Quinto Sol, vol. 29, nº 2, mayo-agosto 2025, ISSN 1851-2879, pp. 1-22
http://dx.doi.org/10.19137/qs.v29i2.7760
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Artículos
Organización obrera y recuperadores de residuos: miradas socialistas sobre una ocupación en los márgenes (Buenos Aires, fines del siglo XIX)
Workers' organization and waste collectors: socialist perspectives on an occupation on the margins (Buenos Aires, late 19th century)
Organização de trabalhadores e catadores de lixo: visões socialistas sobre uma ocupação marginal (Buenos Aires, final do século XIX)
Sabina Dimarco
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de General Sarmiento. Instituto de Ciencias
Argentina
Correo electrónico: sabinadimarco@hotmail.com/sdimarco@campus.ungs.edu.ar
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4036-758X
Resumen
A finales del siglo XIX, en el sitio conocido como la Quema (de basuras) de la ciudad de Buenos Aires (Argentina) trabajaban cientos de peones en tareas de limpieza. Entre ellos, recuperadores de residuos valorizables, algunos contratados por el concesionario y otros que recolectaban por su cuenta. Los materiales recuperados eran utilizados como materia prima industrial y para usos agrarios. En el marco de la creciente “cuestión sanitaria”, diversas miradas se posaron sobre este sitio y sus trabajadores, por lo general, condenatorias y estigmatizantes. Entre esas miradas, se diferencia la de militantes socialistas que se acercaron hasta allí preocupados por las condiciones de trabajo. Este artículo analiza los testimonios de algunas importantes figuras del socialismo argentino sobre las personas que se dedicaban a la recuperación de residuos en dicho lugar. Se indaga, en particular, el modo en que concibieron y caracterizaron el trabajo que estaban llevando a cabo, y cómo veían la posible participación de estos trabajadores de la basura en el movimiento obrero en formación. De este modo, el artículo retoma la pregunta clásica por la formación de la clase obrera a partir del análisis de una ocupación que se encontraba en un lugar difuso entre el trabajo y el no-trabajo.
Palabras clave
trabajo, reciclaje de desechos socialismo, basura
Abstract
At the end of the 19th century hundreds of laborers worked in cleaning tasks at the Quema (open burning of waste) in the city of Buenos Aires (Argentina); among them, recycling waste collectors, some hired by the concessionaire and others who recovered recyclable waste on their own. The recovered materials were used as industrial raw material and for agricultural uses. Within the framework of the growing “health issue”, different views were cast on this site and these workers, generally condemning and stigmatizing ones. Among those, a different perspective was that of some socialist militants who approached that place concerned about working conditions. This article analyses the testimonies of some important figures of Argentine socialism about the people who were dedicated to the recovery of waste in the burning. In particular, it explores the way in which they conceived the work they were carrying out and how they saw their possible place within the labor movement in formation. In this way, the article takes up the classic question about the formation of the working class, analyzing an occupation that was in a diffuse place between work and no-work.
Keywords
work, waste recycling, socialism, garbage
Resumo
No final do século XIX, centenas de operários trabalhavam no local conhecido como La Quema (o depósito de lixo) na cidade de Buenos Aires (Argentina). Isso incluía recuperadores de resíduos recuperáveis, alguns contratados pela concessionária e outros que faziam a coleta por conta própria. Os materiais recuperados foram usados como matérias-primas industriais e para fins agrícolas. No contexto do crescente “problema de saúde”, o local e seus funcionários têm sido o foco de uma análise condenatória e estigmatizante. Entre esses olhares, destaca-se o de alguns militantes socialistas que foram até lá preocupados com as condições de trabalho. Este artigo analisa os depoimentos de algumas figuras importantes do socialismo argentino sobre as pessoas que estavam envolvidas na recuperação de resíduos naquele local. Em particular, ele explora como eles conceberam e caracterizaram o trabalho que estavam realizando e como eles viam a possível participação desses trabalhadores do lixo no movimento emergente dos trabalhadores. Dessa forma, o artigo retoma a questão clássica da formação da classe trabalhadora, analisando uma ocupação que se encontrava em um lugar difuso entre o trabalho e o não-trabalho.
Palavras-chave
trabalho, reciclagem de residuos, socialismo, lixo
Recepción del original: 28 de agosto de 2023.
Aceptado para publicar: 22 de abril de 2024.
Organización obrera y recuperadores de residuos: miradas socialistas sobre una ocupación en los márgenes (Buenos Aires, fines del siglo XIX)
Introducción
Hacia finales del siglo XIX, a medida que la ciudad de Buenos Aires se extendía, se urbanizaba y recibía grandes contingentes de inmigrantes, el sitio conocido como la Quema (de basuras) se fue convirtiendo –según los términos de la época– en un “colosal foco de insalubridad”[1] que preocupaba y avergonzaba a las autoridades municipales y a los habitantes de la ciudad.
La Quema era el sitio al que se transportaban los desechos urbanos para su eliminación por medio del fuego, incluso antes de que se lo adoptara como sistema municipal de tratamiento en 1871. Allí trabajaban cientos de peones en tareas como la descarga de basura trasladada por los carros recolectores, el control del proceso de cremación, y la clasificación y recuperación de materiales valorizables. Esta última formaba parte del servicio de “extracción de residuos de las basuras”[2] que la municipalidad otorgaba en concesión. En ella participaban, además de los peones contratados por el concesionario, otras personas, entre las que había mujeres, niños y niñas que encontraban en la recuperación de residuos una fuente de ingresos y algo que comer.
Cuando la llamada “cuestión social” puso en el centro del debate la necesidad de informar y legislar sobre las condiciones de trabajo y de vida obrera, la atención se dirigió hacia las fábricas, talleres y conventillos (Zimmermann, 1995; Suriano, 2000).[3] Allí se desarrollaron también las primeras formas de organización obrera. La Quema, en cambio, quedó bajo la lupa del higienismo y la preocupación por la “cuestión sanitaria” ante el temor que despertaban esas montañas de desechos luego de las epidemias recientes de cólera y fiebre amarilla.[4]
A partir de la segunda década del siglo XX, las preocupaciones sanitarias condujeron finalmente a terminar con la incineración a cielo abierto como sistema formal de tratamiento de los desechos urbanos. Pero antes de que ello ocurriera, los trabajadores encargados de la cremación y recuperación de residuos en el sitio de disposición final llevaron adelante algunos intentos de organización colectiva orientados a mejorar las condiciones laborales y salariales. El Partido Socialista (PS), con importante injerencia en ese momento en el mundo obrero, participó involucrándose en lo que ocurría en aquel espacio laboral alejado del entramado urbano.
El artículo se sitúa en el cruce de dos líneas de trabajo que me encuentro desarrollando desde hace varios años. La primera de ellas consiste en el estudio socio-histórico de la recuperación de residuos en la ciudad de Buenos Aires (Dimarco, 2012, 2013); frente a la proliferación de trabajos que se ocuparon de este tema para el período reciente, son muy pocos los que han indagado en su historicidad.[5] La segunda, en el análisis del modo en que las tempranas izquierdas argentinas pensaron las fronteras porosas entre el trabajo y el “no trabajo” en los inicios de una clase obrera en formación. Peter Wagner (1997) sostiene que el ideal normativo de “trabajo” resulta de un proceso de convencionalización tanto “desde arriba” (con la introducción de clasificaciones laborales y legislación específica) como “desde abajo”, impulsado por la creciente actividad del movimiento obrero. En esta línea, me he preguntado en otros artículos por el modo en que el movimiento obrero en formación, con sus acciones y reivindicaciones, contribuyó a forjar una determinada representación del “trabajo” y los “trabajadores” frente a un universo laboral heterogéneo; y en particular, cómo socialistas y anarquistas problematizaron las experiencias proletarias de ausencia de empleo rentado antes de la formalización del “desocupado”, rastreando sus concepciones en torno a las figuras de los “sin trabajo” o los “atorrantes” (Dimarco, 2016, 2019a, 2019b, 2020). De este modo, la investigación busca aportar al vasto campo de estudios sobre la historia de las izquierdas en su período inicial (Tortti, 1989; Camarero, 2005, 2015; Martínez Mazzola, 2011) y, más específicamente, sobre la formación de la clase obrera argentina (Falcón, 1984, 1986, 1999; Poy, 2014). Pero, a diferencia de las obras citadas, procuro hacerlo atendiendo a segmentos de la población, que no suelen ser tenidos en cuenta por encontrarse en un espacio difuso entre el trabajo y el no-trabajo.
En el encuentro de estas dos líneas de indagación, el texto parte de la pregunta acerca del modo en que desde el socialismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX se pensó la demarcación entre lo que podía o no ser considerado “trabajo” en torno a la actividad de recuperación en residuos. Considero que este interrogante resulta relevante tanto para una mejor comprensión de la historia de esta actividad específicamente, como para la de la historia de la clase trabajadora y sus modos de demarcación.
El período histórico en el que se concentra el análisis presenta algunas características particularmente interesantes. Por un lado, la “extracción de residuos” en la Quema era en ese entonces un servicio municipal al que se le reconocían beneficios económicos y para el que se contrataba personal, al igual que para otras tareas vinculadas a la higiene y limpieza pública. Por otro lado, la clase trabajadora y la figura del “trabajador” en su sentido moderno (Castel, 1997) recién empezaban a tomar forma. Se trata, por lo tanto, de un momento histórico en el que los sentidos respecto del valor de esa actividad y del lugar que ocupaban las y los recuperadores en el universo de las actividades laborales se encontraban aún abiertos y en disputa.
El artículo se apoya en las notas que reconocidos socialistas dedicaron a la Quema y a las personas que se ocupaban de la recuperación de residuos. Estas notas fueron publicadas fundamentalmente en La Vanguardia –órgano oficial del PS– y en La Prensa. Para confrontar las miradas socialistas con otras perspectivas de la época, recurrimos además a una diversidad de documentos tales como memorias municipales de la ciudad de Buenos Aires, ordenanzas y reglamentaciones, informes sobre la cuestión obrera, revistas de la época (Caras y Caretas y PBT) y periódicos considerados desde la mirada socialista como “burgueses”.
Organización obrera y recuperadores de residuos a fines del siglo XIX
Durante las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX la ciudad de Buenos Aires vivió una notable extensión territorial[6] que fue acompañada por cambios en su fisonomía con la pavimentación de calles, la apertura de avenidas y la construcción de importantes edificios (el Teatro Colón, el Congreso de la Nación Argentina o el Palacio de Correos) y la implementación de servicios públicos tales como agua corriente, tendido de cloacas, alumbrado y recolección de residuos, entre otros (Scobie, 1986; Landau, 2018). La llegada masiva de inmigrantes, el proceso de urbanización y los cambios en la estructura productiva se reflejaron en el mercado de trabajo con el surgimiento de nuevos empleos, algunos vinculados al desarrollo de la construcción y de los servicios públicos, pero también a los talleres y fábricas, al comercio y al empleo público. A los trabajadores del empleo público, a su vez, se fueron incorporando quienes estaban vinculados a las nuevas tareas demandadas por los servicios que se empezaban a desarrollar, como el de limpieza e higiene pública, que se hacía cada vez más indispensable en una urbe en pleno dinamismo y todavía marcada por la experiencia reciente de las grandes epidemias. Barrenderos, basureros, carreros de traslado de desechos y peones de la Quema son algunos de esos nuevos trabajadores urbanos que se ocupaban de las tareas de limpieza e higiene (Dimarco, 2021). Entre estos últimos, estaban quienes se ocupaban de la clasificación y recuperación de los desechos que tuviesen valor de mercado.
Como fue señalado insistentemente por la literatura sobre el mercado de trabajo de la época, uno de los rasgos salientes del período era la inestabilidad de las ocupaciones laborales (Sabato y Romero, 1992). En efecto, salvo unos pocos oficios que contaban con condiciones de estabilidad, la experiencia de una buena parte de las personas que vivían de su trabajo en esos años finiseculares era de una alta inestabilidad, lo que implicaba muchas veces la rotación entre actividades distintas o períodos sin ocupación. A las fluctuaciones laborales, se sumaban los problemas habitacionales y las oscilaciones del poder adquisitivo de los ingresos frente al aumento de precios de los bienes de consumo popular.
No casualmente durante ese período cobró impulso la organización y la lucha obrera, primero en su forma mutualista y luego en sociedades de resistencia. Mientras que en el año 1888 casi no existían organizaciones obreras en el país, una década más tarde se habían constituido en un actor ineludible (Falcón, 1984, 1986; Poy, 2014). Fue entonces que la clase trabajadora comenzó a moldear una experiencia e identidad común a través de un intenso proceso de lucha y movilización, que se acompañó de la publicación de periódicos y revistas dirigidos a los trabajadores como público específico. Las corrientes socialista y anarquista tuvieron una importante injerencia en esas primeras etapas de organización gremial.[7]
En ese proceso se fue forjando una experiencia colectiva que permitió que diversos oficios se aglutinaran bajo la referencia común de “trabajadores”, dejando en un segundo plano otros clivajes identitarios (Falcón, 1984; Poy, 2014). La puesta en forma de esa unidad implicó a su vez la demarcación respecto de ciertos sectores de la población cuya incorporación en el colectivo de “trabajadores” resultaba difusa. Además, la perspectiva de género en los estudios sobre la historia social del trabajo permitió mostrar que la categoría “trabajador” era en gran medida un universal masculino que invisibilizaba el trabajo de las mujeres (Andújar, 2017). Pero también quedaron invisibilizados ciertos oficios u ocupaciones que, por sus características específicas, se encontraban en una frontera porosa entre el trabajo y el no trabajo, por lo que su lugar en ese colectivo resultaba controversial. Este fue el caso, como veremos, de las y los recuperadores de residuos.
Algunos estudios mostraron que, en sociedades como Estados Unidos, Inglaterra o Francia, en las que la recuperación de residuos para la obtención de insumos industriales tuvo una expansión importante durante la segunda mitad del siglo XIX (Melosi, 1981, 2008; De Silguy, 1996; Strasser, 1999; Barles, 2005), se dieron formas de organización colectiva en torno a esta actividad. Sabine Barles (2005), por ejemplo, caracteriza al periodo 1830-1880 en Francia como el ciclo histórico de la industria del chiffonnage,[8] englobando su ascenso, su “edad de oro” y su caída. Durante la etapa “de oro”, el número de chiffonniers no cesó de incrementarse y si bien vivían en extrema pobreza y trabajaban en condiciones deplorables, realizaban una contribución económica fundamental para la industria del papel de ese período (Kalff, 1990; Barles, 2005). Lo mismo han mostrado trabajos sobre los ragpickers[9] estadounidenses de fines del siglo XIX (Strasser, 1999). Pero el caso francés sobresale por el importante nivel de organización colectiva que los recuperadores llegaron a alcanzar. No hemos encontrado registros semejantes para otras sociedades.
En efecto, durante ese período, los chiffonniers parisinos llegaron a formar un sindicato que comprendía a todas las personas que recuperaban residuos de forma ambulante en el departamento del Sena. Tratando de comprender ese proceso de organización colectiva, Elsbeth Kalff (1990) lo relaciona con el hecho de que los chiffonniers habían sido expulsados por las autoridades municipales al extrarradio parisino y forzados a vivir en barrios habitados casi exclusivamente por recuperadores; ello, señala la autora, acentuó, por un lado, la distancia entre estos trabajadores y el resto de la ciudadanía, pero, por otro, fue lo que les permitió forjar lazos sólidos y una vida colectiva que estuvo en la base de la organización (lo que no había sido posible cuando vivían y trabajaban de modo aislado). Gracias a esa organización colectiva pudieron, durante un tiempo prolongado, eludir los intentos gubernamentales para eliminar su oficio.
En América Latina no hemos encontrado registros similares de organización del trabajo de recuperadores de residuos para esa misma época. En Argentina, y en Buenos Aires específicamente, la recuperación de residuos valorizables llegó a tener un desarrollo considerable entre finales del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, no en los niveles alcanzados en los países mencionados en el párrafo precedente. A diferencia de los chiffonniers parisinos y los ragpickers estadounidenses, que realizaban la tarea casi exclusivamente en las calles, en Buenos Aires si bien había recuperadores que revisaban los desechos depositados en la vía pública, el desarrollo más importante de la actividad se dio en un lugar específico: la Quema municipal. La Quema consistía en un gran predio en el que se depositaban los desechos recogidos en la ciudad para ser incinerados en las “parrillas” construidas con latas y fierros viejos (Prignano, 1998; Suárez, 2016). Ese espacio, ubicado en sus comienzos en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, pasó a formar parte de esta última luego del ensanche de los límites jurisdiccionales en 1887; aun así, se encontraba alejado de la trama urbana.
Durante esos años de finales del siglo XIX, la “extracción de residuos de las basuras”[10] era una práctica económica promovida desde la municipalidad. Se trataba de un servicio cuya concesión a privados generaba un ingreso para las arcas públicas, y los materiales recuperados eran vendidos como insumos industriales y agrarios. Algunas de las personas que se ocupaban de la clasificación y recuperación de residuos en la Quema eran contratadas por el concesionario a cambio de un jornal y formaban parte, como mencionamos, del personal de limpieza e higiénica pública (Dimarco, 2021); otras realizaban la misma tarea por su cuenta y, en no pocos casos, se alternaban las dos modalidades de trabajo.
¿Quiénes eran las y los recuperadores de Buenos Aires? De acuerdo a las fuentes analizadas, podemos decir que esta tarea reclutaba, por un lado, a personas que quedaban transitoriamente sin empleo en un mercado de trabajo, como vimos, muy inestable. Documentos municipales mencionan que en períodos de bonanza económica se hacía más difícil conseguir trabajadores que aceptasen la tarea. Por otro lado, también se volcaban a esta actividad personas con diversos problemas físicos o de salud, experiencias de migración reciente, madres solteras, entre otros. En todos los casos, estos “rebuscadores de residuos”[11] o “cateadores”[12] se encontraban en lo más bajo de la estructura social, y algunos vivían en el llamado “Barrio de las Ranas”, ubicado en las inmediaciones de la Quema, con grandes deficiencias sanitarias. No hemos encontrado registros que nos permitan captar el número de personas que se dedicaban a esta actividad en las calles de la ciudad. En cuanto a la Quema, el informe del censo municipal de 1887 menciona que había un personal de 90 hombres dedicados al aprovechamiento de residuos[13] y la Revista Municipal de 1895 menciona alrededor de 65 personas (entre parveros –ocupados de la incineración– y peones dedicados a la clasificación de residuos).[14] Uno de los números de La Vanguardia, como veremos luego, menciona entre 100 y 300 peones, según el momento.[15] Entendemos que en todos los casos se trataba solo de los peones contratados, sin incluir a quienes recuperaban por su propia cuenta.
En síntesis, en esos años de fin de siglo XIX el número de recuperadores de residuos no era desdeñable, y un segmento de la población que se dedicaba a esa tarea formaba parte de los empleados públicos de la limpieza y la higiene urbana. Se trataba de una actividad que con cierta frecuencia involucraba a diversos miembros de la familia. Sin embargo, incluso si muchos de las y los recuperadores vivían en un barrio específico en las inmediaciones de donde recuperaban y alejado de la trama urbana (como señalara Kalff para el caso de los chiffonniers del departamento del Sena), ello no parece haber dado lugar a formas de organización colectiva del trabajo que se hayan consolidado. Justamente por eso, resulta relevante detenerse en los intentos que llevaron adelante algunos trabajadores de la Quema para mejorar sus condiciones laborales y salariales a través de la organización colectiva, así como el papel que jugaron algunas figuras del socialismo en ese proceso.
Los “obreros” de la Quema: demandas gremiales en la recuperación de residuos
A comienzos del año 1897 el periódico socialista La Vanguardia publicó una carta firmada a nombre de Zaid y dirigida a sus “compañeros de la Vanguardia”; en ella narraba su experiencia al visitar el “depósito de basuras denominado ‘La Quema’” y conversar allí con “unos cuantos obreros que se dedican a sus faenas”. De acuerdo al relato, coincidente con otros de la época, allí trabajaban “mujeres y niños hasta de 8 años, ocupados en juntar huesos, vidrios, hierros, etc. y alimentados de lo que recogen en la descarga de los carros”. Consultadas sobre los salarios abonados, aquellas personas respondieron que se trataba de un “miserable jornal” que dependía de las bolsas de materiales que pudiesen recoger. Esos “infortunados obreros”, como los llamaba en la carta, se alimentaban de lo que encontraban entre los desechos y algunos de ellos, incluso, dormían en ese mismo sitio, “en unas casitas: construidas por ellos mismos, con latas de kerosene rellenas de tierra, hierro, alambres, etc. expuestos a morir aplastados al menor temporal”.[16] Esta última descripción refería al ya mencionado “Barrio de las Ranas”, si bien el autor en cuestión no utilizaba ese nombre. Sobre dicho barrio distintos cronistas de la época dejaron testimonio.
El observador socialista concluyó su carta sosteniendo: “Lástima dan al contemplarlos sus canastas al hombro, y sus ropas andrajosas, todo el día bajo los rayos del sol” y cuestionaba que los “señores burgueses que chillan porque los trabajadores se declaran en huelga” no hacen nada al respecto.[17] Finalmente, explicó que, frente al panorama desolador que había encontrado en su visita, se había decidido “a propagar el ideal socialista entre este grupo de trabajadores” repartiendo folletos y algunos números del periódico La Vanguardia
La carta en cuestión describía como extremadamente precarias las condiciones de la recuperación de residuos en la Quema; no obstante, el autor no dudaba en identificar a los recuperadores como trabajadores (incluso cuando se mencionaba que había mujeres y niños) que podían organizarse y luchar por mejoras, como así también, potencialmente, integrar las filas del socialismo. Al respecto expresó: “¡Compañeros! Nos desmayemos un instante, abramos los ojos a los ignorantes; donde trabajan centenares de obreros, propaguemos el justo ideal de la emancipación obrera”.[18]
En marzo de 1897, los peones de la Quema realizaron una huelga que fue registrada también por diarios nacionales como La Nación. Desde La Vanguardia cuestionaron que aquel diario “burgués” se ocupara de esa huelga sin mencionar las muy difíciles condiciones de trabajo que habían conducido al reclamo. Según decían, el diario La Nación, al ocuparse de la huelga:
dejó en el tintero que a aquellos trabajadores se les obliga –además de desparramar siete carros de basura– juntar una lata de pan, una de corchos, un canasto y una bolsa de huesos: y que si por falta de tiempo, pan, corchos o huesos, no pudieran reunirlo, se les aplica dos pesos de multa por cada cosa.[19]
Para enfatizar que se trataba de una omisión intencional por parte del medio de prensa, tendiente a restarle valor a la huelga, cerraban la nota planteando: “¿Qué necesidad tiene el pueblo de saber de qué manera se explota a los trabajadores? ¡Ah farsantes!”.[20] Algunas de las cuestiones mencionadas en La Vanguardia fueron reiteradas en otras oportunidades, como que los peones de la Quema de basuras no solo trabajaban durante jornadas excesivas de entre 12 y 14 horas, sin descanso y en condiciones insalubres, sino que además estaban obligados por el contratista a recuperar materiales y entregárselo para no ser multados.
En el mismo número, en su sección “movimiento gremial”, La Vanguardia publicó completo un manifiesto enviado por los trabajadores de la Quema y dirigido “a la prensa en general y al pueblo de la capital”. De acuerdo al periódico socialista, la publicación del manifiesto era fundamental para que todos pudiesen darse cuenta “de cómo son tratados dichos asalariados”. Si bien la publicación es del 13 de febrero, el manifiesto está fechado el 8 de febrero de 1897 (un día después de la visita del socialista Zaid a la Quema), y fue firmado por “Los peones en huelga”.[21] Las demandas por las que los peones de la Quema se habían declarado en huelga eran: jornada laboral de 9 horas, abolición de las multas en caso de no poder cumplir con los materiales a recolectar, abolición de tareas [fijas], aumento salarial.
De forma concreta, en el documento expresaron que los empresarios de la Quema –es decir, quienes habían ganado la licitación para realizar ese servicio–, solo atendían a su interés particular y los obligaban a trabajar “en condiciones inhumanas”. Mencionaron también que cuando eran contratados por la municipalidad, no solo se les pagaba mejor, sino que además se les permitía quedarse con los materiales (bronce, plomo, huesos, pan, etc.) y la comida que pudiesen recoger. Además, que las jornadas eran de 10 horas en lugar de 12 a 14 como en el momento en que habían decidido emprender la huelga. Asimismo, agregaron que cuando la municipalidad se ocupaba de la Quema había contratado a 300 peones para que rotasen en las tareas, a diferencia de lo que ocurría al momento de la huelga, que el contratista buscaba aumentar sus ganancias reduciendo el personal de peones a cien personas para cumplir las mismas tareas; “Es decir, que a cada uno de nosotros se nos obliga a hacer el trabajo para el cual antes necesitaban tres hombres”.[22] Además, en el manifiesto sostuvieron que les habían asignado tareas fijas, dividiéndolos entre lo que el texto llamaba los “emparbadores” (que incluía a quienes estaban encargados de recoger corchos, huesos, etc.) y los “desparramadores”. Denunciaron, por último, que debían despertarse a las 3 a.m. para poder cumplir con las tareas asignadas y evitar ser multados.
En números posteriores de La Vanguardia se mencionan otras huelgas realizadas por estos peones de la Quema en reclamo por mejoras laborales. Algunos de ellos, además, se habrían sumado a las filas socialistas, según las denuncias publicadas en este periódico, advirtiendo que al menos dos peones habían sido despedidos por afiliarse al PS.[23]
Dos meses más tarde de la publicación del manifiesto, el tema de los trabajadores de la Quema volvía a aparecer en las páginas de La Vanguardia con la publicación de una extensa nota a cargo del reconocido militante socialista Enrique Dickmann, uno de los principales dirigentes del PS, médico de profesión, escritor, periodista y –años más tarde– legislador.[24]
Para conocer de primera mano la situación de aquellos peones declarados en huelga, Dickmann recorrió en su totalidad el sitio dejando uno de los testimonios más exhaustivos encontrados sobre el espacio y las actividades desarrolladas allí. En efecto, el relato de Dickmann pone en evidencia la importancia que tenía en este período la recuperación de una gran variedad de materiales que luego recibían diversos usos. En otras palabras, sus observaciones permiten poner de relieve el valor productivo de esa actividad. Al mismo tiempo, advertía sobre las condiciones de extrema precariedad en que se realizaba y los riesgos que conllevaba.
De acuerdo a este relato, al avanzar de sur a norte en el recorrido por la Quema, el visitante se encontraba con tres “divisiones”. En la primera, se descargaban los desechos provenientes de la ciudad y se realizaba “un análisis macro y microscópico, para que no se pierda ningún huesito, ningún trapito”; y agregaba, “de todo se saca beneficio y de todo se hace riqueza”. Alrededor de cincuenta obreros se ocupaban de esta tarea. En la segunda, “la quema, propiamente dicha”, se llevaba a cabo la incineración. Mientras que, decía, para los visitantes resultaba imposible quedarse más de un minuto debido al humo sofocante, “allí trabajan, sin embargo, unas decenas de obreros catorce horas diarias por el mísero salario de un peso y cincuenta centavos diarios. Y no solamente allí trabajan sino también viven, es decir, comen, duermen, se enferman y mueren”. Mencionaba además que, en esa división, en la que los desechos ya llegaban desprovistos de los “residuos” más rentables, trabajaban también niños y niñas que se ocupaban de recuperar “la basura de la basura, es decir, el resto de la Quema”. A diferencia de los peones mencionados anteriormente que recibían un peso con cincuenta centavos por un día de trabajo de catorce horas y debían entregar lo recolectado al contratista, en este caso se trataba de personas (mujeres y niños/as en su mayoría) que buscaban por su propia cuenta lo que aún podía quedar en los desechos, con un máximo permitido de dos bolsas por día, por cada una de las cuales recibían cinco centavos. Como vemos, si el jornal de los peones de la Quema era denunciado por ser extremadamente bajo, lo que se podía obtener por cuenta propia era un ingreso de extrema pobreza. Por último, la tercera división consistía en “un terreno extenso, cuyo centro ocupa un edificio bastante grande. Montones de huesos y trapos se levantan por todas partes”. Allí llegaban los materiales recogidos anteriormente para su tratamiento. Lo llamaban “la fábrica” y era “donde se purifican los huesos y los trapos; se les coce, se les saca la grasa, que, según algunos dicen, (y es de creer) se encajona y se vende para usos domésticos”. De acuerdo a Dickmann, no había palabras para describir “ese repugnante y horrible sitio” y se hacía imposible permanecer allí más de unos minutos. Al costado de la “fábrica”, se extendía un patio en el que eran depositados los animales muertos recogidos en la ciudad para proceder a su tratamiento: “Muchos obreros se ocupan en sacarles el cuero, descuartizarlos, sacar los huesos, la grasa, etc.”[25]
Luego de atravesar estos tres espacios (que coincidían con una división del trabajo entre: recuperación de residuos valorizables; quema –además de una nueva recuperación de lo que todavía podía encontrarse–; y tratamiento de los residuos recuperados) se llegaba, siempre de acuerdo al relato, a la zona en la que vivían muchas de las personas que allí trabajaban. Aunque no lo nombra en la fuente, Dickmann se refiere, como en la nota anterior, al célebre “Barrio de las Ranas”. Según su descripción, coincidente con otras crónicas, al pie de una montaña de basuras se extendía una fila de treinta casitas de aspecto muy peculiar: “Es un nuevo arte de arquitectura [decía con ironía]. No más ladrillos, cal y cemento, no más puertas, ventanas, etc.”. En tono burlón, los describía como:
suntuosos palacios que se levantan no menos que a un metro de la tierra. Sus fundamentos, paredes, techo, son construidos da pura lata, pero no de lata nueva, sino de cajones y cajoncitos de lata que por suerte se encuentran en la basura. Como puertas y ventanas sirven magníficos trapos, que con gran prudencia y astucia han sido robados de la fábrica. Porque sino, seguramente ya hubieran sido convertidos en papel sellado y habrían aumentado los agotados fondos de nuestra pobre nación.[26]
Años más tarde, el francés Jules Huret apelaría a la misma ironía cuando, en su visita a este barrio, describía “el estilo lata de petróleo” (Huret, 1988, p. 55).
A las descripciones sobre ese mismo sitio, Dickmann agregó un dato que no aparece en casi ninguna otra crónica: que el “derecho a vivir sobre las basuras” no era gratuito, sino que debían pagar cinco pesos mensuales. De acuerdo a su relato, en las casas de adelante vivían las personas solteras, y en las de más atrás se alojaban las familias de los obreros “que tienen la suerte de trabajar allí”.[27]
A pesar de que Dickmann describió con detalle el modo en que en la Quema se desarrollaba una actividad que proveía de materias primas a la industria y que ocupaba a una considerable cantidad de personas, el estatus de “obreros” o “trabajadores”, por momentos, era puesto en duda. Al respecto expresó: “las habitaciones que ocupan esos obreros, si se les puede dar el nombre de tales”.[28]
En línea con esa ambivalencia, el rol que el socialismo podía jugar en la organización de este sector resulta difuso. No obstante, Dickmann mencionaba que debían contribuir a elevar la conciencia de los trabajadores para ayudarlos a rebelarse. Con ese objetivo, el militante socialista, junto a otros dos reconocidos dirigentes del partido, Adrián Patroni y José Ingenieros, dieron una conferencia para los “peones municipales de las basuras”, trasladándose hasta su lugar de trabajo. De acuerdo a La Vanguardia, el encuentro contó con “numerosa concurrencia” y los tres expositores “fueron escuchados por los peones con marcadas muestras de aprobación”.[29] Tres meses más tarde, convocaron a otra conferencia pública de propaganda, y eligieron como lugar de encuentro, otra vez, “el final de la quema de la basura y la Estación del Riachuelo”, para que los peones allí contratados pudiesen acceder con facilidad.[30]
Los otros y nosotros: recuperadores de residuos en los contornos del colectivo de trabajadores
Como vemos, durante la última década del siglo XIX, cuando la recuperación de residuos jugaba un papel en la industria naciente y la municipalidad de la ciudad fomentaba su desarrollo en la Quema, las personas que se dedicaban a esa tarea habían comenzado un proceso incipiente de organización para luchar por mejoras laborales y salariales, en el que el socialismo había jugado un papel activo. En este sentido, a pesar de la especificidad de la labor, dicho accionar no era muy diferente al proceso de organización que estaban llevando adelante trabajadores de otros oficios.
Como hemos mostrado en otro trabajo (Dimarco, 2021), la estrategia organizativa de los recuperadores de residuos quedó trunca cuando la mirada higienista sobre los desechos terminó por impugnar la valorización de los residuos y se optó por la implementación de incineradores, procurando la eliminación total de los desechos sin distinción de sus potenciales usos. Pero esa mirada, que terminó por imponerse, ya estaba presente también en el socialismo de fin de siglo, y se advierte en una profunda ambivalencia en el modo de posicionarse frente a este sector. En especial la preocupación por las condiciones de higiene y sus implicancias sanitarias alejaban, para un sector del socialismo, la posibilidad de pensarlos plenamente en el marco de un colectivo obrero.
En el caso de Dickmann, ya vimos cómo la preocupación por las condiciones de higiene tenía un peso central en sus crónicas sobre la Quema. Desde sus conocimientos médicos advertía sobre “el aire recargado de miasmas, el agua corrompida y podrida, las pésimas y antihigiénicas habitaciones y los aún peores alimentos [que] son el por qué inmediato de la muerte de aquellas criaturas [que viven y trabajan en la Quema]”. En una lectura rápida, su diagnóstico se asemejaba al del higienismo dominante en la época; sin embargo, su impronta socialista lo llevaba a encontrar los motivos de fondo (lo que él llamaba “el por qué lejano, el por qué causal”) en “nuestra sociedad maldecida y corroída”,[31] marcando así una diferencia sustantiva con otras lecturas del período que tendían a asociarlos con figuras de la “mala vida“ y la vagancia.
En sus observaciones sobre la Quema es difícil distinguir si Dickmann se refería a los recuperadores contratados o a los autónomos; ya que aparecían completamente entremezclados. Según su relato, tan solo ingresar, “un olor deletéreo y sofocante nos hace casi imposible continuar nuestra marcha”, al punto de que por un momento vaciló. Enseguida, explicaba el socialista en su escrito, se sintió avergonzado por aquel sentimiento: “Como! ¿Mientras que esos desgraciados pasan allí su vida entera, nosotros no podemos o no queremos contemplarlos por un momento? ¿No queremos ver la miseria humana en toda su desnudez?”. Tal era su impresión sobre la Quema que la describía como la última y más importante división del infierno de Dante, aunque aclaraba que “no es un infierno de la oscura y tenebrosa Edad Media, es un infierno de nuestro inmenso progreso, de la civilización de que tanto nos vanagloriamos”.[32] En este punto también el militante socialista se alejaba de otras lecturas higienistas de la época que veían en la Quema un “retraso” con respecto al progreso que la ciudad había alcanzado.[33] Para Dickmann, en cambio, no se trataba de una cuestión de retraso (lo que supondría que no se habían incorporado los adelantos modernos de la civilización) sino justamente de los avances capitalistas y sus consecuencias sociales. En este sentido, hacia el final de la nota y luego de haber visto con sus propios ojos la Quema por dentro, el reconocido socialista se preguntó:
Pensé en aquel momento cuanto suele hablar la prensa burguesa de higiene, instrucción, civilización, progreso, etc. ¿Dónde y para quien existe todo eso? ¿En qué goza el proletario de ese inmenso progreso que sus propias manos han creado?[34]
En línea con esta última mirada encontramos el relato de otra socialista célebre, Gabriela Laperrière, también muy imbuida por preocupaciones higienistas. A comienzos de 1901 y 1902 Laperrière realizó dos visitas a la quema de basuras. La primera vez llegó acompañada por su marido, el prestigioso médico higienista Emilio Coni, quien ya había estado allí visitando enfermos. Según explica ella en su crónica, fueron los relatos de su marido sobre ese sitio los que la impulsaron, en esa primera oportunidad, a verlo en primera persona. Un año más tarde, la condujo hasta allí su función como inspectora municipal ad honorem, cuando recorrió el lugar como parte de su relevamiento sobre las condiciones de trabajo de mujeres, niños y niñas.[35]
Aquellas visitas dieron lugar a dos textos publicados por el diario La Prensa en los que Laperrière se detuvo en una descripción minuciosa de la labor de recuperación de residuos.[36] Se interesó particularmente en la situación de las mujeres, niños y niñas, en la que pocas crónicas reparaban. Entre esas pocas notas previas que mencionaban la participación de mujeres en esta tarea se encontraba, como vimos, las de Dickmann.
Resulta todo un dato que, como inspectora encargada de registrar las condiciones de trabajo en talleres y fábricas, la socialista se interesase por el trabajo en la Quema cuando otros informes de la época, como el de Juan Bialet Massé (1904), Juan Alsina (1905) o Pablo Storni (1908), no incorporaron este ámbito en sus indagaciones. La ausencia en los otros informes da cuenta de que no se identificaba a los trabajadores de la Quema como parte del universo del trabajo; no, al menos, del que se estaba procurando conocer, medir y reglamentar. Por ello resulta sugerente el modo en que Laperrière comenzaba su nota en La Prensa: mencionaba que al ingresar al predio como integrante del comisionado municipal fueron recibidos por un guardián que les anunció que los trabajadores del lugar ya se habían retirado, pero decidieron entrar de todos modos. Una vez adentro, se encontraron con la llegada de los carros que transportaban los desechos recogidos durante la jornada y con cientos de personas clasificando materiales y elementos que pudiesen ser de utilidad. Laperrière buscó en su texto resaltar el asombro que le produjo aquella escena; no tanto por las personas allí presentes, sino por aquel comentario que habían oído del guardián:
¡No habría nadie! Exclamamos al ver cientos de personas entre peones, mujeres, muchachos harapientos y sórdidos, cuya mirada codiciosa acompañaba las evoluciones del carro próximo a ser descargado. ¿Qué será entonces cuando haya algunos?[37]
Evidentemente, quien los recibió no consideraba que la comisión encargada de relevar las condiciones en que operaban los “trabajadores de la Quema” pudiese tener interés en este grupo de recuperadores. Laperrière, en cambio, se detuvo en estas personas y escudriñó al detalle su labor. Describía en su texto que los peones (probablemente aquellos contratados por el concesionario) trabajaban junto a otras personas que llegaban hasta allí con necesidades urgentes y que por diversos motivos –edad, género, condiciones físicas– quedaban excluidas de otras posibilidades de empleo:
Cuéntanse [sic] más de doscientas criaturas, –las mayores de ellas tendrán doce años–, viudas abandonadas, ya marchitas, jóvenes hijas del país, que han acudido de las provincias para arrancar una hilacha de oro al vellocino que se llama Buenos Aires![38]
Todas estas personas, decía, “revisan febrilmente los residuos” para juntar materiales como huesos fundamentalmente, pero también vidrios, papeles y trapos. Debían recuperarlos con premura, adelantándose a la acción del fuego sobre esos materiales y sobre sus pies descalzos.
También, se refería a los olores intensos que desprendían los desechos en descomposición, a lo que aquellas personas parecían haberse acostumbrado empujados por la necesidad. “No molesta a los desgraciados en su tarea el olor nauseabundo”, escribía Laperrière, “ellos revisan todo con ardor, lo más cerca posible, casi prendidos a la presa como las moscas al azúcar”.[39]
La preocupación sanitaria aparecía vinculada no solo a las condiciones generales de higiene de la Quema, sino fundamentalmente a los alimentos que las y los recuperadores obtenían allí mismo. Para llamar la atención sobre ese riesgo, la militante socialista relataba diferentes situaciones que había presenciado: un niño que además de la lata de huesos para el concesionario cargaba “un atadito de comida” que entregaría a su madre; una mujer que luego de terminada la faena comía un pedazo de sandía y desplumaba una gallina encontrada entre los restos para alimentar a sus hijos; un muchacho que llevaba un pan “sucio, manchado, asqueroso” al que dio un mordisco como toda respuesta a su pregunta sobre si lo pensaba comer. En este sentido, la recuperación de materiales valorizables quedaba opacada en estas notas de Laperrière por la búsqueda de alimentos; más aún, se daba a entender que los materiales recuperados eran solo la contraparte necesaria, exigida por el concesionario, para quedarse con la comida que encontraban: “no se le permite aprovechar la comida sin esta compensación”. De este modo, quedaba desdibujada la contribución de esta tarea a un circuito económico que se valía de esos materiales, y la tarea de las y los recuperadores quedaba más cerca de una imagen asociada a la vagancia que al trabajo.
Por otra parte, tanto de la descripción de Dickmann como de la de Laperrière, se desprendía una idea del recuperador de residuos como un “otro” completamente diferente, desprovisto incluso de humanidad. Descripciones semejantes se encontraban muy presentes en otros relatos provenientes de perspectivas alejadas del socialismo. En efecto, varias crónicas de la época realizaban comparaciones entre los recuperadores de residuos y ciertos animales habitualmente despreciados por ser vinculados a la transmisión de enfermedades como moscas o ratas, entre otros. Tal es así que el nombre que recibía popularmente el barrio provenía de la asociación de sus habitantes con los batracios que proliferan en terrenos anegados. En los escritos de Laperrière se deslizaba la comparación con las moscas y Dickmann no solo mencionaba a niños que parecen monos, sino que extremaba la distancia sentenciando que parecían una “raza” diferente: “Allí habita una raza completamente diferente de la de nosotros. Mujeres desfiguradas, flacas, enfermas, asquerosas y harapientas; niños parecidos más bien a monos que a hombres”. En otro momento, ubicándolos al límite de la humanidad, planteaba: “Es algo espantoso el aspecto de esa gente. A uno le viene la idea de si no son los verdaderos demonios de un infierno verdadero”.[40]
Sin embargo, no hay que dejarse engañar por la cercanía que parece haber entre estas miradas y las que se expresaban en otras crónicas de la época, también condenatorias y estigmatizantes.[41] En efecto, si bien en ambos casos las personas que hurgaban en los desechos se describían como radicalmente diferentes, en la argumentación socialista nunca se perdía de vista que, justamente, no lo eran. Por el contrario, al señalar esas distancias no se buscaba señalar una diferencia de esencia –como sí parece advertirse en otras crónicas del período–, sino por el contrario, llamar la atención sobre que, a pesar de ser proletarios como el resto de los trabajadores, se encontraban en condiciones tales que parecían una raza diferente. No casualmente, la nota de Dickmann comenzaba con el epígrafe: “Caín ¿qué has hecho de tu hermano?”,[42] mientras que Laperrière denunciaba la desigualdad que explicaba la existencia de personas que se veían obligadas a vivir de “las inmundicias de sus hermanos”.[43]
En síntesis, desde el abordaje socialista de la actividad de las y los recuperadores de residuos se advierte una ambivalencia en cuanto al modo de pensar a este segmento del proletariado que trabajaba en condiciones extremadamente deficientes. Las condiciones de insalubridad en que se realizaba la tarea llevaban a algunas figuras del socialismo a retomar tópicos muy presentes en la época como la asociación de esa tarea con la mendicidad –haciendo hincapié en la búsqueda de comida por sobre el valor de la recuperación de materiales– y la percepción de una alteridad radical al compararlos con animales o insectos, con una raza diferente o con demonios o figuras carentes de humanidad. En estos casos, no resultaba tan claro que el objetivo tuviese que orientarse hacia una mejora de las condiciones laborales a través de la organización obrera. Se preguntaban, más bien, sobre las causas de dicha actividad. En este punto, las diferencias con otras miradas de la época, no podía ser más marcada. Desde la mirada socialista, y muy especialmente en la de Laperrière, la existencia de esa actividad no se explicaba porque aquellas personas no tuviesen vocación de trabajar (como sugería la asociación con la vagancia) sino por las condiciones de desigualdad social que empujaba a algunas personas a vivir de los desperdicios de otras.
Como vemos, de los distintos registros que los socialistas dejaron de esta actividad, la perspectiva de Laperrière es la que más se alejaba de la percepción de las y los recuperadores como trabajadores, y muy especialmente en el sector sobre el que ponía el foco, el de las mujeres, las niñas y los niños. En consecuencia, tampoco se vislumbraba la posibilidad de pensar un mejoramiento para su tarea; tal es así que ni siquiera aparecía mencionada la situación de las mujeres, las niñas y los niños recuperadores en su proyecto legislativo. Insistía, en cambio, en señalar que en condiciones de menor desigualdad social esa población no existiría y se permitía soñar: “¿Quién tuviera dinero suficiente para sacar a esa muchedumbre famélica de tanta miseria?”.[44] También Dickmann bregaba por la desaparición de la Quema y su reemplazo por un nuevo sistema: "¿No es vergonzoso que la gran metrópoli del Plata utilice aún el medio vulgar que se concibió en un momento de angustia y tribulación [1871, en el marco de la epidemia de fiebre amarilla]?”, se preguntaba.[45] Aunque en el caso de este último, como vimos, esto se acompañada de la organización de meetings y charlas con los trabajadores de los residuos en las inmediaciones de su lugar de trabajo.
A modo de cierre
A fines del siglo XIX, la actividad de recuperación de residuos valorizables tuvo un considerable desarrollo y los materiales recuperados encontraban usos industriales, agrarios y comerciales. Sin embargo, esa tarea que ocupaba a muchas personas bajo contrato o de manera autónoma, se encontraba en un lugar difuso entre el trabajo y el no trabajo, por momentos más cerca a la idea de “vagancia” o la mera supervivencia.
En el artículo analizamos el acercamiento del socialismo a este segmento de la población que vivía de su trabajo durante los años de conformación de la clase obrera y fuerte empuje de la organización y lucha gremial. Para ello nos detuvimos en los registros que reconocidos socialistas han dejado del sitio de la Quema y de las personas que se ocupaban en la recuperación de residuos, atendiendo al modo en que pensaron a este grupo social, interpretaron su labor y su vinculación con la clase obrera en formación.
Como pudimos mostrar, en algunos de estos registros, a pesar de no soslayar las condiciones particularmente duras e insalubres en que las y los recuperadores realizaban su tarea, se describían como “obreros” o “trabajadores” que debían organizarse gremialmente e involucrarse políticamente (en las filas del socialismo en lo posible) para llevar adelante huelgas por mejoras laborales y salariales. Consideraban, en estos casos, que el socialismo tenía un papel que jugar en el despertar de la conciencia de estos trabajadores, y que estos podían y debían luchar por mejorar su condición a la par de otros trabajadores. Por lo general, estas crónicas se enfocaban casi exclusivamente en los peones contratados.
En otros casos, si bien se ponía en evidencia el componente productivo –en términos económicos– de la tarea de las y los recuperadores, las condiciones laborales se consideraban tan alarmantes que no parecía posible pensar en la lucha por mejoras laborales. En estos testimonios los recuperadores contratados y aquellos otros y otras que lo hacían por su propia cuenta se entremezclaban permanentemente y la mirada sobre el estatus de trabajadores de los recuperadores era ambivalente.
En el caso del testimonio de G. Laperrière, que se concentraba en el sector más vulnerable de esta población –las mujeres y los niños y niñas– quedaba en gran medida desdibujada la contribución de esta tarea a un circuito económico que se valía de esos materiales. Al poner la mirada en la cuestión de la ingesta de alimentos provenientes de la basura, prevalecía la preocupación por los aspectos médicos y sanitarios y quedaba obturada la posibilidad de pensar en la trasformación de las condiciones laborales de aquellas personas en el marco de la lucha gremial. También en el caso de Dickmann las preocupaciones por las condiciones de insalubridad en que obraban los peones de la Quema ponía en duda la posibilidad de pensarlos como obreros que pudiesen mejorar su trabajo por medio de la organización y la lucha. Sin embargo, en el caso de este militante socialista se advierte una mayor ambivalencia en el posicionamiento.
Como buscamos mostrar, resulta un hecho significativo que importantes figuras del socialismo se detuvieran en el registro de los recuperadores de residuos de la Quema en el marco de la formación de la clase obrera. Esos registros, como vimos, se encontraban atravesados por una tensión: por un lado, una concepción de la tarea que realizaban como un trabajo caracterizado por pésimas condiciones laborales, pero por el que valía la pena organizarse y dar pelea en pos de obtener mejoras, y por el otro, otra que la concebía como una estrategia desesperada, a la que se recurría en última instancia, pero alejada de la idea de “trabajo”. Cada una de esas formas de concebir la actividad implicaba diferentes posicionamientos respecto de los caminos a seguir (la búsqueda de mejoras a través de la organización y la lucha obrera, o la necesidad de terminar con esa ocupación que solo expresaba desigualdad y pobreza), y sobre el rol que el socialismo debía adoptar.
Referencias bibliográficas
Notas
[1] Municipalidad de la Capital (1904). Tratamiento y eliminación de las basuras. Informe teórico-práctico de la Comisión Especial, p. 48. Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
[2] Memoria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1877). Inventario 15337, p. 300. Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
[3] Como explica Juan Suriano (2000), la cuestión social es un concepto más abarcador que el de cuestión obrera, que remite específicamente a los problemas derivados de las relaciones laborales. No obstante, hacia fines del siglo XIX el problema obrero se encontraba en el centro del debate y las preocupaciones sociales, y cruzaba la gran mayoría de los problemas inherentes a la cuestión social: pobreza, criminalidad, prostitución, enfermedad, epidemias, entre otros.
[4] Sobre el higienismo en Buenos Aires, ver Ricardo González Leandri (1999); Diego Armus (1999); entre muchos otros autores.
[5] Los trabajos de Verónica Paiva (2008), Paiva y Mariano Perelman (2010), Pablo Schamber (2008) y Francisco Suárez (2016) dedicaron una parte de sus análisis al tema histórico.
[6] Esa extensión comprendía de 50 a 203 km².
[7] La bibliografía sobre este tema es vasta. Véase Juan Suriano (2002), Hernán Camarero (2005), entre muchos otros.
[8] Los términos chiffonnage y chiffonniers eran utilizados en Francia para nombrar la actividad de recuperación de residuos (el primero) y a las personas que subsistían gracias a ella (el segundo). Provienen de la palabra “chiffon” que en español significa “trapo”, ya que estos (provenientes de ropas usadas de fibra vegetal) eran la clave del despliegue de la industria del papel durante el siglo XIX; por lo tanto, el elemento más buscado por los recuperadores de residuos (Barles, 2005). De ahí el nombre “traperos” con el cual se los conocía en España.
[9] Al igual que en el caso de los chiffonniers, el término ragpickers remite a la recuperación de residuos, en la cual los trapos o telas de segunda mano (rag) eran el elemento principal.
[10] Así aparece mencionada en la Memoria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1877), p. 300.
[11] Memoria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1877), p. 300.
[12] Bernárdez, M. (21 de enero de 1899). La quema de las basuras. Caras y Caretas, 16, s/p. Repositorio digital Biblioteca Nacional de España, https://www.bne.es/es/colecciones/hispanoamerica/caras-y-caretas.
[13] Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de la Ciudad de Buenos Aires (1887), p. 232. Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
[14] Revista Municipal de la Ciudad de Buenos Aires (1895), p. 1553. Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
[15] Movimiento gremial (6 de marzo de 1897). La Vanguardia, 10, p. 3. Repositorio digital Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI).
[16] La quema de basuras (13 de febrero de 1897). La Vanguardia, 7, p. 3.
[17] La quema de basuras (13 de febrero de 1897). La Vanguardia, 7, p. 3.
[18] La quema de basuras (13 de febrero de 1897). La Vanguardia, 7, p. 3.
[19] Notas (6 de marzo de 1897). La Vanguardia, 10, p. 1.
[20] Notas (6 de marzo de 1897). La Vanguardia, 10, p. 1.
[21] Movimiento gremial (6 de marzo de 1897). La Vanguardia, 10, p. 3.
[22] Movimiento gremial (6 de marzo de 1897). La Vanguardia, 10, p. 3.
[23] En la quema de la basura (26 de febrero de 1898). La Vanguardia, 9, p. 3.
[24] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[25] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[26] El departamento de basuras (15 de mayo de 1897). La Vanguardia, 20, p. 1.
[27] Vale recordar que los trabajadores de la Quema y sus familias no eran los únicos habitantes de ese barrio, también había trabajadores del matadero situado en las cercanías de las fábricas de aprovechamiento de productos pecuarios y de los talleres metalúrgicos localizados junto al Riachuelo (Guevara, 1999). A su vez, el imaginario popular ubicaba allí a las figuras de la “mala vida”.
[28] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1. Las cursivas son nuestras.
[29] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[30] Reuniones (18 de septiembre de 1897). La Vanguardia, 38, p. 3.
[31] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[32] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[33] El informe realizado por la Municipalidad de la Capital (1904) plantea que la Quema es “más que un atentado contra la higiene es un oprobio para un pueblo civilizado” (p. 326).
[34] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[35] Con las observaciones y las entrevistas que realizó durante este período en diferentes ámbitos laborales, complementada con la indagación de la legislación extranjera, Laperrière elaboró el “Proyecto de ley de protección del trabajo de las mujeres y los niños en las fábricas”, presentado en 1902 a la Intendencia municipal. Si bien no prosperó, constituyó un antecedente directo de la Ley 5291 promulgada por iniciativa de Alfredo Palacios en 1907 (Mercado, 1988; Scheinkman, 2022). Las trabajadoras, niños y niñas de la Quema quedaron fuera de los alcances de la legislación proyectada.
[36] Gabriela L. de Coni (7 de febrero de 1901). El barrio las ranas. La Prensa, s/p; Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p. Biblioteca del Congreso de la Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. No sería la única figura del socialismo local en colaborar en las páginas de la prensa “burguesa” (Buonuome, 2014).
[37] Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p.
[38] Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p.
[39] Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p.
[40] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[41] Un análisis sobre estas otras miradas se puede ver en Dimarco (2021).
[42] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.
[43] Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p.
[44] Gabriela L. de Coni (8 de febrero de 1902). La quema de basuras. La Prensa, s/p.
[45] Dickmann, E. (15 de mayo de 1897). El departamento de basuras. La Vanguardia, 20, p. 1.