Población & Sociedad 2025, Vol. 32 (2), pp. 1-15
DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2025-320207

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RESEÑAS / REVIEW
Morir en Buenos Aires: sensibilidades y actitudes ante la muerte en el Río de la Plata, 1770-1822. Facundo Roca. Buenos Aires, SB, 2023, 268 páginas.
En Morir en Buenos Aires, Facundo Roca estudia la articulación de las prácticas sociales y los discursos relacionados con la muerte en la sociedad rioplatense durante el período tardocolonial. La obra es resultado de su tesis doctoral y se sitúa en un período marcado por transformaciones socioculturales, a partir de los cambios ocurridos en la ciudad de Buenos Aires en el contexto de las reformas borbónicas.
En este sentido, la hipótesis central del autor es que, en la sociedad rioplatense, sobre todo entre sus élites, convivieron las actitudes barrocas heredadas del pasado con la creciente influencia de las ideas y los principios axiológicos ilustrados y reformistas. Como plantea Roca a lo largo de los capítulos de la obra, en paralelo al despliegue de ceremonias, procesiones y ritos funerarios asociados con la piedad barroca, surgieron actitudes relacionadas con una piedad ilustrada, vinculada con las ideas médicas de la época, la moderación y la búsqueda de una relación con el proceso de morir más introspectiva e individual. El autor muestra cómo estas dos actitudes aparecieron entre las élites rioplatenses de forma superpuesta o solapada; es decir, una no reemplazó a la otra, aunque en las fuentes se puede encontrar la tensión entre ambas e indicios de esta emergente sensibilidad. Así, más allá de la pervivencia de una cosmovisión barroca basada en las expresiones colectivas y la exteriorización de las jerarquías a través de los rituales funerarios, Roca plantea el surgimiento de una piedad ilustrada entre algunos sectores de las élites, una perspectiva que ponía más el centro en la experiencia interior e individual, y planteaba prácticas mortuorias más modestas. Esta nueva sensibilidad permeaba las ideas y los discursos de aquellos que querían modificar algunas de las prácticas relacionadas con la muerte, por ejemplo, la creación de cementerios alejados del espacio ocupado por los vivos. Para prevenir los peligros que implicaban para la salud de la población las emanaciones fétidas de los cuerpos en descomposición (de acuerdo con la perspectiva médica de la época), la élite ilustrada buscó terminar con los entierros al interior de las iglesias.
Para observar estos cambios y transformaciones de la sensibilidad, entendida como la articulación de las prácticas sociales y los discursos sobre la muerte, el autor apeló a un conjunto de fuentes diversas: testamentos, registros parroquiales, textos piadosos, constituciones de cofradías, obras artísticas, expedientes judiciales y administrativos, periódicos, bandos y reales cédulas. Del conjunto de referencias empíricas, el análisis cuantitativo y cualitativo de los testamentos (un corpus de 750 últimas voluntades) proporcionó al autor información relevante para comprender los cambios y las transformaciones de las actitudes ante la muerte. Por ejemplo, la evolución de las motivaciones materiales y espirituales de los testadores, como los pedidos de misas, lugar de entierro, mortaja elegida, fundación de capellanías y otros legados píos. Otra de las fuentes principales utilizadas por el autor fueron los registros parroquiales para reconstruir las prácticas de entierro de la población y ampliar la información presente en los testamentos.
En los primeros tres capítulos que componen la obra, Roca describe en detalle la cosmovisión, los gestos, las actitudes y los rituales relacionados con la muerte y la piedad barroca. Así, esta primera parte del libro estudia el proceso del morir, desde la enfermedad, como escenario previo a la muerte en sí, pasando por el velorio en los hogares, las procesiones hasta el lugar del entierro y los ritos y las prácticas posteriores a la inhumación de los restos en los templos. A partir del cuarto capítulo, el análisis se enfoca en la sensibilidad de la población de la época a través de los testimonios registrados en las últimas voluntades. El quinto capítulo, por su parte, aborda las prácticas de entierro en las iglesias; en este sentido, Roca aporta un rico y detallado mapa de los diferentes espacios de la muerte y la valoración y significado que cada uno tenía para los distintos grupos y actores sociales de la población rioplatense del período analizado. Por otro lado, los últimos dos capítulos están centrados en las críticas ilustradas y el espíritu reformista que gradualmente empezó a impugnar las prácticas y ceremonias barrocas. Esta sensibilidad ilustrada hacia la muerte se ve reflejada en la fundamentación de las distintas iniciativas reformistas que antecedieron la creación del cementerio de la Recoleta y de la prohibición del entierro dentro de las iglesias. Asimismo, la información relevada de los testamentos también muestra variaciones en las prácticas y rituales (ceremonia, lugar de entierro, elección de mortaja, etc.) solicitados por los miembros de las élites rioplatenses. Estas denotan una mayor sencillez y moderación en las elecciones relacionadas con el ceremonial funerario, una actitud que se acentúa en las primeras décadas del siglo XIX. En suma, el libro muestra la convivencia, no sin tensiones, de actitudes barrocas e ilustradas, y señala que la transición no fue abrupta ni lineal.
El libro de Facundo Roca es un valioso aporte para pensar la evolución de las actitudes ante la muerte en la historia rioplatense. A través de sus capítulos, encontramos reflexiones, testimonios y documentos relevantes para comprender las transformaciones en los discursos y en las prácticas socioculturales, tales como las ceremonias funerarias, los entierros en las iglesias, la elaboración de los testamentos o la creación de cementerios de acuerdo con la cosmovisión médica ilustrada de las élites. Otro aspecto que enriquece mucho el trabajo del autor son los múltiples diálogos con estudios sobre otras regiones; por ejemplo, análisis sobre diversas ciudades latinoamericanas y rioplatenses del período. Es muy relevante el análisis comparativo con investigaciones que han abordado este mismo proceso de crisis y reconfiguración de la sensibilidad ante la muerte, y de aparición de esta nueva actitud ilustrada en otros lugares del territorio, como Salta, Jujuy, Mendoza y Córdoba, entre otros. También son importantes las reflexiones críticas que el autor genera a partir de las ideas de la historiografía europea, en particular, las obras de los renombrados clásicos de los estudios de la muerte, como Philippe Ariès y Michel Vovelle.
Cabe destacar, además, que la lectura del libro resulta fluida y agradable. Asimismo, la organización de los capítulos contribuye a presentar con mayor claridad los argumentos principales del autor. Considero que la obra de Roca es relevante tanto para investigadores de las ciencias sociales que aborden temáticas afines como para docentes que se desempeñan en el nivel superior y secundario. En el caso de estos últimos, encontrarán interesantes fuentes escritas e iconográficas que pueden servir de insumos para realizar actividades originales a través de las cuales se aborden diversos períodos de la historia argentina, incorporando la historia social y cultural de la muerte como parte de los contenidos para enseñar en la formación docente y en las escuelas del nivel medio.
Centro de Estudios Sociales de América Latina, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
¡Virtuosos hijos de esta tierra, al combate! La rebelión federal del 1° de diciembre de 1852. María Fernanda Barcos. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Teseo, 2023, 332 páginas.
¡Virtuosos hijos de esta tierra, al combate! examina un episodio clave del siglo XIX: la rebelión federal y el sitio a la Ciudad de Buenos Aires entre fines de 1852 y mediados de 1853. El libro es fruto tanto de la trayectoria de su autora, como de la historiografía reciente sobre el espacio rioplatense decimonónico. Por un lado, Fernanda Barcos sistematiza y complejiza artículos previos, incorporando su profundo conocimiento sobre la Guardia de Luján (actual Mercedes), epicentro de la revuelta. La obra expresa el pináculo de su esfuerzo por comprender los sucesos de 1852 y 1853. Por otro lado, se nutre de historiografías que, en las últimas décadas, transformaron nuestra compresión sobre el siglo XIX: la historia rural rioplatense, la nueva historia política, la historia de los conceptos, la historia social de la guerra y los estudios indígenas. Una de sus virtudes es articular metodologías y enfoques diversos, ofreciendo una mirada renovada del conflicto.
La obra está organizada en una introducción, ocho capítulos y una conclusión. La autora reconstruye con minuciosidad el contexto del alzamiento y su devenir, vinculándolo con el proceso iniciado el 1° de mayo de 1851, cuando Justo José de Urquiza se pronunció contra Juan Manuel de Rosas, y con la relación entre la Confederación Argentina y la provincia de Buenos Aires, que derivó en la secesión de esta última. Barcos presenta, casi día a día, las opciones abiertas, los caminos posibles y las luchas políticas durante los ocho meses que duró la insurrección. El trabajo de archivo es notable. Correspondencia, proclamas, bandos, leyes, comunicaciones entre autoridades, estados de fuerza, partes de batalla, actas de representación, actas electorales, listados nominales y registros comerciales, entre otras fuentes, permiten reconstruir los hechos desde diferentes ópticas.
En la introducción, se repasan las interpretaciones del conflicto. Comienza con la visión de los contemporáneos, quienes pensaron el levantamiento como una lucha entre la “civilización” urbana y la “barbarie” rural. Luego, aborda la revalorización de principios del siglo XX que resaltó los esfuerzos de Hilario Lagos para acudir al Congreso Constituyente y unificar la nación. Avanzada la centuria, algunos estudios buscaron entender el alzamiento desde la política de fronteras y la situación de la campaña; otros, hicieron foco en su abrupto final tras el soborno a la escuadra que bloqueaba el puerto porteño. Finalmente, examina los aportes recientes que consideraron los sucesos como un punto de inflexión y destacan cómo la intelectualidad porteña construyó el imaginario de una Buenos Aires sitiada y victoriosa, defendida por sus ciudadanos en armas tanto contra la “bárbara” campaña como contra el “nuevo Rosas” representado en Urquiza.
Este repaso permite advertir algunas vacancias y proponer líneas interpretativas novedosas. Entre ellas, se advierte la ausencia de estudios que aborden el levantamiento a partir de las modificaciones que se produjeron en los vecindarios bonaerenses luego de la Batalla de Caseros —cambios constantes de autoridades locales, desmovilización de tropas, incursiones indígenas y liquidación del ganado—. Propone observar la rebelión “prestando atención a los fenómenos políticos desde una óptica que incluya las zonas rurales en toda su materialidad” (p. 29). El objetivo es bienvenido por quienes consideramos que la historia política ha privilegiado el estudio de las elites urbanas por sobre la situación, expectativas y objetivos de la población rural. Surgen, así, una serie de interrogantes que guían el relato: ¿qué adhesiones generó la revuelta y cómo se vehiculizaron?, ¿qué principios invocaba y con qué vocabulario?, ¿por qué tuvo apoyo en algunas regiones y no en otras?, ¿cómo reaccionaron los actores en momentos claves —renuncia del gobernador Valentín Alsina, intervención de Urquiza, sanción de la Constitución Nacional, etc.—?
Entre sus propuestas interpretativas, rescata la noción de “pronunciamiento”, ampliamente utilizada por la historiografía latinoamericanista para comprender la combinación de acciones armadas y legitimidad republicana que proliferó durante el siglo XIX. Esta perspectiva es un gran acierto, ya que permite advertir los esfuerzos de los protagonistas por legitimar sus acciones y habilita comparaciones con otras realidades. Los pronunciamientos posibilitaban luchar legítimamente contra situaciones consideradas injustas e ilegales, movilizando a la ciudadanía armada como garante de la soberanía popular.
Los primeros tres capítulos contextualizan la situación desde la Batalla de Caseros en febrero de 1852 hasta el pronunciamiento del 1° de diciembre y los primeros meses del sitio durante 1853. Paralelamente, se explica por qué la Guardia de Luján fue el epicentro de la rebelión, combinando causas coyunturales y estructurales que devienen en complementarias. Entre las primeras, la designación de los unitarios Alsina como gobernador y José María Paz como jefe del ejército, y la amenaza de una guerra contra la Confederación, generaron rechazo entre la población rural “harta del servicio” (p. 67). Prácticamente todo el espectro social se opuso a una “guerra que nadie había autorizado ni deseaba” (p. 72). Desde los peones, principales víctimas del enrolamiento, hasta los estancieros, temerosos por el aumento en el valor de los conchabos ante la escasez de brazos, apoyaron la insurrección.
Entre las segundas, desarrolla la adhesión al gobierno de Rosas en la Guardia de Luján. La política de frontera, el auge de la producción lanar y la distribución de tierras ejidales habían favorecido la proliferación de pequeños y medianos productores, generando una dinámica socioeconómica menos desigual que en otras zonas. Barcos afirma: “Es muy factible que estos vecinos encontraran en la rebelión una forma de mantener el statu quo del periodo rosista” (p. 119). A su vez, propone que el levantamiento apeló a un bagaje cultural, “una memoria colectiva de rebeldía” (p. 80), que tenía como eje la identidad federal. El uso del cintillo punzó la enunciación de “¡vivas!” y “¡mueras!”, y el festejo de los triunfos militares fueron claves para lograr adhesión.
Así, Virtuosos hijos… se inmiscuye en un tema recurrente de la historiografía latinoamericana: ¿por qué se rebelan los sujetos agrarios y en qué condiciones? Si bien coincidimos con las razones aportadas, el texto no termina por reconstruir las perspectivas de quienes sostuvieron la rebelión. Conocemos al detalle las posturas de Lagos, Urquiza y de los diputados del Congreso Constituyente, pero muy poco sobre quienes afrontaron el sitio, padecieron las levas, sufrieron heridas o murieron.
Las limitaciones de las fuentes dificultan esta reconstrucción, sin embargo, Barcos brinda pistas que abren nuevos interrogantes. Si la población rural tenía un bagaje cultural rosista y una memoria colectiva de rebeldía, ¿por qué no se alzó contra Urquiza a inicios de 1852? Tulio Halperin Donghi había sugerido que la rabiosa politización rosista había terminado por despolitizar a la sociedad. Sin embargo, pocos meses después, se rebelaron contra Buenos Aires, reavivando las exigencias bélicas a esta población harta de la guerra. ¿Por qué ahora apoyaban a Lagos y también a Urquiza, el vencedor de Rosas? ¿Era su identidad más federal que rosista? Más inquietante aún, si este bagaje y esta memoria de rebeldía eran tan potentes, ¿por qué ningún liderazgo logró encarnar exitosamente esta arraigada identidad que parece desvanecerse ante el proyecto político porteño triunfante durante la década de 1850? O mirando retrospectivamente, ¿qué comparaciones se pueden hacer con el levantamiento rural de 1828 y 1829?
El análisis regional muestra que el apoyo rural no fue homogéneo. En el norte y centro de la provincia, fue fuerte, pero débil en el sur. Especialmente en Azul, donde destacó el liderazgo de Pedro Rosas y Belgrano. Paradójicamente, el “bagaje cultural” en el “vecindario federal” liderado por el sobrino e hijo adoptivo del “restaurador” jugó contra el sitio, logrando la adhesión de las autoridades locales, los vecinos y unos 700 indios que apoyaron la resistencia de la ciudad. Si bien Barcos vincula las diferencias entre regiones a la presencia militar, las adscripciones étnicas, las experiencias de politización, las tradiciones culturales y los alineamientos dentro del rosismo en cada zona, no profundiza la comparación entre la Guardia de Luján y Azul, dos vecindarios privilegiados durante el rosismo. El libro brinda interesantes indicios para abordar los interrogantes sobre las relaciones entre la identidad federal y la rosista en el largo plazo. Sin embargo, la cuestión no es puesta en el centro del análisis, en parte por circunscribir las reflexiones al período abarcado por la revuelta.
Los capítulos cuarto y quinto narran el devenir del conflicto. La logística del sitio y las medidas tomadas para resistirlo, la movilización de tropas y las escaramuzas, la múltiple participación indígena y las diferentes negociaciones jalonan la meticulosa descripción. Esta nos inunda de las complejidades de los alineamientos y las luchas políticas abiertas luego de Caseros, como nos devuelve la irremediable incertidumbre que afrontaban los protagonistas ante un futuro incierto.
El sexto capítulo aborda los debates que causó el sitio. Por un lado, las complejidades del Congreso de Santa Fe por mediar entre los enfrentados. Por otro lado, el desarrollo entre los sitiadores de actas de representación que buscaban dotar al pronunciamiento de legitimidad y respeto por las instituciones. El análisis de estas, desde la práctica de la representación y el ejercicio de la ciudadanía, es uno de los puntos más interesantes de la propuesta. Barcos encontró cinco modelos diferentes distribuidos en muchos pueblos rurales y suscriptos por los vecinos. Las actas, permitieron reconocer a Hilario Lagos como líder y gobernador provisorio, y autorizar su incorporación al Congreso, evidenciando que solo era la ciudad la que se negaba a integrarlo. También sirvieron para anular el mandato delegado por la campaña a los representantes electos al traicionar la voluntad de sus comitentes, llamar a nuevas elecciones y formar una asamblea para promulgar una constitución provincial.
Las actas son muy interesantes y habilitan a pensar a los sujetos agrarios como constructores de una agenda alternativa. Si bien el análisis propuesto nos parece sólido, consideramos que podría enriquecerse si se abordaran desde los estudios sobre los usos del derecho de petición. Tanto la historiografía anglosajona como latinoamericana, y en mucha menor medida la argentina, han profundizado en las características de esta práctica política. Al releer sus aportes, quedan preguntas abiertas: ¿cuántos firmaron las actas (peticiones)?, ¿quiénes eran?, ¿hubo campañas para recolectar firmas?, ¿se leían en público?, ¿cuál es la naturaleza de la soberanía que reasumen?, ¿cuáles eran las concepciones políticas que informaban a los sujetos?
Los dos últimos capítulos relatan el desenlace del sitio. Las batallas navales, los perjuicios del bloqueo al puerto, los gastos afrontados para sostener la defensa, las negociaciones de paz, el agotamiento de las tropas sitiadoras, la sanción de la Constitución Nacional y su aprobación por los representantes nombrados por la campaña, el soborno del comandante de la escuadra y las consecuencias inmediatas de la finalización del conflicto son los temas recorridos en estos apartados finales. Aquí, resulta interesante cómo Barcos relativiza el desenlace a partir del soborno, mostrando que el desgranamiento del ejército federal, producto del aumento de las deserciones y los pases de bando, como la pérdida de adhesión al sitio, cada vez más gravoso para una población que seguía extenuada por la guerra, fueron anteriores y resultan claves para entender su abrupta culminación.
Finalmente, la conclusión solo retoma los aportes de cada capítulo. Nos parece que un cierre que aborde lo tratado desde una perspectiva más abarcadora hubiese dado mayor realce al libro y sus propuestas. Es decir, qué nos dice, entonces, el levantamiento sobre la identidad federal en el largo plazo o qué nos informa sobre las características que terminó adoptando la provincia de Buenos Aires y sus relaciones interprovinciales.
En síntesis, Virtuosos hijos… se trata de un libro valioso. Propone nuevas formas de abordar un episodio poco atendido a partir de un sólido trabajo de archivo y de un constante diálogo con historiografías diversas. Así, advertimos nítidamente que la rebelión federal fue un nuevo conflicto entre la ciudad y la campaña bonaerense, del que surgieron proyectos políticos vinculados a fuertes identidades que reconfiguraron sus relaciones, propusieron nuevos vínculos con el resto de los espacios provinciales y vislumbraron un nuevo orden nacional.
Universidad Nacional de Luján, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Dos guerras en las Américas. Raza, ciudadanía y construcción del Estado en los Estados Unidos y en el Brasil (1861-1870). Vitor Izecksohn. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Editorial Prometeo, 2024, 320 páginas.
Dos guerras en las Américas es el resultado del trabajo que Vitor Izecksohn ha llevado a cabo durante más de dos décadas de investigación. Según él mismo refiere en el prefacio, el texto emerge de una reelaboración de su tesis de doctorado, concluida en la Universidad de New Hampshire en 2001, cuya derivación en forma de libro produjo una primera versión en inglés publicada por la Universidad de Virginia en 2014. El trabajo fue, luego, enriquecido con nuevos materiales de archivo y una renovada estructura argumentativa para publicar su versión en portugués, concebida para el lector brasileño (Alameda Editorial, 2021) y cuya traducción al castellano forma la presente edición de la Editorial Prometeo.
El trabajo se propone el desafío de comparar los dos mayores conflictos armados ocurridos en el continente americano, poniendo en relación las prácticas de reclutamiento militar con los procesos de construcción de los Estados nacionales de finales del siglo XIX. Las estructuras militares comparadas son, por un lado, el ejército de la Unión (Estados Unidos) y, por otra parte, el ejército imperial brasileño. Este libro constituye la primera obra de historia comparativa entre la Guerra Civil Norteamericana y la Guerra del Paraguay, en la cual aparecen examinados y contrastados fenómenos como la experiencia de la movilización, el reclutamiento, la ampliación de los ejércitos regulares y el análisis de los vínculos entre estos procesos y el fortalecimiento del Estado nacional. Siendo el autor un especialista en los dos casos que confronta, su investigación propone que las fuentes primarias, las herramientas teóricas y la extensa bibliografía analizada se coloquen al servicio de la tarea comparativa en un sentido integral.
La guerra que enfrentó a la denominada Triple Alianza formada por Brasil, Argentina y Uruguay contra Paraguay es un tema que ha despertado un renovado interés en los historiadores. En las últimas décadas, se produjeron novedades respecto de los temas y enfoques ligados al conflicto, tanto en los países que se enfrentaron en aquella contienda, como en otras partes del mundo. Por su parte, la guerra civil en los Estados Unidos cuenta con una rica historiografía mayormente producida durante el siglo XX y que ha permanecido activa gracias a una variedad de estudios sobre las distintas facetas del conflicto militar. Respecto del balance historiográfico que realiza Izecksohn, nos parece pertinente destacar la resolución de avanzar sin quedar estancado frente a ciertos dilemas morales que suelen aparecer en los estudios sobre la guerra, teniendo en cuenta que hablamos de dos conflictos de dimensiones enormes y muy gravosos en términos de cantidad de vidas humanas perdidas y con generaciones enteras de personas afectadas. Ambas conflagraciones contienen importantes disputas historiográficas derivadas de otras tantas batallas políticas, que muchas veces incluyen factores como la dimensión moral que mencionamos y donde el autor no elude explicitar su visión personal en torno a dichas querellas. Pero más importante aún, la investigación, facilitada por la distancia temporal respecto de los acontecimientos, consigue aportar herramientas para comprender las derivaciones políticas, sociales y culturales que pueden dimensionar mejor el impacto de la tragedia. También, permite comprender el fenómeno de la guerra en un sentido social, con todo su alcance destructivo, y como agente de cambios, es decir, generador de nuevas relaciones sociales.
Luego de introducir el problema, el autor estructura la obra en cuatro capítulos y una conclusión donde repasa los hallazgos más relevantes vinculados con la búsqueda de respuestas a los interrogantes principales que dieron curso a la investigación. En términos generales, el libro tiende a subrayar las limitaciones enfrentadas por las élites políticas que pugnaban por la centralización estatal, destacando las luchas y negociaciones entre los funcionarios del gobierno central y los distintos tipos de liderazgos locales para sobrellevar las tareas de reclutamiento en la formación de las fuerzas de guerra. El trabajo se detiene a investigar los cambios que ocurrieron en esa relación entre Estado y sociedad en el transcurso de la guerra. En los años siguientes al inicio de los conflictos, superado el entusiasmo inicial, muestra cómo y de qué manera los mecanismos de negociación de la participación militar se fueron debilitando y los agentes estatales se vieron obligados a utilizar de modo más frecuente prácticas coercitivas. Estos cambios generaron nuevas resistencias y dieron lugar a la creación de inesperados escenarios en la sociedad en el marco de la relación entre las autoridades centrales y locales. Los testimonios que el autor incluye en el desarrollo de los capítulos surgen de un extenso examen documental llevado a cabo en archivos de Estados Unidos y Brasil. Estos contienen las expresiones de una amplia variedad de sujetos que se vieron involucrados en las tareas de reclutamiento militar en ambos países. Por sus páginas, pasan soldados, funcionarios, periodistas, escritores, religiosos, activistas, políticos, burócratas, esclavos y libertos. Todos ellos participaron, voluntariamente o no, de los esfuerzos de guerra y proporcionan el sustento empírico de las afirmaciones y argumentos que Izecksohn desarrolla a lo largo del libro.
La introducción de los conceptos de raza y ciudadanía son utilizados por el autor para exponer uno de los aspectos sociales más importantes derivados de la participación militar en ambos ejércitos: la vinculación entre la guerra y la emancipación de los esclavos. Como ya ha demostrado la historiografía clásica sobre la guerra civil, este conflicto creó el ambiente necesario para la emancipación en los Estados Confederados y, por ello, los afroamericanos del sur fueron el grupo más afectado por los cambios que trajo la guerra. Izecksohn muestra que la cuestión de la emancipación y las discusiones en torno a las condiciones en las cuales se produjeron los procesos de liberación formaron parte de la política de reclutamiento tanto en Estados Unidos como en Brasil. Claro que las contingencias propias de cada sociedad incluyeron distintas políticas y respuestas sociales que impactaron de modo diverso en los procesos de construcción de los Estados nacionales. El autor pone en evidencia que el servicio militar en el Ejército de la Unión expresaba las ambivalencias respecto de la cuestión racial en la sociedad del norte. Si durante los primeros meses del conflicto los afroamericanos de la región no pudieron servir oficialmente, luego de 1862, aumentó su participación en los campamentos militares. Aunque continuaron siendo segregados, el servicio militar implicó una valiosa oportunidad para poner en cuestión los preconceptos raciales de las décadas anteriores e incrementar las chances de obtener derechos políticos y sociales.
En Brasil, a diferencia de Estados Unidos, la guerra no se transformó en una cruzada por la abolición y ello, según el análisis de Izecksohn, implicaría fuertes distinciones entre el poder del Estado y las transformaciones raciales en el periodo de posguerra y los años siguientes. La documentación examinada por el autor le permite señalar que los afrobrasileños colocados al servicio del ejército triunfante en Paraguay no obtuvieron, luego, los medios necesarios para superar las barreras sociales prevalentes en la sociedad. Dado que el ejército brasilero había reclutado libertos y esclavos en las fuerzas de mar y tierra desde la independencia, una situación similar se practicó durante la guerra del Paraguay. Si bien algunos esclavos fueron liberados condicionalmente para servir en el ejército, ellos estarían sujetos a controles que impedían que su participación militar se convirtiera en una llave para su emancipación. Más aun, Izecksohn muestra que la idea de emancipación y el reclutamiento de esclavos fueron vistos como un ataque a los defensores del régimen imperial y contra los terratenientes que no tenían la posibilidad de reemplazar a sus trabajadores agrícolas convertidos en soldados. Un factor determinante que concurrió en apoyo de los esfuerzos de reclutamiento fue la propia maquinaria estatal vinculada a las proximidades de la Corte imperial, dado que la mayoría de los esclavos liberados para servir en el ejército provenían de actividades vinculadas al Estado y fueron comprados o emancipados por el gobierno. Contrariamente, los republicanos del norte de Estados Unidos utilizaron políticamente la estrategia de emancipar a los esclavos sureños y sumarlos a su ejército para asestar un golpe de muerte a la Confederación. Izecksohn muestra que el reclutamiento de los afroamericanos por parte de la Unión funcionó, además, como una suerte de válvula de escape para mantener vivo el apoyo de los blancos pobres y sus defensores, al aliviarles el peso de la presión reclutadora.
Teniendo en cuenta las transformaciones sociales y políticas que se produjeron luego de ambas contiendas, el autor concluye que la guerra civil estadounidense debería considerarse una “guerra total”, y no tan así la experimentada por Brasil, dado que, aquí, los cambios posteriores fueron más graduales y no tan substanciales como en el primer caso. No obstante, esta idea aparece matizada y reforzada por algunas características diferenciadoras en la naturaleza y las circunstancias de ambos conflictos. Mientras el territorio brasileño no sufrió grandes invasiones, saqueos y despojos, la guerra en Estados Unidos fue desarrollada en su totalidad en los territorios en disputa, por lo que llevó a involucrar a su población de forma general y en una medida mucho mayor que en Brasil.
Quisiéramos plantear dos cuestiones más antes de concluir la reseña. En primer lugar, la posibilidad de leer este libro desde Argentina resulta estimulante y nos invita a sumarnos al ejercicio comparativo a quienes nos ocupamos de estudiar las fuerzas de guerra y sus vínculos con el proceso de construcción estatal. Tal como ocurrió en el caso brasilero durante la guerra contra Paraguay, en Argentina, las disputas para controlar a la Guardia Nacional, en manos de los gobiernos provinciales y jefaturas locales, fueron una importante fuente de tensiones cuando el gobierno nacional se vio obligado a interferir en áreas sensibles conectadas con esos intereses. Este último, surgido de la Batalla de Pavón (1861) y débilmente instalado desde 1862, se edificó a partir de la acción de las estructuras militares porteñas y procurando consolidar un régimen de características nacionales que respondiera al mando central instalado en Buenos Aires.
La Guerra de la Triple Alianza constituyó un reto fundamental para esa estructura militar en formación, dado que afrontar el desafío del reclutamiento de soldados con el aporte de las provincias permitiría sostener al gobierno nacional, conseguir despegarlo de su fisonomía porteña y legitimar su autoridad sobre toda la nación. Por ello, resulta sugestivo desarrollar este aspecto en un sentido comparativo, tal como muestra Izecksohn en los casos brasilero y de la Unión, cuando la impopularidad de la guerra se expresa con mucha intensidad. Un problema que creció a medida que los respectivos conflictos se extendieron en el tiempo, donde también emergieron nuevas grietas y fisuras que hicieron detonar las tensiones previas existentes entre quienes mandaban y quienes debían obedecer. Pudo ocurrir en el noroeste argentino, donde la guerra fue, a menudo, percibida como una causa de los porteños, así como en las poblaciones rurales del Brasil, donde supo ser asociada con una cruzada solitaria del gabinete imperial, tan solo apoyada y sostenida por su prensa adicta. También, la posibilidad de comparar la experiencia de los sectores populares, al emprender una campaña librada en territorios lejanos del suelo de pertenencia y en condiciones miserables como una cuestión propicia para la generación de resentimientos y resistencias.
Por último, quiero destacar el formato de presentación utilizado en este libro para exponer la investigación comparativa. Basado en un lenguaje sencillo y llano, la obra despliega pausadamente sus argumentos y su autor da cuenta de una admirable capacidad de síntesis expresada en su habilidad para esquematizar, en expresiones fácilmente comprensibles, sus inferencias y conclusiones. Vitor Izecksohn muestra un genuino interés por ser comprendido y este gesto nos permite ejercitar una lectura amena, entretenida y accesible para distintos públicos. Lo más destacable es que cumple con esos propósitos sin resignar la rigurosidad analítica que rige los parámetros de la comunidad académica.
Universidad de Buenos Aires, Instituto Ravignani, Argentina.
La dirigencia política argentina. De la Organización Nacional al Centenario. Beatriz Bragoni, Eduardo Míguez y Gustavo L. Paz (Editores). Buenos Aires, Edhasa, 2023, 380 páginas.
El libro compilado por Beatriz Bragoni, Eduardo Míguez y Gustavo Paz aporta una mirada analítica sobre la conformación y las características de los elencos políticos gobernantes en Argentina durante el complejo proceso de organización del Estado nacional y el Centenario de la Revolución de Mayo. El objetivo último de la obra consiste en ofrecer una fisonomía de los sujetos que ocuparon cargos en los poderes legislativo y ejecutivo a nivel provincial y nacional. Es decir, el universo incluye a gobernadores, ministros provinciales, presidentes y miembros de sus gabinetes.
Metodológicamente, más allá del recorte seleccionado, en todos los casos, se rastrean datos del origen familiar, la inserción en conjuntos sociales (familiares y amicales), el capital económico, las trayectorias en espacios de sociabilidad, su intervención en proyectos culturales o periodísticos y los itinerarios administrativos previos. Con esos elementos, se proponen indicar los “capitales” (simbólicos, culturales y políticos), además de la riqueza material con la que contaban o que construyeron cada uno de los sujetos involucrados o como grupo en el elenco provincial. A partir de allí, brindan una mirada panorámica sobre las características de los hombres que ocuparon los cargos de mayor relevancia institucional entre 1860 y 1910 para identificar sus características, las diferencias y similitudes en cada espacio provincial, así como las continuidades y los cambios en su conformación y transformación.
En su texto sobre la provincia de Buenos Aires, Eduardo Míguez revela que se trató de elencos urbanos, antes que rurales, con cierto pasado en el rosismo o en familias tardo-coloniales, y que contaron, asimismo, con una sólida formación, en parte por la presencia de la Universidad y de perfiles marcadamente laicistas. Fueron, por ende, profesionales que compartieron espacios de sociabilidad —como el Club del Progreso y el Jockey Club— con densas relaciones familiares que, en realidad, eran menos importantes para el acceso a cargos de lo que se supone. Entre los apellidos reconocibles, cada vez más tomaron protagonismo aquellos sin tradición, lo que implica, para el autor, una sociedad abierta al mérito, aunque por canales estrechos.
Por su parte, Laura Cucchi advierte que, en Córdoba, hubo un peso importante de las redes relacionales (no necesariamente familiares) con predominio de profesionales universitarios que coexistían con comerciantes de la etapa anterior, casi desaparecidos luego de 1880. Esos altos grados de educación de los gobernantes se explican, como en el caso de Buenos Aires, por la presencia de la Universidad y permite entender, también, que hubo un mayor peso de la dimensión profesional que patrimonial, porque las fortunas iniciales eran disímiles. Para este caso, el asociativismo laico y católico tuvo una incidencia mayor, por su despliegue desde 1860. De igual modo, tuvo relevancia, no excluyente, el control previo de espacios de poder regionales, aunque el paso a lo nacional fue particularmente importante desde de 1874, por el vínculo que se generó con el gobierno central, en especial entre Julio Roca, Miguel Juárez Celman y el presidente Nicolás Avellaneda.
Para el caso de Corrientes, Raquel Bressan señala que, a diferencia de otras provincias, los lazos familiares tuvieron una relevancia importante para el acceso a cargos políticos con la clave puesta en la heredabilidad de los contactos. Se trató también de un elenco con un peso creciente de la formación universitaria y del cursus honorum, configurando una dirigencia profesional con poca renovación y donde la función ministerial provincial fue un peldaño necesario para acceder a cargos nacionales. Aquella alta incidencia de los estudios universitarios se verifica también en la provincia de Entre Ríos, estudiada por Mariana Pérez, quien señala la importancia, en ese aspecto, del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, fundado por Justo José de Urquiza. En este caso, se caracterizó por ser un elenco atomizado por la crisis de 1870, que encontró en el juzgado federal, antes que en los cargos locales, el paso previo a los demás espacios de poder a los que, por otra parte, se accedió con fuerte influencia de las redes familiares.
Gustavo Paz analiza la provincia de Jujuy y encuentra un predominio de abogados, continuado por propietarios y comerciantes. Se desprende de ello que la dirigencia política no era necesariamente la más poderosa en términos económicos, aunque, aquí, conviene dividirlo temporalmente. Entre 1853 y mediados de la década de 1880, fue uno de los pocos casos de “gobierno de familia” en torno al clan Sánchez de Bustamante, compuesto por familias de ascendencia tardo-colonial emigradas durante el rosismo, que alternaban el gobierno con sus negocios. Luego de la renovación, nos encontramos con un grupo que poseía antecedentes familiares y riqueza patrimonial más modestas, con carreras implicadas en el ámbito departamental o, en mayor cuantía, tras el despliegue de agencias burocráticas del Estado nacional, a la sombra del cual desarrollaron sus trayectorias.
Para el estudio de Mendoza, Beatriz Bragoni y Eliana Fucili señalan la relevancia de los clanes familiares y las redes relacionales, así como los estudios superiores que, en el caso de este grupo, se desarrollaron principalmente en Córdoba y en Buenos Aires. Sin embargo, distinguen que esa calidad de profesionales se ceñía a los diputados y senadores, mientras que los gobernadores eran mayormente propietarios y comerciantes. Como nota característica, carecieron de desempeño en la política territorial, pues hicieron un camino inverso: incursionaron en la política nacional, particularmente en el Congreso, donde acumularon capital político para sus carreras provinciales, que tendieron a ser extensas.
Juan Ignacio Quintián, en su análisis sobre Salta, reconstruye elencos que accedieron a los cargos más en razón de su prestigio, por la pertenencia a familias tradicionales, que, por la riqueza patrimonial, aunque sin llegar al punto de constituir un gobierno de familia. Se trató, parafraseando sus palabras, de una clase política diferenciada de la élite económica que se reprodujo en función de un asociacionismo aristocrático, intelectual y profesional, pues, además, fueron importantes los estudios universitarios que cursaron en su mayoría en Charcas. Ello explica que predominasen médicos, abogados y juristas. Esa tendencia se sostuvo luego de la renovación de los elencos desde 1870, con sujetos formados principalmente en Buenos Aires y con un fuerte peso eclesiástico en los espacios de sociabilidad. Resalta, en este caso, la vocación nacional de la dirigencia, que se advierte en la frecuente presencia en el gobierno central.
Algo similar sucedió en San Juan, según advierte Ana Laura Lanteri. Allí, fue importante, aunque no determinante, el establecimiento de vínculos con familias de origen patricio colonial. Una vez más, destacan abogados y médicos, formados en Córdoba y en Buenos Aires, donde, además, aprovechaban para tender lazos. En particular, se advierte desde la llegada al poder, en 1875, de un grupo llamado “Los Regeneradores” que renovaron el elenco dirigencial. Tuvo mucha relevancia, al igual que en Entre Ríos, la trayectoria en la justicia y la sociabilidad, en especial en las bibliotecas. Ahora bien, cabe señalar que tanto Salta como San Juan se caracterizaron por poseer economías con poca movilidad, lo que derivaba en fortunas más bien modestas.
En el caso de Tucumán, los elencos tuvieron lugares de proyección diferentes según los contextos en los que se enmarcaban: las armas, la prensa y el asociacionismo. En ese orden, María José Navajas y Flavia Macías identifican tres momentos. El primero, entre la derrota de Urquiza y 1868, dominado por lo castrense. El segundo, desde aquella fecha hasta 1880, con la llegada del tucumano Roca a la presidencia, que marcó una etapa de conciliación y crecimiento de perfiles en vinculación con la nación. Finalmente, el tercero, luego de 1887, implicó el reordenamiento del tablero de alianzas y la reconfiguración de los elencos. En todos los casos, se observa la relevancia del paso previo por la Legislatura y grupos ligados fuertemente a los avatares de la política nacional.
Tras analizar de forma sintética las particularidades de cada provincia, conviene señalar los rasgos comunes de las dirigencias que surgen de la lectura del libro. En principio, puede advertirse que, desde mediados de la década de 1870, se verifica en todos los espacios una renovación de los elencos gobernantes, pues perdieron su predominio los hombres que habían actuado con protagonismo durante el rosismo y los años posteriores a la Batalla de Caseros. Pero esa no es la única novedad: este grupo más joven, en general, es poseedor de un destacado capital intelectual. De manera creciente, se trata de sujetos con trayectoria universitaria y profesiones liberales, en su mayoría abogados y médicos que, por herencia o compra, asimilaban la categoría de propietarios. Además, adquiere relevancia la participación, casi generalizada, en la prensa escrita o en la publicación de estudios o tratados, particularmente los abogados. Es decir, estamos en presencia de un grupo joven, formado y con un perfil crecientemente intelectual.
En relación con lo anterior, en cada provincia, también es posible ver que, luego de 1880, ese elenco renovado estuvo integrado por sujetos dedicados casi exclusivamente a la política y a la administración pública, en la cual tendieron a construir extensas carreras. No se trataría ya de un grupo de notables que “debieron” hacerse cargo de aquellos asuntos, sino de equipos de profesionales dedicados especialmente a la política y a lo político. Este último punto contrasta con la visión clásica de la oligarquía terrateniente que, casi por deber, asumió los roles de poder y control sobre la sociedad. De los casos provinciales estudiados, se desprende que las enormes riquezas patrimoniales no fueron la única (y a veces tampoco la más importante) vía de acceso a los altos cargos legislativos o ejecutivos; de hecho, muchas se consolidaron luego de ello. Exceptuando las provincias que tuvieron alta inestabilidad política, como Corrientes, Entre Ríos y Tucumán, surgió la imagen de un elenco estable, creciente y profesionalizado, con menor incidencia de militares y sacerdotes.
Por último, aunque admite matices en los espacios estudiados, se puede inferir la relativa incidencia de la pertenencia a redes familiares en la promoción de carreras políticas. En efecto, podemos afirmar que, aunque facilitaban la inserción, no fueron un factor esencial y que en pocos casos podemos hablar de “gobiernos de familia”. Empero, es menester tomar en consideración que la pertenencia a alguna de esas familias o el establecimiento de lazos con ellos otorgaba un piso importante de capital simbólico. Asimismo, con variaciones, tampoco era una condición el paso por espacios administrativos previos de orden regional en el interior de las provincias: el cursus honorum no era excluyente para el despliegue de trayectorias en la cúpula de los gobiernos provinciales o en el ámbito nacional. Estas dos últimas apreciaciones revisten características disímiles según los espacios, pero podemos identificarlas como tendencias más bien generalizables.
En síntesis, la compilación aquí reseñada encierra un alto valor historiográfico, en especial por dos razones. Por un lado, a la vez que amplía la mirada sobre la conformación y las mutaciones de las dirigencias, se ciñe a un universo pasible de ser analizado de forma comparativa. Ofrece una mirada compleja y, a la vez, integrada sobre las dirigencias nacionales y provinciales durante la segunda mitad del siglo XIX. Por otro lado, derivado de lo anterior, matiza y cuestiona visiones estáticas que revelan que, lejos de ser un grupo cerrado y con poca movilidad, era abierto y dinámico en su conformación y perfiles y con una progresiva profesionalización en la política, lo político y la carrera administrativa.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Río Cuarto, Instituto de Investigaciones Sociales, Territoriales y Educativas, Argentina.