DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2024-310211


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Sujetos sociales de la acumulación de capital en la esfera agraria paraguaya y sus transformaciones (1991-2022)[1]

Social Actors of Capital Accumulation in the Paraguayan Agrarian Sphere and Its Transformations (1991-2022)

Ana Beatriz Villar

Universidad de Buenos Aires, Argentina. anabeatrizvillar@yahoo.com

Resumen

El artículo propone una recaracterización de la estructura social de la producción agraria paraguaya y sus transformaciones recientes. Para ello, se interroga por la relación entre la forma actual asumida por la acumulación de capital en la esfera agraria y sus sujetos sociales, adoptando un enfoque centrado en el papel desempeñado por los individuos en el conjunto de las relaciones sociales que constituyen la sociedad capitalista.

Palabras clave: acumulación de capital; esfera agraria; sujetos; transformaciones productivas  

Abstract

The article proposes a recharacterization of the social structure of Paraguayan agricultural production and its recent transformations. To this end, it examines the relationship between the current form of capital accumulation in the agrarian sphere and its social actors, adopting an approach focused on the role played by individuals within the broader set of social relations that constitute a capitalist society.

Keywords: capital accumulation; agrarian sphere; social actors; productive transformations

Introducción

En su desarrollo histórico, las pautas de poblamiento en Paraguay evidencian un lento crecimiento urbano (Rivarola y Heisecke, 1970; Schvartzman, 2017, entre otros). Tal es así que, aunque desde la década de 1990 la población urbana predomina en términos demográficos, al día de hoy, en comparación con otros países de América del Sur, la población rural continúa representando un sector de peso en la distribución poblacional.

Como es ampliamente reconocido en la literatura sobre el tema, este escenario rural tan poblado alberga dos realidades diferenciadas. Por un lado, la existencia masiva de pequeñas fincas orientadas a la producción intensiva en mano de obra de rubros para el mercado interno y/o el autoconsumo. Y por el otro, explotaciones de mayor escala basadas en el uso intensivo de bienes de capital orientadas a la exportación.

Tal como revela la comparación de los últimos censos agropecuarios realizados a nivel nacional por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (1991, 2008 y 2022), en las últimas décadas, la potenciación de transformaciones productivas asociadas a la producción a gran escala de commodities agrarios profundizó esta diferenciación sobre la base de un aumento en la escala de las explotaciones agrarias de mayor superficie.[2] Esta expansión de la escala, aunque avanzó principalmente sobre montes y bosques nativos, en las zonas rurales más densamente pobladas, se tradujo también en la absorción de medianas y pequeñas unidades productivas.[3] Si tenemos en cuenta que el último Censo Agropecuario Nacional (CAN) arroja que el 96,80% de la población relevada se radica en los estratos de fincas afectadas por este proceso (CAN, 2022), las consecuencias en términos sociales fueron especialmente graves.

En las últimas décadas, distintos trabajos se han dedicado al análisis del impacto de estas transformaciones en los sujetos sociales que habitan el espacio rural paraguayo (Rojas Villagra, 2009; Riquelme y Vera, 2015; Galeano, 2016; Fogel Pedroso, 2019; García y Ávila, 2019; Arrúa et al., 2020, entre otros). Si bien, en muchos casos, ofrecen una descripción rigurosa de los actores de la esfera de la producción agraria, al momento de explicar la forma asumida por los procesos en curso o sus consecuencias en la estructura social, hacen foco en atributos concretos de los agentes que operan en la producción sin especificar de manera clara el rol de dichos sectores en el proceso general de acumulación de capital. Esto se ve reflejado, entre otras cosas, en el variopinto arsenal de términos con el que se alude a los sujetos que alberga esta esfera.[4]

Frente a esto, el presente trabajo propone una recaracterización de la estructura social de la producción agraria y de sus transformaciones recientes, enfocando en el papel desempeñado por sus sujetos en el entramado de las relaciones sociales a través de las cuales se organiza el proceso de vida material. ¿Qué tipos de sujetos sociales componen la estructura social agraria? ¿qué papel desempeñan en el proceso general de acumulación de capital y qué impacto sufrieron con las transformaciones recientes?

Estos interrogantes insertan de manera más amplia el caso paraguayo en los debates en torno a la cuestión agraria referidos al rol y la naturaleza específica de los sujetos que componen esta esfera de la producción.[5] A diferencia de los contrapuntos clásicos sobre el tema, los análisis más recientes, en general, reconocen que cualquier examen de la estructura social agraria debe partir del reconocimiento de que los sujetos sociales que la componen son constituidos (así como destruidos y recreados) “a través de las relaciones y dinámicas sociales básicas del modo de producción capitalista” (Bernstein, 1988, p. 263). Ahora bien, pese al progreso en términos analíticos que representa este acuerdo, tal como se advierte en Gastón Caligaris et al. (2022), la literatura sobre el tema, se concentra en una serie de condiciones circunstanciales –acceso a recursos y circunstancias del mercado, la naturaleza y las políticas públicas– y no avanza en la presentación sistemática de las determinaciones del proceso de acumulación de capital que engendran las formas específicas que asume la producción en esta esfera.

Frente a esto, nuestro trabajo recupera la crítica de la economía política desarrollada originalmente por Karl Marx y analiza la relación entre la forma actual asumida por el proceso de acumulación de capital en la esfera agraria paraguaya y sus sujetos sociales característicos, adoptando un enfoque centrado en la existencia y el papel específico que los sujetos desempeñan en el proceso general de acumulación de capital ( Iñigo Carrera, 2013;  Starosta, 2015; Caligaris, 2017; Starosta y Caligaris, 2017). En una sociedad en la que la relación social capitalista se ha convertido en dominante, si bien los individuos son libres de “todo dominio personal ajeno” (Iñigo Carrera, 2013, p. 12) y, en tanto propietarios de mercancías, son iguales unos a otros, la reproducción de la vida depende del lugar que ocupa cada sujeto en las relaciones a través de las cuales se organiza el proceso de vida material. Por ello, más allá de las representaciones que los individuos tienen de sí mismos, si nos preguntamos por el comportamiento social de los individuos y su motor en la sociedad capitalista, toma una relevancia central la noción de “personificación” (Marx, 2004 [1867]; Iñigo Carrera, 2013). En esta línea argumental, de acuerdo a la mercancía que cada uno personifique –el capital, la fuerza de trabajo o la propiedad territorial– se configuran, respectivamente, tres papeles diferenciados: capitalistas, trabajadores y terratenientes.

Ahora bien, la esfera agraria, presenta sujetos sociales que personifican distintas mercancías o desempeñan diversos papeles de manera simultánea: capitalistas que detentan la propiedad de su unidad productiva, productores que combinan el trabajo en la propia finca con la venta extrapredial de su fuerza de trabajo, capitalistas que utilizan en la producción la fuerza de trabajo propia y/o la de los miembros de su familia, productores que trabajan en su propia tierra pero arriendan una porción de la misma a otros productores, etc. Ante esta variedad de realidades, desde el punto de vista que se funda en la crítica de la economía política, la caracterización de estos sujetos sociales supone develar la determinación esencial que los constituye primariamente. Es decir, identificar la mercancía que personifican de manera determinante. En esta línea, uno de los principales argumentos que sostiene este artículo, es que en la mayor parte de la superficie agraria paraguaya la producción se halla comandada por pequeños capitales que, como resultado de dicha condición, personifican simultáneamente la propiedad del capital, la tierra y/o la fuerza de trabajo. Sin embargo, esta preeminencia productiva del pequeño capital aparece acompañada por el predominio demográfico de un masivo sector de trabajadores relativamente supernumerarios. En suma, mientras para algunos, la posesión de los medios de producción, constituye la base de su supervivencia como pequeños capitales, para otros, es la condición de su reproducción como sobrepoblación relativa.[6]  

1. Las personificaciones en la sociedad capitalista y la heterogeneidad de la esfera agraria

Desde el enfoque propuesto en este trabajo, el papel que los individuos encarnan en la acumulación de capital está determinado por la mercancía que poseen o personifican. Sin embargo, como hemos dicho, en el examen de la esfera agraria, encontramos que estas personificaciones, en general, no se presentan en estado puro o excluyente sino que los sujetos sociales personifican distintas mercancías de manera simultánea.

En esa dirección, en un estudio acerca de los sujetos sociales del agro pampeano, Caligaris (2017) postula que la clave para comprender esta heterogeneidad reside en que el proceso de trabajo agrario presenta condiciones materiales específicas que erigen una serie de barreras a la acumulación de capitales normales –es decir, capitales que se valorizan a la tasa media de ganancia– constituyéndolo, en cambio, en un ámbito propicio para el despliegue del pequeño capital. Como desarrollaremos más adelante, dado que el pequeño capital, merced a la menor magnitud que adelanta, se valoriza por debajo de la tasa normal de ganancia (Mussi, 2009; Caligaris, 2019), en la esfera de la producción agraria, muestra una tendencia a la unidad o personificación simultánea de la propiedad del capital, la tierra y/o la fuerza de trabajo, subsumida a su valorización como pequeño capital. En este sentido, aunque en el plano de las formas concretas enfrentamos sujetos que encarnan múltiples personificaciones, en términos del proceso general de acumulación de capital, la mercancía que determina primariamente su existencia es el capital.

Sin embargo, a diferencia del agro pampeano, caso en que centra su estudio Caligaris (2017), Paraguay cuenta con uno  de los espacios rurales más poblados de América del Sur. De hecho, mientras actualmente la población rural en Argentina representa apenas un 7,3%, la población rural paraguaya asciende a un 36,7% (Banco Mundial, 2023). En este sentido, al interrogarnos por la personificación primaria de los sujetos sociales de la esfera agraria paraguaya, encontramos un masivo sector de pequeños productores, usualmente denominados campesinos, que si bien personifican la  fuerza de trabajo y  la propiedad de la tierra, sus precarias condiciones de vida no parecen corresponderse con las de individuos que personifican un capital que se valoriza por más pequeño que éste sea.

Frente a esta particularidad que presenta el caso paraguayo, resultó clave para el desarrollo de nuestras hipótesis de investigación el trabajo de Juan Iñigo Carrera y Valeria Iñigo Carrera (2017) sobre los productores indígenas de Chaco en Argentina. Allí, los autores postulan que en el caso de esta población la posesión de los medios de producción se halla sometida a su reproducción como población obrera superflua. Este aspecto, inexplorado hasta el momento en los estudios actuales de la esfera agraria paraguaya, introduce en el análisis de la estructura social agraria algunas consideraciones de suma relevancia para una caracterización certera.

Pero antes de avanzar en el examen de nuestro caso, a continuación desarrollaremos más en profundidad las determinaciones generales del proceso de acumulación de capital para, sobre esa base, presentar las referidas especificidades que hacen a la esfera de la producción agraria un ámbito especialmente receptivo del pequeño capital y el criterio para distinguir en lo concreto al sector de pequeños capitales agrarios de la sobrepoblación relativa rural.

1.1. Tasa general de ganancia y diferenciación de capitales        

Tal como desarrolla Iñigo Carrera (2013) en base a la obra de Marx, el capital, en su condición de sujeto, es la forma específica en la que se resuelve la unidad del trabajo social. El impulso vital de dicho sujeto es la autovalorización por lo que lleva en sí la necesidad de revolucionar las condiciones técnicas en pos de la producción de plusvalía relativa concretada en la competencia entre los capitales individuales por abaratar sus mercancías.

La unidad del movimiento de estos pequeños capitales como partes alícuotas del capital social global, se manifiesta en la existencia de una tasa media o general de ganancia que es el promedio de las diferentes tasas de ganancia existentes niveladas a partir de la competencia. Es decir que dichos capitales individuales, por medio de la competencia, actúan de manera privada e independiente como masas de valor que se valorizan en igual proporción respecto de su monto y tiempo de desembolso, realizando de este modo la unidad material del movimiento del capital social.

Ahora bien, al observar las formas concretas de estos movimientos, se evidencia que existen capitales con distintas tasas de ganancia que se mantienen en el tiempo y que parecen no nivelarse en lo inmediato a través de la competencia. Aunque Marx no alcanzó a tratar esta cuestión de manera acabada, recuperando la lectura desarrollada por Iñigo Carrera (2013), Caligaris (2017, 2019) sostiene que esto no constituye una invalidación de la ley marxiana. Lejos de eso, el autor plantea que en el proceso de la formación de la tasa general de ganancia, el capital puede asumir formas diferenciadas (capital normal, pequeño capital, capital potenciado y capital productor de innovación). Dada su relevancia para nuestro caso de estudio nos centraremos en las dos primeras.

Como decíamos, el movimiento del “capital en general” se desarrolla necesariamente en la afirmación de diversas especies concretas suyas. Esto es que, detrás de las diferencias cuantitativas de las tasas de ganancia, presentadas en el movimiento concreto del capital, se esconden diferencias cualitativas entre los capitales, o sea, distintos tipos de capital (Caligaris, 2017). Entre ellas, como adelantamos en el inicio, el capital normal es aquel que se valoriza a la tasa normal de ganancia. El pequeño capital, en cambio, es aquel que, por su incapacidad de producir en las condiciones sociales medias, no apropia la tasa general de ganancia. Es decir que, por la menor magnitud que adelanta, este tipo de capital pone en marcha el proceso de trabajo con una productividad también menor a la normal (Mussi, 2009; Caligaris, 2017, 2019).  

Ahora bien, rezagado en la producción en relación a los otros tipos de capitales, el pequeño capital se mantiene en actividad mientras “el mayor precio de costo que implica su pequeña escala no se eleve por encima del precio de producción imperante en la rama” (Caligaris, 2017, p. 399), y en la medida que, siendo el capitalista su propio obrero, obtenga por la venta de sus mercancías la suma suficiente para reponer el capital constante y su propio salario como trabajador (Caligaris, 2017). Otro aspecto a tener en cuenta de este tipo de capital es que al no ser la apropiación de la ganancia media lo que determina su permanencia en producción, “se abre la posibilidad de que el precio de mercado que satisface su ganancia límite se encuentre por debajo del precio de producción de su rama” (Caligaris, 2019, p. 405). Esto es lo que determina que el pequeño capital pueda desplazar al capital normal de una rama de la producción. Es decir, lo que permite la colonización de una rama por parte del pequeño capital.[7] 

El ingreso o reingreso del capital normal a las ramas colonizadas por el pequeño capital se halla sujeto a un salto en la productividad del trabajo de la magnitud suficiente como para abatir el precio de producción hasta entonces imperante en la rama hasta el punto en que el pequeño capital no pueda subsistir por mucho que obtenga una tasa de ganancia menor.

Sobre esta base y centrándonos en la esfera de la producción agraria podemos preguntarnos por qué el pequeño capital predomina en esta esfera. Eso nos lleva a examinar una serie de características materiales del proceso de trabajo en esta esfera que la constituyen en una rama repulsiva para el capital normal y especialmente propicia para el pequeño capital.  

1.2. Características particulares del proceso de trabajo agrario

La primera característica particular del proceso de trabajo agrario que determina la repulsión del capital normal es que al ser la tierra el principal medio de producción en esta esfera, toda ampliación de la escala productiva conlleva, normalmente, una ampliación de la superficie terrestre. Por consiguiente, el aumento de la productividad no se despliega sobre un proceso de trabajo único y uniforme sino sobre procesos de trabajo que al estar recortados geográficamente son independientes y diversos. Por ejemplo, una potencial expansión puede verse limitada, o directamente interrumpida, por la presencia de “un río, una ruta o sencillamente una tierra de diferente calidad” (Caligaris, 2017, p. 168). Esta centralidad del suelo y su carácter finito limitan el ingreso de capitales normales que, dada la existencia del pequeño capital en dicha rama, necesitan desarrollar la productividad del trabajo en una magnitud suficiente como para desplazar a estos capitales que valorizándose por debajo de la tasa de ganancia logran un precio de mercado menor al de su rama.

En segundo lugar, el proceso de trabajo en el ámbito agrario de producción está sometido permanentemente a fluctuaciones climáticas que inciden en los tiempos y calidad de los cultivos, cuando no, directamente, en su supervivencia. Estas fluctuaciones en la productividad del trabajo condicionan directamente la posibilidad de obtener la tasa normal de ganancia. Con lo cual, un capital normal, que es considerado normal porque participa de la formación de la tasa general de ganancia, no se iría a una rama de la producción donde por distintas circunstancias se vería impedido de alcanzar el nivel general de valorización.

En la misma línea, un tercer aspecto al que hay que hacer mención es que el proceso de trabajo agrario se caracteriza por la fuerte incidencia de las condiciones naturales no solo de la superficie sobre la que se opera, sino también la de los terrenos adyacentes: “Por ejemplo, el trabajo aplicado a combatir plagas en una unidad se multiplica o disminuye según que las unidades vecinas también las combatan o no lo hagan” (Iñigo Carrera, 2007, p. 111). Esto sujeta el rendimiento de cada unidad productiva a factores que suelen escapar de su control.

Por último, tenemos el carácter prolongado del proceso de producción agrario que estanca al capital en una duración que atenta contra la movilidad necesaria para la formación de la tasa general de ganancia.

En todos los casos, estas características particulares del proceso de trabajo agrario, al presentar trabas específicas a la centralización y concentración del capital que exponen a la tasa de ganancia a importantes fluctuaciones, tornan a esta rama de la producción en una rama repulsiva para el capital normal y propicia para el pequeño capital (Caligaris, 2017). Presentados, entonces, los argumentos acerca de la preeminencia del pequeño capital en el proceso de trabajo agrario, queda ahora que examinemos algunas determinaciones de las formas concretas que, en general, asumen estos capitales en la producción agraria.

1.3. La unidad de personificaciones como tendencia presentada por el pequeño capital en el espacio rural y el criterio para distinguir a los pequeños capitales de la sobrepoblación relativa

Como adelantamos en el inicio, uno de los principales objetivos de este trabajo es identificar a los sujetos sociales de la esfera agraria desde el punto de vista de su constitución primaria, es decir, poniendo de relieve la mercancía o las mercancías que personifican (el capitalista, en tanto poseedor del capital, el obrero, en tanto poseedor de la fuerza de trabajo y el terrateniente, en tanto poseedor de la tierra).

Ahora bien, como hemos visto, una de las primeras características que se advierten en la esfera de la acumulación agraria es la multiplicidad de agentes en los que confluyen algunas o todas estas personificaciones en simultáneo. Según Caligaris (2017), la clave para comprender esta heterogeneidad reside en el predominio del pequeño capital que, en la esfera agraria, presenta una tendencia a la unidad entre la propiedad del capital, la tierra y/o la fuerza de trabajo.

A continuación, presentaremos los aspectos que determinan en lo concreto esta tendencia de los pequeños capitales. En ese camino, primero examinaremos los determinantes de la “identidad capitalista-terrateniente” (Iñigo Carrera, 2017, p. 121) en este tipo de capitales, para posteriormente analizar los determinantes de la personificación simultánea del pequeño capital y la fuerza de trabajo como límite último o extremo a la existencia productiva del pequeño capital.

1.3.1. Determinantes de la tendencia a la identidad entre el capitalista y el terrateniente en la esfera agraria

Un aspecto clave para entender la tendencia a la identidad entre el capitalista y el terrateniente en los pequeños capitales de la esfera agraria es la determinación del precio de la tierra por la tasa de interés (Marx, 2014 [1894]; Iñigo Carrera, 2017;). Como señala Marx (2004), hay cosas cuya utilidad para el ser humano no ha sido “mediada por el trabajo” (p. 50) –el aire, la tierra virgen, las praderas, etc.–. Algunas de estas cosas, que tienen valor de uso y no valor, revisten o presentan socialmente un precio, es decir, “cosas que en sí y para sí no son mercancías … pueden ser puestas en venta por sus poseedores, adoptando así, merced a su precio, la forma mercantil” (p. 125). El ejemplo por excelencia de esto es la tierra que si bien no tiene valor “porque en ella no se ha objetivado ningún trabajo humano” (p. 125), tiene la ‘forma’ de valor o de mercancía sin tener el ‘contenido’ de tal.

El precio de esta mercancía tan peculiar es la renta que arroja, calculada por su capitalización a la tasa de interés vigente (Marx, 2014). Es decir que por su uso, el propietario de la tierra recibe con una periodicidad determinada, una suma de dinero fijada por contrato, “exactamente de la misma manera que el prestatario de capital dinerario abona un interés determinado” (Marx, 2014, p. 796) .

Como afirma Caligaris (2017), esta explicación acerca de la determinación del precio de la tierra como capitalización de la renta a la tasa de interés vigente es una de las pocas cuestiones en que coinciden la crítica a la economía política, la economía política clásica, los neoclásicos y los neoricardianos. Esto quiere decir que el individuo que invierte un monto determinado en tierra espera obtener en dicha inversión, como mínimo, el rédito que lograría el mismo monto en el mercado de dinero.[8] 

Como a su vez, la tasa de interés generalmente es menor que la tasa media de ganancia, los capitalistas normales, capaces de obtener en producción la tasa normal de ganancia, van a privilegiar ese camino a invertirlo en un título propietario que solo rinda la tasa de interés. Por consiguiente, “para el capitalista normal, … no habría motivo alguno para devenir su propio terrateniente” (Caligaris, 2017, p. 192).

En cambio, en el caso del pequeño capital, al no tener como condición de su valorización la apropiación de la ganancia media, la unidad entre el capital y la propiedad de la tierra no resulta un contrasentido. Lejos de eso, invertir en tierra, puede incluso evitar su salida inmediata de la producción frente a las fluctuaciones en la producción propias del proceso de trabajo de la esfera agraria. En este sentido, tal como señala Caligaris (2017), encontramos que la tendencia a la unidad entre la propiedad de la tierra y el pequeño capital “estira la capacidad del pequeño capital agrario para mantenerse en producción. Al mismo tiempo, esta posibilidad alienta la unidad entra la propiedad de la tierra y el capital” (p. 200).

Veamos ahora los determinantes de la unidad entre el pequeño capital agrario y la fuerza de trabajo.

1.3.2. La unidad entre el pequeño capital y la fuerza de trabajo como límite último a la existencia del pequeño capital agrario

Como hemos adelantado en la introducción, un pequeño capital garantiza su reproducción mientras obtenga una ganancia, aunque sea mínima que posibilite, por un lado, la reposición de su capital y, por el otro, su valorización como pequeño capital. Ahora bien, si no lograra siquiera obtener la más mínima ganancia, el límite extremo para su supervivencia como pequeño capital está dictado por la capacidad de obtener un monto equivalente al salario que se pagaría dicho capitalista personificando su propia fuerza de trabajo. Tal como ponía de manifiesto Marx (2014) en referencia a los pequeños capitales agrarios del régimen de la propiedad parcelaria:

Como límite no aparece, por una parte, la ganancia media del capital, en tanto es un pequeño capitalista; ni tampoco, por la otra, la necesidad de una renta, en tanto es terrateniente. En su condición de pequeño capitalista no aparece para él, como límite absoluto, otra cosa que el salario que se abona a sí mismo, previa deducción de los costos propiamente dichos. (Marx, 2014, p. 1025)

Ahora bien, qué sucede si el monto obtenido no alcanza siquiera para reproducir la fuerza de trabajo en condiciones normales.[9] Así considerado, si la ganancia que se obtiene no alcanza siquiera a cubrir el salario que el capitalista se debería pagar a sí mismo como trabajador, aunque el proceso de producción continúe, quien comanda ese proceso no es un pequeño capital sino un miembro de la población obrera sobrante. Por consiguiente, en este punto, ya no estaríamos ante la reproducción de un pequeño capital sino ante la de un miembro –o un conjunto de miembros– de la sobrepoblación relativa cuya reproducción en tal condición está sujeta a estas condiciones miserables de producción.

Tal como han puesto de manifiesto J. Iñigo Carrera y V. Iñigo Carrera (2017) en su estudio acerca de los productores indígenas de Chaco:

el obrero agrario presenta la peculiaridad de ser un vendedor de fuerza de trabajo a la vez que un productor independiente de mercancías y un productor para autosubsistencia. Pero, por mucho que aparezca y se reconozca a sí mismo bajo la segunda figura, con el desarrollo del modo de producción capitalista ésta resulta plenamente determinada como forma peculiar de la primera, y no a la inversa. Es de su separación respecto de sus medios de producción generales que nace su condición de propietario privado de medios de producción específicamente limitados. (J. Iñigo Carrera y V. Iñigo Carrera, 2017, p. 125)

Dicho de otro modo, se trata de individuos que, siendo propietarios de escasos medios de producción y en muchos casos incluyendo una pequeña parcela de tierra, encuentran en esta producción mercantil el único medio para reproducirse como población sobrante para las necesidades de la acumulación de capital.

Como hemos visto, el movimiento del capital, como sujeto concreto del modo de producción capitalista, se halla regido por la búsqueda incesante de revolucionar las condiciones técnicas en pos de la producción de plusvalía relativa. Esto va determinando a un sector de la clase obrera como sobrepoblación relativa. Esta porción “excedentaria” de población, que es condición de existencia de la sociedad capitalista, asume distintas formas. La sobrepoblación generada como consecuencia del desarrollo capitalista en la agricultura es considerada por Marx (2012 [1867]) como una sobrepoblación “latente” que permanece en el espacio rural reproduciendo su vida en condiciones precarias hasta que se torna necesaria en las ciudades. Sin embargo, en espacios nacionales como el paraguayo, que presentan de manera prolongada trabas específicas al desarrollo industrial y, por ende, tienen saturada su necesidad de mano de obra urbana, dicha población no es latente sino que “pasa a consolidarse abiertamente en condiciones de pauperismo agudo en el mismo medio rural de origen” (J. Iñigo Carrera y V. Iñigo Carrera, 2017, p. 128).[10] 

A partir de esto podemos ver que tanto la reproducción del pequeño capital como la de la sobrepoblación relativa, pese a sus aparentes similitudes en algunos casos, en tanto recortes privados del trabajo social, se rigen por dos determinaciones cualitativamente diferentes. En el caso de los pequeños capitales, como vimos, su subsistencia como pequeños capitales se halla subsumida a la determinación de la formación de la tasa general de ganancia en sus formas concretas de competencia que implican la diferenciación del capital. La existencia y la magnitud de la población relativamente sobrante, en cambio, se halla regida por la determinación de la sobrepoblación relativa vinculada a la dinámica general de la acumulación de capital que determina, en un mismo movimiento, tanto la existencia de la población obrera que tiende a vender la fuerza de trabajo por su valor, como la sobrepoblación relativa en cualquiera de sus formas (Cazón et al., 2015).

Tomando esto como base, examinemos ahora el caso paraguayo.

2. La esfera agraria paraguaya

La importancia económica y poblacional de la esfera agraria paraguaya torna especialmente relevantes los análisis sobre la estructura social de este sector.  Como decíamos al inicio, un elemento reconocido por la mayoría de los estudios al respecto es la existencia de una polarización entre las explotaciones mecanizadas que producen a gran escala para la exportación y las pequeñas unidades productivas, intensivas en el requerimiento de fuerza de trabajo, que producen para el mercado interno y para el autoconsumo.

En este marco, sobre todo en lo que refiere al período intercensal contenido entre 1991 y 2008, distintos estudios han visibilizado que el despliegue de las transformaciones productivas recientes profundizó esta diferenciación (Rojas Villagra, 2009; Riquelme y Vera, 2015; Ferreira y Vázquez, 2016; Fogel Pedroso, 2019; Galeano, 2016; Guereña y Rojas Villagra, 2016, entre otros). Si bien en el último censo agrario los segmentos más concentrados habrían registrado una reducción relativa de su superficie con respecto a 2008, ésta no modifica en términos absolutos la aguda diferenciación profundizada y consolidada en las últimas décadas.

Entre la gran cantidad de análisis abocados al impacto social de estas transformaciones, a grandes rasgos, distinguimos dos posturas. De un lado, aquellos que imputan a los propios individuos la responsabilidad por la posición que ocupan en la estructura social, atribuyendo la referida diferenciación además de ciertas condiciones como el acceso al mercado, créditos y apoyo del Estado, a las capacidades “culturales” de los actores y su “ética del trabajo, del ahorro y la inversión”  para impulsar una producción eficiente (Ferreira y Vázquez, 2016, p. 14). Y del otro, los que desde una mirada crítica colocan el eje en la génesis estructural de este escenario (Palau et al., 2009; Riquelme y Vera, 2013; Galeano, 2016; Rojas Villagra, 2016; Arrúa, 2019; Fogel Pedroso, 2019, entre otros).

Pese al importante avance que han significado estos últimos en la posibilidad de elaborar un balance crítico de la esfera agraria y sus transformaciones recientes encontramos que al momento de caracterizar a los sujetos sociales que alberga se concentran en aspectos concretos que no remiten de manera precisa o acabada al rol de dichos sectores en las relaciones sociales a través de las cuales se organiza el proceso de vida material.

Frente a esto, la presente sección se organiza en dos partes. En la primera, revisaremos críticamente cómo se ha abordado la caracterización de los sujetos sociales en la esfera agraria paraguaya. Vale aclarar que, entre la gran variedad de trabajos examinados, nos centraremos en dos de las interpretaciones de mayor difusión en la literatura crítica sobre el tema: aquellas lecturas que concentran el foco de la crítica en el proceso de extranjerización del territorio y aquellas interpretaciones que focalizan en el creciente control logrado sobre la esfera de la producción por capitales transnacionales que operan desde otras esferas del circuito agrario. A partir de esto, en la segunda parte, expondremos los argumentos por los cuales, mientras desde el punto de vista productivo se puede afirmar que el espacio rural paraguayo se caracteriza por el predominio del pequeño capital, desde el punto de vista poblacional, se caracteriza por el predominio de una sobrepoblación relativa para las necesidades de la acumulación de capital.

2.1. Argumentos difundidos en torno a la estructura social de la esfera de la producción agraria paraguaya

La marcada extranjerización de la estructura social agraria paraguaya ha ocupado un lugar central en el pensamiento social sobre este país, tanto clásico, como contemporáneo.[11] En el caso de los que actualmente colocan el eje en esta problemática (Glauser Ortiz, 2009; Galeano, 2012, 2016, entre otros), el creciente número de extranjeros, sobre todo de origen brasileño operando como productores y/o propietarios, es considerado un elemento determinante en el impulso de las transformaciones agrarias en curso en este espacio nacional y sus consecuentes impactos en la estructura social. Si bien no existen datos oficiales que permitan establecer exhaustivamente y de manera certera el alcance actual de este fenómeno, según Marcos Glauser Ortiz (2009), promediando la primera década de este siglo, por lo menos el 19.4% del territorio nacional estaba en manos de extranjeros.[12] De esta superficie, 4.792.528 hectáreas estarían en manos de individuos de origen brasileño y 3.096.600 hectáreas pertenecerían a extranjeros de otras nacionalidades.[13] De hecho, en términos geográficos, la presencia más notoria de este fenómeno tendría lugar en los departamentos fronterizos con Brasil.[14] 

En términos productivos, este proceso se habría desplegado, principalmente, sobre la base de la sojización de la región Oriental, pero, como señalan algunos estudios, en los últimos años estaría avanzando hacia otros rubros como el de la producción cárnica (Vuyk, 2016; Zevaco y González Cáceres, 2020). En lo que refiere al tamaño de las fincas afectadas por este fenómeno, según Luis Galeano (2017), mientras que en el año 1991 los propietarios extranjeros dueños de las explotaciones agrarias de mil y más hectáreas comprendían el 14 % del total, en 2008, su presencia escalaba al 24% a nivel nacional, sobre todo en determinadas regiones del país. Si bien los resultados del censo realizado en 2022 parecen indicar que las tierras en manos extranjeras habrían registrado una marcada disminución  (-52%), según Hugo Pereira Cardozo y Haydeé Solís (2024) esto se debería, en gran medida, al relevo en la gestión de las unidades productivas por parte de los hijos, nacidos en Paraguay, de los productores extranjeros.

En esta línea, esta cuestión se ha convertido en el punto central de una amplia diversidad de estudios, imputando a la creciente extranjerización la expulsión de un sector importante de los habitantes locales del agro. Para estos análisis, “[l]a intensificación reciente y actual de la extranjerización está generando la creciente y cada vez más crítica exclusión del acceso a la tierra de los campesinos y los indígenas” (Galeano, 2017, p. 61).

Si bien el objetivo de este trabajo no es negar el peso de este fenómeno en el territorio paraguayo, consideramos importante cuestionar su relevancia explicativa al analizar el impulso de las transformaciones productivas recientes y su impacto en la estructura social. En este sentido, consideramos que acotar el análisis de los sujetos sociales a aspectos concretos, tales como el origen, desvincula los fenómenos en análisis del movimiento propio de la valorización del capital desconociendo la heterogeneidad de papeles desempeñados por estos agentes en el proceso del trabajo agrario.

En vista de lo expuesto, algo que salta a la vista de inmediato al examinar el fenómeno es que la denominada extranjerización ha sido constituida por décadas involucrando agentes extranjeros en posiciones heterogéneas. En este sentido, encontramos que, por ejemplo, el frente de colonización brasileño ha estado integrado tanto por grandes inversores como por pequeños productores sin tierra.[15] Tal como pone de manifiesto Sylvain Souchaud (2005):

Entre estos colonos se encuentran aquellos que tuvieron un ascenso social importante como producto de una actividad específica y de una situación de monopolio (pequeños comerciantes con vehículo, por ejemplo) … [pero también] los colonos que habilitan sus parcelas, pequeños productores, [que] no participan tan fácilmente del proceso de acceso a la tierra. Al no ser paraguayos, no pueden pretender beneficiarse de las magras distribuciones de tierras implementadas por el IBR [Instituto de Bienestar Rural]; ni tampoco como productores rurales pobres, ya que no pueden comprar parcelas. (Souchaud, 2005, p. 26).

De hecho, estos pequeños productores, operaron y operan en territorio paraguayo como mano de obra cautiva:

[E]stos colonos [son] así controlados por los grandes propietarios que “preparan el terreno” de la especialización y pilotan a distancia el modelo espacial en formación. Al finalizar el contrato de alquiler de tierras, los colonos son empujados hacia delante, para habilitar nuevas parcelas en el monte. Son, en definitiva, una mano de obra cautiva, que no solamente habilita nuevas parcelas sino también preparan la modernización agrícola por venir. … Una vez construido suficientemente el espacio, los colonos habilitadores de parcelas serán cada vez menos numerosos y útiles, debido a que, una vez que el mecanismo espacial necesario es puesto en marcha, la reproducción del modelo de la monocultura intensiva de exportación y la mecanización pueden realizarse por sí mismas. (Souchaud, 2005, p. 27)

En este sentido, Valdemar J. Wesz Junior (2020) afirma que se observa un proceso de retorno de productores y propietarios rurales a Brasil:

Este retorno incluye los conflictos por tierra en Paraguay, la imposibilidad de legalizar su área en el país, el endeudamiento derivado de la producción agrícola y, principalmente, la búsqueda de servicios y políticas disponibles en Brasil (salud pública, transporte escolar y, sobre todo, jubilación). Incluso ocurrió la entrada de pequeños agricultores brasileños que regresan de Paraguay y se establecen en campamentos organizados por el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). (Wesz Junior, 2020, p. 12)

Asimismo, consideramos que el énfasis excesivo en el origen de los individuos, subestima o impide examinar el papel de una importante porción de agentes de origen local que, en el papel de terratenientes y/o capitalistas, impulsan y se benefician de las transformaciones productivas analizadas. Dicho de otro modo, no estaríamos ante una realidad menos cruenta si los desplazamientos de los sectores más pobres de la población rural fueran impulsados exclusivamente por terratenientes y/o capitalistas paraguayos.

En resumen, más allá de la relevancia del fenómeno de la extranjerización en términos empíricos, como hemos presentado, la forma de abordaje centrada en el origen no remite al papel en la acumulación de capital de los individuos en cuestión, por lo que no permite dar cuenta de la mercancía que personifican ni analizar las causas profundas de las transformaciones de los sujetos sociales desde la perspectiva de la acumulación de capital.

Un problema similar encontramos en otros estudios (Rojas Villagra, 2009; Guereña y Rojas Villagra, 2016; García y Ávila, 2019; Arrúa et al., 2020, entre otros),  que sobre la base de exhaustivos relevamientos de los agentes que intervienen en las distintas esferas del circuito agrario, colocan el eje en el  papel determinante del tamaño y poder de las empresas trasnacionales en el control de la esfera de la producción y del resto de los sectores del circuito agrario.

Uno de los trabajos pioneros y paradigmáticos de esta visión es el de Luis Rojas Villagra (2009). Para este autor, mientras la participación de algunas empresas se limita a algunas esferas, otras, en general transnacionales, “participan en varios estadios de la cadena del agronegocio, realizando una integración vertical de los diferentes procesos que la componen” (p. 37).[16] En este sentido, afirma:

La columna vertebral del agronegocio en el país la constituyen las corporaciones transnacionales, que conforman el núcleo transnacional del modelo, en torno al cual se van organizando y expandiendo las diferentes actividades que participan en él. Estas corporaciones son las que determinan en última instancia qué y cómo se va a producir, de la mano de los productos tecnológicos que ellas mismas desarrollan, y que son incorporados por todos los demás actores del sector. (Rojas Villagra, 2009, p. 74)

Según el autor, dicho núcleo de empresas maneja la totalidad del circuito en función de su propia rentabilidad. La fuente de esta posibilidad es el control oligopólico que logran ejercer, directa o indirectamente, en los distintos eslabones de lo que denominan la cadena del agronegocio. Con lo cual, la clave para comprender el funcionamiento del circuito agrario y sus distintas esferas, estaría en el poder de dominio que ejerce este núcleo de capitales transnacionales sobre el resto.

En este marco, en contraste con otros eslabones, la esfera de los productores agrarios constituye “el renglón más descentralizado” de esta rama (Rojas Villagra, 2009, p. 26) debido a que las empresas transnacionales “evitan en gran manera, participar en los múltiples conflictos que genera la producción de soja fundamentalmente entre las comunidades campesinas que se ven afectadas por la misma, y las empresas y colonos que efectivamente la producen” (Rojas Villagra, 2009, p. 74). Es así que, en el marco de este esquema interpretativo, el eslabón específico de la producción agraria y la forma descentralizada asumida por sus agentes, estarían determinados por los intereses de estos actores transnacionales que operan, predominantemente en otras esferas de esta rama:

[L]os productores son solo un engranaje entre el proceso de provisión y el acopio de la producción, al entregarles las corporaciones los insumos y posteriormente recibir la producción, a cambio de una pequeña ganancia, que para las transnacionales es apenas un costo de producción en el proceso que les generará enormes dividendos en la etapa de la comercialización o industrialización de las materias primas agrícolas. (Rojas Villagra, 2009, p. 75)

Ahora bien, aunque la realidad paraguaya a simple vista presenta elementos que permitirían confirmar este argumento, desde nuestro enfoque consideramos que en vez de tomar como punto de partida las relaciones de poder que ejercen unos capitales sobre otros, tal como proponen estas visiones, se debe esclarecer la relación entre esta forma inmediata asumida por lo capitales individuales que operan en las distintos esferas de este sector y la dinámica general del sistema en su conjunto determinada por el proceso de autoexpansión del capital. Es decir que, en lugar de detenernos en estas manifestaciones concretas, el desafío es explicar las “relaciones de poder” entre los capitales individuales y la diferenciación en sus capacidades de valorización a lo largo de la cadena “como una expresión del despliegue global de la ‘ley del valor’” (Starosta  y Caligaris, 2017, p. 252).

En ese sentido, los fenómenos estudiados, lejos de presentar anomalías o distorsiones en la competencia, son las formas asumidas por la misma en la dinámica mundial de la acumulación de capital. Con lo cual, lo que debemos examinar es “la conexión interna entre el proceso de autoexpansión del capital a través del despliegue de la ‘ley del valor’ –el contenido– y las relaciones sociales directas … entre capitales individuales dentro de una cadena –la forma–” (Starosta y Caligaris, 2017, p. 249).  Recordemos que, como presentamos anteriormente, Marx planteó la necesidad de la existencia de una tasa general de ganancia como concreción de la unidad del movimiento de los capitales individuales en cuanto partes alícuotas del capital social global (Marx, 2016 [1967]). En este sentido, la referida descentralización del eslabón de la producción, no es una característica determinada por los capitales transnacionales para operar en el “conflictivo” espacio rural paraguayo, sino que pone de manifiesto, como hemos desarrollado en la primera parte de este trabajo, uno de los rasgos específicos de este ámbito no solo en Paraguay sino en el mundo entero: la ausencia del capital normal.

2.2. La ausencia del capital normal en la esfera agraria paraguaya

La identificación de la ausencia del capital normal y, consecuentemente, el predominio del pequeño capital es central para el examen de la esfera agraria. Como decíamos al inicio, el pequeño capital es aquel que, por su incapacidad de producir en las condiciones sociales medias no apropia la tasa general de ganancia. Al no tener como condición de su valorización la apropiación de la ganancia media, un primer límite para la subsistencia es la tasa de interés. Si tenemos en cuenta que el precio de la tierra también está determinado por la tasa de interés, veíamos que surgen una serie de condiciones que determinan de manera general una tendencia a la unidad entre el pequeño capital y la propiedad de la tierra. Para el capital normal, en cambio, capaz de obtener la tasa general de ganancia con su inversión productiva, no resulta redituable invertir en una tierra de la que obtiene la tasa de interés ya que esta última, generalmente, es inferior a la tasa de ganancia.

Por consiguiente, en el terreno de las formas concretas, podemos inferir que en la esfera agraria, la unidad entre la personificación del capital y la propiedad de la tierra o entre la personificación del capital, la propiedad de la tierra y la fuerza de trabajo evidencian que estamos ante capitales que no se están valorizando en las condiciones medias, es decir, pequeños capitales.

En esta dirección, las estadísticas disponibles, relevan aspectos que permiten confirmar el peso de estas tendencias. Uno de ellos, por ejemplo, es la identificación de la tendencia a la personificación simultánea del capital y de la propiedad de la tierra mediante el examen del tipo de tenencia de la tierra declarada por los productores que están a cargo de cada finca. Si la tenencia declarada por los productores se encuadra en las categorías de “título definitivo” o “documento provisorio” podríamos afirmar que estamos frente a un agente que además de personificar al capital, personifica la propiedad de la tierra. En este sentido, revisando el último censo agropecuario, tenemos que en el 87,66% de la superficie los productores poseen el título definitivo o provisorio de las tierras en las que producen.

Gráfico 1. Superficie productiva agropecuaria paraguaya según tipo de tenencia de la tierra 2022

Fuente: Elaboración propia en base a Censo Agropecuario Nacional (2022).

Asimismo, aunque en todos los casos se mantiene esta tendencia, en las fincas inferiores a las cien hectáreas las ocupaciones registran un peso mayor que en los otros estratos. En estos casos, aunque no haya título, la tendencia a la unidad entre la propiedad de la tierra y el capital se concreta de hecho. Con lo cual, sea en términos formales (título definitivo o provisorio) o de hecho (ocupación), el tipo de tenencia declarada por los productores en el censo se constituye como evidencia de la unidad entre la propiedad de la tierra y el capital en casi toda la extensión del espacio rural paraguayo.

En la misma línea, si indagamos en la unidad entre la personificación del capital y la fuerza de trabajo, a través de la ocupación declarada por el productor, podemos observar que la mayoría se ha desempeñado también como fuerza de trabajo, sea exclusivamente al interior de su unidad productiva o alternado tareas en su propia finca con trabajo extrapredial (CAN, 2022).

En conclusión, en términos estadísticos estamos en condiciones de afirmar que hemos corroborado la ausencia del capital normal en casi toda la extensión de la superficie productiva agraria paraguaya a partir de la tendencia mayoritaria presentada por los sujetos a la unidad entre la propiedad del capital, la propiedad de la tierra y/o la fuerza de trabajo.

Aquí, necesariamente enfrentamos la pregunta por la diferencia cualitativa entre los individuos que personifican simultáneamente la propiedad del capital, la tierra y/o la fuerza de trabajo por ser pequeños capitales y aquellos sujetos en que la posesión de dichos medios de producción se halla subsumida a su reproducción como población obrera sobrante.

Si bien el censo nos permitió dar cuenta de la existencia concreta del predominio de esta unidad o identidad entre las personificaciones primarias del proceso de acumulación de capital en todos los estratos de la esfera agraria paraguaya, no brinda información suficiente para emprender esta distinción esencial. Como hemos desarrollado anteriormente, nuestro criterio para diferenciar una realidad de otra es la posibilidad o no de los individuos en cuestión de obtener, sea a partir del trabajo intra o extrapredial o por medio de otras vías, un monto que supere o alcance el salario que se pagaría a sí mismo el capitalista al utilizar su propia fuerza de trabajo.

Como ya hemos dicho, la revisión de la literatura especializada en el tema pone de manifiesto que el escenario rural paraguayo alberga dos realidades polarizadas. De un lado explotaciones tecnificadas orientadas a la exportación –principalmente cultivos del llamado complejo sojero y de la carne– y, del otro, pequeñas fincas que producen rubros para el mercado interno o el autoconsumo. Ahora bien, entre un extremo y otro, encontramos una gran variedad de realidades intermedias que complejizan la posibilidad de establecer límites tajantes. Es aquí que un examen más detallado de factores relacionados a la producción y a las condiciones de vida de las unidades productivas, puede aproximarnos a la identificación de algunas tendencias que nos permitan distinguir a grandes rasgos, una realidad de otra.

Como han señalado distintos estudios, un factor fundamental en ese camino es  que el polo de la producción de mercancías para la exportación  –predominante en la estructura productiva–, tiene un requerimiento técnico incosteable para las explotaciones que no alcanzan ciertas dimensiones (Palau et al., 2009; Galeano, 2016; Fogel Pedroso, 2019). Es así que, según algunos analistas, la superficie mínima requerida para ser competitivo en el principal rubro agrícola que es la soja es de cien hectáreas (Palau et al., 2009, p. 145). En este sentido, podemos ver que el 88,84% de dicho cultivo se radica en unidades productivas que superan las cien hectáreas (CAN, 2022). En el caso de la carne, se corrobora una tendencia similar. El 80,34% del ganado vacuno se concentra en fincas que superan las cien hectáreas reuniendo el mayor peso –63,72%– las explotaciones que superan las mil hectáreas (CAN, 2022).

Ahora bien, aunque tanto la producción de carne como la de soja se lleva a cabo predominantemente en fincas que superan las cien hectáreas, existen explotaciones intermedias que, aunque no alcanzan estas dimensiones, se dedican a estos rubros sobre la base de cierta tecnificación y de la explotación del trabajo familiar. De hecho, en términos del proceso de trabajo, encontramos que en las unidades de entre veinte y cien hectáreas, la utilización de la propia fuerza de trabajo desempeña un rol clave en la posibilidad de mantenerse en la producción de estos rubros.[17] Teniendo en cuenta este aspecto, algunos autores, tanto para épocas anteriores, como para la actualidad, distinguen a estas unidades denominándolas “farmer” (Fogel Pedroso, 2001; Galeano, 2016; Schvartzman, 2017) debido a que poseen una escala y un nivel de tecnificación superior al de las unidades denominadas “campesinas”. Pero, a su vez, las dimensiones de sus explotaciones y el peso de la fuerza de trabajo familiar en ellas les otorgan un carácter diferente con respecto a las explotaciones de mayor escala.

Como desarrollamos anteriormente, Caligaris (2017) plantea, sobre la base del desarrollo de Marx, que el límite extremo para la existencia de un pequeño capital, como tal, se halla en el punto en que a partir de la explotación de su propio trabajo (sea éste individual o familiar) obtiene un monto superior o equivalente al valor de la fuerza de trabajo. En este sentido, las explotaciones intermedias o “farmer” a las que hemos aludido parecen encuadrarse en lo que serían los estratos más bajos o extremos del pequeño capital en la producción agraria paraguaya. Es decir, “pequeños capitalistas que, por estar en el estrato más bajo del pequeño capital, son al mismo tiempo trabajadores” (Caligaris, 2017, p. 201). En estos casos, pese a la importancia que tiene la fuerza de trabajo encarnada en el trabajo familiar, tanto la personificación de la propiedad de la tierra como de la fuerza de trabajo, aparecen subsumidas a su permanencia en la producción como pequeños capitales.

Dadas sus dimensiones, estos pequeños capitales, referimos principalmente a las unidades intermedias que se ubican entre las veinte y las cincuenta hectáreas junto con las explotaciones denominadas “campesinas”, que analizaremos a continuación, fueron los sectores más perjudicados de la concentración y centralización del capital, potenciada en el espacio rural paraguayo a partir del cambio de siglo.

2.3. La preeminencia sociodemográfica de una sobrepoblación obrera rural

Hasta aquí hemos visto que las unidades productivas de mayor escala, tendencialmente, se hallan bajo el comando del pequeño capital reflejado en la personificación simultánea del capital, la propiedad de la tierra y, en el caso de las explotaciones “farmer” o intermedias, la fuerza de trabajo. Estas últimas, constituirían el estrato más bajo del pequeño capital, cuyo límite parece estar en aquellas unidades productivas cuyas dimensiones alcanzan un mínimo de veinte hectáreas. Ahora bien, aunque este tipo de explotaciones ocupan el 95,82% de la superficie productiva agraria solo representan el 17,93% de las fincas existentes (CAN, 2022). Esto nos sitúa frente a la pregunta de qué tipo de sujeto encontramos en el 82,07% de las unidades productivas restantes del espacio rural paraguayo. Estas fincas, ocupan solamente el 4,17% de la superficie productiva (CAN, 2022), se caracterizan por la baja productividad del trabajo y la alta demanda de mano de obra, orientada predominantemente a rubros aptos, tanto para la venta en el mercado interno como para el consumo de las familias productoras (Riquelme y Vera, 2013, entre otros).

En el marco de las transformaciones productivas desplegadas como resultado del auge de la soja y la carne a partir del cambio de siglo, distintos autores han puesto el foco en el deterioro de las condiciones de vida y el avasallamiento sufrido por este sector. Entre ellos, Galeano (2016), por ejemplo, da cuenta de la diferenciación sufrida por este sector, distinguiendo, en primer lugar, un sector de “campesinos autosuficientes” usualmente ubicados entre las diez y veinte hectáreas, que, en su mayoría poseen título de propiedad y aunque con mucha dificultad, cubren sus necesidades básicas a partir de los ingresos generados por su unidad productiva. En segundo lugar, un sector de “minifundistas asalariados”, ubicados en fincas que no superan las cinco hectáreas, que debido al tamaño y rendimiento de sus unidades productivas deben recurrir a trabajos asalariados extra-prediales, sea en contextos agrarios o en los mercados de trabajo urbanos para sobrevivir. Y, por último, un sector denominado “sin tierra”, que no posee fincas o el rendimiento de las que poseen se restringe al autoconsumo.

Para este autor, en las últimas décadas, tanto en los “minifundistas asalariados” como en los “campesinos sin tierra”, se observa una progresiva tendencia a recurrir al trabajo extrapredial para garantizar el sustento, sea en el ámbito rural o, incluso, donde las distancias lo permiten, en ciudades cercanas. La diferencia entre un estrato y otro, además del tamaño de las unidades productivas, radicaría en el hecho de que los segundos, “debido a la carencia en que se encuentran, son los más activos demandantes y luchadores por el acceso a la tierra” (Galeano, 2016, p. 177). Esta intensificación en la dependencia del trabajo extrapredial para estas unidades también es advertida por otros autores (Rojas Villagra, 2016; Fogel Pedroso, 2019, entre otros). Asimismo, si analizamos el último censo agropecuario en relación con el de 1991, podemos ver que mientras las explotaciones de diez a veinte hectáreas se redujeron en cantidad (-21,42%) y superficie (-21,95%), los estratos de los minifundistas asalariados (inferiores a las cinco hectáreas) tuvieron un incremento en la cantidad de fincas. Algo interesante a examinar, en este sentido, es que entre 1991 y 2008 creció el estrato de cinco a diez hectáreas, incorporando 13.956 hectáreas (3,7%) y 8.832 fincas (9,5%), mientras que en el período intercensal delimitado entre 2008 y 2022 se incrementó el estrato de una a cinco hectáreas. Tanto en uno, como en otro caso, este crecimiento de los estratos correspondientes a los “minifundistas” altamente dependientes de la venta de su fuerza de trabajo extrapredial podría ser el resultado de la reducción, fragmentación y/o desplazamiento de las unidades productivas de mayor tamaño cuya escala no alcanzó para mantenerse en competencia.[18] 

Esto evidencia, tal como señala Galeano (2016), que la economía campesina ha llegado a un límite mínimo de su base productiva cada vez más dependiente de los trabajos extra-prediales de sus miembros. No obstante, dadas las características del mercado laboral paraguayo, tanto urbano como rural (Organización Internacional del Trabajo –OIT– y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –PNUD–, 2013; Villar, 2023), para esta población trabajadora rural resulta cada vez más dificultoso emplearse y/o vender su fuerza de trabajo en condiciones normales. En este sentido, no solo se observa un fuerte descenso de los asalariados agrarios (CAN, 2022), sino que también se registra un fuerte incremento de los empleos informales tanto urbanos como rurales y preocupantes índices de trabajo forzado e infantil, sobre todo en el espacio rural (OIT y Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos –DGEEC– del Paraguay, 2013; OIT y PNUD, 2013). Es así que numerosos analistas han advertido el profundo deterioro de las condiciones de vida de este sector en las últimas décadas (Riquelme y Vera, 2013, 2015; Fogel Pedroso, 2016; Galeano, 2016; Rojas Villagra, 2016, entre otros).

En suma, más allá de que estos sujetos sociales presenten la posesión de ciertos medios de producción, esta creciente necesidad de poner en acción la fuerza de trabajo para sobrevivir acompañada de la imposibilidad de hacerlo en condiciones normales, evidencia el carácter de sobrepoblación relativa de un sector cada vez más amplio de los trabajadores rurales. Si tenemos en cuenta que el 87,31% de la población (de diez años y más) relevada por el censo se ubica en las fincas denominadas “campesinas”, queda de manifiesto que, en el espacio agrario paraguayo, aunque el pequeño capital predomine en términos productivos en casi la totalidad de la superficie, convive con un masivo sector de sujetos sociales que se reproducen como fuerza de trabajo superflua a condición de poseer medios básicos de subsistencia.

Para finalizar, como ya hemos mencionado, Marx (2012) refería a la sobrepoblación producida por el desarrollo capitalista en la agricultura como sobrepoblación latente. Sin embargo, si tomamos en cuenta las características asumidas por la acumulación de capital en Paraguay y la inexistencia de perspectivas de que en el corto o mediano plazo se produzca una transformación tal en la producción que absorba a estas masas de población en ramas ajenas al ámbito rural, tenemos que dicha sobrepoblación no es latente, sino que se halla en un proceso de estancamiento y consolidación progresivo.

Conclusión

A partir de lo desarrollado en este artículo, intentamos establecer la importancia de analizar la estructura agraria desde el punto de vista del papel desempeñado por los sujetos en la acumulación de capital. En este sentido, más allá de las percepciones que los individuos tienen de sí mismos o las interpretaciones más difundidas en la literatura sobre el tema, examinamos las formas concretas asumidas por las relaciones y los sujetos sociales de la producción agraria en el conjunto de las relaciones sociales que constituyen la sociedad capitalista a partir de develar la mercancía que personifican de manera determinante.

En ese camino, a partir del examen del último censo agropecuario, encontramos que, en su amplia mayoría, los sujetos que intervienen en esta rama personifican simultáneamente al capital, a la propiedad de la tierra y/o a la fuerza de trabajo, lo cual da cuenta de la ausencia del capital normal. Sobre esa base, a partir del análisis de las características productivas de las distintas explotaciones mediante la revisión de estudios especializados, identificamos, por lo menos, dos realidades diferenciadas. Por un lado, el predominio productivo del pequeño capital en casi toda la extensión de la superficie productiva paraguaya. Por el otro, la existencia masiva de una población trabajadora superflua. También encontramos que entre ambos polos, las unidades productivas de entre veinte y cien hectáreas (principalmente las de cincuenta a cien hectáreas ―usualmente denominadas “farmer”―), tendencialmente, se ubican en los estratos más bajos del pequeño capital, logrando en una menor escala producir mercancías altamente demandadas en el mercado operando como su propia fuerza de trabajo.

También encontramos que en el marco de las transformaciones productivas intensificadas durante el auge de los commodities se observa una importante reducción de dichas realidades intermedias –principalmente, de veinte a cincuenta hectáreas– y un notable incremento del sector de unidades productivas altamente dependientes de la venta por debajo de su valor de la fuerza de trabajo de sus miembros, es decir, población obrera sobrante. Como hemos puesto de manifiesto, en una sociedad donde la acumulación de capital se ha generalizado como relación social, ser población obrera “sobrante” es “sobrar” para la vida natural de la sociedad misma (J. Iñigo Carrera  y V. Iñigo Carrera, 2017). Esto último, probablemente, sea uno de los argumentos más relevantes de este trabajo, en tanto, no solo da cuenta del papel al que es condenado el sector mayoritario de la población rural paraguaya, desde el punto de vista de la acumulación de capital, sino que también permite visibilizar, las despiadadas consecuencias de las transformaciones recientes.  

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Notas

[1] Este artículo constituye una reelaboración y una ampliación de uno de los puntos abordados en mi tesis doctoral (Villar, 2024). En el presente trabajo se aborda un período más amplio y se profundiza en el criterio de distinción entre pequeños capitales y sobrepoblación relativa, tópico que consideramos sumamente relevante no solo para el examen del caso paraguayo sino también de otros espacios nacionales de América del Sur. Se agradece especialmente al Dr. Gastón Caligaris su lectura y comentarios.

[2] La definición de limitar nuestro período entre 1991 y 2022 estuvo determinada por el dinamismo de las transformaciones productivas abordadas y la información estadística disponible que permite evidenciar vínculos entre el plano de la materialidad productiva y la estructura social.

[3] Según la información estadística disponible, tanto la expansión de la superficie productiva, como la ampliación de la escala de las fincas de mayor superficie, registraron su mayor intensidad entre 1991 y 2008. En este período intercensal, las unidades que superan las cien hectáreas registraron un incremento de 7.678.842 hectáreas, ocupando un 92,22% de la superficie productiva, mientras que las que no alcanzan esa superficie registraron una reducción de alrededor de 409.685 hectáreas perdiendo 22.974 fincas (CAN, 2008). El censo agrario de 2022, muestra una leve disminución de la superficie total productiva (-2%) y un incremento de las fincas que no alcanzan las cien hectáreas ―26% las unidades entre cincuenta y cien hectáreas, 9% las unidades entre veinte y cincuenta hectáreas y un notable 62% las unidades de menos de 1 hectárea-, pero este incremento relativo no modifica, en términos absolutos, la polarización estructural existente entre las fincas de mayor escala y las pequeñas unidades productivas. Lejos de eso, el incremento de algunos estratos puntuales, principalmente, el notable incremento de las fincas menores a 1 hectárea, evidencian la agudización de un proceso de minifundización profundamente asociado a las transformaciones productivas aludidas en este trabajo.

[4] Tomando como base la ya mencionada polarización que caracteriza a la esfera agraria paraguaya, es común encontrar en los análisis sobre el tema formulaciones tales como “oligarquía rural”, “grandes terratenientes”, “oligarquía terrateniente”, “grandes productores mecanizados”, “brasiguayos”, “latifundistas”, entre otros, refiriendo a los actores del polo de las explotaciones agrarias más extensas y “campesinos”, labriegos”, “pequeños productores”, “agricultores familiares”, “sin tierra”, “indígenas”, entre otros, aludiendo al polo de las pequeñas unidades productivas. El problema es que, si bien en algunos casos,  tanto en uno como en otro polo, las distintas denominaciones hacen referencia a un mismo tipo de sujeto, otras veces, aluden a sujetos con realidades materiales diferentes y, por ende, con intereses diferentes.

[5] El papel y la naturaleza del campesinado en el desarrollo del capitalismo ha suscitado intensos debates, tanto dentro como fuera del marxismo (Bottomore, 1984; Riquelme, 2016; Caligaris, 2017). Si sintetizamos, a grandes rasgos, las visiones que han predominado en relación a la cuestión agraria desde fines del siglo XIX, encontramos, principalmente dos posturas. Por un lado, la de los denominados “descampesinistas”, cuyo principales exponentes son Vladimir Lenin (1974 [1899]) y Karl Kautsky (1977 [1899]), quienes plantearon que, en el marco del desarrollo del modo de producción capitalista, la proletarización y la consecuente desaparición del campesinado son un proceso inevitable. Y, por el otro, la de los narodniki  (populistas) o “campesinistas” que, sobre la base del desarrollo de Aleksandr Chayanov (1974 [1925]), consideran posible la existencia y permanencia de la unidad económica campesina en el modo de producción capitalista.

[6] Consideraremos sobrepoblación relativa a toda la población obrera incapaz de asegurar su reproducción normal, sea total o parcialmente (Cazón et al., 2015; Donaire et al., 2016, entre otros).

[7] Esta masa de valor que pierde el pequeño capital, es ganada por quien compra estas mercancías. Uno de sus cursos posibles es el surgimiento de un nuevo tipo de capital, el capital potenciado, que compra abaratados o vende encarecidos los medios de producción a las ramas colonizadas por el pequeño capital. Se lo denomina así por potenciar su acumulación a partir de la captación de la porción de plusvalor que no logran apropiarse los pequeños capitales que producen a precios de producción que se ubican por debajo del precio de mercado normal. Sin embargo, ese plusvalor que libera el pequeño capital puede tomar otros cursos. Entre ellos, puede fluir al conjunto del capital social global cuando estas mercancías abaratadas producidas por el pequeño capital son consumidas por los trabajadores de las otras esferas de la producción (Caligaris, 2019).

[8] Ya sea en la compra de títulos de deuda o en el depósito a plazo fijo en un banco (Caligaris, 2017).

[9] Es importante destacar aquí a la baratura relativa de la fuerza de trabajo agraria como otra particularidad de la reproducción del pequeño capital agrario (Caligaris, 2017).

[10] Tal como pone de manifiesto Iñigo Carrera (2007, 2013, 2017), este es el caso de los países que participan de la unidad mundial de la acumulación de capital como productores de materias prima, especializándose en la producción de rubros en los que obtienen una renta diferencial por condiciones naturales no reproducibles por el capital de manera general (por ejemplo, producción agraria o minera).

[11] Entre los análisis clásicos sobre la configuración histórica de este fenómeno, dos estudios imprescindibles son los de Carlos Pastore (2008 [1949]) y Oscar Creydt (2002 [1963])(2002). Ambos autores, pese a la diferencia de sus perspectivas, remontan el origen de esta problemática a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Más allá de la interpretación particular o la forma en que cada autor concibe la configuración histórica de este espacio nacional previa a la “Guerra Grande”, podríamos decir que este catastrófico enfrentamiento es tomado por ambos como un punto de inflexión en el posterior devenir histórico de Paraguay.

[12] El autor plantea que existe una dificultad para establecer los verdaderos dueños de las tierras debido a la ausencia de un relevamiento catastral fidedigno.

[13] Pese al predominio de brasileños, también se destacan actores provenientes de Argentina, Uruguay, EEUU, y de países europeos y asiáticos (Galeano, 2017).

[14] En el caso del departamento de Canindeyú, en 2008, el 64% de las fincas superiores a las mil hectáreas pertenecían a extranjeros. En Alto Paraná, la cifra asciende al 63 % y en Caaguazú al 62 %. En el caso de este último, al no ser un departamento fronterizo, se interpreta que la extranjerización progresiva en esta zona refleja un avance de este fenómeno hacia el centro de la Región Oriental del país (Galeano, 2012).

[15] A esto se suma que el arribo de brasileños a suelo paraguayo empezó desde mediados de los años sesenta y está estrechamente ligada a los cambios estructurales en la economía rural del sudeste brasilero (Nickson, 2005). De hecho, según Souchaud (2005), los colonos migrantes, son esencialmente pequeños productores campesinos, entre los cuales, “solo algunos pocos habían poseído tierras antes de llegar a Paraguay” (p. 25). En una línea similar, Galeano (2012) afirma que la inmigración brasileña, que se inició en la década del sesenta y se intensificó en los años setenta, estaba conformada mayoritariamente por agricultores expulsados del avance de la gran empresa agraria en sus zonas de origen.

[16] Los eslabones que presentan una mayor concentración son los de provisión de insumos, acopio y exportación de la producción (Rojas Villagra, 2009).

[17] Este punto también ha sido desarrollado en Villar (2023).

[18] Estos procesos a su vez se relacionarían con el aumento de la población de los barrios periféricos de las ciudades (Palau, 2016; Vázquez, 2016).