En lo personal te diré que el único problema son mis viejos”.[27]

Participar de la toma fue un poco menos conflictivo para las jóvenes que provenían de una familia de tradición militante. Ese fue el caso de Claudia, cuyos progenitores eran también del PC y no tuvo inconvenientes en pasar algunas noches fuera de su casa durante la ocupación de la escuela, junto a sus compañeras. Inclusive, recuerda que: “Como había más de día y pocas de noche, yo me ofrecí de noche… Y nos quedábamos solas pero había padres que, como te conté, que daban vueltas por ahí.” Claudia enfatiza respecto de sus padres:

sabían que me quedaba en la toma… yo tenía todo permitido menos sexo. Estaba todo, todo, todo… menos eso; estaba todo prohibido en términos sexuales. Yo me podía ir a la Conchinchina, ni se enteraban en que barrio estaba, en que villa, eso estaba bárbaro, porque estaba avalado por el PC [risas].[28]

En este último caso, la aceptación paterna y materna dependía tanto de la tradición de militancia familiar como el hecho de que la escuela era de mujeres y la toma fuera realizada exclusivamente por las estudiantes. Ese acompañamiento parental a la acción participativa no escapaba a los mandatos establecidos hacia las jóvenes y su cuidado, la ronda de padres era una expresión de ello. El ocultamiento de Laura, la prohibición a Silvia y la aceptación en el caso de Claudia, convoca a reflexionar sobre los límites paternos en doble clave, el temor a la participación política y las potenciales relaciones sexoafectivas, donde ambas se articularon o se diferenciaron según las propias expectativas, experiencias y sentidos familiares. En esa línea, es posible pensar que convergieron las concepciones de militancia y los estereotipos familiares y sociales respecto del rol de las jóvenes, permitiendo a padres y madres militantes asumir la acción política de sus hijas sin romper abiertamente con posiciones más tradicionales sobre el resguardo de sus afectos, cuerpo y sexualidad.

En el relato de los varones, la toma y la participación es un hecho dado. Sergio, que no militaba (ni lo haría posteriormente) no recuerda si con catorce años pidió permiso a sus padres. En cambio, Luis señala: “me acuerdo a la primer reunión que fui yo estaba con muletas… y me acuerdo de esas cosas raras que mi viejo me llevó en el auto”.[29] Ambas descripciones dan cuenta que las primeras experiencias asociadas a la vida política no se rememoraron como una confrontación con las expectativas paternas. Por tanto, la toma tuvo expresiones diferentes no solo para quienes se planteaban la posibilidad de militar sino también en las relaciones familiares. Adquirió modos diversos que atravesó los vínculos familiares, tensó los estereotipos en torno a las “chicas” y los “chicos”, la participación en actividades que implicaran el acercamiento a la política y dormir fuera de su casa. Tal como han planteado Isabella Cosse (2010) y Valeria Manzano (2018), el rol tradicional de las mujeres y las relaciones de pareja, especialmente en las jóvenes, se habían modificado hacia la década del sesenta al menos en las grandes ciudades del país. En ello habían contribuido el mayor acceso a la escolaridad, la emergencia de nuevas sociabilidades y los cambios culturales y de consumo. Sin embargo, en el caso de nuestras entrevistadas, jóvenes de catorce y quince años, la ocupación de la escuela fue una acción política que marcó el primer resquebrajamiento sobre los mandatos paternos y acentuó la brecha intergeneracional. Asimismo, habilitó la disputa de sentidos respecto a los proyectos personales, aun cuando no implicaron la ruptura inmediata con los patrones sociales en los cuales se habían desenvuelto hasta entonces. Al mismo tiempo, una misma experiencia, la toma, implicó estrategias diferentes en varones y mujeres, y una apropiación limitada de la acción política a partir de las relaciones parentales.

El conflicto intergeneracional también se expresó en otra clave: la disputa con las autoridades escolares. Ya hemos señalado en el apartado anterior la existencia de diversas demandas, no obstante, en los recuerdos esa interpelación se entramó en un discurso y en prácticas que expuso nuevas formas de pensarse en el espacio institucional:

Se toma la escuela bajo control estudiantil. Entonces, estaban todas las puertas selladas, había controles… y adentro de la escuela: se fumaba adentro de las aulas, bueno era… la corbata ya no existía, el que quería ir con pantalones cortos iba con pantalones cortos. O sea, un proceso terriblemente convulsivo que era la escuela bajo control estudiantil.[30]

Jorge lo define en estos términos:

la escuela la tomamos, la tomamos, no dejamos entrar más a los profesores, no dejamos entrar más a los directores, no dejamos entrar a los ordenanza, no dejamos entrar más a nadie. La escuela quedó en poder de los jóvenes… los que tomamos la escuela fuimos nosotros… había también algunos que no militaban que también se sumaron y que a partir de ahí se empezaron a incorporar a la política de una manera u otra. Ahí se da un crecimiento vertiginoso, la UES de pasar a tener cuatro o cinco militantes pasó a tener cincuenta.[31]

Ese nosotros, remarcado con una voz más enfática –irreproducible en la escritura– construye un borde que delimita una doble presencia: generacional y política. Las referencias de Luis y de Jorge narran la ocupación en clave de autonomía y de apropiación de una nueva territorialidad, de quienes asumen la organización y el control de la escuela: definen el ingreso, lo permitido y lo prohibido. Era la posibilidad de generar cambios en las concepciones escolares, de dar un nuevo ritmo a las instituciones educativas y a sus prácticas, incorporar la participación estudiantil y disputar el espacio a las autoridades, identificadas con el universo adulto. Pero, al mismo tiempo, era una manera de subvertir el orden, de romper las reglas:

tenía que ver con una posibilidad de pararte de un modo distinto. Por ejemplo, en el caso de “la Dante”, durante las tomas, fue muy cómico, porque en esa época yo jugaba al hockey en Plaza Junior, entonces, tenía una bufanda muy larga que tenía los colores del Plaza, gris y bordó, entonces a la estatua del Dante le habíamos puesto la bufanda, el gorro… era todo un… como decir, ocupar otro espacio… fue una fiesta de solturas.[32]

Gloria lo rememora de un modo similar:

Entonces eso para mí fue no solamente novedoso… yo sentí como un estado de libertad, de poder hacer un montón de cosas que nos estaban prohibidas, de poder participar de algo, iba a ser trascendental sin (y te vuelvo a repetir) sin pensar de qué manera y en dónde me estaba metiendo políticamente desde lo profundo…. Yo no podía, no me sentía una observadora, me sentía más que tenía que estar como partícipe activa.[33]

El modo en que ese hecho es narrado por ambas entrevistadas, el énfasis de la voz y la emoción pausada, denota lo importante e irrepetible de ese suceso. Fue una fiesta que alteró el ritmo habitual de las escuelas y el orden instituido. Fue la alegría, “el triunfo de una especie de liberación transitoria, más allá de la órbita de la concepción dominante, la abolición provisional de las relaciones jerárquicas, privilegios, reglas y tabúes” (Bajtin, 2003, p.15) que transfiguró las relaciones con las autoridades en particular y el mundo adulto en general.

La fiesta implicó además la construcción de nuevos horizontes afectivos, de parejas y de amistades. No es azaroso que muchos y muchas transitaran sus primeras experiencias de acercamiento político junto a sus amistades. Como fue el caso de Luis C., quien inició su militancia junto a su amigo; mientras que para Esteban esas amistades y el acercamiento político fueron de la mano y consolidaron su vínculo con la UES:

Mucho tienen que ver los amigos de aquel momento y el impacto, yo iba al Superior de Comercio, el impacto que provoca el hecho en sí del secuestro de Ángel Brandazza y la campaña de Lucha y Vuelve…  Y eso conectado con la muerte de Tacuarita y eso provocó un shock, yo tenía 14 años, pero propio de la edad. Lo que provocó fue más efervescencia y más compromiso… en ese momento no éramos un grupo organizado, éramos un grupo de amigos vinculados al peronismo en general”.[34]

La militancia de Esteban se inscribe en la primera pintada, en el horror frente a la desaparición de un joven como él, en los debates en la escuela y en las amistades. Para quienes iniciaron ese recorrido como estudiantes, la relación de pares forjada –dentro y fuera de esas instituciones– fue central en la construcción de sus propios caminos de militancia. Estos nuevos vínculos no solaparon ni impidieron el mantenimiento de grupos afectivos previos, señalaron, en todo caso la emergencia de nuevas prácticas vinculadas a la participación política, que excedían los marcos tradicionales de amistad o los vínculos al interior de la escuela.

Para quienes participaron de las ocupaciones y luego se direccionaron hacia la militancia política, los vínculos afectivos, las relaciones sexuales y los noviazgos también se vieron mediados y mediatizados por esas experiencias. Ante la pregunta sobre el vínculo entre pareja y militancia, Laura F. recuerda: “Y la militancia, el noviazgo… era endogámica, era todo junto… lo que pasa es que él [refiere a su pareja de entonces] iba al Poli pero… las periescolares[35] las hacíamos muchas veces juntos”.

Ante esa conversación, Claudia A. señala: “nosotros [por la FJC y el PC] teníamos parejas clandestinas de Montoneros y PC. Había muchos Montoneros con PC… Al partido no le gustaba, más bien estaba prohibido”.[36] Tanto Laura como Claudia expresaron que las relaciones eran parte del debate dentro de sus respectivos espacios políticos, con lo cual los primeros noviazgos estaban mediados también por ese ámbito, aunque con los matices propios de la fugacidad de esas uniones. Al mismo tiempo, otras experiencias evocan que la militancia era un punto de tensión en las relaciones de pareja. Gloria, cuya pareja no era militante, manifestó que esta situación le generaba algunos inconvenientes y que culminó en la ruptura amorosa con su ingreso pleno a la militancia en 1974:

y tenía mis serias dudas en cuanto a cómo iba a empezar a militar porque el novio que yo tenía no quería saber nada. Y me decía que yo a la facultad no iba a ir porque me iba a meter en política. O sea, sin que yo le dijera gran cosa se daba cuenta que era lo que a mí más me gustaba.[37]

Silvia C. describe cómo marcó su primera relación la definición de trayectorias políticas diferentes:

El Turquito, que era con el que yo salía… era de Vanguardia Comunista pero sus amigos de curso eran casi todos de la Juventud Peronista. Entonces, cuando fue lo de Ezeiza, él fue… a Ezeiza y nosotros seguimos con la escuela tomada. Y después cuando vino me dice ´ahora Silvia ahora vamos a entrar en la Juventud Peronista´, yo dije ‘pero si nosotros no somos peronistas’. Dije ´yo no voy a mentir si yo no soy peronista, cómo voy a estar en un lugar si no soy peronista´. Y se enojó. Y bueno entonces ahora no salimos más. Y no salimos más, le dije, pero yo no voy a mentir si yo no soy peronista, no puedo ser”.[38]

Es interesante consignar la marca generacional de estas primeras experiencias y los vínculos afectivos, en los cuales, si bien preponderó la relación dentro de las mismas agrupaciones, tal como señalan estudios sobre la militancia (Viano, 2011; Oberti, 2015), queda en evidencia que esta no era una barrera impermeable en la configuración de los primeros noviazgos. Los casos aquí señalados no marcan una modalidad unívoca respecto a cómo se vieron tensionadas la relación de pareja y la militancia, sino que plantea la multidiversidad de experiencias, de cruce entre la acción política y la construcción de relaciones de pareja heteronormativas y en clave generacional. Andrea Andújar (2009) ha planteado la dificultad que existe en rotular los primeros setenta solo en clave de proyectos políticos y disputas sociales; ha señalado la necesidad de reponer junto a las movilizaciones sociales, la lucha armada y las acciones contestatarias en general. Estos procesos fueron dinamizados por quienes asumieron su militancia “entre amores y desamores; tuvieron relaciones de parejas sólidas, también paralelas, más o menos momentáneas, casi siempre militantes; que temieron por su vida, las de sus hijos/as, la de sus parejas y la de sus amigos/as” (p. 169).

En línea similar, Isabella Cosse (2017) sostuvo que el descubrimiento de la sexualidad iba en simultáneo al compromiso político para una gran cantidad de jóvenes; a ello sumaban la confrontación en el orden familiar y social de ciertos estereotipos. Para quienes se iniciaron políticamente en las tomas, estas tensaron y resignificaron la construcción de relaciones interpersonales con otras y otros jóvenes, en los “primeros amores”, en las relaciones con sus familiares y en el mundo adulto. Esto permitió la convergencia de dos procesos diferentes, uno más ligado a modificaciones en el ámbito familiar, de amistades o relaciones de pareja; otro más vinculado a la potencialidad de la participación política y la militancia dentro de la escuela. Desde lugares diferentes muchas jóvenes asumieron la toma como un lugar de libertades, que las acercaba a sus compañeros y las alejaba de mandatos más tradicionales o, al menos, los ponía en suspenso.

Reflexiones finales

En el artículo hemos examinado la toma de escuelas secundarias que se desplegaron en Rosario durante el gobierno de Héctor Cámpora. Fue una de las ciudades donde esas acciones se generalizaron, ampliando la activación política de las y los estudiantes. El análisis sobre diferentes escenarios da cuenta, además de la singularidad del proceso, de sus matices y complejidades, lo cual permite sostener que la ocupación de establecimientos implicó definiciones que fueron complejas y excedieron la consigna de cuestionar la continuidad de las autoridades instaladas por la dictadura. En esa línea, se enfatiza la breve y expansiva politización de mujeres y varones jóvenes, sus demandas permiten identificar a este acontecimiento como el momento de mayor autonomía y de acción, aspecto que ha sido escasamente estudiado.

En las tomas confluyeron experiencias políticas diversas, se gestaron nuevas y se proyectaron hacia adelante. La investigación en torno a las militancias habilita una lectura compleja, en la cual las experiencias políticas se constituyeron al mismo tiempo como dinamizadoras de prácticas de sociabilidad juvenil y transformadoras de las relaciones intra e intergeneracionales. La militancia política fue un espacio de sociabilidad juvenil que se abría como un horizonte posible para muchos y muchas jóvenes, en un momento de fuerte crecimiento de la conflictividad social. La relación entre militancia y amistad, o militancia y pareja, deben ser comprendidas en clave generacional, señalan una diferencia respecto de trayectorias militantes consolidadas en otras etapas de la cronología vital. La lectura en clave generacional posibilita reponer una mirada que cruza la militancia política con las relaciones parentales. Los registros diferentes de varones y mujeres en torno a su participación política, y cómo esto se dirimió en el seno familiar, convocan necesariamente a un estudio que pondere la intersección entre género y generaciones. El análisis en torno a las tomas permitió sostener que ellas fueron un catalizador de experiencias políticas y militantes, una fiesta que trastocó las dinámicas en las escuelas, definidas al mismo tiempo en contornos políticos y generacionales.

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  1. Viano, C. (2013). La nueva izquierda peronista en el Gran Rosario en los primeros años 70. Una intromisión en la historia argentina reciente [tesis de doctorado, Universidad Nacional de Rosario, tesis no publicada].

Notas


[1] Diario personal de Silvia C., entrada 7 de mayo. Expediente 11474 “s/Autorización para contraer matrimonio”, 19 de febrero de 1974. Juzgado de 1° Instancia en lo Civil y Comercial, 8va. Nominación, Rosario, Santa Fe, Argentina. Copia del diario que presentó su padre en el juicio que se inició ante el pedido de emancipación por matrimonio de su hija, transcripción mecanográfica del juzgado. Agradezco a Silvia el acceso a su archivo personal.

[2] “Tomas de escuelas” o “tomas” es el modo coloquial con el cual se nomina la ocupación de los establecimientos educativos.

[3] El 11 de marzo de 1973 se realizaron las elecciones y ganó el candidato del Frente Justicialista de Liberación Nacional, Héctor Cámpora; asumió el 25 de mayo y renunció 49 días después para posibilitar el llamado a nuevos comicios, que habilitaron la tercera presidencia de Juan D. Perón en septiembre de ese año.

[4] Destacamos la utilización de fuentes orales para el desarrollo de este trabajo. Se citan textualmente entrevistas de nueve personas de las más de treinta que he realizado en un período que va entre 2009 y 2022. De esas nueve: cinco son a varones y cuatro a mujeres, ocho cursaron en escuelas públicas y una en privada. Cinco lo hicieron en escuelas universitarias, Instituto Politécnico y Superior de Comercio, y en un caso se mudó a otro establecimiento público –el Instituto Comercial Zona Oeste– con el objetivo de militar allí, uno en colegio nacional y dos en normales (N° 1 y 2). Uno de ellos, Esteban, fue miembro de la Coordinadora de Estudiantes Secundarios. En definitiva, el universo de personas entrevistadas, que en algunos casos implicó más de un encuentro, refiere a la población de cinco de las escuelas más numerosas de la ciudad y abarca universitarias, nacionales y normales.

[5] La asociación de docentes de Ingeniería Química tomó el rectorado esta mañana (30 de abril de 1973). El Litoral, p. 5. Hemeroteca Digital “Fray Francisco de Paula Castañeda”, Archivo de la Provincia de Santa Fe, Santa Fe, Argentina. https://www.santafe.gob.ar/hemeroteca/

[6] Su apoyo al interventor ratificaron estudiantes (18 de julio de 1973). El Litoral, p. 4.; Ocupación de Facultades e Institutos (18 de octubre de 1973).El Litoral, p.4; Mantienen la situación el control en la UNL (19 de octubre de 1973).El Litoral, p. 5.

[7] Parte policial (14 de junio de 1973). Informaciones varias. Unidad de conservación (UC) 411, folios 1 y 2. Archivo Provincial de la Memoria de la Provincia de Santa Fe (APMSF), Santa Fe.

[8] Memorándum (14 de julio de 1973). UC 411, f. 1. La noticia también se difundió en los medios locales en la misma fecha.

[9] Avanzada Socialista, prensa del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), registró el conflicto en la escuela Técnica Provincial Servando Bayo de Rosario. El ENET N°5 a la cabeza (junio de 1973), Avanzada Socialista, (64), p. 14. Fundación Pluma. http://fundacionpluma.info. Asimismo, en septiembre de 1972, con la posible implementación de una ley que limitaba las incumbencias de los títulos técnicos, ya se habían suscitado una serie de movilizaciones (Bonavena y Millán, 2012).

[10] Entrevista realizada por la autora a Claudia A. y Laura F. en febrero de 2020 en la ciudad de Rosario. Claudia era militante de la FJC entre 1972 y 1976 aproximadamente, estudiante de la escuela Normal y participante de la toma. Actualmente es ingeniera agrónoma jubilada, 62 años.

[11] Balestra y otros (13 de junio de 1973). Pedidos de informes a los ministros del Interior, Justicia y Cultura y Educación sobre las tomas y apropiaciones de establecimientos y Bienes públicos y privados. Expediente 435. Archivo Parlamentario, Cámara de Diputados de la Nación. https://apym.hcdn.gob.ar/expedientes

[12] Advertencia del ministro de Educación (12 de junio de 1973). El Litoral, p. 3.

[13] Ciencias Agrarias, Derecho y Filosofía empezaron ayer su etapa normalizadora (12 de junio de 1973). La Capital, p. 4. Biblioteca Argentina (BA), Rosario.

[14] Memorándum 2268(4 de mayo de 1973). UC 53A, f.2. APMSF.

[15] Entrevista realizada a Matías L. por la autora en febrero de 2017 en Rosario. Matías estudió en el colegio Nacional N° 1 entre 1969 y 1973, militante de la JSP hasta su disolución en 1974. Delegado del centro de estudiantes en 1973. Es bancario y tiene 61 años al momento de la entrevista.

[16] Entrevista a Claudia A.

[17] Entrevista a Matías L.

[18] Entrevista realizada a Esteban M. por la autora en marzo de 2011 en Rosario. Esteban fue estudiante del Superior de Comercio y luego del Instituto Zona Oeste, militante de la UES. Estuvo detenido ilegalmente durante junio de 1976 en el centro clandestino de detención conocido como el “Servicio de Informaciones” (Rosario), luego fue legalizado y lo trasladaron a la cárcel de Coronda, en la provincia de Santa Fe; tenía 54 años al momento de la entrevista.

[19] Entrevista a Esteban M.

[20] Entrevista a Silvia C. realizada por la autora en agosto de 2011 en Rosario. Silvia estudió en la escuela Dante Alighieri entre 1972-1975 y participó de las tomas. Fue militante de la Juventud Socialista de Avanzada (JSA), rama juvenil del PST y luego militante del partido. Docente jubilada, 51 años al momento de la entrevista. Es la propietaria del diario íntimo que se cita previamente en este artículo.

[21] El 15 de agosto de 1972, un grupo de presas y presos políticos se fugaron del penal de Rawson, en la provincia de Chubut, e intentaron escaparse desde el aeropuerto de Trelew. El intento fallido culminó con la detención de gran parte del grupo, que se rindió a condición de volver al penal sin represalias. Fueron trasladados a una base de la Marina y masacrados en la madrugada del 22 de agosto de 1972. A este acontecimiento se lo conoce como la “masacre de Trelew”.

[22] Entrevista a Claudia A. y Laura F. Laura fue estudiante del Normal N° 2, miembro de la UES y posteriormente de la JUP. En la última dictadura fue detenida ilegalmente en el Servicio de Informaciones y luego presa política en Devoto. Actualmente tiene 62 años, es docente universitaria, ingeniera y dirigente gremial.

[23] Las personas entrevistadas señalan un número significativo de compañeros y compañeras que no participaban, no obstante, no es posible hallar aún evidencias de agrupaciones estudiantiles o inclusive de padres que reclamasen contra las ocupaciones.

[24] Entrevista a Sergio S. realizada por la autora en febrero de 2020 en Rosario. Sergio S. estudió en el Instituto Politécnico entre 1972-1977 y participó en la toma de la escuela como independiente. Es docente en escuelas técnicas y tiene 60 años al momento de la entrevista.

[25] Entrevista a Claudia A. y Laura F.

[26] Entrevista a Silvia C.

[27] Diario personal de Silvia C., entrada 24 de septiembre de 1973.

[28] Entrevista a Claudia A.

[29] Entrevista a Luis C. realizada por la autora en agosto de 2011 en Rosario. Luis era estudiante del Instituto Politécnico entre 1969-1973 y participó de las tomas en ese establecimiento. Luego fue militante del PST. En la década de 1980 fue concejal por el Movimiento al Socialismo. Tenía 56 años al momento de la entrevista.

[30] Entrevista a Luis C.

[31] Entrevista a Jorge P. realizada por la autora en mayo de 2011 en Rosario. Jorge estudió en el Superior de Comercio donde se graduó en 1974. Fue delegado de la UES incluso hasta después de graduarse. Fue detenido ilegalmente en 1976 y posteriormente legalizado como preso político, en 1978 se exilió en Venezuela. Tenía 54 años al momento de la entrevista.

[32] Entrevista a Silvia C.

[33] Entrevista a Gloria C. realizada por la autora en 2009 en Rosario. Gloria ingresó al Superior de Comercio en 1971 y comenzó a militar en la UES a partir de 1974. Para fines de1975, cuando aún era estudiante secundaria, fue detenida y presa política hasta 1978. Volvió con la contraofensiva de Montoneros. Regresó definitivamente al país ya en democracia. Tiene 54 años al momento de la entrevista y es empleada pública.

[34] Entrevista a Esteban M. Se refiere al secuestro de Ángel “Tacuarita” Brandazza en noviembre de 1972, estudiante de la Facultad de Ciencias Económicas. Sobre el tema se puede consultar: Gabriela Águila (2017) y Marianela Scocco (2018).

[35] Refiere a las actividades culturales que realizaban los estudiantes fuera del horario de clases.

[36] Entrevista a Claudia A. y Laura F.

[37] Entrevista a Gloria C.

[38] Entrevista a Silvia C. “Ezeiza” refiere a la masacre producida en cercanías del aeropuerto de Ezeiza el 20 de junio de 1973, día en que Perón regresaba definitivamente a la Argentina. El Turquito, a quien hace referencia, es Sergio Jalil, militante de la JP asesinado en la masacre de los Surgentes el 17 de octubre de 1976.