Población & Sociedad 2025, Vol. 32 (1), pp. 1-8
DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2025-320111
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RESEÑAS
Lo que no sabemos de Malvinas. Las islas, su gente y nosotros antes de la guerra. Sebastián Carassai. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2022, 297 páginas.
Lo que no sabemos de Malvinas tiene la particularidad de no abordar la guerra librada entre Argentina y Gran Bretaña en 1982 y, sin embargo, suscitar preguntas en torno a ella. El libro se sitúa en torno a aquel interrogante formulado por Rosana Guber, ya devenido en un clásico: ¿Por qué Malvinas? La pregunta sobre la razón por la cual ese sintagma se transformó en un símbolo de unidad nacional, al mismo tiempo que impulsó la única guerra que Argentina protagonizó en el siglo XX, apunta a ampliar los horizontes temporales de las investigaciones sobre el conflicto bélico y a complejizar los motivos de la contienda y el enorme apoyo popular que recibió. La investigación de Sebastián Carassai se desarrolla en el contexto de una renovación de los estudios sobre la “cuestión Malvinas”, que se caracteriza por alejarse de las explicaciones dicotómicas sobre el enfrentamiento que prevalecieron durante las primeras décadas de posguerra, a saber: aquellas que entienden a la guerra únicamente como una “gesta heroica”, o las que la definen como el último “manotazo de ahogado” de la dictadura militar. Lejos de esas miradas, en los últimos años han surgido trabajos interdisciplinarios que plantean nuevos interrogantes a un problema clásico, como lo es la guerra. En esta línea han proliferado pesquisas acerca de Malvinas en relación a la cultura material, al vínculo con los estudios de la memoria, abordajes culturales, así como la participación de las mujeres en el conflicto, entre otras perspectivas de análisis.
Lo que no sabemos de Malvinas es una investigación acerca del vínculo entre Argentina y las islas Malvinas antes de la guerra librada en el otoño de 1982. Carassai es Doctor en Historia, investigador del CONICET y miembro del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes. Sin embargo, el libro no está dirigido solo a un lector especialista y académico −aunque resulta una lectura ineludible para quienes estudian Malvinas−, sino que está dirigido a lectores interesados en un tema tan popular como Malvinas, desde una perspectiva poco explorada, que atiende al vínculo entre las islas y el continente antes de 1982. El interés del autor en el tema surgió mientras escribía su último libro, Los años setenta de la gente común (2021), en el que a partir de analizar publicidades, telenovelas y otros materiales de consumo masivo de la época, reconstruye como la violencia fue aceptada paulatinamente en la vida cotidiana de la sociedad hasta que terminó por naturalizarse. Mientras realizaba trabajo de archivo para escribir esa contribución, encontró muchas referencias a Malvinas en la prensa argentina de la década de 1970 que lo llevaron a formularse algunos de los interrogantes que desarrolla en este libro, a saber: qué sabían los isleños sobre los argentinos, qué sabían los argentinos sobre los isleños y sobre las islas, cómo era el vínculo entre isleños y argentinos antes de la guerra, y si “¿hace falta un libro más sobre las islas Malvinas?”, tal como se lo pregunta en la introducción.
El primer capítulo, “Viajeros (1936-1971)”, se pregunta qué sabían los argentinos sobre los isleños o, más precisamente, qué podían saber sobre las islas y sus habitantes antes de 1971, año en el que Argentina y Gran Bretaña firman un acuerdo de comunicaciones que cambia sustantivamente el vínculo entre las islas y el continente y a partir del cual se multiplican tanto los viajeros como los relatos. El capítulo reconstruye todas las crónicas de quienes viajaron a las islas en el siglo XX y publicaron sus experiencias −como los libros de Juan Carlos Moreno en la década de 1930 y de Solari Irigoyen en la de 1950−; las publicaciones de diplomáticos, políticos y periodistas argentinos; las crónicas de las hazañas de Fitzgerald y el Operativo Cóndor en la década de 1960; así como también los films y programas de televisión dedicados a Malvinas en las décadas de 1950 y 1960. A través de las diversas fuentes recopiladas por su autor, brinda un panorama novedoso acerca de las islas: cómo estaba constituida la población −por ejemplo, la tajante división que existía entre isleños e ingleses−; el funcionamiento de la economía −nucleada en torno a la cría de ovejas−; la importancia que tenía la Falkland Islands Company (FIC) y su rol monopólico; y las características del intercambio comercial entre las islas y el resto del mundo. A partir de estos relatos, el autor sostiene que los primeros viajeros contribuyeron a formar la educación sentimental argentina sobre las islas.
El segundo capítulo, “Isleños (1960-1971)”, se pregunta qué sabían estos sobre los argentinos. Para ello, rastrea la prensa del lugar de esos años y, además, analiza libros, artículos, periódicos e informes y estudios técnicos sobre aspectos de las islas producidos tanto por Gran Bretaña como por el gobierno colonial. Si para Argentina los años sesenta son conocidos como “la década del optimismo” respecto de las islas Malvinas, para los isleños se trata de la década de mayor incertidumbre. El capítulo organiza esta incertidumbre alrededor de tres problemas: el económico −a partir de la necesidad de buscar una segunda industria, además de la lana−, el político −vinculado al avance del tratamiento de la “cuestión Malvinas” en Naciones Unidas en 1961− y el humano −relativo a las inquietudes sobre los argentinos por parte de los ingleses−. El autor da cuenta de cómo, a lo largo de la década de 1960, el malestar de los isleños fue creciendo respecto a la forma en que se tomaban decisiones en las islas, el acceso a la información de la población, y la desconfianza hacia el gobierno de Londres, la administración colonial, el gobierno argentino y la FIC.
El tercer capítulo, “Comunicaciones (1971-1982)”, aborda las consecuencias que produjo el acuerdo de comunicaciones firmado entre Argentina y Gran Bretaña, que implicó transformaciones inéditas en el vínculo entre las islas y el continente. Aquí examina publicaciones de periódicos, declaraciones de funcionarios, archivos públicos y privados y documentos de Cancillería de Argentina y Gran Bretaña. El trabajo con fuentes de ambos lados del conflicto permite contrastar cómo fueron leídos algunos hechos desde diferentes ópticas. Durante esa década, el Estado argentino fue el principal motor de las comunicaciones entre las islas y el continente. Sin embargo, mantuvo una política bifronte, que se profundizó durante el peronismo: propositiva hacia adentro y hostil hacia afuera. Si bien el acuerdo nunca incluyó el tratamiento de la soberanía, Argentina lo veía como el primer paso para generar dependencia y crear condiciones favorables para la negociación. Durante los primeros años del acuerdo, el vínculo entre las islas y el continente se fortaleció. No obstante, la década estuvo signada por sucesivas interrupciones de las negociaciones, crisis institucionales en las islas, el aumento de la emigración de isleños, tensiones entre las islas y Gran Bretaña, inestabilidad en Argentina y un incremento de las crisis diplomáticas entre ambas partes. A medida que Argentina avanzaba en sus posicionamientos −a través de la instalación de una base científica de forma clandestina, o de simbolismos como la emisión de facturas de YPF en español−, aumentaban el sentimiento de patriotismo en las islas y el rechazo hacia Argentina. Hacia 1982, se acrecentaron las tensiones y los dos países se encontraban en lo que Carassai denomina un “ajedrez de hostigamiento previo a la guerra”. Una de las últimas batallas simbólicas ocurrió semanas antes de que se desatara el conflicto: Gran Bretaña emitió estampillas en homenaje a Lady Di nomencladas “Falkland Islands” y Argentina respondió emitiendo estampillas con imágenes de íconos populares con la leyenda “Islas Malvinas. República Argentina”. El capítulo finaliza en la antesala a la guerra y abre interrogantes difíciles de responder, pero que resulta ineludible formular en torno a cuál habría sido el destino de las islas si el conflicto bélico no se hubiese producido.
El cuarto capítulo, “Cantores (1941-1982)”, se pregunta por las representaciones populares que existían de Malvinas antes de la guerra. Si las partes anteriores se dedicaron a recopilar las voces de cierta élite intelectual −aquella que podía viajar a las islas, publicar libros, artículos o formar parte de la política y la diplomacia−, con el objetivo de alejarse de esas voces, este capítulo se pregunta por las composiciones populares dedicadas a las islas. Para ello, analiza la presencia de Malvinas en el cancionero popular por ser la canción, de acuerdo al autor, la más popular de los productos culturales. El capítulo recopila las canciones registradas en la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (SADAIC) hasta 1982, en donde predominan el folclore, el tango y la marcha. La indagación crítica de las más de 90 canciones registradas le permite delinear la transformación de las representaciones sobre las islas durante esas décadas. Se repasan todas las canciones dedicadas a Malvinas, desde la “Marcha de las Malvinas”, ganadora del concurso organizado por la Junta de Recuperación de las Malvinas creada en 1940, hasta las primeras canciones escritas en 1982. Muestra que desde la guerra comienza a predominar el rock y algunos de los tópicos que se destacan son la representación de los británicos como piratas, la reaparición de los héroes de la independencia y el gaucho Rivero, la reivindicación de las tropas argentinas y la recuperación de las islas como una conquista irrenunciable. A través de este análisis, Carassai postula que las letras dedicadas a las islas representan la expresión de una “comunidad emocional” en torno a la cuestión Malvinas.
Por último, en el epílogo titulado “Solo el viento es el mismo”, vuelve sobre la figura de los viajeros abordada en el primer capítulo, pero esta vez con Carassai como protagonista de un viaje a las islas en 2017. Aunque trabaja con una gran cantidad de fuentes −información producida por el gobierno isleño, el archivo James Cameron, el Museo Histórico Dockyard y entrevistas que realizó a muy diversos actores malvinenses−, la curiosidad propia de los primeros viajeros predomina en el relato de este último apartado. El epílogo brinda información de las transformaciones que sufrieron las islas desde el fin de la guerra, que evidencian aquello que escribió un periodista británico en la década de 1990: “solo el viento es el mismo”. Después de la guerra, el gobierno británico decidió retomar las recomendaciones del informe Shackleton de 1976 y realizó una inversión extraordinaria para hacer una reforma agraria y crear una zona exclusiva de pesca. Ambas implementaciones cambiaron radicalmente la economía y la estructura social de las islas, que pasaron a ser la economía con el producto per cápita más alto de Sudamérica. El epílogo, además de brindar un panorama de la nueva sociedad isleña y sus habitantes, hace un repaso sucinto por la relación con Argentina desde el fin de la guerra.
Para concluir, cada uno de los capítulos puede leerse de forma autónoma, pues así fueron explícitamente concebidos. Sin embargo, la lectura completa del libro permite ver desde diferentes ángulos algunos hitos relevantes que son mencionados en todos los capítulos y abordados desde diferentes perspectivas. El epílogo, si bien es muy breve, resulta uno de los apartados más interesantes. La mirada de Carassai, tres décadas después de la guerra, brinda una imagen de las islas que da cuenta de las grandes transformaciones que tuvieron lugar en pocos años y contrasta abruptamente con el territorio y la sociedad que conocieron los primeros viajeros en la década de 1930. El tono de la escritura es propio de alguien que se formula interrogantes que le generan curiosidad y tiene la virtud de emprender una investigación sólida para tratar de responderlos. Ante la pregunta con la que inicia la introducción, “¿hace falta un libro más sobre las islas Malvinas?”, la obra de Carassai demuestra, a partir de un trabajo de investigación tan ambicioso como riguroso, que la respuesta a ese interrogante es afirmativa. El libro no solo ilumina aspectos que no sabemos de Malvinas, las islas, su gente y nosotros antes de la guerra, sino que también abre interrogantes para futuras investigaciones acerca de aspectos que aún desconocemos.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Avellaneda, Argentina.
Políticas, burócratas y migrantes. Análisis desde la Antropología del Estado. Jacques Ramírez. Buenos Aires, Teseo, 2022, 368 páginas.
Jacques Ramírez Gallegos es antropólogo social y estudioso de la migración ecuatoriana y latinoamericana, autor de una prolífica literatura en diversos temas en la que reluce su posicionamiento crítico ante los fenómenos sociales, particularmente el migratorio. En este libro, Políticas, burócratas y migrantes. Análisis desde la Antropología del Estado, publicado en 2022 por Editorial Teseo y prologado por Jorge Durand –antropólogo mexicano que ha estudiado la migración–, tiene por objetivo repensar el Estado a partir de un análisis de discursos y prácticas cotidianas, anclado en una aproximación etnográfica. Para lograr este propósito, el autor retoma algunas de sus investigaciones de los últimos diez años y parte de una suerte de casuística de las políticas migratorias ecuatorianas para comprender los discursos y las prácticas que alimentan la capacidad de cualquier Estado –no solo el ecuatoriano–, para “producir normas que regulan la vida de la gente” (p. 28).
La oferta del subtítulo, “Antropología del Estado”, merece atención especial. Para muchos lectores, la intención de hablar de una antropología del Estado puede resultar algo osada en principio, ya que tendemos a pensar en él como un conjunto de instituciones o de seres humanos, un ente en el sentido más filosófico de la palabra: lo que es, lo que existe. No obstante, este término cumple un doble propósito. Por un lado, logra generar curiosidad (la mitad del objetivo de un buen escrito) y, por otro lado, reenfocar una noción que justamente se encuentra tan naturalizada que puede pasar como un problema de dudosa legitimidad. En este sentido, es oportuno recuperar el papel de la construcción intersubjetiva en antropología social, pues de ese modo cobra sentido no solo una antropología del Estado, sino una etnografía, el método por excelencia de la antropología sociocultural. La etnografía de corte crítico tiene por objeto de estudio los sistemas o patrones de creencias y valores de un sujeto social, es decir, al conjunto o producto relacional, más que al grupo o a los individuos en sí. Por ello, una antropología del Estado es una propuesta valiosa y que puede ser fructífera en diversos campos (tanto disciplinares como el sentido bourdieuano), como el de los estudios migratorios.
Antropologizar el Estado significa estudiar el Estado y sus manifestaciones (políticas, procedimientos, discursos oficiales, entre otras) partiendo de concebirlos como productos o producciones del ser humano y, por tanto, susceptible de cuestionamientos. Ramírez es consciente de que este enfoque antropológico ha sido poco trabajado, mucho más en los estudios migratorios, pero que no es novedoso del todo. Con base en la antropología política de perspectiva histórica y analítica, como la del antropólogo social e historiador Claudio Lomnitz, retoma estudios críticos de la cuestión migratoria en las referencias de Abdemalek Sayad y la necesidad de rehistorizar al Estado por medio de la interpelación de su vínculo con los no nacionales, y de Aradhana Sharma y Akhil Gupta y su obra The Anthropology of the State, de 2006, que sigue la misma línea. Ramírez explicita este posicionamiento en la introducción y en la sección cuarta, y es un marco analítico que es necesario tener en cuenta a lo largo de todo el texto para lograr comprender no solo la profundidad del análisis del caso ecuatoriano, sino la potencialidad de aplicarlo a otros países o regiones, tanto similares o dispares en las características de sus políticas migratorias, como el caso argentino, por ejemplo.
Este libro se compone de cuatro secciones que, intuitivamente, pueden entenderse como puntos que se retroalimentan de forma continua: enfoques, prácticas, contradicciones e ideas. La primera sección inicia con un recorrido histórico de la política migratoria ecuatoriana que identifica cinco enfoques: de aperturismo segmentado (desde finales del siglo XIX hasta finales de la década de 1930), de seguridad y control (hasta fines del siglo XX), de derechos (hasta finales de la primera década de los 2000), de gobernabilidad migratoria (hasta finales de la segunda década de los 2000) y neosecuritista (agudizado durante la pandemia de COVID). Probablemente, lo más valioso de esta sección es que ofrece un panorama histórico y político del caso ecuatoriano aplicando la perspectiva de los estudios críticos de la migración, lo cual se logra especialmente con el segundo tema, al abordar las esferas regionales del Proceso de Puebla y las Conferencias Suramericanas de Migraciones. La colaboración del autor en instancias nacionales formuladoras de política migratoria y espacios internacionales, como el Parlamento Andino y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), le permite mostrar a estos como ámbitos de negociación antes que de consenso.
Desde la segunda a la cuarta sección se aborda el caso ecuatoriano, aunque manteniendo el diálogo con la situación regional. Así, en la segunda profundiza en las prácticas de las políticas migratorias, siendo la sección de mayor interés para quien busque comprender cómo se podría aplicar el método etnográfico para el estudio del Estado. En primera instancia, con base en su participación directa en la generación de la Ley Orgánica de Movilidad Humana del 2017 en Ecuador, describe cómo se producen las normas regulatorias de la migración al interior de una nación. En la segunda parte de esta sección, en base a la Visa Mercosur y manteniendo la aproximación etnográfica, explora las prácticas estatales en sus niveles supra, meso y micro, así como la agencialidad de quienes aplican a este visado. A continuación, la tercera sección analiza las políticas, decretos y discursos en los casos de los migrantes venezolanos y haitianos. Los estudios de estas diásporas muestran, respectivamente, el paso de la idea de ciudadanía suramericana –propuesta del enfoque de derechos– a la alternativa “humanitaria” y cómo los proyectos de vida se ven influenciados por estas políticas. La cuarta sección enfatiza el rol de las ideas y las emociones en la definición e implementación de las políticas migratorias, el cual se torna relevante pues visibiliza cómo las subjetividades e intersubjetividades motivan y forman las percepciones sobre los migrantes, como se puede ver en los “giros a la derecha” en Argentina, Brasil y Ecuador entre 2015 y 2019, y en las elecciones presidenciales de 2021 de este último país. Es decir, esta sección vuelve a enfocar la realidad ecuatoriana en el panorama más amplio de la región suramericana.
Sin dejar de alternar con contextos de estudio nacionales, se puede decir que el trabajo de Ramírez ha evolucionado a un abordaje regional y logra exponer lo ofrecido: una antropología del Estado. La novedad de la obra no radica en la pertinencia y necesidad de etnografiar el Estado para cuestionarlo y desnaturalizarlo, sino más bien en la aplicación del método etnográfico para estudiar las políticas migratorias. Antropologizar el Estado requiere desnudarlo y desmitificarlo. ¿Hay acaso desde la modernidad alguna otra construcción intersubjetiva más potente que el Estado, aquel que designa quién merece ser objeto de derechos o simplemente permanecer (ser) en un espacio? Difícilmente, y mucho más que goce de la pleitesía, temor y respeto que le rendimos, incluso como académicos e investigadores de los movimientos migratorios. Así, los resultados y hallazgos que ofrece el libro constituyen bases para repensar el rol del Estado en torno a la migración. Algunas preguntas que se desprenden del texto y que pueden repensarse en otros contextos son: ¿cuál es la finalidad del Estado cuando formula una política migratoria restrictiva o una progresista?, ¿cómo las políticas públicas abordan la tensión entre el derecho internacional humanitario y la soberanía?, ¿cómo la racionalidad estatal influye en las decisiones y acciones de la micropolítica migratoria? La invitación, entonces, es clara, cuestionar las lógicas nacionales de los propios investigadores e incorporar métodos y técnicas complejas, de largo plazo y que permitan profundizar en las dinámicas propias del fenómeno.
El aporte de este libro es esencial para quienes estudiamos la migración en Suramérica, así como para quienes quieran tener una visión crítica de la gestión de las migraciones, pues logra transversalizar las contribuciones de la antropología en un área de estudio relativamente nueva y cuya dinámica es sumamente acelerada. Esta naturaleza compleja y cambiante de la migración, muchas veces nos lleva a poner el ojo sobre políticas o experiencias específicas sin avanzar a preguntarnos sobre las racionalidades detrás de los procesos, los actores de las últimas instancias de decisión, cómo funcionan las representaciones de poder en los burócratas que aplican las políticas, o sobre los migrantes y refugiados que las viven. En este sentido, Políticas, burócratas y migrantes muestra, pero no agota el potencial teórico y metodológico de antropologizar el Estado, es decir, de verlo como un objeto de estudio antropológico.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad Nacional de Tucumán, Instituto de Investigaciones sobre el lenguaje y la cultura, Argentina