Población & Sociedad2025, Vol. 32 (1), pp. 1-14
DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2025-320110
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PERSPECTIVAS EN DIÁLOGO
Presentación
En esta nueva entrega, Perspectivas en Diálogo retoma el debate historiográfico sobre las Américas en clave global, pero, en este caso, se enfoca en el mundo colonial, su dimensión social y su variedad de dinámicas en diferentes escalas territoriales, tomando como lente el sistema de milicias imperial. Magdalena Candioti (CONICET-UBA, Instituto Ravignani / FHUC-UNL, Argentina) y Véronique Hébrard (Université de Lille, Francia) dialogan con Baptiste Bonnefoy sobre su libro, Au-delà de la couleur. Miliciens noirs et mutâtres de la Caribe, XVIIe-XVIIIe siècles (Presses Universitaires de Rennes, 2022).
En su obra, Bonnefoy concentra su atención en los milicianos “de color” del Caribe español, francés y británico de los siglos XVII y XVIII y, mediante la observación de su función miliciana, examina e interpreta su rol social y político. A partir de aquí, Candioti, Hébrard y el autor se sumergen en un debate tanto histórico como historiográfico, que se centra en tres cuestiones cruciales:
Una vez más, y con gran entusiasmo, compartimos con nuestros lectores un intercambio atrapante que desafía muchos de los instrumentos teóricos y metodológicos que han nutrido la caja de herramientas disponible para más de un experto y que, tal como lo plantea Baptiste Bonnefoy, propone indagar “la cuestión del color” como un “verdadero objeto de la historia social”.
Flavia Macías
Au-delà de la couleur: Miliciens noirs et mulâtres de la Caraïbe (XVIIe-XVIIIe siècles). Baptiste Bonnefoy, Presses universitaires de Rennes, 2022, 299 pp.
El libro de Baptiste Bonnefoy es resultado de su tesis doctoral y presenta un complejo análisis de los milicianos de color en el Caribe español, francés y británico con el doble objetivo de rastrear las funciones que estos desempeñaron y -como el título adelanta- matizar el rol del color como principio organizador de esas sociedades.
La obra consta de tres partes. En la primera, dedicada a las “estructuras” se analiza el origen de las milicias de color y se señala la necesidad de pensarlas más como espacio de reconocimiento e inscripción de las jerarquías que como una plataforma para la movilidad social. Se sostiene allí, como a lo largo del libro, la necesidad de estudiar localmente el rol que cumple el léxico del color como recurso de discriminación y de cierre social, especialmente en contextos en los que las élites imperiales y locales dependen de la participación de libertos y población de color para mantener el dominio colonial.
Bonnefoy rastrea y sistematiza la aparición de compañías de color luego de la guerra de los Siete Años, las mapea y ofrece en un anexo un listado cronológico de su aparición. Señala que existe una correlación directa entre la vulnerabilidad de los territorios y la capacidad de las élites locales de color para solicitar y obtener títulos de capitanes en las milicias (una posibilidad ligada al carácter estratégico de los servicios prestados por esos hombres).
Para explicar la dinámica de esta hipótesis, Bonnefoy se concentra en el análisis de la compañía de mulatos de Panamá y el ascenso de su capitán, Pedro Cano Pinzón. Cano, era un capitán de milicias mulato de origen jamaiquino, que forjó un lugar social preminente a través de trabajos diversos como maestro carpintero, propietario de mulas y proveedor de servicios estratégicos al orden colonial. Como corolario de sus servicios, en 1628 Cano solicitaría y obtendría el nombramiento de su hijo José como “capitán perpetuo de milicia”. Como él, otros milicianos lograrían ascensos y confirmaciones de estatus cimentados primero en labores como la agricultura, el artesanado, el transporte y la seguridad. Bonnefoy reflexiona sobre los significados de este tipo de inclusión segregada que marcaba, a un tiempo, una forma de inclusión y una reinscripción de las jerarquías (que podían verse amenazadas por la participación de los libres de color en la ciudad). De la misma forma, para el autor, los gremios segregados “lejos de significar la exclusión social de los artesanos de color, aparecía[n] como la única manera de recompensar los méritos y la reputación de algunos de ellos sin romper ciertos principios jerárquicos” (p. 50).
El autor señala la existencia de una colorización creciente de las formas de decir las jerarquías coloniales ya que
la apertura de espacios honoríficos a grupos subalternos, esenciales para el buen funcionamiento de un gobierno a distancia … generó la necesidad de establecer límites teóricos a su ascenso. El color se convirtió gradualmente en un recurso discursivo que las élites blancas podían movilizar para naturalizar su superioridad sobre las nuevas élites locales. (Bonnefoy, 2022, p. 52)
En el siguiente capítulo, el autor detalla dos tipos de servicios claves desempeñados por las milicias de color: la defensa del territorio y el mantenimiento del orden municipal, incluyendo la policía de esclavos. Para echar luz sobre esta función clave y opaca, reconstruye la historia de la Santa Hermandad de Cartagenas de Indias, así como distintas estrategias de policiamiento ensayadas en las Américas –desde Brasil con sus cuadrilleros a Saint Domingue con las brigadas de maréchaussée [mariscalía]–. El protagonismo de las milicias de color en el sostenimiento del orden colonial e incluso en la persecución de esclavos le permiten a Bonnefoy enfatizar la necesidad de no suponer alianzas objetivas entre pares racializados, estigmatizados.
Es por ello que el tercer capítulo procura mostrar el rol del color entre un conjunto amplio de formas de definir y construir las pertenencias sociales. Como otros estudios precedentes, Bonnefoy marca la centralidad de la “calidad” como forma multivariada de definición del lugar social de las personas (una definición producida en el cruce de consideraciones de aspecto físico, fenotipo, relación con la esclavitud, legitimidad de nacimiento, lugar de origen, inserción en redes locales, oficio, prácticas culturales, capital económico, etc.). Para matizar la solidaridad del color, propone distinguir la lógica de nominación de las milicias de las lógicas de reclutamiento. Si en las primeras, el color era determinante, en las últimas, se combinaban consideraciones más complejas, criterios institucionales y geográficos. En la organización de la milicia, las personas recurrían a otras pertenencias corporativas como las cofradías religiosas o los gremios artesanales, todas formas de traducir el capital social en reconocimiento social. Tomando tres ciudades medianas, Cartagena, Maracaibo y Campeche, Bonnefoy ejemplifica esas estrategias combinadas de acceso a las dignidades urbanas.
La segunda parte del libro (capítulos cuatro y cinco) se centra en la reconstrucción de “Trayectorias”. Allí, al analizar las carreras de capitanes y notables de color, el autor destaca que estos se comportaban “exactamente como las élites blancas” intentando multiplicar sus estrategias de distinción a través de redes clientelares, de alianzas matrimoniales, de dispensas de consanguineidad, de creación de capellanías y de especulación financiera, etc. (p. 117). El análisis prosopográfico de una serie de capitanes y lugartenientes le permite ratificar que las milicias eran un espacio de reconocimiento político de movilidades construidas de las formas diversas mencionadas (actividades comerciales, artesanales, de servicio, arreglos matrimoniales) y no un peldaño para el ascenso.
Los efectos sociales de, y las interpretaciones historiográficas sobre, las “gracias al sacar” en el imperio español son el centro del capítulo cinco. Se enfatiza que estas dispensas de calidad afectaban el estatus jurídico mas no la reputación de las personas, por lo cual no deberían ser equiparadas a un “blanqueamiento” (p. 134). Este, en caso de darse, era un proceso intergeneracional. Para mostrarlo Bonnefoy reconstruye con detalle tres biografías de milicianos en Santiago de Guatemala, Caracas y Maracaibo. Las historias de Juan de Fuentes, Francisco de Ladaeta y Juan Carlos Sánchez develan el rol clave de las prácticas de evergetismo religioso, militar y caritativo en el proceso de construir honorabilidad y ascenso social. El autor recupera y propone la noción de “evergetismo” para pensar las acciones altruistas, pero también interesadas (como donar un retablo, pertrechar una milicia o más importantes como sostener un hospital) que desplegaron esos hombres de color en el Caribe. En un intento explícito de conectar las historias urbanas europea y americana, se compara el rol que tuvieron estas prácticas en las ciudades griegas, romanas y caribeñas.
En la tercera parte, “Contextos”, el rol de las múltiples jurisdicciones y estructuras normativas en el Caribe toman el centro de la escena. El capítulo seis analiza el caso de las milicias de Saint-Domingue y un deslizamiento hacia un “modelo británico”, desde 1765, cuando se decidió segregar milicianos blancos y de color, designando oficiales blancos en todas las compañías. Esta medida –replicada en todas las milicias americanas del imperio francés– implicaría el cierre de la política de reconocimiento de notables de color en el seno de las milicias, que había signado a la isla y, en general, al llamado “modelo español”. En el capítulo siete, Bonnefoy señala que, tras la guerra de los Siete Años, franceses, españoles y británicos revisaron sus modelos de defensa valorando de modo diverso, según configuraciones de fuerza locales, a las tropas de color. Enfatiza el rol de la “negrofobia” en el imperio británico y, especialmente, en Jamaica. Finalmente, en el capítulo ocho, el autor se sumerge en las “islas de Barlovento” –Dominica, Santa Lucía y Granada– para mostrar cómo los cambios de las soberanías imperiales afectaron los modelos defensivos y la situación de las milicias negras.
La información y la reconstrucción que realiza Bonnefoy es realmente impresionante y la lectura de conjunto y comparada que ofrece reviste interés para todo estudioso del Caribe, de la guerra, de la raza y los procesos de racialización en las Américas. Si bien el tratamiento del caso español es mucho más extenso que el de los demás casos –y de hecho muchas veces trasciende su porción caribeña– el libro aporta un panorama inédito sobre las milicias de color en dicha región y en las América en general.
Estoy lejos de ser una experta en historias de las milicias americanas, por ello disfruté y aprendí mucho de la obra. A partir de esa lectura tengo tres consideraciones o breves comentarios, uno de carácter metodológico (ligado a las fuentes), otro muy vinculado a ello, pero más historiográfico y, finalmente uno de orden sustantivo o histórico. En cuanto a lo metodológico, creo que, en esta era de humanidades digitales, sería interesante conocer más en torno a la factura de la investigación, la trastienda que hizo posible la obra. Como historiadores e historiadoras sabemos lo difícil que es llegar a comprender en profundidad los lugares sociales de las personas (en este caso de los milicianos negros), el significado del color, la organización espacial-racial en un contexto puntual, y más aún en tiempos y –sobre todo– en locaciones alejadas. El libro aborda un tiempo largo (al menos dos siglos), y numerosas ciudades (con detalle, al menos, siete). Traza pequeñas prosopografías que incluyen desde detalladas genealogías a análisis de las trasformaciones urbanas, económicas y militares de sus escenarios. El autor despliega amplias hipótesis regionales (muchas de ellas ya probadas para casos puntuales) y cita numerosísimas fuentes. Creo que, para el lector, reviste interés conocer con mayor detalle cómo se seleccionaron los casos, cómo se accedió a los archivos y cómo se dio con los legajos puntuales de cada uno de esos repositorios. Si bien Bonnefoy realiza una pequeña referencia a la importancia de FamilySearch.org así como a las fuentes digitalizadas de los archivos de Colombia y México por ejemplo, creo que una explicitación de la selección de los casos y su contextualización es importante para reponer el contexto del que las citaciones aisladas de expedientes nos privan. Para dar un ejemplo, sobre la ciudad de Buenos Aires, Bonnefoy cita una fuente del Archivo General de la Nación (Sala IV, Escribanías Antiguas, tomo 48) pero no señala el contexto en el que ese hallazgo se produjo y en el marco de qué investigación se localizó dicho documento puntual. La organización de las milicias parece ser reconstruida desde cero, desde las fuentes mismas, cuando existen trabajos claves que abordaron las milicias locales, por ejemplo el trabajo clásico de Juan Beverina o los de Raúl Fradkin (2009). Este caso en particular no es relevante en tanto el Río de la Plata no entra estricto en el análisis, pero denota un procedimiento más general del libro.
Como nos ha alertado Lara Putnam:
La búsqueda digital hace posible una investigación radicalmente más descontextualizada … Ahora miras, pescas, festejas. Pero, ¿cuánto realmente sabemos sobre las fuentes que encontramos: ¿de dónde vienen, literalmente, políticamente, culturalmente? … A medida que se amplía la digitalización y aumenta la demanda de investigaciones multisituadas que parecen adecuadas para una “era global”, corremos el riesgo de crear un retrato agregado cada vez más parcial del pasado del mundo. (Putnam, 2016, p. 378)
Bonnefoy hace un notable esfuerzo para conectar lo local y lo global, para reconstruir contextos y proponer comparaciones, aunque, al mismo tiempo, no es tan frecuente el establecimiento de un diálogo explícito con los trabajos previos sobre esos milicianos, específicamente, o sobre esas milicias negras en las ciudades del imperio español (diálogo que sí se observa en relación a los espacios imperiales británico y francés). Estimo que, la posibilidad de dar cuenta del proceso de acceso a esas referencias y fuentes ofrece la oportunidad de comprender la mecánica de la investigación. También, y ya en términos historiográficos, ello puede favorecer la consideración y circulación de las investigaciones producidas por las historiografías nacionales de esos “(futuros) países” que se analizan. Por poner otro ejemplo, pienso en las investigaciones de Sergio Paolo Solano (2019), quien analizó el caso de Juan Carlos Sánchez en Maracaibo y los vínculos entre artesanos y milicias de color en el Caribe continental español, en general. Si bien alguna nota al pie lo menciona, no hay un diálogo explícito con sus interpretaciones (y las de otros historiadores) que sostienen ideas similares.
El libro mantiene un diálogo mucho más marcado con la historiografía latinoamericanista (Matthew Restall, Michel Voeltz, John Garrigus, Ben Vinson III, Ann Twinam, Herman Bennett, etc.) que con la latinoamericana. Se observa, en varios casos, un tratamiento de estas últimas como fuente, como vías para explicar contextos más que como producciones de pares con interpretaciones puntuales sobre los casos trabajados (quizás una excepción es la breve consideración efectuada a la obra de Hugo Contrera Cruces, quien ha realizado aportes clave en este campo de estudio).
Esta disparidad en la discusión de hipótesis es comprensible en el marco de una geopolítica académica en la que las discusiones se organizan en torno a producciones del norte global. Sin embargo, al intervenir en el debate latinoamericano creo que incorporar a la discusión global las producciones historiográficas locales reviste especial valor.
El tercer comentario se vincula al hecho de que el libro enfatiza sobre las prácticas de asimilación, de integración y de aculturación desplegadas por africanos y afrodescendientes en el Caribe. Lo hace de un modo serio, convincente, combinando (como señalé) fuentes censales, judiciales, notariales, parroquiales. Dicho análisis enfatiza la conveniencia de pensar estas ciudades americanas coloniales en diálogo con la historia urbana europea y más aún, con la misma gramática social. Resulta interesante, pero creo que puede llevar a minimizar el hecho de que esas ciudades americanas reunían a personas con historias e imaginarios anclados en culturas diversas: eurodescendientes, pero también indígenas y sujetos diaspóricos o hijos de la diáspora forzada. Las prácticas de asimilación, de uso de estrategias de honorabilidad y movilidad “a la europea” quizás no bastan para dar cuenta de las lógicas sociales de esas ciudades. En este sentido, y a partir del enorme recorrido que el autor realiza, me pregunto si imagina cómo o dónde podría verse –o si ha encontrado ya– indicios de la construcción y sostenimiento de prácticas afrodiaspóricas o de lógicas políticas, sociales y familiares de los milicianos, ligados a la ascendencia africana (aun sin una resistencia abierta). Probablemente, más que una pregunta, constituye una agenda a futuro, porque la reconstrucción que realiza el libro es ya suficientemente densa y rica. De todas formas, creo que es posible pensar que aún en el corazón de esas estrategias de asimilación –en algún punto más visibles, más registradas abiertamente en las fuentes– subsistieron identificaciones, imaginarios y lazos ligados a la ascendencia africana y a la experiencia de secuestro y esclavización. Para comprender la construcción de diferencias no sólo precisamos considerar el color sino buscar formas de pensar y comprender el rol de esas ascendencias e imaginarios “otros”. En lo personal creo que en la historiografía latinoamericana es necesario discutir lo que llamo la “tesis de la tabla rasa”, muy presente durante demasiado tiempo. Me refiero al énfasis en estudiar el mestizaje y pensar en los sujetos diaspóricos como personas sin pasado, prestas a involucrarse en prácticas de asimilación “ofrecidas” o “disponibles”. Esas ideas llevaron durante mucho tiempo a subestimar e investigar poco las formas de construcción de solidaridades e imaginarios ligados a África. Como dije, el libro hace contribuciones extremadamente relevantes como para pedirle una más, pero me interesa la mirada del autor sobre este punto que complejizaría aún más las formas de pensar el color y las jerarquías en las Américas.
Para finalizar sólo me queda invitar a los lectores a acercarse a la obra, seguros de encontrar en ella una propuesta de gran valor, y agradecer al autor, y a Perspectivas en Diálogo de Población & Sociedad, la oportunidad de conocerla y de dialogar sobre ella.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Universidad de Buenos Aires, Instituto Ravignani, Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral.
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El libro de Baptiste Bonnefoy se basa en su tesis doctoral y se centra en los milicianos negros y mulatos de los siglos XVII y XVIII en el Caribe y, más concretamente, en los oficiales de estas milicias.
Si bien estas milicias coloniales han sido estudiadas por la historiografía desde hace mucho tiempo, pocos trabajos se han centrado en estas estructuras armadas desde la perspectiva propuesta en este libro: una historia social de las movilizaciones socio-raciales que articula escalas locales, regionales e imperiales. Baptiste Bonnefoy privilegia una historia atenta a las trayectorias individuales y al modo en el que estas dan testimonio de las realidades observadas. Además, este enfoque permite dar cuenta de la complejidad de las dinámicas analizadas, ya que dichas trayectorias también reflejan las desviaciones respecto a la norma y cómo tales anomalías dan forma a la experiencia social, tanto individual como colectiva.
Por otra parte, la historiografía rara vez ha cruzado el estudio de las personas libres de color con las particularidades de las milicias coloniales, un enfoque que Baptiste Bonnefoy propone en este libro.
El otro gran aporte de esta investigación es comparar ciudades de los cuatro imperios que dominaron la región –español, portugués, francés y británico– con un enfoque más específico en el Caribe, el terreno que resultó ser más apropiado para llevar a cabo esta investigación, ya que concentraba en la época moderna el mayor número de milicias de color (alrededor de 500 hacia 1780, o unos 35.000 milicianos, con una sobrerrepresentación del imperio español).
La investigación contribuye así, de manera fructífera, a la renovación de los estudios sobre las milicias coloniales americanas, analizadas desde el prisma de los oficiales de color.
A este efecto, el libro se divide en tres partes que abordan diferentes enfoques de análisis y temas. La primera se centra en las estructuras, la segunda en las trayectorias de estos oficiales de color y la tercera en los contextos. Esta organización permite articular escalas y enfoques, cuestionando tanto el objeto de estudio y los actores involucrados, para privilegiar la noción de pertenencia, ya sea colectiva o individual y evitar la esencialización de las identidades.
En el marco de este comentario, haré hincapié sobre un aspecto que abre una reflexión estimulante para abordar estos cuerpos armados: las movilidades socio-raciales que el estudio permite visibilizar; un tema desarrollado principalmente en las dos primeras partes del libro.
Baptiste Bonnefoy construye su análisis de la constitución de estas compañías de color desde un amplio espectro, bajo la lógica imperial. Así se entiende cómo el origen y número de las compañías estaban ligados no sólo a las necesidades de defensa inherentes a la “colonización” sino también a la legislación que obligaba a todos los hombres libres a servir en estos cuerpos armados. Las particularidades demográficas y el acceso a la condición de “libre” para los hombres de color, mucho más frecuente de lo que se podría pensar, contribuyeron en gran medida a su desarrollo. Esta situación explica en gran parte el papel central desempeñado por estas milicias en la defensa del imperio, pero también en la policía imperial, en especial para controlar y castigar a los no libres.
De ahí la importancia de las milicias y del número de sus capitanes en estas sociedades fronterizas, donde la ausencia de blancos hace a veces “pasar por alto el color”. Es el caso de la ascensión del mulato libre Pedro Cano Pinzón, estudiado en el primer capítulo. El mismo resulta muy relevante, ya que pone de manifiesto una observación recurrente a lo largo de la obra: el hecho de que el ascenso dentro de las milicias, y sobre todo aquel que lleva al rango de oficial es, ante todo, el resultado de un éxito social vinculado al trabajo, siendo mucho más infrecuente que la milicia favorezca directamente la movilidad social.
El reconocimiento de una posición social y simbólica en el espacio urbano en el que se desenvolvían estos actores sociales de color, y donde existían fuertes intersecciones entre las milicias, los gremios y también las cofradías –otro importante lugar de pertenencia para las personas libres de color– poseía mayor relevancia sobre esta “mácula”, aunque sigue siendo operativa en la jerarquía de honores que caracterizaba a estas sociedades de Antiguo Régimen.
Paradójicamente, esto aumentó en el siglo XVII con la segregación de las milicias, haciéndolas más visibles, a pesar de que dicha segregación pretendiera multiplicar las distinciones frente a las oportunidades de ascenso social de las personas libres de color.
Los factores mencionados permiten poner en evidencia la manera en que se componen y recomponen las compañías de milicia y, sobre todo, permiten situar esta dinámica dentro de otros criterios además del factor, exclusivo, del color.
Dichas observaciones dan todo su peso a la segunda parte, más breve que las otras dos y en la que Baptiste Bonnefoy examina las trayectorias desde dos ángulos diferentes. El primero es un enfoque global en el primer capítulo, que examina específicamente las diferentes estrategias y caminos tomados por estos capitanes de color, incluyendo sus viajes a Europa para negociar favores; el segundo es una mirada detallada de la vida de tres hombres (y sus parientes) y la forma en que forjaron vínculos y ganaron reconocimiento a través de su trabajo, del evergetismo y de su función militar, analizando también cómo estas dinámicas abrieron el camino para su ascenso al cuerpo de milicias. Las dimensiones prosopográfica y biográfica permiten, de igual manera, ahondar en la complejidad de los linajes y la construcción de las filiaciones.
Si volvemos a la entrada privilegiada por Bonnefoy, es decir, la pertenencia, hallamos que la misma nos permite analizar en profundidad la supuesta solidaridad de color, más allá del estatus. De este modo, estos libres de color son en muchos casos más fiables y leales al poder imperial que los blancos, lo que sugiere un paralelismo (que sería interesante examinar por otra parte) con lo que sucedió en muchos espacios de la América española en la época de los conflictos de la independencia. La noción de movilidad también opera a este nivel, y este punto abre una posible reflexión sobre el carácter proteiforme de los compromisos, más allá de ciertas asignaciones socio-raciales. Esto recuerda al planteamiento defendido hace unos años por Simona Cerutti (1990) en su libro sobre las corporaciones de Turín en los siglos XVII/XVIII y los debates que suscitó, en particular, sobre el necesario equilibrio entre la atención prestada a los itinerarios individuales, los cuales a veces contradicen las asignaciones ligadas a la pertenencia y el peso de la misma a un grupo social determinado (véase Bibliografía al final).
El verdadero desafío consiste, en definitiva, en mantenerse en esta línea de creta, que pretende no encerrar a los actores en su asignación de color (sin ignorarla), situándolos en su realidad social y jurídica. Esto plantea una cuestión fundamental: la necesidad de considerar la prevalencia del color sobre la raza en las sociedades de la América española de la época moderna y así poder analizar cómo los actores de un determinado tiempo operan bajo estas categorías y cómo esto se refleja en las fuentes.
Finalmente, al leer este trabajo como historiadora especialista del siglo XIX y dedicada al análisis de las formas de politización en contextos de conflicto, encuentro que las hipótesis y tesis del autor ofrecen perspectivas muy estimulantes sobre las huellas de las prácticas vigentes durante el periodo colonial, en el funcionamiento de los cuerpos armados durante la crisis imperial y el proceso de construcción de las naciones, pero también en lo relativo a las formas de compromisos de esta población de color durante el periodo de ruptura con la Península.
Université de Lille, ULR 4074 Cecille
veronique.hebrard@univ-lille.fr
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En primer lugar, quiero agradecer a Perspectivas en Diálogo y a Población & Sociedad por la oportunidad que me dan de participar en este espacio de debate científico. También quiero agradecer muy sinceramente a Magdalena Candioti y a Véronique Hébrard por la lectura que han realizado de mi libro Au-delà de la couleur y por las reflexiones que me plantean. Éstas me empujan a repensar las temáticas trabajadas, una apreciable tarea y un gran estimulo intelectual.
Estoy encantado de poder contar como se construyó esta investigación. Esto significa intentar ir más allá del discurso histórico para restituir la materialidad del trabajo científico del historiador que permite inscribirlo en su tiempo. La historia no sólo es escritura, sino también una práctica que se manifiesta, a mi parecer, en un compromiso intelectual. Es por ello que mis investigaciones tienen como objetivo abordar la cuestión del color como un verdadero objeto de historia social. Lo que me interesa son los procesos de categorización, es decir, intentar entender cómo se ejerce la dominación social a través de la interacción. Esta última tiene que estar, por supuesto, contextualizada a través de una historia social de las estructuras comunitarias, tanto locales como supralocales. Por tanto, mi libro -y quiero que en esto no haya duda- no muestra una versión edulcorada de la extrema violencia de las relaciones sociales en las sociedades de Antiguo Régimen y, en particular, en las sociedades coloniales y de esclavitud.
Milicias y milicianos de color son para mí, como ustedes lo han podido ver, un observatorio de las dinámicas sociales en el espacio urbano colonial. Un observatorio que permite asociar lo que nos ha aportado la nueva historia social (propuesta por el historiador Bernard Lepetit, que se fija en la experiencia y la práctica de los actores) con la historia social de las instituciones (proveniente de la tradición intelectual de Durkheim). También se posiciona este trabajo en la historia imperial que se ha focalizado recientemente sobre los actores locales que participan en la construcción de los imperios y en sus experiencias coloniales. Por todo ello, las milicias han sido un formidable terreno de investigación.
En el libro utilizo como metodología un enfoque multisituado, que es para mí tanto un razonamiento teórico como una respuesta pragmática frente a la diversidad espacial de las fuentes. Regularmente, en la ciencia histórica se ha llamado a realizar comparaciones, citando para ello al historiador Marc Bloch. También se oye que es necesario que los terrenos sean “comparables”, lo que implica que los mismos deben ser de una misma “naturaleza” o envergadura, deben estar conectados unos con otros, o bien ofrecer una cierta simetría entre las fuentes disponibles. En realidad, me parece que de esta forma se está malentendiendo lo que dijo Marc Bloch. El mismo propuso la comparación como un proceso intelectual que dé lugar a la apertura sistemática. Por ello no existe la comparación “aberrante”. Toda comparación, siempre y cuando sirva, no debe usarse para copiar realidades o categorías de otro tiempo o espacio, sino para multiplicar las preguntas sobre un mismo objeto. Bajo esta lógica, asumí los riesgos en esta investigación, aprovechando las oportunidades archivísticas. Y así comparé espacios urbanos diferentes. Observé, por un lado, capitales regionales que concentraban las funciones urbanas como por ejemplo Santiago de Guatemala. Por otro lado, estudié también las ciudades-almacenes que en la mayor parte del tiempo se vaciaban de habitantes –entre ellas, Portobelo o las pequeñas ciudades de las islas de Barlovento–.
La comparación utilizada por esta investigación se aplicó, entonces, en varios niveles: primero, de manera bibliográfica, para multiplicar, como ya he planteado, las preguntas. Se trata de no dar por válidas ciertas categorías de análisis predefinidas y así transformar el terreno y el objeto de la investigación en un “caso de estudio”. La búsqueda de diferencias entre los terrenos, aunque sean muy dispares entre sí, permite ver “las ausencias y los silencios” de las fuentes, las reglas informales. Todas las preguntas son legítimas siempre y cuando confronten con dichos escenarios y, de esta forma, la investigación misma permite descartarlas, si eso fuese necesario. De la misma manera que las fronteras espaciales no han puesto un límite previo a mi investigación, tampoco lo han hecho las cuestiones vinculadas a la periodización. Esto supone, en cierta manera, liberarse de los espacios académicos y bibliográficos, más o menos autónomos, sujetos a cuestiones lingüísticas o culturales, o a tradiciones nacionales. Sin embargo, la gran cantidad de referencias bibliográficas hace que sea necesario restringir el espacio de análisis para poder contextualizar sus objetivos, sin perder las virtudes heurísticas que aporta la comparación. En este sentido, Marc Bloch proponía una solución práctica, que consiste en
el estudio paralelo de sociedades vecinas y contemporáneas, constantemente influidas entre sí y sometidas precisamente en razón de su proximidad y de su sincronismo a la acción de las mismas causas en su evolución y que parcialmente tienen, al menos, un origen común. (Bloch, 1999, p. 117).
En consecuencia, me pareció indispensable integrar las preguntas de los trabajos sobre las milicias metropolitanas en cuanto a la distinción entre sociedades coloniales y sociedades europeas, donde aún se observa una importante fractura historiográfica. Además, la comparación de las Europas y de las Américas me parece la única manera de interrogar de forma pertinente el sentido de la categoría “colonial” en la época moderna.
El segundo nivel al que he intentado llevar la comparación se sitúa en relación con los terrenos. El enfoque multisituado en el espacio y en el tiempo, me ha ayudado a definir los niveles de análisis que mejor se adaptan al objeto. Para ello, es importante no perder de vista la territorialidad y temporalidad del objeto. Este tipo de comparación requiere también previamente multiplicar los terrenos y, según la riqueza de la documentación, seleccionarlos, poco a poco, para reflejar su diversidad. Lara Putnam (2006) explica que la movilización de datos macrohistóricos (cuantitativos y cualitativos) es necesaria para la elaboración de ángulos de investigación fecundos. De esta forma, la comparación de datos microhistóricos justifica un análisis macrohistórico.
En un primer momento, tracé una cartográfica exhaustiva y dinámica de las compañías de color en las Américas, incluyendo todos los imperios, con el objetivo de delimitar el perímetro de la investigación. La selección de los terrenos a comparar fue determinada por tres factores: primero, su diversidad en cuanto a las estructuras demográficas y económicas, así como según el grado de integración a las construcciones imperiales y a la economía-mundo caribeña; segundo, la existencia de listas nominativas de los milicianos de color; y tercero, el acceso a fondos de archivos digitalizados que permitieran reunir datos prosopográficos de los oficiales y milicianos de las compañías de color (archivos parroquiales, notariales, judiciales, censos nominativos, revistas militares, hojas de servicio, etc.). Así, pude obtener una decena de terrenos que a su vez están clasificados en tres categorías: “terrenos sistemáticos”, por la riqueza y continuidad de las fuentes disponibles, como son Cartagena de Indias, Maracaibo, Santiago de Guatemala o la isla de Santa Lucia; “fragmentos de terreno” por su análisis más reducido, como son Panamá y Portobelo en el siglo XVII, Caracas, Coro, Campeche, algunas parroquias de Saint-Domingue y Jamaica, La Habana, las islas Margarita, Dominica y Granada en el siglo XVIII; y por último, “terrenos a seguir” que corresponden a los espacios de movilidad de los individuos o grupos, como es el caso de varios oficiales de color a mediados del siglo XVII o ciertas familias de origen martiniqués que se movían entre las islas de las Antillas menores.
La comparación de estos múltiples terrenos es “asimétrica”, en el sentido en que ésta refleja la anterioridad y hegemonía del imperio español en el espacio caribeño en la época moderna. Pero también se trata de una comparación “reciproca”, puesto que cada pregunta suscitada por uno de los terrenos se aplica a los demás. Esta reciprocidad permite neutralizar la heterogeneidad de las fuentes y a su vez observar los fenómenos de circulación.
Este trabajo no habría sido posible sin el formidable impulso de digitalización que nos empuja más que nunca a realizar une historia social con un enfoque multisituado y con múltiples niveles de análisis para las sociedades urbanas de la época moderna. No se trata, en ningún caso, de acabar con los viajes a los archivos, puesto que nada puede remplazar la materialidad del documento que nos informa de su contexto de producción, tanto como lo que leemos. Los mejores recuerdos de esta investigación los tengo, no detrás de un ordenador, sino en las salas de consulta de los archivos imperiales de Sevilla, Kew, Aix-en-Provence, París o Madrid. No obstante, los fondos digitalizados nos abren pistas de comparación sin común medida. El portal de FamilySearch da acceso en línea a todas las escrituras notariales coloniales de Buenos Aires (49 carretes de microfilme), de Quito (450 carretes) o Santiago de Guatemala (881 carretes).
En definitiva, espero que los aportes de Au-delà de la couleur sean tanto metodológicos como teóricos. El recurso a este análisis multisituado y la comparación sistemática ha permitido poner de relieve especificidades locales de las estructuras comunitarias, en cuanto las diferencias o semejanzas de un espacio urbano a otro, no son tanto el resultado del carácter colonial o metropolitano, o incluso francés, inglés o español de una ciudad, sino que dependen de sus estructuras políticas, económicas y demográficas, así como de la evolución de las diferentes fuerzas sociales que allí se encuentran.
Esta investigación me ha enseñado a no temer la diversidad espacial del terreno y, al mismo tiempo, poder realizar una historia social situada, al ras del suelo, centrada en las experiencias sociales de los individuos. Este libro interroga el espacio de posibilidades de las élites de color en las ciudades coloniales, mostrando que los individuos considerados negros o mulatos consiguieron ocupar posiciones de dominación en las instituciones urbanas, participar en la vida deliberativa y ejercer el gobierno en los gremios, cofradías, compañías de milicias o fabricas parroquiales. No obstante, no consiguen acceder a los principales espacios de representación política (audiencias, asambleas coloniales, cabildos). Es por ello que se impone así la cuestión del “techo de cristal” para las élites de color americanas. Mis investigaciones actuales quieren responder a este interrogante a través del terreno religioso, estudiando en particular el difícil acceso de las élites de color al sacerdocio.
Université París Nanterre
Referencias
Bloch, M. (1999). A favor de una historia comparada de las civilizaciones europeas. En Historia e historiadores (pp. 113-147). Ediciones Akal.
Bonnefoy, B. (2022). Au-delà de la couleur: Miliciens noirs et mulâtres de la Caraïbe (XVIIe-XVIIIe siècles). Presses universitaires de Rennes.
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